VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
La Fogata con las Madres

Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del jueves 1º de enero de 2004
El fuego de los zapatistas

Es el 12 de octubre de 1992 y miles de personas conmemoran en Chiapas quinientos años de resistencia al opresor. Los manifestantes derriban la estatua de Diego Mazariego, símbolo de la conquista española.
La violencia, la muerte, la guerra fueron siempre el santo y seña del opresor. Los poderosos nunca atendieron los sufrimientos populares, sino ganancias.
España, Inglaterra, Portugal, Francia, Holanda se disputaron el continente con resultado diverso. Ahora corresponde a los yanquis actuar, pero nadie está ausente.
Las rebeliones de los oprimidos tampoco faltaron, nunca. Y fueron ahogadas en sangre, siempre.
El 1º de enero de 1994 estalló en Chiapas la insurrección zapatista. Justo cuando el gobierno de México firmaba el TLC o NAFTA con los yanquis, los más excluidos de entre los pobres, los indios, decían basta.
Basta a los aprendices de brujo que despilfarraban ríos de tinta festejando el triunfo definitivo -decían- del capitalismo en el mundo. El macho blanco y su mercado en el control del mundo, todo.
Las letras de toneladas de tinta se borroneaban de pronto, así, por la irrupción de los derrotados hace quinientos y un poquito de años.
Una avalancha de periodistas pasaba por encima de los papeles de Fukuyama y otros charlatanes para ver a los atrevidos.
El presidente y el secretario de estado norteamericano interrumpieron sus planes, sus negocios y borracheras; el secretario yanqui llamó por teléfono al vasallo "azteca": "¿Qué es ‘eso’?", le demandó. Y Salinas de Gortari no supo qué decirle.
Es que tenía muy fresco aquello que el cronista español Ginés de Sepúlveda había dicho en el siglo XVI: "Los indios no son personas".
Y sin embargo, habían sido personas muchas veces. Se sublevaron siempre que pudieron, y los colgaron siempre y les mintieron siempre. Pero éste era un momento muy especial. Fíjense, ensuciar el orgullo del imperialismo yanqui unos indios rotosos.
"En el preciso instante en que hayamos caído sobre los primeros pueblos empezaran a prometernos el oro y el moro, es necesario que no nos dejemos engañar, porque todas esas promesas serán dictadas por el miedo. Todo lo que nos prometan carecerá de valor si no hacemos la revolución total y la llevamos triunfante a todos los rincones de la tierra". Estas palabras fueron tomadas por un historiador alemán a uno de los dirigentes de las tantas rebeliones mexicanas colgadas, aplastadas.
¡Qué lección para piqueteros y obreros, para luchadores de todos los rincones de América y el mundo!
Nuestras burguesías, grandes y pequeñas, siempre fueron extranjeras.
Los pobres fuimos para nuestras burguesías una "cosa" necesaria para hinchar el bolsillo, casi folklóricos.
Total, allí estaban las cortinas de humo de sus sirvientes pequeño burgueses: intelectuales, periodistas y otras yerbas, sus medios de comunicación, el sonsonete de la paz, la no violencia, la "justicia", la sumisión a la "democracia" (al destino de pobre, claro), todos valores que los burgueses jamás practicaron.
Pero el 1º de enero de 1994 los indios de la selva de México echaron leña al horno de la historia, y ese fuego no para de arder. Crece en los piquetes argentinos, en las calles bolivianas, brota del fulgor de las culturas indígenas insurrectas. Un basta rotundo, contundente, en Oriente y en Africa, en todo el Tercer mundo.
El lente con que los yanquis ven la historia siempre estuvo salpicado de sangre, pero esta vez no es sólo de los otros, y además, no les deja ver el horizonte.