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La Fogata con las Madres

Editorial de "¡Ni un paso atrás!" Programa del 18-03-2004

Atocha angosta

Cuando en abril de 2002 el fascismo venezolano dio un golpe de Estado en Caracas, el no menos fascista José María Aznar se apresuró a reconocer al nuevo presidente de facto. Aquel golpe de Estado duró sólo 36 horas, aunque fueron suficientes para que el presidente de España saliera rápidamente a prestar legitimidad al usurpador del poder en Venezuela. Mientras las calles de Caracas aún humeaban pólvora y los golpistas se aprestaban a iniciar ejecuciones sumarias contra sus adversarios bolivarianos, el super macho Aznar, cumpliendo expresas órdenes de Bush hijo, convalidó el golpe cívico-militar, de empresarios y burócratas sindicales. Fue uno de los pocos en animarse a tanto aquella vez. Igual de presuroso, con los muertos aún calientes por el atentado del pasado 11 de marzo en Madrid, Aznar ensayó una maniobra de rédito electoral, que a los postres acabó con su mismísimo gobierno: engañar al pueblo español, manipular escandalosamente la información y echarle la culpa a ETA. Miserables. Si la bomba cobarde y asesina es terrorismo, la mentira siniestra y la prepotencia insoportable, ¿qué son?
Probablemente, los doscientos muertos del tren a Atocha y sus mil y pico de heridos, algunos graves, formaban parte de ese 91 por ciento que se opuso activamente a la participación de España en la aventura genocida –y petrolera- contra el pueblo de Irak. Pero no fueron escuchados a tiempo. Ahora, sus pedazos rotos por los aires de Madrid son el testimonio más contundente y doloroso de la crueldad del imperialismo. El mundo llora por ellos y ya es tarde. Algunas bombas que caen sobre Bagdad estallan en España. Las poblaciones civiles de Italia y Gran Bretaña asisten aterradas al espectáculo brutal que amenaza la paz del mundo, en particular la de sus propios territorios. Los trabajadores, los chicanos, los ilegales, los pobres de Estados Unidos se hartan de que su gobierno robe riquezas y petróleo por el mundo para la gran burguesía e importe miedo y problemas a la seguridad local, a la tranquilidad de los que sólo trabajan y no andan por el universo metiéndose en los asuntos internos de los demás países.
Por su parte, los héroes de estos días han sido, lo siguen siendo, los cinco o seis mil españoles –okupas de Madrid y Barcelona, sudacas que no olvidan el sur, hijos o nietos de marroquíes y argelinos y turcos, inmigrantes sin permiso de residencia, españoles de segunda, señoras y señores anónimos, espontáneos- que salieron a las calles de España, movidos por la rabia y el dolor, convocados por cadenas de e-mail que nadie sabe quién comenzó a enviar, a repudiar las maniobras y mentiras del gobierno del Partido Popular, en plena veda electoral, cuando la ley y los noticieros de toda España sugerían calma, orden, silencio, y, si éstos no eran suficientes, directamente el miedo, el pavor, la parálisis. Si España finalmente retira de Irak sus tropas de vergüenza y soberbia imperialistas, habrá sido por ellos. Y la decencia, la honradez, la dignidad de los pueblos habrá ganado una batalla, otra más, aunque aún queden muchas otras por librar, incluso más definitorias que ésta. Por ejemplo: denunciar la trama perversa del imperialismo norteamericano y derrotarlo.