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La Fogata con las Madres

31 de diciembre del 2002

Carta de las Madres al Papa

Buenos Aires, 30 de Diciembre de 2002

A Su Santidad, Juan Pablo II

Escuchamos con atención su mensaje de Navidad, en el que usted pidió que se impida la guerra que EE.UU. le declaró a Irak. Aunque Usted esté débil y su voz apagada, sabemos por experiencia propia cuánto valor tienen las palabras del Vaticano. Estamos seguras que si Su Santidad hubiera dado instrucciones precisas, no ambiguas, a los obispos argentinos, el genocidio que se cometió en nuestro país se hubiese impedido. La complicidad de la iglesia en Argentina con los asesinos fue repugnante, a pesar de que algunos sacerdotes –125- fueron asesinados por acompañar al pueblo. Dos (2) obispos –Angelelli y Ponce de León- corrieron la misma suerte. Sin embargo, no se escuchó la voz del Vaticano.
Por eso en este momento, donde se les exige a algunos países –sobre todo a Irak-, que permitan se les revise los depósitos de armas nucleares, no se hace lo mismo con Estados Unidos. Bush se adueña del mundo; su accionar es terrorista: invade y bloquea países, bombardea pueblos, mata con sus bombas y residuos nucleares a millones de niños.
Su Santidad Juan Pablo II, si es verdad que Usted quiere detener la guerra, como todos queremos parar este genocidio, la Asociación Madres de Plaza de Mayo le pide que también alce su voz y denuncie las masacres que cometió, comete y quiere seguir cometiendo EE.UU; visite Irak, visite los lugares donde mueren millones de mujeres y niños (nosotras los vimos, nosotras los visitamos). Nuestros hijos nos enseñaron a poner el cuerpo, como lo hizo Jesucristo. Usted está débil, su voz apagada, su cuerpo cansado, pero le pedimos una y mil veces que emplee la fuerza del Vaticano para parar la guerra, para detener el brazo asesino de Bush.
Las guerras no pueden tener el silencio del Vaticano; la Iglesia cometió o permitió muchos genocidios, no aceptaremos uno más.
Siempre se habla desde la Iglesia del cielo, de que Jesús está con los pobres y oprimidos, que está con los que sufren. Pero ya los pobres y desprotegidos estamos hartos de sufrir.
No a la guerra contra Irak. Paremos este nuevo crimen que seguramente Jesús no desea.
Santo Padre, necesitamos una exigencia más firme, aunque sea con su voz apagada; una exigencia más comprometida, desde su cuerpo cansado; un grito de ¡No a la guerra!, aunque ese sea su último grito.
Hebe de Bonafini
Presidenta