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La Fogata con las Madres


29 de julio del 2003

La voz de Hebe Bonafini en "Desde el pie"


La verdad de Astiz con las Madres de Plaza de Mayo y porqué se lo debe condenar -al igual que a todos los demás represores y asesinos- aquí, en la Argentina

Elio Brat
Rebelión

Casa de las Madres de Plaza de Mayo
Buenos Aires, 26 de julio 2003.

"Hola, cómo están? Recién me encontré con unos compañeros de Neuquén, aquí en la Universidad Popular, y la señora me dijo que anotó la receta cubana que les di la semana pasada. Así que ya hay alguien que anotó la receta.

¿Cómo están? Yo estoy un poco enojada. O embroncada, no sé. Estos días estoy escuchando hablar mucho de los represores que van a llevar a otros países para juzgar y he escuchado con mucho dolor como se habla de la infiltración de Astiz en la familia de franceses, como se habla de la infiltración de Astiz en las monjas francesas, como se habla de lo que hizo Astiz con Dagmar Haguelin, pero nadie quiere hablar que Astiz se infiltró en las Madres.

Astiz no se infiltró en ningún otro lugar más que en las Madres. La Escuela de Mecánica de la Armada mandó que se infiltrara para destruir el movimiento de las Madres, que empezó con catorce madres y en el mes de julio o agosto, cuando él se infiltró, ya éramos más de cien. Y cuando él provocó el secuestro éramos doscientas.

Ese movimiento que crecía, pese a todo y contra todo, era el objetivo de la Escuela de Mecánica de la Armada y de la dictadura militar.

Se infiltró diciendo que se llamaba Gustavo Niño. Que tenía un hermano. Que no tenía ni padre ni madre. Y le creímos.

Y nos espió. Y nosotras, que éramos muy tontas, lo acompañábamos. Dos Madres, Susana y Rosa, lo acompañaban a tomar el colectivo para que no lo secuestren.

Y nos espió. Y nos persiguió. Y cuando hicimos esa misa, en la iglesia de Santa Cruz, para recoger dinero y firmas para la solicitada, él provocó el secuestro. No dándole un beso a quien tenían que secuestrar. No. Ya las tenían bien señaladas.

Eligieron a tres de nuestras mejores Madres. A las mejores de verdad. A esas mejores que nos enseñaron todo. A Azucena Villaflor de De Vicenti, que era la mujer más generosa y más fuerte y más firme. Y que sabía muchísimo porque ella venía de una familia que había sufrido ya la cárcel y la represión. De una familia peronista.

Y a Mary Ponce, que venía de la iglesia más combativa, de la Iglesia del Tercer Mundo. De esa iglesia de Santa Cruz, que como Monseñor De Nevares, nos traía un poco de aire fresco para seguir creyendo.

Y a Esther Balestrino de Careaga, que venía huyendo de la dictadura paraguaya. Esther que me enseñó, me decía "mirá Hebe, cuando hay alguien que tiene el micrófono, ese en una reunión manda. Si no te deja hablar, vos paráte aunque sea arriba de una mesa pero ásete oír". Ella nos enseñaba las tácticas. Ya las conocía. Cómo los políticos jugaban con un micrófono en la mano.

Y Astiz se infiltró en las Madres para que cuando se produjera el secuestro las Madres quedáramos desamparadas.

El 8 de diciembre secuestraron a Esther y a Mary, diciendo que es un operativo por drogas. Y separando al otro grupo de Madres, a una de las monjas y al grupo de familiares.

Al otro día me reúno con Azucena y le digo "mirá, dejemos la solicitada" y me dice "no Hebe, no. Hay que seguir". "Ahora tenemos más desaparecidos Cómo no vamos a seguir!". Y seguimos.

Y sacamos ese aviso pago, esa solicitada en el diario. Nos despedimos a la noche cansadas de trabajar, y hasta mañana. Con la esperanza de al otro día ir al comprar el diario para ver aquel aviso tan, tan deseado, tan codiciado por nosotras. Tan trabajado, con tanto esfuerzo, contando moneda sobre moneda.

Cuando ella sale a comprar el diario, la secuestran. Se la llevan los famosos Falcón verde, con sus piernas arrastrando, golpeada, en la esquina de la casa, en Avellaneda. En la calle Crámer. De ahí se la llevan.

No se infiltró en los familiares. Se infiltró en las Madres. Lo que pasa es que es demasiado pesado decir públicamente que muchos políticos se callaron. Que una parte de la iglesia estuvo responsable, con monseñor Bracelli a la cabeza, el monseñor de la capilla Stella Maris.

Es demasiado pesado decir que los marinos tienen sobrecarga en su espalda el secuestro, la tortura y el asesinato de nuestras Madres.

Nadie lo quiere decir. Nadie lo repite. Hemos sacado un comunicado, muy pocas radios lo tomaron. La radio de Mar del Plata, alguna otra radio por ahí, más pequeña. Ningún periódico lo quiere sacar.

Siguen insistiendo con las monjas francesas. A Astiz hay que juzgarlo aquí. No juzgarlo: condenarlo, porque ya juzgado está. Hay que meterlo en la cárcel.

Pero él solo no es el responsable. Hay muchos otros, que son los que le dijeron lo que había que hacer.

Él provocó el secuestro. Él nos espió. El único que le desconfiaba era el marido de Azucena. El marido de Azucena siempre decía: "siempre está al lado de Lazu" porque a Azucena le decían Lazu, la nieta le decía Lazu. Y como estaba siempre al lado de ella Pedro le desconfiaba y siempre me decía: "a mí me tiene harto ese tipo". Le digo "no, es un pibe joven. Pobrecito -decíamos nosotras- no tiene madre ni padre". Así de tontas éramos.

Quisieron destruir el movimiento y no pudieron, porque al otro jueves volvimos a la Plaza. Ya no doscientas, sino otra vez ni veinte. Un pequeño grupo decidió subir a la plaza y no abandonarla. Y allí había perros y ametralladoras y policías. Y gases. Y sin embargo dimos dos o tres vueltas, para mostrarle al enemigo que no íbamos a abandonar la plaza. Porque ahora teníamos más razones para estar.

Esa plaza que nos dio el nombre. Que nos contiene. Que nos protege. Y de esa plaza donde nos encontramos con nuestros Hijos.

Quiero terminar con algo que decía Neruda, por esto de gritar las verdades como hacemos las Madres. Esas que nadie quiere agarrar porque queman más que el fuego.

"Yo recuerdo.
Doy fe.
Yo estuve allí.
Yo estuve y padecí y mantengo el testimonio.
Aunque no haya nadie que recuerde.
Yo soy la que recuerda.
Aunque no queden ojos en la Tierra.
Yo seguiré mirando
y aquí quedará escrita aquella sangre, aquel amor.
Aquí seguirá ardiendo.
No hay olvido, señores y señoras.
Y por mi boca herida
aquellas bocas seguirán cantando".

Hasta el sábado que viene.