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La Fogata con las Madres

Editorial de "¡Ni un paso atrás!". Programa del 26-06-03
Un año sin Kosteki y Santillán: ser como ellos

Un año sin Kosteki y Santillán. Pero otro año más con los piqueteros firmes en la calle. Volvió a ser invierno en el sur, pero ya no están Darío y Maximiliano para abrigar el sueño de cambiar la vida.
Doce meses seguidos desde el perro día en que la prepotencia policial y política se cobró en dos de los nuestros, la rebeldía, el coraje, la ternura dura del conjunto del pueblo. Pero un año definitorio y crucial, en el que todos nosotros - piqueteros y amas de casa, albañiles y ceramistas, poetas y cadetes, trabajadores bajo patrón y obreros de fábricas recuperadas - nos propusimos transitar el brusco y maravilloso camino de ser como ellos.
No lo vamos a olvidar: justo a la semana del asesinato de Darío y Maximiliano, asistimos a una nueva burla por parte de quienes los mataron: la impúdica convocatoria del gobierno de Duhalde a elecciones nacionales.
Kosteki y Santillán no pudieron votar. Sin embargo, fueron sus vidas, quietas para siempre en los andenes de la estación de tren de Avellaneda, pero torrente renovado en las venas de todos sus compañeros de las corrientes piqueteras antiburocráticas, las que expresaron su decisión, su voto a sangre alzada por el anhelo de modificarlo todo, transformando la sociedad capitalista en otra profundamente humana, socializante, digna, libre, distinta de ésta que oprime y asfixia y mata por hambre y balazos.
Ellos dejaron sus cuerpos generosos, jóvenes, fuertes allí, en los pasillos de la estación, pero su enseñanza de solidaridad y revolución creció hasta límites inconmensurables, que no caben en el cielo. A pesar de las mentiras e injurias iniciales, que tampoco olvidaremos, sus vidas se extendieron como vuelo que pasa y tapa todo el horizonte. Aún hay impunidad para los responsables políticos de la matanza, pero una implacable condena popular a todos los verdugos y a sus cómplices en los medios de comunicación. Como esa condena no mide todavía en años de cárcel para el que apretó el gatillo, el que dio la orden de matar o los miserables que mintieron inventando una reyerta entre piqueteros, el pueblo ha dictado sentencia a través de un indeleble veredicto: ser como Darío y Maximiliano.
Todo el pueblo quiere ser un poco de Kosteki y Santillán. No quiere estar en el lugar amargo de la muerte, pero sí en el formidable e intenso instante de vivir la aventura de la vida en el misterio del otro, del prójimo, del compañero, del semejante que sufre y sueña al lado de uno.
Cada vez que los recordaron durante este duro año sin ellos, las madres, los hijos y los hermanos de las familias obreras quisieron estar físicamente en ese segundo fatal de Avellaneda, en ese exacto lugar entre el Puente Pueyrredón y el pasillo de la estación, para impedir el tiro cobarde contra la espalda de Darío, para sostenerle el aliento a Maximiliano y pedirle que viva.
Reunido en asamblea, el pueblo votó que en caso de represión, ya nadie saldría corriendo llevándose así mismo, cargando su miedo singular en la espalda. Hartos y activos, los condenados de la tierra desesperan por luchar y, si algún compañero es alcanzado por el enemigo y cae, abrazar su cuerpo herido para defenderlo de la muerte o calentarlo hasta el suspiro final. Todos quieren ser poetas, seres sensibles y hondos, como lo era Maximiliano, y buenos cuadros políticos, como Darío.
En los barrios alejados del centro, en las calles de desempleo, droga e inundación, los pibes crecen mirando otros ejemplos, queriendo ser mejores personas y aún mejores compañeros, como Kosteki y Santillán lo fueron.
Una nueva escuela para cuando terminen las clases del colegio: la calle, la ruta, el centro cultural y político del barrio, la bloquera o la panadería o el taller de costura o de serigrafía comunitarios, donde aprender las claras y decisivas enseñanzas de Kosteki y Santillán: Ternura y Responsabilidad.
A un año de su muerte, de su asesinato por la espalda y vil, los asesinos, maldecidos; Darío y Maximiliano, amados, reivindicados, reconocidos por su pueblo como un Che cercano, posible, próximo, infinitamente necesario.