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La Fogata con las Madres

Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 13/03/03
La justicia y las sentencias

Es difícil, pero un particular concreto puede quedar satisfecho con un fallo judicial determinado, ceñido. El pueblo, en cambio, ya no cree más en la Justicia. Sí confía en la posibilidad cierta de que algún día la dura lucha popular logre instalar la equidad que falta en el país, pero descree y desprecia profundamente a los jueces del sistema y su elenco estable de fiscales, camaristas, peritos, cortesanos.
No es una aprensión a priori, empollada en la apatía y el desánimo. Por el contrario, es una certeza educada a golpes de engaños y desilusiones, escrita en la pared de más al fondo de la conciencia popular con la sangre de tantos que cayeron bajo la saña de los poderosos y el Estado. Son la propia historia del pueblo y las idas y venidas de su diario acontecer, las que le impiden fiarse que un juicio justo en los tribunales de la Nación lo rescate de la miseria, el abandono y la injuria adónde la burguesía en el gobierno y también en la administración de justicia, lo mandó a vivir indefinidamente, por los siglos de los siglos.
Ejemplo, la libertad con cargos políticos para los represores y cómplices del genocidio más horrendo y dramático de nuestra historia contemporánea.
Porque justicia no sólo es condenar a prisión al fusilador, sino impedir las profundas condiciones políticas y económicas que convierten en asesina a la policía y en víctimas a los hijos del mismo sector social: los pibes que nacen pobres y negros y no viven en los barrios más acomodados. Además, el ruido de la sentencia puede permitir otras variantes de impunidad: ¿o acaso meterán presos a los oficiales que encubrieron al asesino de Floresta?
El cana que ayudó a simular un intento de robo mientras los cuerpos de los asesinados estaban calientes todavía ¿logrará huir por entre la espesa niebla levantada tras el resonante fallo? ¿Cerrarán para siempre la comisaría de Gaona y Bahía Blanca? ¿Harán una plaza allí, una biblioteca? ¿O vendrán a ofrecerles sucio dinero a los familiares, a cambio del lucro cesante que dejan los tres asesinados?
De tantos y tan variados crímenes, el pueblo no obvia que esos vigilantes que ocultaron al criminal son los mismos que cada día, todos los días, patrullan el barrio donde fue cometido el triple asesinato. Cualquiera de ellos, agazapado en las sombras del arma reglamentaria, puede ser el vengador de la cárcel para Velaztiqui, aunque las familias, encandiladas por la condena, no se hayan detenido aún a observarlo. Ningún análisis debe soslayar que la prisión para el asesino es el resultado de la movilización popular y no un logro del fiscal. Por otra parte, más perpetua que la cárcel para el custodio es el infame crimen de matar para siempre las capacidades, la estrella, la ternura que los tres jóvenes tenían para darles a su pueblo, a su clase, a su anónima familia de mujeres y varones que trabajan y luchan.
Cada asesinato infame de la policía vale una revolución. Por algo las Madres de Plaza de Mayo dicen que la sangre de los desaparecidos será vengada cuando el pueblo sea feliz y no tanto en la prisión para el criminal que les puso picana en las partes que sus hijos usaban para amar.
Las sentencias, los nombres de los jueces que las firman, las familias de las víctimas, los criminales inclusive, pasan. Pero el pueblo queda. La historia, simplemente, relata esa terca voluntad, anotando en sus papiros memoriosos, siempre renovados, los hitos populares, que no son otra cosa que rebeliones, luchas, revoluciones, sueños soñados en el caldo de la solidaridad y el humanismo.
De ahora en más, asistiremos a la continuación de la misma lucha de las clases populares por desarmar al Estado que armó a Velaztiqui; por lograr la justicia infinita de la sociedad sin clases, sin enajenación ni prepotencia, en el camino de alcanzar para todos la tierra y el pan y los libros.
Abracemos a los padres de Maximiliano, Cristian y Adrián, sumándolos para siempre al desafío increíble y maravilloso del pueblo al poder.