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La Fogata con las Madres

Desde hace 25 años, madres de desaparecidos piden justicia

El amor y el dolor fueron más fuertes que el miedo *
Al final de la dictadura argentina la cifra de secuestros alcanzó 30 mil

Stella Calloni, corresponsal

Al comienzo, fueron pocas las mujeres de rostro dolorido, mirada acongojada, pero decidida, que rondaron la céntrica Plaza de Mayo, en plena dictadura militar argentina (1976-1983), hace hoy 23 años. Estaban muy solas entonces, pero las movía el amor y la desesperación ante el secuestro y desaparición de sus hijos.
Habían golpeado puertas de cuarteles, oficinas, iglesias y comisarías, buscándolos. Ni siquiera imaginaban que al final de la dictadura la cifra de desaparecidos alcanzaría casi 30 mil. Al frente de esas madres estaba Azucena Villaflor. Se habían ido encontrando en esa búsqueda en sombras y juntas iban de un lugar a otro, siguiendo el mínimo rastro, sin encontrar respuesta alguna.
Pero un día -relatan ahora a coro esas jóvenes de cabezas blancas, como se definen- decidieron que no bastaba golpear puertas inútilmente: "Que nos vean, que nos oigan a todas, aunque nos maten". Llevaban las fotos de sus hijos, y a alguna de ellas se le ocurrió ponerse un pañal de niño en la cabeza. "El amor y el dolor fueron más fuertes que el miedo".
Como los policías que cuidaban la Plaza de Mayo se vieron sorprendidos por aquella presencia y la de algunos periodistas y fotógrafos que se atrevieron a captar las primeras imágenes, les ordenaron "circular".
Pero ellas no se fueron. Caminaron rodeando la plaza frente a la Casa de Gobierno, donde estaba instalada la Junta Militar. Primero fue la Ronda de las Madres, luego les llamaron las "locas de la Plaza de Mayo", quizá porque bajo una dictadura tan temible el coraje es identificado con la locura. Luego ya fueron las Madres de la Plaza de Mayo, con sus pañuelos blancos, un símbolo en el mundo.
A finales de 1977, la Marina mandó a las Madres un hombre de la siniestra Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), donde desaparecieron unas 5 mil personas. Era un joven teniente, después capitán, que ya se había infiltrado en organismos humanitarios. Le llamaban "el angel rubio". Bajo el nombre de Gustavo Niño y diciendo que buscaba a sus familiares, Alfredo Astiz se infiltró para conocer los pequeños secretos de aquellas madres desesperadas, a las que entregó sin ninguna piedad.
Entre el 8 y 10 de diciembre de aquel año ya estaban decididos varios operativos a los lugares donde se reunían los familiares. Así, secuestraron a madres y familiares en la Iglesia de Santa Cruz y en un bar céntrico, y a las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon en el domicilio que ambas compartían. Las religiosas, que ayudaban a las madres, engrosan la lista de desaparecidos.
El 10 de diciembre de 1977, Azucena Villaflor, la fundadora, salió de su casa a comprar un periódico para ver si había aparecido un aviso pagado con mucho sacrificio. Varios automóviles con hombres armados la rodearon y se la llevaron para siempre. Lejos de amedrentarse con aquella tragedia sobre la tragedia, las madres siguieron yendo a la Plaza de Mayo, y la ronda fue creciendo constantemente. Aquella imagen dio la vuelta al mundo y ellas fueron la primera gran resistencia organizada contra la dictadura.
Ahora suelen estar en la misma Plaza de Mayo, las Madres Fundadoras y la Asociación de Madres de la Plaza de Mayo, que continúan clamando por una justicia ausente y recordando a Azucena. A veces, por las calles, se cruzan con los asesinos de sus hijos, que fueron amparados por leyes de impunidad y por varios indultos dictados tras el regreso de la democracia.
Pero como contrapartida, los militares, que no pueden ser condenados por esos crímenes, se resisten a aceptar los nuevos juicios que buscan esclarecer circunstancias de la muerte de las víctimas de la dictadura, y que estén detenidos -aunque sea domiciliariamente- más de una decena de los principales responsables, entre ellos el general retirado Jorge Rafael Videla y el contralmirante Emilio Massera, por la causa que investiga el robo de bebés de detenidas-desaparecidas.
Los abogados de estos ex jerarcas militares intentaron llevar el caso de robo de niños de la justicia civil a la justicia militar, que al ser un delito que no prescribe, no está incluido en las leyes exculpatorias.
Y la víspera, el secretario general del Ejército, general Eduardo Alfonso, visitó en Córdoba a los militares recientemente detenidos por orden de la jueza Cristina Garzón, que investiga 30 asesinatos cometidos en la penitenciaria número uno de esa ciudad durante la dictadura. Además de los testimonios, el último director de esa institución confesó que entonces "la cárcel estaba tomada por el tercer cuerpo del Ejército".
Ante la negativa de algunos militares a declarar, la jueza dispuso la detención por dos días de seis de ellos, encargados de ordenar el traslado de los presos que luego eran fusilados. El Código Penal contempla esta sanción a quienes se nieguen a declarar.
El estremecedor relato del útimo director de esa cárcel, José Alberto Torres, ante la jueza, no dejó lugar a dudas sobre el infierno vivido por las víctimas.
Pero la actitud del Ejército al enviar a un militar de tan alta graduación a visitar a los detenidos fue interpretada como un virtual respaldo a los mismos, y el propio jefe del Ejército, teniente general Ricardo Brinzoni, dijo hoy que existe "malestar" por la decisión de la jueza.
Por lo pronto, la atención está centrada este viernes, cuando está llamado a declarar el general retirado Luciano Benjamín Menéndez, uno de los militares más señalado por violaciones a los derechos humanos, y que ya en democracia sacó un cuchillo frente a fotógrafos y manifestantes que lo repudiaban