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La Fogata con las Madres

Breve relato de mis vicisitudes como terapeuta durante la dictadura militar (*)

Resumen. Detectado, en una ciudad del interior, por las fuerzas de seguridad y expulsado de un servicio de psiquiatría del hospital estatal donde estaba trabajando, las condiciones que luego debí afrontar fueron muy dificultosas, pues si bien mi desempeño se vio favorecido por la solidaridad y continencia que me brindaba parte de la comunidad y fundamentalmente mis propios pacientes, debí soportar hostigamientos y amenazas de diverso tipo e intensidad, con el riesgo de perder no solo la libertad sino también la vida.
Se sucedieron así distintas etapas, donde los dispositivos implementados para el ejercicio de la profesión estuvieron vinculados no solo al contexto, sino también a la peligrosa y traumática situación subjetiva que atravesaba, donde la necesidad y el deseo de sobrevivir se apuntalaron en el compromiso que asumí como terapeuta, preservando a la vez la memoria, las convicciones y la historia, como modo de resistir el terror sin perder mi identidad.
El presente tiene por objetivo transmitir algunas de las circunstancias que me tocaron vivir en Comodoro Rivadavia, ciudad de la cual soy oriundo, en la cual debí permanecer involuntariamente insiliado luego de producido el golpe de Marzo de 1976.
Aproximadamente en el mes de Octubre del año 1977, el director del hospital donde estaba trabajando, hasta ese momento ad honorem, me comunicó, muy asustado, que debía dejar la institución en forma inmediata, por cuanto al gestionar mi nombramiento en el Servicio de Psiquiatría, le informaron que me encontraba encuadrado en la Ley de Seguridad. En realidad ya estaba advertido puesto que uno o dos días antes un administrativo, que pertenecía a los servicios de inteligencia, me avisó que había sido ubicado."Te aviso porque lo conocía a tu viejo que era un flor de tipo y no por otra cosa; te recomiendo que limpies bien tu casa; tratá de que no quede ni la Biblia porque seguro que te van a ir a buscar", fueron algunas de sus amenazantes recomendaciones.
A partir de ese momento transcurrieron días y noches interminables, tanto para mí como para mi familia, convencidos de que en cualquier momento sería nuevamente apresado, torturado y posiblemente muerto (Ignorando en ese momento que corría el riesgo de ser desaparecido). La incertidumbre se tornó insoportable y vivimos momentos de verdadero pavor, como cuando en una oportunidad se detuvo frente a mi casa un camión del ejército y permaneció con el motor encendido durante un lapso de tiempo que nos pareció infinito, para luego proseguir su marcha sin saber aún hoy si se trató de un amedrentamiento o de una infeliz coincidencia. Al fin, luego de algunas semanas comencé a ser citado, casi diariamente al comienzo y mas espaciadamente después, en entrevistas de "evaluación y seguimiento", es decir interrogatorios, a los fines de determinar, según me reiteraron en distintas oportunidades, mi grado de peligrosidad y la conducta a adoptar en consecuencia, o para decirlo en sus propios términos: "estamos viendo si mandarlo de vuelta a Córdoba, porque de allá lo están reclamando, o directamente fondearlo aquí en el Golfo".
Paralelamente, también al cabo de un tiempo de haber sido expulsado del hospital, muchos de los pacientes a los que había atendido y que ignoraban los motivos de mi súbita ausencia, comenzaron a visitarme con la finalidad de continuar sus tratamientos.
Ante los numerosos y reiterados pedidos decidí comenzar a atenderlos pese a la situación descripta, esto es: sumamente peligrosa, confusa, irreal y cuasi delirante.
Fue así que instalé un "consultorio", si así se puede llamar, en lo que era mi habitación, pues no disponía de otras comodidades, usando el living como sala de espera y mi familia toda oficiaba de recepcionista.
Desconozco los motivos por los cuales pude hacerlo, aunque tal vez tenga que ver con el hecho de que una de las personas que me interrogaba, era un médico que me conocía y valoraba ostensiblemente mi capacidad profesional ("me veo obligado a servir a la patria", me decía a modo de justificación) a quien en algún momento le había brindado mi ayuda en el hospital. (y años después atendí a varios de sus familiares directos). En realidad actuaba de intermediario con su "superioridad", puesto que lo habían elegido a tal fin porque había revistado de joven como médico en la Marina. Informaba nuestras "charlas" y proseguía con las preguntas en la siguiente cita, acorde a las directivas que recibía, y así sucesivamente.
En tanto continué trabajando de ese modo durante varios meses, hasta que surgió de mis pacientes la idea de comenzar a hacerlo usando sus propios domicilios. De modo que gradualmente tuve "consultorios" en diferentes zonas de la ciudad adonde acudían los pacientes que vivían en sitios aledaños. Aún recuerdo la primera vez que concurrí a uno de ellos: los dueños de casa habían dispuesto una habitación - con escritorio y una suerte de diván incluido - para una mejor comodidad en mi trabajo.
Mi vida consistía entonces en ir de los interrogatorios al trabajo y del trabajo a los interrogatorios, en razón de que no podía siquiera reunirme con amigos pues inmediatamente era citados o visitados por los miembros de los servicios, cosa que no ocurrió, por lo menos en un comienzo, con ningún paciente. Esta restricción en mis movimientos y en el espacio no me dejaba otra alternativa que volcarme a una plena dedicación profesional (estudiando y atendiendo) lo cual con el tiempo redundó en una de las mas grandes emociones que viví en aquel entonces.
Un día, varios pacientes, previo acuerdo entre ellos, me propusieron que instalara un consultorio adecuado y sabiendo que no disponía de los medios para hacerlo, habían decidido pagarme varios meses de honorarios por adelantado. Mas aún, sabían el monto aproximado de la inversión en razón de que habían averiguado los costos de alquiler en la zona céntrica de la ciudad e incluso algunos, luego de que concreté el alquiler, colaboraron en la refacción que tuve que hacer con materiales como pintura, una puerta, etc. e incluso con mano de obra.
Aunque mi decisión también fue producto de la imposibilidad absoluta de trabajar en las instituciones privadas de la ciudad, cosa que intenté infructuosamente. Por temor o complicidad me fueron sistemáticamente cerradas todas las puertas, con episodios tan grotescos como en una oportunidad en que el Director de una clínica que me estaba explicando los motivos infraestructurales que le impedían darme lugar, sonó el teléfono y respondió, no sin vergüenza: "si, soy yo mi capitán....como no mi capitán....como usted disponga.., si...yo llevo las armas....." explicándome luego, en una actitud bochornosa, que " ....es un milico que me invita a ir de caza y......viste.... la cosa no está como para negarse".
También tuve dificultades para obtener la autorización de las autoridades médicas para trabajar en privado y la matrícula como especialista recién me fue reconocida luego de la apertura democrática y por acción de un abogado que estuvo a punto de iniciar una demanda judicial al gobierno provincial.
A pesar de todo pude concretar la apertura del consultorio a la vez que lidiar con ofrecimientos que me hacían periódicamente tales como: "porque en vez de seguir como psiquiatra (para colmo esa especialidad doctor!!!) no labura un tiempo como chofer de ómnibus hasta que todo se calme", o "mejor ponga un kiosco..."; otra: "se nos ocurrió que tal vez pueda ir un tiempo a una base a la Antártida, así de paso nos da una muestra de su patriotismo"; o bien situaciones límites como: "che! nos llegó todo el prontuario, viejo, usted está hasta las pelotas, así que vamos a ver que hacemos", entre otras.
Paulatinamente logré trabajar con una relativa tranquilidad, tras lograr, a través de un abogado conocido, que se me garantizara la vida y la libertad dentro de los paralelos que limitan mi provincia siempre y cuando no tuviera otra actividad que no fuera la estrictamente profesional: "ni a la Liga de padres ni madres de familia se le ocurra ir" me advirtieron. Por lo demás, se consideró como un castigo suficiente el haber padecido la tortura, la cárcel y la pérdida de mi primer esposa, de acuerdo a sus consideraciones a aquella altura de los acontecimientos.
Con lo de relativa tranquilidad me refiero al hecho de que de tanto en tanto hubieron algunos sobresaltos y "controles o supervisiones" tales como que se presentaba un paciente a la consulta y mientras explicaba los síntomas que lo aquejaban se descorría el saco para dejar visible su arma reglamentaria y yo debía hacer como que no la veía.
No obstante fui ganando espacio y con el tiempo me atreví a viajar a Buenos Aires a fin de recibir atención y proseguir con mi formación de postgrado, cosa que hice durante años. Asimismo participé activamente en un ciclo radial dedicado a la salud que fue nominado para el Martín Fierro, el cual le fue negado al conductor del programa debido a mi presencia en el mismo.
Y, obviamente, nunca mas fui invitado al programa.
En el año l978 conseguí, venciendo el temor a relacionarse conmigo que con razón sentían mis colegas, conformar un equipo: el Centro de Investigación y Atención Psicopatológica (CIAP) en el cual me desempeñé como director científico. En el mismo realizábamos un trabajo interdisciplinario destacado en la región en aquel entonces, atendiendo niños, adolescentes y adultos a nivel individual y grupal, en una experiencia muy fructífera.
En ese lapso prácticamente no surgieron mayores inconvenientes hasta que se produjo el Conflicto de Malvinas, circunstancia en que la junta de Defensa Civil de la ciudad solicitó nuestra colaboración ante una situación que se hacía cada vez más incontrolable para la misma. Participamos logrando pequeñas pero importantes respuestas como la suspensión de las prácticas de apagones durante la noche, o de los ejercicios de defensa ante posibles bombardeos en las escuelas, que generaban una situación de estrés y pánico, totalmente inútil y evitable, en la población.
Al finalizar la guerra hubo un nuevo remezón represivo: un grupo de los "servicios" (uno de ellos el esposo de una de mis pacientes, que a la vez había hecho algunas sesiones con uno de los terapeutas del equipo; otro era un compañero de estudio de mi esposa que, después nos enteramos, se había dedicado a ello durante años únicamente con la finalidad de controlar nuestros movimientos) se introdujo en la institución destrozando todo lo que encontraron a mano, robando equipos que usábamos para musicoterapia y distintos elementos y, en mi consultorio en particular, dejaron un simbólico y siniestro "recuerdo": alguien había defecado al lado del diván y se había limpiado con unas hojas donde habían anotaciones de mis pacientes. O para decirlo en otros términos: se pasaron el psicoanálisis por el culo, se cagaron en la psiquiatría y en la psicoterapia. Y tengo presente el asco que me produjo tener que limpiarlo, pues no quise someter a tal indignidad al personal, que - y no era para menos - estaba aterrorizado.
El advenimiento de la democracia me trajo aparejado personalmente una durísima transición. Tuve que reorganizarme nuevamente ante las nuevas condiciones. Algo así como desarmar el bunker externo e interno que había construido, una desdesfragmentación. Poco tiempo después un miembro del equipo falleció de un infarto y todo comenzó a diluirse.
Desde hace años realizo mi trabajo en forma individual, desplegando además una intensa actividad académica, cultural y los medios de comunicación. He tenido programas de radio y televisión, fundado y presidido instituciones profesionales y culturales importantes, publicado un libro, y desarrollado distintas tareas sociales. Tengo dos hermosos hijos, aunque no sin sufrir, ni ellos ni yo, divorcio con su madre de por medio, los efectos de todo lo acontecido, cabe decirlo.
Si bien lo expuesto habla de mi historia personal, lo hice con la idea de transmitir principalmente las vicisitudes de mi trabajo como terapeuta, así como de los distintos dispositivos a los que hube de recurrir para poder llevarlo a cabo.
Soy conciente de que en mi sobrevivencia intervinieron numerosos factores que la posibilitaron, aunque al decir de Semprún nunca se saben los verdaderos motivos por los cuales muchos seguimos vivos.
Respecto a la etapa que aquí describí es dable conjeturar que mis pulsiones de autoconservación apuntalaron mi trabajo intelectual a la vez que la ayuda que les brindé a mis pacientes devino en una reciprocidad solidaria. El intento de convertirme en un objeto despersonificado por parte de la Dictadura, se vio frustrado en tanto las circunstancias me condujeron a tender una red social de contención brindada por mis pacientes, lo cual fortaleció mi compromiso en mi trabajo con ellos, a través de lo cual pude conservar mi identidad, mis convicciones, mis sueños, mi memoria, mi autopreservación, mi dignidad.
Tal vez esta sea una historia en común con muchos colegas del campo de la salud mental. Si bien los trabajadores del campo psi, al menos quienes estuvieron y están implicados y comprometidos en la transformación de la realidad no solo interna, nunca contaron con el beneplácito de los sistemas de dominación imperantes, el Terrorismo de Estado fijó precisos objetivos en dicho sentido: impedir el ejercicio profesional o, en el caso de que fuera "necesario", suprimir a los profesionales mismos.
Y hoy nuevos métodos, producto de aquellos, buscan lograr efectos similares. Se trata ahora de suprimir a los pacientes, a las numerosas víctimas de un sistema económico cuya extrema crueldad mata de hambre y de afecto, destruye física y psíquicamente, como modo de aniquilar toda resistencia y esperanza.
Pero si antes sobraba el silencio y ahora nos están faltando las palabras, no cejaremos en encontrarlas o inventarlas. Palabras con contenido, esto es: palabras que se expresen en actos, en conductas eficaces, dignas, humanas.
Dr. Miguel Angel de Boer Comodoro Rivadavia, Noviembre de 2002.
deboer@sinectis.com.ar

(*) Presentado en el Primer Congreso Internacional de Salud Mental y Derechos Humanos organizado por la Asociación Madres de Plaza de Mayo, durante el 14 al 17 de Noviembre de 2002 en la ciudad de Buenos Aires