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Espartaco: La gloria de un esclavo convertido en guerrillero

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"Son pocos los que esperan la libertad, lo que desea la mayoría son dueños justos"
Cayo Salustio Crispo, 86 -34 a .C.

Las fuentes históricas que hablan de Espartaco, esclavo y gladiador romano de origen tracio que entre los años 73 y el 71 a .C. correspondientes al periodo tardo-republicano, lideró una importante revuelta de esclavos son escasas e inciertas, y a pesar de ser un personaje absolutamente histórico de carne y hueso, su significación moderna es más bien simbólica. Sin embargo es una certeza que la revuelta de Espartaco, fue uno de los acontecimientos sociales más estremecedores de su época y que puso en serio peligro el orden establecido de la antigua Roma.
Espartaco provenía de Tracia, territorio habitado por un conjunto de tribus y pueblos de origen indoeuropeo, procedentes de Asia central, que se establecieron hace 7000 a .C. en las llanuras entre los Cárpatos y el Mar Negro actualmente Bulgaria, Rumania, Hungría, parte de Ucrania, de Croacia, Bosnia, Serbia, Macedonia, Grecia e incluso parte de Turquía. Con el expansionismo romano Tracia fue anexada como estado cliente en el 46 a .C. sin que antes los tracios dieran duras peleas a sus conquistadores. Con el pasar del tiempo el pueblo tracio se vio asimilado por la civilización romana y absorbido por la maquinaria política, militar y cultural más poderosa de la Antigüedad desapareciendo como nación y pueblo

independiente.
Espartaco fue enrolado en las tropas auxiliares del ejercito romano y posteriormente debido a su deserción, hecho esclavo y vendido como gladiador. La tradición dice que era un hombre robusto, inteligente, con grandes dotes humanas y de liderazgo, atribuciones que seguramente tuvo que tener para lograr que más de 100.000 esclavos lo siguieran en su desesperada empresa hacia la libertad.
 
La esclavitud en la sociedad romana

Antes de contar sobre la revuelta de Espartaco es bueno mencionar algunas consideraciones sobre la historia del sistema esclavista durante la época romana.
Durante la historia romana, se produjeron múltiples revueltas populares y de esclavos. Antes de la revuelta de Espartaco hubo 5 grandes rebeliones y miles de revueltas locales entre ellas una que fue particularmente seria, una auténtica guerra civil. Entre el 136 a .C. y el 132 a .C. se produjo en Sicilia, donde la mayoría de los esclavos se dedicaba a la agricultura una revuelta conducida por el sirio Euneo, que reunió un ejército rebelde de 80.000 esclavos.
Euneo se hizo nombrar rey bajo el nombre de Antíoco. Durante tres años venció a todos los ejércitos enviados por Roma contra él, pero cuando trató de conquistar la ciudad de Mesina fue derrotado. La rebelión terminó con la crucifixión de más de 20.000 rebeldes. Sin embargo la más conocida y mítica de todas las revueltas en la época romana fue sin duda alguna la rebelión de los esclavos gladiadores liderada por Espartaco.
La esclavitud fue la base de la sociedad antigua. Su aparición se debe a la transformación de una sociedad nómada, cazadora y pastoril en otra agrícola, sedentaria y posteriormente urbana y latifundista. Tanto el proceso de concentración urbana como el latifundismo están a la base del sistema esclavista de la sociedad romana y las guerras de conquista eran el medio más eficaz para conseguir siempre más tierras y más esclavos; por esta razón Roma estaba en guerra permanente con sus vecinos.

El famoso historiador romano Tito Livio autor de la Historia de Roma ( 59 a .C. – 17 d.C.) arroja algunos datos sobre los prisioneros capturados reducidos a la esclavitud durante algunas épocas anteriores al Imperio:
Año 210 a .C. ............................. más de 10.000
Año 208 a .C. ............................................. 4.000
Año 202 a .C. ............................................. 1.200
Año 200 a .C. ........................................... 35.000
Año 197 a .C. .............................. más de 25.000
Año 190 a .C. ............................................ 14.000
Año 167 a .C. ............................ más de 150.000
En sus inicios, la sociedad romana era eminentemente rural. A partir aproximadamente del III siglo a.C. Roma comenzó su expansionismo y con el empezó también la cultura esclavista a gran escala. La expansión territorial alteró drásticamente la economía romana. Con las inmensas riquezas derivadas de la conquista de nuevos territorios y con el crecimiento del comercio con las provincias recién anexadas, se desarrollóun proceso de migración de la población del campo hacia los núcleos urbanos en donde los ricos patricios construían casas cada vez más suntuosas e imponentes que obviamente necesitaban de mucha mano de obra para su mantenimiento. Las familias patricias se enriquecían cada vez más, obteniendo grandes extensiones de tierra cultivable transformadas así en latifundios. Y mientras los amos permanecían en las ciudades disfrutando de una vida cortesana, dejaban a los capataces la administración de sus tierras trabajadas por esclavos.
La mayor fuente de aprovisionamiento de esclavos eran los pobladores de los territorios conquistados además de todas aquellas personas convictas de crímenes graves y los deudores, que se vendían a sí mismos o vendían a miembros de su familia para pagar sus deudas o inclusive personas nacidas libres que sin embargo eran tan pobres que al no poder auto-sustentarse preferían convertirse en esclavos (cosa bastante frecuente). También existía el peligro de ser hecho esclavo por los piratas que operaban en la rutas Mediterráneas y que atrapaban viajeros, comerciantes y marineros. En el mundo antiguo no había seguridad para nadie. Sin embargo lo grueso eran prisioneros de guerra resultantes de las campañas de conquista.
Este cambio social hizo que los pequeños campesinos libres que vivían de una agricultura de subsistencia fueron desplazados por los latifundios y los pocos que quedaron no pudieron competir con el sistema de producción a gran escala y se vieron forzados a emigrar hacia las ciudades donde se convirtieron en "proletarios" o "vulgus" hombres y mujeres libres que lo único que poseían eran sus propios hijos los cuales servían básicamente para engrosar las filas de un ejército permanentemente en guerra. De esta forma ciudadanos romanos supuestamente libres entraban en una especie de "esclavitud militar" que duraba 20 años, bastante más dura que la esclavitud real de la mayoría de los esclavos. El destino más duro era para los criminales convictos y los esclavos revoltosos y peligrosos que eran enviados a las minas y a las galeras (barcos romanos que se impulsaban constantemente a remo).

 

Así que surgió un negocio sumamente lucrativo: la compra-venta por lo general en forma de subastas masivas de esclavos. Otro elemento que aumentaba constantemente la necesidad de obtener esclavos fue el creciente interés en los juegos y espectáculos circenses (antigua costumbre etrusca de carácter funerario) por parte de la población, que implicaban la utilización de gladiadores
-esclavos- que servian para el combate entre ellos y contra

animales salvajes en la arena, factor que disparó la demanda de esclavos.
A partir del siglo II a.C. se introdujeron esclavos de todas las etnias y tribus conocidas del mundo antiguo. En la época imperial entre los siglos I y II d.C, los emperadores tuvieron que hacer leyes que facilitaran la libertad de los esclavos pues era tal la cantidad de esclavos que sobrepasaron en gran número a los ciudadanos libres. Con el pasar de los siglos llegaron a ser mayoría absoluta dentro de la población. En la península itálica, en total llegaron a constituir el 70% de la población antes de la caída del Imperio de occidente.
Los patricios les tenían auténtico temor, ya que podían percibir el odio que estos les profesaban íntimamente. Quizás por esta razón la legislación romana concerniente a la esclavitud fue terriblememente dura y daba a los amos derecho absoluto sobre la vida de su esclavos equiparándolos con los animales domésticos.
Los esclavos no tuvieron derecho a casarse hasta bien entrada la época imperial cuando la ley les permitió casarse entre ellos. Sus hijos eran propiedad del patrón, los padres no tenían ningún derecho sobre los hijos.
Durante la época imperial, algunos esclavos pasaron a ocupar cargos de gran importancia dentro de la corte, los emperadores hacían uso de sus servicios incluso para gestionar el tesoro público, algunos de ellos incluso llegaron a ser estrechos colaboradores del emperador.
Los amos tenían la facultad de liberar a sus esclavos. Los "libertos" que eran los esclavos manumisos, bien cuando el amo fallecía (dejando constancia en el testamento), o bien en vida en agradecimiento por los servicios prestados, muchos de ellos eran liberados cuando se hacían mayores y ya no podían prestar servicio.
A pesar de ser libres no tenían derecho a la ciudadanía romana, o sea no tenían los derechos de los ciudadanos libres. Sus descendientes eventualmente nacían con plenos derechos de ciudadanos romanos, no obstante siempre existía el estigma del nombre pues un liberto asimilaba el nombre de quién había sido su amo, y por lo tanto se sabía claramente quién provenía de una familia libre y quién descendía de un esclavo liberado.
Según algunos historiadores, la esclavitud antigua desapareció recién bajo el reinado de Carlomagno 747-814 d.C. En esa época la misma iglesia cristiana poseía todavía gran número de esclavos: el teólogo anglosajón Alcuino, uno de los principales colaboradores de Carlomagno, disponía de 20.000 esclavos en sus cuatro abadías. Un 20 por ciento de la población de la Europa carolingia estaba conformada por esclavos. Ciertas formas de esclavitud medieval se mantuvieron en Europa hasta el siglo XV y sólo comenzaron a desaparecer cuando la trata de esclavos africanos empezó a reemplazarlas.
   
La revuelta de Espartaco

En el año 73 a .C. en la escuela de gladiadores de Léntulo Batuatus en Capua (cerca de Nápoles) unos 200 gladiadores organizaron una fuga que fue descubierta y frustrada. Solamente 70 de ellos lograron finalmente escapar  entre los cuales se encontraban el tracio Espartaco y el galo Cirxus.
Los fugitivos se llevaron algunas armas de gladiadores y se refugiaron en los bosques al pie del volcán Vesubio de donde salían para cometer atracos a los viajeros que transitaban por las carreteras. Como en el caso del legendario Robin Hood, al grupito de fugitivos y ladrones se le fueron sumando otros: esclavos fugados, ladrones y toda clase de marginados, que sobrevivía como podían de los asaltos y de los alimentos  que campesinos y esclavos les suministraban  por simpatía. Espartaco acordó con sus hombres que los botines, frutos de los atracos, fueran repartidos en partes iguales entre todos los miembros de la banda, cosa poco frecuente entre ladrones.


Después de algunos meses viviendo de esta forma se enfrentaron a un pequeño grupo de soldados romanos regulares y habiéndolos vencido se apoderaron de sus armas que desde un punto de vista tecnológico eran muy superiores a las armas de circo que habían estado usando hasta el momento.
Al principio el poder central de Roma no les prestó mucha atención pues era bastante común que existieran bandas de ladrones de carreteras. Así que el grupo gracias al liderazgo de Espartaco fue creciendo paulatinamente.
Cuando en Roma se dieron cuenta de la magnitud del problema enviaron unas legiones de soldados al mando de Caio Clodio. Este se apostó a la salida de la única via que bajaba del Vesubio esperando que los bandidos bajaran para matarlos. Sin embargo Espartaco lo rodeó, lo tomó por sorpresa, y lanzó algunos de sus hombres amarrados a unas cuerdas por los acantilados justo por encima de los soldados romanos, venciéndolos fácilmente. Esta fue la primera acción militar de importancia del ejército esclavo. A esta batalla le siguió el choque con el pretor Publio Varino. Espartaco con sus técnicas de guerrilla mezcladas con el aprendizaje en el circo no solamente que lo venció, sino que se apoderó de los caballos además de todo el armamento.
Rápidamente la banda de ladrones se convirtió en un ejército rebelde y la revuelta se extendió por todo el sur de la península Itálica. El escritor romano Salustio cuenta sobre la masacre por parte de los esclavos de sus amos y que según el cuenta el mismo Espartaco intentó frenar.
El plan de Espartaco era dirigirse hacia el norte y llegar hasta territorios que no estuvieran bajo el dominio romano y allí liberar a los esclavos. Desafortunadamente empezaron los desacuerdos entre los guerrilleros.
Cirxus que lideraba a los galos decidió separarse de Espartaco. Se presume que Cirxus quería enfrentar a los romanos y no fugarse a territorios más allá de los Alpes según el plan de Espartaco. A raíz de estas discrepancia inclusive empezó una lucha intestina entre las dos facciones.
Aprovechando esta debilidad fueron enviados para aniquilar al movimiento rebelde dos cónsules Lucio Gellio y Gneo Cornelio Lentulo. Cirxus con 20.000 galos se les enfrentó y fue vencido cerca del monte Gargano en donde murió.
Aún cuando la división del grupo debilitó el movimiento Espartaco logró llegar hasta la ciudad de Modena en Italia del norte evitando el enfrentamiento directo con el ejército romano. A este punto su ejército contaba con aproximadamente 120.000 hombres y habiendo casi alcanzado su objetivo de traspasar los Alpes, cedió a las presiones de sus hombres que querían devolverse hacia el sur ya que, en un exceso de confianza, querían saquear la ciudad de Roma.
Desafortunadamente Espartaco no logró controlar a sus hombres y no le quedó más remedio que ceder y aceptar lo que la mayoría decidió.
Fue enviado el cónsul Marco Licinio Crasso contra Espartaco. Su plan era el de rodear a Espartaco en el Piceno en el centro de Italia. Sin embargo su lugarteniente Mummio, desacatando las ordenes de Marco Licinio atacó a Espartaco y una vez más las legiones romanas fueron vencidas permitiéndoles así el paso hacia el sur.
Espartaco tenía en mente un nuevo plan: el desembarcar en Sicilia en donde la revuelta de los esclavos y los campesinos nunca fue del todo aplacada desde los tiempos de Antíoco unos 70 años antes. Sin embargo los piratas con los cuales había negociado el traslado en sus barcos, lo traicionaron delatándolo con el gobernador de Sicilia, Verre. A último momento les negaron las embarcaciones y las costas de Sicilias fueron protegidas por el ejercito romano.
Mientras tanto Crasso iba tras las espaldas de Espartaco. Crasso pidió ayuda al senado romano para que le enviara refuerzos. Fue llamado el poderoso general Pompeo quien se encontraba en España sofocando la revuelta de Sartorio y desde Macedonia llegaría en barcos Marco Licinio Lucullo rodeando así Espartaco.
Para complicar las cosas se produjo una nueva división entre las filas de Espartaco. Los galos de Casto y los germanos de Giaunico decidieron enfrentarse a Crasso que los venció. Espartaco cuando se enteró del inminente desembarco de Marco Licinio Lucullo en Brindisi se fue retirando hacia el norte donde lo estaba esperando Pompeo con sus tropas. En Apulia se produjo el choque. Fue la batalla final para Espartaco. 60.000 esclavos murieron, entre los cuales Espartaco. Su cuerpo nunca fue encontrado. Los romanos perdieron más de 1.000 hombres y hicieron 6.000 prisioneros. Alrededor de 5.000 esclavos lograron escapar solamente para caer en las manos de Pompeo más al norte. Más de 2.000 prisioneros fueron crucificados a lo largo de la via Apia, la principal arteria que conectaba el sur de la península con la capital.
La figura de Espartaco, por su coraje y su calidades de lider se trasformó muy rápidamente en un mito inclusive durante la misma época romana. Con el pasar del tiempo su imagen se trasformó en un paradigma y en una referencia de pensadores y políticos como Marx, Rosa Luxemburgo y otros que lo tomaron como símbolo de la rebeldía de las clases explotadas contra los opresores.
La imagen de Espartaco como libertador de las masas oprimidas explica que, ya en el siglo XX, diera nombre al periódico de Karl Liebknecht y a la corriente comunista que éste lideró durante la revolución alemana de 1918-19 (los «espartaquistas»).
 
La rebelión de los gladiadores
http://www.engels.org/marxismo/marxis6/mar_6_9.htm
Elena Arana
Los hechos reseñados por la historia como la Guerra de los Esclavos o la Guerra de los Gladiadores sucedieron entre los años 73 y 71 antes de Cristo.
"Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de lucha de clases.   Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.    En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos, dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones. En la Roma antigua son los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos...."   El Manifiesto Comunista, K. Marx y F. Engels
La edición en castellano del libro de Arthur Koestler (Budapest 1905 - Londres 1983) nos acerca al conocimiento de la rebelión de los gladiadores y esclavos huidos de sus amos, que formando un pavoroso ejército encabezado por Espartaco, hicieron temblar a la legión imperial romana, sirviendo de inspiración al movimiento marxista internacional, como demuestra la formación de la "liga espartaquista" en los años de la oposición marxista de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, en el partido socialdemócrata alemán.
El mosaico de la república romana nos es presentado en el prólogo a través de los pensamientos del primer escriba del Tribunal del Mercado, Quinto Apronius. Sale a la calle y a la vista de un grupo de trabajadores, esclavos municipales, piensa:
"Los tiempos se vuelven cada vez más amenazadores. Apenas han pasado cinco años desde la muerte de Sila y el mundo ya está descarriado. Sila, ése sí que era un hombre, sabía cómo mantener el orden, cómo someter al populacho con su puño de hierro. Le había precedido un siglo entero de inestabilidad revolucionaria: los Graco con sus demenciales planes de reforma, las espantosas rebeliones de esclavos en Sicilia, la amenaza de la multitud desenfrenada cuando Mario y Cinna armaron a los esclavos de Roma y los empujaron a luchar contra el gobierno de la facción aristócrata.
 Se tambalearon los cimientos de la civilización mundial: los esclavos, esa gentuza hedionda y brutal, amenazaban con tomar el poder y convertirse en los señores del mañana.    Pero entonces llegó Sila, el salvador, y decapitó a los revolucionarios más importantes y obligó a los cabecillas de la facción popular a exiliarse en España. Abolió la distribución gratuita de cereales y otorgó al pueblo una nueva y severa constitución que debería haber durado miles de años, hasta el final de los tiempos. Pero por desgracia los piojos invadieron al gran Sila y lo devoraron.    Sólo han pasado cinco años, y sin embargo ¡qué lejanos parecen aquellos días felices! otra vez el mundo está amenazado y conmocionado, otra vez hay cereal gratis para holgazanes y gandules, mientras tribunales populares y demagogos pronuncian una vez más sus espeluznantes arengas. Privada de un líder, la nobleza transige, vacila, y el populacho vuelve a alzar la cabeza".
La rebelión
La necesidad obligó a la rebelión del inmenso rebaño de fatigados esclavos que habían sido tratados más despiadadamente que las bestias de carga, reclutados de las más diversas tribus, rebajados y degradados por el constante abuso, por tener que trabajar en cuadrillas encadenados bajo el látigo, obligados a combatir hombre contra hombre y contra bestias en la arena, llenos de rabia, de deseo de venganza, y desamparados, siempre listos para la insurrección violenta.
El ejército de esclavos marchó sobre la adorada, bendita región de Campania; tan antiguo como sus colinas era el conflicto sobre su control por ser el granero de las legiones, el más preciado tesoro nacional.
Desde los tiempos de Tiberio Graco ( 130 a .JC.), los patriotas habían intentado liberar al país del dominio de los grandes terratenientes y repartirlo entre la gente sin tierras, pero fueron ahogados, golpeados o apedreados hasta morir y los usureros y especuladores regresaron. La aristocracia chupaba la sangre a los granjeros y pequeños arrendatarios, los expulsaba, les compraba las tierras, les arrebataba toda posibilidad de progreso. Así, los campesinos fueron reemplazados por los grandes terratenientes y los trabajadores libres por los esclavos, cuyo número crecía con cada guerra. No había alternativa. Pandillas de granjeros expulsados atestaban los caminos, se dedicaban al robo, se escondían en las montañas.
El rumor se extendió a lo largo y ancho del territorio de Campania: cuando el sol estaba alto y el demonio del mediodía acechaba los campos e inspiraba pesadillas a los capataces dormidos, granjeros y esclavos se sentaban a hablar de los bandidos. No eran bandidos vulgares, sino gladiadores. Campania nunca había visto nada igual. Y los rumores, que cruzaban las tierras con mayor rapidez que el mensajero más veloz del Senado, mencionaban la victoria de la horda de esclavos sobre las legiones romanas. Cuanto mayor era la distancia del lugar de los hechos, más imaginativas y gozosas se volvían las anécdotas, y así como un remolino en el agua ignora la forma de la piedra que lo creó, la leyenda había olvidado al improvisado ejército del calvo pretor, incapaz de enfrentarse a un grupo de bandidos harapientos y roñosos gladiadores; el rumor sólo contaba que Roma había sido vencida y que los vencedores eran esclavos, pero aún decía más, hablaba del adversario, un héroe alto vestido con una piel que acogía a pobres y oprimidos en su vengativa horda.
Las páginas que describen la rebelión de los esclavos y su marcha a través de las regiones, atrayendo como un imán a todos los oprimidos, inspiran a todos los luchadores.
El Estado del Sol 
"Necesitamos una ciudad, -dijo Espartaco- pero no sólo una ciudad, sino muchas, una fraternidad de ciudad de esclavos, en las que no habrá esclavos.
-¿Por qué los fuertes deben servir a los débiles? ¿Por qué los duros deben servir a los blandos, por qué la mayoría debe servir a unos pocos? Custodiamos su ganado y sacamos al ternero sangrante de las entrañas de su madre, aunque no se trate de nuestro rebaño. Construimos estanques donde nunca podremos bañarnos. Nosotros somos la mayoría y estamos obligados a servir a unos pocos. Explicadme porqué.
Somos la mayoría -dijo Espartaco- y si les hemos servido es porque estábamos ciegos y no buscábamos razones, pero ahora que empezamos a hacernos preguntas, han dejado de tener poder sobre nosotros. Os lo aseguro, en cuanto nosotros comencemos a buscar razones, ellos estarán acabados y se pudrirán como el cuerpo de un hombre a quien han arrancado los brazos y las piernas.
Os lo repito, necesitamos esas ciudades amuralladas, cuyos muros nos protejan... no tenemos máquinas de sitio y las murallas no caen por sí solas. Sin embargo, acamparemos frente a ellas y a través de todas sus puertas o rendijas, enviaremos mensajes a los siervos del interior, repitiendo nuestro mensaje una y otra vez hasta que llegue a sus oídos: ‘Los gladiadores quieren preguntaros por qué los fuertes deben servir a los débiles, por qué la mayoría debe servir a unos pocos’. Estas palabras caerán sobre ellos como una lluvia de piedras de las más poderosas catapultas, los siervos de la ciudad las oirán y alzarán sus voces para unir su fuerza a la nuestra. Entonces ya no habrá murallas".
¿Podían vencer los esclavos?
  La República romana parecía transpirar riquezas por todos sus poros y, sin embargo, estaba condenada a la destrucción. Ahora bien, ¿podría el ejército de esclavos y oprimidos derribarla?
A. Koestler nos recuerda lo que Marx señaló sobre el encarecimiento de la producción basada en la esclavitud:
"Aquí, para emplear la feliz expresión de los antiguos, el obrero sólo se distingue del animal y de los instrumentos muertos, en que el primero es un instrumentum vocale, mientras que el segundo es un instrumentum semivocale y el tercero un instrumentum mutum. Por su parte, el obrero hace sentir al animal y a la herramienta que no es un igual suyo, sino un hombre. Se complace en la diferencia que le separa de ellos a fuerza de maltratarlos y destruirlos pasionalmente. Por eso en este régimen de producción impera el principio económico de no emplear más que herramientas toscas, pesadas, pero difíciles de destruir por razón de su misma tosquedad. Así se explica que, al estallar la guerra de secesión americana, se encontraron en los Estados de esclavos, barridos por el Golfo de México, arados de viejo tipo chino, que hozaban la tierra como los cerdos o los topos, pero sin ahondar en ella ni volverla".
Debido al elemento bárbaro que constituía la mayoría de ellos, eran incapaces de derribar el poderoso sistema del Estado y de establecer uno nuevo, aunque entre ellos, algunos espíritus individuales hubieran perseguido esa ambición (Espartaco dijo: "unos llevan una ira enorme y justa en sus corazones, los otros sólo tienen los estómagos llenos de mezquina voracidad"). La única clase de liberación que ellos podían alcanzar no podía ser derribando la sociedad existente, sino escapando de ella, introduciéndose en las clases criminales, en el bandolerismo, cuyos números continuamente crecían, o traspasando las fronteras para unirse a los enemigos del imperio.
Y paralelamente a todos éstos había también multitudes de miles de ciudadanos libres y de esclavos libertados, numerosos restos de campesinos empobrecidos, arrendatarios arruinados y expulsados, miserables artesanos urbanos y, finalmente, el lumpenproletariat de las grandes ciudades, con la energía y la propia confianza del ciudadano libre que sin embargo había llegado a ser económicamente superfluo en la sociedad, sin hogar, sin un sentido de seguridad, dependiendo absolutamente de las migajas que los grandes señores les arrojaban movidos por la generosidad, por el terror o por el deseo de paz.
Así se anidó un odio violento de clase de parte del pobre hacia el rico, pero este odio de clase era completamente diferente al del moderno proletario. Toda la sociedad del presente está basada en el trabajo del proletariado. No tiene éste nada más que dejar de trabajar para que la sociedad caiga hecha pedazos.
La oposición entre el capitalista y el proletariado tienen lugar hoy en la factoría, en el taller; la cuestión es: ¿quién controlará el producto del trabajo, el propietario de la fuerza de trabajo o el propietario de los medios de producción? La lucha envuelve a toda la sociedad; es una lucha para establecer un modo superior de producción, en lugar del existente.
El antiguo proletariado, empobrecido, deseaba una parte en los disfrutes del rico, una diferente distribución de los beneficios, no de los medios de producción, un saqueo del rico, no una alteración en el modo de producción.
Todavía menos podían los campesinos y los artesanos pensar en tratar de instalar un modo superior de producción. Estaban tan estrechamente relacionados con el lumpenproletariat y las aspiraciones de este último les eran tan halagadoras, que ellos tampoco tenían otro deseo o ambición que los de estos proletarios empobrecidos: una vida sin trabajo, a expensas del rico, un comunismo por medio del saqueo al opulento.
La sociedad romana, al final de la República y durante el Imperio, presenta, inmensas oposiciones sociales, muchos odios de clase y muchas luchas de clase, insurrecciones y guerras civiles, un deseo ilimitado de una vida diferente y mejor, así como la abolición del orden social existente. Pero no muestra que se haga ningún esfuerzo en el sentido de introducir un nuevo y más elevado modo de producción.
Los requisitos previos, morales e intelectuales, para semejante movimiento, no se hallaban presentes; ninguna clase poseía el conocimiento, la energía, el conocimiento del trabajo, requeridos para ejercer presión efectiva en la dirección de un nuevo modo de producción, faltando también los requisitos previos materiales, sin los cuales aun la idea de tal cosa no podía surgir.
El programa revolucionario de los gladiadores
 A. Koestler nos inquieta con el problema básico de la ética revolucionaria, en las páginas dedicadas a la "ciudad del sol": la ley de los desvíos para justificar "el socialismo en un sólo país"... ¡Con qué claridad nos muestra los caminos hacia el precipicio de la Ley de los desvíos que tiene perversas reglas propias, en el momento histórico del ascenso del estalinismo! En la entrada de la ciudad del sol, se alzaban las cruces de aquellos que no obedecían la ley: pero si tenemos que elegir un pasaje para ver la renuncia a extender la revolución, nos quedamos con la alianza y firma del tratado entre los de la ciudad del sol y la ciudad de Turio: "Los soldados de Espartaco no se acercarían a la ciudad. Además Espartaco dejaría de instigar a la rebelión a los esclavos de Turio en cuanto esta alianza se hiciera efectiva."
Espartaco estableció, en la ciudad del Sol, los principios básicos del comunismo primitivo: ningún hombre acosará u oprimirá a su vecino, nadie estará al servicio de nadie pues todos servirán a la comunidad, cada uno realizará el trabajo apropiado a su fuerza y capacidad.
"Sabemos -exclama Plinio en su Historia Natural- que Espartaco prohibía a todos en su campamento poseer oro o plata. ¡Cómo nos sobrepasan en grandeza de espíritu nuestros esclavos huidos! El orador Mesala escribe que el triunviro Antonio había hecho uso de vasijas de oro para sus más bajas necesidades personales ... Antonio, que así degradó el oro, haciéndolo la cosa más baja de la naturaleza, habría merecido el ser declarado un proscrito. Pero sólo un Espartaco hubiera podido proscribirlo".
Espartaco quería una ciudad amurallada, regida por sus propias leyes, y sus ciudadanos no se verían afectados por la ley y el orden del mundo exterior. Sin embargo, desde el momento mismo de su fundación, la ciudad se vio atada al sistema imperante por miles de hilos, atrapada en su red de forma invisible pero inexorable.
Y así en vista de que los siervos de Italia no se rebelaban y de que los aliados de Espartaco no habían llegado a tierras italianas, los habitantes de la ciudad de los esclavos se quedaron solos frente a un mundo hostil.
Y así detenidos en el reino de la necesidad, aquellos que habían decidido vivir como humanos fueron obligados a convertirse en lobos, y por ello a luchar como fieras en un combate bárbaro frente a una república condenada al fracaso pero poderosa frente a ellos.
Y aquí nos detenemos en el momento en que Craso (el banquero) explica al joven Catón, la política económica de Roma con una sarcástica terminología marxista.
Craso dice: " La República se ahoga en el vicio y la intemperancia. Y sabes cual es la causa de este libertinaje?
- El alejamiento de la humanidad de las virtudes naturales, respondió el joven. Perdona -dijo Craso- pero la causa de la depravación moral es la depreciación del arrendamiento del suelo y el descenso de las exportaciones. Yo te explicaré la relación entre una cosa y otra.
Si observas el balance general de las cuentas del Estado romano, descubrirás que en el mundo comercial estamos representados sólo por dos artículos de exportación: a) vino y b) aceite. Sin embargo, importamos productos de todo el mundo, desde cereales a mano de obra, o sea esclavos, y todos los artículos de lujo que saturan el mercado. ¿Cómo crees que paga Roma este exceso de importación?
- Supongo que con dinero, o sea con plata, dijo Catón. Te equivocas, respondió Craso. En Italia no hay minas de plata. El gran truco del Estado romano es recibir productos de sus colonias sin pagar por ellos. Eso significa, por ejemplo, que todo lo que nuestros desgraciados súbditos asiáticos exportan a Roma se acredita a sus cuentas de impuestos. En otras palabras, lo recibimos todo a cambio de nada, y por extraño que parezca, ésa es la causa de nuestra decadencia, pues a los burgueses romanos ya no les conviene fabricar objetos, los granjeros no pueden ofrecer precios tan bajos como los del trigo importado y los artesanos no pueden competir con la mano de obra barata de los esclavos. Por esa razón, la mitad de la población libre de Italia está desempleada y hay dos veces más esclavos que burgueses. Roma se ha convertido en un estado parásito, "el vampiro del mundo", como el trabajo ya no tienta a nadie en Italia, tampoco desarrollamos nuestros medios productivos.
El equipamiento agrícola de los bárbaros galos es técnicamente superior al nuestro, y en casi todas nuestras provincias la industria ha evolucionado mucho más que aquí. Lo único que somos capaces de crear son máquinas de guerra o de juegos. Si por cualquier razón se paraliza el suministro de trigo del exterior, sobrevendría una época de hambre y rebeliones, como ocurrió hace dos años. Sin embargo, con el sistema actual de importación, nos ahogamos en trigo, y una buena cosecha se convierte en una maldición para el agricultor, que tiene que vender su campo y marcharse a la capital a recibir por caridad el cereal que ya no puede producir con su trabajo. ¿No te parece una situación descabellada?".
En el epílogo, A. Koestler nos muestra los pensamientos del primer escriba del Tribunal, que en la oscuridad de su habitación, oye unos pasos rítmicos y apagados en la calle; son los esclavos de la construcción que vuelven de trabajar, le parece ver sus caras lúgubres, desdichadas, los grillos en sus muñecas, y entre ellos, imagina ver al hombre de la piel con una mirada altiva, furiosa, y una espada en la mano, aunque sabe que el esclavo tracio lleva muerto más de un año; inspirará nuevas luchas porque, la vida es breve, y si vivimos, vivimos para marchar sobre la cabeza de los reyes.
Los gladiadores, Arthur Koestler

http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article664.html
En el año 73 a .C., setenta gladiadores encabezados por el galo Cirxus y el tracio Espartaco huyeron de la escuela de Léntulo Batuatus para escapar del trágico destino de una muerte degradada a la condición de espectáculo. Así arranca una de las aventuras más fascinantes de la historia, un episodio que Koestler recrea como ejemplo paradigmático de cómo los movimientos de liberación pueden desembocar en una tiranía.
A las puertas del centenario del nacimiento del controvertido escritor Arthur Koestler, parece el momento idóneo para recuperar esta obra en una edición asequible a todos los públicos, y que además puede leerse en contraposición a la que diera Howard Fast, sobre el mismo tema, en Espartaco.

Publicada anteriormente en la colección de Narrativas Históricas con el título Espartaco. La rebelión de los gladiadores, se ha intentado mantener un diseño similar para no llevar a engaño, pero recuperar una traducción más fiel del título original para distinguirla claramente de la obra de Howard Fast y evitar la confusión de los lectores.
 
Fragmento del libro
"La vía Apia se estrechaba hacia el sur, una interminable procesión de mojones, árboles y bancos. Estaba pavimentada con grandes bloques cuadrangulares de piedra y regulares setos de cactos se alineaban sobre sus flancos inclinados. Tanto piedras como plantas estaban cubiertas con una capa de polvo harinoso. Hacía calor y reinaba un profundo silencio.
La posada de Fanio se alzaba junto al segundo mojón al sur de Capua, y aunque era la época más activa del año, estaba vacía. Corrían tiempos malos e inseguros, y sólo viajaban aquellos que no tenían más remedio que hacerlo, pues pandillas de rufianes ignorantes vagaban por el campo, volviendo arriesgado el tránsito y el comercio- El camino no había visto pasar ningún cliente potencial desde el mediodía, a excepción de dos grupos de viajeros aristócratas que se dirigían a Baia y que nunca hubieran posado sus ojos en la posada de Famo.
Fanio estaba detrás del mostrador, escuchando el balance de cuentas de su contable. La habitación, saturada de humos hediondos, olía a tomillo y cebollas. Dos camareras maquilladas arrojaban los dados sobre una mesa para decidir cuál de ellas debía atender al próximo cliente. Los criados masculinos, robustos, de cuello corto y grueso, aptos para cualquier tarea, estaban ocupados en los establos o disfrutaban de sus siestas en el patio sombrío bajo nubes de mosquitos. De repente se oyeron voces bulliciosas en la entra da. Cuando Fanio se levantó para ver qué ocurría, la puerta se abrió precipitadamente y una multitud ruidosa entró en el local. Había al menos cincuenta o sesenta personas y el lugar se llenó de inmediato. Los recién llegados llevaban extraños instrumentos, similares a los que se usaban en el circo. Casi todos parecían muy animados y reían o proferían gritos innecesarios. Uno de ellos llevaba la piel de un animal cruzada sobre un hombro, en lugar de ropas decentes. Permanecieron de pie, con evidente incomodidad, dirigiendo miradas lascivas a las camareras. Por fin, uno de ellos exigió que les prepararan una mesa en el patio.
Fanio contempló aquel grupo de personas y, sin excesiva prisa, ordenó a sus sirvientes que llevaran bancos y taburetes fuera. Las camareras se humedecieron las cejas, intercambiaron muecas de disgusto y comenzaron a poner la mesa. Los huéspedes se sentaron y reinó un silencio expectante. Entre ellos había varias mujeres. En la cabecera se sentó un gordo de bigotes caídos y ojos de pez. Llevaba una cadena plateada al cuello y parecía una foca triste. Las camareras iban y venían colocando vasos y jarras sobre la mesa, pero el gordo las arrojó al suelo con el brazo.??
-Llevaos esto -dijo-, queremos un barril.
Las jarras de cerámica se estrellaron contra las piedras del suelo y los demás rieron. Una mujer delgada y morena golpeó la .mesa con sus puños pequeños e infantiles
Fanio se aproximó al gordo con pasos indolentes y sus criados cuellicortos formaron un muro a sus espaldas. Cuando le .tocó el brazo, todo el mundo se calló la boca. Fanio, un individuo regordete, con un solo ojo y hombros corpulentos, miró de arriba abajo a cada uno de sus clientes
  — ¿De qué arena os habéis escapado? —les preguntó.
El gordo apartó la mano de Fanio de su brazo y respondió:
 -El que pregunta demasiado, se expone a escuchar demasiado. Ahora queremos nuestro barril.

 Fanio permaneció inmóvil un momento, mirando a sus huéspedes, que a su vez miraron a Fanio sin decir nada. El silencio se prolongó unos instantes, hasta que por fin Fanio guiñó un ojo y sus hombres arrastraron el barril hacia la mesa. Fanio esperó que lo abrieran y se marchó. Las camareras regresaron para llenar las copas, pero los comensales ya se habían amontonado en torno al barril y se servían solos. Luego pidieron la comida. Las camareras llevaron varias fuentes y los comensales comieron y bebieron hasta ponerse de muy buen humor, mientras los criados cuellicortos los observaban apoyados contra la pared.
Cuando empezó a oscurecer, el gordo llamó al propietario de la posada. Fanio se acercó y comprobó que varios comensales dormían sobre las mesas y otros sostenían a las camareras -que también parecían muy animadas- sobre sus regazos.
El gordinflón, con un aspecto tan melancólico como antes, pidió a Fanio que preparara habitaciones para todo el grupo. Algunos huéspedes protestaron, gritando que era necesario seguir adelante; pero el gordo dijo que aquel lugar era tan bueno como cualquier otro para pasar la noche. Fanio guardó silencio. La delgada joven morena reconoció que el gordo tenía razón y que podrían poner guardias en las puertas. El gordo respondió que ya habían discutido bastante y que el posadero debía preparar las camas y la ropa de cama. Por fin Fanio dijo que no tenía ni camas ni ropa de cama y les rogó que pagaran y se marcharan.
Los comensales permanecieron en silencio. Un instante después, el hombre de la piel le dijo a Fanio que no debía temer nada, pues llevaban suficiente dinero para pagarle-Tenía una cara ancha y bondadosa, cubierta de pecas, y sus extremidades angulosas, junto a su forma de sentarse —con los poderosos codos apoyados sobre las rodillas—, le daban el aspecto de un leñador de las montañas. Fanio lo miró, el hombre de la piel le devolvió la mirada y Fanio giró la cara. Uno de los comensales, un hombre pequeño y delgado, soltó una carcajada desagradable y arrojó al propietario una bolsa de monedas. Fanio la recogió, pero insistió en que debían retirarse. Los comensales guardaron silencio. Fanio esperó unos instantes, hizo un guiño y los cuellicortos se acercaron. Entonces el gordo se incorporó y Fanio retrocedió unos pasos. Permanecieron allí de pie, barriga frente a barriga. Fanio miró al gordinflón y le advirtió que en sus tiempos se las había visto con bandidos más grandes y mejores que él. Su manotazo fue rápido y astuto, pero el gordo le hundió la rodilla en el estómago y lo arrojó contra la pared, donde el propietario de la posada se acurrucó gimoteando.
Uno de los grandullones de cuello corto alzó el brazo y todos se arrojaron sobre el gordo. Los que dormían despertaron, las camareras gritaron, los trípodes se astillaron y el estrépito de las jarras ahogó el crujido de los huesos contra los cuales se estrellaban. Sin embargo, las extrañas armas de los comensales eran superiores a las porras de los criados y la refriega no duró mucho tiempo.
El patio se convirtió en un caos. Los criados retro cedieron y se apiñaron junto al establo. Las camareras les vendaron las heridas, pero fueron incapaces de ayudar a dos de ellos, que fueron arrastrados fuera de allí. Los comensales merodeaban, vacilantes, bromeaban y se burlaban de los criados. Los cuellicortos guardaban silencio y algunos miraban a Fanio, que seguía acurrucado junto a la pared.
El hombrecillo delgado se dirigió hacia Fanio con pasos cortos y afectados y se inclinó sobre él. Fanio giró la cabeza y escupió. Solícito, el hombrecillo le propinó un puntapié en el pubis y Fanio se dobló haciendo arcadas.
-Ya te han sacado un ojo, pero ahora vas a perder algo más —dijo el hombrecillo-. Eso es lo que le pasa a la gente que busca problemas, y nada menos que con Crixus. —Rió dando una palmada a la barriga del gordinflón.
 Sin embargo, Crixus no rió. Con sus bigotes caídos y sus ojos apagados, tenía todo el aspecto de una foca triste.
Los criados cuellicortos seguían apiñados junto al establo, custodiados por varios comensales armados. El hombre de la piel cruzó el patio y se detuvo frente a los sirvientes. Todos lo miraban.
 -¿Y ahora qué vamos a hacer con vosotros? —les preguntó. 
Los criados lo observaban con ojos serenos y atentos. Les gustaba mirar así.
 -¿Qué clase de personas sois vosotros? -preguntó uno de ellos
 -Adivínalo -gruñó el hombrecillo—. Quizá seamos senadores.
 -No nos importa que durmáis aquí -dijo uno de los cuellicortos-, siempre y cuando os larguéis por la mañana.
 -Gracias, eres muy amable —respondió el hombre de la piel con una sonrisa. Todos rieron, incluso algunos de los cuellicortos.
 -Os encerraremos para que paséis la noche con las vacas —dijo el hombre de la piel.
 -En realidad deberíamos acabar con vosotros —dijo Crixus-. Si alguno de vosotros intenta salir, lo mataremos de inmediato.
Los encerraron en el establo y aseguraron las puertas con candados de hierro. Dos de los huéspedes se quedaron a vigilarlos y otros dos centinelas se apostaron en la salida. Las camareras se marcharon a hacer las camas y a prepararse para una noche agotadora.
 

Espartaco: mito indestructible
http://www.sindominio.net/biblioweb/literatura/espartaco.html
Amador Fernández-Savater
Edhasa publica por primera vez en España la famosa obra de Howard Fast, Espartaco, que inspiró el clásico de S. Kubrick, concebida por el autor cumpliendo condena en la cárcel por desacato durante el macarthismo. Esta reseña aparece publicada bajo riguroso copyleft en el número 194 de la revista en papel El Viejo Topo (junio de 2004).
Roma y Espartaco
Para quien haya visto primero Espartaco de S. Kubrick, con Kirk Douglas al frente de un fenomenal reparto, la lectura de la novela en que está basado resulta algo sorprendente. Espartaco prácticamente no aparece, atraviesa las páginas de la historia como la sombra de un desaparecido, un espejo que devuelve a los romanos que lo escudriñan (el

filósofo Cicerón, Craso el militar, Graco el político, etc.) una imagen exacta de sí mismos y su mundo, que les hace sudar de miedo por las noches, meditar largamente la ruina posible de Roma, reafirmarse con violencia o intentar redimirse mediante la acción. Sin embargo, aunque la principal protagonista del relato es Roma, a lo largo de las páginas intuimos que en verdad únicamente existe Espartaco y que los romanos sólo son fantasmas de hombres que buscan desesperadamente aferrar algo real, vivo, bueno, puro o libre -de lo que ya no tienen apenas noticias en su vida cotidiana podrida de cinismo, oportunismo y miedo- en los testimonios sobre Espartaco, las historias de su mujer Varinia, los relatos de las hazañas rebeldes, etc. «(Roma) estaba obsesionada con Espartaco, porque Espartaco era todo lo que los romanos no eran».
En efecto, durante los últimos años de la República la corrupción ha penetrado todos los hilos que tejen Roma, las distintas clases sociales (patricios, caballeros, comerciantes, etc.) se relacionan entre sí mediante la violencia y el desprecio recíproco, la única significación que mantiene unida a la sociedad es el objetivo de acumular poder y dinero, los valores dominantes están troquelados en el molde de una sociedad del espectáculo: presente perpetuo, imagen y superficie. El circo, el cinismo hiper-sofisticado, el poderío militar, la libertad de las costumbres no colman de satisfacción a nadie: la angustia roe por dentro el corazón de la bárbara grandeza de Roma.
La organización social es una pantalla que no deja contemplar de frente y medirse al hecho decisivo que fundamenta todo el andamiaje colectivo: Roma es un gigantesco parásito que absorbe la fuerza y la vida entera de los esclavos, verdaderos productores del mundo. Desde la educación hasta la economía, la vida de Roma entera está cimentada sobre la sangre y los huesos de los esclavos, la «herramienta que habla». Por eso, como explica Cicerón, «un levantamiento de los esclavos implica más guerras que todas nuestras conquistas». Roma se basa en la producción masiva de miedo, desconfianza y resignación entre quienes la sustentan materialmente. Pero cuando un día los gladiadores desobedecen la máxima que se les tatúa diariamente en el alma, «gladiador, no hagas amistad con gladiadores», todo el edificio social salta por los aires. Los romanos (y son los más grandes de entre ellos quienes hablan) se descubren patéticos hombres huecos frente a la afirmación práctica y rebelde de dignidad, libertad, igualdad, vida.
Historia de las historias
Chesterton decía que el monárquico y conservador Walter Scott poseía de modo extraño el aliento de la Revolución porque consideraba que el lenguaje era el arma natural de los oprimidos. Howard Fast revela en Espartaco la misma profunda y decisiva intuición: en las historias y los mitos que las comunidades hacen y deshacen, tejiendo así entre ellas un lazo singular, viajan las semillas de revuelta contra todos los despotismos. En su celda de gladiador en Capua, «Espartaco había escuchado de labios de Crixo el relato de la continua e interminable lucha de los esclavos sicilianos, que había comenzado un siglo atrás». Los nombres de los esclavos rebeldes circulaban de boca en boca, con la magia y la dureza diamantina que tienen los nombres propios, agujereando el silencio decretado por los romanos: Eunos, Athenion, Salvio... Estos héroes no son de ninguna forma grandes hombres de esos que obligan a los demás a sentirse pequeños, sino todo lo contrario: al escuchar sus historias, «el corazón de Espartaco se henchía de orgullo y alegría, y un inmenso y purificador sentido de fraternidad y comunión le unía a esos héroes muertos».
Espartaco no sólo dejaba que su imaginación se inflamase del aliento de lo posible que insuflan los mitos, sino que decidió intervenir conscientemente en la creación de leyendas. Los artesanos de mitos no se limitan a fabricar efímeras consignas agit prop ni reciben pasivamente la espontaneidad creadora del colectivo anónimo que es la sociedad, sino que saben expresar la potencia de la experiencia común con imágenes y palabras. Así, Espartaco dispuso las cosas para que su propia figura expresara la potencia de la rebelión esclava y paralizase de miedo a los romanos: después de la primera batalla victoriosa contra las cohortes venidas directamente de Roma, dejó con vida a un solo romano para que transmitiese su nombre de vuelta al senado. El temor se apoderó inmediatamente de toda Roma, mientras el ejército de Espartaco crecía por momentos: «el relato comenzó a difundirse, la historia fue contada y vuelta a contar por cientos de personas cuyas vidas habían sido edificadas sobre la inestable estructura de la esclavitud». Espartaco sabe bien que las guerras se ganan en los imaginarios: en las hogueras de los campamentos y las villas patricias, la leyenda sobre la hechura extraordinaria del líder esclavo encoge el ánimo de los romanos, mientras que alarma de rebelión los oídos de los esclavos, «empapados de Espartaco».
«El fin de la historia ofrece un pálido reposo a todo poder presente», decía Guy Debord. El dominio de Roma, explica Craso en algún momento, es «infinito, ilimitado y eterno». No hay nada fuera de Roma, no habrá nunca nada distinto. A los esclavos, despojados durante toda su vida del acceso al conocimiento histórico, sólo les queda el mito, «las leyendas de un pasado en que todos los hombres y las mujeres estaban en pie de igualdad y en que no había ni amos ni esclavos y todas las cosas eran de propiedad común». El relato de los orígenes quiebra la imagen del poder eterno de Roma y enseña que en realidad los romanos sólo son usurpadores. Estos intuyen el peligro de dejar huellas que hablen de la rebelión y por eso Craso aniquila dos enormes estatuas talladas por los esclavos durante su trayecto nómada y belicoso: «destruiremos hasta su recuerdo y el significado de lo que hizo y por qué lo hizo». De igual modo, las referencias a los esclavos se borran de las actas del senado y a los historiadores se les prohíbe registrar los hechos. Los romanos saben bien hasta qué punto «los relatos se convierten en leyendas y las leyendas en símbolos».
  El principio Esperanza
Colgado en la cruz, último superviviente del ejército rebelde, que lideraba con otros, el judío David se pregunta «Espartaco, Espartaco, ¿por qué fracasamos?» Albert Camus decía en El hombre rebelde que los esclavos rebeldes cayeron finalmente de hinojos ante la leyenda de la imbatibilidad de Roma, justo en el momento en que la misma Roma temblaba. En ese caso, la leyenda de Roma pudo a la leyenda de Espartaco. Howard Fast apunta otras razones: hace falta mucho tiempo para que la atomización de lazo social entre los oprimidos pueda corregirse y estos se reconozcan como iguales entre sí; mientras tanto, el enemigo que se combate penetra insidiosamente en el mundo creado en la fuga por los rebeldes (por ejemplo, después de la muerte de su amigo Crixo, Espartaco manda combatir entre sí hasta la muerte a dos romanos prisioneros, como si fueran gladiadores). Unos dirán que los esclavos estaban perdidos desde el mismo momento en que decidieron no escapar, sino guerrear contra una fuerza numéricamente mucho mayor. Pero otros pensarán también que la derrota de los esclavos estaba inscrita precisamente en esa «arma natural» de que hemos hablado aquí.
Porque, ¿qué transmiten los relatos míticos? En primer lugar, esperanza. Para muchos, una ilusión altamente peligrosa. ¿No lo demostraría así la fe ciega en un líder como Espartaco, la confiada certidumbre de la victoria final entre los esclavos? Mientras esperamos, el presente se nos escapa como arena entre los dedos. ¿No es precisamente el optimismo vulgar algo de lo que ya hemos tenido suficiente en los movimientos revolucionarios del siglo XX, seguros de que «la historia está de nuestro lado», confiados en los «mañanas que cantan», creyentes en un tiempo lineal preñado de comunismo?
A Chesterton le sorprendía que el optimismo pudiera ser nunca «vulgar»: «en un mundo en el que el sufrimiento físico constituye casi la suerte universal, ¡nos quejamos de que la felicidad sea demasiado común!» «Optimismo vulgar» es como si uno dijese «milagro vulgar» o «revolución vulgar». Y argumentaba luego verosímilmente que «los hombres causan cambios violentos a fuerza de estar satisfechos, incluso por estarlo con exceso». Sólo quien conserva dentro de sí la convicción de que la vida humana es gozosa puede traer consigo transformaciones revolucionarias. Ese es Espartaco. Roma representa sobre todo el desprecio por la vida: mujeres tratadas diariamente como ganado, niños trabajando hasta la extenuación en las minas, hombres batiéndose a muerte en la arena del circo, etc. Espartaco porta en sí todo lo contrario: la «ilimitada claridad de la esperanza humana», la aseveración testaruda del valor de la vida cotidiana de todos los seres humanos sobre la tierra.
«Su triunfo se debe a que conserva vivo en el alma del hombre el sentimiento indestructible de que lo que se hace vale la pena ser hecho, de que la guerra vale la pena ser ganada y de que el pueblo merece que se le libere» (Chesterton). El mito de Espartaco no sólo transmite el deseo de «otro mundo posible», al margen y contra Roma, sino su posibilidad concreta, en los hechos. Como explicaba G. Sorel, los mitos son lo contrario de las utopías: éstas exigen fe en el advenimiento de un modelo acabado, pero los mitos expresan la fuerza de una comunidad presente. La esperanza que movilizan brota de la confianza en las propias posibilidades y capacidades. Dice y recuerda que no hay que rendirse ante ninguna ineluctabilidad. Sí se puede: Espartaco lo hizo. El mito que lleva su nombre designa un posible que convoca, aquí y ahora, a ser actualizado, retomado, desarrollado.
Junio de 2004

Espartaco en el cine
Espartaco fue un tema ampliamente tratado por la filmografía mundial. La película de Stanley Kubrick del año 1960 es sin duda alguna la más relevante y conocida y la que le dio un rostro a nuestro héroe, el de Kirk Douglas.
Sin embargo antes y después de la película de Kubrick hubo otras sobre el mismo personaje:
"Spartacus" (1913) de Enrico Vidali, "Spartacus" (1919), "Espartaco" (1952) de Ricardo Fredda, "El hijo de Espartaco" (1962) y dos películas pertenecientes al género de "forzudos" "Espartaco y los diez gladiadores" (1964) y "Roma contra Roma" (1963.

Kubrick se basó en la novela de Howard Fast para armar su guión. La cinta fue protagonizada por Kirk Douglas como Espartaco junto a Toni Curtis, Laurence Olivier, Peter Ustinov, Charles Laughton y Jean Simmons entre otros actores.
En el mismo año de su producción ganó 4 oscares: Actor secundario (Peter Ustinov), fotografía, dirección artística y vestuario.
Kubrick recrea la épica historia del esclavo rebelde dándole un toque intelectual y comprometido poco frecuente en el género de aventura. La lucha de Espartaco se convierte en el enfrentamiento entre esclavos desposeídos y aristócratas decadentes. Casi todos los diálogos son magistrales