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Libros sí, Alpargatas también

15 de noviembre de 2002

Manu Chao: Héroe por accidente

Roberto Herreros, Ángel Luis Lara y César Rendueles
Ladinamo

Con motivo de la presentación de su último trabajo discográfico, un directo grabado en París junto a su banda Radio Bemba, Manu Chao viajó hasta Madrid el pasado mes de octubre. Tras una multitudinaria rueda de prensa celebrada en un bar del centro de la ciudad, Manu nos cita al día siguiente para conversar sin prisas en una pequeña tetería árabe de Lavapiés. Cuando llegamos ya está allí, fumando en una pipa de agua y bebiendo té tranquilamente. Pronto nos damos cuenta de que esa tranquilidad no es más que un espejismo.

En una rueda de prensa que diste en Madrid hace unos meses dijiste que "Europa necesita más pachanga". ¿A qué te referías exactamente?

Yo considero que mi reivindicación de la pachanga es una reivindicación política. No es nada frívolo, es algo necesario. No sólo se trata de reírse y emborracharse sino que tiene una función social. Hoy día los políticos hablan de tensión social en los barrios y en Francia inventan leyes para meter a chavales de doce años en la cárcel. Mucha de esa tensión viene precisamente de la imposibilidad de desahogarse. Ahora en Francia, aparte de fumar un porro detrás de la gasolinera o de quemar un coche, no hay mucho que hacer por la noche en un barrio. Por un lado no hay trabajo y por otro no hay espacios sociales en los que reunirse. Yo creo que es bastante grave. Además, una de las mejores armas que tenemos los músicos para colar los mensajes es el sentido del humor y la fiesta. Hay países en los que esto se desarrolla más que en otros. Los brasileños, por ejemplo, son los reyes de la ironía y del doble sentido.

¿Y no tienes miedo de que se trivialice tu discurso?

Para mí la palabra pachanga no tiene nada que ver con la frivolidad, todo lo contrario. Además, el auténtico mensaje trivializado es el de los políticos que leemos en los periódicos. Hemos a un punto en el que se nos habla como si fuéramos niños de cinco años. Cuando nos cuentan que invaden Irak porque Sadam tiene armas químicas nos están hablando como a niños, porque todo el mundo sabe que invaden Irak porque hay petróleo. Nos están tomando por idiotas y ya ni siquiera guardan las formas. De todos modos, yo no intento elaborar ningún discurso político. Yo soy músico, mi función en la sociedad no es ser un político. Por eso defiendo la pachanga, porque es mi función en la sociedad. Aún así, si me preguntan mi opinión acerca de cómo funciona el mundo siempre respondo.

Pero en tus discos sí hay referencias políticas muy claras.

Porque la inspiración que puedes tener en un determinado momento depende un poco de lo que pasa a tu alrededor. He viajado mucho a lo largo de mi vida y, por ahora, no he estado en ningún lugar en el que todo vaya bien. No puedo decir en una canción que todo va bien. Cuando escribo soy como un sampler que ve lo que pasa a su alrededor, y a mi alrededor veo un 80% de problemas y un 20% de alegrías. Menos mal que todavía nos queda ese 20%. No quiero dramatizar pero la verdad es que la situación es muy grave. Incluso yo, que no soy una persona muy radical, me pregunto de qué democracia nos están hablando. Estamos cayendo en una verdadera dictadura y a mí eso me plantea problemas personales, me hace preguntarme cómo voy a afrontar mi vida a partir de ahora. Porque la democracia tal y como funciona hoy en día es una pura mentira. Estamos viviendo una dictadura del dinero. Creo que como persona tengo que decir algo, no puedo estar callado ni hablarlo solamente con los colegas en los bares. Veo que estamos dormidos y la cosa está muy grave. No sé qué hay que hacer pero hay que hacer algo y plantearse llegar un poco más lejos.

¿No crees que la música y la estética han quedado como las únicas formas supervivientes de despertar conciencias políticas?

Sí, el problema es que no tendría que ser la única. La música, la estética y lo que quieras los mafiosos se lo pasan por el cepillo, les suda la polla. Mientras no toques sus negocios y su política todo va bien.

¿Y cómo conseguir que la gente pase de escuchar determinada música al verdadero compromiso político?

Es muy difícil decir qué es lo que va a pasar, cómo se va a organizar la gente. A gran escala, no tengo ninguna solución. Hay que estudiar mucho para deshacer todos los hilos. El coche está muy estropeado. Yo sé que no puedo cambiar el mundo, está fuera de mis posibilidades y de mis capacidades, pero puedo cambiarme a mí mismo, a mi familia y a mi barrio. Hasta ahí llego. Luego como persona pública también puedo coger el micro y decir cosas, pero donde ves los resultados es en tu entorno. Ahí se puede construir. Todo el mundo puede cambiar lo que le rodea. Es la única solución posible.

Parece que la música es un medio efectivo para provocar cierto interés por la acción política pero, ¿no te parece que esta curiosidad no suele ir más allá porque todo se queda en meras posturas estéticas?

Ahí está lo complicado, porque entre la estética y el marketing hay muy poca diferencia. La fuerza del sistema es que ahora tiene una capacidad de recuperación mucho más fuerte que antes. Actualmente el sistema sabe cómo asimilar al minuto cualquier cosa nueva que sale en el planeta. Hasta no hace mucho le costaba cuatro o cinco años, ahora no le lleva más de seis meses. A gran escala son muy fuertes: les costaría mucho más recuperar miles y miles de pequeñas revoluciones de barrio. Es algo que no depende de un líder sino de que cada uno en su barrio diga: "No se puede aguantar más, tenemos que organizarnos". Eso es lo que está pasando en lugares donde las cosas están tan difíciles que ya es imposible vivir, como es el caso de Argentina. La cuestión es empezar a organizarse sin necesidad de llegar a situaciones tan dramáticas, porque estoy convencido de que lo que pasa ahora allí puede pasar aquí. Es el sistema lo que no funciona. Lo de Argentina nos puede parecer muy lejano, como nos lo podía parecer la guerra de Yugoslavia, pero está aquí cerquita. Es la prueba de que el modelo capitalista no funciona. Los gobernantes argentinos fueron los buenos alumnos del FMI, han seguido al pie de la letra todo lo que han dicho Washington y el FMI y mira dónde están ahora. Es el ejemplo claro de que nos están llevando hacia el fracaso total.

Tú siempre has editado tu música con una multinacional. ¿Este hecho te ha llegado a plantear algún tipo de tensión?

No me arrepiento de nada de lo que he hecho hasta ahora, duermo bien por las noches. Sé que mi posición puede ser criticable y lo entiendo, pero ahora ya ha llegado el momento de cambiar. Políticamente no puedo seguir en esa vía, esas multinacionales se han vuelto totalmente locas. ¿Cómo voy a quedarme yo en Virgin si han echado al 20% del personal? Es una cuestión de ética, si echan al 20% de trabajadores me voy con ellos, porque son mis colegas y no puedo quedarme ahí. Con contradicciones vivimos todos, pero hay contradicciones mayores con las que no se puede transigir.

¿Y qué vías se te ocurren para difundir tu música a partir de ahora?

No sé, estoy buscando, hablando con gente. La vía más plausible me parece Internet. Mi problema como músico no es la creación, porque tengo las herramientas, sino la distribución, cómo llegar a la gente. Por ahora el único sistema de distribución masiva que existe es el que manejan las multinacionales. El otro es el underground y es de puta madre, pero no llega, por ejemplo, a Argentina. Ese es el problema. Lo que veo claramente es que, tal y como está la situación, los músicos cada vez vamos a ganar menos dinero vendiendo discos. Yo no tengo necesidades económicas, para mi no es un problema regalar mi música, pero yo soy un caso particular. El problema son los músicos que necesitan el dinero. Hay que encontrar alguna manera de retribuir a estos músicos por la difusión de su obra en Internet. Esta nueva situación tiene su lado positivo, ya que un músico que se quiera ganar la vida ahora tendrá que subirse al escenario. Los artistas que sólo hacen discos y venden millones por todo el mundo lo van a pasar mal. La tecnología ha sido muy positiva, ahora todo el mundo tiene sus herramientas para poder crear y hacer un disco ya no es tan caro como hace diez años. No considero que la calidad del sonido sea lo más importante, sino el contenido. Ahora los chavales se bajan la música de Internet y la escuchan con MP3, les da igual el sonido.

¿No tienes ningún tipo de atadura legal con Virgin?

Considero que nunca la tuve.

Otros han intentando romper el contrato con su compañía y no lo han conseguido.

Eso depende del contrato. El único contrato que he firmado en mi vida ha sido con Virgin. Es un contrato en el que tengo poder de decisión en todos los niveles, excepto que debo un cierto número de discos, claro. Pero, si lo piensas bien, un papel es un papel. Si un día me canso de Virgin y les debo aún dos discos, pues me meto el contrato en el culo, me voy a vivir a la Patagonia y que me vengan a buscar. ¿Qué te ata un papelito? Pero la verdad es que nunca se ha dado el caso. Ya ha acabado mi contrato y no debo nada a nadie. Ha llegado justo en el momento en el quiero hacer un cambio. Ha sido una casualidad.


Los medios te han convertido en un icono del movimiento de resistencia global. ¿Cómo ves este asunto?

Es una carga que me sobrepasa completamente. Hay muchos chavales que se me acercan y dicen: "Manu, esto no va bien, pero no sé dónde meter mi energía para cambiar las cosas". Yo no sé qué decirles, estoy igual de perdido que ellos porque hay pocos canales y además son poco de fiar: las ONGs, los políticos… Lo que sí tengo claro es que cada vez hay más gente tratando de organizarse. Lo veo como una carrera contra el tiempo: la locura general del sistema va a toda velocidad mientras que la conciencia general de la gente se mueve más despacio. No se trata de una conciencia mesiánica sino que es casi un instinto de conservación porque la cosa realmente está muy mal. El problema es que los medios de comunicación intentan permanentemente distorsionar los movimientos que están tratando de cambiar las cosas. Consiguieron que las trescientas mil personas de Génova quedaran reducidas a la idea de un grupúsculo violento. Así es como meten miedo a la gente. Un desempleado de cincuenta años que quiera cambiar las cosas dirá: "No voy a meterme con esa panda a tirar piedras a la policía", cuando no se trata de eso. Para algunos es su vía y yo la respeto, aunque me considero una persona pacífica, porque no sé si hay una vía mejor que otra. De todos modos, lo de menos es que tengamos ideas diferentes, lo urgente no es saber qué mundo es mejor sino parar esta locura. Ahí hace falta la unión de todo el mundo. Hay que evitar que nos dividan.