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Libros sí, Alpargatas también

Vidas de pibes chorros

Mabel Bellucci

Los efectos de la revolución neoconservadora en su versión local con el despilfarro menemista fueron y son abordados desde temáticas clásicas : corrupción, privatizaciones de empresas estatales; desguace de la estructura del Estado; deuda externa, entre otras tantas. Ese listado voluminoso, pesado de sinsabores sociales, políticos y culturales cuando se procesa en clave tecnocrática, genera un relato disociado de la cotidianeidad y el anonimato de sus protagonistas.

Posiblemente, la revuelta del 19 y 20 de diciembre de 2001 permitió, entre otras tantas cosas, conocer rostros, cuerpos, nombres a lo que el grueso de los cientistas sociales como de los periodistas e investigadores han dado en llamar excluidos, cultura marginal, sujetos vulnerables, grupos con necesidades básicas insatisfechas o sectores por debajo de la línea de pobreza.

Lejos de la tasas, de los fríos datos estadísticos, de los pie de página y de los marcos teóricos, Cristian Alarcón en el brillante libro "Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Vidas de pibes chorros", publicado por el Grupo Editorial Norma, visibiliza básicamente las condiciones materiales y culturales de jóvenes hacinados en las villas marcados por un sino fijado de antemano por fuera de sus propias voluntades. Si bien sus personajes se mueven bajo códigos ritualizados y reglas de comportamiento propia, están cruzados por una violencia naturalizada y sin mediaciones que se expresa por igual en las relaciones íntimas, familiares y sociales. Paradógicamente, estos mismos jóvenes violentados por un capitalismo que erosiona sin reparo su condición humana, resultan ser para la mayor parte de los citadinos violentos, peligrosos o, en el mejor de los casos, ignorados.

Cristian abre diálogos, monólogos, testimonios y descripciones sobre el territorio conformado por las tres villas miseria de San Fernando ubicadas en el tercer cordón del conurbano- 25 de Mayo, La Esperanza y San Francisco-.

En verdad, material no le faltó después de dos años de haber compartido el día a día con los muchachos y muchachas de la villa.

Cuenta una historia escenificada entre 1999 al 2002, período en el que se produce el declive de aquellos años locos de tirar manteca al techo, a partir de una narrativa tan simple y compleja a la vez sin pretensiones de analizarla bajo parámetros sociológicos.

Sin arrogarse el derecho de representar, su relato no pluraliza ni superioriza su mirada sobre las otras. Es una lente de cámara, una voz en off que entra comprometidamente con la clara decisión de interpelar al lector a través de las aventuras y desventuras de esas personas abandonadas a su suerte por la llamada democracia y tan recordadas por la policía y los escuadrones de la muerte en zona norte.

Su paciente búsqueda se centra en investigar y reconstruir la historia de Víctor Manuel "El Frente" Vital, un adolescente que comenzó su trajinar delictivo a los 13 y terminó fusilado por la bonaerense a los 17. Lo encontraron en una casilla escondido debajo de una mesa mientras pedía desesperadamente que no lo mataran ya que estaba dispuesto a entregarse.

En San Isidro, una simple calle puede funcionar como un muro o una frontera imaginaria pero precisa entre ricos y pobres. Así, el barrio se convierte en una fortaleza amurallada difícil de traspasar o con un franqueo militarizado donde la tentación es demasiado grande para esos adolescentes que no disponen más que de sus cuerpos. "El Frente" se apropiaba de lo expropiado por la alta burguesía durante la ampulosa década de los noventas con su precipitada expansión económica y su estilo obsceno de consumo. Repartía el botín de sus andanzas entre los más necesitados de la villa . Si bien el dividir y compartir con los otros posiblemente representó una posibilidad de sobresalir permitiéndole figurar, no obstante, ese modo demagógico expresaba, a la vez, una apuesta solidaria con sus pares.

Fuera de toda intencionalidad provocada, "El Frente" terminó idolatrado en su barrio y zonas linderas hasta llegar a convertirse en un santo pagano. Aún hoy, sus seguidores se convocan de manera espontánea alrededor de su tumba no sólo para compartir con su imagen la marihuana y la cerveza sino también para implorarle salvaguarda frente a sus futuros y posibles chorreos.

En una sociedad capturada por la enajenación del mercado donde cada quien tiene un precio en el marco de una guerra civil permanente y silenciosa, la tumba del "Frente" se transformó en un territorio obligado para el encuentro y la confidencia .

Es una inscripción del espacio-tiempo del intercambio y un lugar de detención del fárrago diario permeado por la vertiginosidad explosiva de la violencia cotidiana e institucional.

No se tejió un mito en vano. Alguna vez alguien dijo que el mito es " una máquina de suprimir el tiempo", una operación simbólica por la cual se eliminan imaginariamente las contradicciones de la historia. Así, su recuerdo no sólo genera sentimientos de pertenencia sino también se cristaliza en una memoria ejemplar al recuperar colectivamente una experiencia de vida que los identifica, dando un sentido al pasado en función del presente.

Se podría decir que "Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Vidas de pibes chorros"rompe con el clásico encasillamiento de la especificación de un género. Representa una mixtura entre una investigación periodística y una novela. Cabe pensar en un periodismo de autor o en una crónica. En uno de los tantos reportajes, Cristian habla de su estilo "Nunca pretendí hacer una investigación periodística clásica, tampoco una investigación de corte sociológico. Necesitaba sí tener los datos, los detalles y un grosor de los personajes tal que me permitiera contar una buena historia. Si en algún momento tuve que elegir entre precisión y vastedad de los datos, o la espesura de ciertos personajes para contar una buena historia, me incliné por lo último".
A diferencia de los retratos tradicionales que expresan los frescos de la militancia revolucionaria de fines de los sesenta y comienzos de los setenta, este libro se desprende de la tentación por contar la verdadera historia de una época mítica. Por cierto, ese contexto epocal a esta altura de los acontecimientos posmenemista derivó en una historia oficial al ser asimilada por las voces del poder político como parte de una tradición generacional. En cambio, Cristian abre las compuertas para narrar las vidas de estos nuevos desaparecidos sin gloria, de estos presos comunes sin haber librado batallas heroicas ni identificarse con siglas emblemáticas. Básicamente, ellas y ellos son las víctimas anónimas de nuestra Argentina democrática y republicana que aún no depuso a los personeros del terrorismo de Estado sino que sigue reproduciendo en la legalidad castas de represores, sea el gatillo fácil o la maldita policía. Sus blancos preferidos fueron y serán jóvenes. Dentro de este escenario bizarro, las lógicas de vivir o morir responden a las complejas movidas del damero de los condottieri del capital.