VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Libros sí, Alpargatas también

16 de agosto del 2003

Dos miradas a Cuba. Suite Habana & Habana abierta

Reynaldo González
La Jiribilla

En poco tiempo, han coincidido dos sucesos cinematográficos que parecen empeñados en desmentir los tópicos: los documentales Suite Habana, de Fernando Pérez, y Habana abierta, codirigido por Arturo Sotto y Jorge Perugorría. Hablo de dos películas cubanas recientes, de diferente signo. Una amarga, algo sombría y en nada triunfalista. Otra aún caliente del horno, desenfadada y juvenil, roquera y rapera, sonera y guapachosa..

En ocasiones, ante inesperados sucesos cubanos, escuché la frase «algo está pasando en Cuba». La dicen, sorprendidos, quienes de Cuba solo esperan el inmovilismo. Primero fue la comparación con el Este europeo en plan estaliniano, que para los cubanos resulta odiosa, pues ni en el momento ápice de los tovariches extrapolados, se vieron así. En esa comparación cayeron muchos, siguiendo esquemas que se inventaban, en olvido hasta del Mapamundi... Luego la confrontación con un país superviviente al naufragio del comunismo, del que solo se podía esperar una agonía con pachanga, con el glamour y la inconciencia del «trópico», palabra que pretende definir algo y en verdad dice nada. En todo eso se balancean arquetipos, lugares comunes, preconceptos. Cuando algo pasa, o no se dice o se dice a medias, porque para la prensa del desencanto cubano —o desencanto de Cuba— aquí solamente ocurren descalabros. Y es que no pasa lo que en verdad se espera: la caída por la que apuestan unos y a la que temen otros, la debacle de un gobierno que ha sobrevivido a nueve administraciones estadounidenses encarnizadas en el propósito de hacerlo naufragar..
Mientras, algunas cosas ocurren. En este caso, en el campo cultural..
Hablo de dos películas cubanas recientes, de diferente signo. Una amarga, algo sombría y en nada triunfalista. Sin la jacarandosa jinetera y el contrabandista nativos, la negra que salta del rito santero a la cama del incauto «Pepe», español sometido a sus propias fabulaciones e insatisfacciones, capaz de gastar carretillas de euros para acercarse a una panacea sexual o al paraíso perdido. Es la mítica isla que visitan como en una borrachera de la que solo recordarán cocoteros, mulatas o mulatos y espléndidas playas amarillas, todo salpimentado con ritmos de claves y bongoes..
En facilota combinación de los arquetipos de productores españoles, el cine cubano de los últimos tiempos ha servido excesivas dosis de ese cóctel rentable. La programación carga la vergüenza de esas comedietas y el desafuero de talentos notables entrampados en tan gelatinosa combinación. Y otra película, aún caliente del horno, desenfadada y juvenil, roquera y rapera, sonera y guapachosa. Un concierto desconcertante para los almidonados ámbitos de la cultura oficial. En poco tiempo, estos dos sucesos cinematográficos parecen empeñados en desmentir los tópicos..
Suite Habana (no Havana), del realizador Fernando Pérez, entrega una imagen diferente de la capital cubana, uno de los muchos aspectos posibles, con una pobreza que se muestra endémica, pero expresada por personas de una dignidad irrecusable..
Una mirada autocrítica y desgarrada a cubanos diferentes de los que han frecuentado las pantallas. Son cubanos contenidos, concentrados, silenciosos, inmersos en su realidad y sin acudir a la autoconmiseración que anima el melodrama. Un alegato por la vida sufrida y callada de gente que padece una realidad ingrata, pero que halla fuerzas en su propia humildad para iniciar la vida cada día y proponerse los mínimos cambios a su alcance, sus esperanzas realizables. Un argumento que ha unificado criterios en las diversas orillas de una nacionalidad escindida, que no hace concesiones a la politización epidérmica y discursiva, pues no pide, sino simplemente muestra su existencia. Una película de integral y dramática poesía cotidiana. Imágenes y sonidos, personas que devienen personajes al interpretarse a sí mismos, híbrido genérico que va y regresa del documentalismo a la ficción. Retrato sin añadidos ni maquillajes, espejo que lanza a los espectadores cubanos a un abismo de conjeturas y razonamientos, sin que escaseen las lágrimas, mientras no espera la comprensión extranjera. Es un mensaje de la más vívida y auténtica exigencia, la de quien se mira no como quisiera ser visto, sino como es. Es una Habana alejada del pintoresquismo tan agraciado y manipulado..
Habana abierta es perla de otro cultivo, siendo del mismo origen. Se trata de mostrar un recital de rock en uno de los sitios privilegiados del son y la salsa, el mitológico jardín de La Tropical, en La Habana. Pero estos roqueros —o raperos, o soneros, que todo unen—, siendo cubanísimos, vienen «de afuera». Son jóvenes músicos cubanos que viven su música en Madrid y ansían ser escuchados y reconocidos en su país. Habana Abierta es una agrupación infrecuente, en ocasiones soez, en otras tierna, siempre contagiosa y trepidante. Agresivos como suelen ser los jóvenes frente a los esquemas, irreverentes como les impone la edad y unas ganas locas de romper moldes. Imperfecto sin que pretenda la perfección, sino dejar constancia de la ocasión y de la definitiva empatía entre el grupo musical y su desbordado público, a partir de un amor común, casi delirante y por momentos con la tristeza del desgarramiento: el amor por el terruño al que regresan. Acabo de ver y escuchar este desborde de emociones y escribo, con toda intención, bajo el impacto, sin esperar el distanciamiento ni pretender el juicio critico. Habana Abierta, la película que capta un concierto, me ha conmovido. Ese es su logro..
Codirigida por Arturo Sotto y Jorge Perugorría —estreno del actor en estas lídes—, tiene un argumento tan simple y llano como su objetivo: apelar a la identificación de todos los cubanos, derrumbar fronteras e incómodos muros. Nos habla de un grupo de músicos que comenzó llamándose Habana Oculta y se decidió por un nombre más definitorio, Habana Abierta, con el que definen la voluntad de tender puentes entre artistas que viven en Cuba y sus coterráneos lanzados al mundo en busca de nuevos caminos y de reconocimiento. No se trata, ya, de burlar el empecinado bloqueo externo, sino también de derrumbar internas y extremas incomprensiones. Lo dicen y repiten..
Quieren una Habana, una realidad abierta, donde quepan y dialoguen todos. La noche comenzó con esa declaración:.
Perugorría la dedicó a dos grandes músicos cubanos recientemente fallecidos, Celia Cruz y Compay Segundo. Fue el homenaje de una reciente generación y de una voluntad fuertemente expresada, a su manera, con sandunga y guitarreo, con las sonoridades modernas y la más desenfadada visión de un mundo donde caben todos..
Celia y Compay pareados como símbolos de cubanía, por encima de controversias y enquistamientos. Jóvenes hirsutos y viejos tradicionalistas en desenfreno rítmico. Una película como Suite Habana, que antes nunca hubiera llegado a las pantallas cubanas, y una como Habana Abierta, con su alegre impugnación, su negación de la retórica y su sencilla manera de aparcar preconceptos. Sí. Algo está pasando en Cuba.