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Libros sí, Alpargatas también

Lunas con gatillos y rosas blindadas
Los 60’ en el presente (y el futuro)


La Rosa Blindada es el nombre de un libro de poemas de Raúl González Tuñón, y también una revista de la que aparecieron apenas nueve números, y además una editorial que supera los cuarenta años de accidentada (y discontinua) historia.

Daniel Campione

La luna con gatillo es un fragmento poético del mismo Raúl González Tuñón, y el título de un flamante documental concebido por Miguel Mazzeo en el ámbito del Departamento de Historia del Centro Cultural de la Cooperación, de poco más de una hora de duración, que resume el recorrido de la revista y la editorial nombradas y a través de ella, a la trayectoria de las franjas críticas de la sociedad argentina en los años 60’. Y el protagonista de la historia, el eslabón que une al gran poeta comunista, la revista, la editorial de los comienzos y la de la actualidad, es José Luis Mangieri, admirador empedernido de Tuñón, y protagonista central de los emprendimientos culturales aunados bajo el nombre de La Rosa...

El vínculo profundo entre lucha y poesía implícito en las palabras de R.G.T que dan título a la película, y en el libro que prestó su nombre a la revista y editorial, la vinculación entre objetos de resonancias poéticas como la luna o la rosa, y elementos de raigambre bélica como el gatillo, forman un subtexto de todo el film, su ‘tema’ esencial. Miguel Angel Santoro murió por guerrillero y no por poeta, asevera Mangieri, tal como Urondo, como Walsh. La dictadura mató luchadores anticapitalistas que también eran escritores o poetas. Algunos de los sobrevivientes retomaron a contracorriente esa pelea, acompañados por personas más jóvenes, y siguen empinando la cuesta a contrapelo, sin pensar ya que la revolución social esté a la vuelta de la esquina, pero convencidos de su posibilidad y necesidad. ‘La historia nos metió los cuernos’ afirma Mangieri en una escena, pero evidentemente no se quedó sentado a llorar esa traición (aunque seguramente le costó sus lágrimas), y continúa en parecidos empecinamientos, con viejas y nuevas compañías. De eso trata La luna con gatillo.


La película evoca un período tan sensible, sin que predomine la nostalgia, sino la preocupación por el presente y el porvenir. La ginebra bebida a sorbos o el fondo musical de la época, que podrían inducir a la melancolía, terminan impulsando la esperanza en luchas venideras, y no las lágrimas por pasadas derrotas. Seguramente contribuye a esta mirada no melancólica el hecho de que está realizada por gente que, por razones de edad, no vivió los hechos, pero por motivos ideológicas y también afectivos, tiene una fuerte implicación con el tema y los personajes. La toma de distancia crítica no resulta tan dificultosa como a protagonistas. Y el reparto de roles al interior del film refuerza esa impronta: Los testigos son, obviamente, coetáneos de Mangieri, o gente que vivió en los 60 su militancia juvenil. Pero a la hora de dar voz a la reflexión sistemática es Néstor Kohan, historiador de las ideas que no llega a los cuarenta años, el elegido.


El material de archivo ejerce un contrapunto con los relatos y análisis, disputándoles por momentos el protagonismo. Se confía básicamente en la elocuencia de las imágenes, sin subrayados ni comentarios explícitos que se le sobreimpriman a riesgo de forzarlas. Su selección alude al carácter mundial del movimiento contestatario de los 60’. Allí están la revolución cubana, las protestas contra Vietnam, el mayo francés, las luchas por los derechos civiles en EE.UU, así como paneos en librerías francesas donde ocasionales clientes hojean obras de Mao o Ho Chi Minh. Y las referencias revolucionarias anteriores de los inconformes de la época: La revolución rusa, la guerra civil española (de esta última aparecen algunas imágenes de movilización popular particularmente poderosas). Y no se descuidan los grandes sucesos de la Argentina, como el Cordobazo o el enfoque fugaz de Perón.

La recordación de los 60’ combina los sucesos del país con el contexto mundial, e incluso lo estrictamente local y hasta íntimo, como la introducción con imágenes céntricas de Buenos Aires con acompañamiento tanguero, la estación de Floresta, la vereda de la casa de Mangieri, el taller de Carlos Gorriarena.

La música es un valor a destacar en el film, ya que se encuentra en la banda de sonido un comentario de las imágenes cuando éstas no siguen a las palabras de testigos o analistas. No hay voces en off ni carteles que bajen línea, sólo sonidos: Hendrix acompañando las escenas de bombardeos en Vietnam, Bob Dylan cantado por Marlene Dietrich, junto a clásicos de la cultura de izquierda de la época en el Río de la Plata como Zitarrosa, Los Olimareños o el ‘Tata’ Cedrón. Particularmente acertada la inclusión del tango Ahora no me conocés, cuya letra sarcástica y desencantada constituye un recordatorio, implícito pero eficaz, de las sinuosidades de Perón en la época, zigzagueando entre las palmadas en el hombro a Montoneros y el aval a los crímenes de la triple A.

El Partido Comunista es otro protagonista implícito del film. El PC de aquellos años, cerradamente prosoviético, y enfrentado con las prácticas de lucha armada que incendiaban la mayoría de los países del continente. Mangieri y algunos de los testigos recuerdan hostigamientos, amonestaciones y expulsiones sufridas. Se le formulan duras críticas a la conducción partidaria, básicamente a su inamovible prosovietismo, y a la falta de comprensión frente a la revolución cubana y otras experiencias de la época. Los temas y autores de la revista La Rosa ... y algunos libros editados (se menciona a El hombre y el arma de Giap) fueron los que despertaron las iras partidarias. Y los hombres y mujeres que hacían aquella revista se alejaron del partido, encontrando después la mayoría de ellos el rumbo de las organizaciones armadas, entre los que se evoca a Carlos Olmedo, ‘muchacho brillante’ en el decir de Mangieri. Sin embargo, en algunos dichos de Mangieri, de Onofrio, de Gorriarena, en la vigorosa y emocionada evocación de Raúl González Tuñón, late una reivindicación de lo mejor de la tradición comunista de Argentina, que atraviesa las fronteras partidarias.

La revista de La Rosa... conjugó a a filósofos, a militantes con inquietudes teóricas, a poetas, gente del teatro, cineastas. Arte y política. Y la editorial publicó a Ho Chi Minh, Mao, Le Duan y el Che, protagonistas de la hora, junto con los clásicos, y los estudios y comentarios sobre su obra. Y también poesía, y narrativa, como los primeros títulos de Andrés Rivera. No sólo palabra escrita, también discos (algunos fragmentos de sus ediciones musicales suenan en la banda de sonido), y pensaban en realizaciones cinematográficas cuando la dictadura de Onganía cortó el impulso... Allí radica también la actualidad de La Rosa... ese empeño de acercamiento entre variados medios y expresiones, que parece prefigurar el afán multimediático de hoy.


El otro gran factor que trae el tema al presente es que la editorial La Rosa Blindada, como se menciona un par de veces en los relatos, ha vuelto a existir, editando temas históricos y políticos, sobre todo de autores argentinos y relacionados con nuestro país. De hecho, la idea y guión del film corresponde a Miguel Mazzeo, que fuera animador del retorno de La Rosa... en los 90’; y uno de los entrevistados, Juan Carlos Cena, es junto con el propio Mangieri quien más ha trabajado en el renovado emprendimiento editorial (y él y Mazzeo son autores de algunos de los títulos editados en el último tiempo).

Ya no se publica a Mao o Giap, sino que da un lugar a jóvenes estudiosos que siguen procurando explicar el mundo con el objetivo de transformarlo. Y también se da un lugar en el relato a los Libros de Tierra Firme, emprendimiento de edición poética de Mangieri, originado en la década del 80’, y que sigue dando a la luz pública al menos comercial de los géneros literarios.

José Luis se está convirtiendo en uno de los ‘grandes viejos’ de la cultura de izquierda argentina, casi a fuerza de no buscarlo, de empeñarse en escapar de cualquier solemnidad o gesto augusto. Dispuesto a editar la obra de otros, pero despreocupado de la propia, domiciliado desde siempre en uno de esos barrios "ni muy algo ni tanto nada" del oeste de la ciudad de Buenos Aires, imprevisible en su sentido del tiempo y del orden (‘José Luis es el caos’ dice uno de los entrevistados, ‘a veces da ganas de mandarlo al carajo’ enfatiza otro), ajeno a los imperativos del marketing, salvo para contradecirlos punto por punto, proclive a expresar sus descarnadas opiniones en los momentos y lugares menos convenientes...

En torno a la trayectoria de ese protagonista principal, el documental se proyecta a explorar el clima cultural y político de la década de los 60’, y logra un tono y un estilo que nunca suena como homenaje a los tiempos idos, sino como ratificación, crítica es cierto, de aquellas búsquedas, de los grandes objetivos de la emancipación humana, del compromiso vital de intelectuales y artistas con las luchas obreras y populares. Para el espectador los minutos pasan rápidamente, sin que lo sacudan apelaciones demasiado directas a sus emociones, ni proclamas de ningún tipo. Las imágenes y las declaraciones hablan por sí mismas, se suceden con una ‘naturalidad’ que sólo un prolijo trabajo de montaje y edición pudo lograr, sobre la base de una cámara que a menudo incorpora al relato los detalles de los rostros, los objetos ‘secundarios’, y de un entrevistador que suele no aparecer, ni siquiera con su voz, logrando el efecto de que muchas preguntas se le contesten ‘a la humanidad’... a los eternos buscadores de la igualdad y la justicia...