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Libros sí, Alpargatas también

30 de mayo de 2003

Galería particular con la gente de mi tribu (y otros)

Antonio José Quesada Sánchez
Rebelión

Hoy me levanté con ganas de escribir alguna cosita inducido por algunas lecturas recientes, que me provocaron interesantes inquietudes. Sin embargo, he roto los dos artículos que escribía, porque les faltaba vida (cuando uno escribe un artículo, sea un profesional de la cosa o un curioso personaje como yo, sabe si lo que escribe tiene vida o no la tiene, pues eso se palpa). Y estos artículos no la tenían. Una pena. El primero era sobre Octavio Paz, ese Ortega con poncho del que alguna vez hablara Umbral, esa chochona del PRI que acabó pridicando un indigenismo sin indígenas, similar al despotismo ilustrado que predicaba que todo era para el pueblo, pero sin contar con él. Un poeta que nunca me llegó, un ensayista que me llegó a veces, un trostkista de nueve meses que sacó gran fruto a esa enfermedad infantil del comunismo que una vez sufrió. Siempre mirando hacia adentro, a su abuelo simpatizante de Don Porfirio y a su padre embajador zapatista no se sabe dónde. Se hizo rojo y luego se borró, y empezó a tirar sus flechas a todo rojo, castrista o zapatista que se le pusiera en el punto de mira. Un hombre de gestos: con una mano dejaba cargos por discrepancias políticas (Tlatelolco fue demasiado evidente: las matanzas espectaculares no hay manera de camuflarlas) y con la otra lograba que los poderes públicos le sufragaran una revista para él y su gente. Se enredó en cosas hindúes y allí se casó con una chica muy guapa, debajo de no sé qué árbol muy simbólico, como todo Paz. Pues no me salió el artículo y lo rompí. Dijo una vez Jardiel Poncela, un dramaturgo español simpático y como Dios manda (sus obras son de risas blancas, sin problemas sociales que enturbien la risa de los señores) que el amor es como la salsa mahonesa: cuando se corta, mejor tirarlo y empezar otro nuevo. Con esto pasa igual: o ves que lo que escribes tiene vida, o al retrete. "O César o nada", que dijo mi paisano, o casi, César Borja. El segundo artículo era sobre otro mexicano, y es que hoy me levanté con el poncho puesto: Carlos Fuentes. El "hombre-enciclopedia", le he llamado en un poema que he escrito pero que nunca se publicará, porque a mi nadie me publica libros (de vez en cuando mendigo por las editoriales, por si me publicaran versos, pero ni por ésas: ahora mismo estoy esperando, a ver qué pasa): "piensa en volúmenes y habla con notas a pie de página", escribí en el poema. "Escribe en horario de oficina novelas que se venden muy bien", seguí escribiendo. También es cierto: "es un excelente conferenciante a quien exhibir por las tardes". Y seguía. Reinaldo Arenas ya decía de él que tenía respuesta para todo, que nunca dudaba, que era abrumador. Ciertamente: igual un día le escribo, a ver si me aclara si realmente existe Dios o son habladurías milenaristas. Fuentes es un hombre guapo, de buena familia, con dinero, que pasó el sarampión cubano como mandaban los cánones de la época (de "Fidel, Fidel, Fidel" pasó a hablar del sangriento Castro), que se casó, se descasó y se volvió a casar, y que lleva en su cabeza todo lo que podamos imaginar y algo más que no sabemos, seguro. He leído de él un par de obras magistrales ("La muerte de Artemio Cruz" y "Los años con Laura Díaz"), y he dejado de leer bastantes otras. Pues bueno, este segundo artículo tampoco me salió con vida. Hoy estoy imposible, de verdad: los artículos se me mueren de parada cardio-respiratoria. Otro artículo que iba derechito al retrete. ¿Y qué puedo hacer, entonces, si tengo necesidad de contar cosas? Pues me he decidido a ser algo machadiano y montar mi propia "galería": las galerías machadianas eran interiorizaciones del autor, según me obligaron a estudiar antes de iniciar la universidad (una profesora bienintencionada que nos intentaba inculcar la literatura a la fuerza: en la universidad ni eso, se convierte uno en un analfabeto ilustrado, pendiente de los apuntes del profesor de turno que se marca el discursito para impresionar a imberbes adolescentes y niñas en flor, que alguna queda todavía o eso dicen). Pues nada, una galería particular, sí señor. Donde pueda exorcizar a mis demonios particulares, sí señor. Y pasármelo bien además. Sí señor, me atrae la idea. Fornicar con las palabras y poder decir lo que me parezca. Por ejemplo, que me ha encantado el segundo libro que he leído de Lorenzo Silva, "El alquimista impaciente", y cada día me atrae más este autor. Que siempre tengo a Benedetti cerca, y en los momentos de transición sus Inventarios nunca me abandonan (ha salido ya el tercero: cuando logre reunir el dinero oportuno, me lo compraré). Que los cuentos de Cortázar también son mi gran apoyo (sigo releyendo "Casa tomada" cada cierto tiempo: insuperable; aunque igual cuando llegue a viejo, si el SIDA, el corazón y el cáncer me permiten envejecer, me gusta menos, que todo puede ser: vivir es ir dejando en la cuneta ideologías, libros y gente, ya se sabe...). Que Umbral cada vez pierde más color rojo por el camino, pero sigue siendo un mago de las palabras, aunque ya sólo se mezcle con marquesas, embajadores, kennedys y gente así. Que me alegro de poder seguir leyendo novelas policíacas sin ser un degenerado literario, y todo gracias a Chandler, Hammett y Vázquez Montalbán. Que estoy harto de no encontrar buenos libros eróticos, y miren que lo intento (¡voy a tener que escribir lo que quiero leer!). Que así como hay clérigos que preparan su santidad desde que nacen y llegan a santos, hay escritores que dedican su vida a preparar el discurso delante del Rey de Suecia, y a veces lo leen, a veces no. Mala suerte. Que el teatro de guerra de Miguel Hernández sigue siendo ideal para abrir los ojos al mundo sobre algo que oficialmente nunca pasó (hasta donde podemos llegar: tengo un compañero que me intentó convencer de que Gernika no fue destruida por los criminales de la Legión Cóndor, sino incendiada por los perversos rojos, emboscados allí con los gudaris, también sangrientos, que aprovecharon que los alemanes tiraron cuatro bombas y les echaron la culpa de todo; los pobres, tan rubios ellos y sin enterarse de nada...). Que tengo pendiente leer a Goytisolo, ya es hora de que empiece. Que he aprendido cosas de Jon Juaristi, descubriendo que alguna vez fue poeta, aunque hace tiempo que se dedica a vender carne de abertzale a buen precio en un txiringuito de casquería política que tenía montado en Euskal Herria, hasta que le nombraron jefe de algo y salió en el BOE y todo. Que he leído que a Carrero Blanco no le puso el petardo la ETA solamente, que alguien más debía andar por ahí, según han escrito dos periodistas: una conjura de rojos (la hidra roja está en todas partes, ya se sabe), agentes de la CIA y fachas que veían en el futuro Rey a un rojo peligroso (dicen que la Duquesa de Alba hizo jurar a un periodista, sobre los Evangelios, que el Rey de España no era comunista...). Y Kissinger, mientras tanto, rondando por Madrid, al olor de la sangre, como siempre (es curioso: el Premio Nóbel de la Paz más bélico de la historia rondó a Carrero Blanco y a Aldo Moro poco antes de que el destino terminara con ellos por mano de quien fuera, nunca se supo exactamente quién: bueno, sí, de rojos u otros maleantes, seguro). Que hoy he sabido que la semana que viene tengo la entrega de un premio que he conseguido en narrativa breve. Yo, que soy un experimentado perdedor de concursos literarios, en prosa, poesía y lo que se tercie, últimamente hasta en teatro me han tirado a la basura. Polifacético que es uno: ¿quién es capaz de ser un inútil en poesía, prosa y teatro a la vez? Si algún día me oyen, además, tocando la guitarra y cantando fatal, pueden llamarme el "anti-Leonardo Da Vinci": un renacentista inverso, que hace de todo y todo mal. Estoy por pintar un cuadro birrioso y ponerlo sobre mi camita de niño, ya que hace tiempo que quité al desgraciado que clavaron en la cruz (al que tanto admiro) y no lo he reemplazado por nada. Me despido con un poemilla que escribí hace poco, para que terminen totalmente hartos de mi (puedo hacer una antología con mis libros inéditos de poemas, lo prometo). Se titula "Vino a por mi", y dice así: "Finalmente, / el Gigante / vino a por mi. / Por hablar de más, / claro. / Con el pecho oxidado por sus méritos de guerra, / con la mirada dura, / con la pistola visible, / vestido de verde, / vino a por mi. / Para demostrar a todos quién mandaba / vino a por mi. / Y miraron todos para otro lado, / todos los que yo consideraba los míos: / unos por miedo, / otros porque pensaban que me lo merecí, / otros por inercia. / Me quedé solo, claro. / El Gigante vino a por mi / y me destrozó en nombre del Progreso / y del Bien Común". Que Dios, que no existe, nos ayude a tod@s.