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Libros sí, Alpargatas también

10 de junio de 2003

(Reseña de la novela "Baby Spot", de Isabel Alba, publicada por editorial Montesinos)
La angustia de ser libres en un medio viscoso

Santiago Alba Rico
Rebelión

Se publican tantas novelas que hemos acabado, paradójicamente, por olvidar lo que es la literatura: un discurso sobre el mundo que pasa a formar parte de él, un jaleo de frases con un genoma tan rígido que aceptamos su existencia con la misma necesidad con la que aceptamos la de un naranjo o la de nuestra abuela. Son cosas que ocurren, que nos ocurren, y que -si nos paramos a mirarlas- podemos incluso verlas. En medio de la riquísima, casi infinita banalidad del mercado editorial, Isabel Alba ofrece al lector, en esta su primera novela, una breve y terrible joya literaria. En medio de un chaparrón de relatos ambientados en la post-guerra española y que pretenden recuperar nuestro pasado más reciente (algunos, por lo demás, muy notables), Isabel Alba apuesta más bien por la recuperación del presente, que es siempre lo que nos queda más lejos, lo más antiguo, aquello que sucede a tanta distancia de nosotros que ya no podemos alcanzarlo con la vista. El pasado tiene siempre el sello de una época; el presente, en cambio, la viejísima continuidad de un destino. Tanto que, bien mirado, o bien señalado, nos parece casi prehistórico. El Madrid periférico, suburbial, incierto y pegajosamente veraniego en el que se mueven, como peces en el agua, los personajes de Baby Spot -sin calibrar la angustia de ser libres en un medio viscoso-, es tan viejo, tan inmóvil, está tan clausurado en sí mismo y sus víctimas se adaptan tan bien a él, que enternece y asusta. "Lo que no es raro, ¡consideradlo extraño! Lo que es corriente, ¡consideradlo inexplicable! Lo que es habitual, debe sorprenderos", esta cita de Brecht con la que Isabel Alba introduce su relato mide también toda su autenticidad literaria, pues en efecto la literatura es sólo literatura en la medida en que nos muestra en la distancia -allí- lo que está siempre demasiado cerca y porque nos enajena la normalidad que nunca vemos precisamente porque es normal. Baby Spot es una novela "intensamente literaria" -nos dice la contraportada- y por una vez una contraportada tiene razón. El título, la profesión de su autora -educadora de la mirada en una Escuela de cine- e incluso la naturalidad con que Tomás, el protagonista, recurre a las películas que ha visto para juzgar su propia vida, podría inducirnos a pensar más bien en una influencia "cinematográfica". También la exquisita estructura en espiral, perfectamente cerrada en su propio regazo, y la recurrencia de imágenes anidadas en la retina (la de las dos zapatillas torcidas del ahorcado, por ejemplo, con la que se abre y se cierra la novela). También quizás la falsa impresión de thriller que sostiene la atención del lector hasta el final. Pero Isabel Alba, que además entiende mucho de cine, es sobre todo una escritora y demuestra en estas pocas páginas, con geométrica maestría, que toda técnica es huérfana sin la intuición de la escritura. "La poesía", decía Nabokov, "no es la disciplina de las ideas abstractas sino la disciplina de las imágenes concretas". En este sentido, Baby Spot es mucho más "poética" que "cinematográfica". Porque esas imágenes concretas, a veces cortantes como cuchillas, tan duras que se dirían el deslumbramiento de un choque, se desprenden por un proceso de acumulación, de roce, de balanceo verbal, como por un efecto de ritmo o de gradación en el discurrir sencillo y atroz, despojado de toda literatura, tan banal como su jerga suburbana, de la vida -y la narración- del protagonista. En la génesis de Baby Spot parece haber un doble impulso, el impulso de una escritora de verdad: el de una imagen y el de un personaje. También era Navokov el que decía que Tolstoi era, sobre todo, un gran "observador", no de la realidad de Moscú ni de la de su época, no, una gran observador de sus propias criaturas. Seguía muy bien con la mirada los movimientos de Ana Karenina y los registraba escrupulosamente. Eso es lo que hace Isabel Alba con Tomás, el muchacho de doce años que no se explica el asesinato de su amigo Lucas, pero del que se siente sin embargo, y sin saber por qué, vagamente responsable. La libertad de Tomás, sus placeres un poco bárbaros de pequeño delincuente, las pautas de su admiración y su rechazo, están atrapadas en un lenguaje, que está atrapado a su vez en la vida sucinta de un barrio de desguace (limitado por una autopista en la que el tráfico jamás se detiene), el cual está atrapado, por su parte, en el anillo más amplio de la ciudad que lo ignora y del mundo lejano e invisible que sólo lo ha creado para desentenderse de él. Tomas asciende y desciende por su breve biografía como una ardilla por el árbol en el que ha nacido, mediante asociaciones aparentemente desordenadas o casuales. Pero en eso reside precisamente el talento de Isabel Alba: en la naturalidad con que hace de esa espiral fluida un relato; es decir, una relación entre niveles de determinación y anillos de influencia articulados en la necesidad férrea de un cuerpo vivo, de un cuerpo que habla. Eso es a lo que se llama una "estructura", que no es una operación de "montaje" de miembros sueltos sino, al contrario, de causalidad invisible de una figura sintética -una existencia o una imagen. Es esa estructura -como quería Brecht- la verdadera protagonista de Baby Spot. Y eso lo consigue Isabel Alba de la manera más compleja y de modo, sin embargo, que nos parezca la más sencilla, la más natural: dándole la palabra al propio Tomás. A partir de ese momento la estructura es exigentemente lingüística, porque hay que ceñirse a la pequeña jaula verbal de Tomás -sumaria, viva, lateral, coloquial, saturada de material inconsciente- y dejarle hablar. Sólo un escritor de verdad podría haberlo hecho así de bien. El final es sorprendente no sólo porque "ocurre" al final. Lo verdaderamente sorprendente de ese final inesperado es justamente que nos sorprenda, que no lo hayamos esperado, hasta tal punto está inscrito en el genoma de la historia, en la "normalidad" de esa vida atrapada en anillos sucesivos y ausentes. Lo verdaderamente terrible del desenlace es que es "normal" y, de no serlo, no nos produciría esa sacudida. La novela de Isabel Alba, así, podría incluirse en un género emparentado con el realismo (y con el neo-realismo en cine), pero que va mucho más lejos y que podríamos llamar normalismo: en el que normalidad, neutralidad y lirismo se conjugan al servicio de una revelación de existencia. O -invirtiendo los términos- en el que normalidad, neutralidad y revelación de existencia se conjugan al servicio de una experiencia de belleza perturbadora. Porque Baby Spot es una novela sin adjetivos, literatura de verdad, y eso es lo importante; y sólo por eso es importante lo que revela. Pocas veces la lectura de una novela tan corta producirá una impresión tan duradera. Como decía una jovencísima lectora, deja "un mal sabor de boca en el corazón" y una luz en la inteligencia. Gramsci escribió que "el arte es educativo no porque sea educativo sino porque es arte". Esa es la fuerza de Baby Spot. Es algo que nos "ocurre" y, a través de cuyo "acaecimiento", que no veríamos sin la voz de Tomás, llegamos a comprender por qué el mundo es terrible y por qué, al mismo tiempo, vale la pena salvarlo. La respuesta es precisamente el pequeño Tomás.