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Hiroshima: terrorismo de Estado
John Saxe-Fernández 
La Jornada  

A 75 años del ataque atómico contra Hiroshima y Nagasaki, 
en agosto de 1945, todavía muchos aceptan la justificación esgrimida por el 
gobierno de Harry S. Truman y sus sucesores de que así se acortó la guerra y, en 
la interpretación oficial, popularizada por Hollywood, cientos de miles de 
soldados de Estados Unidos habrían salvado la vida. Es lo que se enseña en 
muchas escuelas y se difunde por la televisión, especialmente en History Channel, 
ese intento por apropiarse del pasado y, en una suerte de ejercicio orwelliano, 
digerirlo para expulsarlo al mundo con habitual falta de objetividad e 
interpretaciones sesgadas precisamente para consumo de aquellos pueblos que han 
sido impactados por dichos sucesos. 
Hiroshima es uno de ellos, demasiado importante para dejarlo en manos de los 
mercaderes. Su significación y actualidad es un hecho. Según una encuesta 
realizada en 2003 entre periodistas y otros formadores de opinión, la abrumadora 
mayoría identificó esos ataques con armas atómicas como el suceso más importante 
registrado durante el siglo XX. Frente a la actual y sostenida carrera 
armamentista, este es un leve reflejo del profundo impacto humano, histórico y 
estratégico de Hiroshima y Nagasaki. Cuando la mentira sistemática priva para 
justificar guerras como la de Irak, cobra inusitado relieve político, no menos 
que histórico, la investigación de Gar Alperowitz The decision to use the atomic 
bomb (Nueva York, Knopf, 1995), que demuestra documentalmente que esos ataques 
no fueron causados por necesidades militares sino por motivaciones políticas que 
tenían más que ver con la intención de impactar el medio ambiente posbélico que 
acabar con la guerra. En los hechos el brutal mensaje de Truman fue: "tenemos el 
monopolio de este tipo de armas de destrucción masiva, y no nos tiembla la mano 
para usarlo contra la población civil". Es una "misiva" dirigida al resto de la 
humanidad, no sólo a Stalin. Por medio de Hiroshima y Nagasaki, Truman 
"globalizó" Auswich y, como lo he señalado en otra oportunidad, proyectó hacia 
el futuro la práctica del terror de Estado, del genocidio, de los crímenes de 
guerra, del exterminio sistemático de la población, y de las operaciones 
clandestinas como instrumentos de política exterior. 
Alperowitz muestra que William D. Leahy, almirante de la marina estadunidense y 
jefe del Estado Mayor de Truman, dejó constancia documental de que "el uso de 
este armamento bárbaro en Hiroshima y Nagasaki no ayudó materialmente en nuestra 
campaña militar contra Japón... Al ser los primeros en usar esa arma, adoptamos 
los niveles éticos prevalecientes entre los bárbaros de las eras oscuras. A mí 
no se me enseñó a hacer la guerra de esta manera. Las guerras no pueden ganarse 
destruyendo mujeres y niños". Los generales MacArthur y Eisenhower en ningún 
momento pensaron que fuera necesario usar la bomba atómica contra la población 
civil. Eisenhower escribió: "... expresé a Stimson (el secretario de Guerra) mis 
graves dudas, primero en la base de mi convicción de que Japón ya estaba 
derrotado y que lanzar la bomba era un acto totalmente innecesario, y segundo 
porque sabía que nuestro país debía evitar ofender a la opinión mundial usando 
un armamento innecesario para salvar vidas estadunidenses". Alperowitz nos 
recuerda la sorpresa de Norman Cousins, al enterarse, en el curso de una 
entrevista con MacArthur realizada después de la guerra, que ni siquiera fue 
consultado, expresando, además que no existió justificación militar alguna para 
lanzar la bomba. 
Hiroshima es un acontecimiento mayor en la historia de 500 años de la 
modernidad. Como advirtió Günther Anders, vivimos en la era en la que "en 
cualquier momento disponemos del poder para transformar cualquier lugar de 
nuestro planeta, aun nuestro planeta mismo, en una Hiroshima". La reflexión 
seria sobre Hiroshima permite apreciar, en toda su magnitud ética y estratégica, 
acontecimientos contemporáneos como la actual política nuclear de Bush y el 
brutal ataque aéreo contra la población civil iraquí, perpetrado bajo el lema de 
shock and awe, la rúbrica del terrorismo de Estado del secretario de la Defensa 
Donald H. Rumsfeld y de Paul D. Wolfowitz, el "presidente" del Banco Mundial. 
Tan grave como la cómplice participación del gobierno de Junichiro Koizumi en la 
carnicería de Bush en Irak, una bofetada a las víctimas de Hiroshima. 
La Casa Blanca alienta la proliferación y modernización de las armas nucleares, 
la intensificación de la carrera armamentista a nivel nuclear y de balística 
intercontinental, y gira instrucciones secretas para preparar ataques con este 
tipo de armas contra seis naciones, Rusia y China entre ellas. El Sistema 
Nacional Antibalístico y la adopción de la guerra preventiva son parte de un 
explosivo recetario que incluye 4 mil 500 armas nucleares ofensivas de Estados 
Unidos, 3 mil 800 de Rusia, y entre 200 y 400 de Francia, Inglaterra y China. La 
de Bush es una política nuclear, a decir de Robert MacNamara, "inmoral, ilegal, 
militarmente innecesaria y espantosamente peligrosa".