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Eduardo Galeano

Las avispas

Gran señor era Gútapa. Él se pasaba la vida dormitando, hamaqueando, mientras su mujer, que ni nombre tenía, le rascaba la cabeza, le espantaba los mosquitos y le daba de comer en la boca. De vez en cuando, Gútapa se levantaba y le propinaba una buena paliza, para cuidarle la conducta y mantenerse en forma.
Cuando la mujer huyó, harta de vivir sin vivir, Gútapa se lanzó a buscarla por los barrancos del río Amazonas. Armado con un palo, aporreaba cualquier posible escondite de la fugitiva; y en eso estaba cuando pegó con alma y vida un garrotazo en un recoveco donde había un nido de avispas.
Las avispas se vengaron. Acribillado de la cabeza a los pies, aullando de dolor, Gútapa consiguió regresar, a duras penas, a su hamaca. Y ya no pudo levantarse.
Pasaron seis, siete lunas. Gútapa seguía inmóvil, ardiente de fiebre, llorando de rabia; pero ya no tenía el cuerpo hinchado. La hinchazón estaba toda en una rodilla. El globo inflado de la rodilla era transparente, y Gútapa veía que adentro iban creciendo unos hombres y mujeres minúsculos: ellos tallaban flechas de cerbatanas y ellas tejían canastas y collares.
A la novena luna, la rodilla reventó y los indios tikunas salieron al mundo. Los recién llegados fueron recibidos por la algarabía del loro ala azul y el loro guayabero y el loro uvero y otros comentaristas.

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