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Eduardo Galeano

Tik,Tik,Tik

(nosotros, nosotros, nosotros)


Eduardo Galeano.


¿Cuántos son los arcángeles de la paz que nos defienden de los demonios de la guerra? Cinco. Los cinco países que tienen derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y esos custodios de la paz son, además, los principales fabricantes de armas. En buenas manos estamos.


¿Y cuántos son los dueños de la democracia? Los pueblos votan, pero los banqueros vetan. Una monarquía de triple corona reina sobre el mundo. Cinco países toman las decisiones en el Fondo Moneta- rio Internacional. En el Banco Mundial mandan siete. En la Organización Mundial de Comercio todos los países tienen derecho de voto, pero jamás se vota. Estas organizaciones, que gobiernan el mundo, merecen nuestra gratitud: ellas ahogan a nuestros países, pero después nos venden salvavidas de plomo.


En 1995 la American Psychiatric Association publicó un informe sobre la patología criminal. ¿Cuál es, según los expertos, el rasgo más típico de los delincuentes habituales? La inclinación a la mentira. Y uno se pregunta: ¿No es éste el más perfecto identikit del poder universal?


¿Qué debe leerse, por ejemplo, donde dice: "libertad de trabajo"? Debe leerse: derecho de los empresarios a arrojar al tacho de la basura dos siglos de conquistas obreras. Se trabaja el doble a cambio de la mitad: horarios de goma, salarios enanos, despidos libres, y que Dios se ocupe de los accidentes, las enfermedades y la vejez. Las principales empresas multinacionales, Wal-Mart y McDonalds, prohíben expresamente los sindicatos. Quien se afilia a un sindicato pierde su empleo en el acto.


En el mundo de hoy, que castiga la honestidad y recompensa la falta de escrúpulos, el trabajo es objeto de desprecio. El poder se disfraza de destino, dice ser eterno, y mucha gente se baja de la esperanza como si fuera un caballo cansado. Por eso la elección de Lula a la presidencia del Brasil va mucho más allá de las fronteras de este país: la victoria de un obrero sindicalista, que encarna la dignidad del trabajo, ayuda a difundir las vitaminas que todos necesitamos contra la peste de la desesperanza.


Para que no se diga que en Porto Alegre nos reunimos los contreras y resentidos de siempre, aclaremos que en algo estamos de acuerdo con los más altos dirigentes del mundo: también nosotros somos enemigos del terrorismo. Estamos contra el terrorismo en todas sus formas. Podríamos proponer a Davos una plataforma común. Y acciones comunes para capturar a los terroristas, que empezarían por la pegatina, en todas las paredes del planeta, de carteles que digan Wanted:


-Se busca a los mercaderes de armas, que necesitan la guerra como los fabricantes de abrigos necesitan el frío.


-Se busca a la banda internacional que secuestra países y jamás devuelve a sus cautivos, aunque cobra rescates multimillonarios que el lenguaje del hampa llama servicios de deuda.


-Se busca a los delincuentes que en es-cala planetaria roban comida, estrangulan salarios y asesinan empleos.

-Se busca a los violadores de la tierra, a los envenenadores del agua y a los ladrones de bosques.


-Y también se busca a los fanáticos de la religión del consumo, que han desatado la guerra química contra el aire y el clima de este mundo.

El poder identifica valor y precio. Dime cuánto pagan por ti, y te diré cuánto vales. Pero hay valores que están más allá de cualquier cotización. No hay quien los compre, porque no están en venta. Están fuera del mercado, y por eso han sobrevivido. Porfiadamente vivos, esos valores son la energía que mueve los músculos secretos de la sociedad civil. Provienen de la memoria más antigua y del más antiguo sentido común. Este mundo de ahora, esta civilización del sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo, está enferma de amnesia y ha perdido el sentido comunitario, que es el papá del sentido común. En épocas remotas, en lo más temprano de los tiempos, cuando éramos los bichos más vulnerables de la zoología terrestre, cuando no pasábamos de la categoría de almuerzo fácil en la mesa de nuestros vecinos voraces, fuimos capaces de sobrevivir, contra toda evidencia, porque supimos defendernos juntos y porque supimos compartir la comida. Hoy día es más que nunca necesario recordar esas viejas lecciones del sentido común.

Defendernos juntos, pongamos por caso, para que no nos roben el agua. El agua, cada vez más escasa, ha sido privatizada en muchos países, y está en manos de las grandes corporaciones multinacionales. (De aquí a poco, si seguimos así, también privatizarán el aire: por no pagarlo, no sabemos valorarlo y no merecemos respirarlo.) Para que el agua siga siendo un derecho, y no un negocio, una pueblada desprivatizó el agua en la región boliviana de Cochabamba. Las comunidades campesinas marcharon desde los valles y bloquearon la ciudad. Les contestaron a balazos. Pero a la larga, después de mucho pelear, recuperaron el agua, el riego de sus sembradíos, que el gobierno había entregado a una corporación británica. Esto ocurrió hace un par de años.

Defendernos juntos: hablando del agua, otro ejemplo más reciente. El petróleo mueve la sociedad de consumo, como se sabe, y, como también se sabe, tiene malas costumbres. Entre otras manías, se le da por derribar gobiernos, provocar guerras, intoxicar el aire y pudrir el agua. Hace poco, la marea negra, pegajosa y mortal, cubrió la mar y las costas de Galicia y más allá. Un barco petrolero se partió por la mitad y derramó miles y miles de litros de fuel oil, con la irresponsabilidad y la impunidad que se han vuelto costumbre en estos tiempos en que el mercado manda y el Estado no controla nada. Y entonces, ante un Estado ciego y un gobierno sordo, que no hizo más que encogerse de hombros, los músculos secretos de la sociedad civil desataron su energía: una multitud de voluntarios enfrentó la invasión enemiga a mano limpia, armada de palos y tachos y lo que se pudiera encontrar. Los voluntarios no derramaron lágrimas de cocodrilo ni pronunciaron discursos de teatro.

Defendernos juntos y compartir la comida: una tonelada de comida y de ropa llegó recientemente, en tren, al rincón más po-bre de la provincia argentina de Tucumán, donde hay niños que mueren de hambre. Y ese envío solidario provenía de los cartoneros, los pobres más pobres de Buenos Aires, que se ganan la vida revolviendo la basura pero son capaces de compartir lo poco, lo casi nada, que tienen.

¿Cuál es la palabra que más se escucha en el mundo, en casi todas las lenguas? La palabra yo. Yo, yo, yo. Sin embargo, un estudioso de las lenguas indígenas, Carlos Lenkersdorf, ha revelado que la palabra más usada por las comunidades mayas, la que está en el centro de sus decires y vivires, es la palabra nosotros. En Chiapas no-sotros se dice tik.


Para eso ha nacido y crecido este Foro Social Mundial, en la ciudad brasileña de Porto Alegre, modelo universal de la de-mocracia participativa: para decir nosotros. Tik, tik, tik