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La Izquierda debate

Las nuevas rebeliones latinoamericanas

Claudio Katz

Am�rica Latina se ha convertido en un significativo foco de resistencia al imperialismo y al neoliberalismo. Grandes sublevaciones populares afianzaron la presencia de los movimientos sociales y condujeron a la ca�da de varios presidentes neoliberales. �Pero cu�l es el alcance de esta oleada de luchas? �Qu� programas, sujetos y proyectos se delinean en la regi�n?

Cuatro grandes levantamientos

La t�nica de estas movilizaciones ha estado signada desde principio de la d�cada por las sublevaciones registradas en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina. En estos cuatro pa�ses la protesta social desemboc� en levantamientos masivos y generalizados.

Esta misma tendencia a la irrupci�n popular se verifica tambi�n, entre los pobladores de Oaxaca (M�xico), los estudiantes en Chile, los trabajadores de Colombia y los campesinos de Per�. La intensidad de las protestas es muy desigual en la regi�n y coexiste con situaciones de reflujo en pa�ses claves como Brasil. Pero uno tras otro, los distintos modelos de estabilidad neoliberal han quedado sobrepasados por el ascenso popular. Chile es el ejemplo m�s reciente y emblem�tico de este giro.

La oleada de los �ltimos a�os tuvo mayor gravitaci�n en las naciones andinas, fuerte impacto en el Cono Sur y menor influencia en Am�rica Central. Pero tambi�n este mapa tiende a modificarse, a medida que las movilizaciones recobran fuerza en M�xico e irrumpen en Costa Rica. Los cuatro grandes levantamientos de Am�rica del Sur constituyen el patr�n de referencia de un proceso regional de resistencias entrelazadas, que interact�an entre s�.

La rebeli�n m�s profunda se consum� en Bolivia, en oposici�n al feroz atropello neoliberal que desde 1985 empobreci� al Altiplano. La acci�n popular dobleg� la represi�n de los presidentes derechistas, en tres mareas de grandes combates. Con la "guerra del agua" se fren� la privatizaci�n de este recurso (2000), con la "guerra del gas" se defendieron los hidrocarburos contra la depredaci�n exportadora (2003) y con la escalada final (2005) fue arrollado el presidente Lozada y su sucesor Mesa. A trav�s de una insurrecci�n con 80 muertos y 200 heridos, la poblaci�n quebr� el ciclo derechista e inaugur� el actual proceso presidencial de Evo Morales.

Tambi�n en Ecuador los programas neoliberales fueron sacudidos por varias sublevaciones. Primero los ind�genas provocaron la ca�da del presidente Bucaram (1997) y luego impusieron el derrocamiento de Mahuad (2000), al cabo de seis d�as de intensos combates callejeros. Las elites consiguieron una breve distensi�n con el auxilio de un militar (Guti�rrez en el 2003), que enmascar� con ret�rica nacionalista la continuidad de la agresi�n patronal. Pero una nueva "rebeli�n de los forajidos" con mayor presencia de la clase media urbana (2005) demoli� este ensayo y abri� la secuencia de fulminantes derrotas electorales de la derecha (2006-07), que condujeron al actual gobierno de Rafael Correa.

En Venezuela la irrupci�n popular debut� con el "Caracazo" (1989). Este alzamiento fue una respuesta al incremento del precio de la gasolina que implement� un gobierno de los petroleros y banqueros (Carlos A. P�rez). En medio de fulminantes crisis financieras y protestas con centenares de muertos, los intentos continuistas quedaron opacados por un levantamiento militar (1992), que inaugur� el proceso bolivariano.

El fracaso de un golpe empresarial sostenido por Estados Unidos (2002) y la gran secuencia de victorias electorales, permitieron a Ch�vez sepultar el tradicional bipartidismo de las elites. Estas victorias han generado la actual polarizaci�n entre la derecha y el gobierno nacionalista. Esta confrontaci�n se expresa cotidianamente en las calles y en los medios de comunicaci�n.

La cuarta rebeli�n significativa se verific� en diciembre del 2001 en Argentina. Condujo a la ca�da del presidente neoliberal De la R�a, que intent� mantener la pol�tica de privatizaciones y desregulaciones instaurada en los a�os 90 por Menem. Esta sublevaci�n coron� la resistencia de los desocupados, que expandieron su m�todo de lucha piquetero a todos los movimientos sociales y confluyeron en un gran levantamiento con la clase media expropiada por los bancos.

La protesta alcanz� un nuevo pico frente a nuevas provocaciones represivas (Puente Pueyrred�n a mediados del 2002) que reactivaron la lucha popular. Esta resistencia perdi� intensidad posteriormente, pero ha impuesto un serio l�mite a las agresiones capitalistas. Las clases dominantes lograron restaurar la autoridad del estado y contuvieron la ira de los oprimidos a trav�s del gobierno de Kirchner. Pero en un marco de recuperaci�n econ�mica, debieron otorgar significativas concesiones sociales y democr�ticas.

Tres ejes comunes

Todas las rebeliones sudamericanas han enarbolado reclamos coincidentes contra el neoliberalismo, el imperialismo y el autoritarismo. Estas exigencias se tradujeron en planteos de anulaci�n de las privatizaciones, nacionalizaci�n de los recursos naturales y democratizaci�n de la vida pol�tica.

La reacci�n popular se apoy� en la erosi�n de la dominaci�n burguesa que gener� el neoliberalismo perif�rico. Este programa derechista no solo precariz� el trabajo y masific� la pobreza, sino que tambi�n condujo a un deterioro significativo de la autoridad de las clases opresoras. La reorganizaci�n econ�mica en que embarcaron los grupos dominantes gener� grandes crisis, que deterioraron la capacidad de las elites para gestionar del estado. Este resquebrajamiento incentiv� la irrupci�n por abajo.

En un marco de quiebra de la estabilidad pol�tica y p�rdida de la hegemon�a de los partidos tradicionales, los manifestantes exigieron en Bolivia la re-estatizaci�n del agua y la nacionalizaci�n de los hidrocarburos. Reclamaron el fin de la regresi�n social provocada por privatizaciones y cierre de minas, que desgarraron el tejido social, masificaron el trabajo precario y alentaron el narcotr�fico.

La misma motivaci�n antiliberal tuvo la sublevaci�n en Ecuador, d�nde la pobreza afecta al 62% de la poblaci�n. Los oprimidos se insurreccionaron contra un esquema de econom�a dolarizada, primarizada y privatizada, que gener� terribles colapsos inflacionarios, financieros y cambiarios. En Venezuela el primer estallido popular enfrent� la carest�a provocada por los ajustes el FMI. Esta reacci�n se afianz�, cuando el desmoronamiento del sistema bancario precipit� la fuga de capitales, en un marco de inflaci�n y devaluaci�n descontroladas. La reacci�n popular fue una protesta contundente contra la privatizaci�n petrolera y la turbia privatizaci�n de los bancos.

Tambi�n en Argentina la rebeli�n estall� frente a dos nefastos efectos del neoliberalismo: la confiscaci�n de ahorros de la clase media para solventar la deuda p�blica y la masificaci�n del desempleo generada por la flexibilizaci�n laboral. Los oprimidos exigieron en la calle la reversi�n de una pol�tica econ�mica, que produjo una depresi�n sin precedente desde los a�os 30.

Estas mismas demandas han predominado en las movilizaciones de otros pa�ses. La mayor�a popular rechaza los acuerdos de libre comercio (Colombia, Per�, Centroam�rica), las secuelas de las privatizaciones (Chile, Uruguay), la desregulaci�n laboral (Brasil) y el encarecimiento de los alimentos (M�xico).

Pero este cuestionamiento al neoliberalismo adopta tambi�n un perfil antiimperialista, ya que la liquidaci�n de empresas p�blicas y la apertura comercial beneficiaron a muchas corporaciones norteamericanas y europeas. La recuperaci�n de la soberan�a nacional mediante la re-estatizaci�n de los recursos naturales ha sido un reclamo de todas las rebeliones.

Esta exigencia desemboc� en Bolivia en la nacionalizaci�n de los hidrocarburos. El alcance de esta medida se encuentra actualmente en disputa, en los contratos que el gobierno negocia con las multinacionales. En estas pujas se juega el monto de la renta que absorber� el estado y el uso asignado a ese excedente. La movilizaci�n social impuso tambi�n la extensi�n de las nacionalizaciones a otros sectores (agua, ferrocarriles, tel�fonos), aunque es evidente que el futuro del pa�s se define el manejo estatal del petr�leo y el gas.

La misma conexi�n entre nacionalizaciones y movilizaci�n popular se comprueba en Venezuela. Tambi�n all� se registra una expansi�n de la propiedad estatal tanto en la �rbita petrolera, como en los servicios p�blicos de agua, telefon�a y electricidad. Este curso revierte el rumbo neoliberal y coincide con la tendencia a la nacionalizaci�n que se verifica en todos los pa�ses exportadores de crudo. Pero tambi�n se enmarca en una lucha particular contra la corrupta burocracia transnacional que manejaba la empresa estatal PDEVESA.

Un conflicto semejante ha comenzado a verificarse en Ecuador luego de la anulaci�n de un fraudulento contrato petrolero (Oxy), que ha reintroducido el debate sobre la nacionalizaci�n. Hasta ahora, el nuevo gobierno s�lo propone destinar los fondos excedentes que genera la exportaci�n de combustible, al desarrollo de programas sociales.

A diferencia de estos tres cursos en Argentina las privatizaciones se han mantenido sin grandes cambios. El gobierno neutraliz� el reclamo popular de recuperar las empresas p�blicas y se limit� a regular las tarifas de estas compa��as. Pero las tensiones no est�n zanjadas, porque en toda la regi�n crecen las demandas de estatizaci�n. Son reclamos contra la depredaci�n minera (Per�, Chile) o la destrucci�n del medio ambiente (Brasil), que est�n invariablemente enlazadas con el rechazo de las bases militares norteamericanas (Ecuador, Puerto Rico) y los ensayos de intervenci�n yanqui (Centroam�rica, Colombia). Las banderas antiimperialistas han recuperado centralidad, frente al dram�tico proceso de recolonizaci�n pol�tica que sufri� la regi�n en las �ltimas dos d�cadas.

En todas las rebeliones emergi� tambi�n una exigencia de democracia real. Por primera en la historia regional una oleada de revueltas no enfrenta a dictadores, sino a presidentes constitucionales. Esta novedad demuestra que las luchas latinoamericanas no se restringen a una batalla contra reg�menes totalitarios. Existe una percepci�n ya generalizada que la vigencia de sistemas constitucionales no resuelve los dramas sociales. Se nota que estas estructuras pol�ticas son utilizadas por las clases dominantes para implementar atropellos contra los trabajadores.

Las sublevaciones contra presidentes autoritarios o corruptos comenzaron en Per� fines de los 80, siguieron en Brasil en 1992 y posteriormente en Paraguay 1999. Pero actualmente esta batalla incluye exigencias de refundaci�n pol�tica integral. Por esta raz�n ha prevalecido la petici�n de Asambleas Constituyentes en varias revueltas, a pesar del uso negativo que tuvieron �ltimamente estos mecanismos. Sirvieron para maquillar la continuidad del orden vigente (Brasil) y para facilitar reelecciones de presidentes neoliberales (Argentina).

La Asamblea que emergi� en 1999 en Venezuela condujo al logro de importantes conquistas populares. Ahora se debate otra reforma constitucional que consagrar�a nuevos avances (fondo de estabilidad social, reducci�n de jornada de trabajo, supresi�n de autonom�a banco central). La derecha resiste estos logros, mediante inconsistentes cuestionamientos a la extensi�n del mandato presidencial

Una lucha m�s encarnizada se est� librando tambi�n en Bolivia con los conservadores, que buscan detener cualquier iniciativa que afecte sus privilegios. Bloquean sistem�ticamente el funcionamiento de la Asamblea Constituyente, exigiendo una mayor�a de dos tercios para aprobar las principales leyes. Este mismo tipo de sabotajes ser�n m�s dif�ciles en Ecuador, luego de la demoledora derrota que sufrieron los partidos tradicionales. Pero en estas Asambleas se discutir�n no solo los reclamos antiliberales, antiimperialistas y democr�ticos, sino tambi�n viejos problemas que han recobrado relevancia.

Transformaciones en el agro

El neoliberalismo agrav� sustancialmente el drama de los pobres rurales. Las agresiones capitalistas contra los peque�os agricultores acentuaron durante la �ltima d�cada los violentos conflictos por la tierra, que acosaron a Colombia, precipitaron el levantamiento de Chiapas, multiplicaron las masacres en Per� y provocaron m�s 300 muertos en Brasil.

En situaciones agrarias nacionales muy diferentes, estos atropellos generaron resultados semejantes de polarizaci�n social, miseria campesina y enriquecimiento de los grandes propietarios o contratistas. La fractura entre el sector moderno de exportaci�n y la agricultura de subsistencia se agrav� de manera uniforme, acentuando el desamparo rural y la emigraci�n a las ciudades.

Esta redoblada opresi�n incentiv� nuevas resistencias agrarias, organizadas en torno a movimientos muy diversos (CONAIE en Ecuador, Zapatismo en M�xico, Cocaleros en Bolivia, MST en Brasil), cuyos programas desbordan las demandas tradicionales de los campesinos. Estas plataformas no se limitan como en el pasado al reclamo de una reforma agraria, ya que existe una importante asimilaci�n de las frustraciones legadas por esos procesos.

Durante el siglo XX se consumaron dos grandes revoluciones agrarias (M�xico, Bolivia) y varias reformas significativas de la propiedad (Guatemala, Chile, Per�, Nicaragua, El Salvador). Las transformaciones fueron en cambio superficiales, en los pa�ses que fue preservada la concentraci�n de la tierra (Brasil, Venezuela, Ecuador, Colombia, Honduras, Rep�blica Dominicana y Paraguay). Solo en dos naciones (Argentina y Uruguay) no se registr� ning�n tipo de modificaciones. Pero de esta gran variedad de cursos emergi� un escenario com�n de polarizaci�n, entre pr�speras empresas de exportaci�n y estancadas explotaciones de subsistencia. La pobreza y las desigualdades se han acentuado y en muy pocas regiones floreci� un segmento intermedio de burgues�a agraria.

Este resultado indujo a los nuevos movimientos sociales a proponer soluciones m�s integrales que la vieja reforma agraria. Algunas propuestas prestan mucha atenci�n a la protecci�n del medio ambiente y plantean sustituir el agro-negocio por modelos de producci�n alimenticia prioritariamente destinada al mercado interno. Se ha tornado evidente, la escasa utilidad en materia de eficiencia y productividad de las transformaciones agrarias que mantienen en pie la estructura del capitalismo perif�rico.

En este nuevo contexto el campesinado no ha jugado el papel protag�nico que exhib�a a principios del siglo XX. No repiti� el rol que tuvo en M�xico, como agente din�mico de la primera revoluci�n contempor�nea de la regi�n. Esa intervenci�n condujo a una guerra civil que desbord� todos los compromisos ensayados por las jefaturas burguesas. Este rol volvi� a notarse en otros levantamientos posteriores como la insurrecci�n salvadore�a de 1932, pero no ha persistido al comienzo del nuevo siglo.

Si bien la desaparici�n del campesinado no es un proceso abrupto e inexorable, es visible la p�rdida de cohesi�n social de este sector. La proletarizaci�n desplaz� hacia los centros urbanos el eje de la lucha social, incluso en pa�ses como Bolivia que recrearon la peque�a propiedad luego de una importante reforma agraria. El campesinado persiste como fuerza de peso, pero sin el liderazgo que exhibi� en varios momentos de la centuria precedente.

Las demandas indigenas

La gravitaci�n de la cuesti�n ind�gena constituye una novedad significativa. Las revueltas pusieron de relieve la actualidad de un problema que afecta a casi 50 millones de oprimidos, pertenecientes a 485 grupos �tnicos distintos. Sus derechos fueron repetidamente desconocidos por una doctrina que restringi� los derechos nacionales solo a las rep�blicas post-coloniales. Estos estados emergieron de un proceso de balcanizaci�n, bajo el control de elites criollas que atropellaron las configuraciones territoriales originarias. Durante este proceso, muchos sectores ind�genas (y toda la poblaci�n negra introducida con la esclavitud) perdieron la lengua, la tierra y su cultura. Pero otros segmentos mantuvieron una identidad cuyo reconocimiento exigen en la actualidad.

En cada uno de los cinco pa�ses que concentran el 90 % de esta poblaci�n (Per�, M�xico, Guatemala, Bolivia y Ecuador), las demandas ind�genas presentan caracter�sticas distintas. En Ecuador todas las comunidades han confluido en una organizaci�n com�n, que exige la formaci�n de un estado plurinacional y multi-lingu�stico. En Bolivia, los reclamos han sido canalizados por agrupamientos sindicales y pol�ticos, que en algunos casos reclaman este mismo reconocimiento (Evo Morales) y en otras variantes alientan el reestablecimiento de formas pol�ticas afines al antiguo estado incaico (Quispe). En Per� la reivindicaci�n ind�gena no alcanz� hasta ahora la misma intensidad que en los pa�ses vecinos. Algunos analistas atribuyen esta peculiaridad al impacto de la urbanizaci�n sobre las viejas culturas gamonal-andina y se�orial-criolla y al efecto de la guerra sucia de 1980 y 2000, que sembr� el terror en las regiones menos aculturadas.

El indigenismo ha renacido particularmente en Bolivia, como una cultura plebeya forjada por los oprimidos urbanos y precarizados. Mantiene viva la memoria anticolonial de una poblaci�n poco mestizada, que ha sufrido la dominaci�n racial blanca y el fracaso de varios procesos de integraci�n trunca y castellanizaci�n forzosa.

La demanda ind�gena coexiste con la lucha antiimperialista y anticapitalista, ya que los oprimidos frecuentemente mantienen varias identidades (indio-precarizado de Bolivia o indio-campesino de Ecuador). Las rebeliones recientes pusieron de relieve la legitimidad de las reivindicaciones de los pueblos originarios y demostraron que la cuesti�n nacional presenta en Am�rica Latina tres dimensiones: el aspecto anticolonial (gestado en la lucha contra Espa�a-Portugal y luego contra Estados Unidos), la resistencia antiimperialista (que involucra a toda la regi�n desde la �ltima centuria) y la opresi�n interna de los ind�genas, en distintas zonas del continente.

Tal como ocurre con todas las formas del nacionalismo, las connotaciones de esta demanda dependen de los portavoces y propuestas en juego. La derecha descalifica el "etno-fundamentalismo" del programa ind�gena, para disimular la continuidad de la opresi�n racista con discursos de embellecimiento del mestizaje. Los sublevados de la regi�n andina han desenmascarado este mensaje dual, demostrando que la lucha secular por la tierra est� directamente asociada en varios pa�ses con la defensa de una identidad pol�tico-cultural.

En Bolivia este sentimiento de auto-afirmaci�n incentiv� varios levantamientos e incorpor� un derecho de auto-determinaci�n nacional, que es valedero en la medida que converja (y no discrimine) al resto de los oprimidos. Esta demanda �que se plasma en la propuesta de remodelar el estado en un sentido plurinacional- difiere sustancialmente de la rom�ntica utop�a de reconstruir el imperio incaico. Este proyecto tiende a recrear formas obsoletas de econom�a de subsistencia y segrega a los explotados no ind�genas. Adem�s, puede generar g�ettos atomizados, que las multinacionales del petr�leo aprovechar�an para reapropiarse de los hidrocarburos. Por esta raz�n es vital que los recursos estrat�gicos sean centralizados y queden en manos de los estados nacionales.

La identidad ind�gena es mutable y asume significados cambiantes en cada momento hist�rico. Lo que se puso de manifiesto en los �ltimos a�os es el car�cter arbitrario de todos los criterios para definir a priori la relevancia espec�fica de este problema. La cuesti�n ind�gena existe en cada pa�s, desde el momento que es asumida por una masa significativa de la poblaci�n.

Lo esencial es registrar esta demanda y no forzar clasificaciones inflexibles a partir de par�metros objetivos (lengua, territorio, historia, cultura com�n) o la mera exaltaci�n de un sentimiento de pertenencia. Los derechos nacionales simplemente son leg�timos cuando una masa representativa los reclama, al cabo de un proceso de construcci�n de identidades propias. Estos fen�menos nunca expresan la vigencia de una entidad previa, primaria e invariable. Si se comprende esta variabilidad hist�rica resulta posible abordar sin esquematismos, los nuevos problemas de los pueblos originarios.

Mutiplicidad de sujetos

Las rebeliones recientes han corroborado la existencia de una gran variedad de protagonistas populares. Las revueltas de Bolivia fueron encabezadas por trabajadores precarizados, campesinos e ind�genas, que retomaron el acervo de lucha sindical de los mineros. La cirug�a neoliberal destruy� el viejo tejido social, pero no sepult� las tradiciones que han recogido los nuevos resistentes. Los mineros ya no ejercieron su viejo liderazgo, pero su herencia fue visible entre los trabajadores precarios. La vieja central sindical (COB) tampoco jug� el rol del pasado, pero sus m�todos huelgu�sticos dominaron el levantamiento y se expandieron a sectores de la clase media afectados por la andanada derechista.

Las dos primeras sublevaciones de Ecuador fueron encabezadas por los ind�genas, mientras que en la tercera rebeli�n predominaron los sectores urbanos. La masa de trabajadores informales y pobladores humildes lider� en Venezuela, todas las movilizaciones que doblegaron a la derecha. Pero en los momentos definitorios fue decisiva la acci�n de los trabajadores petroleros, que derrotaron el ensayo golpista del 2002 junto a sectores significativos del ej�rcito.

En el "argentinazo" del 2001 -a diferencia de los saqueos de 1989- convergieron los desempleados que cortaban rutas (piquetes) con la clase media expropiada por los bancos (cacerolas). Posteriormente se afianz� el protagonismo de los asalariados, aunque ya no bajo el tradicional liderazgo de la clase obrera industrial. Pero la fuerte tradici�n de organizaci�n sindical se expres� en huelgas masivas, que han sido implementadas por todos los segmentos combativos.

Este variado universo de la protesta social se verifica tambi�n en el resto de Am�rica Latina. Los asalariados urbanos gravitan m�s en el Cono Sur que en la regi�n Andina, pero los empleados p�blicos -y especialmente los docentes afectados por el ajuste neoliberal- ocupan un lugar destacado en todos los pa�ses. La juventud �estudiantil, o precarizada o desocupada- aparece siempre en la primera fila del combate callejero.

En toda la regi�n se comprueban los efectos de las transformaciones neoliberales, que han reestructurado el universo de los asalariados. La fuerza laboral actual es m�s heterog�nea y se encuentra segmentada entre un polo de actividades calificadas y un �rea de precarizaci�n. Esta reorganizaci�n capitalista ha diversificado los sujetos de la lucha popular.

Pero la resistencia latinoamericana ha demostrado, adem�s, que la remodelaci�n laboral no erradica, ni impide la respuesta de los oprimidos. Las sublevaciones evidenciaron que los trabajadores no se resignan, ni han quedado sustituidos por una inerme masa de excluidos. En todas las revueltas actuaron no solo los oprimidos expulsados del mercado, sino tambi�n explotados ubicados en los centros neur�lgicos de la vida econ�mica. La conjunci�n de ambos sectores permiti� el triunfo de los levantamientos, en los lugares d�nde la econom�a fue paralizada por las protestas masivas.

Como la destrucci�n de puestos de trabajo ha sido acompa�ada por la creaci�n de nuevas formas de empleo, el peso de los asalariados no decreci� en Am�rica Latina. Tampoco se extinguieron el trabajo y la clase obrera. El decisivo papel que han jugado los asalariados en varios levantamientos confirma que la batalla contra el neoliberalismo, forma parte de una resistencia perdurable contra la explotaci�n capitalista.

Registrar este dato es importante para notar el basamento clasista que subyace en la oleada reciente de revueltas. Cu�ndo se omite esta determinaci�n social, las rebeliones tienden a ser vistas como articulaciones contingentes de movimientos sectoriales, que pueden adoptar cualquier direcci�n y empalmar (o distanciarse) en forma fortuita. Al borrar la din�mica objetiva que impulsa la lucha social, se tornan inexplicables las causas que inducen a los oprimidos a converger. Todo el sentido de esta lucha se vuelve indescifrable.

Reconocer el sustento de clase de los levantamientos no implica ignorar las transformaciones que afectan a los asalariados. Estas modificaciones son muy significativas, tanto a nivel objetivo (ampliaci�n del peso general de los trabajadores y menor gravitaci�n del segmento industrial), como subjetivo (declinaci�n de los viejos sindicatos y sustituci�n parcial por nuevas organizaciones). Estos cambios incluyen tambi�n una p�rdida simb�lica de visibilidad, identidad y auto-confianza de los viejos segmentos fabriles. Pero las rebeliones han demostrado que la pasividad y la desmoralizaci�n generadas inicialmente por el neoliberalismo pueden ser neutralizadas, si los explotados y los oprimidos encuentran cauces para la acci�n com�n.

Los excluidos no pueden doblegar al capital sin el auxilio de los incluidos y a su vez, los trabajadores formales solo pueden imponer sus reivindicaciones si cuentan con un gran acompa�amiento popular. Como el capitalismo se nutre simult�neamente de la opresi�n y de la explotaci�n, la confluencia por abajo contrarresta siempre la supremac�a que ejercen los de arriba.

El variado espectro de sujetos oprimidos que encabez� los levantamientos recientes difiere del contundente liderazgo obrero, que caracteriz� la revoluci�n boliviana de 1952, las luchas fabriles de Argentina en 1960-70 o de Brasil en los a�os 80. Este cambio no es solo consecuencia de la desregulaci�n neoliberal del mercado de trabajo. Tambi�n obedece al elevado grado la integraci�n estatal de burocracias sindicales, que atemperan la resistencia, desorganizan la lucha y a�slan corporativamente a los trabajadores sindicalizados.

Inicialmente la contrapartida burguesa de esta acci�n era la generalizaci�n de importantes conquistas sociales. La clase dominante convalidaba estos logros -especialmente en M�xico o Argentina- para garantizar la estabilidad de los negocios. Pero la arremetida neoliberal contra las conquistas sociales socav� ese pacto, dificultando al mismo tiempo la reorganizaci�n desde debajo de la clase obrera.

La burocracia acentu� su asociaci�n con el capital hasta convertirse ella misma en empresaria en muchos pa�ses. Pero los sindicatos alternativos no maduraron lo suficiente, para transformarse en una opci�n de liderazgo de las sublevaciones. Tambi�n este resultado explica la diversidad de sujetos oprimidos que ha predominado en las rebeliones recientes.

�xitos y singularidades

Las rebeliones latinoamericanas irrumpen en coincidencia con grandes resistencias antiimperialistas en el mundo �rabe y suceden a la oleada de levantamientos, que sacudi� a Europa Oriental a principios de los 90. Los tres acontecimientos conforman procesos regionales, con objetivos, programas y formas de lucha singulares. El anhelo de democracia pol�tica frente a las dictaduras burocr�ticas unific� las movilizaciones en Europa del Este, el rechazo a la agresi�n norteamericana impulsa la lucha en Medio Oriente y las consecuencias sociales del neoliberalismo perif�rico determinaron la reacci�n popular en Am�rica Latina.

Durante la �ltima d�cada la acci�n de los oprimidos de esta �ltima regi�n perdi� sincron�a con Europa Occidental o Estados Unidos. Las clases dominantes de las econom�as centrales pudieron recurrir a mecanismos de atenuaci�n de las tensiones sociales, que no est�n disponibles en el Tercer Mundo. En esta etapa volvi� a emerger la localizaci�n perif�rica de las contradicciones m�s explosivas del capitalismo.

Pero lo m�s significativo de las rebeliones latinoamericanas han sido sus resultados. Estas sublevaciones lograron quebrar la secuencia acumulativa de derrotas populares en que se asienta el neoliberalismo. Es cierto que ning�n levantamiento alcanz� plenamente sus objetivos, pero el establishmnent perdi� mayoritariamente la partida y se inaugur� un contexto pol�tico impensable durante el anterior apogeo de la derecha.

Este logro tiene gran relevancia en un per�odo signado por agresiones patronales y frustraciones populares. La marea de sublevaciones desemboc� en Europa Oriental en restauraciones capitalistas, que atropellaron las conquistas laborales y acentuaron la polarizaci�n social. Y si bien el imperialismo ha sufrido serias derrotas en Palestina e Irak, la atroz sangr�a que generan las tensiones �tnicas en Medio Orientes han bloqueado, hasta el momento, la gestaci�n de una alternativa liberadora en esa zona. Por el contrario en Am�rica Latina las protestas antiliberales asumieron una t�nica antiimperialista, n�tidamente democr�tica y carente de los componentes religiosos, que obstruyen el desarrollo de un proyecto popular en el mundo �rabe.

Es muy dif�cil evaluar como incidir� este resultado latinoamericano sobre el balance internacional de fuerzas que estableci� el neoliberalismo. Pero sin lugar a dudas contribuir�n a revertir la espiral de derrotas populares, que inaugur� el thatcherismo a principios de los 80. Como los movimientos sociales de la regi�n mantienen estrechos v�nculos con los distintos foros alter-globales -que desde hace a�os funcionan en todo el mundo- existe una fluida transmisi�n de la experiencia regional al resto del planeta.

En Am�rica Latina se pudo reconstituir con relativa celeridad el tejido de solidaridad requerido para frenar la ofensiva del capital. Esta recomposici�n explica el lugar privilegiado que ocupa la regi�n en el escenario mundial de luchas sociales. El neoliberalismo no logr� sepultar las tradiciones pol�ticas y sindicales combativas de la zona, ni siquiera en el cenit de su agresi�n. Confront� con tres singularidades de la zona: una herencia viva de nacionalismo antiimperialista, importantes avances en el terreno de las libertades democr�ticas y la supervivencia de la experiencia socialista en Cuba.

Ninguno de estos rasgos se ha verificado en otras zonas perif�ricas. El fracaso de los ensayos nacionalistas de 1950-70 en el mundo �rabe fue may�sculo, las avances democr�ticos de 1980-90 en esa regi�n fueron irrelevantes y los procesos que intentaron alg�n perfil socialista (como Argelia en los 60) quedaron prematuramente bloqueados. En cambio Am�rica Latina ha podido usufructuar de los l�mites que actualmente enfrenta el imperialismo norteamericano, para imponer sus prioridades a escala global. La regi�n ha sacado parad�jicamente mayor provecho que el propio Medio Oriente de los reveses que soporta el Pent�gono en Irak.

Pero tambi�n pesan ciertas ventajas hist�ricas que diferencian a la zona del resto del Tercer Mundo. Am�rica Latina acumula una mayor tradici�n de autonom�a pol�tica post-colonial que el grueso de �frica y Asia. Concentra una herencia de luchas por la independencia de vieja data, que le permiti� constituir rep�blicas en los albores de la revoluci�n burguesa. Por esta raz�n mantuvo un liderazgo de avances en la periferia en el campo de la ciudadan�a, la integraci�n nacional y la convivencia �tnica.

Estos logros colocaron a la regi�n en una situaci�n peculiar en comparaci�n al resto de las zonas dependientes, que comenzaron a soportar la opresi�n colonial cuando Am�rica Latina se liberaba de esa sujeci�n. Este avance permiti� forjar tempranamente una conciencia nacional, que aliment� dos siglos de acci�n liberadora.

Es igualmente cierto que las compuertas abiertas por la independencia solo crearon durante el siglo XIX posibilidades de desarrollo, que no lograron consumarse. Por esta raz�n la revoluci�n burguesa tuvo un car�cter incompleto, en comparaci�n a Europa y Estados Unidos. Pero este malogrado desenvolvimiento precoz permiti� la gestaci�n de tradiciones pol�ticas ciudadanas m�s avanzadas que en cualquier otro rinc�n del Tercer Mundo. Estas ventajas hist�ricas influyen en el perfil contempor�neo que asume la lucha social en toda la regi�n.

Rebeliones b�sicas y rebeliones radicales

La oleada latinoamericana reciente ha sido caracterizada con m�ltiples denominaciones que invariablemente aluden a la rebeli�n. Los sin�nimos m�s comunes son revuelta, levantamiento, alzamiento o sublevaci�n. Estos t�rminos denotan la existencia de acciones populares contundentes y masivas de rechazo al orden vigente, pero tambi�n indican las limitaciones de las propuestas alternativas.

Las irrupciones campesinas de Europa Medieval (jacqueries) conforman el modelo t�pico de la rebeli�n. Implicaban furiosas reacciones de los oprimidos, sin correlatos positivos para la construcci�n de un orden social diferente. Varios historiadores han utilizado este sentido el concepto de la rebeli�n, para caracterizar distintas luchas populares de Am�rica Latina.

Lo que diferencia la rebeli�n de un mot�n o de una conspiraci�n es la participaci�n masiva. Por esta raz�n no guardan ning�n parentesco con los golpes de estado que han signado la historia de Am�rica Latina. Las revueltas son movimientos por abajo, que se ubican en las ant�podas de los 115 golpes militares registrados durante el siglo XIX.

Las rebeliones latinoamericanas b�sicas siempre irrumpieron como reacciones espont�neas y repentinas de la poblaci�n frente a los atropellos capitalistas o las agresiones dictatoriales. Incluyeron formas muy variadas de resistencia a la represi�n, pero no lograron inmediatamente desenvolver formas de organizaci�n alternativas o proyectos pol�ticos aut�nomos de los oprimidos. Desde el "Bogotazo" colombiano de 1948 hasta los saqueos argentinos frente la hiperinflaci�n de 1989, los episodios de este tipo han sido innumerables. Forman parte de una larga tradici�n de lucha social, que los opresores siempre han temido y descalificado.

Sus voceros identifican estas reacciones con la delincuencia ya que al criminalizar las protestas oscurecen su contenido social. Actualmente las elites encubren esta distorsi�n con campa�as contra el narcotr�fico y presentan la ocupaci�n militar de los barrios populares como actos contra el delito. En las grandes ciudades de la regi�n se libra una guerra civil encubierta contra los desamparados y algunos estudios incluso denuncian el adiestramiento del ej�rcito para enfrentar las resistencias urbanas contra los humildes.

Las sublevaciones latinoamericanas de los �ltimos a�os se ubicaron en un escal�n superior a cualquier rebeli�n social b�sica. Los alzamientos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina no fueron solo reacciones contra los gobiernos derechistas, sino que tambi�n incluyeron demandas positivas de car�cter antiliberal, democr�tico y antiimperialista. Pero estas exigencias no estuvieron acompa�adas por la gestaci�n de organismos de poder popular. Aqu� radica la diferencia con las revoluciones sociales, que incluyen la presencia de ese tipo de instituciones.

En las revoluciones sociales tienden a emerger modalidades de poder de los oprimidos, en pugna con el sistema de dominaci�n vigente. Desaf�an esta estructura con alguna forma de soberan�a alternativa. El doble poder de los soviets en la revoluci�n rusa es el ejemplo cl�sico de esta disputa, que algunos autores contempor�neos identifican con la presencia de soberan�as m�ltiples. En estas situaciones se verifica la existencia de dos o m�s epicentros que reclaman la legitimidad exclusiva del poder.

Las rebeliones se distinguen de las revoluciones por la visibilidad de estos organismos y su potencial confrontaci�n con el estado. No son las formas de lucha, los grados de violencia o la existencia de insurrecciones lo que diferencia a ambas modalidades. Este tipo de acciones ha estado presente tanto en las grandes rebeliones (Bogotazo), como en el inicio (Portugal en 1975) o la culminaci�n (Nicaragua en 1979) de un proceso revolucionario. Lo que se verifica en las revoluciones y no se observa en las rebeliones es la existencia de formas organizadas �en asambleas, consejos, movimientos o ej�rcitos- de un nuevo poder, que desaf�a a las autoridades del estado. Por esta raz�n las revoluciones introducen puntos de ruptura hist�rica m�s significativos que otro tipo de sublevaciones.

Tomando en cuenta estos criterios se puede caracterizar a los levantamientos latinoamericanos recientes como rebeliones radicales. Superaron el alcance tradicional de estos alzamientos, sin llegar a ubicarse en el campo estricto de las revoluciones. Una mirada retrospectiva confirma esta evaluaci�n.

Comparacion con grandes revoluciones

Durante el siglo XX se registraron cuatro grandes revoluciones sociales en Am�rica Latina: M�xico en 1910, Bolivia en 1952, Cuba en 1959 y Nicaragua en 1979. El contraste con estas gestas permite dimensionar el alcance de las rebeliones recientes.

La revoluci�n mexicana fue una reacci�n masiva de campesinos agobiados por la modernizaci�n capitalista que implement� un r�gimen semi-dictatorial. Al cabo de un encarnizado ciclo de sangrientas confrontaciones e importantes concesiones a los sublevados se abri� un per�odo de precaria estabilidad, que desemboc� en renovadas movilizaciones en los a�os 30. Durante este per�odo un gobierno nacionalista (C�rdenas) reinici� la reforma agraria y las nacionalizaciones inconclusas.

La revoluci�n boliviana fue un alzamiento popular liderado por batallones sindicales de los mineros, que sepultaron la dominaci�n tradicional de la oligarqu�a. El gobierno surgido de esta irrupci�n (Paz Estensoro) nacionaliz� el esta�o, instaur� la reforma agraria e introdujo el sufragio universal. Pero esta misma administraci�n reconstruy� al poco tiempo el maltrecho estado al servicio de las clases dominantes, mediante un giro derechista negociado con el FMI.

A diferencia de estos dos antecedentes la revoluci�n cubana no se detuvo en la implantaci�n de reformas. Respondi� a las agresiones norteamericanas con un acelerado proceso de nacionalizaciones y transformaciones anticapitalistas. Esta revoluci�n trastoc� el escenario regional, al asumir un car�cter socialista y demostrar la factibilidad de este curso en Am�rica Latina.

La revoluci�n nicarag�ense pareci� repetir este nuevo patr�n. Pero bajo el acoso permanente de bandas financiadas por el Pent�gono, los sandinistas detuvieron las transformaciones sociales, pactaron con sus viejos adversarios y antes de perder el gobierno por v�a electoral ya se perfilaban como una nueva elite dominante.

En M�xico, Bolivia, Cuba y Nicaragua se consum� el desmoronamiento de los viejos sistemas pol�ticos y se implementaron cambios econ�mico-sociales, que respectivamente se estancaron, revirtieron, consolidaron y neutralizaron. Pero en los cuatro pa�ses se verificaron las formas de poder paralelo y los organismos desafiantes del estado, que distinguen a las revoluciones sociales de las rebeliones.

En otros levantamientos estos rasgos aparecieron en forma solo espor�dica o conformaron inmaduros embriones. Algunas revoluciones no triunfaron (El Salvador en los a�os 80) o fueron incipientemente aplastadas (Guatemala en 1954, Chile en 1970). De todas estas experiencias surgieron las tradiciones que nutren la lucha popular. Pero en forma estricta, el t�rmino revoluci�n social es solo aplicable en el siglo XX a cuatro grandes eventos de la historia latinoamericana.

A diferencia de muchas rebeliones, los levantamientos de M�xico, Bolivia, Cuba y Nicaragua tuvieron un n�tido desemboque militar. Esta confrontaci�n ilustr� la peculiar intensidad de estas convulsiones. En los cuatro casos se registr� una pugna directa de las milicias populares armadas con el ej�rcito convencional.

En M�xico los campesinos despojados de sus tierras aplastaron a las tropas federales y sostuvieron una d�cada de resistencias b�licas, apoyada en la organizaci�n comunal del sur y el alistamiento masivo en el norte. En Bolivia, los efectivos del gobierno fueron doblegados por los escuadrones de mineros, al cabo de una encarnizada batalla de tres d�as que cost� 1500 muertos. Tambi�n aqu� el ej�rcito fue demolido por la acci�n armada de los obreros. En Cuba la guerrilla libr� una exitosa guerra de desgaste contra la guardia nacional, que culmin� con la ofensiva final del movimiento 26 de Julio. Veinte a�os despu�s, una secuencia de similar de operaciones en el campo junto a insurrecciones urbanas condujeron a la victoria de Nicaragua.

En los cuatro casos se perpetr� un enfrentamiento militar que defini� el triunfo de los revolucionarios y el desmoronamiento del ej�rcito oficial. Este desenlace condujo al desplome de todos los organismos del estado burgu�s, que fueron reformados y reconstruidos (M�xico y Bolivia), destruidos y reemplazados (Cuba) o demolidos y rehabilitados (Nicaragua). Estos resultados finales tan dis�miles, no diluyen la enorme familiaridad revolucionaria inicial de los cuatros procesos.

Las rebeliones latinoamericanas recientes no alcanzaron en ning�n caso esta intensidad. De los cuatro levantamientos de la �ltima d�cada, Bolivia se ubic� en el terreno m�s pr�ximo a una revoluci�n. No solo por la contundencia de las sucesivas "guerras" que libraron los sublevados (agua, coca, gas), sino por el principio constituci�n de organismos de poder popular (en las Juntas de El Alto). Pero la distancia que guarda esta convulsi�n con el antecedente de 1952 es muy significativa. En esa ocasi�n un ej�rcito regular fue derrotado y desarmado por batallones mineros.

En el caso ecuatoriano las masas populares jaquearon a varios gobiernos, sin llegar a forjar organismos de poder rivales del estado, ni milicias desafiantes de las fuerzas armadas. La situaci�n potencialmente revolucionaria que se vivi� en varios momentos, no se tradujo en una revoluci�n comparable a las cuatro grandes gestas del siglo XX.

La brecha que separa al "argentinazo" de esos antecedentes es mucho mayor. Desde diciembre del 2001 hasta mediados del 2002 se plasm� un levantamiento masivo, sostenido en la ocupaci�n continuada de las calles. Pero las instancias potenciales de un poder popular apenas se insinuaron y la par�lisis transitoria del estado no implic� el desplome de ninguna de sus instituciones. Tampoco se produjo posteriormente alguna renovaci�n significativa del espectro pol�tico. La protesta asumi� m�s que en cualquier otro caso, una modalidad cl�sica de rebeli�n diferenciada de la revoluci�n.

Variedad de usos

En Venezuela la palabra revoluci�n es cotidianamente utilizada con gran orgullo por todos participantes del proceso nacionalista. Recurren a este t�rmino para caracterizar un giro hist�rico de la vida nacional. La "revoluci�n bolivariana" es identificada con las batallas contra la derecha, el desmoronamiento del sistema de bipartidista y los importantes logros sociales.

Pero en este caso, la palabra revoluci�n presenta una acepci�n diferente a la aplicada para contrastar su presencia con las rebeliones. No alude a un acontecimiento, sino a la totalidad de un proceso de rupturas sucesivas con el orden vigente ("caracazo", recuperaci�n de PDEVESA, derrota del golpe, triunfos electorales). La convocatoria a concretar "nuevas revoluciones dentro de la revoluci�n" se basa en esta identificaci�n del concepto, con transformaciones de alto contenido radical. En este caso la menci�n de la revoluci�n presenta un significado simb�lico, que expresa la sensaci�n de un gran cambio en curso. Este significado del t�rmino difiere de su utilizaci�n como categor�a anal�tica comparativa de la intensidad de las sublevaciones populares.

Es importante valorar esa dimensi�n subjetiva, ya que toda revoluci�n se nutre de percepciones, esperanzas e ideales. Pero tambi�n es vital evaluar el alcance del giro actual para tomar conciencia de la distancia que falta recorrer. En Venezuela qued� largamente superado el estadio inicial de una rebeli�n y es v�lido reconocer la presencia de un proceso revolucionario. Pero las fronteras que atravesaron las cuatro grandes revoluciones sociales de Am�rica Latina, no han sido a�n traspasadas.

Este mismo diagn�stico se aplica a Bolivia. Algunos recurren a un uso extendido del t�rmino revoluci�n para analizar lo ocurrido en el Altiplano. Convocan expl�citamente a no regatear la aplicaci�n de ese concepto, estimando que el uso de sustitutos menores -como rebeli�n- desvaloriza el alcance de los levantamientos. Retoman la noci�n de "revoluci�n popular" que utiliz� Lenin en 1905, para contrastar una irrupci�n desde abajo (Rusia) con cambios desde la c�spide del estado (Turqu�a a principios del siglo XX).

Pero la distinci�n entre revoluci�n y rebeli�n no tiene connotaciones ofensivas. Solo apunta a esclarecer grados de intensidad de la lucha popular para definir estrategias socialistas adecuadas. Recordar que las sublevaciones en Bolivia del 2000-2005 no provocaron un colapso del estado capitalista comparable al observado en 1952, no implica quitarle m�rito alguno a estos levantamientos. Este se�alamiento del trecho a recorrer es tan importante para un proyecto anticapitalista, como la contraposici�n leninista entre irrupci�n desde abajo y cambios desde arriba.

La revoluci�n presenta ambas caras: es un instrumento de liberaci�n deseado por los oprimidos y es tambi�n una categor�a de an�lisis de la lucha social. La esperanza emancipadora no debe anular el potencial explicativo del concepto. No basta con evaluar las percepciones de los protagonistas. Se requiere, adem�s, dimensionar comparativamente el alcance de cada episodio.

Algunos autores recurren al concepto de revoluci�n pol�tica para ubicar los levantamientos recientes de Am�rica Latina. Los sit�an en un punto intermedio entre las rebeliones y las revoluciones sociales. Ese concepto fue muy utilizado en los a�os 80, para distinguir los desmoronamientos de las dictaduras bajo presi�n popular de las transiciones manejadas desde arriba. Lo ocurrido en Argentina o Bolivia fue adecuadamente contrastado con el fin del franquismo en Espa�a. La vieja distinci�n que estableci� Trotsky entre revoluciones sociales (transformaci�n de las relaciones de propiedad) y revoluciones pol�ticas (modificaci�n de un sistema institucional) fue aplicada para caracterizar los procesos post-dictatoriales m�s convulsivos.

En su aplicaci�n contempor�nea, esta diferenciaci�n entre revoluciones pol�ticas y sociales tambi�n incluye una distinci�n equivalente entre reg�menes (fascismo, dictaduras, constitucionalismo, bonapartismo) y estados. Mientras que el primer tipo de sublevaci�n popular solo desaf�a alguna variante institucional de la dominaci�n capitalista, el segundo tipo de irrupciones confronta con los pilares administrativos y represivos de ese sistema. Esta diferencia obedece a que las reivindicaciones en juego en las revoluciones sociales son mucho m�s convulsivas que las demandas propias de cualquier revoluci�n pol�tica.

En la oleada reciente de sublevaciones latinoamericanas se confront� no solo con presidentes neoliberales, sino tambi�n con reg�menes autoritarios y elitistas (bipartidismo venezolano, partidocracia ecuatoriana, contubernio boliviano entre tres oficialismos). Pero estas rebeliones no arremetieron estrictamente contra las monarqu�as, autocracias o tiran�as militares, que inspiraron el uso del concepto revoluci�n pol�tica.

El mayor problema radica igualmente en otro plano: el potencial abuso del t�rmino revoluci�n. Esta noci�n pierde contenido cu�ndo es utilizada para catalogar cualquier variedad de irrupciones populares. La tipificaci�n de la revoluci�n c�mo una eclosi�n solo pol�tica, no disipa esta disoluci�n del significado. Al confundir una sucesi�n de rebeliones con una oleada de revoluciones se tiende a exagerar el alcance de la acci�n popular y se abren las compuertas para sobredimensionar los procesos en curso. La consecuencia de error es imaginar la existencia de "situaciones revolucionarias continentales" de indefinida duraci�n.

Esta mirada anula el sentido espec�fico y de corto plazo que tienen las categor�as concebidas por Lenin, para evaluar las condiciones que preparan o anteceden a una revoluci�n (crisis, jornadas y situaciones). Esas nociones aluden a per�odos muy breves de colapso del estado y no a prolongadas etapas de crisis de un r�gimen o gobierno. En Sudam�rica no existe actualmente una "situaci�n revolucionaria" regional (de muchos pa�ses), ni duradera (de varios a�os). Comprender estas diferencias es vital para desenvolver una estrategia socialista acertada.

Actualizaci�n de viejas demandas

La oleada actual de luchas latinoamericanas se desenvuelve en una etapa internacional, que difiere significativamente del contexto predominante en las cuatro grandes gestas del siglo XX. La revoluci�n mexicana constituy� un anticipo del triunfo bolchevique y de la marea roja que cubri� a Europa Occidental. La revoluci�n boliviana empalm� con la secuencia de levantamientos que signaron la descolonizaci�n del Tercer Mundo. Las revoluciones cubana y nicarag�ense inauguraron y coronaron, respectivamente, un ciclo de sublevaciones internacionales de gran impronta juvenil y fuerte centralidad de los proyectos socialistas.

Las rebeliones actuales se enmarcan, en cambio, en un per�odo de ofensiva del capital, tendiente a desmantelar las conquistas sociales de pos-guerra. Constituyen la primera respuesta popular regionalizada con proyectos alternativos, a esa agresi�n neoliberal. Pero estas diferencias no anulan los grandes puntos de contacto que vinculan las sublevaciones recientes con sus antecesoras.

Los nuevos alzamientos pusieron de relieve viejos problemas, que las precedentes revoluciones frustradas o inconclusas no lograron resolver. Por eso la miseria de las masas, la desnacionalizaci�n de los recursos estrat�gicos y la ausencia de democracia real volvieron a irrumpir como los grandes temas de Am�rica Latina.

La regresi�n social que reinstaur� el neoliberalismo fue la chispa que en el pasado encendi� las grandes revoluciones. La causa inmediata de la sublevaci�n campesina en M�xico fue la expropiaci�n de las comunidades ind�genas y la intensificaci�n de la concentraci�n de la tierra bajo el Porfiriato. La misma secuencia de confiscaciones precipit� el odio popular contra la oligarqu�a y el pu�ado de rentistas mineros que despilfarraba las riquezas de Bolivia. Tambi�n en Cuba la revoluci�n se expandi� en respuesta al pico de miseria y desigualdad social, que hab�a impuesto por Batista. En Nicaragua, la victoria sandinista comenz� a gestarse, cuando el clan Somoza perpetr� una descarada apropiaci�n de los fondos recolectados para socorrer a las v�ctimas del terremoto de 1972.

Pero no solo esta lucha social contra la explotaci�n conecta las revoluciones del siglo pasado con las rebeliones de la nueva centuria. Tambi�n la democratizaci�n perdura como un eje recurrente de los levantamientos populares. Esta demanda siempre alcanz� intensidad, cu�ndo los reg�menes desp�ticos comenzaron a disgregarse. La revoluci�n mexicana estall� en oposici�n a la perpetuaci�n de la camarilla de Porfirio. La revoluci�n en Bolivia se desat� en medio de la ingobernabilidad generada por el fracaso de la guerra del Chaco. El 26 de Julio puso fin en Cuba a varias d�cadas de inestables dictaduras y el Sandinismo desplaz� en Nicaragua a una dinast�a mafiosa en descomposici�n.

La oleada de rebeliones recientes volvi� a enfrentar a gobiernos autoritarios, socialmente aislados y carentes de cohesi�n, bajo la bandera com�n de la democratizaci�n. Frente a reg�menes constitucionales elitistas -que ya no act�an como simples dictaduras- se reclam� democracia genuina y no elecciones libres. La exigencia de soberan�a popular adopt� otra forma, pero el contenido de esta aspiraci�n no ha variado.

Un tercer campo de continuidades presenta el perfil antiimperialista. Durante la revoluci�n mexicana esta impronta incluy� el rechazo a la invasi�n de los marines, en un pa�s que sufri� la sustracci�n yanqui de la mitad de su territorio. La nacionalizaci�n del esta�o que manejaba la "Rosca" de oligarcas locales asociados con las grandes multinacionales fue la primera medida de la revoluci�n boliviana. En Cuba se puso inmediato fin al manejo norteamericano del az�car, la electricidad, el petr�leo, el n�quel y los tel�fonos. La revoluci�n nicarag�ense erradic� a un tirano a sueldo del Departamento de Estado, que fue c�lebremente definido por los diplom�ticos estadounidenses como "nuestro hijo de puta".

Las nuevas rebeliones han actualizado la tradici�n antiimperialista radical que personificaron Zapata, Mart� y Sandino, en M�xico, Cuba y Nicaragua. Estos tres l�deres combinaron la resistencia al poder norteamericano con batallas sociales por reformas agrarias y mejoras obreras. Esta misma mixtura de reivindicaciones sociales y nacionales se plasma en el siglo XXI en la exigencia de nacionalizar los recursos b�sicos para satisfacer las demandas populares.

Pero en la actualidad existe mayor conciencia que el pasado de la imposibilidad de resolver las asignaturas sociales, democr�ticas y nacionales pendientes, en los estrechos marcos de cada pa�s. Por esta raz�n ha cobrado tanta actualidad la b�squeda de la unidad regional, a trav�s de un genuino proceso de emancipaci�n.

El proyecto de aglutinar las distintas naciones en un estado regional centralizado -que las oligarqu�as locales frustraron a principio del siglo XIX- tuvo solo epis�dicos momentos de resurgimiento durante la centuria pasada. Esta meta fue desigualmente retomada por las cuatro grandes revoluciones, pero ha cobrado gran actualidad. La discusi�n en torno a opciones de integraci�n se encuentra atravesada por la disyuntiva de avanzar por un rumbo anticapitalista o retroceder hacia nuevas formas de dominaci�n de los poderosos.

La revoluci�n pendiente

Los levantamientos latinoamericanos lograron mayoritariamente desplazar a los presidentes neoliberales y mejoraron las condiciones para obtener conquistas. Pero estos �xitos no implican satisfacci�n de las reivindicaciones sociales. Estas metas pueden alcanzarse, a veces en forma parcial y transitoria, a trav�s de las concesiones que otorgan las clases dominantes por temor al aluvi�n revolucionario.

Pero el logro efectivo de las aspiraciones populares exige convertir las rebeliones en revoluciones sociales. Mientras que una sublevaci�n popular victoriosa permite derrotar a un gobierno derechista, el triunfo pleno de la revoluci�n social exige desplazar a las clases dominantes del poder e inaugurar una transformaci�n hist�rica de la sociedad. Este cambio no ha comenzado en ning�n pa�s sudamericano.

Existe igualmente una significativa diferencia entre los gobiernos de centroizquierda (Argentina, Brasil, Uruguay) que han recompuesto la dominaci�n capitalista y las administraciones nacionalistas radicales (Venezuela, Bolivia y probablemente Ecuador). En estos pa�ses se procesan cambios significativos y se abri� una confrontaci�n entre proyectos, que pueden desembocar en la ruptura revolucionaria o en la consolidaci�n de las nuevas elites dominantes. Para indagar estas dos alternativas es �til tambi�n revisar varias experiencias de las �ltimas d�cadas. Desarrollamos esta evaluaci�n en el pr�ximo art�culo.

Buenos Aires, 24-10-07

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 Fuente: lafogata.org

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