VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
La Izquierda debate


El capital controla y conduce nuestros deseos

Pancho Ferrara.

¿Cómo resistir la tentación de entrar en el debate entre Raúl Zibechi y Alvaro García, si el mismo se refiere a interrogantes con los que convivo diariamente y ocupan buena parte de mi tiempo?

Sintiéndome mucho más cercano a los planteos de Raúl Zibechi, me parece advertir en el discurrir del pensamiento de Alvaro García inevitables deslizamientos hacia las posiciones de las que intenta despegarse. Tanto en su recomendación de "no temerle a nuevas estructuras institucionales", como en la dialéctica de "una subjetividad en lucha permanente contra la objetividad que lo ha determinado" o en el multiclasismo que advierte en las luchas actuales, vuelven a instalarse subrepticiamente el estado, la objetividad o la lucha de clases que forman el núcleo duro del viejo marxismo en replanteo. Nietszche decía que, después de muerto Dios, deberíamos lidiar con su sombra por siglos. Sin tanta duración, algo parecido ocurre con conceptos como los que estamos considerando: retornan una y otra vez, son resistentes a la crítica, se cuelan si nos agarran con la guardia baja

Claro que quienes buscamos por fuera del marco de categorías que, sospecho, tienen mucho que ver con la catástrofe de las "aplicaciones" del marxismo, no estamos cómodamente ubicados en estos debates. Son muchas más las preguntas que las respuestas que tenemos, muchos de los términos que vamos hallando son aún vagos, de escaso desarrollo y carentes de articulaciones que cubran la distancia entre lo general y lo particular, a veces podemos ser sin esfuerzo acusados de abandonar el campo de la lucha política al enemigo, etc. Asumo estas y otras caracterizaciones por el estilo y aun así no resisto la tentación de meterme en este debate y hacer algunas consideraciones.

No creo en la utilidad de las refutaciones término por término, esa modalidad tan utilizada cuando se trata de desacreditar al adversario. Esas mañas son hijas de la certeza y yo me confieso sostenido en la precariedad. No podría, entonces, encarar una discusión con el menor atisbo de seguridad o claridad. Más bien trato de pensar junto a los que se animen a suspender algunos juicios para establecer un ámbito que permita darle cabida a alguna novedad, a la búsqueda en la oscuridad. Y de abrir espacios en los que se puedan pensar experiencias contemporáneas y considerar alternativas posibles a los rígidos códigos revolucionarios del siglo pasado. Las reflexiones que siguen, aunque aparezcan distantes de los temas en debate, constituyen un espacio de reflexión que apunta en la misma dirección, la de construir mejores armas para la lucha anticapitalista .

Una vía muy poco transitada en la experiencia revolucionaria del siglo XX ha sido la que se refiere a la problemática de las personas concretas, de los sujetos fulano y mengana y sus tráficos sentimentales, sus conflictivas vinculares, todo el espacio cargado de las necesidades afectivas y las maneras difusas en que, junto al lazo social, se expresa lo que se ha dado en llamar el lazo libidinal. Ha habido en este terreno diversas expresiones del "olvido" de estas cuestiones o hasta del desprecio explícito por tratarse de aspectos "pequeñoburgueses" que había que combatir en aras de un sujeto revolucionario, integrado a su tiempo y al torrente de luchas por el cambio. Es lo que Holloway plantea cuando dice, refiriéndose a esas prácticas tan comunes en toda una época: "En la cima de la jerarquía aprendemos a colocar aquella parte de nuestra actividad que contribuye a ‘hacer la revolución’; en la base, ubicamos frivolidades personales como las relaciones afectivas, la sensualidad, el juego, la risa, el amor." Lo que tal vez Holloway no explora suficientemente es la relación de esas prácticas con el predominio de la conciencia como atributo esencial del humano, con la razón colocada en el puesto de mando de las acciones, los proyectos y los afanes del género humano. Y esta es una concepción muy de la modernidad, muy cartesianamente establecida y que profesamos durante siglos tanto los defensores como los críticos del capitalismo. ¿Qué nos plantea esta concepción? Qué hay leyes en el desarrollo de la sociedad, que es preciso ser "objetivos" para poder considerar esas leyes y actuar en consecuencia, que ser "subjetivo" es estar expuesto al error, que hay que saber que el ser social "determina" la conciencia, que el conocimiento, el saber, la razón, son los máximos atributos de la criatura humana. En esta secuencia, se puede comprender, no hay lugar para los sentimientos, apenas se los concibe como heroica música de fondo en los grandes procesos sociales e históricos.

Pero ocurre que las cosas cambian, el mundo ha cambiado en las últimas décadas y, en un aspecto central, hemos pasado de la producción fordista a la producción globalizada, del predominio de la producción material al imperio de la producción inmaterial. Hoy las ramas de avanzada de la producción se encuentran en la industria del espectáculo, la informática, la organización del ocio, los deportes, la salud, las comunicaciones, esos son los rubros que producen valor, ganancia, plusvalía de un nuevo tipo. Y esos procesos requieren del empleo de una serie de facultades que se hallan en las capacidades humanas para la comunicación, la invención, los intercambios afectivos, lo que Paolo Virno llama la aptitud básica comunicativa y cognitiva. El mundo, también, ha dejado de ser esa entidad de sentido compacta, sólida, para pasar a manifestarse con condiciones de fluidez y más azaroso que reglado férreamente por leyes. La conciencia, en fin, ha dejado su lugar de preeminencia a la sensibilidad, explotada intensamente por la economía de mercado a través de lo que Guy Debord consideró "La sociedad del espectáculo".

Está claro que estas son apenas hipótesis para pensar, para situar algunos ejes que permitan discurrir el pensamiento. Pero si las aceptamos tal vez podamos abrir vías para considerar la creciente importancia de los procesos afectivos, aquellos que otrora debían ceder terreno a la razón y hoy se imponen como esfera de intercambios generalizados y actividades que producen valor y que el capital utiliza en su beneficio bajo formas nuevas y más feroces de explotación..

Tomemos un ejemplo propio del campo productivo: la aparición de las células de trabajo organizadas en torno del toyotismo en las fábricas de automotores. Esta tendencia, que sustituyó a los paradigmas del fordismo, supone la formación de grupos de trabajo aparentemente dotados de libertad para escoger sus modalidades, sus ritmos, sus intercambios. Se trata de explotar la afectividad de los trabajadores miembros del grupo en un grado hasta ahora no visto. La célula se propone alcanzar sus metas (establecidas por la empresa) a partir de su capacidad para mantener un ritmo adecuado, para lograr la mayor entrega de sus miembros, para establecer las condiciones de un trabajo "en equipo". En esto estriba la superioridad de estos métodos respecto de la "aburrida" línea de montaje del fordismo, en explotar la capacidad afectiva, los vínculos, los sentimientos. Y esto se transforma, entonces, en un terreno específico de manifestación del modo capitalista actual de producción y apropiación de valor. Ese modelo, por su parte, supone invertir los papeles de producción y consumo. Si para la empresa fordista la producción "suponía" un consumidor ad hoc y lanzaba al mercado los modelos que la empresa establecía como apropiados, el toyotismo busca señales en el consumidor, genera información sobre tendencias, provoca encuestas para advertir necesidades o variaciones en el gusto, en una palabra, bucea en el mundo afectivo de sus potenciales compradores para convertirlos en consumidores adictos

La "sociedad del espectáculo", por su parte, genera una intensa circulación de imágenes, información, escenas, que son condiciones de producción de la subjetividad contemporánea. En ese flujo el componente afectivo es fundamental, se trabaja directamente sobre la sensibilidad y se deja de lado la conciencia. Un filme, típico producto cultural de la industria cinematográfica moderna, supone la posibilidad del ejercicio del pensamiento, un video clip o un juego de computadora, típicos exponentes de la cultura globalizada, prescinden de ese atributo a favor del sensorio, de la rapidez o la capacidad de aceptar la superposición de imágenes. Como en las operaciones de "zapping".

Es decir que estamos en presencia de algo que, al ser el eje de la producción capitalista, se ha convertido en terreno de lucha, ya no se trata de un aspecto subsidiario de la actividad de los luchadores, por ejemplo, sino que ha devenido un plano en el que se libran combates decisivos. Si no logramos articular procedimientos para trabajar y trabajarnos esos aspectos, el capitalismo utilizará a su favor toda esa potencia para asegurar su dominio y perpetuar la explotación.

Si esto es así, en el corazón de los nuevos movimientos sociales podremos, como ya se hace en muchos lugares, poner en juego modalidades de trabajo precisamente con aquello que fuera despreciado bajo el imperio de la conciencia. ¿Cómo nos relacionamos en el movimiento? ¿Qué nos pasa con lo que pasa? ¿Qué sentimos? ¿Cuáles son nuestras broncas, nuestras fantasías, nuestros amores? ¿Qué vínculos establecemos? ¿Qué problemas afectivos nos produce la participación colectiva? ¿Qué batallas se libran en el interior de cada uno al tener que desplazar al yo de su podio para pasar trabajosamente a construir un nosotros? En una palabra, ¿en qué medida la calidad de nuestros afectos reproduce y refuerza la dominación y la esclavitud? Porque el modo de querer es una construcción cultural, el amor es un producto de la cultura, odiamos y amamos a partir de procedimientos subjetivos que se traman en los procesos histórico-sociales. La sexualidad, el trato con los niños, los intercambios afectivos, las parejas o las familias son prácticas que adquieren un sentido a través de complejos procesos sociales y culturales

Para poner otro ejemplo: ¿Basta hoy con lo que cada compañero dice en una reunión, en una asamblea? ¿O se hace necesario dar lugar a lo que habitualmente no se comenta, lo que se siente, lo que gusta o disgusta, lo que interesa o aburre, todo aquello que discurre subterráneamente y que con los métodos racionalistas de funcionamiento no se manifiesta nunca? Trabajarnos los sentimientos implica una posibilidad de subjetivación distinta de la dispuesta por el neoliberalismo.

Si la fluidez típica de esta etapa del capitalismo, convertida en predominante por las necesidades financieras, supone una velocidad cada vez mayor, un vértigo que se convierte en monótono en su reiteración incesante, impone un funcionamiento subjetivo adecuado, generando la capacidad de responder velozmente a los estímulos como estrategia de supervivencia: para poder pensar, operación diferente de la anterior, será necesario hacer algo diferente de "estar". Estar es estar en la fluidez, ser envuelto por sus condiciones, la velocidad, la instantaneidad, el vértigo. Tal vez una opción, en la dirección de explorar nuestra afectividad en grupo, en considerar las alternativas al sistema, sea la de habitar una situación, la apropiación del momento, la fijación de otras condiciones que favorezcan el pensamiento colectivo y la generación de un nosotros como operación subjetivante.

En nuestros sentimientos anida el capitalismo, porque ellos mismos son producto de relaciones y estas relaciones son capitalistas. Si no logramos dar la batalla ahí le estaremos errando a una necesidad impostergable del momento.

¿Dónde quedan aquí, para volver al comienzo y a la discusión, el poder, la objetividad, la lucha de clases? El poder vive en cada uno de nosotros, el capanga está dentro nuestro, en la manera en que amamos u odiamos, la objetividad es una forma de dominación que no nos permite considerar nuestra afectividad como espacio de conflictos sociales, la lucha de clases cede su lugar a la lucha por alumbrar un sujeto nuevo. Y para eso no hace falta esperar a la toma del poder. Es posible pelear hoy por ese objetivo, construyendo en los intersticios del sistema, a contramano de su control sobre nuestros deseos, disputándole el robo que hace todos los días de nuestra capacidad de comunicarnos, de inventar, de interesarnos por esto o aquello, de todo lo que ha venido a reemplazar a la capacidad material de producir valor.



Pancho Ferrara.
Buenos Aires, 28 de febrero de 2005.