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La Izquierda debate

 

Los sueños de los tiempos

Guillermo Cieza

Si en los sueños de los años 70 era coherente imaginar revoluciones locales para después promover articulaciones continentales, hoy los nuevos sueños imaginan un futuro más ligado a la construcción de una unidad popular latinoamericana, que podemos pensar a partir de la articulación de los grandes protagonistas de los cambios, que son los movimientos sociales
En cada momento histórico hay hechos que son referentes muy fuertes para todo el período y de alguna manera sintetizan y promueven las aspiraciones y estrategias de las masas trabajadoras y populares que necesitan y protagonizan cambios sociales en el mundo.
Damos un un ejemplo: El mundo de finales de los sesenta y principios de los setenta esta marcado a fuego por la guerra de Vietnam y la revolución cubana.
En esas referencias esta lo central de las aspiraciones y estrategias populares de la época. Se apuesta a la resistencia a todas las formas de colonialismo e imperialismo, a realizar cambios políticos profundos, es dominante una estrategia de lucha armada y se ve a los procesos revolucionarios como hechos locales, revoluciones en marcos nacionales que posteriormente se iran conectando. En el terreno de los esfuerzos militantes hay otras ideas, pero esas ideas son incapaces de vertebrarse en proyectos de poder, están descontextuadas de lo que en ese momento histórico las masas olfatean que puede tener posibilidades de avance.
Ponernos de acuerdo en cuales son las grandes aspiraciones y estrategias populares de estos primeros años del siglo XXI, no parece fácil si lo vemos desde Argentina, pero mejora la perspectiva si lo miramos más globalmente. En primer lugar, tendríamos que acordar que el hecho mundial que marca a fuego el periodo es la invasión imperial a Irak, y la resistencia del pueblo iraqui y que el otro hecho, más cercano, es el proceso popular venezolano y la aparición de fuertes movimientos de resistencia contra el neoliberalismo y de fuerte oposicion a la agresiva politica de Estados Unidas en América Latina y Medio Oriente.
En lo que hace a las grandes aspiraciones y estrategias populares de la época, creo que lo más saliente es la resistencia al imperialismo, y en particular a las políticas de Bush, el fortalecimiento de las identidades nacionales y la idea de que será necesario armar importantes bloques regionales para enfrentar al imperialismo, y avanzar en autonomía económica y política, como condición para mejorar la situación de vida y bienestar de las masas populares. En lo que hace a las medidas de lucha hoy se ve como más viable una combinación de acciones políticas que van desde la acción directa a la participación electoral. Esto no es exclusivo de Latinoamérica, también sucede lo mismo en Medio Oriente donde Hezbollah gana las elecciones en el Líbano y Hamas se impone en Palestina y en Irán se conforma un gobierno de línea teocratica conservadora y muy poco dispuesto a conciliación alguna con Israel y Estados Unidos.
Tratar de caracterizar trazos gruesos de aspiraciones y estrategias o de tendencias de resistencia no significa acordar puntualmente con esas experiencias, o asignarle posibilidades de aportes efectivos a la liberación definitiva de los pueblos: pero si delimitar una cancha por fuera de la cual es muy difícil hacer política de masas con vocación transformadora en un periodo histórico. Y pongo dos ejemplos.
En 1973 en la Argentina era casi imposible articular un discurso político si no se mencionaba al socialismo (o que el mundo se encaminaba hacia el socialismo). Esto no lo decían solo las organizaciones con vocación revolucionarios, sino también Perón, el secretario general de la CGT (Rucci) e incluso el Partido Radical proponía el "El cambio en paz". Hace pocos días he leído unas jugosas declaraciones de López Murphy donde manifiesta cierta simpatía por un bloque de países latinoamericanos, aclarando que él se identifica más con el modelo chileno. Y comenta que ha escrito un trabajo conjunto con el que seguramente va a ser elegido ministro de economía de la Bachelet (no me extraña).
Los sueños populares de una época no son arbitrarios ni fantasiosos, contienen elementos de realidad y están asentados en la lectura de experiencias exitosas. La simpatía y apoyo popular que tuvieron numerosas experiencias guerrilleras en el continente tenían un precedente inmediato de las revoluciones anticoloniales en Africa y la liberación de Cuba y de Vietnam. El corrimiento hacia formas de enfrentamiento más centradas en lo político y no en lo militar desde finales de la década del 80, tiene que ver con la hegemonía absoluta de los Estados Unidos y las fuerzas de la OTAN, a partir de la caída del bloque del Este. Las posibilidades de nuevos bloques regionales tienen que ver con signos del agotamiento de la hegemonía absoluta de los Estados Unidos y el ascenso de potencias emergentes como son China e India.
Que determinadas experiencias o propuestas se inscriban en los sueños de la época favorece sus posibilidades de masificacion, porque los pueblos siempre demostraron prestar más atención a lo que el sentido común colectivo caracteriza como viable, que a respetar determinadas liturgias. Pero no las legitima, ni las beatifica, ni garantizan caminos de avance. Hay experiencias de resistencia como las que ejercieron los miles de jóvenes musulmanes en Francia que salieron a incendiar automóviles, que más allá de crear objetivamente problemas a los gobiernos neoliberales no tienen propuestas superadoras que puedan unificar a las victimas del neoliberalismo y en algún sentido promueven las disputas entre los pobres.
Es muy discutible que resistencias como las que ejercen Hamas o Hezbollah puedan ofrecer propuestas civilizatorias superadoras, pero no es lo mismo para Estados Unidos tener que lidiar con ellos que con los lideres saudíes, o de Egipto.
Por ultimo, en América Latina no es lo mismo el proceso popular venezolano liderado por Chávez que el justicialismo agiornado liderado por Kirchner. Dos propuestas que parecen inscribirse en los sueños de la época, pero que no pueden equipararse.

El papel de los movimientos sociales

Si miramos las distintas experiencias de América Latina me parece que hay rasgos comunes, pero también rasgos distintivos que permiten calificar a algunas experiencias como progresistas y a otras como francamente retardatarias. El rasgo común es que las clases políticas que hoy asumen la gestión de gobierno se parecen más de lo que se supone. Son funcionarios y ex militantes populares, que en su mayoría fueron parte de gestiones de la década de los 90, donde lo dominante fue el neoliberalismo. Políticos profesionales que, en el mejor de los casos, convirtieron a la política en un medio de vida.
El rasgo distintivo tiene que ver con la relación que tienen esas clases políticas agiornadas con los movimientos sociales y en la cuestión de los liderazgos.
El caso de Venezuela es el más progresista porque allí hay un peso muy fuerte de movimientos sociales autónomos que combinados con un liderazgo de Chávez, consiguen neutralizar los colchones burocráticos de los funcionarios políticos. Y aquí nos referimos a funcionarios medios formados en los gobiernos anteriores, pero también a políticos agiornados, que son parte de los partidos gobernantes y constituyen "el chavismo".
El caso boliviano es todavía una incógnita, pero también allí las mejores cartas están echadas en el sentido del papel que puedan jugar los fuertes y combativos movimientos sociales de ese país, y en la actitud que pueda tomar Evo Morales, prestando más atención a esas propuestas que a lo que pueda surgir de su propio partido, el MAS.
El caso brasileño es uno de los más decepcionantes porque allí sí había movimientos sociales poderosos como el MST, y el liderazgo de Lula eligió apoyarse en su partido, el PT (que venia vaciándose de su carnadura popular y compromisos sociales en la ultima década), y en la alianza de partidos que le permitió llegar al gobierno.
El caso uruguayo es muy representativo de lo que planteamos como eje de análisis. Seguramente la clase política que llegó al gobierno con el Frente Amplio-Encuentro Progresista, era la menos corrupta del continente, con muchos militantes de trayectorias intachables, pero no había allí movimientos sociales con peso y capacidad movilizadora para sustentar políticas de transformación. Los resultados están a la vista.
El caso de Chile también es particular no tanto por la inexistencia de movimientos sociales de peso, sino porque los únicos movimientos con desarrollo masivo (las organizaciones mapuches) están desarticuladas políticamente del resto de la oposición política que es débil y fragmentada.

Los dilemas de la Argentina

Creo que es fácil ponernos de acuerdo en que el Kirchnerismo no es una expresión de las nuevas realidades sociales de resistencia al neoliberalismo surgidas a finales de los 90 y principios del 2000, sino un agiornamiento del Partido Justicialista, que con Menem y Duhalde a la cabeza fueron los mejores alumnos del FMI y Estados Unidos. Y que los funcionarios que no provienen de ese tronco vienen del Frepaso y la Alianza, cuyo gobierno terminó por la rebelión popular de diciembre del 2001.
Es indudable la habilidad de sus líderes para ubicar a ese engendro en un discurso político, acompañado de algunos gestos muy bien publicitados, en los sueños de los tiempos que pueden sintetizarse en una América Latina unida que se pone de pie para enfrentar a Estados Unidos. Y también es indudable que han tenido suerte al beneficiarse con las políticas de crecimiento económico producto de la combinación del efecto rebote post-devaluatorio y de una coyuntura muy favorable por el crecimiento de los precios internacionales del petróleo y de la soja.
Pero vale la pena echar una mirada a cuál ha sido su relación con los movimientos sociales. Sus políticas pueden resumirse en cooptación o marginación. Solo existe lo que es posible de ser cooptado y posteriormente verticalizado. Lo demás es ignorado, y la marginación es el estadio anterior a la represión.
Desde esa lógica los movimientos sociales cooptados no plantean presión alguna al gobierno, son funcionales a la desmovilización. Hace poco tiempo una organización que fue ejemplo de resistencia como las Madres de Plaza de Mayo, lideradas por Hebe de Bonafini, terminan de definirse políticamente diciendo que tienen un amigo en la Casa Rosada, anunciando que hacen por última vez la Marcha de la Resistencia.
Alguna vez en una reunión donde participaban militantes de distintos puntos del país discutimos sobre los techos de esa cooptación (y concluimos que no era lo mismo lo que ocurría en Santa Cruz, que lo que podía suceder en Tucumán).
El debate, me parece, no es ese sino preguntarnos porqué este gobierno, cuyos antecedentes políticos son inocultables, puede seguir ejerciendo políticas de cooptación.
Y allí me parece que corresponde una mirada crítica hacia lo existente en los movimientos sociales y el conjunto de la izquierda.

Los movimientos sociales y la izquierda de la Argentina en los sueños de los tiempos

Creo que la oposición con vocación transformadora en la Argentina enfrenta dos problemas cruciales.
Una parte de nuestra izquierda no puede salir del autismo. Sigue creyendo que el mundo es el de 1917, que las aspiraciones y estrategias de las masas trabajadoras son las mismas, y piensan que las soluciones pueden surgir de un párrafo escondido o no suficientemente valorado de las obras de Marx o de Lenin. Todo lo que esta por fuera de eso es extraño y seguramente reaccionario. Desde esa mirada es lo mismo el proceso popular venezolano, que el gobierno "socialista" chileno. Cualquier propuesta antiimperialista o de defensa del patrimonio nacional es asociada inmediatamente a los intereses de las burguesías, aunque hechos como las grandes movilizaciones populares de Bolivia lo desmientan.
Puestos al margen de los sueños de los tiempos, quedaron afuera de las utopías populares de los 70, y volverán a quedar afuera de las utopías populares de los 2000.
Hay otra parte de la izquierda y de los movimientos sociales que está enferma de autorreferencialidad. Alguien le hizo creer que la estación siguiente al aislamiento es la pureza. Aunque la historia y la psicología nos recuerden que la estación siguiente a la soledad es la cooptación o la locura. En los dos casos, romper el vínculo con lo que fuimos, los hilos conductores de nuestra conciencia.
La autorreferencialidad no es la expresión de un estado de construcción sino una desviación política. Y sobre lo dicho, voy a poner un ejemplo que seguramente disgustara a algún/a amigo/a, pero creo es bien explicativo. Probablemente en ninguna provincia argentina haya expresiones organizativas tan brillantes en el plano de las fábricas recuperadas, los agitadores culturales, las agrupaciones estudiantiles, gremiales, territoriales, feministas y de derechos humanos como en la provincia de Neuquén. Probablemente en ninguna provincia, con [el gobernador] Sobisch a la cabeza, el neoliberalismo esté avanzando con tanta fuerza.
He podido conversar con unos cuantos referentes de esas expresiones. Todos hablan de lo bien que les va a ellos, y de lo bien que le va a Sobisch, no he podido registrar una sola referencia a la angustiante necesidad de la unidad popular.
La autorreferencialidad también nos coloca, desde otros argumentos, fuera de los sueños de los tiempos, pero además nos hace extremadamente vulnerables a la cooptación.
Porque si percibimos a los cambios revolucionarios como la mera extensión de nosotros mismos, y de nuestros intereses corporativos o de grupo, no es fácil zafar de un gobierno lo suficientemente astuto como para recibirnos en despachos oficiales, que elogia el carácter genuino de nuestras reivindicaciones, nos ofrece financiación para nuestros proyectos y alienta el personalismo de los lideres.

Nuestros desafíos

En la Argentina el desafio de una vocación transformadora es insertarnos en el sueño de los tiempos de una Latinoamérica unida y resistente al neoliberalismo desde un lugar diferente al que ofrece al gobierno de Kirchner. Y en ese punto no puede haber confusiones.
La pueblada de las Heras desnuda lo que desde hace tiempo se venia tapando. En una provincia donde gobierna un hombre del riñón del Kirchnerismo como es Acevedo, se reprime a trabajadores y se tortura. Ese hecho, comprobado hace meses por organismos de derechos humanos (de los considerados "serios"), es un límite que tendría que hacer tomar distancia del gobierno a cualquier organización o persona que aspire a definirse como progresista. Un límite tan puntual como la verificación de que después de años de crecimiento económico, en la Argentina sigue creciendo la brecha entre los más ricos y los más pobres.
Ese lugar diferente también significa eludir la idea de que una Latinoamérica unida, opuesta al imperialismo, se limita a una reunión de presidentes, la mayoría de los cuales no supera el antiimperialismo discursivo. Sin dejar de valorar que desde estados nacionales como el de Cuba y Venezuela se impulsen políticas antiimperialistas (lo que revaloriza el papel de los estados nacionales) no podemos pensar la unidad popular latinoamericana desde políticas de Cancilleria (Cooke decía que ninguna revolución se hace desde políticas de Cancilleria.) Si en los sueños de los años '70 era coherente imaginar revoluciones locales para después promover articulaciones continentales, hoy los nuevos sueños imaginan un futuro más ligado a la construcción de una unidad popular latinoamericana que podemos pensar a partir de la articulación de los grandes protagonistas de los cambios, que son los movimientos sociales latinoamericanos. Articulación que solo podemos construir desde una previa comprensión del problema teórico que se nos presenta y acciones dirigidas a resolverlo.
En la Argentina hay bases para generar un espacio de oposición con proyecciones. Existen movimientos territoriales con inserción en el movimiento estudiantil como es el Frente Popular Darío Santillán, y otros grupos menores, existe la Intersindical Clasista, existe el Movimiento Campesino Indígena, existen militantes de derechos humanos y culturales, grupos de militantes políticos e intelectuales en la misma búsqueda de un camino nuevo capaz de insertarse en los sueños de los tiempos, con una vocación transformadora que se asienta y se legaliza en construcciones embrionarias pero lúcidas, y no en ideas salvadoras, o en atajos urdidos en despachos oficiales.
Para ponerlo en marcha necesitamos fortalecer la convicción de que el futuro de todas nuestras experiencias está asociado a la posibilidad de que, juntas, puedan construir una base desde donde proyectar una unidad más amplia, que comprenda a todas las victimas del neoliberalismo. Que son el 80% de los argentinos y también el 80% de los latinoamericanos. Una nueva esperanza de transformación, en este mundo y en estos tiempos que nos tocan vivir.


Fuente: lafogata.org