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Comentarios a Multitud. "Guerra y democracia en la era del imperio", de Antonio Negri y Michael Hardt
La nueva ciencia de la democracia
Juan Carlos García L.
Rebelión
Distintas ocupaciones de redacción, entre ellas la terminación de mi monografía
de grado, Genealogía de la Multitud,
me impidieron semanas atrás comentar el nuevo libro del camarada Antonio Negri y de su discípulo Michael Hardt.
Intitulado Multitude. War and Democracy in the Age of
Empire (The Penguin Press, New York, 2004), la obra es
presentada como la continuación de Empire (Harvard University Press, Cambridge, 2000). Los aportes más notables hacen alusión a
que el concepto multitud contribuye a “reinventar” la izquierda en tiempos de
crisis y arrepentismo; al tiempo que invita a pensar,
en la actual posmodernidad, la ciencia de la política
en y desde el proletariado multitud.
En esta ocasión el tema es el sujeto contraimperial
que se constituye en la llamada guerra
contra el terrorismo; una pluralidad de guerras al interior de los
distintos regímenes de seguridad en cada uno de los países que integran la
forma Imperio. La democracia para tales multitudes tiene el cariz del
leninismo: en tanto revolución de las inmensas mayorías miserables y explotadas
por el capital global. Más cerca de Trotski no
podemos estar. La guerra que la burguesía imperial, comandada por la monarquía
estadounidense, ha vuelto su negocio particular es tomada por Negri y Hardt como el “estado de
guerra” y de corrupción estatal de la soberanía moderna. Ahora ya todo está
confirmado: por eso el subtítulo: “la edad del Imperio”.
En este libro revalidamos lo que habíamos leído en Empire: “El Imperio se está
materializando ante nuestros ojos”. La edad imperial de guerra contra los “nuevos
bárbaros” es la “tendencia” de la ciencia política posmoderna. El sistema
político de la guerra imperial ya es un hecho probado. ¡Y aplaudido hasta por
los mismos burgueses!
Regímenes de Seguridad contra Hombres Máquina.
La democracia absoluta de la multitud es global o no es nada. Ella es la
propuesta, pensamos nosotros, al qué
hacer de las multitudes cual máquinas biopolíticas
de guerra. Mejor aún: lo importante no es el qué sino el cómo. El qué:
las prácticas insurgentes; el cómo: los medios de lucha, resistencia y
desobediencia. De ahí que digamos que Multitude es un texto rebosante de leninismo. ¡Un libro
leninista en la posmodernidad!
No creamos que la democracia únicamente sea burguesa: aquella bajo las premisas
de la representación política y de la intermediación en las formas estatales
nacionales que conocimos tiempo ha. Hoy la lectura de la historicidad es muy
otra. Democracia y revolución son tomadas en las mismas dimensiones
ontológicas: son absolutas: el trabajo viviente es la potencia inmanente de
esta “vida en común”. Comunismo.
Siguiendo la misma línea de Empire cuya tesis central es que “la multitud llamó al
Imperio”; es decir las luchas de clases del siglo XX quebraron los regímenes
soberanos de los Estados liberales y socialistas; Multitude va más allá del
pensamiento moderno. Como clase peligrosa
el proletariado multitud hará real la democracia de la carne común, es decir,
el comunismo del mundo del trabajo autovalorizado,
aprovechando al máximo el mismo “estado de guerra”. La excepcionalidad es la
insurgente autonomía. Atravesar el
Imperio significa hacer un llamado a la acción, a la práctica constituyente
del nuevo proletariado, recogiendo el deseo de liberación que arroja el “estado
general global de guerra”. El primer paso es estar contra la guerra. ¡Guerra a
la guerra!
La burguesía planetaria, con sus regímenes de seguridad monárquico,
aristocrático y democrático, en general no advierte que la guerra permanente es una “omni-crisis
general” que se sale de sus manos. ¡Sus miserias de violencia, hambre y
desolación nos las presentan como sus grandes obras puritanas! Un “estado de
emergencia” corrupta y corruptora, como la guerra de los treinta años siglos
atrás. Ella aparece como “paz civil” al ser un régimen de control biopolítico que secreta muerte y vida al mismo tiempo. Por
ende, la seguridad se convirtió en el elemento fundamental de la dominación
mundial cuanto poder policial quirúrgico y “humanitario”. La misma ha recibido
el nombre eufemístico y político de “guerra contra el terrorismo”. Tal es el
programa del orden del capital global en su pretensión de contener y dominar la
libertad subjetivante de la individualidad
reapropiada, en la así catalogada por Negri y Hardt, “guerra justa”. ¡La humanidad debe ser salvada!
¡Salvémonos de esa humanidad!
Imperio, el sujeto político planetario, debe ser visto como una “máquina de
guerra” que reprime los movimientos de resistencia insurgentes –otras máquinas
de guerra- en las distintas partes desterritorializadas
y reterritorializadas del mundo capitalista. Para
tales efectos, utiliza las nuevas estrategias del “estado de guerra”, sus
“contrainsurgencias”, distintas a las que conocimos en la ciencia política
moderna. Catalogamos, entonces, al desorden ingobernable en esta matrix imperial
como un orden mercenario; que, al fin
de cuentas, explica la corrupción del sujeto vampirezco.
Negri y Hardt optan por
reconocer que las guerras actuales, con sus brotes de rebelión, tienden a ser “netwars”. Los enemigos multitudinarios de los regímenes de
control al ser básicamente líneas de fuga, subjetivas y vivificantes, tienen
una nueva forma en estos conflictos asimétricos que se suceden unos a otros. La
fuerza policial “legítima” del Imperio sigue esa misma respuesta en red. Es decir, la actual contrainsurgencia
es muy distinta a la del siglo XX, tan distinta como lo es la respuesta micropolítica de los de abajo que antecede al capital. En
esta relación de sujeción primero viene la potencia y luego el poder.
Entendamos esta nueva racionalidad, este nuevo materialismo aleatorio. La
democracia como respuesta de las multitudes trabajadoras es el arma más fuerte
de la insurgencia común que se constitucionaliza en
los bordes y estrechos desterritorializados del
régimen de paz armada. El Imperio lo que busca es cortar el deseo de democracia
insurgente. ¿Somos conocedores de nuestras potencias? Por lo anotado antes,
recalcamos nuevamente, ésta es una democracia leninista con un contenido
constituyente irrebatible.
Sobre la resistencia los autores de Multitude anotan que ésta viene antes que el poder (“power”). Ya lo decíamos. Viene con la producción de
subjetividad y con el devenir mundo del trabajo inmaterial y autonomatizante: el pensamiento no requiere de una relación
salarial. No significa que no haya asalariados. El grueso de los trabajadores son ahora informales y pobres. ¡Todos somos pobres!, escriben Negri y Hardt. La semejanza con el Marx
de los Grundrisse
es sintomática: los pobres ahora son la “superpoblación” sobrante. Mientras tanto, sus necesidades biológicas y deseantes desestructuran los renglones normativos de estos antiguos
individuos pasivos y consumidores de los cánones capitalistas y reformadores.
La resistencia es esta democracia social, constituyente, biopolítica.
Justamente es la producción biopolítica la que se le
escapa a los regímenes serviles y biopolíticos de la
soberanía global que Negri y Hardt
reconocen como Imperio. La referencia a Polibio es su mayor virtud.
Parafraseando a Catoriadis vivimos el ascenso de esta
insignificancia.
Multitudes: Máquinas Deseantes y Nómadas.
La expresión máquina refiere el hecho real de que los hombres y mujeres tienden
a realizarse autónomos en la producción, fuera de las relaciones contractuales
con la fábrica modernista. Seguimos en esto al Marx
de los Manuscritos de 1844 y de los Grundrisse: el
desarrollo de las fuerzas productivas cobra vida propia frente a la composición orgánica del capital en su
versión de capital variable. Los hombres máquina son también explotados,
subsumidos en las lógicas del mercado y del dinero. Máquina, igualmente,
significa que el trabajo es social: por la propia riqueza colectiva la
comunicación de las fuerzas productivas objetivan complementariedades entre sí.
Adiós a la antigua teoría del valor-trabajo medible
en el tiempo socialmente necesario.
Sobre Multitud anotamos, junto con Negri y Hardt, que es el común sujeto del trabajo. Más aún, la
multitud es una suerte de “raza”. Antropología quiere decir de sobra nueva humanidad. Son esos nuevos hombres que algunas corrientes del
marxismo enarbolaron en tiempos anteriores. Es decir, “nuevos bárbaros”
violentamente sometidos y así violentamente potentes. Pero como trabajo social
en tanto concepto de clase productora de sí misma. Entendiendo por tal la
riqueza social de la biopolítica. La comunión de los
cuerpos y de las mentes: los muchos pobres. La aclaración vale la pena: en Multitude la
definición que se da no excluye a las demás clases, como lo es la clase obrera
o el campesinado. Hoy, citemos a Negri y Hardt, “todas las formas de trabajo son socialmente
productivas, ellas producen en común, y comparten además un potencial común de
resistencia a la dominación del capital” (p. 107).
La multitud es un “concepto expansivo” como proletariado. Ya que la biopolítica integra lo social, lo político, lo económico y
lo cultural. Una sociedad de trabajo inmaterial y material, el primero
hegemónico, que convive con el resto de individuos productores de sus
necesidades ontológicas: campesinos, obreros, etc. Cabe luego un acercamiento
antropológico: “La antropología de la multitud es una antropología de
singularidad y comunidad” (p. 127). Todo ello en virtud de la subsunción real del capital apátrida. ¿Hasta dónde podremos
ser marxistas en nuestros análisis?
El pobre sigue siendo el nombre común de la multitud: “el pobre encarna la
condición ontológica no sólo de resistencia, sino también de vida productiva”
(p. 133). La figura cimera de la multitud monstruosa
es el pobre ¡Que se pudran los pobres!, gritan los neoliberales áulicos y
exegetas doctrinarios. Tal condición vital hace que se practique un “global
Apartheid” en este “interregno” imperial y deshumanizante. O sea, una
“inclusión jerárquica” fundada en la exclusión política de la nueva autoridad
soberana. ¿Quién le teme al Imperio?
Gran gobierno llaman en Multitude a la
pretensión de asegurar en el mundo burgués la continuación y disfrute de la
propiedad privada y sus nuevas formas. Como el Marx
de los Grundrisse
continuamos diciendo que entre más mundial se vuelva el régimen de acumulación
capitalista, mayores y mejores posibilidades y “contradicciones” tendrán las
fuerzas productivas de la “individualidad” para romper con su “autovalorización” la mierda capitalista del trabajo
subsumido. ¡Qué hacemos si Marx habla de individuos
sociales y universales! La producción de lo común tiende a desplazar la
división tradicional entre individuo y sociedad, subjetividad y objetividad,
privado y público. Un periodo de crisis conceptual y de conocimientos acompaña
a los sujetos pensantes del estado biopolítico y
constituyente. Sin embargo, la psique
está madura. ¡Qué potencia tiene lo común! El antagonismo nos brinda una “nueva
humanidad” a partir de la crisis de representación y de sus formas políticas de
servidumbre. Somos multitud. Mejor: somos multitudes.
Las críticas a Negri y Hardt
van a tener su polo a tierra con la respuesta que ellos le hacen en la última
parte de la sección segunda, “Multitude”, llamado: “Excursus 2: Organizations: Multitude on the
Left” (pp. 219-227). ¡¿Se dará cuenta la crítica de
que ambos autores son comunistas?! Bienvenida la lectura y relectura de éste
pasaje. Pensamos nosotros, los dos autores no lo dicen literalmente, que las
críticas dirigidas a Empire
sobre multitud son producto de una mala lectura, no de que la teoría esté
ausente. ¡Pero si es que no saben
leer!, nos enseñó Althusser décadas atrás. Y un
marxista lo primero que hace es aprender dos cosas: i- leer el capital como una
“relación social” producto de la crisis del poder jerárquico moderno y ii- leer los procesos constituyentes de subjetividad desde
los “individuos independientes”. ¿Qué tan buena lectura de Marx
habrá hecho la crítica crítica? Porque lo cierto es
que para ir más allá de Marx requerimos partir desde
él. ¡Herejes!, nos apostrofa la crítica. Igual como lo fue el “maldito” Spinoza en su momento somos objeto de sus burlas. Con más
veras decimos: ¡También somos spinozistas: la
maldición piensa, habla y escribe con nosotros! A lo lejos oímos el eco:
¡Doblemente herejes!
Democracia Insurgente y Micropolíticas de
Liberación.
La crisis de la democracia es un hecho inobjetable. La “globalización armada”
la fomenta desde las “enormes protestas” que se dan contra el “sistema global”.
Con ello llegamos al final del proyecto democrático de la modernidad: porque
ese es un orden de sujetos egoístas, practicantes de libertades negativas y
siervos del racionalismo instrumental de la propiedad privada. Entonces, la
democracia es el problema del mundo global; ella resurge como un problema de
guerra, el mismo no resuelto en la modernidad aplastante. Aún sigue siendo un
antagonismo de individualidades, de subjetividades. Ahora como “guerra civil”,
bajo otra forma soberana de poder, el capital y el trabajo vivo se enfrentan
directamente. Hoy las estructuras
complejas dejan al trabajo viviente por fuera de la arquitectura
jurídico-política del Estado Social. Hoy sólo tenemos Estados de seguridad. Por
lo menos nuestros burgueses se han leído a Hobbes.
Volvamos a la propuesta democrática de Multitude. Es otra democracia, no lo olvidemos. Una
democracia “sin límites” para usar la expresión de Rosa Luxemburgo. Absoluta,
según Spinoza. Si la representación política moderna
y modernizante llegó a sus crisis constituyentes la oportunidad para las
revoluciones está abierta. “La democracia requiere una innovación radical, una
nueva ciencia” (p. 247). Claro, sin ser la democracia socialista atrapada en
las redes de la mediación estatal y bajo eslóganes de delegación de funciones
en aparatos partidistas de cuño modernizantes. ¡Autonomía!
El procedimiento es comunista, no anarquista. Absoluto quiere decir
democrático. “Nosotros necesitamos inventar formas diferentes de representación
o quizás nuevas formas de democracia que vayan más allá de la representación”
(p. 255). No creamos, pues, en esta democracia
de libre opinión. No hay una “opinión pública global”. En regímenes biopolíticos de seguridad el control público es el programa
mediático de lo que queda de representación instrumental. Todavía la
comunicación del mercado con sus aparatos mass media sigue siendo un bien privado: un mar de ideologías. Sigue
siendo su negocio. En este punto en la actualidad las multitudes están en
déficit. Básicamente esa es la ventaja que nos lleva el poder global. ¿Dónde
está la comunicación contraimperial propia de las
multitudes?
Sin embargo, las diversas protestas y demandas contra el “sistema imperial”,
que hace rato empezaron, pueden considerarse como una especie de “cahiers de doléances”
(traduzcámoslo forzosamente como memorial
de agravios) al igual que los que se desarrollaron en los previos a la
Revolución Francesa. Es decir, ¡estamos en un estado revolucionario donde lo
social irrumpe con su absolutez por todas partes!
Volvamos a la lectura de Hannah Arendt
sobre la revolución social francesa. Esta será nuestra comunicación: la
potencia de la cuestión social. Por
ejemplo, las demandas contra la representación decisiva de los aparatos de
dominio del sistema imperial como el FMI, el BM, la OMC. Igualmente, las
protestas a favor de la expansión de los derechos civiles, la justicia, luchas
económicas ante las reestructuraciones neoliberales en los países bajo la
órbita de la globalización armada.
Estos “agravios” mutuamente están implicados con la categoría biopolítica de las luchas: desde los conflictos ecológicos
hasta los que buscan el control democrático de los conocimientos científicos
frente a patentes y desarrollos genéticos. Las luchas contrasistémicas
nos esperan.
La “carne de la multitud” tiene en las demandas democráticas de apropiación su
ontología biopolítica. Las procedencias y rupturas de
esta genealogía son evidentes: en Seatle, en Génova,
en Gotemburgo, en Québec, en Washington, etc. Pero
todo está por hacer. No obstante ello, el estado
de excepción se mantiene reproduciendo su crisis de poder. “Después del 11
de septiembre de 2001, y la subsiguiente guerra contra el terrorismo, todas las
protestas contra el sistema global son pregones temporales por el estado global
de guerra” (p. 284). Ya lo vimos bien con las multitudinarias marchas contra la
invasión petrolera a Irak en las metrópolis del mundo: la paz es un deseo
común, no la guerra. Lo anterior no basta. Requerimos una multitud orbital,
como sujeto democrático, como clase innúmeramente pobre.
Con todo, quienes gobiernan férreamente con el capital saben del descontento,
unos más fuertes que otros, en ciertas regiones del mundo que experimentan la
emergencia de las multitudes, como es el caso de América Latina: Ecuador,
Argentina, Bolivia y otros países. Ellos saben de las urgencias de reformar el
rostro del “sistema global”. Ellos que son ya una clase imperial -¿luchan los
capitalistas entre sí?- reconocen la amenaza latente de las multitudes. Por eso
algunos aspiran al reformismo en centros o nodos imperiales como, por ejemplo,
las Naciones Unidas. Reformas de todo tipo: políticas, económicas, etc. Son
alternativas sistémicas al sistema de
guerra permanente, que a su vez son empujadas por el sujeto plural y
formalmente libre. La bestia hobbesiana de la
multitud. El cuerpo sin órganos de
las máquinas mutantes de Deleuze y Guattari.
Por lo cual, la crisis actual en la estructura política imperial presenta al unilateralismo monárquico en degeneración profunda. ¡Los
policías del mundo son unos criminales! Pero el triunvirato imperial pervive
aún con crisis. Por ahora. Mientras tanto, los Estados Unidos pueden continuar
solos las guerras avasalladoras de neocolonización. De igual manera responden
las violentas resistencias. Al tiempo ocurre una contingencia: “La crisis de
este orden presenta la oportunidad para las aristocracias globales (…) Este es
el momento de la Carta Magna” (p. 320). La aristocracia global no representa la
multitud, representa sus intereses: las corporaciones multinacionales, las
instituciones supranacionales, algunos Estados dominantes y poderosos actores
no estatales. De manera que las poderosas contradicciones de las guerras
geopolíticas del Imperio, desarrolladas por los republicanos imperiales de la
Casa Blanca y las divisiones al interior de las aristocracias globales, dan
posibilidades de realización para que la multitud escenifique autónomamente
procesos constituyentes de rupturas, éxodos y resistencias. Estos son los
“ritmos de la emancipación”. Nuestros devenires.
Estas multitudes bizantinas, a la usanza del Imperio Romano, deben luchar
contra la soberanía imperial, “atacar y destruir”. Las multitudes pueden ser
soberanas. Sus agenciamientos empezaron a minar las
superficies planas del antagonismo. ¿Así lo queremos en la izquierda? No: así
lo queremos los comunistas. No confundir lo uno con lo otro.
Ahora, la soberanía es un “sistema dual de poder”: poder de vida y poder de
muerte. En una palabra, un poder biopolítico. El
llamado es “guerra a la guerra”. Recordemos que no es una multitud pasiva, sino
activa y polivalente. No es etérea e inasible. Es violenta “cuando no tiembla”,
dice Maquiavelo. Y en la actualidad no tiembla:
ejercita su autonomía, su ofensiva. Aprende y aprende mientras lucha. Requiere
volverse sujeto global, contraimperial no meramente
nacional. La violencia contra el orden también es una urgencia de ella. No de
cualquier forma. Su uso debe ser democrático, marcado por la “crítica de las
armas”. Veamos: i- la violencia como medio, como “instrumento” subordinada a
los procesos políticos y de decisión; ii- la
violencia usada como defensa, desobedeciendo a la autoridad; iii- con estos lineamientos la organización democrática no
separa medios y fines en la multitud. Quien lucha y se insurrecciona es la
clase, no grupúsculos o vanguardias. Lo público no se entrega, se ejerce.
“No sólo debe la multitud configurar su éxodo como resistencia, también debe
transformar esa resistencia al interior de un poder constituyente, creando las
relaciones sociales y las instituciones de una nueva sociedad” (p. 348). Lenin y Madison son las
referencias prácticas de esta multitud posmoderna. Bien lo señalan Negri y Hardt en Multitude:
necesitamos una nueva ciencia. “La democracia de la multitud necesita una
«nueva ciencia», que es, un nuevo paradigma para confrontar esta nueva
situación. La primera y principal agenda de esta nueva ciencia es la
destrucción de la soberanía en favor de la democracia (…) El proyecto de
democracia debe hoy desafiar todas las formas existentes de soberanía como
precondición para establecer la democracia” (p. 353).
Más leninista no puede ser Multitude: “La principal decisión hecha por la multitud
es en realidad la decisión de crear una nueva raza o, más bien, una nueva
humanidad. Cuando el amor es concebido políticamente, entonces, ésta creación de
una nueva humanidad es el acto fundamental del amor” (p. 358). Nuestras
mutaciones ya empezaron: el fantasma que recorre el mundo cobra cuerpo en el
movimiento constituyente de la democracia insurrecta.
En conclusión, este “interregno” es decisivo para todos. O si no veamos lo que
pasó en el país de los yankies.
La mal llamada, y peor practicada, democracia más
antigua del mundo, la de Estados Unidos, acaba de reelegir por votación
indirecta en los colegios electorales y en los escrutinios aritméticos millonarios
a George W. Bush, el
mediocre y criminal presidente republicano. ¡Un triunfo de la democracia según
los sondeos! Las perspectivas no pueden ser mejores.
Demandamos una “radical insurrección”.
jcgarcialo@unal.edu.co
Nota:
El libro "Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio" existe
en castellano y está editado por Debate