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Compa�eras

G�nero y alternativas populares en Latinoam�rica y el Caribe

Isabel Rauber

Texto basado en el art�culo: "Movimientos sociales, g�nero y alternativas populares en Latinoam�rica y El Caribe", publicado en Itin�raires No, 77, IUED, Ginebra, 2005.

Un nuevo mundo a partir de una perspectiva igualitaria entre el g�nero femenino y el masculino, debe tener como respaldo un grupo constituido por nosotras/os mismas/os, capaz de evaluar nuestra comprensi�n del mundo y ayudarnos a dar nuevos pasos en el claroscuro de nuestra historia.
Ivone Gebara

La problem�tica
En Am�rica latina, en el per�odo de implantaci�n del modelo neoliberal con la consiguiente aplicaci�n de sus "planes estructurales de ajuste", se han desatado importantes jornadas de resistencia a tales pol�ticas, protagonizadas en lo fundamental, por actores sociales que confluyeron en la formaci�n de novedosos, numerosos y diversos movimientos sociales. [1] Entre ellos: Los sin tierra de Brasil, los ind�genas de Chiapas, de Ecuador, de Bolivia� las asambleas barriales de Buenos Aires, los desocupados y jubilados de Argentina, los cocaleros del Chapare, los movimientos barriales de Rep�blica Dominicana, Colombia, Brasil y M�xico� A la cabeza de las resistencias y las luchas, ellos espejan en sus actos la realidad en la que los ha situado el sistema. En todos ellos las mujeres resultan protagonistas fundamentales.
Nuevos actores y actoras sociales, junto a los tradicionales, han participado de un modo u otro en revueltas populares, ocurridas espont�neamente (acumulaci�n social mediante) o impulsadas por movimientos sociales que lograron articularse entre s�. Las experiencias de los �ltimos 15 a�os resultan particularmente elocuentes al respecto: Chiapas, Brasil, Ecuador, Argentina, Bolivia�
Estos procesos estimularon el debate entre los actores sociales (nuevos y viejos) acerca de la posibilidad de cambiar la realidad en que viven, acerca del sentido y el alcance de tales cambios (proyecto alternativo), y acerca de qui�nes ser�an los sujetos que lo llevar�an adelante. Simult�neamente se replantearon reflexiones acerca de la problem�tica del poder, c�mo se constituye, cu�les son los mecanismos de su producci�n y reproducci�n, c�mo se transforma y por qu� medios. A tono con ello, la b�squeda de respuestas a una interrogante subordinada: �el poder se toma o se construye?
Se entiende el poder, en primer lugar, como una relaci�n social, o mejor dicho, como un modo de articulaci�n de un conjunto de relaciones sociales que interact�an de un modo concreto en cada sociedad. Estas relaciones no se reducen a la esfera del poder pol�tico, se asientan en las relaciones econ�micas establecidas por el dominio del capital, y se reafirman y reproducen a trav�s de un complejo sistema sociocultural que define un determinado modo de vida. Todo ello se resume y condensa como poder dominante, poder que produce y reproduce una compleja trama social, econ�mica, pol�tica y cultural, interarticulada a trav�s de la vida cotidiana. [2]

El modo de articulaci�n sociocultural que reafirma, impone y recrea el tipo de poder dominante fue definido por Gramsci como hegemon�a, concepto que hoy cobra peculiar significaci�n pr�ctica en el proceso de disputa con el poder, y de construcci�n de poder propio (contra-hegemon�a popular) desde abajo.
La construcci�n de poder propio se asume, desde esta perspectiva, como parte del necesario proceso de de-construcci�n de la ideolog�a y las culturas dominantes y de dominaci�n, que es simult�neamente un proceso de construcci�n de nuevas formas de saberes, de capacidades organizativas y de decisi�n y gobierno de lo propio en el campo popular. Son nuevas formas que constituyen modos de empoderamiento local-territoriales, bases de la creaci�n y creciente acumulaci�n de un nuevo tipo de poder participativo-consciente �no enajenado- desde abajo, de desarrollo de las conciencias, de las culturas sumergidas y oprimidas, con m�ltiples y entrelazadas formas encaminadas a la transformaci�n global de la sociedad.
Esto supone construir desde abajo la hegemon�a pol�tica, ideol�gica y cultural acerca de la nueva sociedad que se desea, simult�neamente que se la va dise�ando y construyendo (a la hegemon�a y a la nueva sociedad) desde ahora, en cada espacio. Postergar la lucha por la superaci�n de la enajenaci�n humana y el inicio de los cambios necesarios para lograrla para despu�s de la toma del poder, empa�a y aleja la posibilidad de liberaci�n en vez de contribuir a ella. Y esto implica un cambio radical en la l�gica de las luchas sociales, en la construcci�n de la conciencia pol�tica, de la organizaci�n, del poder propio y, tambi�n, respecto al sujeto social y pol�tico de las transformaciones.
De conjunto, esto conforma una nueva estrategia de transformaci�n social, de poder, de liberaci�n, estrategia que �para diferenciar de la que apostaba todo a la toma del poder- identifico como de construcci�n de poder desde abajo.
El camino de la construcci�n de poder desde abajo constituye una mirada integral radical del proceso de transformaci�n social, que solo puede ser tal si es -a la vez y en todas sus m�ltiples y yuxtapuestas dimensiones-, un proceso de apropiaci�n del mismo por parte de cada uno de los actores sociales que lo protagoniza (como grupo y como individuo). La construcci�n entrelazada a la articulaci�n abre pistas para tender puentes para construir redes y nodos articuladores -en lo social, en lo pol�tico, en lo sociopol�tico, en lo econ�mico-social, en lo cultural-, entre los sectores sociales, sus problem�ticas y sus expresiones organizativas, entre lo pol�tico y lo reivindicativo, entre lo cotidiano y lo trascendente, entre lo local y lo nacional, entre lo micro y lo macro, entre el territorio barrial y la ciudad, entre los excluidos y los incluidos, entre las formas de inclusi�n y exclusi�n, entre lo nacional y lo internacional. [3]
Lejos de ser el centro de la transformaci�n social, el poder pol�tico es uno de sus instrumentos. Centrar y limitar la discusi�n en la antin�mica interrogante acerca de si el poder se toma o se construye, es empobrecer el pensamiento, achicar los horizontes, y podar las alas de las voluntades de quienes luchan y construyen inspirados en la posibilidad de concretar los sue�os de un ma�ana diferente.
Sin embargo, entre los movimientos sociales y pol�ticos del continente, las posiciones se han complejizado y polarizado, entre otros factores, por la supervivencia del pensamiento dogm�tico en sectores del campo pol�tico e intelectual de la izquierda latinoamericana, que mantienen todav�a influencias significativas sobre el conjunto militante. Estos han aferrado su acci�n pol�tica a la "toma del poder", y la han contrapuesto a la de muchos movimientos sociales que apuntan a transformar la sociedad en proceso contradictorio de construcci�n y deconstrucci�n permanente de poder, conciencia, organizaci�n y cultura desde abajo. Para quienes comparten esta concepci�n no hay un despu�s en cuanto a tareas, enfoques y actitudes se refiere, lo nuevo se va gestando y construyendo desde ahora, parcialmente, en balbuceos, en cada resistencia y lucha enfrentada al capital, y se desarrolla y profundiza en todo el proceso de transformaci�n de modo permanente.
La contraposici�n entre tomar el poder o construirlo act�a como barrera que bloquea las capacidades para re-conocer la realidad social compleja y diversa, mestiza y multifac�tica de hoy, para pensar y actuar a partir de ella, junto a la reflexi�n y re-apropiaci�n cr�tica de las experiencias del socialismo predominante en el siglo XX. La presencia de dicha barrera es particularmente notoria en lo que hace al debate acerca del sujeto (o los sujetos) de las transformaciones, que no puede circunscribirse hoy �antes tampoco, en Am�rica Latina- a la clase obrera y sus problem�ticas sectoriales.
A primera vista pudiera parecer que los movimientos sociales sustituir�an el protagonismo que otrora tuviera la clase obrera, y que -por tanto-, personifican a los nuevos sujetos de la transformaci�n. Pero ellos son, por un lado, expresiones sociales de la fragmentaci�n, atomizaci�n y ramificaciones de la clase obrera producidas por la globalizaci�n neoliberal del capital y de su poder destructivo en la esfera productiva y tambi�n, por tanto, en la producci�n y reproducci�n de la vida social y natural de los seres humanos. Por otro lado, son la resultante del agravamiento extremo de la contradicci�n capital-trabajo y de las contradicciones ("secundarias") a ella directamente articuladas. Su existencia se relaciona tambi�n, por tanto, con las nuevas contradicciones sociales.
Los nuevos actores y actoras sociales surgidos en las �ltimas d�cadas, junto con la clase obrera tal y como ella existe hoy, resultan todos sujetos potenciales de los cambios sociales, con pleno derecho y capacidad.
Esto anuncia el desarrollo simult�neo de un proceso de articulaci�n-conformaci�n de un actor colectivo, pensador y constructor desde el presente de la sociedad futura anhelada. La posibilidad actual de (auto)conformaci�n de este actor colectivo depende de la capacidad de los actores sociales para articularse entre s� a trav�s de coordinaciones diversas y el desarrollo de procesos de maduraci�n colectiva. Por esta v�a podr� ir conform�ndose un actor social y pol�tico interarticulado, conciente de sus fines sociohist�ricos, capaz de identificarlos, definirlos y trazarse v�as (y m�todos) para alcanzarlos, actor que -en tal situaci�n- defino conceptualmente "sujeto popular". [4]
Ya no es posible pensar (ni aceptar) la supuesta existencia de varios tipos de sujetos de la transformaci�n subordinados entre ellos: El "sujeto hist�rico": la clase obrera; el "sujeto social": el pueblo, los aliados de la clase, el campesinado, los estudiantes, los sectores medios�; el "sujeto pol�tico": el partido pol�tico (de la clase). Consiguientemente no puede admitirse como obvia la supuesta necesidad de construir la cadena org�nico-pol�tica de subordinaciones jer�rquicamente constituidas de arriba para abajo: partido-clase-pueblo.
Hoy es necesario replantearse la existencia del sujeto de la transformaci�n social entendi�ndolo como un sujeto que es uno y a la vez m�ltiple, es decir, heterog�neo, diverso y -por tanto- articulado. As� lo van evidenciando las tendencias concretas hacia la construcci�n de articulaciones locales, regionales, continentales y mundiales que poco a poco van conform�ndose entre diversos actores sociales en los distintos escenarios del continente y el mundo. Todos reclaman para s� el derecho de hacer pol�tica, y act�an claramente en ese terreno de modo directo o indirecto.
A tono con ello �junto a muchas otras variadas razones-, ser�a err�neo continuar pensando las alternativas, circunscribiendo la pol�tica y lo pol�tico a la acci�n de los partidos. Resulta fundamental renovar las miradas y las reflexiones de los procesos sociotransformadores, sus perspectivas, los alcances de la acci�n pol�tica y sus actores, la relaci�n entre partidos de izquierda y movimientos sociales populares. El camino de la acci�n pol�tica resulta de la articulaci�n encadenada de luchas reivindicativas pol�ticas, sectoriales e intersectoriales, adem�s de las de clase obrera estrictamente.
Todo esto tiene relaci�n directa con la elaboraci�n de propuestas alternativas, con las pr�cticas que las van construyendo y los pensamientos que reflexionan cr�ticamente sobre ellas y las orientan. En este empe�o, por su articulaci�n radical y transversal con los ejes planteados, lo referente a la tem�tica de g�nero destaca particularmente.
G�nero, un concepto de significaci�n m�ltiple
En la definici�n, interpretaci�n y empleo del concepto existen diferencias, ambivalencias y no pocas veces significaciones opuestas. Por ejemplo, las que emplean algunas agencias "de desarrollo" regenteadas desde el Norte, las que predominan en el ambiente acad�mico cientificista [Lima Costa 2002: 203-206], y las que lo hacen en los �mbitos sociales y pol�ticos.
Quiz� por ello algunas feministas como, por ejemplo, la periodista Margarita Cordero, de Rep�blica Dominicana, rechacen el empleo del concepto g�nero argumentando que su uso tiene "(�) una explicaci�n a la medida de todos los problemas," por lo que �seg�n ella-, "(�) entorpece m�s que ayuda a la construcci�n de un pensamiento democr�tico." [Cordero 2002: 2]
Pero sumarse al reclazo indiscriminado del concepto g�nero por sus m�ltiples empleos y significaciones, empobrece la perspectiva transformadora acumulada y construida por el feminismo consecuente a nivel mundial. El desaf�o es una y otra vez retomar su contenido deconstructor-cuestionador integral de las relaciones sociales asim�tricas de poder establecidas entre hombres y mujeres en detrimento de estas, y tambi�n entre mujeres de distinta clase, raza, nacionalidad... Comprender que "la categor�a g�nero se construye tanto social como relacionalmente". [Lima Costa 2002: 206]
Actualizar su contenido, significaci�n y alcances transformadores en cada una de las realidades del continente es el mayor aporte �acad�mico, social, pol�tico y cultural- que podemos intentar hacer las y los feministas que compartimos esta visi�n de g�nero, articul�ndonos a los movimientos sociales, a sus labores de formaci�n pol�tica, a sus b�squedas y construcciones inacabadas de propuestas alternativas.
-�Oriundo del Norte?
 
Algunos rechazos se refieren al origen del concepto en los pa�ses del Norte, pretendiendo negar por ello su correspondencia con las realidades de las mujeres del Sur, sin embargo, esta afirmaci�n no se corresponde plenamente con los hechos. Habr�a que conocer en detalle microsc�pico la historia del mundo entero para poder afirmar con certeza d�nde se emple� por primera vez el concepto (no solo d�nde se escribi� y public�), y en qu� momento. Ello no es factible por ahora, por tal raz�n, puede aceptarse el planteamiento de quienes afirman que su formulaci�n proviene del Norte, pero ciertamente, como muy bien expone Lima Costa [2002], desde hace m�s de un siglo muchos aspectos estaban ya siendo abordados �aunque con otros t�rminos- por movimientos de mujeres de �frica y Latinoam�rica.
-�Sustituto de "mujer"?
 
Hablar hoy de problem�tica de g�nero, de enfoques de g�nero, de perspectiva de g�nero, etc., resulta cada vez m�s frecuente entre los movimientos de mujeres o feministas, tambi�n en los movimientos sociales campesinos, de trabajadores, as� como en algunas ramas de la investigaci�n y la ense�anza sociol�gica y pol�tica. Pese a lo elaborado del concepto en el �mbito de especialistas, no existe una comprensi�n ni un criterio unificado acerca de lo que se quiere decir con g�nero. Se lo emplea �sobre todo en los movimientos sociales- como sin�nimo (y sustituto) de "mujer". As�, las anteriores "Secretar�as de la mujer" se han convertido en las actuales "Secretar�as de g�nero", con lo cual, como se�ala Lima Costa [Op. Cit.: 207] se vuelva a hacer invisible a las mujeres. De ah� que �pese al empleo generalizado del concepto-, sea menester explicitar cada vez el contenido y los referentes te�rico-pr�cticos desde los que se sostiene una posici�n determinada.
-�Sin�nimo de "sexo"?
 
Resulta frecuente tambi�n que sexo y g�nero sean interpretados como sin�nimos, sobre todo en culturas de origen hisp�nico, en las cuales, desde el lenguaje, el "g�nero" femenino corresponde al sexo femenino, a la hembra, a la mujer, y el "g�nero" masculino al sexo masculino, al macho, al var�n. Para puntualizar nexos y diferencias, de un modo sint�tico vale decir que: "El g�nero es la forma social que adopta cada sexo, toda vez que se le adjudican connotaciones espec�ficas de valores, funciones y normas, o lo que se llama tambi�n, no muy felizmente, roles sociales." [Aquino, 1992, p. 67]
Esto significa que la conformaci�n del g�nero, entonces, no est� fatalmente encadenada a lo biol�gico, sino a lo cultural, a lo social. La creaci�n hist�rico-cultural social de estereotipos de g�nero desde la concepci�n patriarcal-machista a partir de la cual se define la identidad (el ser) de cada sexo, hace que las caracter�sticas y diferenciaciones de cada sexo (lo biol�gico) contengan una alta asimetr�a discriminatoria en perjuicio de las mujeres.[5]
Las diferencias biol�gicas entre los sexos se confunden (mezcl�ndose en una), con las construcciones socio-culturales de valores y significaciones que se adjudiquen a lo masculino y a lo femenino en cada momento hist�rico. "(...) esta relaci�n se plantea como natural, cuando el g�nero se asimila e iguala al sexo, al pretender que las diferencias entre la mujer y el hombre son estrictamente de car�cter biol�gico, y por esa v�a se rodea de un aura de naturalidad e inevitabilidad (...). En el actual sistema sexo-g�nero con dominaci�n masculina, la diferencia biol�gica oculta la generaci�n social del g�nero y es base de un sistema opresivo. // Se cree, de esta forma, que la subordinaci�n de la mujer es natural porque se asienta en el hecho, tambi�n natural, de la inferioridad femenina." [Sojo 1992: 67]
Una bisagra entre lo p�blico y lo privado
 
Por esta v�a, "(...) lo p�blico se valora como resultado de las interacciones sociales, mientras que lo dom�stico (lugar de la individualidad y lo personal) se a�sla de lo pol�tico y se rodea de un halo de naturalidad. Ello, relacionado con el establecimiento de un sistema sexo-g�nero con dominio masculino, implica que el espacio dom�stico, como campo de la mujer se naturaliza y se a�sla de la pol�tica, se vive como adecuado a presuntas caracter�sticas femeninas, tambi�n de �ndole natural, considerando la utilizaci�n de la biolog�a como dispositivo del poder." [Idem: 69-70]
Con el desarrollo de la humanidad, el mundo o esfera p�blica qued� cada vez m�s separado de la esfera privada y con ello tambi�n los roles atribuidos a cada g�nero al interior de la familia. A consecuencia de una secular (incluso puede decirse milenaria) acumulaci�n cultural de experiencia y saberes, los hombres adquirieron mayores habilidades para la vida social y p�blica, la pol�tica y las guerras, la econom�a y el poder (del Estado, de las empresas, de la esposa, de la familia y de los hijos [�patria potestad?]). Las mujeres adquirieron mayores habilidades para entenderse con el cuidado de la casa y la crianza de los hijos, debiendo contentarse supuestamente con dar placer a los maridos o amantes, con el cultivo de labores manuales y, rara vez, de las artes y las letras. Es decir, se tornaron expertas en hacer todo aquello que necesitaban los hombres para sentirse c�modos, compensados y complacidos, para dedicarse de lleno a su vida p�blica y privada. En esa divisi�n-discriminaci�n de roles, el saber tambi�n le fue prohibido, hasta hace poco �m�s o menos un siglo-, a las mujeres. Hace poco m�s de dos siglos las mujeres inclinadas a las ciencias y la sabidur�a, si pertenec�an a familias vinculadas a la iglesia, tuvieron que internarse en conventos para desarrollar sus aspiraciones intelectuales. All� se dedicaron a estudiar, aprendieron y desarrollaron sus conocimientos, pero a costa de la castraci�n de otras necesidades igualmente humanas de su ser.
Con la reiteraci�n secular de semejante asignaci�n de roles, el mundo de lo privado se fue cargando de un doble sentido: para los hombres, era un �mbito donde pod�an hacer y deshacer a su antojo ya que, para ellos, "privado" quiere decir que es de "su propiedad". Para las mujeres, por el contrario, como lo acota Mar�a Antonieta Saa, el mundo privado signific�, m�s que algo �ntimo y propio, un mundo "privado de" libertad, de saber, de desarrollo pleno como seres humanos.[6]
El mundo de lo p�blico, predominantemente masculino y autoritario, due�o de la producci�n, del saber, de la pol�tica y del poder, necesita y crea �a trav�s de la conjugaci�n de diversos mecanismos econ�micos, sociales, culturales-, un mundo privado subordinado a sus necesidades, una de las cuales es mantener, reproducir, y ampliar dicha subordinaci�n. Es decir, garantizar la producci�n y reproducci�n de las relaciones de subordinaci�n entre ambos mundos y entre los hombres y las mujeres que los integran. Pese a los mitos que alimentan el imaginario de que la mujer es la "reina del hogar", la que ejerce el poder desde atr�s del tel�n, etc�tera� la realidad es que la mujer se encuentra en relaci�n de desventaja en los �mbitos p�blico y privado. Quiz� por ello, hoy todos los �mbitos est�n en situaci�n de disputa de poderes y derechos entre hombres y mujeres.
Veamos un ejemplo acerca de la situaci�n de las mujeres en la Cuba actual: "El transformar la condici�n de subordinaci�n a la que estaba relegada la mujer y llevarla fuera del espacio dom�stico, al que estaba confinada hist�ricamente, convirti�ndola no solo en objeto de las transformaciones sociales, sino tambi�n en sujeto de ellas mismas, fue un importante objetivo del Proyecto Social de la Revoluci�n Cubana." [Vasallo 2002: 19] Sin embargo, como acota la autora unas p�ginas m�s adelante, "A pesar de los avances y logros de las mujeres en estas �ltimas cuatro d�cadas, se mantiene una importante contradicci�n: ha avanzado considerablemente en la conquista del �mbito p�blico y en el ejercicio de derechos fundamentales, pero sigue siendo la protagonista principal del �mbito privado. Tiene a�n la m�xima responsabilidad en la reproducci�n de la fuerza de trabajo y es aqu� donde con m�s rigor se ha sentido la crisis econ�mica que nos afecta y que en Cuba se ha dado en llamar Per�odo Especial." [Vasallo 2002: 23]
-�G�nero o clase?
 
En la perspectiva que sostengo, el concepto g�nero trasciende el plano estrictamente acad�mico anal�tico. Su estudio cobra tambi�n otros sentidos sociales pues se articula a la b�squeda de la construcci�n de relaciones sociales de equidad de g�nero, al visibilizar los nexos geneal�gicos que existen entre las relaciones de subordinaci�n de la mujer al hombre, la producci�n y reproducci�n de un tipo de poder (subordinante, discriminante, excluyente y autoritario), y los intereses de una clase determinada: la explotadora, en detrimento de todos los otros seres humanos, particularmente, de las mujeres. En pol�tica, esto significa comprometerse con los procesos que buscan transformar y/o remover desde la ra�z los pilares �ltimos de la producci�n y reproducci�n social de este tipo de poder (y de sociedad que a �l corresponde).
Esto implica rechazar la supuesta neutralidad de la ciencia pol�tica que, en algunos casos, no expone sus presupuestos reales de partida o, en otros, aunque lo haga, no logra superar el horizonte abstracto liberal al analizar las relaciones de poder y espec�ficamente, las de g�nero, sin desnudar su car�cter explotador discriminatorio, de clase y, junto con ello, su contenido patriarcal-machista construido social, econ�mica, hist�rica, y culturalmente a trav�s de siglos.
Al analizar el proceso de acumulaci�n originaria de capital, Carlos Marx y Federico Engles, abordan el entrecruzamiento geneal�gico entre la existencia de la subordinaci�n y discriminaci�n de g�nero y los intereses de determinada clase. Entre sus amplias reflexiones, deseo destacar aqu�, la siguiente: "Con la divisi�n del trabajo, que lleva impl�citas todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la divisi�n natural del trabajo en el seno de la familia y en la divisi�n de la sociedad en diversas familias opuestas, se da al mismo tiempo, la distribuci�n y, concretamente, la distribuci�n desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud, todav�a muy rudimentaria, ciertamente, latente ya en la familia, es la primera forma de propiedad, que, por lo dem�s, ya aqu� corresponde perfectamente a la definici�n de los modernos economistas, seg�n la cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros. Por lo dem�s, divisi�n del trabajo y propiedad privada son t�rminos id�nticos: uno de ellos dice, referido a la actividad, lo mismo que el otro, referido al producto de esta." [1974: 31. Cursivas en el original. Negritas y subrayado de IR]
Es curioso notar que tales planteamientos quedaron relegados o directamente fueron desconocidos por las corrientes predominantes del marxismo dogm�tico bajo el prisma reduccionista y mec�nico, hicieron de la explotaci�n econ�mica un problema exclusivo de la clase obrera industrial (mal identificada como proletariado), y de la econom�a un �mbito separado de lo social y lo cultural. La izquierda formada mayoritariamente en este pensamiento hizo de la problem�tica de la discriminaci�n y explotaci�n familiar y la explotaci�n socioecon�mica de las mujeres, una cuesti�n particular, una "contradicci�n secundaria" del capitalismo. No la relacion� con la problem�tica de clase, ni la consider� una parte importante (fundamental) de la lucha (de clases) para poner fin a la explotaci�n del hombre por el hombre -seg�n el lenguaje sexista de entonces-, expresi�n que hoy debe leerse como la aspiraci�n universal al fin de toda explotaci�n de unos seres humanos por otros.
G�nero y clase se dan la mano, y lejos de contraponerse y excluirse logran desentra�ar el contenido del poder patriarcal machista autoritario poniendo al descubierto su genealog�a y pertenencia de clase: La de los que detentan el poder basado en la explotaci�n, discriminaci�n, subordinaci�n, opresi�n y exclusi�n de los seres humanos en lo econ�mico, pol�tico, jur�dico, ideol�gico, religioso, cultural, en los �mbitos social y familiar. Ello se conforma, moldea y se asienta, en primer lugar, en la producci�n y reproducci�n de un tipo cultural de relaci�n hombre-mujer en el seno de la familia. Esta relaci�n ha constituido identidades y fijado roles. De ah� que su modificaci�n y transformaci�n radical (desde la ra�z) suponga un proceso social complejo interarticulado de m�ltiples transformaciones y transiciones.
Adem�s de estar al servicio de una determinada clase: la del capital, y espec�ficamente de los hombres de esa clase: los capitalistas, el poder discriminador, explotador y excluyente �para afianzarse como tal- ha necesitado (y necesita) mimetizarse socialmente, invisibilizar su contenido de clase y presentarse como un componente "natural" de la vida social y, en tanto tal, eternizable. Para ello apela a todo su aparato pol�tico, ideol�gico, religioso y cultural, concitando la complicidad (aceptaci�n) �no consciente- de tales pr�cticas por parte de la amplia mayor�a de hombres y mujeres. La generalizaci�n socio-cultural de la supuesta superioridad y los privilegios de los hombres de las clases capitalistas �antes artesanos y comerciantes, antes se�ores feudales, antes esclavistas- como si fueran caracter�sticas naturales propias de todos los hombres, le garantiza al poder autoritario machista del capital, por un lado, invisibilizar su origen, contenido y pertenencia de clase y, por el otro, contribuir a la reproducci�n de su esencia explotadora, subordinante, discriminante y excluyente de la gran mayor�a de los seres humanos.
Con el capitalismo se han perfeccionado y modificado viejos mecanismos y modelos de subordinaci�n de la mujer al hombre. El capital ha acondicionando el funcionamiento de la vida social p�blica y privada y los roles de hombres y mujeres en ellas, acorde con el funcionamiento del mercado y las necesidades de la compleja producci�n y reproducci�n de su hegemon�a econ�mica, ideol�gica, pol�tica y cultural. Las consecuencias deshumanizantes que ello acarrea en la vida familiar de millones de pobres despojados de sus trabajos, de sus tierras, de sus casas, de su pa�s, junto a la sobrecarga econ�mica, f�sica y espiritual que ello representa, alcanza niveles insospechados en la �poca de la globalizaci�n neoliberal, en las regiones empobrecidas del planeta, particularmente para las mujeres y los ni�os. Ellos se ven envueltos en modalidades de violencia, esclavitud o sumisi�n que hab�an sido superadas hist�ricamente por la humanidad.
�Cabe continuar haciendo estudios de mujeres?
 
La problem�tica de g�nero, sus estudios y sus propuestas transformadoras que buscan la equidad en las relaciones de g�nero (y de poder), no pueden considerarse "de mujeres" ni "para mujeres"; sus reflexiones y conclusiones ata�en a hombres y mujeres y, por tanto, a la sociedad en su conjunto. Sin embargo, como existe una relaci�n asim�trica de poder entre hombres y mujeres, existen privilegios y espacios a defender por parte de ellos, y oportunidades y espacios a conquistar por parte de ellas. Ser�a ilusorio pensar que esta relaci�n asim�trica cambiar� espont�neamente, y esperar que la igualdad y la justicia para las mujeres llegue a nosotras sin luchar por nuestros derechos.
La experiencia demuestra, por ejemplo, que es errado esperar que nuestra voz sea escuchada si no logramos hacernos escuchar. Como afirma la religiosa y luchadora social brasile�a, Pomp�a Bernasconi: "Es necesario que nos tornemos competentes, que estudiemos y procuremos participar en los debates, en los di�logos, perdiendo el miedo de hablar, de exponer nuestras ideas, para ocupar nuestro espacio porque, por la propia educaci�n, la mujer qued� siempre en un segundo plano, para los estudios, para la participaci�n en los debates, etc�tera. Colocando nuestra forma de hablar y de pensar iremos quebrando ese machismo, asumiendo nuestro lugar." [En Rauber 1998: 84]
Por ello, en los estudios de g�nero �teniendo presente la interrelaci�n social hombre-mujer que subyace y condiciona todo an�lisis-, considero importante priorizar el conocimiento de las experiencias de luchas de las mujeres por la equidad, la participaci�n, las oportunidades� en diversos espacios. Somos conscientes de que no es todo el problema, pero se corresponde -de las dos partes- con la m�s interesada en poner fin a la explotaci�n, subordinaci�n y discriminaci�n existente. Tales reflexiones buscan as�, tambi�n, contribuir a la maduraci�n cr�tica y el crecimiento colectivo de las mujeres respecto a su rol en el proceso de transformaci�n social y en la construcci�n de las alternativas que dicho empe�o reclama.
Coincido con Lima Costa, por tanto, cuando relativiza la pertinencia y utilidad transformadora de los estudios sobre masculinidad, sobre todo cuando se desarrollan desarticulados de la perspectiva cr�tica feminista. "(�) demasiado a menudo el estudio de la masculinidad parece alcanzarse a costa del estudio de las mujeres, con la desafortunada implicaci�n de que los problemas sobre las mujeres han perdido inter�s o son tan familiares que ya no hay que cuestionarlos m�s. Adem�s, cuando la investigaci�n presta mayor atenci�n a las preocupaciones del g�nero y a la fragilidad de v�nculos entre los varones, tiende a ignorar los fuertes lazos entre masculinidad, poder patriarcal y privilegio." [Op. Cit.: 211]
Luchar por nuestros derechos, resistir los embates de la complicidad masculina en todos los �mbitos de nuestro quehacer, y crear a la vez nuestros nuevos modos de ser mujer en el mundo, ir� poco a poco modificando los roles, las identidades, las relaciones� Nada puede lograrse por separado de una transformaci�n social mayor. Y aunque ser� dif�cil convertir el ideal ut�pico en realidad, para las mujeres es el �nico camino: la lucha y la construcci�n de lo nuevo que ser�, en gran medida, engendrado y parido por nosotras. Nos anima la convicci�n de que los hombres se ir�n sumando poco a poco, ganando conciencia acerca de la importancia de luchar por la equidad de g�nero para construir un mundo diferente y justo. Esto supone nuevos modos de ser mujer y de ser hombre, que se ir�n conformando en la medida que vayamos conquistando espacios y transform�ndolos, demostrando que no se trata de una lucha contra ellos -para desplazarlos y ocupar su lugar, invirtiendo la relaci�n de poder-, sino a favor de la liberaci�n de todas y todos.
Esta afirmaci�n tal vez no resulte muy acad�mica para algunos porque no existen hechos tangibles en que la respalden, pero es racional. Y somos optimistas porque al igual que el gran sabio de la dial�ctica, confiamos en que: si todo lo real es racional, todo lo racional puede llegar a ser real.
Lucha por la igualdad de g�neros en los movimientos sociales
Presencias, comportamientos y enfoques diferenciados
En los estudios realizados con organizaciones barriales de Santo Domingo, Rep�blica Dominicana, de Lima, Per�, con organizaciones integrantes de V�a Campesina, en Brasil, con organizaciones piqueteras de Argentina, entre otras, hemos notado que la presencia y participaci�n de las mujeres resulta mayoritaria y decisiva para la din�mica y el desarrollo de tales organizaciones. Ellas luchan sin frenos para garantizar la alimentaci�n b�sica, el techo, la tierra, el agua, y para mejorar las condiciones de vida de la comunidad que son -a la vez- las de su familia y las de ellas mismas, por ser ellas quienes primero chocan con las dificultades diarias en el �mbito hogare�o. En momentos diferenciados pude observar que esa presencia militante de las mujeres marca comportamientos y enfoques espec�ficos:
- Emplean un lenguaje directo, sencillo.
- Las propuestas tienen un sentido pr�ctico de aplicaci�n inmediata.
- Convencen con sus obras, no con discursos.
- Trasladan a la organizaci�n sus capacidades administrativas adquiridas en el manejo del hogar.
- Laboran en la comunidad agregando otra jornada a su jornada familiar, sin recibir remuneraci�n a cambio.[7]
- Hacen pol�tica a trav�s de la lucha diaria por la sobrevivencia.
- El liderazgo se basa en el rol maternal de las mujeres.
a) La comprensi�n del alcance estrat�gico de las luchas por la sobrevivencia
 
En los barrios empobrecidos, marginados o excluidos, la lucha empieza cada d�a por buscar el sustento para ese d�a. Se trata de una guerra sin cuartel contra la muerte que asecha en cada rinc�n, a cada instante. El hambre, las enfermedades y el analfabetismo son tres implacables soldados de la muerte que �entrecruzados- deambulan por las realidades cotidianas de los pueblos saqueados, explotados, empobrecidos y excluidos de Latinoam�rica. Estas penurias son enfrentadas de modo silencioso y cotidiano, sin descanso, por las mujeres de las barriadas empobrecidas en las periferias de las ciudades, por las ind�genas de los Andes y las ladinas de aldeas y ciudades, por las campesinas con y sin tierra de los campos del continente: Comedores infantiles, panader�as comunitarias, almacenes colectivos, centros de salud, n�cleos de alfabetizaci�n, huertas colectivas, etc., fueron y son impulsados fundamentalmente por mujeres. Ellas asumen siempre la conducci�n de los hilos estrat�gicos de la sobrevivencia aunque, aparentemente -para el pensamiento tradicional del quehacer pol�tico-, su mentalidad sea cortoplacista y dom�stica. Sin su labor, para millones de seres humanos el d�a de ma�ana ser�a imposible.
Las organizaciones comunitarias o cooperativas locales cuyo objetivo primero es la sobrevivencia alimentaria, han sido formadas generalmente por madres de familia y, al igual que ellas, conjugan diversos intereses: los de las mujeres, los de las familias, y los del barrio. "A partir de su trabajo en comedores, las mujeres organizadas brindan salidas alternativas a los diferentes problemas de supervivencia, se alivia el hambre de las familias abaratando el costo de los alimentos y se previene y cura enfermedades en la comunidad contando con la vigilancia nutricional en los comedores y botiquines comunales. Atienden campa�as de vacunaci�n y tratan de prevenir el c�lera, la deshidrataci�n, la diarrea y la tuberculosis." [C�rdova Cayo 1995: 109]
En el barrio de Lima en el que ocurre la experiencia mencionada en la cita anterior, se conjuga la actividad de dos tipos de organizaciones: de la Junta Directiva Vecinal y de las organizaciones de mujeres. Estas organizaciones "(�) atienden dos �reas diferenciadas: la primera preocupada por asuntos de infraestructura y servicios urbanos que cuenta con la direcci�n y gesti�n de los varones y con el trabajo comunal voluntario de los vecinos. El segundo espectro de problemas, bajo la mirada de las vecinas, atiende aspectos relacionados a la supervivencia, como la alimentaci�n y la salud. Ambos aspectos afectan a los pobladores en la vida comunal y en la vida familiar.
"Atender la preparaci�n de cientos de men�es, es asunto asumido por las organizaciones femeninas y se vincula directamente con la reproducci�n cotidiana de la familia.
"La realizaci�n de una obra comunal de instalaci�n del servicio de luz el�ctrica o de agua, es realizada bajo la responsabilidad del comit� vecinal, dirigido mayormente por varones y beneficia al conjunto de la poblaci�n. (�) el trabajo de los varones en el barrio tiene un impacto visible y tangible, a diferencia del de las mujeres que se hace invisible." [C�rdova Cayo 1995: 109-110]
Como expresa la autora, existe una invisibilizaci�n del trabajo de las mujeres y, por tanto, se hace invisible tambi�n el sentido y alcance estrat�gico de ese trabajo; es una invisibilizaci�n que tiene un alto contenido ideol�gico-cultural, pues se anuda a la reproducci�n de obsoletos paradigmas respecto a la identidad de la mujer, sus capacidades y �mbitos de desempe�o.
La permanencia en ellas del imaginario y estereotipo cultural acerca de lo que significa -social e individualmente- ser mujer y ser hombre, a pesar de las pr�cticas que niegan tales supuestos mostrando su lado intencionado e ideol�gico, pone de manifiesto, una vez m�s, que la incorporaci�n del enfoque de g�nero en las diversas organizaciones, en su estructuraci�n interior, en sus objetivos y en el terreno de la formaci�n de su pensamiento estrat�gico, resulta vital.
b) Manejo m�ltiple de la dimensi�n y concepci�n espacio-temporal
 
Las mujeres que participan en labores comunitarias no relacionan "empleo del tiempo" con "dinero no reembolsando". Tienen un manejo (y concepto) del tiempo diferente, ya que deben multiplicarlo para poder cumplir con sus responsabilidades en el �mbito familiar y comunitario, y no pocas veces tambi�n en el laboral.
Hablando de ello con la dirigente ind�gena peruana, Concepci�n Quispe, ella reflexionaba: "La Confederaci�n Campesina del Per� me paga mi pasaje, pero mi tiempo no. Para venir, por ejemplo, ahora, me han dado mi pasaje, de un aeropuerto a otro aeropuerto, de ese aeropuerto yo tengo que arreglarme para llegar, eso no se incluye. �Y t� crees que en este momento, con esta crisis, con esta hambre y con esta miseria, las mujeres van a tener posibilidades? No. Claro, el hombre dice: ��Carajo!, yo voy a ir y tengo que tener en el bolsillo siquiera mil Intis[8], tengo que tener diez mil�. Quieras o no quieras le tienes que dar. Con nosotras no es as�." [En, Rauber 1992: 109]
Precisamente por el tipo de labor que desempa�an en las organizaciones sociales, las mujeres que all� se desempe�an tienden a relacionar el empleo del tiempo que invierten en la realizaci�n de actividades comunitarias con el tiempo que ellas dedican a su familia, haciendo de la comunidad una prolongaci�n del �mbito familiar. Sin embargo, contradictoriamente con ello, en la mayor�a de los estudios realizados en Rep�blica Dominicana y en Argentina, las mujeres que militan en �mbitos comunitarios han manifestado que este es un tiempo que ellas les "roban" a la familia.
Habiendo interiorizado que su lugar es la casa y su papel atender a la familia, todo lo que ella haga en la comunidad y por la comunidad �que tambi�n es por y para la familia- se lo impone como labores que puede desempe�ar adem�s de cumplir con "sus deberes" hogare�os, es decir, como algo que puede hacer luego de cumplir con lo que considera "su obligaci�n" como madre y esposa. Esto podr�a explicar tal vez, la presencia de sentimientos de culpa que hemos encontrado en un porcentaje considerable de estas mujeres, en los lugares donde hemos realizado estudios al respecto: Rep�blica Dominicana, Cuba, Argentina, Ecuador, Per�.
La violencia como respuesta
 
La culpa mencionada podr�a ser parte del soporte cultural de la tolerancia de muchas mujeres para soportar los ataques violentos de sus esposos cuando dan los primeros pasos fuera de la casa.
Es fundamental que la mujer interiorice que ella no es merecedora de tales "reprimendas", que con su participaci�n en actividades comunitarias o con su presencia en organizaciones sociales no le est� "robando" tiempo a la familia, no est� descuidando a sus hijos, sino desarroll�ndose como ser social que es, asumiendo tareas y responsabilidades colectivas que comprenden tambi�n a su familia. Obviamente siempre queda abierto el camino de dar la vuelta y marcharse del hogar o expulsar al marido, pero esta no es una decisi�n simple, en primer lugar, por los v�nculos econ�micos que anudan la vida de ambos y, sobre todo, debido a la dependencia de la mujer respecto del hombre para mantenerse ella y sus hijos. En segundo lugar, debido a la carga cultural que la mujer lleva adentro, aunque no comparta los m�todos, tiende a justificar al marido una y otra vez. No ocurre as� en todos los casos, pero es todav�a una actitud muy frecuentemente las mujeres.
c) La interconexi�n entre lo privado y lo p�blico en la comunidad
 
Con mucho esfuerzo, a trav�s de las soluciones de sobrevivencia, de la lucha por la salud y la alfabetizaci�n, a trav�s de la vida en campamentos de asentados sin tierra o en los cortes de rutas piqueteros, ellas construyen redes que dise�an modos de interdependencia y conexi�n nuevas entre lo publico y lo privado. Al integrar el espacio dom�stico en la comunidad, ellas logran -de hecho- la prolongaci�n de lo que Vianello [2001] llama el "espacio ovular" dom�stico. A su vez, ello implica incorporar la vida comunitaria al interior de la vida ovular, estableciendo relaciones de interacci�n e interdependencia entre una y otra. Incluso los problemas familiares, como la violencia del esposo hacia la esposa, pueden ser tratados de un modo diferente cuando ella es parte de un movimiento social comunitario.
As� lo refleja, por ejemplo, el testimonio de Marcelo Pereira, dirigente piquetero argentino, integrante de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) en el barrio San Jos�, en La Matanza. Reflexionando acerca de su experiencia en este aspecto, coment�: "A este movimiento [piquetero] me trae mi madre, mi esposa. Yo era muy cr�tico; vivi�ndolo fue como cambi� de parecer y empec� a profundizar lo que es este movimiento.
"Una vez vengo de afuera, del Norte, con una camioneta que hab�a ido a probar, justo era el fin de octubre, cuando se iniciaba el corte de la Ruta 3 de los seis d�as... Yo sab�a que mi esposa y mi mam� estaban en el movimiento, pero nada m�s. Cuando me entero del corte, como sab�a que mi mam� estaba en la CCC, zapateaba, echaba chispas pensando en lo que pasar�a, quer�a saber d�nde estar�an ella, mi mujer y mi hijo.
"Pis� el acelerador; de 160 Km. por hora no bajaba, pensaba c�mo me iba a encontrar a mi familia. Con mi pareja iba a ser un desastre el encuentro porque yo ven�a enojad�simo, mal... no ve�a la necesidad. Yo era bastante agresivo con mi pareja y ven�a decidido a llevarla a casa a trompadas, pues los problemas los resolv�a siempre a trompadas, con mi pareja, con mis amigos...
"Al llegar all�, me met� al piquete con camioneta y todo: me encuentro a mi se�ora toda negra, llena del holl�n de las gomas quemadas, pero tambi�n estaba mi madre, mi cu�ada, mis vecinos y amigos que se criaron junto conmigo. Me qued� asombrado al ver a toda mi familia, a todos esos chicos, a mis vecinos, a mis amigos; me qued� paralizado. Me integr� al piquete de inmediato. Durante el tiempo que dur�, trabaj� de d�a, y de noche iba para el piquete, hac�a las guardias de seguridad, lo que fuera.
"He cambiado much�simo, he aprendido en la discusi�n con mis compa�eros, haciendo an�lisis. El movimiento tambi�n me ense�� a cambiar, sobre todo, el comportamiento violento hacia mi esposa, hacia mi familia; poco a poco uno va tomando medidas, va cambiado." [Rauber 2003]
Como expongo en el art�culo sobre las mujeres piqueteras: "En condiciones de exclusi�n social, pobreza y g�nero se entremezclan, dotando de m�ltiples sentidos a las acciones que hombres y mujeres realizan para enfrentar la situaci�n impuesta por la guerra de sobrevivencia, a la par que tornan m�s complejo cualquier debate sobre las alternativas posibles, particularmente, en el plano de las relaciones sociales-familiares hombre mujer. Los roles, valores y patrones de conducta han saltado por los aires junto con la desocupaci�n, el abandono del Estado de su responsabilidad social para con sus ciudadanos, el chantaje por migajas de pan, la desnaturalizaci�n de la familia y las responsabilidades de cada cual." [Rauber 2002: 160]
d) La integraci�n de la organizaci�n social como parte de su vida familiar y personal y viceversa
 
En los estudios realizados en barrios pobres de Santo Domingo, constatamos que las mujeres organizadas, las no organizadas, y tambi�n los hombres, tienen -en general- una visi�n positiva ponderada acerca de la importancia de las organizaciones barriales en la vida de la mujer. Esto se debe, por un lado, a que las organizaciones ayudan a mejorar la vida en el barrio y �con ello- contribuyen a mejorar la vida cotidiana en el hogar. Por otro, porque las mujeres aprecian a la organizaci�n barrial como un espacio de igualdad y de liberaci�n de la rutina gris de las tareas dom�sticas. Y tambi�n, porque las organizaciones barriales propician una mayor participaci�n de los hombres en las tareas del hogar.
La organizaci�n barrial resulta de hecho un espacio puente entre la casa y el barrio, entre el claustro dom�stico femenino y su salida a la vida p�blica. Como lo afirman las propias mujeres: ellas se sienten all� iguales que los hombres.
Este es uno de los resultados positivos m�s evidentes de la presencia de las mujeres en las organizaciones barriales y reivindicativas de variado tipo: all� ellas aprenden a valorarse como actoras sociales activas, capaces de pensar y actuar con cabeza propia.
e) La participaci�n y la representaci�n
 
La participaci�n de las mujeres es mayoritaria en la base, pero va disminuyendo progresivamente en la medida en que se elevan las responsabilidades en cargos de representaci�n intermedia y, m�s a�n, en la direcci�n general. Ello se debe a trabas de diversos �rdenes, adem�s de que �tradicionalmente- los espacios de representaci�n son considerados propios de los hombres, algunas veces ello ocurre porque las mujeres se niegan a integrar estos �mbitos porque consideran que no tienen tiempo para ello o por baja autoestima. Otras veces, ni siquiera son propuestas para cargos con responsabilidad y representaci�n por la competencia que los hombres desatan contra ellas.
"Porque nosotras tenemos instalado en nuestro ser lo que hemos aprendido por tiempos inmemoriales. En primer lugar, que nosotras trabajamos para adentro de la casa, en los sustratos menos visibles, de la alimentaci�n, del cuidado. Estamos asignadas para ocupar un lugar de servicio, pero no cualquier servicio sino de servicio a un poder existente. Y tenemos que desandar esto que est� instituido en nuestro ser: estar siempre en el segundo lugar." [En Rauber 1998: 192-193]
Es por ello que, una vez m�s, surge como tarea imprescindible apuntalar los procesos concretos de organizaci�n con amplia participaci�n femenina, fortaleciendo las capacidades de acci�n y representaci�n de las mujeres acorde con sus realidades y necesidades. Cuando esto emerge en los movimientos sociales con los que interactuamos, elaboramos conjuntamente los contenidos y los ritmos del aprendizaje: sobre g�nero y poder, sobre empoderamiento, sobre pol�tica, sobre participaci�n, sobre comunicaci�n, manejo de computaci�n, etc�tera. Con ello nuestra labor funde pr�ctica y teor�a en �mbitos sociales concretos. No basta con denunciar la exclusi�n de las mujeres de los lugares de toma de decisiones; es fundamental llegar a conclusiones pr�cticas y comprometerse con su realizaci�n en la medida que ello sea factible y compartido por las organizaciones sociales con las que se interact�a.
Aportes de la perspectiva de g�nero a la construcci�n de alternativas populares
Las alternativas populares se refieren a las caracter�sticas de la sociedad que se busca, del tipo de poder que �siguiendo a Gramsci- a ella se corresponde, es decir, del tipo de interrelaci�n entre democracia, estado y sociedad. Es por ello que pensarlas y dise�arlas teniendo en cuenta la b�squeda de equidad de g�nero desde las ra�ces mismas de la conformaci�n del poder, resulta central. En este sentido, adem�s de lo ya expresado, subrayando algunos elementos en los que se destacan particularmente los aportes de esta perspectiva.
Ampl�a los fundamentos de la apuesta a la construcci�n de poder desde abajo
Como se ha planteado, la concepci�n de g�nero resulta enriquecedora de la noci�n del poder, lo es tambi�n, por tanto, respecto de las propuestas y las pr�cticas de construcci�n de poder desde abajo impulsadas por los nuevos movimientos sociales.[9] Incorpora elementos sociopol�ticos que profundizan dichos procesos: aporta elementos claves para transformar -articulada y simult�neamente- las relaciones de opresi�n, explotaci�n, discriminaci�n y exclusi�n, en la sociedad, en la familia, en el trabajo, en el barrio, en la organizaci�n vecinal o sindical, en el partido, en los movimientos de mujeres, etc�tera.
La mirada de g�nero rompe las barreras del pensamiento pol�tico tradicional de la izquierda que separa la cotidianidad, lo reivindicativo social, del quehacer pol�tico. Al desnudar el contenido pol�tico de lo que se supon�a privado, el enfoque de g�nero "(�) impacta a la sociedad en dos niveles: por un lado, porque pone nuevos temas en el debate y evidencia su contenido pol�tico, y por otro, porque politiza lo privado y devela que dentro de las relaciones personales encubiertas y justificadas por amor, afecto y entrega hay relaciones terribles de poder entre los sexos." [Vargas Valente S/F: 4]
El reclamo de equidad de g�nero es radicalmente democratizador, precisamente porque no puede haber una verdadera democratizaci�n del mundo p�blico si se mantienen intactas las relaciones hombre-mujer en el mundo privado, y si se mantiene, en general, la subordinaci�n de lo privado en funci�n del desarrollo de lo p�blico. Porque:
-"La democracia s�lo para hombres es tan b�rbara y tan incompleta como lo fue la democracia griega, basada en la igualdad de derechos entre los miembros de una peque�a aristocracia, y en la ausencia completa de derechos para las grandes masas populares.
-"No hay ni puede haber democracia en donde las mujeres no tienen los mismos derechos del hombre y en donde, en consecuencia, la vida social en todos sus aspectos no est� constituida y dirigida por hombres y mujeres sin distinci�n.
-"(...) Sin las mujeres no hay democracia. Sin democracia no hay progreso del pueblo. Sin democracia no hay sentido profundo de la patria." [Lombardo Toledano 1984: 11-18]
Esto alude a tres elementos importantes:
-El mundo de lo privado es parte del pol�tico (aunque m�s no fuese como condici�n de su existencia) y como tal, susceptible de convertirse en pol�tico.
-Las luchas por la democratizaci�n de las sociedades deben �para llegar hasta la ra�z- incorporar la democratizaci�n de las relaciones hombre-mujer en lo p�blico y en lo privado. En consecuencia:
-Las luchas de las mujeres en contra de su discriminaci�n y marginaci�n ata�en a la democratizaci�n de toda la sociedad.[10] Esto supone la transformaci�n radical del poder, por lo que constituyen una lucha pol�tica.
� Acrecienta el significado, contenido y alcances de la acci�n pol�tica y de la dimensi�n ciudadana
Al incorporarse al mundo pol�tico los nuevos actores y las nuevas actoras sociales, incorporan a �l tambi�n sus intereses, sus puntos de vista y necesidades, sus visiones de la realidad en que viven y la conciencia pol�tica acerca de ella. Si toda acci�n de transformaci�n de las relaciones de poder all� donde �stas se den es una acci�n pol�tica, los temas referidos a la sexualidad, a la violencia contra las mujeres, a las relaciones padres e hijos y hombre mujer, y, en general todos los que abordan la organizaci�n de la vida cotidiana, cobran una importancia fundamental en la dimensi�n y acci�n pol�tica actual y futura.
En este sentido, las luchas por la equidad de g�nero le imprimen un contenido m�s complejo a la pol�tica y a la acci�n pol�tica,[11] sac�ndola del �mbito de la lucha por el poder del Estado, articul�ndola a los otros �mbitos de la vida social, enlazando �adem�s de lo p�blico y lo privado-, lo estrat�gico con lo cotidiano y reivindicativo. No se trata de luchas o problem�ticas separadas. Las luchas de las mujeres, como la de otros actores sociales, reafirma que la lucha es reivindicativo-pol�tica, es decir, una lucha contra las estructuras, los medios, los valores, la cultura y los mecanismos de producci�n y reproducci�n material y espiritual del poder de dominaci�n discriminatorio y discriminante, excluyente y crecientemente marginador de mayor�as, y de construcci�n de poder y cultura propios.
Entre m�ltiples aspectos, esto reafirma que:
1. Que lo reivindicativo sectorial no es un "defecto" o traba que debe ser "superado" por el proyecto pol�tico. Este no est� ubicado "por encima" de lo reivindicativo sectorial, sino que parte de ah�, y lo contiene articul�ndolo en una nueva dimensi�n y proyecci�n.
a) Lo pol�tico no es jer�rquicamente "superior" a lo reivindicativo.
b) Lo reivindicativo no tiene un "techo" o l�mite, como no sea el que le fija su propia contraposici�n con lo pol�tico.
La falta de articulaci�n de lo pol�tico con lo reivindicativo se traduce en la fractura entre las luchas por la transformaci�n de la sociedad y las que impone la din�mica de la vida cotidiana, el ideal de la nueva sociedad ansiada con los modos alternativos y solidarios de vida generados en �mbitos de la comunidades, etc�tera.
2. Que es necesario articular las protestas (oposici�n) con propuestas concretas (posici�n propia) capaces de orientar en sus luchas a la poblaci�n del sector en conflicto en cada caso. Esto es: construir respuestas concretas a problem�ticas tambi�n concretas. Reclama elaborar respuestas inmediatas a reivindicaciones inmediatas, pero ello no implica que la inmediatez y la temporalidad sean su horizonte y l�mite "natural". Al contrario, tales propuestas encierran un alto potencial pol�tico que es posible (y necesario) poner de manifiesto en el propio proceso de lucha por su concreci�n.
Es all�, cuando el proceso pr�ctico pedag�gico de formaci�n de conciencia pol�tica logra su mayor potencialidad. Sobre la base de procesos colectivos de reflexi�n-formaci�n sobre sus luchas los actores sociales van conformando procesos pr�ctico-te�rico-pedag�gicos de formaci�n de conciencia pol�tica. En ellos se va poniendo de manifiesto la ra�z sist�mica del problema y tambi�n la dimensi�n y el alcance altersist�mico (no confundir con anti-sist�mico) de la propuesta. En esto radica, de �ltimas, el contenido y sentido pol�tico central de lo reivindicativo sectorial.
Aceptar esto implica romper con la a�n mayoritaria idea de que la pr�ctica pol�tica corresponde s�lo a partidos pol�ticos o a especialistas, [12] supone reconsiderar lo que se entiende por escena pol�tica, tradicionalmente entendida como el campo de acci�n abierta de las fuerzas sociales mediante su representaci�n en partidos. Pero la escena pol�tica comprende al conjunto de fuerzas sociales actuantes en el campo de la acci�n pol�tica en un momento dado, independientemente de que �stas se hallen organizadas o no en estructuras pol�tico-partidarias. Respetando todo lo que son o puedan llegar a ser las opciones partidarias, la participaci�n pol�tica de la ciudadan�a, de hecho, reclama la incorporaci�n de los diversos actores y actoras a una discusi�n y a un escenario m�s amplio que el de los partidos.
La incorporaci�n de las mujeres a la vida pol�tica no puede circunscribirse entonces a su incorporaci�n a los partidos tradicionales de izquierda o derecha, ni a integrar sus listas electorales. En determinadas realidades, esto resulta un paso importante para la transformaci�n del mundo p�blico, pero no basta. Porque no es extra�o ni dif�cil encontrar a las mujeres desempe�ando tareas de contenido infraestructural tambi�n en los �mbitos p�blicos, acondicionando, agilizando y potenciando con ello el tiempo y las capacidades masculinas para que los hombres se concentren en la toma de decisiones, y en la ejecuci�n y el control de las mismas "Se requiere que la responsabilidad del �mbito privado y las labores dom�sticas no sigan recayendo s�lo sobre las mujeres y que la presunta inferioridad de esos papeles no se traslade a las labores p�blicas." [Ram�rez. 1994, p.9].
"Es por eso que la participaci�n de la mujer en la vida pol�tica, es necesariamente subversiva porque concierne al fundamento mismo de la sociedad, a la vida social, la vida de la familia, los roles tradicionales del hombre y de la mujer, las reparticiones de carga en el seno familiar." [Saada 1990: 21-22]
La participaci�n de las mujeres tiene que darse a todos los niveles, en lo "(...) econ�mico social, cient�fico, tecnol�gico e inclusive en la planificaci�n de las pol�ticas de desarrollo tan importante para el avance de nuestros pa�ses. La democracia adquiere as� un sentido b�sico de derecho a la vida, a una vida diferente, a una vida donde no solamente haya bienestar, sino donde haya posibilidades de desarrollar la igualdad de los seres humanos, respetando la posibilidad de ser diferentes." [Idem: 3]
� Incorpora con fuerza la cultura te�rico-pr�ctica de la educaci�n popular
La articulaci�n de las concepciones y pr�cticas de la educaci�n popular, resulta imprescindible en los actuales procesos de construcci�n de alternativas: ella orienta la acci�n del pensamiento a tomar como punto de partida las pr�cticas concretas, para reflexionar desde all� y colectivamente, es decir, se propone construir el conocimiento desde abajo, con todos los y las protagonistas de las luchas y, por el mismo camino, definir los rumbos, alcances y objetivos de las mismas.
La educaci�n popular est� presente en las organizaciones sociales, en los procesos de formaci�n y en las pr�cticas de vida y organizaci�n sobre la base de pr�cticas horizontales y participativas. Si se tiene en cuenta que en tales organizaciones las mujeres son la fuerza mayoritaria y clave, puede comprenderse que el empleo sistem�tico de la educaci�n popular que se caracteriza por dar la palabra a los sin voz, contribuye a hacer visible -social y pol�ticamente- la presencia de las mujeres en los procesos sociotransformadores, contribuye a dignificar y valorizar su palabra, su pensamiento y su acci�n. Y esto es as� tanto hacia el exterior de la organizaci�n como hacia su interior, y en cada mujer, en la elevaci�n de su autoestima y su capacidad para constituirse en una ciudadana plena y activa.
Su pr�ctica educativa -que construye saberes a partir de los modos de vida concretos-, levanta los puentes b�sicos que ponen al descubierto los nexos e intercondicionamientos entre un determinado modo de existir y reproducirse del mundo privado y un determinado modo de existir y reproducirse del mundo p�blico, y contribuye a que los que participan del proceso educativo puedan descubrir los nexos entre una realidad supuestamente privada e individual, aparentemente casu�stica, con la realidad de un determinado modo de existencia econ�mica, pol�tica y cultural de la sociedad en que vive.
Saber y poder se conjugan en los procesos de su realizaci�n. Por ello resulta, por un lado, cuestionadora radical del poder hegem�nico, discriminador y excluyente del capital, haciendo visible los nexos que existen entre este y una determinada conformaci�n �hist�rico cultural- de las identidades, los roles y los �mbitos atribuidos -en tal relaci�n-, a los g�neros. Por otro, al fortalecer el conocimiento colectivo de los movimientos sociales acerca de sus experiencias, al contribuir al mejor an�lisis de evaluaci�n de logros y deficiencias, la educaci�n popular es clave tambi�n para los procesos de empoderamiento social,[13] entendiendo que el primero y fundamental de ellos es el del saber: qu�, c�mo, para qu�, qui�nes. Como dice Pompea Bernasconi: "(�) el poder est� vinculado al saber y al hacer. Por eso, en la educaci�n popular es importante lograr que el pueblo descubra su saber y posea una conciencia cr�tica de la realidad para que tenga poder sobre ella y pueda modificarla." [En, Rauber 1998: 75-76]
Por todo ello, para las mujeres de las organizaciones sociales populares la educaci�n popular es una herramienta importante: legaliza su participaci�n, otorga sentido social a su saber supuestamente limitado por lo cotidiano y "sin importancia", la autodescubre como ciudadana y a trav�s de su saber �formaci�n mediante- contribuye a profundizar los procesos concretos de empoderamiento en los que ellas participan, torn�ndolos "para s�", es decir, fortaleci�ndolas como actoras sociales y pol�ticas plenas.
� Reivindica el reconocimiento positivo de las diferencias, de los y las diferentes
Reivindicar la diferencia como v�a de profundizaci�n de la individualidad del ser humano propia de la modernidad, es el reclamo primero de la posmodernidad. Junto a ello, emergen tambi�n con fuerza los estudios acerca de lo micro, y muestran su riqueza y pertinencia frente a las anteriores predominantes visiones macro que invisibilizaron gran parte de las realidades particulares. Ambos aspectos pueden considerarse �a mi entender- como uno de los importantes aportes de esta corriente de pensamiento. Pero el centrarse casi exclusivamente en la explicaci�n de la diferencia, de lo micro, ha mostrado su lado flaco, al tornar los an�lisis particulares en abstractos y unilaterales al considerarlos inconexos con los fen�menos del mundo real (interdependiente, multifac�tico, complejo). Esto dificulta pensar la sociedad como totalidad, buscar los nexos socio-econ�micos y culturales entre los sectores sociales que la integran, descubrir �adem�s de sus diferencias- sus intereses comunes y, por tanto, su capacidad y posibilidad de pensar, luchar y organizarse colectivamente por sus derechos.
"En los ochentas en los Estados Unidos, surgi� la teor�a que las opresiones sociales son interseccionales y no meramente aditivos, y entonces las feministas no pueden desconectar la identidad de g�nero de las identidades raciales y de clase e intereses. Esto se�ala que debemos rechazar la idea de que las mujeres tienen intereses en com�n como grupo (Collins 1990, Harris 1990, Spelman 1988). Pero esta conclusi�n parece dejar los movimientos de mujeres sin una base social para unirse a pesar de diferencias de raza, clase y sexualidad. Gayatri Spivak propone la idea de una "esencial estrategia" de mujeres como grupo social (Spivak 1990). Pero, �podemos suponer que las mujeres como grupo social tienen intereses en com�n?" [Ferguson 2005]
Transformado en objetivo de s� mismo lo diferente pierde sentido social y pol�tico ya que �por esta v�a- la sociedad ser�a una suma creciente de grupos humanos e individuos aislados entre s�, fragmentados y clasificados por g�nero, raza, color de piel, edades, lenguas, identidades, preferencias sexuales, gustos musicales, etc�tera.
�Qu� hacer con las diferencias?
El reconocimiento y destaque de las diferencias, en tanto estas han sido construidas por actores sociales en el proceso de su vida real, resulta indispensable, pero para construir alternativas superadoras, es fundamental que ese reconocimiento se constituya en la base para dar pasos concretos hacia la articulaci�n de los y las diferentes, respetando sus identidades, sus problem�ticas, sus aspiraciones, imaginarios y necesidades, contribuyendo tambi�n por esta v�a a profundizar la matriz democr�tica de la sociedad.
Esto requiere avanzar en el pensamiento y en las pr�cticas integradoras de una realidad tan fragmentada como compleja y diversa, que re�ne realidades e identidades yuxtapuestas intr�nsicamente interconectadas, intercondicionadas e interdefinidas entre s�.
Como se�ala Ferguson: "Sin un an�lisis de dominaci�n social a base de sistemas m�ltiples, las mujeres pueden lograr empoderamiento en relaci�n a ciertos hombres, pero quedan sin poder en relaci�n al racismo, imperialismo, capitalismo." [Ferguson. 2005] Ciertamente, reflexionando sobre experiencias de empoderamiento de mujeres, pueden obtenerse importantes lecciones sobre el significado negativo -en el sentido de empobrecedor de las pr�cticas y sus alcances-, que contiene la visi�n estrictamente sectorial, fragmentada, centrada exclusiva y unilateralmente en la b�squeda de satisfacci�n de las necesidades de un actor social "diferente".
No cuesta trabajo darse cuenta de la diversas banalizaciones que se han hecho sobre la diferencia, mostr�ndola como el llav�n del descubrimiento (y de la manifestaci�n) de las diferencias hombre-mujer, y tambi�n entre las mujeres.
Por este camino, el concepto g�nero puede ser atractivo y �til en ciertos �mbitos y sectores sociales de mujeres, pero disminuye considerablemente su importancia cr�tico-transformadora para conocer, pensar las actuaciones sociales y construir las alternativas posibles, orientadas hacia un nuevo tipo de sociedad humana, desde y mediante las pr�cticas del presente.
Es en este sentido que el destaque de las diferencias, y de las y los diferentes resulta un aporte importante a tener en cuenta: contribuye a desmitificar la carga pol�ticamente negativa que ello tiene a�n en el seno de gran parte de la izquierda latinoamericana, donde predomina el pensamiento pol�tico tradicional, que se propone alcanzar la unidad de todas las organizaciones sociales y pol�ticas apelando a la unanimidad y homogeneizaci�n de todos: partidos, movimientos, pueblo, y �cuando sea posible- de la sociedad toda. El enfoque de g�nero contribuye a pensar la unidad, lo colectivo, sobre nuevas bases, haciendo del reconocimiento de las diferencias -en vez de un obst�culo- un enriquecimiento, un pilar para posibles articulaciones. Es un granito de arena puesto en el caldero de la construcci�n colectiva, plural y diversa de lo nuevo.
Esta sigue siendo �desde la perspectiva de los movimientos sociales que construyen alternativas-, su importancia anal�tica y pr�ctica fundamental. Ello no impide, sin embargo, que se sit�e en un terreno de disputas y grandes controversias ideol�gicas y de poder.
Conclusiones
1.
Fundar y construir una nueva civilizaci�n humana �desaf�o presente de la humanidad en busca de supervivencia- significa fundar y construir un nuevo modo de vida.[14] Esto significa incorporar la noci�n y visi�n de g�nero como elemento constitutivo del pensamiento y las pr�cticas cuestionadoras de las sociedades actuales, y de los procesos de construcci�n de las nuevas. Ello posibilitar� hacer visibles y modificar las relaciones sociales asim�tricas establecidas entre hombres y mujeres, base para la producci�n y reproducci�n de otras tantas asimetr�as y discriminaciones: de color de piel, discapacidad f�sica, etnia, cultura, belleza, identidad sexual, etc�tera.
2.
Llegar a la conciencia universal de ello supone un largo proceso hist�rico �de transici�n-, complejo y multifac�tico que combina procesos de auto constituci�n de actores-sujetos en sujeto colectivo (popular), con procesos de construcci�n de propuestas y proyecto alternativo, con la construcci�n de poder �cultura y organizaci�n pol�ticosocial- desde abajo.
En ello, las transformaciones que tienen lugar en las din�micas de la vida cotidiana, ocupan un lugar fundamental. No porque de ah� nazca el cambio de toda la sociedad, sino porque sin enraizarse all�, sin articular la utop�a del mundo nuevo a la vida de la familia, este ser� un imposible. Para eso -en primer lugar y a la vez-, la familia debe modificarse a s� misma, en tanto gestante de ese nuevo ser humano, de esa nueva sociedad y de ese nuevo mundo. Es vital ir haci�ndolo posible desde ahora, transform�ndolo desde nuestra propia vida cotidiana dom�stica y comunitaria, integr�ndola a nuestras pr�cticas familiares, comunitarias, sociales, pol�ticas, etc�tera.
3.
La comunidad se abre paso como un espacio (y un concepto) integrador de lo p�blico y lo privado. El �mbito comunitario cobra cada d�a m�s importancia tanto en la lucha por la sobrevivencia, en la construcci�n de redes sociales de subsistencia -en lo econ�mico, educativo, salud, etc.-, como en el desarrollo de s�lidas redes interfamiliares que distribuyen la dura carga de las labores dom�sticas cotidianas y mejoran la posibilidad de integraci�n laboral de las mujeres. A ellas se le abren puertas en el sector informal, generalmente en el servicio dom�stico, aunque este todav�a no es reconocido mayoritariamente como trabajo, social y jur�dicamente (no tienen derechos como trabajadoras, por ejemplo, no tienen vacaciones pagas, ni aportes jubilatorios, ni cobertura por enfermedad, etc.). Para poder desempa�arse en �l, las mujeres han de desarrollar redes de apoyo mutuo para el cuidado y alimentaci�n de los ni�os de unas mientras las otras trabajan, y viceversa. As�, redes solidarias entre mujeres se abren paso m�s all� del �mbito familiar.
Un modo de vida diferente, basado en la horizontalidad y democratizaci�n solidaria de responsabilidades y tareas se va conformando a trav�s de de estas pr�cticas en la dimensi�n comunitaria. En ella, a trav�s de la cultura participativa de las mujeres, se van haciendo cada vez m�s visibles los nexos que se establecen entre la posibilidad de participaci�n en el mundo p�blico y las tareas del mundo privado, articulando tiempo de trabajo y dedicaci�n en uno con el tiempo y la dedicaci�n en el otro.
4.
Resulta fundamental disputar el sentido com�n de los hombres y mujeres del pueblo, en primer lugar el de los trabajadores y las trabajadoras, en la amplia diversidad en que ellos existen en la actualidad. Valores como la solidaridad, la justicia social, la equidad de g�nero, razas e identidad sexual, el derecho efectivo al trabajo, el respeto a la naturaleza, deber�n ir conquistando la cabeza y el coraz�n de millones y millones de seres humanos.
Solamente cuando la aplastante mayor�a de la poblaci�n en cada uno de nuestros pa�ses descubra la mentira y el fraude para con sus propias vidas llevado a cabo por el poder clasista, machista y excluyente desarrollado hasta ahora y, particularmente, por el poder correspondiente al capitalismo contempor�neo, cuando descubra la trampa mortal a la que el capital los ha conducido mediante enga�os desde las primeras etapa de su acumulaci�n originaria, y vaya vislumbrando a la par otro modo de vida posible, tendr� deseos de explorar nuevos caminos y la voluntad para intentarlo pr�cticamente. Este no resulta �vale reiterarlo- un camino f�cil ni corto; es parte de una larga e indispensable transici�n hacia una nueva humanidad.
5.
El planteamiento de g�nero pretende llegar hasta los cimientos mismos de la cultura del poder patriarcal que fue heredado y desarrollado por el capitalismo. De ah� su fundamental importancia para un replanteo profundo del conjunto de relaciones sociales de una sociedad dada y del poder, en el sentido de posibilidad de construcci�n de nuevo proyecto social (alternativa). No digo que sea suficiente, pero s� necesario, imprescindible, insoslayable. Para avanzar hacia una concepci�n m�s integral es importante, adem�s de todo esto, sumar, articular los enfoques, las cr�ticas y los planteamientos de otros �mbitos, como la ecolog�a, la �tica, la jurisprudencia, etc., siempre atravesados radical y transversalmente por el enfoque de g�nero y su relaci�n con el poder (o los poderes).
6.
Las reflexiones en torno a las alternativas -que suponen el cuestionamiento transformador de las relaciones de poder existentes-, se enriquecen hoy con la inclusi�n de la perspectiva de equidad de g�nero en sus an�lisis y reflexiones acerca del poder actual y sus posibles caminos superadores hacia una humanidad constituida con equidad y justicia social. Cualquier concepci�n que las aborde prescindiendo de comprender en sus an�lisis acerca de la naturaleza y alcance del poder a las relaciones de g�nero que lo sustentan y sobre las que se sustenta, resulta incompleta y cercenada en su valor pr�ctico y te�rico. Y a la inversa ocurre tambi�n, si se aborda la cuesti�n de g�nero sin vincularla al cuestionamiento de las relaciones de poder (econ�micas, culturales, sociales, familiares, etc�tera).
7.
Es necesario edificar nuevos referentes te�ricos integrales, visiones del mundo que ayuden a superar la fragmentaci�n del pensamiento y a reflexionar con lucidez sobre los procesos de emancipaci�n social y los modos de producir subjetividades acordes con estos retos.
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* Isabel Rauber es Dra. en Filosof�a de la Universidad de La Habana, Directora de la revista Pasado y Presente XXI, estudiosa de los movimientos sociales latinoamericanos; integrante del Foro Mundial de las Alternativas.
[1] Los movimientos sociales tienen caracter�sticas diversas: a) pueden expresar a organizaciones y actores sociales pertenecientes a un mismo sector social, por ejemplo, trabajadores, ind�genas, campesinos, desplazados internos, sin techo, etc.; b) pueden articular a actores sociales e individuales en torno a una problem�tica intersectorial, como por ejemplo: la lucha por la paz en Colombia, la defensa del Amazonas, o la soberan�a alimentaria, etc.; c) pueden dar cuenta de una problem�tica social transversal: equidad de g�neros, de etnias, identidad sexual, etc�tera; d) pueden constituirse para responder a un tema o problema puntual, coyuntural: ayuda a damnificados por inundaciones, por terremotos, contra actos represivos, contra gobiernos corruptos, etc. Como su nombre lo indica, su g�nesis y sus modos de organizaci�n y de lucha var�an, ya que se definen marcados por las identidades, experiencias, din�micas y problem�ticas que enfrentan los actores sociales que le dan cuerpo en cada momento hist�rico-concreto.
[2] Las relaciones de poder parten del interior del funcionamiento del capital para inundar �a trav�s de las relaciones mercantiles- todas las relaciones sociales, familiares, culturales, etc. Esto resulta muy marcado en la actualidad cuando "�la transformaci�n de lo social en mercanc�a acent�a las relaciones de poder en todos los sectores de la vida colectiva. En otras palabras, la imposici�n de la ley del valor refuerza las relaciones de poder." [Houtart 2004:2]
[3] La expresi�n desde abajo no alude a una ubicaci�n geom�trica, a lo que est� situado abajo, si bien indica ciertamente un posicionamiento pol�tico-social desde donde se produce la construcci�n, colocando en un lugar central, protag�nico, a la participaci�n de "los de abajo". Construir desde abajo indica ante todo una concepci�n �y una l�gica- acerca del poder del capital y del nuevo poder popular, acerca de c�mo contrarrestar, destruir y transformar el primero, y c�mo construir el poder propio. Es por eso que dicha l�gica resulta necesaria estrat�gicamente, independientemente del lugar desde el cual se piensen y realicen las transformaciones: en la superestructura pol�tica, o en una comunidad, desde un puesto de gobierno o en la cuadra de un barrio. Construir y transformar desde abajo no implica negarse a construir en �mbitos que podr�an ubicarse "arriba". La ubicaci�n y el rol organizativo institucional que se ocupe en el proceso de transformaci�n puede estar arriba, abajo, o en el medio; construir desde abajo indica siempre y todo momento y posici�n un camino l�gico-metodol�gico acerca de c�mo hacerlo y una apuesta pr�ctica a su realizaci�n.
[4] Ver Rauber 2004-a: 55-57.
[5] Por ejemplo, para los difundidos estereotipos patriarcal-machistas, ser mujer se equipara con tener sensibilidad y ternura, dejarse llevar por la emoci�n, la pasividad, la sumisi�n, la intuici�n, en definitiva, por lo irracional subjetivo y misterioso. Correlativamente, ser hombre se identifica con tener valor, fuerza y poder, y esto con lo racional, con la capacidad para actuar fr�a y decididamente, pensar cient�ficamente, etc. Estos estereotipos, entre muchos otros, definen identidades y capacidades de cada sexo, y expresan la base socio-cultural de las asimetr�as sociales en las relaciones entre los sexos sobre las que se asienta la subordinaci�n jer�rquica de la mujer al hombre. Se alimenta as� la confusi�n entre g�nero y sexo, entre lo socio-cultural y lo biol�gico.
[6] "(...) si analizamos un poco el concepto de `mundo de lo privado', quiere decir: privado de. En el fondo, privado de libertad. Es un mundo privado necesario para el desarrollo del 'mundo de lo p�blico'. As� como el mundo p�blico est� cruzado por una serie de opresiones y de contradicciones de clase, explotaciones de clase, el mundo de lo privado, de lo dom�stico, de la familia, tambi�n est� organizado jer�rquicamente (...)." [Saa 1985.]
[7] Esto no es un detalle menor si se tiene en cuenta que son millones los seres humanos que encuentran contenci�n diaria y alimentos a trav�s de la labor de las mujeres en organizaciones comunitarias. El tiempo de trabajo invertido por ellas es una riqueza expropiada a las mujeres y no valorada a�n. Esto es tambi�n parte de lo que significa la "feminizaci�n de la pobreza".
[8] Unidad monetaria del Per�.
[9] As� lo reconoce, por ejemplo, la CEPAL, cuando en su informe para Naciones Unidas, se�ala: "El an�lisis desde la perspectiva de la participaci�n de las mujeres ilumina muchos otros movimientos sociales, cambios culturales, incorporaci�n de los marginados, ampliaci�n de la ciudadan�a, nueva relaci�n entre lo privado y lo p�blico, relaci�n con el poder, democracia." [Naciones Unidas 1989: 6]
[10] Considerando que las mujeres somos la mitad o un poco m�s de la mitad de los habitantes del planeta-, incluso si fuera un asunto s�lo de mujeres, ser�a muy importante su incorporaci�n al debate y a las propuestas sobre la democracia en nuestras sociedades, con igual centralidad que otros problemas sociales. Pareciera que hay que recordar siempre que todos y cada uno de ellos comprende a las mujeres, quienes �al interior de cada problema-, resultan doblemente afectadas: por el problema y por los maridos, padres, hermanos, religiosos o compa�eros del problema.
11] "(...), la pol�tica es b�sicamente un espacio de acumulaci�n de fuerzas propias y de destrucci�n o neutralizaci�n de las del adversario con vistas a alcanzar metas estrat�gicas." [Gallardo 1989: 102-103] Pr�ctica pol�tica, por tanto, es aquella que tiene como objetivo la destrucci�n, neutralizaci�n o consolidaci�n de la estructura del poder, los medios y modos de dominaci�n, o sea, lo pol�tico.
[12] Esta interpretaci�n resulta hoy indefendible; sostenerla implica suponer que existen gradaciones de sujetos: a) aquellos que aportan s�lo en n�mero porque son incapaces de trascender el horizonte reivindicativo inmediato: los movimientos sociales, barriales, sindicales, estudiantiles, de mujeres, cristianos, etc., b) los que son capaces no s�lo de captar el conjunto de los problemas y las v�as para solucionarlos sino tambi�n de guiar a los dem�s: los partidos de izquierda (de la clase obrera), tradicionalmente autoconsiderados vanguardia.
Ya no puede pensarse en los movimientos sindicales, barriales, de mujeres y otros, como "soportes" de pol�ticas elaboradas por fuera de ellos desde tales partidos. La actividad pol�tica y los actores que la llevan a cabo no puede definirse fuera del terreno en el que se desarrolla ni al margen de sus protagonistas. [Ver: Rauber 1997: 7, 8, 23, 30-32]
[13] "Por empowerment [empoderamiento], entendemos un proceso de desarrollo de las capacidades de negociaci�n, a nivel familiar y colectivo, para arribar a una apropiaci�n mas igualitaria del poder. No es suficiente interrogar acerca de las asimetr�as de las relaciones de g�nero y sus implicaciones sobre el medioambiente y el desarrollo, es necesario interrogar de qu� manera puede haber una concientizaci�n de la desigualdad de esas relaciones sociales entre hombres y mujeres y cu�les ser�an las posibilidades de cambiarlas de modo tal que permitan a las mujeres una verdadera participaci�n en los procesos de poder y de toma de decisiones. Esta perspectiva no descansa solamente sobre una relaci�n m�s justa en la sociedad entre hombres y mujeres, sino sobre la hip�tesis seg�n la cual el empoderamiento de las mujeres puede impulsar una transformaci�n de la sociedad que permita no solamente romper con el desarrollo desigual de manera general, sino tambi�n de atacar los problemas medioambientales que le acompa�an." [Hainard y Verschuur 2001: 29-31]
14] Ello implica el desarrollo yuxtapuesto, simult�neo y articulado de procesos de transformaci�n de la sociedad, de sus modos de producci�n y reproducci�n, y de transformaci�n-autotransformaci�n de los propios seres humanos que realizan esas transformaciones: los hombres y las mujeres y las interrelaciones sociales entre ellos establecidas.

Fuente: lafogata.org

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