Compa�eras
|
G�nero y alternativas populares en Latinoam�rica y el Caribe
Isabel Rauber
Texto basado en el art�culo: "Movimientos sociales, g�nero y alternativas populares en Latinoam�rica y El Caribe", publicado en Itin�raires No, 77, IUED, Ginebra, 2005.
Un nuevo mundo a partir de una perspectiva igualitaria entre el g�nero
femenino y el masculino, debe tener como respaldo un grupo constituido por
nosotras/os mismas/os, capaz de evaluar nuestra comprensi�n del mundo y
ayudarnos a dar nuevos pasos en el claroscuro de nuestra historia.
Ivone Gebara
La problem�tica
En Am�rica latina, en el per�odo de implantaci�n del modelo neoliberal con la
consiguiente aplicaci�n de sus "planes estructurales de ajuste", se han desatado
importantes jornadas de resistencia a tales pol�ticas, protagonizadas en lo
fundamental, por actores sociales que confluyeron en la formaci�n de novedosos,
numerosos y diversos movimientos sociales. [1] Entre ellos:
Los sin tierra de Brasil, los ind�genas de Chiapas, de Ecuador, de Bolivia� las
asambleas barriales de Buenos Aires, los desocupados y jubilados de Argentina,
los cocaleros del Chapare, los movimientos barriales de Rep�blica Dominicana,
Colombia, Brasil y M�xico� A la cabeza de las resistencias y las luchas, ellos
espejan en sus actos la realidad en la que los ha situado el sistema. En todos
ellos las mujeres resultan protagonistas fundamentales.
Nuevos actores y actoras sociales, junto a los tradicionales, han participado de
un modo u otro en revueltas populares, ocurridas espont�neamente (acumulaci�n
social mediante) o impulsadas por movimientos sociales que lograron articularse
entre s�. Las experiencias de los �ltimos 15 a�os resultan particularmente
elocuentes al respecto: Chiapas, Brasil, Ecuador, Argentina, Bolivia�
Estos procesos estimularon el debate entre los actores sociales (nuevos y
viejos) acerca de la posibilidad de cambiar la realidad en que viven, acerca del
sentido y el alcance de tales cambios (proyecto alternativo), y acerca de
qui�nes ser�an los sujetos que lo llevar�an adelante. Simult�neamente se
replantearon reflexiones acerca de la problem�tica del poder, c�mo se
constituye, cu�les son los mecanismos de su producci�n y reproducci�n, c�mo se
transforma y por qu� medios. A tono con ello, la b�squeda de respuestas a una
interrogante subordinada: �el poder se toma o se construye?
Se entiende el poder, en primer lugar, como una relaci�n social, o mejor dicho,
como un modo de articulaci�n de un conjunto de relaciones sociales que
interact�an de un modo concreto en cada sociedad. Estas relaciones no se reducen
a la esfera del poder pol�tico, se asientan en las relaciones econ�micas
establecidas por el dominio del capital, y se reafirman y reproducen a trav�s de
un complejo sistema sociocultural que define un determinado modo de vida. Todo
ello se resume y condensa como poder dominante, poder que produce y reproduce
una compleja trama social, econ�mica, pol�tica y cultural, interarticulada a
trav�s de la vida cotidiana. [2]
El modo de articulaci�n sociocultural que reafirma, impone y recrea el tipo de
poder dominante fue definido por Gramsci como hegemon�a, concepto que hoy
cobra peculiar significaci�n pr�ctica en el proceso de disputa con el poder, y
de construcci�n de poder propio (contra-hegemon�a popular) desde abajo.
La construcci�n de poder propio se asume, desde esta perspectiva, como parte del
necesario proceso de de-construcci�n de la ideolog�a y las culturas dominantes y
de dominaci�n, que es simult�neamente un proceso de construcci�n de nuevas
formas de saberes, de capacidades organizativas y de decisi�n y gobierno de lo
propio en el campo popular. Son nuevas formas que constituyen modos de
empoderamiento local-territoriales, bases de la creaci�n y creciente acumulaci�n
de un nuevo tipo de poder participativo-consciente �no enajenado- desde abajo,
de desarrollo de las conciencias, de las culturas sumergidas y oprimidas, con
m�ltiples y entrelazadas formas encaminadas a la transformaci�n global de la
sociedad.
Esto supone construir desde abajo la hegemon�a pol�tica, ideol�gica y
cultural acerca de la nueva sociedad que se desea, simult�neamente que se la va
dise�ando y construyendo (a la hegemon�a y a la nueva sociedad) desde ahora, en
cada espacio. Postergar la lucha por la superaci�n de la enajenaci�n humana y el
inicio de los cambios necesarios para lograrla para despu�s de la toma del
poder, empa�a y aleja la posibilidad de liberaci�n en vez de contribuir a ella.
Y esto implica un cambio radical en la l�gica de las luchas sociales, en la
construcci�n de la conciencia pol�tica, de la organizaci�n, del poder propio y,
tambi�n, respecto al sujeto social y pol�tico de las transformaciones.
De conjunto, esto conforma una nueva estrategia de transformaci�n social, de
poder, de liberaci�n, estrategia que �para diferenciar de la que apostaba todo a
la toma del poder- identifico como de construcci�n de poder desde abajo.
El camino de la construcci�n de poder desde abajo constituye una mirada integral
radical del proceso de transformaci�n social, que solo puede ser tal si es -a la
vez y en todas sus m�ltiples y yuxtapuestas dimensiones-, un proceso de
apropiaci�n del mismo por parte de cada uno de los actores sociales que lo
protagoniza (como grupo y como individuo). La construcci�n entrelazada a la
articulaci�n abre pistas para tender puentes para construir redes y nodos
articuladores -en lo social, en lo pol�tico, en lo sociopol�tico, en lo
econ�mico-social, en lo cultural-, entre los sectores sociales, sus
problem�ticas y sus expresiones organizativas, entre lo pol�tico y lo
reivindicativo, entre lo cotidiano y lo trascendente, entre lo local y lo
nacional, entre lo micro y lo macro, entre el territorio barrial y la ciudad,
entre los excluidos y los incluidos, entre las formas de inclusi�n y exclusi�n,
entre lo nacional y lo internacional. [3]
Lejos de ser el centro de la transformaci�n social, el poder pol�tico es uno de
sus instrumentos. Centrar y limitar la discusi�n en la antin�mica interrogante
acerca de si el poder se toma o se construye, es empobrecer el pensamiento,
achicar los horizontes, y podar las alas de las voluntades de quienes luchan y
construyen inspirados en la posibilidad de concretar los sue�os de un ma�ana
diferente.
Sin embargo, entre los movimientos sociales y pol�ticos del continente, las
posiciones se han complejizado y polarizado, entre otros factores, por la
supervivencia del pensamiento dogm�tico en sectores del campo pol�tico e
intelectual de la izquierda latinoamericana, que mantienen todav�a influencias
significativas sobre el conjunto militante. Estos han aferrado su acci�n
pol�tica a la "toma del poder", y la han contrapuesto a la de muchos movimientos
sociales que apuntan a transformar la sociedad en proceso contradictorio de
construcci�n y deconstrucci�n permanente de poder, conciencia, organizaci�n y
cultura desde abajo. Para quienes comparten esta concepci�n no hay un
despu�s en cuanto a tareas, enfoques y actitudes se refiere, lo nuevo se va
gestando y construyendo desde ahora, parcialmente, en balbuceos, en cada
resistencia y lucha enfrentada al capital, y se desarrolla y profundiza en todo
el proceso de transformaci�n de modo permanente.
La contraposici�n entre tomar el poder o construirlo act�a como barrera que
bloquea las capacidades para re-conocer la realidad social compleja y diversa,
mestiza y multifac�tica de hoy, para pensar y actuar a partir de ella, junto a
la reflexi�n y re-apropiaci�n cr�tica de las experiencias del socialismo
predominante en el siglo XX. La presencia de dicha barrera es particularmente
notoria en lo que hace al debate acerca del sujeto (o los sujetos) de las
transformaciones, que no puede circunscribirse hoy �antes tampoco, en Am�rica
Latina- a la clase obrera y sus problem�ticas sectoriales.
A primera vista pudiera parecer que los movimientos sociales sustituir�an el
protagonismo que otrora tuviera la clase obrera, y que -por tanto-, personifican
a los nuevos sujetos de la transformaci�n. Pero ellos son, por un lado,
expresiones sociales de la fragmentaci�n, atomizaci�n y ramificaciones de la
clase obrera producidas por la globalizaci�n neoliberal del capital y de su
poder destructivo en la esfera productiva y tambi�n, por tanto, en la producci�n
y reproducci�n de la vida social y natural de los seres humanos. Por otro lado,
son la resultante del agravamiento extremo de la contradicci�n capital-trabajo y
de las contradicciones ("secundarias") a ella directamente articuladas. Su
existencia se relaciona tambi�n, por tanto, con las nuevas contradicciones
sociales.
Los nuevos actores y actoras sociales surgidos en las �ltimas d�cadas, junto con
la clase obrera tal y como ella existe hoy, resultan todos sujetos potenciales
de los cambios sociales, con pleno derecho y capacidad.
Esto anuncia el desarrollo simult�neo de un proceso de articulaci�n-conformaci�n
de un actor colectivo, pensador y constructor desde el presente de la sociedad
futura anhelada. La posibilidad actual de (auto)conformaci�n de este actor
colectivo depende de la capacidad de los actores sociales para articularse entre
s� a trav�s de coordinaciones diversas y el desarrollo de procesos de maduraci�n
colectiva. Por esta v�a podr� ir conform�ndose un actor social y pol�tico
interarticulado, conciente de sus fines sociohist�ricos, capaz de
identificarlos, definirlos y trazarse v�as (y m�todos) para alcanzarlos, actor
que -en tal situaci�n- defino conceptualmente "sujeto popular". [4]
Ya no es posible pensar (ni aceptar) la supuesta existencia de varios tipos de
sujetos de la transformaci�n subordinados entre ellos: El "sujeto hist�rico": la
clase obrera; el "sujeto social": el pueblo, los aliados de la clase, el
campesinado, los estudiantes, los sectores medios�; el "sujeto pol�tico": el
partido pol�tico (de la clase). Consiguientemente no puede admitirse como obvia
la supuesta necesidad de construir la cadena org�nico-pol�tica de
subordinaciones jer�rquicamente constituidas de arriba para abajo:
partido-clase-pueblo.
Hoy es necesario replantearse la existencia del sujeto de la transformaci�n
social entendi�ndolo como un sujeto que es uno y a la vez m�ltiple, es decir,
heterog�neo, diverso y -por tanto- articulado. As� lo van evidenciando las
tendencias concretas hacia la construcci�n de articulaciones locales,
regionales, continentales y mundiales que poco a poco van conform�ndose entre
diversos actores sociales en los distintos escenarios del continente y el mundo.
Todos reclaman para s� el derecho de hacer pol�tica, y act�an claramente en ese
terreno de modo directo o indirecto.
A tono con ello �junto a muchas otras variadas razones-, ser�a err�neo continuar
pensando las alternativas, circunscribiendo la pol�tica y lo pol�tico a la
acci�n de los partidos. Resulta fundamental renovar las miradas y las
reflexiones de los procesos sociotransformadores, sus perspectivas, los alcances
de la acci�n pol�tica y sus actores, la relaci�n entre partidos de izquierda y
movimientos sociales populares. El camino de la acci�n pol�tica resulta de la
articulaci�n encadenada de luchas reivindicativas pol�ticas, sectoriales e
intersectoriales, adem�s de las de clase obrera estrictamente.
Todo esto tiene relaci�n directa con la elaboraci�n de propuestas alternativas,
con las pr�cticas que las van construyendo y los pensamientos que reflexionan
cr�ticamente sobre ellas y las orientan. En este empe�o, por su articulaci�n
radical y transversal con los ejes planteados, lo referente a la tem�tica de
g�nero destaca particularmente.
G�nero, un concepto de significaci�n m�ltiple
En la definici�n, interpretaci�n y empleo del concepto existen diferencias,
ambivalencias y no pocas veces significaciones opuestas. Por ejemplo, las que
emplean algunas agencias "de desarrollo" regenteadas desde el Norte, las que
predominan en el ambiente acad�mico cientificista [Lima Costa 2002: 203-206], y
las que lo hacen en los �mbitos sociales y pol�ticos.
Quiz� por ello algunas feministas como, por ejemplo, la periodista Margarita
Cordero, de Rep�blica Dominicana, rechacen el empleo del concepto g�nero
argumentando que su uso tiene "(�) una explicaci�n a la medida de todos los
problemas," por lo que �seg�n ella-, "(�) entorpece m�s que ayuda a la
construcci�n de un pensamiento democr�tico." [Cordero 2002: 2]
Pero sumarse al reclazo indiscriminado del concepto g�nero por sus m�ltiples
empleos y significaciones, empobrece la perspectiva transformadora acumulada y
construida por el feminismo consecuente a nivel mundial. El desaf�o es una y
otra vez retomar su contenido deconstructor-cuestionador integral de las
relaciones sociales asim�tricas de poder establecidas entre hombres y mujeres en
detrimento de estas, y tambi�n entre mujeres de distinta clase, raza,
nacionalidad... Comprender que "la categor�a g�nero se construye tanto social
como relacionalmente". [Lima Costa 2002: 206]
Actualizar su contenido, significaci�n y alcances transformadores en cada una de
las realidades del continente es el mayor aporte �acad�mico, social, pol�tico y
cultural- que podemos intentar hacer las y los feministas que compartimos esta
visi�n de g�nero, articul�ndonos a los movimientos sociales, a sus labores de
formaci�n pol�tica, a sus b�squedas y construcciones inacabadas de propuestas
alternativas.
-�Oriundo del Norte?
Algunos rechazos se refieren al origen del concepto en los pa�ses del Norte,
pretendiendo negar por ello su correspondencia con las realidades de las mujeres
del Sur, sin embargo, esta afirmaci�n no se corresponde plenamente con los
hechos. Habr�a que conocer en detalle microsc�pico la historia del mundo entero
para poder afirmar con certeza d�nde se emple� por primera vez el concepto (no
solo d�nde se escribi� y public�), y en qu� momento. Ello no es factible por
ahora, por tal raz�n, puede aceptarse el planteamiento de quienes afirman que su
formulaci�n proviene del Norte, pero ciertamente, como muy bien expone Lima
Costa [2002], desde hace m�s de un siglo muchos aspectos estaban ya siendo
abordados �aunque con otros t�rminos- por movimientos de mujeres de �frica y
Latinoam�rica.
-�Sustituto de "mujer"?
Hablar hoy de problem�tica de g�nero, de enfoques de g�nero, de perspectiva
de g�nero, etc., resulta cada vez m�s frecuente entre los movimientos de mujeres
o feministas, tambi�n en los movimientos sociales campesinos, de trabajadores,
as� como en algunas ramas de la investigaci�n y la ense�anza sociol�gica y
pol�tica. Pese a lo elaborado del concepto en el �mbito de especialistas, no
existe una comprensi�n ni un criterio unificado acerca de lo que se quiere decir
con g�nero. Se lo emplea �sobre todo en los movimientos sociales- como sin�nimo
(y sustituto) de "mujer". As�, las anteriores "Secretar�as de la mujer" se han
convertido en las actuales "Secretar�as de g�nero", con lo cual, como se�ala
Lima Costa [Op. Cit.: 207] se vuelva a hacer invisible a las mujeres. De
ah� que �pese al empleo generalizado del concepto-, sea menester explicitar cada
vez el contenido y los referentes te�rico-pr�cticos desde los que se sostiene
una posici�n determinada.
-�Sin�nimo de "sexo"?
Resulta frecuente tambi�n que sexo y g�nero sean interpretados
como sin�nimos, sobre todo en culturas de origen hisp�nico, en las cuales, desde
el lenguaje, el "g�nero" femenino corresponde al sexo femenino, a la hembra, a
la mujer, y el "g�nero" masculino al sexo masculino, al macho, al var�n. Para
puntualizar nexos y diferencias, de un modo sint�tico vale decir que: "El g�nero
es la forma social que adopta cada sexo, toda vez que se le adjudican
connotaciones espec�ficas de valores, funciones y normas, o lo que se llama
tambi�n, no muy felizmente, roles sociales." [Aquino, 1992, p. 67]
Esto significa que la conformaci�n del g�nero, entonces, no est� fatalmente
encadenada a lo biol�gico, sino a lo cultural, a lo social. La creaci�n
hist�rico-cultural social de estereotipos de g�nero desde la concepci�n
patriarcal-machista a partir de la cual se define la identidad (el ser) de cada
sexo, hace que las caracter�sticas y diferenciaciones de cada sexo (lo
biol�gico) contengan una alta asimetr�a discriminatoria en perjuicio de las
mujeres.[5]
Las diferencias biol�gicas entre los sexos se confunden (mezcl�ndose en una),
con las construcciones socio-culturales de valores y significaciones que se
adjudiquen a lo masculino y a lo femenino en cada momento hist�rico. "(...) esta
relaci�n se plantea como natural, cuando el g�nero se asimila e iguala al sexo,
al pretender que las diferencias entre la mujer y el hombre son estrictamente de
car�cter biol�gico, y por esa v�a se rodea de un aura de naturalidad e
inevitabilidad (...). En el actual sistema sexo-g�nero con dominaci�n masculina,
la diferencia biol�gica oculta la generaci�n social del g�nero y es base de un
sistema opresivo. // Se cree, de esta forma, que la subordinaci�n de la mujer es
natural porque se asienta en el hecho, tambi�n natural, de la inferioridad
femenina." [Sojo 1992: 67]
Una bisagra entre lo p�blico y lo privado
Por esta v�a, "(...) lo p�blico se valora como resultado de las
interacciones sociales, mientras que lo dom�stico (lugar de la individualidad y
lo personal) se a�sla de lo pol�tico y se rodea de un halo de naturalidad. Ello,
relacionado con el establecimiento de un sistema sexo-g�nero con dominio
masculino, implica que el espacio dom�stico, como campo de la mujer se
naturaliza y se a�sla de la pol�tica, se vive como adecuado a presuntas
caracter�sticas femeninas, tambi�n de �ndole natural, considerando la
utilizaci�n de la biolog�a como dispositivo del poder." [Idem: 69-70]
Con el desarrollo de la humanidad, el mundo o esfera p�blica qued� cada vez m�s
separado de la esfera privada y con ello tambi�n los roles atribuidos a cada
g�nero al interior de la familia. A consecuencia de una secular (incluso puede
decirse milenaria) acumulaci�n cultural de experiencia y saberes, los hombres
adquirieron mayores habilidades para la vida social y p�blica, la pol�tica y las
guerras, la econom�a y el poder (del Estado, de las empresas, de la esposa, de
la familia y de los hijos [�patria potestad?]). Las mujeres adquirieron mayores
habilidades para entenderse con el cuidado de la casa y la crianza de los hijos,
debiendo contentarse supuestamente con dar placer a los maridos o amantes, con
el cultivo de labores manuales y, rara vez, de las artes y las letras. Es decir,
se tornaron expertas en hacer todo aquello que necesitaban los hombres para
sentirse c�modos, compensados y complacidos, para dedicarse de lleno a su vida
p�blica y privada. En esa divisi�n-discriminaci�n de roles, el saber tambi�n le
fue prohibido, hasta hace poco �m�s o menos un siglo-, a las mujeres. Hace poco
m�s de dos siglos las mujeres inclinadas a las ciencias y la sabidur�a, si
pertenec�an a familias vinculadas a la iglesia, tuvieron que internarse en
conventos para desarrollar sus aspiraciones intelectuales. All� se dedicaron a
estudiar, aprendieron y desarrollaron sus conocimientos, pero a costa de la
castraci�n de otras necesidades igualmente humanas de su ser.
Con la reiteraci�n secular de semejante asignaci�n de roles, el mundo de lo
privado se fue cargando de un doble sentido: para los hombres, era un �mbito
donde pod�an hacer y deshacer a su antojo ya que, para ellos, "privado" quiere
decir que es de "su propiedad". Para las mujeres, por el contrario, como lo
acota Mar�a Antonieta Saa, el mundo privado signific�, m�s que algo �ntimo y
propio, un mundo "privado de" libertad, de saber, de desarrollo pleno como seres
humanos.[6]
El mundo de lo p�blico, predominantemente masculino y autoritario, due�o de la
producci�n, del saber, de la pol�tica y del poder, necesita y crea �a trav�s de
la conjugaci�n de diversos mecanismos econ�micos, sociales, culturales-, un
mundo privado subordinado a sus necesidades, una de las cuales es mantener,
reproducir, y ampliar dicha subordinaci�n. Es decir, garantizar la producci�n y
reproducci�n de las relaciones de subordinaci�n entre ambos mundos y entre los
hombres y las mujeres que los integran. Pese a los mitos que alimentan el
imaginario de que la mujer es la "reina del hogar", la que ejerce el poder desde
atr�s del tel�n, etc�tera� la realidad es que la mujer se encuentra en relaci�n
de desventaja en los �mbitos p�blico y privado. Quiz� por ello, hoy todos los
�mbitos est�n en situaci�n de disputa de poderes y derechos entre hombres y
mujeres.
Veamos un ejemplo acerca de la situaci�n de las mujeres en la Cuba actual: "El
transformar la condici�n de subordinaci�n a la que estaba relegada la mujer y
llevarla fuera del espacio dom�stico, al que estaba confinada hist�ricamente,
convirti�ndola no solo en objeto de las transformaciones sociales, sino tambi�n
en sujeto de ellas mismas, fue un importante objetivo del Proyecto Social de la
Revoluci�n Cubana." [Vasallo 2002: 19] Sin embargo, como acota la autora unas
p�ginas m�s adelante, "A pesar de los avances y logros de las mujeres en estas
�ltimas cuatro d�cadas, se mantiene una importante contradicci�n: ha avanzado
considerablemente en la conquista del �mbito p�blico y en el ejercicio de
derechos fundamentales, pero sigue siendo la protagonista principal del �mbito
privado. Tiene a�n la m�xima responsabilidad en la reproducci�n de la fuerza de
trabajo y es aqu� donde con m�s rigor se ha sentido la crisis econ�mica que nos
afecta y que en Cuba se ha dado en llamar Per�odo Especial." [Vasallo 2002: 23]
-�G�nero o clase?
En la perspectiva que sostengo, el concepto g�nero trasciende el plano
estrictamente acad�mico anal�tico. Su estudio cobra tambi�n otros sentidos
sociales pues se articula a la b�squeda de la construcci�n de relaciones
sociales de equidad de g�nero, al visibilizar los nexos geneal�gicos que existen
entre las relaciones de subordinaci�n de la mujer al hombre, la producci�n y
reproducci�n de un tipo de poder (subordinante, discriminante, excluyente y
autoritario), y los intereses de una clase determinada: la explotadora, en
detrimento de todos los otros seres humanos, particularmente, de las mujeres. En
pol�tica, esto significa comprometerse con los procesos que buscan transformar
y/o remover desde la ra�z los pilares �ltimos de la producci�n y reproducci�n
social de este tipo de poder (y de sociedad que a �l corresponde).
Esto implica rechazar la supuesta neutralidad de la ciencia pol�tica que, en
algunos casos, no expone sus presupuestos reales de partida o, en otros, aunque
lo haga, no logra superar el horizonte abstracto liberal al analizar las
relaciones de poder y espec�ficamente, las de g�nero, sin desnudar su car�cter
explotador discriminatorio, de clase y, junto con ello, su contenido
patriarcal-machista construido social, econ�mica, hist�rica, y culturalmente a
trav�s de siglos.
Al analizar el proceso de acumulaci�n originaria de capital, Carlos Marx y
Federico Engles, abordan el entrecruzamiento geneal�gico entre la existencia de
la subordinaci�n y discriminaci�n de g�nero y los intereses de determinada
clase. Entre sus amplias reflexiones, deseo destacar aqu�, la siguiente: "Con la
divisi�n del trabajo, que lleva impl�citas todas estas contradicciones y que
descansa, a su vez, sobre la divisi�n natural del trabajo en el seno de la
familia y en la divisi�n de la sociedad en diversas familias opuestas, se da al
mismo tiempo, la distribuci�n y, concretamente, la distribuci�n
desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus
productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se
contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos
del marido. La esclavitud, todav�a muy rudimentaria, ciertamente, latente ya en
la familia, es la primera forma de propiedad, que, por lo dem�s, ya aqu�
corresponde perfectamente a la definici�n de los modernos economistas, seg�n la
cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros. Por lo
dem�s, divisi�n del trabajo y propiedad privada son t�rminos id�nticos:
uno de ellos dice, referido a la actividad, lo mismo que el otro, referido al
producto de esta." [1974: 31. Cursivas en el original. Negritas y subrayado de
IR]
Es curioso notar que tales planteamientos quedaron relegados o directamente
fueron desconocidos por las corrientes predominantes del marxismo dogm�tico bajo
el prisma reduccionista y mec�nico, hicieron de la explotaci�n econ�mica un
problema exclusivo de la clase obrera industrial (mal identificada como
proletariado), y de la econom�a un �mbito separado de lo social y lo cultural.
La izquierda formada mayoritariamente en este pensamiento hizo de la
problem�tica de la discriminaci�n y explotaci�n familiar y la explotaci�n
socioecon�mica de las mujeres, una cuesti�n particular, una "contradicci�n
secundaria" del capitalismo. No la relacion� con la problem�tica de clase, ni la
consider� una parte importante (fundamental) de la lucha (de clases) para poner
fin a la explotaci�n del hombre por el hombre -seg�n el lenguaje
sexista de entonces-, expresi�n que hoy debe leerse como la aspiraci�n universal
al fin de toda explotaci�n de unos seres humanos por otros.
G�nero y clase se dan la mano, y lejos de contraponerse y excluirse logran
desentra�ar el contenido del poder patriarcal machista autoritario poniendo al
descubierto su genealog�a y pertenencia de clase: La de los que detentan el
poder basado en la explotaci�n, discriminaci�n, subordinaci�n, opresi�n y
exclusi�n de los seres humanos en lo econ�mico, pol�tico, jur�dico, ideol�gico,
religioso, cultural, en los �mbitos social y familiar. Ello se conforma, moldea
y se asienta, en primer lugar, en la producci�n y reproducci�n de un tipo
cultural de relaci�n hombre-mujer en el seno de la familia. Esta relaci�n ha
constituido identidades y fijado roles. De ah� que su modificaci�n y
transformaci�n radical (desde la ra�z) suponga un proceso social complejo
interarticulado de m�ltiples transformaciones y transiciones.
Adem�s de estar al servicio de una determinada clase: la del capital, y
espec�ficamente de los hombres de esa clase: los capitalistas, el poder
discriminador, explotador y excluyente �para afianzarse como tal- ha necesitado
(y necesita) mimetizarse socialmente, invisibilizar su contenido de clase y
presentarse como un componente "natural" de la vida social y, en tanto tal,
eternizable. Para ello apela a todo su aparato pol�tico, ideol�gico, religioso y
cultural, concitando la complicidad (aceptaci�n) �no consciente- de tales
pr�cticas por parte de la amplia mayor�a de hombres y mujeres. La generalizaci�n
socio-cultural de la supuesta superioridad y los privilegios de los hombres de
las clases capitalistas �antes artesanos y comerciantes, antes se�ores feudales,
antes esclavistas- como si fueran caracter�sticas naturales propias de todos los
hombres, le garantiza al poder autoritario machista del capital, por un lado,
invisibilizar su origen, contenido y pertenencia de clase y, por el otro,
contribuir a la reproducci�n de su esencia explotadora, subordinante,
discriminante y excluyente de la gran mayor�a de los seres humanos.
Con el capitalismo se han perfeccionado y modificado viejos mecanismos y modelos
de subordinaci�n de la mujer al hombre. El capital ha acondicionando el
funcionamiento de la vida social p�blica y privada y los roles de hombres y
mujeres en ellas, acorde con el funcionamiento del mercado y las necesidades de
la compleja producci�n y reproducci�n de su hegemon�a econ�mica, ideol�gica,
pol�tica y cultural. Las consecuencias deshumanizantes que ello acarrea en la
vida familiar de millones de pobres despojados de sus trabajos, de sus tierras,
de sus casas, de su pa�s, junto a la sobrecarga econ�mica, f�sica y espiritual
que ello representa, alcanza niveles insospechados en la �poca de la
globalizaci�n neoliberal, en las regiones empobrecidas del planeta,
particularmente para las mujeres y los ni�os. Ellos se ven envueltos en
modalidades de violencia, esclavitud o sumisi�n que hab�an sido superadas
hist�ricamente por la humanidad.
�Cabe continuar haciendo estudios de mujeres?
La problem�tica de g�nero, sus estudios y sus propuestas transformadoras que
buscan la equidad en las relaciones de g�nero (y de poder), no pueden
considerarse "de mujeres" ni "para mujeres"; sus reflexiones y conclusiones
ata�en a hombres y mujeres y, por tanto, a la sociedad en su conjunto. Sin
embargo, como existe una relaci�n asim�trica de poder entre hombres y mujeres,
existen privilegios y espacios a defender por parte de ellos, y oportunidades y
espacios a conquistar por parte de ellas. Ser�a ilusorio pensar que esta
relaci�n asim�trica cambiar� espont�neamente, y esperar que la igualdad y la
justicia para las mujeres llegue a nosotras sin luchar por nuestros derechos.
La experiencia demuestra, por ejemplo, que es errado esperar que nuestra voz sea
escuchada si no logramos hacernos escuchar. Como afirma la religiosa y luchadora
social brasile�a, Pomp�a Bernasconi: "Es necesario que nos tornemos competentes,
que estudiemos y procuremos participar en los debates, en los di�logos,
perdiendo el miedo de hablar, de exponer nuestras ideas, para ocupar nuestro
espacio porque, por la propia educaci�n, la mujer qued� siempre en un segundo
plano, para los estudios, para la participaci�n en los debates, etc�tera.
Colocando nuestra forma de hablar y de pensar iremos quebrando ese machismo,
asumiendo nuestro lugar." [En Rauber 1998: 84]
Por ello, en los estudios de g�nero �teniendo presente la interrelaci�n social
hombre-mujer que subyace y condiciona todo an�lisis-, considero importante
priorizar el conocimiento de las experiencias de luchas de las mujeres por la
equidad, la participaci�n, las oportunidades� en diversos espacios. Somos
conscientes de que no es todo el problema, pero se corresponde -de las dos
partes- con la m�s interesada en poner fin a la explotaci�n, subordinaci�n y
discriminaci�n existente. Tales reflexiones buscan as�, tambi�n, contribuir a la
maduraci�n cr�tica y el crecimiento colectivo de las mujeres respecto a su rol
en el proceso de transformaci�n social y en la construcci�n de las alternativas
que dicho empe�o reclama.
Coincido con Lima Costa, por tanto, cuando relativiza la pertinencia y utilidad
transformadora de los estudios sobre masculinidad, sobre todo cuando se
desarrollan desarticulados de la perspectiva cr�tica feminista. "(�) demasiado a
menudo el estudio de la masculinidad parece alcanzarse a costa del estudio de
las mujeres, con la desafortunada implicaci�n de que los problemas sobre las
mujeres han perdido inter�s o son tan familiares que ya no hay que cuestionarlos
m�s. Adem�s, cuando la investigaci�n presta mayor atenci�n a las preocupaciones
del g�nero y a la fragilidad de v�nculos entre los varones, tiende a ignorar los
fuertes lazos entre masculinidad, poder patriarcal y privilegio." [Op. Cit.:
211]
Luchar por nuestros derechos, resistir los embates de la complicidad masculina
en todos los �mbitos de nuestro quehacer, y crear a la vez nuestros nuevos modos
de ser mujer en el mundo, ir� poco a poco modificando los roles, las
identidades, las relaciones� Nada puede lograrse por separado de una
transformaci�n social mayor. Y aunque ser� dif�cil convertir el ideal ut�pico en
realidad, para las mujeres es el �nico camino: la lucha y la construcci�n de lo
nuevo que ser�, en gran medida, engendrado y parido por nosotras. Nos anima la
convicci�n de que los hombres se ir�n sumando poco a poco, ganando conciencia
acerca de la importancia de luchar por la equidad de g�nero para construir un
mundo diferente y justo. Esto supone nuevos modos de ser mujer y de ser hombre,
que se ir�n conformando en la medida que vayamos conquistando espacios y
transform�ndolos, demostrando que no se trata de una lucha contra ellos -para
desplazarlos y ocupar su lugar, invirtiendo la relaci�n de poder-, sino a favor
de la liberaci�n de todas y todos.
Esta afirmaci�n tal vez no resulte muy acad�mica para algunos porque no existen
hechos tangibles en que la respalden, pero es racional. Y somos optimistas
porque al igual que el gran sabio de la dial�ctica, confiamos en que: si todo lo
real es racional, todo lo racional puede llegar a ser real.
Lucha por la igualdad de g�neros en los movimientos
sociales
Presencias, comportamientos y enfoques diferenciados
En los estudios realizados con organizaciones barriales de Santo Domingo,
Rep�blica Dominicana, de Lima, Per�, con organizaciones integrantes de V�a
Campesina, en Brasil, con organizaciones piqueteras de Argentina, entre otras,
hemos notado que la presencia y participaci�n de las mujeres resulta mayoritaria
y decisiva para la din�mica y el desarrollo de tales organizaciones. Ellas
luchan sin frenos para garantizar la alimentaci�n b�sica, el techo, la tierra,
el agua, y para mejorar las condiciones de vida de la comunidad que son -a la
vez- las de su familia y las de ellas mismas, por ser ellas quienes primero
chocan con las dificultades diarias en el �mbito hogare�o. En momentos
diferenciados pude observar que esa presencia militante de las mujeres marca
comportamientos y enfoques espec�ficos:
- Emplean un lenguaje directo, sencillo.
- Las propuestas tienen un sentido pr�ctico de aplicaci�n inmediata.
- Convencen con sus obras, no con discursos.
- Trasladan a la organizaci�n sus capacidades administrativas adquiridas en el
manejo del hogar.
- Laboran en la comunidad agregando otra jornada a su jornada familiar, sin
recibir remuneraci�n a cambio.[7]
- Hacen pol�tica a trav�s de la lucha diaria por la sobrevivencia.
- El liderazgo se basa en el rol maternal de las mujeres.
a) La comprensi�n del alcance estrat�gico de las luchas por la
sobrevivencia
En los barrios empobrecidos, marginados o excluidos, la lucha empieza cada
d�a por buscar el sustento para ese d�a. Se trata de una guerra sin cuartel
contra la muerte que asecha en cada rinc�n, a cada instante. El hambre, las
enfermedades y el analfabetismo son tres implacables soldados de la muerte que
�entrecruzados- deambulan por las realidades cotidianas de los pueblos
saqueados, explotados, empobrecidos y excluidos de Latinoam�rica. Estas penurias
son enfrentadas de modo silencioso y cotidiano, sin descanso, por las mujeres de
las barriadas empobrecidas en las periferias de las ciudades, por las ind�genas
de los Andes y las ladinas de aldeas y ciudades, por las campesinas con y
sin tierra de los campos del continente: Comedores infantiles, panader�as
comunitarias, almacenes colectivos, centros de salud, n�cleos de alfabetizaci�n,
huertas colectivas, etc., fueron y son impulsados fundamentalmente por mujeres.
Ellas asumen siempre la conducci�n de los hilos estrat�gicos de la sobrevivencia
aunque, aparentemente -para el pensamiento tradicional del quehacer pol�tico-,
su mentalidad sea cortoplacista y dom�stica. Sin su labor, para millones de
seres humanos el d�a de ma�ana ser�a imposible.
Las organizaciones comunitarias o cooperativas locales cuyo objetivo primero es
la sobrevivencia alimentaria, han sido formadas generalmente por madres de
familia y, al igual que ellas, conjugan diversos intereses: los de las mujeres,
los de las familias, y los del barrio. "A partir de su trabajo en comedores, las
mujeres organizadas brindan salidas alternativas a los diferentes problemas de
supervivencia, se alivia el hambre de las familias abaratando el costo de los
alimentos y se previene y cura enfermedades en la comunidad contando con la
vigilancia nutricional en los comedores y botiquines comunales. Atienden
campa�as de vacunaci�n y tratan de prevenir el c�lera, la deshidrataci�n, la
diarrea y la tuberculosis." [C�rdova Cayo 1995: 109]
En el barrio de Lima en el que ocurre la experiencia mencionada en la cita
anterior, se conjuga la actividad de dos tipos de organizaciones: de la Junta
Directiva Vecinal y de las organizaciones de mujeres. Estas organizaciones "(�)
atienden dos �reas diferenciadas: la primera preocupada por asuntos de
infraestructura y servicios urbanos que cuenta con la direcci�n y gesti�n de los
varones y con el trabajo comunal voluntario de los vecinos. El segundo espectro
de problemas, bajo la mirada de las vecinas, atiende aspectos relacionados a la
supervivencia, como la alimentaci�n y la salud. Ambos aspectos afectan a los
pobladores en la vida comunal y en la vida familiar.
"Atender la preparaci�n de cientos de men�es, es asunto asumido por las
organizaciones femeninas y se vincula directamente con la reproducci�n cotidiana
de la familia.
"La realizaci�n de una obra comunal de instalaci�n del servicio de luz el�ctrica
o de agua, es realizada bajo la responsabilidad del comit� vecinal, dirigido
mayormente por varones y beneficia al conjunto de la poblaci�n. (�) el trabajo
de los varones en el barrio tiene un impacto visible y tangible, a diferencia
del de las mujeres que se hace invisible." [C�rdova Cayo 1995: 109-110]
Como expresa la autora, existe una invisibilizaci�n del trabajo de las mujeres
y, por tanto, se hace invisible tambi�n el sentido y alcance estrat�gico de ese
trabajo; es una invisibilizaci�n que tiene un alto contenido
ideol�gico-cultural, pues se anuda a la reproducci�n de obsoletos paradigmas
respecto a la identidad de la mujer, sus capacidades y �mbitos de desempe�o.
La permanencia en ellas del imaginario y estereotipo cultural acerca de lo que
significa -social e individualmente- ser mujer y ser hombre, a pesar de las
pr�cticas que niegan tales supuestos mostrando su lado intencionado e
ideol�gico, pone de manifiesto, una vez m�s, que la incorporaci�n del enfoque de
g�nero en las diversas organizaciones, en su estructuraci�n interior, en sus
objetivos y en el terreno de la formaci�n de su pensamiento estrat�gico, resulta
vital.
b) Manejo m�ltiple de la dimensi�n y concepci�n espacio-temporal
Las mujeres que participan en labores comunitarias no relacionan "empleo del
tiempo" con "dinero no reembolsando". Tienen un manejo (y concepto) del tiempo
diferente, ya que deben multiplicarlo para poder cumplir con sus
responsabilidades en el �mbito familiar y comunitario, y no pocas veces tambi�n
en el laboral.
Hablando de ello con la dirigente ind�gena peruana, Concepci�n Quispe, ella
reflexionaba: "La Confederaci�n Campesina del Per� me paga mi pasaje, pero mi
tiempo no. Para venir, por ejemplo, ahora, me han dado mi pasaje, de un
aeropuerto a otro aeropuerto, de ese aeropuerto yo tengo que arreglarme para
llegar, eso no se incluye. �Y t� crees que en este momento, con esta crisis, con
esta hambre y con esta miseria, las mujeres van a tener posibilidades? No.
Claro, el hombre dice: ��Carajo!, yo voy a ir y tengo que tener en el bolsillo
siquiera mil Intis[8], tengo que tener diez mil�. Quieras o no quieras le
tienes que dar. Con nosotras no es as�." [En, Rauber 1992: 109]
Precisamente por el tipo de labor que desempa�an en las organizaciones sociales,
las mujeres que all� se desempe�an tienden a relacionar el empleo del tiempo que
invierten en la realizaci�n de actividades comunitarias con el tiempo que ellas
dedican a su familia, haciendo de la comunidad una prolongaci�n del �mbito
familiar. Sin embargo, contradictoriamente con ello, en la mayor�a de los
estudios realizados en Rep�blica Dominicana y en Argentina, las mujeres que
militan en �mbitos comunitarios han manifestado que este es un tiempo que ellas
les "roban" a la familia.
Habiendo interiorizado que su lugar es la casa y su papel atender a la familia,
todo lo que ella haga en la comunidad y por la comunidad �que tambi�n es por y
para la familia- se lo impone como labores que puede desempe�ar adem�s de
cumplir con "sus deberes" hogare�os, es decir, como algo que puede hacer luego
de cumplir con lo que considera "su obligaci�n" como madre y esposa. Esto podr�a
explicar tal vez, la presencia de sentimientos de culpa que hemos encontrado en
un porcentaje considerable de estas mujeres, en los lugares donde hemos
realizado estudios al respecto: Rep�blica Dominicana, Cuba, Argentina, Ecuador,
Per�.
La violencia como respuesta
La culpa mencionada podr�a ser parte del soporte cultural de la tolerancia
de muchas mujeres para soportar los ataques violentos de sus esposos cuando dan
los primeros pasos fuera de la casa.
Es fundamental que la mujer interiorice que ella no es merecedora de tales
"reprimendas", que con su participaci�n en actividades comunitarias o con su
presencia en organizaciones sociales no le est� "robando" tiempo a la familia,
no est� descuidando a sus hijos, sino desarroll�ndose como ser social que es,
asumiendo tareas y responsabilidades colectivas que comprenden tambi�n a su
familia. Obviamente siempre queda abierto el camino de dar la vuelta y marcharse
del hogar o expulsar al marido, pero esta no es una decisi�n simple, en primer
lugar, por los v�nculos econ�micos que anudan la vida de ambos y, sobre todo,
debido a la dependencia de la mujer respecto del hombre para mantenerse ella y
sus hijos. En segundo lugar, debido a la carga cultural que la mujer lleva
adentro, aunque no comparta los m�todos, tiende a justificar al marido una y
otra vez. No ocurre as� en todos los casos, pero es todav�a una actitud muy
frecuentemente las mujeres.
c) La interconexi�n entre lo privado y lo p�blico en la comunidad
Con mucho esfuerzo, a trav�s de las soluciones de sobrevivencia, de la lucha
por la salud y la alfabetizaci�n, a trav�s de la vida en campamentos de
asentados sin tierra o en los cortes de rutas piqueteros, ellas construyen redes
que dise�an modos de interdependencia y conexi�n nuevas entre lo publico y lo
privado. Al integrar el espacio dom�stico en la comunidad, ellas logran -de
hecho- la prolongaci�n de lo que Vianello [2001] llama el "espacio ovular"
dom�stico. A su vez, ello implica incorporar la vida comunitaria al interior de
la vida ovular, estableciendo relaciones de interacci�n e interdependencia entre
una y otra. Incluso los problemas familiares, como la violencia del esposo hacia
la esposa, pueden ser tratados de un modo diferente cuando ella es parte de un
movimiento social comunitario.
As� lo refleja, por ejemplo, el testimonio de Marcelo Pereira, dirigente
piquetero argentino, integrante de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) en el
barrio San Jos�, en La Matanza. Reflexionando acerca de su experiencia en este
aspecto, coment�: "A este movimiento [piquetero] me trae mi madre, mi esposa. Yo
era muy cr�tico; vivi�ndolo fue como cambi� de parecer y empec� a profundizar lo
que es este movimiento.
"Una vez vengo de afuera, del Norte, con una camioneta que hab�a ido a probar,
justo era el fin de octubre, cuando se iniciaba el corte de la Ruta 3 de los
seis d�as... Yo sab�a que mi esposa y mi mam� estaban en el movimiento, pero
nada m�s. Cuando me entero del corte, como sab�a que mi mam� estaba en la CCC,
zapateaba, echaba chispas pensando en lo que pasar�a, quer�a saber d�nde
estar�an ella, mi mujer y mi hijo.
"Pis� el acelerador; de 160 Km. por hora no bajaba, pensaba c�mo me iba a
encontrar a mi familia. Con mi pareja iba a ser un desastre el encuentro porque
yo ven�a enojad�simo, mal... no ve�a la necesidad. Yo era bastante agresivo con
mi pareja y ven�a decidido a llevarla a casa a trompadas, pues los problemas los
resolv�a siempre a trompadas, con mi pareja, con mis amigos...
"Al llegar all�, me met� al piquete con camioneta y todo: me encuentro a mi
se�ora toda negra, llena del holl�n de las gomas quemadas, pero tambi�n estaba
mi madre, mi cu�ada, mis vecinos y amigos que se criaron junto conmigo. Me qued�
asombrado al ver a toda mi familia, a todos esos chicos, a mis vecinos, a mis
amigos; me qued� paralizado. Me integr� al piquete de inmediato. Durante el
tiempo que dur�, trabaj� de d�a, y de noche iba para el piquete, hac�a las
guardias de seguridad, lo que fuera.
"He cambiado much�simo, he aprendido en la discusi�n con mis compa�eros,
haciendo an�lisis. El movimiento tambi�n me ense�� a cambiar, sobre todo, el
comportamiento violento hacia mi esposa, hacia mi familia; poco a poco uno va
tomando medidas, va cambiado." [Rauber 2003]
Como expongo en el art�culo sobre las mujeres piqueteras: "En condiciones de
exclusi�n social, pobreza y g�nero se entremezclan, dotando de
m�ltiples sentidos a las acciones que hombres y mujeres realizan para enfrentar
la situaci�n impuesta por la guerra de sobrevivencia, a la par que tornan m�s
complejo cualquier debate sobre las alternativas posibles, particularmente, en
el plano de las relaciones sociales-familiares hombre mujer. Los roles, valores
y patrones de conducta han saltado por los aires junto con la desocupaci�n, el
abandono del Estado de su responsabilidad social para con sus ciudadanos, el
chantaje por migajas de pan, la desnaturalizaci�n de la familia y las
responsabilidades de cada cual." [Rauber 2002: 160]
d) La integraci�n de la organizaci�n social como parte de su vida familiar
y personal y viceversa
En los estudios realizados en barrios pobres de Santo Domingo, constatamos
que las mujeres organizadas, las no organizadas, y tambi�n los hombres, tienen
-en general- una visi�n positiva ponderada acerca de la importancia de las
organizaciones barriales en la vida de la mujer. Esto se debe, por un lado, a
que las organizaciones ayudan a mejorar la vida en el barrio y �con ello-
contribuyen a mejorar la vida cotidiana en el hogar. Por otro, porque las
mujeres aprecian a la organizaci�n barrial como un espacio de igualdad y de
liberaci�n de la rutina gris de las tareas dom�sticas. Y tambi�n, porque las
organizaciones barriales propician una mayor participaci�n de los hombres en las
tareas del hogar.
La organizaci�n barrial resulta de hecho un espacio puente entre la casa y el
barrio, entre el claustro dom�stico femenino y su salida a la vida p�blica. Como
lo afirman las propias mujeres: ellas se sienten all� iguales que los hombres.
Este es uno de los resultados positivos m�s evidentes de la presencia de las
mujeres en las organizaciones barriales y reivindicativas de variado tipo: all�
ellas aprenden a valorarse como actoras sociales activas, capaces de pensar y
actuar con cabeza propia.
e) La participaci�n y la representaci�n
La participaci�n de las mujeres es mayoritaria en la base, pero va
disminuyendo progresivamente en la medida en que se elevan las responsabilidades
en cargos de representaci�n intermedia y, m�s a�n, en la direcci�n general. Ello
se debe a trabas de diversos �rdenes, adem�s de que �tradicionalmente- los
espacios de representaci�n son considerados propios de los hombres, algunas
veces ello ocurre porque las mujeres se niegan a integrar estos �mbitos porque
consideran que no tienen tiempo para ello o por baja autoestima. Otras veces, ni
siquiera son propuestas para cargos con responsabilidad y representaci�n por la
competencia que los hombres desatan contra ellas.
"Porque nosotras tenemos instalado en nuestro ser lo que hemos aprendido por
tiempos inmemoriales. En primer lugar, que nosotras trabajamos para adentro de
la casa, en los sustratos menos visibles, de la alimentaci�n, del cuidado.
Estamos asignadas para ocupar un lugar de servicio, pero no cualquier servicio
sino de servicio a un poder existente. Y tenemos que desandar esto que est�
instituido en nuestro ser: estar siempre en el segundo lugar." [En Rauber 1998:
192-193]
Es por ello que, una vez m�s, surge como tarea imprescindible apuntalar los
procesos concretos de organizaci�n con amplia participaci�n femenina,
fortaleciendo las capacidades de acci�n y representaci�n de las mujeres acorde
con sus realidades y necesidades. Cuando esto emerge en los movimientos sociales
con los que interactuamos, elaboramos conjuntamente los contenidos y los ritmos
del aprendizaje: sobre g�nero y poder, sobre empoderamiento, sobre pol�tica,
sobre participaci�n, sobre comunicaci�n, manejo de computaci�n, etc�tera. Con
ello nuestra labor funde pr�ctica y teor�a en �mbitos sociales concretos. No
basta con denunciar la exclusi�n de las mujeres de los lugares de toma de
decisiones; es fundamental llegar a conclusiones pr�cticas y comprometerse con
su realizaci�n en la medida que ello sea factible y compartido por las
organizaciones sociales con las que se interact�a.
Aportes de la perspectiva de g�nero a la
construcci�n de alternativas populares
Las alternativas populares se refieren a las caracter�sticas de la sociedad que
se busca, del tipo de poder que �siguiendo a Gramsci- a ella se corresponde, es
decir, del tipo de interrelaci�n entre democracia, estado y sociedad. Es por
ello que pensarlas y dise�arlas teniendo en cuenta la b�squeda de equidad de
g�nero desde las ra�ces mismas de la conformaci�n del poder, resulta central. En
este sentido, adem�s de lo ya expresado, subrayando algunos elementos en los que
se destacan particularmente los aportes de esta perspectiva.
� Ampl�a los fundamentos de la apuesta a la construcci�n de poder desde abajo
Como se ha planteado, la concepci�n de g�nero resulta enriquecedora de la noci�n
del poder, lo es tambi�n, por tanto, respecto de las propuestas y las pr�cticas
de construcci�n de poder desde abajo impulsadas por los nuevos movimientos
sociales.[9] Incorpora elementos sociopol�ticos que profundizan dichos procesos:
aporta elementos claves para transformar -articulada y simult�neamente- las
relaciones de opresi�n, explotaci�n, discriminaci�n y exclusi�n, en la sociedad,
en la familia, en el trabajo, en el barrio, en la organizaci�n vecinal o
sindical, en el partido, en los movimientos de mujeres, etc�tera.
La mirada de g�nero rompe las barreras del pensamiento pol�tico tradicional de
la izquierda que separa la cotidianidad, lo reivindicativo social, del quehacer
pol�tico. Al desnudar el contenido pol�tico de lo que se supon�a privado, el
enfoque de g�nero "(�) impacta a la sociedad en dos niveles: por un lado, porque
pone nuevos temas en el debate y evidencia su contenido pol�tico, y por otro,
porque politiza lo privado y devela que dentro de las relaciones personales
encubiertas y justificadas por amor, afecto y entrega hay relaciones terribles
de poder entre los sexos." [Vargas Valente S/F: 4]
El reclamo de equidad de g�nero es radicalmente democratizador, precisamente
porque no puede haber una verdadera democratizaci�n del mundo p�blico si se
mantienen intactas las relaciones hombre-mujer en el mundo privado, y si se
mantiene, en general, la subordinaci�n de lo privado en funci�n del desarrollo
de lo p�blico. Porque:
-"La democracia s�lo para hombres es tan b�rbara y tan incompleta como lo fue la
democracia griega, basada en la igualdad de derechos entre los miembros de una
peque�a aristocracia, y en la ausencia completa de derechos para las grandes
masas populares.
-"No hay ni puede haber democracia en donde las mujeres no tienen los mismos
derechos del hombre y en donde, en consecuencia, la vida social en todos sus
aspectos no est� constituida y dirigida por hombres y mujeres sin distinci�n.
-"(...) Sin las mujeres no hay democracia. Sin democracia no hay progreso del
pueblo. Sin democracia no hay sentido profundo de la patria." [Lombardo Toledano
1984: 11-18]
Esto alude a tres elementos importantes:
-El mundo de lo privado es parte del pol�tico (aunque m�s no fuese como
condici�n de su existencia) y como tal, susceptible de convertirse en pol�tico.
-Las luchas por la democratizaci�n de las sociedades deben �para llegar hasta la
ra�z- incorporar la democratizaci�n de las relaciones hombre-mujer en lo p�blico
y en lo privado. En consecuencia:
-Las luchas de las mujeres en contra de su discriminaci�n y marginaci�n ata�en a
la democratizaci�n de toda la sociedad.[10] Esto supone la transformaci�n
radical del poder, por lo que constituyen una lucha pol�tica.
� Acrecienta el significado, contenido y alcances de la acci�n pol�tica y de
la dimensi�n ciudadana
Al incorporarse al mundo pol�tico los nuevos actores y las nuevas actoras
sociales, incorporan a �l tambi�n sus intereses, sus puntos de vista y
necesidades, sus visiones de la realidad en que viven y la conciencia pol�tica
acerca de ella. Si toda acci�n de transformaci�n de las relaciones de poder all�
donde �stas se den es una acci�n pol�tica, los temas referidos a la sexualidad,
a la violencia contra las mujeres, a las relaciones padres e hijos y hombre
mujer, y, en general todos los que abordan la organizaci�n de la vida cotidiana,
cobran una importancia fundamental en la dimensi�n y acci�n pol�tica actual y
futura.
En este sentido, las luchas por la equidad de g�nero le imprimen un contenido
m�s complejo a la pol�tica y a la acci�n pol�tica,[11] sac�ndola del �mbito de
la lucha por el poder del Estado, articul�ndola a los otros �mbitos de la vida
social, enlazando �adem�s de lo p�blico y lo privado-, lo estrat�gico con lo
cotidiano y reivindicativo. No se trata de luchas o problem�ticas separadas. Las
luchas de las mujeres, como la de otros actores sociales, reafirma que la
lucha es reivindicativo-pol�tica, es decir, una lucha contra las
estructuras, los medios, los valores, la cultura y los mecanismos de producci�n
y reproducci�n material y espiritual del poder de dominaci�n discriminatorio y
discriminante, excluyente y crecientemente marginador de mayor�as, y de
construcci�n de poder y cultura propios.
Entre m�ltiples aspectos, esto reafirma que:
1. Que lo reivindicativo sectorial no es un "defecto" o traba que debe ser
"superado" por el proyecto pol�tico. Este no est� ubicado "por encima" de lo
reivindicativo sectorial, sino que parte de ah�, y lo contiene articul�ndolo en
una nueva dimensi�n y proyecci�n.
a) Lo pol�tico no es jer�rquicamente "superior" a lo reivindicativo.
b) Lo reivindicativo no tiene un "techo" o l�mite, como no sea el que le fija su
propia contraposici�n con lo pol�tico.
La falta de articulaci�n de lo pol�tico con lo reivindicativo se traduce en la
fractura entre las luchas por la transformaci�n de la sociedad y las que impone
la din�mica de la vida cotidiana, el ideal de la nueva sociedad ansiada con los
modos alternativos y solidarios de vida generados en �mbitos de la comunidades,
etc�tera.
2. Que es necesario articular las protestas (oposici�n) con propuestas concretas
(posici�n propia) capaces de orientar en sus luchas a la poblaci�n del sector en
conflicto en cada caso. Esto es: construir respuestas concretas a problem�ticas
tambi�n concretas. Reclama elaborar respuestas inmediatas a reivindicaciones
inmediatas, pero ello no implica que la inmediatez y la temporalidad sean su
horizonte y l�mite "natural". Al contrario, tales propuestas encierran un alto
potencial pol�tico que es posible (y necesario) poner de manifiesto en el propio
proceso de lucha por su concreci�n.
Es all�, cuando el proceso pr�ctico pedag�gico de formaci�n de conciencia
pol�tica logra su mayor potencialidad. Sobre la base de procesos colectivos de
reflexi�n-formaci�n sobre sus luchas los actores sociales van conformando
procesos pr�ctico-te�rico-pedag�gicos de formaci�n de conciencia pol�tica. En
ellos se va poniendo de manifiesto la ra�z sist�mica del problema y tambi�n la
dimensi�n y el alcance altersist�mico (no confundir con anti-sist�mico)
de la propuesta. En esto radica, de �ltimas, el contenido y sentido pol�tico
central de lo reivindicativo sectorial.
Aceptar esto implica romper con la a�n mayoritaria idea de que la pr�ctica
pol�tica corresponde s�lo a partidos pol�ticos o a especialistas, [12] supone
reconsiderar lo que se entiende por escena pol�tica, tradicionalmente entendida
como el campo de acci�n abierta de las fuerzas sociales mediante su
representaci�n en partidos. Pero la escena pol�tica comprende al conjunto de
fuerzas sociales actuantes en el campo de la acci�n pol�tica en un momento dado,
independientemente de que �stas se hallen organizadas o no en estructuras
pol�tico-partidarias. Respetando todo lo que son o puedan llegar a ser las
opciones partidarias, la participaci�n pol�tica de la ciudadan�a, de hecho,
reclama la incorporaci�n de los diversos actores y actoras a una discusi�n y a
un escenario m�s amplio que el de los partidos.
La incorporaci�n de las mujeres a la vida pol�tica no puede circunscribirse
entonces a su incorporaci�n a los partidos tradicionales de izquierda o derecha,
ni a integrar sus listas electorales. En determinadas realidades, esto resulta
un paso importante para la transformaci�n del mundo p�blico, pero no basta.
Porque no es extra�o ni dif�cil encontrar a las mujeres desempe�ando tareas de
contenido infraestructural tambi�n en los �mbitos p�blicos, acondicionando,
agilizando y potenciando con ello el tiempo y las capacidades masculinas para
que los hombres se concentren en la toma de decisiones, y en la ejecuci�n y el
control de las mismas "Se requiere que la responsabilidad del �mbito privado y
las labores dom�sticas no sigan recayendo s�lo sobre las mujeres y que la
presunta inferioridad de esos papeles no se traslade a las labores p�blicas."
[Ram�rez. 1994, p.9].
"Es por eso que la participaci�n de la mujer en la vida pol�tica, es
necesariamente subversiva porque concierne al fundamento mismo de la sociedad, a
la vida social, la vida de la familia, los roles tradicionales del hombre y de
la mujer, las reparticiones de carga en el seno familiar." [Saada 1990: 21-22]
La participaci�n de las mujeres tiene que darse a todos los niveles, en lo
"(...) econ�mico social, cient�fico, tecnol�gico e inclusive en la planificaci�n
de las pol�ticas de desarrollo tan importante para el avance de nuestros pa�ses.
La democracia adquiere as� un sentido b�sico de derecho a la vida, a una vida
diferente, a una vida donde no solamente haya bienestar, sino donde haya
posibilidades de desarrollar la igualdad de los seres humanos, respetando la
posibilidad de ser diferentes." [Idem: 3]
� Incorpora con fuerza la cultura te�rico-pr�ctica de la educaci�n popular
La articulaci�n de las concepciones y pr�cticas de la educaci�n popular, resulta
imprescindible en los actuales procesos de construcci�n de alternativas: ella
orienta la acci�n del pensamiento a tomar como punto de partida las pr�cticas
concretas, para reflexionar desde all� y colectivamente, es decir, se propone
construir el conocimiento desde abajo, con todos los y las protagonistas de las
luchas y, por el mismo camino, definir los rumbos, alcances y objetivos de las
mismas.
La educaci�n popular est� presente en las organizaciones sociales, en los
procesos de formaci�n y en las pr�cticas de vida y organizaci�n sobre la base de
pr�cticas horizontales y participativas. Si se tiene en cuenta que en tales
organizaciones las mujeres son la fuerza mayoritaria y clave, puede comprenderse
que el empleo sistem�tico de la educaci�n popular que se caracteriza por dar la
palabra a los sin voz, contribuye a hacer visible -social y pol�ticamente- la
presencia de las mujeres en los procesos sociotransformadores, contribuye a
dignificar y valorizar su palabra, su pensamiento y su acci�n. Y esto es as�
tanto hacia el exterior de la organizaci�n como hacia su interior, y en cada
mujer, en la elevaci�n de su autoestima y su capacidad para constituirse en una
ciudadana plena y activa.
Su pr�ctica educativa -que construye saberes a partir de los modos de vida
concretos-, levanta los puentes b�sicos que ponen al descubierto los nexos e
intercondicionamientos entre un determinado modo de existir y reproducirse del
mundo privado y un determinado modo de existir y reproducirse del mundo p�blico,
y contribuye a que los que participan del proceso educativo puedan descubrir los
nexos entre una realidad supuestamente privada e individual, aparentemente
casu�stica, con la realidad de un determinado modo de existencia econ�mica,
pol�tica y cultural de la sociedad en que vive.
Saber y poder se conjugan en los procesos de su realizaci�n. Por ello resulta,
por un lado, cuestionadora radical del poder hegem�nico, discriminador y
excluyente del capital, haciendo visible los nexos que existen entre este y una
determinada conformaci�n �hist�rico cultural- de las identidades, los roles y
los �mbitos atribuidos -en tal relaci�n-, a los g�neros. Por otro, al fortalecer
el conocimiento colectivo de los movimientos sociales acerca de sus
experiencias, al contribuir al mejor an�lisis de evaluaci�n de logros y
deficiencias, la educaci�n popular es clave tambi�n para los procesos de
empoderamiento social,[13] entendiendo que el primero y fundamental de ellos es
el del saber: qu�, c�mo, para qu�, qui�nes. Como dice Pompea Bernasconi:
"(�) el poder est� vinculado al saber y al hacer. Por eso, en la educaci�n
popular es importante lograr que el pueblo descubra su saber y posea una
conciencia cr�tica de la realidad para que tenga poder sobre ella y pueda
modificarla." [En, Rauber 1998: 75-76]
Por todo ello, para las mujeres de las organizaciones sociales populares la
educaci�n popular es una herramienta importante: legaliza su participaci�n,
otorga sentido social a su saber supuestamente limitado por lo cotidiano y "sin
importancia", la autodescubre como ciudadana y a trav�s de su saber �formaci�n
mediante- contribuye a profundizar los procesos concretos de empoderamiento en
los que ellas participan, torn�ndolos "para s�", es decir, fortaleci�ndolas como
actoras sociales y pol�ticas plenas.
� Reivindica el reconocimiento positivo de las diferencias, de los y las
diferentes
Reivindicar la diferencia como v�a de profundizaci�n de la individualidad del
ser humano propia de la modernidad, es el reclamo primero de la posmodernidad.
Junto a ello, emergen tambi�n con fuerza los estudios acerca de lo micro, y
muestran su riqueza y pertinencia frente a las anteriores predominantes visiones
macro que invisibilizaron gran parte de las realidades particulares. Ambos
aspectos pueden considerarse �a mi entender- como uno de los importantes aportes
de esta corriente de pensamiento. Pero el centrarse casi exclusivamente en la
explicaci�n de la diferencia, de lo micro, ha mostrado su lado flaco, al tornar
los an�lisis particulares en abstractos y unilaterales al considerarlos
inconexos con los fen�menos del mundo real (interdependiente, multifac�tico,
complejo). Esto dificulta pensar la sociedad como totalidad, buscar los nexos
socio-econ�micos y culturales entre los sectores sociales que la integran,
descubrir �adem�s de sus diferencias- sus intereses comunes y, por tanto, su
capacidad y posibilidad de pensar, luchar y organizarse colectivamente por sus
derechos.
"En los ochentas en los Estados Unidos, surgi� la teor�a que las opresiones
sociales son interseccionales y no meramente aditivos, y entonces las feministas
no pueden desconectar la identidad de g�nero de las identidades raciales y de
clase e intereses. Esto se�ala que debemos rechazar la idea de que las mujeres
tienen intereses en com�n como grupo (Collins 1990, Harris 1990, Spelman 1988).
Pero esta conclusi�n parece dejar los movimientos de mujeres sin una base social
para unirse a pesar de diferencias de raza, clase y sexualidad. Gayatri Spivak
propone la idea de una "esencial estrategia" de mujeres como grupo social (Spivak
1990). Pero, �podemos suponer que las mujeres como grupo social tienen intereses
en com�n?" [Ferguson 2005]
Transformado en objetivo de s� mismo lo diferente pierde sentido social y
pol�tico ya que �por esta v�a- la sociedad ser�a una suma creciente de grupos
humanos e individuos aislados entre s�, fragmentados y clasificados por g�nero,
raza, color de piel, edades, lenguas, identidades, preferencias sexuales, gustos
musicales, etc�tera.
�Qu� hacer con las diferencias?
El reconocimiento y destaque de las diferencias, en tanto estas han sido
construidas por actores sociales en el proceso de su vida real, resulta
indispensable, pero para construir alternativas superadoras, es fundamental que
ese reconocimiento se constituya en la base para dar pasos concretos hacia la
articulaci�n de los y las diferentes, respetando sus identidades, sus
problem�ticas, sus aspiraciones, imaginarios y necesidades, contribuyendo
tambi�n por esta v�a a profundizar la matriz democr�tica de la sociedad.
Esto requiere avanzar en el pensamiento y en las pr�cticas integradoras de una
realidad tan fragmentada como compleja y diversa, que re�ne realidades e
identidades yuxtapuestas intr�nsicamente interconectadas, intercondicionadas e
interdefinidas entre s�.
Como se�ala Ferguson: "Sin un an�lisis de dominaci�n social a base de sistemas
m�ltiples, las mujeres pueden lograr empoderamiento en relaci�n a ciertos
hombres, pero quedan sin poder en relaci�n al racismo, imperialismo,
capitalismo." [Ferguson. 2005] Ciertamente, reflexionando sobre experiencias de
empoderamiento de mujeres, pueden obtenerse importantes lecciones sobre el
significado negativo -en el sentido de empobrecedor de las pr�cticas y sus
alcances-, que contiene la visi�n estrictamente sectorial, fragmentada, centrada
exclusiva y unilateralmente en la b�squeda de satisfacci�n de las necesidades de
un actor social "diferente".
No cuesta trabajo darse cuenta de la diversas banalizaciones que se han hecho
sobre la diferencia, mostr�ndola como el llav�n del descubrimiento (y de la
manifestaci�n) de las diferencias hombre-mujer, y tambi�n entre las mujeres.
Por este camino, el concepto g�nero puede ser atractivo y �til en ciertos
�mbitos y sectores sociales de mujeres, pero disminuye considerablemente su
importancia cr�tico-transformadora para conocer, pensar las actuaciones sociales
y construir las alternativas posibles, orientadas hacia un nuevo tipo de
sociedad humana, desde y mediante las pr�cticas del presente.
Es en este sentido que el destaque de las diferencias, y de las y los diferentes
resulta un aporte importante a tener en cuenta: contribuye a desmitificar la
carga pol�ticamente negativa que ello tiene a�n en el seno de gran parte de la
izquierda latinoamericana, donde predomina el pensamiento pol�tico tradicional,
que se propone alcanzar la unidad de todas las organizaciones sociales y
pol�ticas apelando a la unanimidad y homogeneizaci�n de todos: partidos,
movimientos, pueblo, y �cuando sea posible- de la sociedad toda. El enfoque de
g�nero contribuye a pensar la unidad, lo colectivo, sobre nuevas bases, haciendo
del reconocimiento de las diferencias -en vez de un obst�culo- un
enriquecimiento, un pilar para posibles articulaciones. Es un granito de arena
puesto en el caldero de la construcci�n colectiva, plural y diversa de lo nuevo.
Esta sigue siendo �desde la perspectiva de los movimientos sociales que
construyen alternativas-, su importancia anal�tica y pr�ctica fundamental. Ello
no impide, sin embargo, que se sit�e en un terreno de disputas y grandes
controversias ideol�gicas y de poder.
Conclusiones
1.
Fundar y construir una nueva civilizaci�n humana �desaf�o presente de la
humanidad en busca de supervivencia- significa fundar y construir un nuevo modo
de vida.[14] Esto significa incorporar la noci�n y visi�n de g�nero como
elemento constitutivo del pensamiento y las pr�cticas cuestionadoras de las
sociedades actuales, y de los procesos de construcci�n de las nuevas. Ello
posibilitar� hacer visibles y modificar las relaciones sociales asim�tricas
establecidas entre hombres y mujeres, base para la producci�n y reproducci�n de
otras tantas asimetr�as y discriminaciones: de color de piel, discapacidad
f�sica, etnia, cultura, belleza, identidad sexual, etc�tera.
2.
Llegar a la conciencia universal de ello supone un largo proceso hist�rico �de
transici�n-, complejo y multifac�tico que combina procesos de auto constituci�n
de actores-sujetos en sujeto colectivo (popular), con procesos de construcci�n
de propuestas y proyecto alternativo, con la construcci�n de poder �cultura y
organizaci�n pol�ticosocial- desde abajo.
En ello, las transformaciones que tienen lugar en las din�micas de la vida
cotidiana, ocupan un lugar fundamental. No porque de ah� nazca el cambio de toda
la sociedad, sino porque sin enraizarse all�, sin articular la utop�a del mundo
nuevo a la vida de la familia, este ser� un imposible. Para eso -en primer lugar
y a la vez-, la familia debe modificarse a s� misma, en tanto gestante de ese
nuevo ser humano, de esa nueva sociedad y de ese nuevo mundo. Es vital ir
haci�ndolo posible desde ahora, transform�ndolo desde nuestra propia vida
cotidiana dom�stica y comunitaria, integr�ndola a nuestras pr�cticas familiares,
comunitarias, sociales, pol�ticas, etc�tera.
3.
La comunidad se abre paso como un espacio (y un concepto) integrador de lo
p�blico y lo privado. El �mbito comunitario cobra cada d�a m�s importancia tanto
en la lucha por la sobrevivencia, en la construcci�n de redes sociales de
subsistencia -en lo econ�mico, educativo, salud, etc.-, como en el desarrollo de
s�lidas redes interfamiliares que distribuyen la dura carga de las labores
dom�sticas cotidianas y mejoran la posibilidad de integraci�n laboral de las
mujeres. A ellas se le abren puertas en el sector informal, generalmente en el
servicio dom�stico, aunque este todav�a no es reconocido mayoritariamente como
trabajo, social y jur�dicamente (no tienen derechos como trabajadoras, por
ejemplo, no tienen vacaciones pagas, ni aportes jubilatorios, ni cobertura por
enfermedad, etc.). Para poder desempa�arse en �l, las mujeres han de desarrollar
redes de apoyo mutuo para el cuidado y alimentaci�n de los ni�os de unas
mientras las otras trabajan, y viceversa. As�, redes solidarias entre mujeres se
abren paso m�s all� del �mbito familiar.
Un modo de vida diferente, basado en la horizontalidad y democratizaci�n
solidaria de responsabilidades y tareas se va conformando a trav�s de de estas
pr�cticas en la dimensi�n comunitaria. En ella, a trav�s de la cultura
participativa de las mujeres, se van haciendo cada vez m�s visibles los nexos
que se establecen entre la posibilidad de participaci�n en el mundo p�blico y
las tareas del mundo privado, articulando tiempo de trabajo y dedicaci�n en uno
con el tiempo y la dedicaci�n en el otro.
4.
Resulta fundamental disputar el sentido com�n de los hombres y mujeres del
pueblo, en primer lugar el de los trabajadores y las trabajadoras, en la amplia
diversidad en que ellos existen en la actualidad. Valores como la solidaridad,
la justicia social, la equidad de g�nero, razas e identidad sexual, el derecho
efectivo al trabajo, el respeto a la naturaleza, deber�n ir conquistando la
cabeza y el coraz�n de millones y millones de seres humanos.
Solamente cuando la aplastante mayor�a de la poblaci�n en cada uno de nuestros
pa�ses descubra la mentira y el fraude para con sus propias vidas llevado a cabo
por el poder clasista, machista y excluyente desarrollado hasta ahora y,
particularmente, por el poder correspondiente al capitalismo contempor�neo,
cuando descubra la trampa mortal a la que el capital los ha conducido mediante
enga�os desde las primeras etapa de su acumulaci�n originaria, y vaya
vislumbrando a la par otro modo de vida posible, tendr� deseos de explorar
nuevos caminos y la voluntad para intentarlo pr�cticamente. Este no resulta
�vale reiterarlo- un camino f�cil ni corto; es parte de una larga e
indispensable transici�n hacia una nueva humanidad.
5.
El planteamiento de g�nero pretende llegar hasta los cimientos mismos de la
cultura del poder patriarcal que fue heredado y desarrollado por el capitalismo.
De ah� su fundamental importancia para un replanteo profundo del conjunto de
relaciones sociales de una sociedad dada y del poder, en el sentido de
posibilidad de construcci�n de nuevo proyecto social (alternativa). No digo que
sea suficiente, pero s� necesario, imprescindible, insoslayable. Para avanzar
hacia una concepci�n m�s integral es importante, adem�s de todo esto, sumar,
articular los enfoques, las cr�ticas y los planteamientos de otros �mbitos, como
la ecolog�a, la �tica, la jurisprudencia, etc., siempre atravesados radical y
transversalmente por el enfoque de g�nero y su relaci�n con el poder (o los
poderes).
6.
Las reflexiones en torno a las alternativas -que suponen el cuestionamiento
transformador de las relaciones de poder existentes-, se enriquecen hoy con la
inclusi�n de la perspectiva de equidad de g�nero en sus an�lisis y reflexiones
acerca del poder actual y sus posibles caminos superadores hacia una humanidad
constituida con equidad y justicia social. Cualquier concepci�n que las aborde
prescindiendo de comprender en sus an�lisis acerca de la naturaleza y alcance
del poder a las relaciones de g�nero que lo sustentan y sobre las que se
sustenta, resulta incompleta y cercenada en su valor pr�ctico y te�rico. Y a la
inversa ocurre tambi�n, si se aborda la cuesti�n de g�nero sin vincularla al
cuestionamiento de las relaciones de poder (econ�micas, culturales, sociales,
familiares, etc�tera).
7.
Es necesario edificar nuevos referentes te�ricos integrales, visiones del mundo
que ayuden a superar la fragmentaci�n del pensamiento y a reflexionar con
lucidez sobre los procesos de emancipaci�n social y los modos de producir
subjetividades acordes con estos retos.
** *** **
Bibliograf�a empleada
� Alonso, Luis Enrique. 2004. "El trabajo sin fin". En:
www.pensamientocr�tico.org Acceso:
31-03-05.
� Aquino, Mar�a Pilar. 1992. Nuestro clamor por la vida. Editorial DEI,
San Jos�.
� Bonini, Celina. 2000. "Las mujeres en el Per� de los 90: un desaf�o pol�tico y
de g�nero." Entrevista a Virginia Vargas. En Socialismo y Participaci�n No. 89,
Diciembre. Lima.
� Cordero, Margarita. 2002. "La mirada de g�nero se ha convertido en el ojo del
c�clope", A primera Plana, A�o 1, No. 3. (www.aprimeraplana.org)
� C�rdova Cayo, Patricia. 1995. "Madres y l�deres: mujeres organizadas en Lima".
En: Mujer, trabajo y ciudadan�a, CLACSO, Buenos Aires.
� Federici, Silvia. 1999. "Reproducci�n de la lucha feminista en la Nueva
Divisi�n del Trabajo". Traducci�n por Creatividad Feminista, M�xico.
www.creatividadfeminista.org
� Ferguson, Ann. 2005. "�Puede el desarrollo propiciar el empoderamiento y la
liberaci�n de las mujeres?". En:
www.globaljusticecenter.org; acceso 31/03/05.
� Gallardo, Helio. 1989. Elementos de Pol�tica en Am�rica Latina.
Editorial DEI, San Jos�.
� Gebara, Ivone. 2004. � Unas nuevas relaciones de g�nero son posibles. � En :
www.latinoamerica.org; acceso:
31-03-05.
� Hainard, Fran�ois y Verschuur, Christine. 2001. Femmes et crises urbaines.
Most Unesco, Ginebra.
� Houtart, Fran�ois. "Convergencia de movimientos sociales: un ensayo de
an�lisis", texto presentado a la Conferencia Internacional "La obra de Carlos
Marx y los desaf�os para el Siglo XXI", La Habana, 5 al 8 de mayo de 2003.
� Jel�n, Elizabeth. S/F. "Ciudadan�a, movimientos sociales y MERCOSUR." En:
www.utexas.edu; acceso: 31-03-05.
� Lima Costa, C. de. 2002. "Despensando el g�nero: tr�fico de teor�as en las
Am�ricas." En: Femen�as, Mar�a Luisa, comp., Perfiles del feminismo
iberoamericano, Cat�logos, Buenos Aires.
� Lombardo Toledano, Vicente. 1984. Sin mujeres no hay democracia.
Ediciones del Partido Popular Socialista. M�xico.
� Maruani, Margaret. 2001. "L�emploi f�minin dans la sociologie du travail: une
longue marche � petits pas �. En Laufer Jacqueline, Marry Catherine, et Maruani
Margaret, Maculin-F�minin : questions pour les sciences de l�homme. PUF,
Vend�me.
� Marx, C. y Engels, F. "Feuerbach. Oposici�n entre las concepciones
materialistas e idealistas." Obras Escogidas en 3 tomos, Tomo I. 1974.
Progreso, Mosc�.
� Naciones Unidas. 1989. Mujer y Pol�tica en Am�rica latina y el Caribe.
Santiago de Chile.
� Pagano, Ana. "Los desaf�os de la educaci�n popular para el siglo XXI:
elementos para pensar sobre la teorizaci�n, la acci�n cultural y los sentidos de
las pr�cticas". En: www.ceaal.org;
acceso 31/03/05.
� Partido Dem�crata Cristiano de Chile. 1995. "Visi�n de las mujeres del Partido
Dem�crata Cristiano sobre el origen de los problemas de la mujer y la forma de
superarlos." Material de trabajo para la discusi�n interna. Santiago de Chile.
� Ramirez, Marta. 2002. "El lente sigue siendo masculino". A primera Plana,
A�o 1, No. 3. (www.aprimeraplana.org)
� Ram�rez, Socorro. 1994."�Qu� impide la participaci�n pol�tica de las
mujeres?", Fempress N� 151, Santiago de Chile.
� Rauber, Isabel. 2004. Movimientos sociales y representaci�n pol�tica.
Articulaciones. Ciencias Sociales, La Habana. ----
--2004. "Caminos de la transformaci�n, pensarlos y construirlos desde abajo",
art�culo. Archivo de Pasado y Presente XXI. ------2003. La sal en la herida.
Informe de investigaci�n sobre el movimiento piquetero argentino. No
publicado. Archivo de Pasado y Presente XXI. ------2002. "Argentine: femmes �piqueteras�".
En Verschuur, Christine y Reysoo, Fenece, Genre, mondialitation et pauvert�.
Cahiers "Genre et developpment" No. 3. L�Harmattan-IUED-EFI, Geneve. ------2000.
G�nero y pobreza. Archivo digital Pasado y presente XXI. ------1998.
G�nero y poder, UMA, Buenos Aires. ------1997. Actores sociales, luchas
reivindicativas y pol�tica popular, Ediciones UMA, Buenos Aires, ------1992.
Hijas del sol. Ixoquib, M�xico. Archivo digital Pasado y Presente XXI.
------Entrevistas a dirigentes y militantes de organizaciones piqueteras y
sindicales de Argentina, de organizaciones campesinas de Brasil, y a miembros de
organizaciones barriales de Rep�blica Dominicana, y destacadas mujeres ind�genas
en Ecuador y Bolivia.
� Saa, Mar�a Antonieta. 1985. "Una lectura feminista". Documentos de trabajo del
seminario "Mujer, Pol�tica y Partidos pol�ticos". Instituto para el Nuevo Chile.
Ediciones Documenta, Santiago.
� Saada, Alya. 1990. En: Mujer, Pol�tica y Democracia. Fundaci�n Mujer y
Sociedad. Ediciones Ciudad. Ecuador.
� Sojo, Ana. 1992. Tomado de: Aquino, Mar�a Pilar.
� Vasallo, Norma. 2002. "Ecos del pasado, voces del presente". En: Femen�as,
Mar�a Luisa, comp., Perfiles del feminismo iberoamericano, Cat�logos,
Buenos Aires.
� Vargas Valente, Virginia. S/F. "Feminismo: el poder como acci�n
transformadora." Centro "Flora Trist�n", Lima, Texto mimeografiado.
� Vianello, Mino, y Caramazza, Elena. 2001. Un nouveau paradigma pour les
sciences sociales: genre, espace, pouvoir, L�Harmattan, Paris.
� Wills Obreg�n, Mar�a Emma. 1999. "Feminismo y democracia: m�s all� de las
viejas fronteras". En: An�lisis pol�tico, No. 37. Bogot�.
* Isabel Rauber es Dra. en Filosof�a de la Universidad de La Habana,
Directora de la revista Pasado y Presente XXI, estudiosa de los
movimientos sociales latinoamericanos; integrante del Foro Mundial de las
Alternativas.
[1] Los movimientos sociales tienen caracter�sticas diversas: a) pueden expresar
a organizaciones y actores sociales pertenecientes a un mismo sector social, por
ejemplo, trabajadores, ind�genas, campesinos, desplazados internos, sin techo,
etc.; b) pueden articular a actores sociales e individuales en torno a una
problem�tica intersectorial, como por ejemplo: la lucha por la paz en Colombia,
la defensa del Amazonas, o la soberan�a alimentaria, etc.; c) pueden dar cuenta
de una problem�tica social transversal: equidad de g�neros, de etnias, identidad
sexual, etc�tera; d) pueden constituirse para responder a un tema o problema
puntual, coyuntural: ayuda a damnificados por inundaciones, por terremotos,
contra actos represivos, contra gobiernos corruptos, etc. Como su nombre lo
indica, su g�nesis y sus modos de organizaci�n y de lucha var�an, ya que se
definen marcados por las identidades, experiencias, din�micas y problem�ticas
que enfrentan los actores sociales que le dan cuerpo en cada momento
hist�rico-concreto.
[2] Las relaciones de poder parten del interior del funcionamiento del capital
para inundar �a trav�s de las relaciones mercantiles- todas las relaciones
sociales, familiares, culturales, etc. Esto resulta muy marcado en la actualidad
cuando "�la transformaci�n de lo social en mercanc�a acent�a las relaciones de
poder en todos los sectores de la vida colectiva. En otras palabras, la
imposici�n de la ley del valor refuerza las relaciones de poder." [Houtart
2004:2]
[3] La expresi�n desde abajo no alude a una ubicaci�n geom�trica, a lo
que est� situado abajo, si bien indica ciertamente un posicionamiento
pol�tico-social desde donde se produce la construcci�n, colocando en un lugar
central, protag�nico, a la participaci�n de "los de abajo". Construir desde
abajo indica ante todo una concepci�n �y una l�gica- acerca del poder del
capital y del nuevo poder popular, acerca de c�mo contrarrestar, destruir y
transformar el primero, y c�mo construir el poder propio. Es por eso que dicha
l�gica resulta necesaria estrat�gicamente, independientemente del lugar desde el
cual se piensen y realicen las transformaciones: en la superestructura pol�tica,
o en una comunidad, desde un puesto de gobierno o en la cuadra de un barrio.
Construir y transformar desde abajo no implica negarse a construir en �mbitos
que podr�an ubicarse "arriba". La ubicaci�n y el rol organizativo institucional
que se ocupe en el proceso de transformaci�n puede estar arriba, abajo, o en el
medio; construir desde abajo indica siempre y todo momento y posici�n un camino
l�gico-metodol�gico acerca de c�mo hacerlo y una apuesta pr�ctica a su
realizaci�n.
[4] Ver Rauber 2004-a: 55-57.
[5] Por ejemplo, para los difundidos estereotipos patriarcal-machistas, ser
mujer se equipara con tener sensibilidad y ternura, dejarse llevar por la
emoci�n, la pasividad, la sumisi�n, la intuici�n, en definitiva, por lo
irracional subjetivo y misterioso. Correlativamente, ser hombre se identifica
con tener valor, fuerza y poder, y esto con lo racional, con la capacidad para
actuar fr�a y decididamente, pensar cient�ficamente, etc. Estos estereotipos,
entre muchos otros, definen identidades y capacidades de cada sexo, y expresan
la base socio-cultural de las asimetr�as sociales en las relaciones entre los
sexos sobre las que se asienta la subordinaci�n jer�rquica de la mujer al
hombre. Se alimenta as� la confusi�n entre g�nero y sexo, entre lo
socio-cultural y lo biol�gico.
[6] "(...) si analizamos un poco el concepto de `mundo de lo privado', quiere
decir: privado de. En el fondo, privado de libertad. Es un mundo privado
necesario para el desarrollo del 'mundo de lo p�blico'. As� como el mundo
p�blico est� cruzado por una serie de opresiones y de contradicciones de clase,
explotaciones de clase, el mundo de lo privado, de lo dom�stico, de la familia,
tambi�n est� organizado jer�rquicamente (...)." [Saa 1985.]
[7] Esto no es un detalle menor si se tiene en cuenta que son millones los seres
humanos que encuentran contenci�n diaria y alimentos a trav�s de la labor de las
mujeres en organizaciones comunitarias. El tiempo de trabajo invertido por ellas
es una riqueza expropiada a las mujeres y no valorada a�n. Esto es tambi�n parte
de lo que significa la "feminizaci�n de la pobreza".
[8] Unidad monetaria del Per�.
[9] As� lo reconoce, por ejemplo, la CEPAL, cuando en su informe para Naciones
Unidas, se�ala: "El an�lisis desde la perspectiva de la participaci�n de las
mujeres ilumina muchos otros movimientos sociales, cambios culturales,
incorporaci�n de los marginados, ampliaci�n de la ciudadan�a, nueva relaci�n
entre lo privado y lo p�blico, relaci�n con el poder, democracia." [Naciones
Unidas 1989: 6]
[10] Considerando que las mujeres somos la mitad o un poco m�s de la mitad de
los habitantes del planeta-, incluso si fuera un asunto s�lo de mujeres, ser�a
muy importante su incorporaci�n al debate y a las propuestas sobre la democracia
en nuestras sociedades, con igual centralidad que otros problemas sociales.
Pareciera que hay que recordar siempre que todos y cada uno de ellos comprende a
las mujeres, quienes �al interior de cada problema-, resultan doblemente
afectadas: por el problema y por los maridos, padres, hermanos, religiosos o
compa�eros del problema.
11] "(...), la pol�tica es b�sicamente un espacio de acumulaci�n de fuerzas
propias y de destrucci�n o neutralizaci�n de las del adversario con vistas a
alcanzar metas estrat�gicas." [Gallardo 1989: 102-103] Pr�ctica pol�tica, por
tanto, es aquella que tiene como objetivo la destrucci�n, neutralizaci�n o
consolidaci�n de la estructura del poder, los medios y modos de dominaci�n, o
sea, lo pol�tico.
[12] Esta interpretaci�n resulta hoy indefendible; sostenerla implica suponer
que existen gradaciones de sujetos: a) aquellos que aportan s�lo en n�mero
porque son incapaces de trascender el horizonte reivindicativo inmediato: los
movimientos sociales, barriales, sindicales, estudiantiles, de mujeres,
cristianos, etc., b) los que son capaces no s�lo de captar el conjunto de los
problemas y las v�as para solucionarlos sino tambi�n de guiar a los dem�s: los
partidos de izquierda (de la clase obrera), tradicionalmente autoconsiderados
vanguardia.
Ya no puede pensarse en los movimientos sindicales, barriales, de mujeres y
otros, como "soportes" de pol�ticas elaboradas por fuera de ellos desde tales
partidos. La actividad pol�tica y los actores que la llevan a cabo no puede
definirse fuera del terreno en el que se desarrolla ni al margen de sus
protagonistas. [Ver: Rauber 1997: 7, 8, 23, 30-32]
[13] "Por empowerment [empoderamiento], entendemos un proceso de
desarrollo de las capacidades de negociaci�n, a nivel familiar y colectivo, para
arribar a una apropiaci�n mas igualitaria del poder. No es suficiente interrogar
acerca de las asimetr�as de las relaciones de g�nero y sus implicaciones sobre
el medioambiente y el desarrollo, es necesario interrogar de qu� manera puede
haber una concientizaci�n de la desigualdad de esas relaciones sociales entre
hombres y mujeres y cu�les ser�an las posibilidades de cambiarlas de modo tal
que permitan a las mujeres una verdadera participaci�n en los procesos de poder
y de toma de decisiones. Esta perspectiva no descansa solamente sobre una
relaci�n m�s justa en la sociedad entre hombres y mujeres, sino sobre la
hip�tesis seg�n la cual el empoderamiento de las mujeres puede impulsar una
transformaci�n de la sociedad que permita no solamente romper con el desarrollo
desigual de manera general, sino tambi�n de atacar los problemas
medioambientales que le acompa�an." [Hainard y Verschuur 2001: 29-31]
14] Ello implica el desarrollo yuxtapuesto, simult�neo y articulado de procesos
de transformaci�n de la sociedad, de sus modos de producci�n y reproducci�n, y
de transformaci�n-autotransformaci�n de los propios seres humanos que realizan
esas transformaciones: los hombres y las mujeres y las interrelaciones sociales
entre ellos establecidas.
Fuente: lafogata.org