La guerra de
guerrillas
A Camilo
Este trabajo pretende colocarse
bajo la advocación de Camilo Cienfuegos, quien debía leerlo y
corregirlo pero cuyo destino le ha impedido esa tarea. Todas estas líneas
y las que siguen pueden considerarse como un homenaje del Ejército Rebelde
a su gran Capitán, al más grande jefe de guerrillas que dio esta
revolución, al revolucionario sin tacha y al amigo fraterno.
Camilo fue el compañero de cien batallas,
el hombre de confianza de Fidel en los momentos difíciles de la guerra
y el luchador abnegado que hizo siempre del sacrificio un instrumento para templar
su carácter y forjar el de la tropa. Creo que él hubiera aprobado
este manual donde se sintetizan nuestras experiencias guerrilleras, porque son
el producto de la vida misma, pero él le dio a la armazón de letras
aquí expuesta la vitalidad esencial de su temperamento, de su inteligencia
y de su audacia, que sólo se logran en tan exacta medida en ciertos personajes
de la Historia.
Pero no hay que ver a Camilo como un héroe
aislado realizando hazañas maravillosas al solo impulso de su genio,
sino como una parte misma del pueblo que lo formó, como forma sus héroes,
sus mártires o sus conductores en la selección inmensa de la lucha,
con la rigidez de las condiciones bajo las cuales se efectuó.
No sé si Camilo conocía la máxima
de Dantón sobre los movimientos revolucionarios, «audacia, audacia y
más audacia»; de todas maneras, la practicó con su acción,
dándole además el condimento de las otras condiciones
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necesarias al guerrillero: el análisis preciso
y rápido de la situación y la meditación anticipada sobre
los problemas a resolver en el futuro.
Aunque estas líneas, que sirven de homenaje
personal y de todo un pueblo a nuestro héroe, no tienen el objeto de
hacer su biografía o de relatar sus anécdotas, Camilo era hombre
de ellas, de mil anécdotas, las creaba a su paso con naturalidad. Es
que unía a su desenvoltura y a su aprecio por el pueblo, su personalidad;
eso que a veces se olvida y se desconoce, eso que imprimía el sello de
Camilo a todo lo que le pertenecía: el distintivo precioso que tan pocos
hombres alcanzan de dejar marcado lo suyo en cada acción. Ya lo dijo
Fidel: no tenía la cultura de los libros, tenía la inteligencia
natural del pueblo, que lo había elegido entre miles para ponerlo en
el lugar privilegiado a donde llegó, con golpes de audacia, con tesón,
con inteligencia y devoción sin pares.
Camilo practicaba la lealtad como una religión;
era devoto de ella; tanto de la lealtad personal hacia Fidel, que encarna como
nadie la voluntad del pueblo, como la de ese mismo pueblo; pueblo y Fidel marchan
unidos y así marchaban las devociones del guerrillero invicto.
¿Quién lo mató?
Podríamos mejor preguntarnos: ¿quién
liquidó su ser físico? porque la vida de los hombres como él
tiene su más allá en el pueblo; no acaba mientras éste
no lo ordene.
Lo mató el enemigo, lo mató porque
quería su muerte, lo mató porque no hay aviones seguros, porque
los pilotos no pueden adquirir toda la experiencia necesaria, porque, sobrecargado
de trabajo, quería estar en pocas horas en La Habana... y lo mató
su carácter. Camilo, no medía el peligro, lo utilizaba como una
diversión, jugaba con él, lo toreaba, lo atraía y lo manejaba;
en su mentalidad de guerrillero no podía una nube detener o torcer una
línea trazada.
Fue allí, cuando todo un pueblo lo conocía,
lo admiraba y lo quería; pudo haber sido antes y su historia sería
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la simple de un capitán guerrillero. Habrá
muchos Camilos, dijo Fidel; y hubo Camilos, puedo agregar, Camilos que acabaron
su vida antes de completar el ciclo magnífico que él ha cerrado
para entrar en la Historia, Camilo y los otros Camilos (los que no llegaron
y los que vendrán), son el índice de las fuerzas del pueblo, son
la expresión más alta de lo que puede llegar a dar una nación,
en pie de guerra para la defensa de sus ideales más puros y con la fe
puesta en la consecución de sus metas más nobles.
No vamos a encasillarlo, para aprisionarlo en moldes,
es decir matarlo. Dejémoslo así, en líneas generales, sin
ponerle ribetes precisos a su ideología socio-económica que no
estaba perfectamente definida; recalquemos sí, que no ha habido en esta
guerra de liberación un soldado comparable a Camilo. Revolucionario cabal,
hombre del pueblo, artífice de esta revolución que hizo la nación
cubana para sí, no podía pasar por su cabeza la más leve
sombra del cansancio o de la decepción. Camilo, el guerrillero, es objeto
permanente de evocación cotidiana, es el que hizo esto o aquello, «una
cosa de Camilo», el que puso su señal precisa e indeleble a la Revolución
cubana, el que está presente en los otros que no llegaron y en aquellos
que están por venir.
En su renuevo continuo e inmortal, Camilo es la
imagen del pueblo.
(Tomado de: Ernesto Che Guevara. Escritos
y discursos, tomo 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1972, páginas
27-29)
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