El contra-ataque II
Verde Olivo,
17 de julio de 1960
En uno de los números anteriores de nuestra
revista iniciamos un tema de importancia muy grande: el contra-ataque.
El contra-ataque proporciona a la defensa el dinamismo
que necesita para cumplir con éxito su doble misión: conservar
el terreno y desgastar al enemigo.
Al contemplar anteriormente el caso más
sencillo del contra-ataque o sea, aquel que brota espontáneamente en
las mismas trincheras ante las que acababa de estrellarse el asaltante, vimos
ya que en el combate defensivo no tiene aplicación el dicho de que «a
enemigo que huye, puente de plata». Por el contrario, en la guerra es necesario
explotar consecuentemente y con la máxima rapidez y energía todos
los éxitos, aun los más insignificantes, hasta convertirlos en
graves derrotas del adversario. Y así es tanto en la escala reducida
del combate como en el campo más amplio de la estrategia. Rasgo distintivo
del genio militar es saber convertir, mediante una persecución implacable,
la victoria táctica lograda en el campo de batalla, en un triunfo decisivo
para la suerte de la guerra en su conjunto.
Si examinamos ahora las razones del éxito
decisivo que para la causa de la Revolución tuvo la marcha victoriosa
de las columnas invasoras de Camilo y el Che por Camagüey y Las Villas,
¿no fue, acaso, resultado del acierto genial con que Fidel aprovechó
a fondo el fracaso de la ofensiva de los generales de Batista?
Estas razones determinantes del éxito militar
tienen, como decíamos al tratar del contra-ataque espontáneo,
aplicación eficaz también en el combate defensivo de las pequeñas
unidades con tal de que se proceda oportunamente y con toda energía.
Decíamos en nuestro «consejo» precedente
al tratar del contra-ataque, que sirve al defensor para coronar el éxito
de su esfuerzo: al rechazar al enemigo mantuvo su posición y le causó
muchas bajas; luego, al perseguir al atacante en su retirada, culminó
su obra aumentando el número de sus bajas. ¿Cómo? El atacante,
al ser rechazado, huye a ocultarse del fuego de la defensa. Pero el defensor,
victorioso, le persigue sin dejarle que se rehaga a cubierto de cualquier accidente
del terreno. Y le persigue con el fuego de su artillería, con el de sus
morteros y físicamente también, saliendo de las trincheras para
batirle con tiros de fusil y granadas de mano en el obstáculo que se
buscó para tratar de rehacerse. Todo esto es rápido, ocurre como
un reflejo condicionado por el buen entrenamiento en una tropa aguerrida.
Pero, ¿qué hacer si el atacante logró
apoderarse de la posición o de alguna de sus partes?
Hay que contra-atacar también para recuperar
lo perdido, pero este contra-ataque requiere el empleo de nuevas fuerzas y debe
ser preparado minuciosamente de antemano.
El jefe que defiende un sector debe prever con
tiempo lo que ha de hacer para recuperar las posiciones perdidas en las incidencias
del combate. Reserva a este fin una parte de sus fuerzas, bien provistas de
armas automáticas ligeras. Las sitúa debidamente con vistas a
su empleo más probable. Las entrena día y noche en el cumplimiento
de sus misiones previsibles. Deben ser fuerzas selectas y bien armadas, no se
requiere que sean demasiado numerosas, un contra-ataque de cien hombres bien
armados y audazmente dirigidos a las seis horas de perdida una posición,
es más eficaz y cuesta menos sangre que ese mismo contra-ataque realizado
por mil hombres dos días después.
Lo principal es la rapidez con que se prepara y
la energía con que se lance.
Para el éxito del contra-ataque tiene especial
importancia aprovechar las sombras de la noche. Esta gran verdad, demostrada
en la experiencia, resalta al contemplar la influencia de factor tan importante
como es el del terreno y preguntarse: ¿quién conoce mejor el terreno:
el atacante que acaba de conquistarlo y no ha tenido tiempo de hacerse de él,
o el defensor que sabe de memoria todos sus vericuetos?
No cabe duda alguna de que esta importantísima
ventaja (que bien aprovechada puede resultar decisiva) está de parte
del defensor, pero no por mucho tiempo, porque el atacante estudiará
rápidamente las nuevas posiciones conquistadas y se perderá pronto
aquella ventaja; no durará arriba de uno o dos días. En ese margen
de tiempo hay que lanzar el contra-ataque y lo mejor es en la noche siguiente
al día en que fueron perdidas las posiciones que se trata de recuperar
contra-atacando. Al caer la noche pierde el atacante la enorme ventaja que le
proporcionó el apoyo artillero, sus tanques quedan ciegos y en gran parte
inútiles, en lugar de proteger a la infantería atacante, necesitan
protección de ésta para no ser víctima de los bazookas
o de los granaderos enemigos; tampoco puede actuar eficazmente la aviación,
ya que esa primera noche resulta muy difícil precisar dónde están
unos y dónde están los otros, la línea del frente cambió
dibujando complicados entrantes y salientes que los Estados Mayores se afanan
febrilmente por situar en los planos, pero sólo podrán hacerlo
al cabo de varias horas, cuando amanezca. Antes, todo es confusión en
las primeras líneas y la infantería queda abandonada a sus propias
fuerzas.
Fuerzas harto débiles en aquellas horas
de la primera noche, ya que no ha tenido tiempo para trazar su plan de fuegos,
no ha podido establecer obstáculos protectores ni alambradas ni campos
de minas. Limítase, forzosamente, a aprovechar mal que bien las propias
trincheras que cavó la defensa, y esas trincheras no le sirven más
que de refugio hasta que puede adaptarlas a la nueva situación táctica
construyendo los correspondientes emplazamientos de fuego, en lo que estará
trabajando intensamente, pero todavía a ciegas, pues por detallados que
sean los planos topográficos, el reconocimiento visual del terreno que
se pisa es indispensable condición para montar eficazmente su defensa.
Antes de ocupar los emplazamientos señalados
en el plan de fuegos debidamente estudiado, las armas de la defensa ladran mucho
más que muerden en el combate nocturno y es fácil burlar sus tiros,
cuando se conoce bien el terreno. Esta ventaja formidable está íntegramente
al lado del que contra-ataca, con tal de que lo haga protegido por las sombras
de la primera noche. Veinticuatro horas después sería tarde, tropezaría
con alambradas y campos de minas, cuya presencia ignora, habría de atravesar
las barreras de fuego de los morteros y de las ametralladoras, encontraría
a un enemigo mucho mejor preparado para rechazarle.
La noche que sigue inmediatamente al día
del ataque, es el tiempo ideal para lanzar con éxito el contra-ataque.
Esta realidad debe ser muy bien considerada por el jefe que se defiende al estudiar
sus planes de defensa... Para lanzar el contra-ataque dispone de unas horas,
no más de seis o siete, en realidad. En ellas habrá de trasladar
a la reserva desde el emplazamiento que ocupa en el dispositivo de la defensa
hasta la base de partida para el contra-ataque.
En esas contadas horas habrá de desplegar
esas reservas en la base de partida, habrá de señalar los objetivos,
establecer la cooperación y el enlace, asegurar el necesario apoyo con
tiros de morteros y de artillería, tiros que necesitará tanto
en la realización del contra-ataque como después de efectuado
éste, cuando haya que defender, a la mañana siguiente, las posiciones
recuperadas contra los nuevos ataques del enemigo. Todo esto exige tiempo, pero
en gran parte puede haber sido preparado ya de antemano, para ganarlo ahora,
en el momento decisivo, cuando cada minuto tiene un valor enorme.
Por ejemplo: la marcha desde el lugar central que
ocupan las reservas hasta la base de partida del contraataque. Serán
mil o más metros, que cien hombres con sus armas pueden recorrer silenciosamente
y sin luces en poco más de diez minutos, si conocen bien el camino, pero
que si no lo conocen invierten en él su buena media hora o más
todavía, si por casualidad se despistan en la oscuridad. En la base de
partida tienen que desplegar silenciosamente esos hombres, cada pelotón
y cada escuadra habrán de ocupar su puesto en el dispositivo de ataque.
Y una vez en él habrán de comprender perfectamente la idea de
la maniobra, ver en la noche el objetivo que habrán de recuperar, el
itinerario que deberán seguir sin mezclarse unos con otros, sin perder
la orientación, sin confundir los objetivos, sin perder el contacto a
fin de apoyarse mutuamente.
Si el terreno es bien conocido, si esta operación,
tan sencilla de día, ha sido ensayada a la luz del sol, en las largas
jornadas de preparación de la defensa, antes de que «empezasen los tiros»,
entonces todo iría bien y requeriría poco tiempo, todo lo más
una hora u hora y media. Es decir, que antes de que hubiesen transcurrido dos
horas de la noche, el contra-ataque podría desencadenarse y, normalmente,
una hora después la posición estaría recuperada y destruida
o prisionera la tropa enemiga que la ocupaba.
Aún quedarían varias horas de la
noche para disponerse a hacer frente a los nuevos golpes del enemigo, que no
se harían esperar en cuanto despunte el nuevo día: disponer las
fuerzas para la defensa colocando las ametralladoras en los emplazamientos convenientes
(y esto lo podemos hacer sin esperar el alba, ya que conocemos perfectamente
el terreno recuperado) situando el resto de la fuerza en abrigos y refugios
a fin de eludir los efectos del intenso bombardeo enemigo en cuanto salga el
sol; estableciendo el enlace con las unidades vecinas; cuidando la comunicación
telefónica; abasteciendo de municiones; retirando los heridos, &c.,
&c.
No sobra ni un solo minuto, hay que trabajar con
rapidez para que el nuevo día nos encuentre bien preparados para rechazar
nuevos ataques aún más intensos. Porque los ataques reiterados
son siempre más intensos y, sin embargo, la historia de las guerras demuestra
que las posiciones recuperadas en los contra-ataques resultan luego más
sólidas (quizás sea efecto del factor moral) y con dificultad
vuelven a perderse. Acaso sea como esos huesos que no suelen nunca fracturarse
dos veces por un mismo sitio.
Y como no hemos agotado aún el tema del
contra-ataque, seguiremos hablando de él en nuevos números de
nuestra revista. La importancia del tema así lo exige.
(Tomado de Escritos y discursos, tomo 1,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1972
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