Guerra de guerrillas: un método
Cuba Socialista,
septiembre de 1963
La guerra de guerrillas ha sido utilizada
innumerables veces en la historia en condiciones diferentes y persiguiendo distintos
fines. últimamente ha sido usada en diversas guerras populares de liberación
donde la vanguardia del pueblo eligió el camino de la lucha armada irregular
contra enemigos de mayor potencial bélico. Asia, Africa y América
han sido escenario de estas acciones cuando se trataba de lograr, el poder en
la lucha contra la explotación feudal, neocolonial o colonial. En Europa
se la empleó como complemento de los ejércitos regulares propios
o aliados.
En América se ha recurrido a la guerra de
guerrillas en diversas oportunidades. Como antecedente mediato más cercano
puede anotarse la experiencia de Augusto César Sandino, luchando contra
las fuerzas expedicionarias yanquis en la Segovia nicaragüense. Y, recientemente,
la guerra revolucionaria de Cuba. A partir de entonces, en América se
han planteado los problemas de la guerra de guerrillas en las discusiones teóricas
de los partidos progresistas del continente y la posibilidad y conveniencia
de su utilización es materia de polémicas encontradas.
Estas notas tratarán de expresar nuestras
ideas sobre la guerra de guerrillas y cuál sería su utilización
correcta.
Ante todo hay que precisar que esta modalidad de
lucha es un método; un método para lograr un fin. Ese fin, indispensable,
ineludible para todo revolucionario, es la conquista del poder político.
Por tanto, en los análisis de las situaciones específicas de los
distintos países de América, debe emplearse el concepto de guerrilla
reducido a la simple categoría de método de lucha para lograr
aquel fin.
Casi inmediatamente surge la pregunta: ¿El método
de la guerra de guerrillas es la fórmula única para la toma del
poder en la América entera?; o ¿será, en todo caso, la forma predominante?;
o, simplemente, ¿será una fórmula más entre todas las usadas
para la lucha? y, en último extremo, se preguntan, ¿será aplicable
a otras realidades continentales el ejemplo de Cuba? Por el camino de la polémica,
suele criticarse a aquellos que quieren hacer la guerra de guerrillas, aduciendo
que se olvidan de la lucha de masas, casi como si fueran métodos contrapuestos.
Nosotros rechazamos el concepto que encierra esa posición; la guerra
de guerrillas es una guerra del pueblo, es una lucha de masas. Pretender realizar
este tipo de guerra sin el apoyo de la población, es el preludio de un
desastre inevitable. La guerrilla es la vanguardia combativa del pueblo, situada
en un lugar determinado de algún territorio dado, armada, dispuesta a
desarrollar una serie de acciones bélicas tendientes al único
fin estratégico posible: la toma del poder. Está apoyada por las
masas campesinas y obreras de la zona y de todo el territorio de que se trate.
Sin esas premisas no se puede admitir la guerra de guerrillas.
«En nuestra situación americana,
consideramos que tres aportaciones fundamentales hizo la Revolución cubana
a la mecánica de los movimientos revolucionarios en América; son
ellas: Primero: las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército.
Segundo: no siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para
la revolución; el foco insurreccional puede crearlas. Tercero: en la
América subdesarrollada, el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente
el campo.» (La guerra de guerrillas.)
Tales son las aportaciones para el desarrollo de
la lucha revolucionaria en América, y pueden aplicarse a
cualquiera de los países de nuestro Continente
en los cuales se vaya a desarrollar una guerra de guerrillas.
La Segunda Declaración de La Habana señala:
- En nuestros países se juntan las circunstancias
de una industria subdesarrollada con un régimen agrario de carácter
feudal. Es por eso que, con todo lo duras que son las condiciones de vida
de los obreros urbanos, la población rural vive aún en las más
horribles condiciones de opresión y explotación; pero es también,
salvo excepciones, el sector absolutamente mayoritario, en proporciones que
a veces sobrepasan el setenta por ciento de las poblaciones latinoamericanas.
- Descontando los terratenientes, que muchas veces
residen en las ciudades, el resto de esa gran masa libra su sustento trabajando
como peones en las haciendas por salarios misérrimos, o labran la tierra
en condiciones de explotación que nada tienen que envidiar a la Edad
Media. Estas circunstancias son las que determinan que en América Latina
la población pobre del campo constituya una tremenda fuerza revolucionaria
potencial.
- Los ejércitos, estructurados y equipados
para la guerra convencional, que son la fuerza en que se sustenta el poder
de las clases explotadoras, cuando tienen que enfrentarse a la lucha irregular
de los campesinos en el escenario natural de éstos, resultan absolutamente
impotentes; pierden diez hombres por cada combatiente revolucionario que cae,
y la desmoralización cunde rápidamente en ellos al tener que
enfrentarse a un enemigo invisible e invencible que no les ofrece ocasión
de lucir sus tácticas de academia y sus fanfarrias de guerra, de las
que tanto alarde hacen para reprimir a los obreros y a los estudiantes en
las unidades.
- La lucha inicial de reducidos núcleos combatientes
se nutre incesantemente de nuevas fuerzas, el movimiento de masas comienza
a desatarse, el viejo orden se resquebraja poco a poco en mil pedazos, y es
entonces el momento en que la clase obrera y las masas urbanas deciden la
batalla.
- ¿Qué es lo que desde el comienzo mismo
de la lucha de esos primeros núcleos los hace invencibles, independientemente
del número, el poder y los recursos de sus enemigos? El apoyo del pueblo,
y con ese apoyo de las masas contarán en grado cada vez mayor.
- Pero el campesino es una clase que, por el estado
de incultura en que lo mantienen y el aislamiento en que vive, necesita la
dirección revolucionaria y política de la clase obrera y los
intelectuales revolucionarios, sin la cual no podría por sí
sola lanzarse a la lucha y conquistar la victoria.
- En las actuales condiciones históricas
de América Latina, la burguesía nacional no puede encabezar
la lucha antifeudal y antiimperialista. La experiencia demuestra que en nuestras
naciones esa clase, aun cuando sus intereses son contradictorios con los del
imperialismo yanqui, ha sido incapaz de enfrentarse a éste, paralizada
por el miedo a la revolución social y asustada por el clamor de las
masas explotadas.
Completando el alcance de estas afirmaciones que
constituyen el nudo de la declaración revolucionaria de América,
la Segunda Declaración de La Habana expresa en otros párrafos
lo siguiente:
- Las condiciones subjetivas de cada país,
es decir, el factor conciencia, organización, dirección, puede
acelerar o retrasar la revolución, según su mayor o menor grado
de desarrollo; pero tarde o temprano en cada época histórica,
cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización
se logra, la dirección surge y la revolución se produce.
- Que ésta tenga lugar por cauces pacíficos
o nazca al mundo después de un parto doloroso, no depende de los revolucionarios;
depende de las fuerzas reaccionarias de la vieja sociedad, que se resisten
a dejar nacer la sociedad nueva, que es engendrada por las contradicciones
que lleva en su seno la vieja sociedad. La revolución es en la historia
como el médico que asiste al nacimiento de una nueva vida. No usa sin
necesidad los aparatos de fuerza, pero los usa sin vacilaciones cada vez que
sea necesario para ayudar al parto. Parto que trae a las masas esclavizadas
y explotadas la esperanza de una vida mejor.
- En muchos países de América Latina
la revolución es hoy inevitable. Ese hecho no lo determina la voluntad
de nadie. Está determinado por las espantosas condiciones de explotación
en que vive el hombre americano, el desarrollo de la conciencia revolucionaria
de las masas, la crisis mundial del imperialismo y el movimiento universal
de lucha de los pueblos subyugados.
Partiremos de estas bases para el análisis
de toda la cuestión guerrillera en América.
Establecimos que es un método de lucha para
obtener un fin. Lo que interesa, primero, es analizar el fin y ver si se puede
lograr la conquista del poder de otra manera que por la lucha armada, aquí
en América.
La lucha pacífica puede llevarse a cabo
mediante movimientos de masas y obligar - en situaciones especiales de crisis
- a ceder a los gobiernos, ocupando eventualmente el poder las fuerzas populares
que establecerían la dictadura proletaria. Correcto teóricamente.
Al analizar lo anterior en el panorama de América, tenemos que llegar
a las siguientes conclusiones: En este continente existen en general condiciones
objetivas que impulsan a las masas a acciones violentas contra los gobiernos
burgueses y terratenientes, existen crisis de poder en muchos otros países
y algunas condiciones subjetivas también. Claro está que, en los
países en que todas las condiciones estén dadas, sería
hasta criminal no actuar para la toma del poder. En aquellos otros en que esto
no ocurre es lícito que aparezcan distintas alternativas y que de la
discusión teórica surja la decisión aplicable a cada país.
Lo único que la historia no admite
es que los analistas y ejecutores de la política
del proletariado se equivoquen. Nadie puede solicitar el cargo de partido de
vanguardia como un diploma oficial dado por la universidad. Ser partido de vanguardia
es estar al frente de la clase obrera en la lucha por la toma del poder, saber
guiarla a su captura, conducirla por los atajos, incluso. Esa es la misión
de nuestros partidos revolucionarios y el análisis debe ser profundo
y exhaustivo para que no haya equivocación.
Hoy por hoy, se ve en América un estado
de equilibrio inestable entre la dictadura oligárquica y la presión
popular. La denominamos con la palabra oligárquica pretendiendo definir
la alianza reaccionaria entre las burguesías de cada país y sus
clases de terratenientes, con mayor o menor preponderancia de las estructuras
feudales. Estas dictaduras transcurren dentro de ciertos marcos de legalidad
que se adjudicaron ellas mismas para su mejor trabajo durante todo el período
irrestricto de dominación de clase, pero pasamos por una etapa en que
las presiones populares son muy fuertes; están llamando a las puertas
de la legalidad burguesa y ésta debe ser violada por sus propios autores
para detener el impulso de las masas. Sólo que las violaciones descaradas,
contrarias a toda legislación preestablecida - o la legislación
establecida a posteriori para santificar el hecho -, ponen en mayor tensión
a las fuerzas del pueblo. Por ello, la dictadura oligárquica trata de
utilizar los viejos ordenamientos legales para cambiar la constitucionalidad
y ahogar más al proletariado, sin que el choque sea frontal. No obstante,
aquí es donde se produce la contradicción. El pueblo ya no soporta
las antiguas y, menos aún, las nuevas medidas coercitivas establecidas
por la dictadura, y trata de romperlas. No debemos de olvidar nunca el carácter
clasista, autoritario y restrictivo del estado burgués. Lenin se refiere
a él así: «El estado es producto y manifestación del carácter
irreconciliable de las contradicciones de clases. El estado surge en el sitio,
en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente,
conciliarse. Y viceversa: la existencia del estado
demuestra que las contradicciones de clase son
irreconciliables.» (El estado y la revolución.)
Es decir, no debemos admitir que la palabra democracia,
utilizada en forma apologética para representar la dictadura de las clases
explotadoras, pierda su profundidad de concepto y adquiera el de ciertas libertades
más o menos óptimas dadas al ciudadano. Luchar solamente por conseguir
la restauración de cierta legalidad burguesa sin plantearse, en cambio,
el problema del poder revolucionario, es luchar por retornar a cierto orden
dictatorial preestablecido por las clases sociales dominantes: es, en todo caso,
luchar por el establecimiento de unos grilletes que tengan en su punta una bola
menos pesada para el presidiario.
En estas condiciones de conflicto, la oligarquía
rompe sus propios contratos, su propia apariencia de «democracia» y ataca al
pueblo, aunque siempre trate de utilizar los métodos de la superestructura
que ha formado para la opresión. Se vuelve a plantear en ese momento
el dilema: ¿Qué hacer? Nosotros contestamos: La violencia no es patrimonio
de los explotadores, la pueden usar los explotados y, más aún,
la deben usar en su momento. Martí decía: «Es criminal quien promueve
en un país la guerra que se le puede evitar; y quien deja de promover
la guerra inevitable.»
Lenin, por otra parte, expresaba: «La social-democracia
no ha mirado nunca ni mira la guerra desde un punto de vista sentimental. Condena
en absoluto la guerra como recurso feroz para dilucidar las diferencias entre
los hombres, pero sabe que las guerras son inevitables mientras la sociedad
esté dividida en clases, mientras exista la explotación del hombre
por el hombre. Y para acabar con esa explotación no podremos prescindir
de la guerra, que empieza siempre y en todos los sitios las mismas clases explotadoras,
dominantes y opresoras.» Esto lo decía en el año 1905; después,
en «El programa militar de la revolución proletaria», analizando profundamente
el carácter de la lucha de clases, afirmaba: «Quien admita la lucha de
clases no puede
menos que admitir las guerras civiles, que en toda
sociedad de clases representan la continuación, el desarrollo y el recrudecimiento
- naturales y en determinadas circunstancias inevitables - de la lucha de clases.
Todas las grandes revoluciones lo confirman. Negar las guerras civiles u olvidarlas
sería caer en un oportunismo extremo y renegar de la revolución
socialista.»
Es decir, no debemos temer a la violencia, la partera
de las sociedades nuevas; sólo que esa violencia debe desatarse exactamente
en el momento preciso en que los conductores del pueblo hayan encontrado las
circunstancias más favorables.
¿Cuáles serán éstas? Dependen,
en lo subjetivo, de dos factores que se complementan y que a su vez se van profundizando
en el transcurso de la lucha: la conciencia de la necesidad del cambio y la
certeza de la posibilidad de este cambio revolucionario; los que, unidos a las
condiciones objetivas - que son grandemente favorables en casi toda América
para el desarrollo de la lucha -, a la firmeza en la voluntad de lograrlo y
a las nuevas correlaciones de fuerzas en el mundo, condicionan un modo de actuar.
Por lejanos que estén los países
socialistas, siempre se hará sentir su influencia bienhechora sobre los
pueblos en lucha, y su ejemplo educador les dará más fuerza. Fidel
Castro decía el último 26 de julio: «Y el deber de los revolucionarios,
sobre todo en este instante, es saber percibir, saber captar los cambios de
correlación de fuerzas que han tenido lugar en el mundo, y comprender
que ese cambio facilita la lucha de los pueblos. El deber de los revolucionarios,
de los revolucionarios latinoamericanos, no está en esperar que el cambio
de correlación de fuerzas produzca el milagro de las revoluciones sociales
en América Latina, sino aprovechar cabalmente todo lo que favorece al
movimiento revolucionario ese cambio de correlación de fuerzas ¡y hacer
las revoluciones!»
Hay quienes dicen «admitamos la guerra revolucionaria
como el medio adecuado, en ciertos casos específicos, para llegar a la
toma del poder político; ¿de dónde sacamos los grandes conductores,
los Fidel Castro que nos lleven al triunfo?» Fidel Castro, como todo ser humano,
es un producto de la historia. Los jefes militares y políticos, que dirijan
las luchas insurreccionales en América, unidos, si fuera posible, en
una sola persona, aprenderán el arte de la guerra en el ejercicio de
la guerra misma. No hay oficio ni profesión que se pueda aprender solamente
en los libros de texto. La lucha, en este caso, es la gran maestra.
Claro que no será sencilla la tarea ni exenta
de graves amenazas en todo su transcurso.
Durante el desarrollo de la lucha armada aparecen
dos momentos de extremo peligro para el futuro de la revolución. El primero
de ellos surge en la etapa preparatoria y la forma en que se resuelva da la
medida de la decisión de lucha y claridad de fines que tengan las fuerzas
populares. Cuando el estado burgués avanza contra las posiciones del
pueblo, evidentemente tiene que producirse un proceso de defensa contra el enemigo
que, en ese momento de superioridad, ataca. Si ya se han desarrollado las condiciones
objetivas y subjetivas mínimas, la defensa debe ser armada, pero de tal
tipo que no se conviertan las fuerzas populares en meros receptores de los golpes
del enemigo; no dejar tampoco que el escenario de la defensa armada simplemente
se transforme en un refugio extremo de los perseguidos. La guerrilla, movimiento
defensivo del pueblo en un momento dado, lleva en sí, y constantemente
debe desarrollarla, su capacidad de ataque sobre el enemigo. Esta capacidad
es la que va determinando con el tiempo su carácter de catalizador de
las fuerzas populares. Vale decir, la guerrilla no es autodefensa pasiva, es
defensa con ataque y, desde el momento en que se plantea como tal, tiene como
perspectiva final la conquista del poder político.
Este momento es importante. En los procesos sociales
la diferencia entre violencia y no violencia no puede
medirse por las cantidades de tiros intercambiados;
responde a situaciones concretas y fluctuantes. Y hay que saber ver el instante
en que las fuerzas populares, conscientes de su debilidad relativa, pero al
mismo tiempo de su fuerza estratégica, deben obligar al enemigo a que
dé los pasos necesarios para que la situación no retroceda. Hay
que violentar el equilibrio dictadura oligárquica-presión popular.
La dictadura trata constantemente de ejercerse sin el uso aparatoso de la fuerza;
el obligar a presentarse sin disfraz, es decir, en su aspecto verdadero de dictadura
violenta de las clases reaccionarias, contribuirá a su desenmascaramiento,
lo que profundizará la lucha hasta extremos tales que ya no se pueda
regresar. De cómo cumplan su función las fuerzas del pueblo abocadas
a la tarea de obligar a definiciones a la dictadura -retroceder o desencadenar
la lucha -, depende el comienzo firme de una acción armada de largo alcance.
Sortear el otro momento peligroso depende del poder
del desarrollo ascendente que tengan las fuerzas populares. Marx recomendaba
siempre que una vez comenzado el proceso revolucionario, el proletariado tenía
que golpear y golpear sin descanso. Revolución que no se profundice constantemente
es revolución que regresa. Los combatientes, cansados, empiezan a perder
la fe y puede fructificar entonces alguna de las maniobras a que la burguesía
nos tiene tan acostumbrados. Estas pueden ser elecciones con la entrega del
poder a otro señor de voz más meliflua y cara más angelical
que el dictador de turno, o un golpe dado por los reaccionarios, encabezados,
en general, por el ejército y apoyándose, directa o indirectamente,
en las fuerzas progresistas. Caben otras, pero no es nuestra intención
analizar estratagemas tácticas.
Llamamos la atención principalmente sobre
la maniobra del golpe militar apuntada arriba. ¿Qué pueden dar los militares
a la verdadera democracia? ¿Qué lealtad se les puede pedir si son meros
instrumentos de dominación de las clases reaccionarias y de los monopolios
imperialistas y como casta, que vale en razón de las armas que posee,
aspiran solamente a mantener sus prerrogativas?
Cuando, en situaciones difíciles para los
opresores, conspiren los militares y derroquen a un dictador, de hecho vencido,
hay que suponer que lo hacen porque aquél no es capaz de preservar sus
prerrogativas de clase sin violencia extrema, cosa que, en general, no conviene
en los momentos actuales a los intereses de las oligarquías.
Esta afirmación no significa, de ningún
modo, que se deseche la utilización de los militares como luchadores
individuales, separados del medio social en que han actuado y, de hecho, rebelados
contra él. Y esta utilización debe hacerse en el marco de la dirección
revolucionaria a la que pertenecerán como luchadores y no como representantes
de una casta.
En tiempos ya lejanos, en el prefacio de la tercera
edición de La guerra civil en Francia, Engels decía: «Los
obreros, después de cada revolución, estaban armados; por eso,
el desarme de los obreros era el primer mandamiento de los burgueses que se
hallaban al frente del estado. De ahí que, después de cada revolución
ganada por los obreros, se llevara a cabo una nueva lucha que acababa con la
derrota de éstos...» (cita de Lenin, El estado y la revolución.)
Este juego de luchas continuas en que se logra
un cambio formal de cualquier tipo y se retrocede estratégicamente, se
ha repetido durante decenas de años en el mundo capitalista. Peor aún,
el engaño permanente al proletariado en este aspecto lleva más
de un siglo de producirse periódicamente.
Es peligroso también que, llevados por el
deseo de mantener durante algún tiempo condiciones más favorables
para la acción revolucionaria mediante el uso de ciertos aspectos de
la legalidad burguesa, los dirigentes de los partidos progresistas confundan
los términos, cosa que es muy común en el curso de la acción,
y se olviden del objetivo estratégico definitivo: la toma del poder.
Estos dos momentos difíciles de la revolución,
que hemos analizado someramente, se obvian cuando los partidos dirigentes marxistas-leninistas
son capaces de ver claro las implicaciones del momento y de movilizar las masas
al máximo, llevándolas por el camino justo de la resolución
de las contradicciones fundamentales.
En el desarrollo del tema hemos supuesto que eventualmente
se aceptará la idea de la lucha armada y también la fórmula
de la guerra de guerrillas como método de combate. ¿Por qué estimamos
que, en las condiciones actuales de América, la guerra de guerrillas
es la vía correcta? Hay argumentos fundamentales que, en nuestro concepto,
determinan la necesidad de la acción guerrillera en América como
eje central de la lucha.
Primero: aceptando como verdad que el enemigo luchará
por mantenerse en el poder, hay que pensar en la destrucción del ejército
opresor; para destruirlo hay que oponerle un ejército popular enfrente.
Ese ejército no nace espontáneamente, tiene que armarse en el
arsenal que brinda su enemigo, y esto condiciona una lucha dura y muy larga,
en la que las fuerzas populares y sus dirigentes estarían expuestos siempre
al ataque de fuerzas superiores sin adecuadas condiciones de defensa y maniobrabilidad.
En cambio, el núcleo guerrillero, asentado
en terrenos favorables a la lucha, garantiza la seguridad y permanencia del
mando revolucionario. Las fuerzas urbanas, dirigidas desde el estado mayor del
ejército del pueblo, pueden realizar acciones de incalculable importancia.
La eventual destrucción de estos grupos no haría morir el alma
de la revolución, su jefatura, que, desde la fortaleza rural, seguiría
catalizando el espíritu revolucionario de las masas y organizando nuevas
fuerzas para otras batallas.
Además, en esta zona comienza la estructuración
del futuro aparato estatal encargado de dirigir eficientemente la dictadura
de clase durante todo el período de transición. Cuanto más
larga sea la lucha, más grandes y complejos serán los problemas
administrativos y en su solución se entrenarán los cuadros para
la difícil tarea de la consolidación del poder y el desarrollo
económico, en una etapa futura.
Segundo: la situación general del campesinado
latinoamericano y el carácter cada vez más explosivo de su lucha
contra las estructuras feudales, en el marco de una situación social
de alianza entre explotadores locales y extranjeros.
Volviendo a la Segunda Declaración de La
Habana:
- Los pueblos de América se liberaron del
coloniaje español a principios del siglo posado, pero no se liberaron
de la explotación. Los terratenientes feudales asumieron la autoridad
de los gobernantes españoles, los indios continuaron en penosa servidumbre,
el hombre latinoamericano en una u otra forma siguió esclavo y las
mínimas esperanzas de los pueblos sucumben bajo el poder de las oligarquías
y la coyunda del capital extranjero. Esta ha sido la verdad de América,
con uno u otro matiz, con alguna que otra variante. Hoy América Latina
yace bajo un imperialismo mucho más feroz, mucho más poderoso
y más despiadado que el imperialismo colonial español.
- Y ante la realidad objetiva e históricamente
inexorable de la revolución latinoamericana, ¿cuál es la actitud
del imperialismo yanqui? Disponerse a librar una guerra colonial con los pueblos
de América Latina; crear el aparato de fuerza, los pretextos políticos
y los instrumentos pseudo legales suscritos con los representantes de las
oligarquías reaccionarias para reprimir a sangre y fuego la lucha de
los pueblos latinoamericanos.
Esta situación objetiva nos muestra la fuerza
que duerme, desaprovechada, en nuestros campesinos y la necesidad de utilizarla
para la liberación de América.
Tercero: el carácter continental de la lucha.
¿Podría concebirse esta nueva etapa de la
emancipación de América como el cotejo de dos fuerzas locales
luchando por el poder en un territorio dado? Difícilmente. La lucha será
a muerte entre todas las fuerzas populares y todas las fuerzas de represión.
Los párrafos arriba citados también lo predicen.
Los yanquis intervendrán por solidaridad
de intereses y porque la lucha en América es decisiva. De hecho, ya intervienen
en la preparación de las fuerzas represivas y la organización
de un aparato continental de lucha. Pero, de ahora en adelante, lo harán
con todas sus energías; castigarán a las fuerzas populares con
todas las armas de destrucción a su alcance; no dejarán consolidarse
al poder revolucionario y, si alguno llegara a hacerlo, volverán a atacar,
no lo reconocerán, tratarán de dividir las fuerzas revolucionarias,
introducirán saboteadores de todo tipo, crearán problemas fronterizos,
lanzarán a otros estados reaccionarios en su contra, intentarán
ahogar económicamente al nuevo estado, aniquilarlo, en una palabra.
Dado este panorama americano, se hace difícil
que la victoria se logre y consolide en un país aislado. A la unión
de las fuerzas represivas debe contestarse con la unión de las fuerzas
populares. En todos los países en que la opresión llegue a niveles
insostenibles, debe alzarse la bandera de la rebelión, y esta bandera
tendrá, por necesidad histórica, caracteres continentales. La
cordillera de los Andes está llamada a ser la Sierra Maestra de América,
como dijera Fidel, y todos los inmensos territorios que abarca este Continente
están llamados a ser escenarios de la lucha a muerte contra el poder
imperialista.
No podemos decir cuándo alcanzará
estas características continentales, ni cuánto tiempo durará
la lucha, pero podemos predecir su advenimiento y su triunfo, porque es resultado
de circunstancias históricas, económicas y políticas inevitables
y su rumbo no se puede torcer.
Iniciarla cuando las condiciones estén dadas,
independientemente de la situación de otros países, es la tarea
de la fuerza revolucionaria en cada país. El desarrollo de la lucha irá
condicionando la estrategia general; la predicción sobre el carácter
continental es fruto del análisis de las fuerzas de cada contendiente,
pero esto no excluye, ni mucho menos, el estallido independiente. Así
como la iniciación de la lucha en un punto de un país está
destinada a desarrollarla en todo su ámbito, la iniciación de
la guerra revolucionaria contribuye a desarrollar nuevas condiciones en los
países vecinos.
El desarrollo de las revoluciones se ha producido
normalmente por flujos y reflujos inversamente proporcionales; al flujo revolucionario
corresponde el reflujo contrarrevolucionario y, viceversa, en los momentos de
descenso revolucionario hay un ascenso contrarrevolucionario. En estos instantes,
la situación de las fuerzas populares se torna difícil y deben
recurrir a los mejores medios de defensa para sufrir los daños menores.
El enemigo es extremadamente fuerte, continental. Por ello no se pueden analizar
las debilidades relativas de las burguesías locales con vistas a tomar
decisiones de ámbitos restringidos. Menos podría pensarse en la
eventual alianza de estas oligarquías con el pueblo en armas. La Revolución
cubana ha dado el campanazo de alarma. La polarización de fuerzas llegará
a ser total: explotadores de un lado y explotados de otro; la masa de la pequeña
burguesía se inclinará a uno u otro bando, de acuerdo con sus
intereses y el acierto político con que se la trate; la neutralidad constituirá
una excepción. Así será la guerra revolucionaria.
Pensemos cómo podría comenzar un
foco guerrillero.
Núcleos relativamente pequeños de
personas eligen lugares favorables para la guerra de guerrillas, ya sea con
la intención de desatar un contraataque o para capear el vendaval, y
allí comienzan a actuar. Hay que establecer bien claro lo siguiente:
en el primer momento, la debilidad relativa de la guerrilla es tal que solamente
debe trabajar para fijarse al terreno, para ir conociendo el
medio, estableciendo conexiones con la población
y reforzando los lugares que eventualmente se convertirán en su base
de apoyo.
Hay tres condiciones de supervivencia de una guerrilla
que comience su desarrollo bajo las premisas expresadas aquí: movilidad
constante, vigilancia constante, desconfianza constante. Sin el uso adecuado
de estos tres elementos de la táctica militar, la guerrilla difícilmente
sobrevivirá. Hay que recordar que la heroicidad del guerrillero, en estos
momentos consiste en la amplitud del fin planteado y la enorme serie de sacrificios
que deberá realizar para cumplimentarlo.
Estos sacrificios no serán el combate diario,
la lucha cara a cara con el enemigo; adquirirán formas más sutiles
y más difíciles de resistir para el cuerpo y la mente del individuo
que está en la guerrilla.
Serán quizás castigados duramente
por los ejércitos enemigos; divididos en grupos, a veces; martirizados
los que cayeren prisioneros; perseguidos como animales acosados en las zonas
que hayan elegido para actuar; con la inquietud constante de tener enemigos
sobre los pasos de la guerrilla; con la desconfianza constante frente a todo,
ya que los campesinos atemorizados los entregarán, en algunos casos,
para quitarse de encima, con la desaparición del pretexto, a las tropas
represivas; sin otra alternativa que la muerte o la victoria, en momentos en
que la muerte es un concepto mil veces presente y la victoria el mito que sólo
un revolucionario puede soñar.
Esa es la heroicidad de la guerrilla, por eso se
dice que caminar también es una forma de combatir, que rehuir el combate
en un momento dado no es sino una forma de combatir. El planteamiento es, frente
a la superioridad general del enemigo, encontrar la forma táctica de
lograr una superioridad relativa en un punto elegido, ya sea poder concentrar
más efectivos que éste, ya asegurar ventajas en el aprovechamiento
del terreno que vuelque la correlación de fuerzas. En estas condiciones
se asegura la victoria táctica; si no está clara la superioridad
relativa, es preferible no actuar. No se debe dar combate que no produzca una
victoria, mientras se pueda elegir el «cómo» y el «cuándo».
En el marco de la gran acción político-militar,
del cual es un elemento, la guerrilla irá creciendo y consolidándose;
se irán formando entonces las bases de apoyo, elemento fundamental para
que el ejército guerrillero pueda prosperar. Estas bases de apoyo son
puntos en los cuales el ejército enemigo sólo puede penetrar a
costa de grandes pérdidas; bastiones de la revolución, refugio
y resorte de la guerrilla para incursiones cada vez más lejanas y atrevidas.
A este momento se llega si se han superado simultáneamente
las dificultades de orden táctico y político. Los guerrilleros
no pueden olvidar nunca su función de vanguardia del pueblo, el mandato
que encarnan, y por tanto, deben crear las condiciones políticas necesarias
para el establecimiento del poder revolucionario basado en el apoyo total de
las masas. Las grandes reivindicaciones del campesinado deben ser satisfechas
en la medida y forma que las circunstancias aconsejen, haciendo de toda la población
un conglomerado compacto y decidido.
Si difícil será la situación
militar de los primeros momentos, no menos delicada será la política;
y si un solo error militar puede liquidar la guerrilla, un error político
puede frenar su desarrollo durante grandes períodos.
Político-militar es la lucha, así
hay que desarrollarla y, por lo tanto, entenderla.
La guerrilla, en su proceso de crecimiento, llega
a un instante en que su capacidad de acción cubre una determinada región
para cuyas medidas sobran hombres y hay demasiada concentración en la
zona. Allí comienza el efecto de colmena, en el cual uno de los jefes,
guerrillero distinguido, salta a otra región y va repitiendo la cadena
de desarrollo de la guerra de guerrillas, sujeto, eso sí, a un mando
central.
Ahora bien, es preciso apuntar que no se puede
aspirar a la victoria sin la formación de un ejército popular.
Las fuerzas guerrilleras podrán extenderse hasta determinada magnitud;
las fuerzas populares, en las ciudades y en otras zonas permeables del enemigo,
podrán causarle estragos, pero el potencial militar de la reacción
todavía estaría intacto. Hay que tener siempre presente que el
resultado final debe ser el aniquilamiento del adversario. Para ello, todas
estas zonas nuevas que se crean más las zonas de perforación del
enemigo detrás de sus líneas, más las fuerzas que operan
en las ciudades principales, deben tener una relación de dependencia
en el mando. No se podrá pretender que exista la cerrada ordenación
jerárquica que caracteriza a un ejército, pero sí una ordenación
estratégica. Dentro de determinadas condiciones de libertad de acción,
las guerrillas deben de cumplir todas las órdenes estratégicas
del mando central, instalado en algunas de las zonas, la más segura,
la más fuerte, preparando las condiciones para la unión de las
fuerzas en un momento dado. ¿Habrá otras posibilidades menos cruentas?
La guerra de guerrillas o guerra de liberación
tendrá en general tres momentos: el primero, de la defensiva estratégica,
donde la pequeña fuerza que huye muerde al enemigo; no está refugiada
para hacer una defensa pasiva en un círculo pequeño, sino que
su defensa consiste en los ataques limitados que puede realizar. Pasado esto,
se llega a un punto de equilibrio en que se estabilizan las posibilidades de
acción del enemigo y de la guerrilla y, luego, el momento final de desbordamiento
del ejército represivo que llevará a la toma de las grandes ciudades,
a los grandes encuentros decisivos, al aniquilamiento total del adversario.
Después de logrado el punto de equilibrio,
donde ambas fuerzas se respetan entre sí, al seguir su desarrollo, la
guerra de guerrillas adquiere características nuevas.
Empieza a introducirse el concepto de la maniobra;
columnas grandes que atacan puntos fuertes; guerra de movimientos con traslación
de fuerzas y medios de ataque de relativa potencia. Pero, debido a la capacidad
de la resistencia y contraataque que todavía conserva el enemigo, esta
guerra de maniobra no sustituye definitivamente a las guerrillas; es solamente
una forma de actuar de las mismas, una magnitud superior de las fuerzas guerrilleras,
hasta que, por fin, cristaliza en un ejército popular con cuerpos de
ejércitos. Aún en este instante, marchando delante de las acciones
de las fuerzas principales, irán las guerrillas en su estado de «pureza»,
liquidando las comunicaciones, saboteando todo el aparato defensivo del enemigo.
Habíamos predicho que la guerra sería
continental. Esto significa también que será prolongada; habrá
muchos frentes, costará mucha sangre, innúmerables vidas durante
largo tiempo. Pero, algo más, los fenómenos de polarización
de fuerzas que están ocurriendo en América, la clara división
entre explotadores y explotados que existirá en las guerras revolucionarias
futuras, significan que, al producirse la toma del poder por la vanguardia armada
del pueblo, el país, o los países, que lo consigan, habrán
liquidado simultáneamente, en el opresor, a los imperialistas y a los
explotadores nacionales. Habrá cristalizado la primera etapa de la revolución
socialista; estarán listos los pueblos para restañar sus heridas
e iniciar la construcción del socialismo.
¿Habrá otras posibilidades menos cruentas?
Hace tiempo que se realizó el último
reparto del mundo en el cual a los Estados Unidos le tocó la parte del
león de nuestro Continente; hoy se están desarrollando nuevamente
los imperialistas del viejo mundo y la pujanza del mercado común europeo
atemoriza a los mismos norteamericanos. Todo esto podría hacer pensar
que existiera la posibilidad de asistir como espectadores a la pugna interimperialista
para luego lograr avances, quizás en alianza con las burguesías
nacionales más fuertes. Sin contar con que la política pasiva
nunca trae buenos resultados en la lucha de clases y las alianzas con la burguesía,
por revolucionaria que ésta luzca en un momento dado, sólo tiene
carácter transitorio, hay razones de tiempo que inducen a tomar otro
partido. La agudización de la contradicción fundamental luce ser
tan rápida en América que molesta el «normal» desarrollo de las
contradicciones del campo imperialista en su lucha por los mercados.
Las burguesías nacionales se han unido al
imperialismo norteamericano, en su gran mayoría, y deben correr la misma
suerte que éste en cada país. Aun en los casos en que se producen
pactos o coincidencias de contradicciones entre la burguesía nacional
y otros imperialismos con el norteamericano, esto sucede en el marco de una
lucha fundamental que englobará necesariamente, en el curso de su desarrollo,
a todos los explotados y a todos los explotadores. La polarización
de fuerzas antagónicas de adversarios de clases, es hasta ahora, más
veloz que el desarrollo de las contradicciones entre explotadores por el reparto
del botín. Los campos son dos: la alternativa se vuelve más clara
para cada quien individual y para cada capa especial de la población.
La Alianza para el Progreso es un intento de refrenar
lo irrefrenable.
Pero si el avance del mercado común europeo
o cualquier otro grupo imperialista sobre los mercados americanos, fuera más
veloz que el desarrollo de la contradicción fundamental, sólo
restaría introducir las fuerzas populares como cuña, en la brecha
abierta, conduciendo éstas toda la lucha y utilizando a los nuevos intrusos
con clara conciencia de cuáles son sus intenciones finales.
No se debe entregar ni una posición, ni
un arma, ni un secreto al enemigo de clase, so pena de perderlo todo.
De hecho, la eclosión de la lucha americana
se ha producido. ¿Estará su vórtice en Venezuela, Guatemala, Colombia,
Perú, Ecuador...? ¿Serán estas escaramuzas actuales sólo
manifestaciones de una inquietud que no
ha fructificado? No importa cuál sea el
resultado de las luchas de hoy. No importa, para el resultado final, que uno
u otro movimiento sea transitoriamente derrotado. Lo definitivo es la decisión
de lucha que madura día a día; la conciencia de la necesidad del
cambio revolucionario, la certeza de su posibilidad.
Es una predicción. La hacemos con el convencimiento
de que la historia nos dará la razón. El análisis de los
factores objetivos y subjetivos de América y del mundo imperialista,
nos indica la certeza de estas aseveraciones basadas en la Segunda Declaración
de La Habana.
Cuba Socialista, septiembre de 1963
Tomado de Escritos y discursos,
tomo 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1972
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