Discurso en la inauguración
de la Fábrica de Bujías
de Sagua la Grande
17 de mayo de 1964

Compañeros todos:
Hoy, al cumplirse el quinto aniversario de la promulgación de la Ley de Reforma Agraria (aplausos), con la cual comenzó realmente la primera batalla por la liberación económica del pueblo de Cuba, y al mismo tiempo se estableció la primera confrontación con el imperialismo norteamericano, venimos a esta ciudad de Sagua a inaugurar una fábrica más. éste es otro de los tantos centros de producción que el Gobierno trata de realizar en todo el país para beneficio del pueblo, para dar trabajo a su pueblo y para darle también nuevos productos de consumo.
Desde el momento en que esta fábrica fue concebida, hasta hoy que se inaugura, han pasado cuatro años, y de ellos más o menos dos años de construcción y montaje; es decir, la construcción industrial. Crear la base industrial de un país es algo lento, es algo que no se puede hacer en un día, que demanda muchos estudios, enormes esfuerzos y una capacidad técnica grande.
Nosotros iniciamos nuestro esfuerzo en la medida de nuestras posibilidades, de nuestras capacidades de aquel momento. Y realmente hubiéramos podido hacer muy poco, mucho menos de lo que hoy hemos hecho, que todavía es poco, si no hubiéramos contado con el apoyo -desde el primer momento- de todos los países del bloque socialista. (Aplausos.).
Esta fábrica que hoy se inaugura, como todos ustedes saben, ha sido construida con la ayuda técnica y material de la República Socialista de Checoslovaquia (aplausos), cuyos técnicos trabajaron incansablemente en la dirección del montaje, en la orientación de nuestros técnicos, muchos de los cuales se capacitaron también en Checoslovaquia. Es una prueba más del internacionalismo proletario, una prueba más de cómo las nuevas relaciones establecidas entre países que han eliminado la explotación del hombre por el hombre pueden permitirnos alcanzar mejores niveles de vida, una vida más humana para todos nosotros.
Esta fábrica no es grande; es una fábrica mecánica, muy técnica, muy precisa, que contribuye a solucionar un problema específico de nuestro país: la falta de bujías de encendido, indispensables para todos los motores de presión. En ellos nuestros obreros irán adquiriendo primero la maestría suficiente para dominar en todos sus aspectos la producción, y se aumentará luego su cantidad hasta llegar al número de 188, con la ocupación máxima de la fábrica.
Como decíamos en algunas oportunidades anteriores en que fueron inauguradas otras fábricas, nuestro Gobierno está buscando ahora el lograr fábricas de alta técnica, fábricas que no empleen muchos obreros, pero sí que produzcan mucho y, sobre todo, bueno. Tenemos que alcanzar una técnica que nos permita una eficiencia que esté pareja con la eficiencia del mundo, en momentos en que la revolución técnica se establece en nuestra patria, y profundos cambios en la técnica se producen en todo el mundo. Por eso, nosotros tenemos que estar también a la cabeza.
Esta fábrica moderna, además, como ustedes ven, bonita; además -ustedes no lo pueden ver, sino los que llegaron primero- tenía un jardín muy bonito que está debajo de las «plantas» de ustedes, y que habrá que reconstruir completamente (aplausos); ha sido hecha, si no naturalmente con toda la eficiencia necesaria, con todo nuestro amor, para darles a los obreros un centro de trabajo donde todo invite a trabajar y a defenderlo, donde el trabajo sea cada vez más una agradable necesidad, un deber social que se cumple con alegría.
Nunca más que en estos días necesitamos esto. Ustedes saben que nuestra Patria, nuestra Revolución, una vez más está amenazada, o una vez más está públicamente amenazada, digamos, porque amenazada ha estado siempre: cuando los imperialistas hablaban ha estado amenazada públicamente, y cuando los imperialistas callaban ha estado amenazada de todas maneras, porque su intención es destruir la Revolución. Y muchas veces lo hemos dicho: ¡es una lucha a muerte!
Podría parecer pedante, absurdo, que se planteara una lucha a muerte entre la pequeña Cuba y los gigantescos Estados Unidos de Norteamérica. Pero es que no es una lucha entre un país u otro país; es una lucha entre dos ideología y dos modos de pensar diametralmente opuestos. La lucha entre aquellos que quieren vivir de la explotación, discriminando a los hombres por el color de su piel, por su religión, por el dinero que puedan tener, y la lucha de aquellos que tratan de que todos los hombres sean iguales, de que todas las oportunidades sean las mismas, y, además, que luchan porque todos los pueblos del mundo -incluido también el pueblo norteamericano- sean libres.
Por eso esa lucha adquiere caracteres mundiales, y es absolutamente a muerte. No puede acabar sino cuando uno de los dos sistemas en pugna sea liquidado. Y como la historia no marcha hacia atrás, y como el capitalismo ya está entrando en las brumas del pasado, no puede acabar esta lucha sino cuando el imperialismo sea destruido (aplausos); y nuestra misión es poner nuestro granito de arena para que sea destruido. Oponer una resistencia firme, la resistencia de un pueblo en armas, convencido de su fuerza, convencido de su razón y de sus ideales, a toda la prepotencia del armamento yanqui, a todas sus provocaciones, a todos sus sabotajes, a toda su labor de difusión, de penetración ideológica, a través de sus radios; de campaña de miedo, a través de todas sus amenazas. A todo eso hay que oponerle nuestra fe, hay que oponerle nuestra capacidad de lucha y de trabajo.
En estos días el imperialismo ha hablado y ha actuado. Habló, a través de sus voceros en los Estados Unidos y a través de sus pequeños voceros en los Estados Unidos y a través de sus pequeños voceros, los traidores que abandonaron un día nuestra Patria, los gusanos miserables que llegaron otro día. (Gritos.) -¿Se acuerdan?-, esos gusanos que otro día llegaron a Playa Girón y que, a los pocos días de haber desembarcado, eran todos marineros, enfermeros, cocineros. (Gritos.) A través de uno de esos cocineros, que fue apresado y liberado por el Gobierno Revolucionario, están volviendo a hablar los estados Unidos.
Atacaron con lanchas de la Marina norteamericana, artilladas, armadas, a lo mejor dirigidas por la Marina norteamericana, un pequeño puerto no defendido, de nuestra costa sur. Y entonces hablan de que las guerrillas del «heroico» Artime bajaron de la Sierra Maestra, tomaron el central, y entonces hicieron una serie de «heroicidades».
Están prometiendo nuevos hechos y, evidentemente, algunos podrán hacerlos. No por su fuerza y su decisión -porque su fuerza y su decisión las conocemos ya desde Playa Girón-; pueden hacerlo porque detrás están los estados Unidos y porque, además, los Estados Unidos no los van a dejar que hablen solamente. Aunque no quieran, aunque sea a empujones, a algunos van a mandar para aquí. (Gritos.) Y claro, después que estén aquí, sabiendo lo que les espera de este lado, pues algo podrán hacer y tratarán de hacer. Eso nosotros sabemos muy bien cómo arreglarlo.
También puede ser que los norteamericanos estén maquinando más cosas, porque su capacidad de idear maldades es bastante grande, como todos podemos saber. Siguen mandando explosivos, siguen enviando sus infiltrados a nuestras costas, saboteadores, hombres que a través de distintas sectas religiosas tratan de sembrar la confusión, el miedo; esa forma sutilísima de hacer contrarrevolución; ese revolucionario «convencido» que les habla a ustedes, pero les dice: «porque los americanos son tan fuertes, ¡imagínense!, nos pueden destruir, esos desgraciados nos pueden destruir», y empieza a sembrar su pequeña cizaña. Cuídense del que siembra miedo también, porque o es un contrarrevolucionario, u objetivamente hace contrarrevolución. ¡Y nosotros no debemos tener miedo! (Aplausos.)
¡Estamos de cara a la historia y, sencillamente, no podemos tener miedo! Tenemos que mantener el mismo entusiasmo y la misma fe que hemos mantenido hasta hoy; construir nuestras fábricas con la mano izquierda y empuñar el fusil con la mano derecha y aplastar los gusanos con los dos tacones. (Aplausos.) Esa debe ser nuestra actitud y nuestra actividad.
Ellos, con todos estos ataques y amenazas, buscan, por ejemplo, destruir nuestra fuente fundamental de divisas: el azúcar. Queman un almacén, amenazan en ese aspecto tan importante de nuestra economía, tratan de que nuestras fuerzas se aparten de la preocupación por el corte de caña -que debe ser una preocupación general del pueblo en estos momentos- para que no se produzca azúcar, buscan desesperadamente debilitarnos en todos los frentes. Y después pensarán, seguramente, dar lo que ellos consideran el golpe final.
Nosotros tenemos que estar dispuestos a rechazar todos estos golpes: los primeros y lo que ellos piensan que es el final. ¡La victoria, seguro -lo podemos decir sin jactancia ninguna-, seguro será nuestra! (Aplausos.)
¡Que vengan con lo que vengan, que tiren con lo que tiren! Cuando hay un pueblo entero en armas, no hay imperialismo que pueda hacer nada. (Aplausos y gritos de «Bravo».) Cuando cada ciudad, cada pueblo, cada pequeño caserío, cada pedazo de terreno, está defendido por un hombre convencido de sus ideales -un hombre o una mujer, porque en nuestro país todo el mundo pelea-; cuando el invasor vea que de todos lados, que aún de la retaguardia, del pedazo de tierra que hubiera podido conquistar, surgen los combatientes que lo matan, y una y otra vez; cuando de todos lados surjan, hasta que pareciera que de dentro de la tierra salieran los combatientes, entonces los imperialistas están muertos. Así ha sucedido siempre, y así sucederá una vez más si ellos se animan a mandar cualquier grupo de cualquier tipo. (Aplausos.) Los esperamos a todos, a los que quieran venir; pero naturalmente, que el triunfo es algo que cuesta. No puede triunfarse solamente con palabras, porque si no quizás ya Artime o alguna de esa gente hubiera triunfado. ¡Hay que triunfar con hechos! Por eso hay que prepararse para los hechos.
En este momento la lucha fundamental es la lucha por mantener nuestra economía, la lucha por mantener la zafra, la lucha por vigilar todos nuestros almacenes de azúcar; que nuestros centrales cumplan su plan de molienda. Después viene la lucha por la agricultura: que se cumplan los planes, que se cumplan las metas de limpia de caña, que se cumplan los planes industriales, y entonces ya habremos ganado otra batalla, que no será la última, porque el año que viene a lo mejor volverán a hacer lo mismo ¡pero habremos ganado otra batalla, se habrá consolidado más todavía la Revolución!
Si llegan a hacer acciones de otro tipo, todos ustedes ya saben -cada uno- donde tienen que ir y cómo tienen que actuar. Debemos estar dispuestos para una u otra cosa.
Hoy, pues, es suficiente. Todos ustedes estos temas los conocen bien. Vamos a pasar, después de un paréntesis artístico, una serie de números que tienen preparados los compañeros, vamos a pasar en orden a ver la fábrica, a ver esta fábrica que es nuestra, que es de ustedes, de todo el pueblo de Sagua aquí (aplausos); que la tienen que vigilar. Acuérdense que hay que vigilarla, vigilarla no solamente para que no le vayan a hacer algo, un sabotaje o algo, vigilarla con la crítica, vigilarla como está, que los compañeros tengan cuidado en mantener limpia la fábrica, en buen estado la maquinaria; que pronto, además, ustedes mismos, con un poco de trabajo voluntario, reacondicionen el jardín que existía, para que sea una fábrica modelo. (Aplausos.) Que la calidad de la producción sea inmejorable. Acuérdense que no podemos nosotros aspirar a construir el socialismo sin una producción en cantidad, en calidad adecuada a nuestro pueblo. Que el espíritu de trabajo de la fábrica sea inmejorable, que los compañeros que vayan a trabajar aquí se propongan hacer esta fábrica de vanguardia, aún cuando tienen que luchar con muchos compañeros de distintos centros de trabajo que se han propuesto lo mismo, para impulsar a todos los niveles el trabajo.
Antes de pasar al interior de la fábrica -es decir, después del acto artístico-, quería decirles algo que ustedes conocen y conocen mejor que yo todos los habitantes de aquí; recordarles que esta fábrica, por voluntad de sus obreros, lleva el nombre de uno de los jóvenes compañeros que cayó en aquellos días de la Huelga del 9 de Abril, Neftalí Martínez. (Aplausos.)
Decimos hoy a sus padres, aquí presentes, que naturalmente no hay nada que pueda reemplazar a un hijo perdido, pero que si algo puede servir de consuelo a esa pérdida personal irreparable para los padres es el sentimiento de que la Revolución, de que toda la colectividad reconoce el heroísmo de aquellos que un día sacrificaron su vida sin pedir nada, sin exigir nada, sin ninguna otra ambición que el bienestar de sus semejantes, y que cayeran asesinados por las balas de la dictadura en momentos oscuros para nuestra Patria. Y éste es el pequeño homenaje y pequeño consuelo que podemos dar a sus padres: el homenaje a la memoria de uno de los tantos miles y miles de héroes que caen y que caerán todavía por asegurar la libertad del mundo.
Antes de entrar a la fábrica desvelaremos un busto del compañero Neftalí Martínez.
Eso era todo lo que tenía que decirles. (Aplausos.) Y, naturalmente, recordarles una vez más que esta fábrica es el producto de la cooperación estrecha de los países que han eliminado la explotación del hombre por el hombre, y en este caso específico de la República Socialista de Checoslovaquia. (Aplausos y gritos de: «Guevara, seguro, a los yanquis dales duro.»)
Yo les voy a dar con todo lo que tengo, pero yo tengo muy poco. La fuerza nuestra no está en nosotros, está en ustedes. Así somos todos los que tenemos que darles. (Aplausos.)
Compañeros, al acabar quisiera pedirles que todos gritemos: ¡que viva la República Socialista de Checoslovaquia! (Gritos de: «Viva»); ¡que viva el internacionalismo proletario! (Gritos de: «Viva»)
¡Patria o Muerte!, ¡Venceremos! (Ovación.)
Comisión para perpetuar la memora del comandante Ernesto Guevara

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