Cuba, su economía, su comercio
exterior,
su significado en el mundo actual
Diciembre de 1964
Muy difícil es, para un político revolucionario, escribir en una
revista de este tipo, defendiendo los puntos de vista que han normado su conducta
y analizando fríamente las causas de la situación actual del mundo,
que influyen sobre la nuestra propia, sin caer en afirmaciones chocantes, dadas
las diametrales diferencias de opinión que nos separan. Trataré
de hacerlo. En todo caso, pido perdón anticipado por no saber decir lo
que digo; nunca por pensarlo.
La paz de París de 1898 y la enmienda Platt de 1901 son los signos bajo
los que nace la nueva república. En la primera, dos potencias saldan sus
cuentas de guerra y España se retira de Cuba dando lugar a la intervención
norteamericana; los cubanos observan desde la isla asolada por años de
cruenta lucha sin participar en las negociaciones. La segunda, establece el derecho
de los Estados Unidos a intervenir en Cuba cada vez que sus intereses lo demanden.
En mayo de 1902 la opresión político-militar se retira formalmente
pero el poder monopólico queda. Cuba es colonia económica de los
norteamericanos y ésta será su principal característica durante
medio siglo.
Es un país arrasado, los imperialistas encuentran un fenómeno interesante:
la industria azucarera en plena expansión capitalista.
A pesar de que la caña se conoce en Cuba desde el siglo XVI, habiendo sido
introducida pocos años después del descubrimiento de América,
el sistema esclavista de explotación mantuvo su cultivo a niveles poco
mayores que los de subsistencia. Es a partir de las innovaciones tecnológicas
que hacen del ingenio una fábrica, de la introducción del ferrocarril
y de la abolición de la esclavitud, que la producción azucarera
crece a ritmos elevados, ritmos que se vuelven vertiginosos bajo los auspicios
yanquis.
Las ventajas naturales para este cultivo están a la vista de todos pero,
sumado a todas estas ventajas y con carácter predominante, está
el hecho de que Cuba fue desarrollada como la factoría azucarera de los
Estados Unidos.
Los bancos y capitalistas norteamericanos controlaron bien pronto la comercialización
del producto y, además, una buena parte de la producción industrial
y de la tierra. De esta manera, el dominio monopólico se establecía
sobre todos los aspectos de la producción azucarera que, a su vez, por
las características de monoproductora que rápidamente alcanzara
Cuba, se convertía en factor predominante de su comercio exterior.
Este es un segundo carácter definitorio de la época; Cuba es el
país productor y exportador de azúcar por excelencia y, si no se
desarrolló más aún en este sentido, fue porque las contradicciones
capitalistas ponían su límite a la expansión continua de
la producción azucarera cubana por más que ésta dependiera,
en medida fundamental, de capitales norteamericanos.
El Gobierno norteamericano utilizó el régimen de cuotas, no solamente
como una protección a la industria azucarera, impuesta por los propios
productores internos, sino además como un sistema que permitiera la introducción
irrestricta de las manufacturas norteamericanas en nuestro país. Los tratados
preferenciales de principios de siglo dieron a los productos norteamericanos una
ventaja en el arancel del 20% sobre la nación más favorecida, cualquier
otra con la cual Cuba concertara convenios. En las condiciones de competencia
descritas y considerando la cercanía geográfica que daba ventajas
en el transporte, se hacía casi imposible para cualquier extranjero competir
con productos norteamericanos manufacturados.
El sistema de cuotas significó un estancamiento de la producción
azucarera; en los últimos años la plenitud de la capacidad productora
cubana era utilizada en raras ocasiones. Este sistema contemplaba el trato preferencial
del azúcar cubano, lo que hacía que no hubiera cultivo que pudiera
competir con la caña en cuanto a efectividad económica. Por ello,
las dos fundamentales ocupaciones de nuestro agro fueron, ésta que estamos
describiendo, y la cría extensiva de ganado de baja calidad en potreros
de pastos naturales que servían también de área de reserva
a los cañeros.
El desempleo se instala como mal endémico de la Isla y, bajo su influjo,
los campos son abandonados y cambia la composición demográfica,
buscando los campesinos el amparo de las ciudades. Pero la industria no se desarrolla
tampoco. Sólo lo hacen algunas empresas de servicios y todas bajo el patrocinio
yanqui (transporte, comunicaciones, energía eléctrica).
La falta de industrias y la gran efectividad económica del azúcar
condicionaron el desarrollo de un comercio exterior muy grande con todas las características
coloniales: productos primarios hacia la metrópoli, productos manufacturados
hacia la colonia. El imperio español había hecho lo mismo pero con
menos habilidad.
Los otros productos exportables eran de las mismas características que
el azúcar aunque su proporción no pasaba del 20% en el total: tabaco,
principalmente en rama, café, sólo ocasionalmente dada la pequeña
producción; cobre y manganeso sin elaborar, níquel semielaborado,
algo más tarde.
Queda configurado el cuadro de la economía cubana. País monoproductor
(de azúcar), con un mercado de exportación e importación
determinante (Estados Unidos) y una gran dependencia del comercio exterior para
toda su vida económica.
La burguesía importadora se desarrollaba al influjo de este estado de cosas
y constituía una de las más grandes barreras opuestas a la industrialización
del país. Solo en años posteriores esta misma burguesía se
aliaba a los intereses manufactureros norteamericanos, creando industrias que
utilizaban equipo, materias primas y tecnología norteamericanas y fuerza
de trabajo autóctona, barata. Las ganancias volvían a la patria
de los monopolios; en un caso a las compañías madres, en otro a
los bancos norteamericanos, donde los capitalistas criollos tenían más
seguras sus ganancias.
Este desarrollo distorsionado mantenía, junto a un gran desempleo y, por
ende, una gran pobreza, grandes capas parasitarias y fomentaba la división
de la clase proletaria mediante el auge de la aristocracia obrera constituida
por los trabajadores de las empresas imperialistas cuyos salarios eran muy superiores
a los del obrero que vendía su fuerza de trabajo a los pequeños
capitalistas nacionales e infinitamente mayores que los ingresos de los semiocupados
o desocupados totales.
El «modo de vida americano» se introducía en nuestra sociedad, indefensa
ante la penetración de los monopolios, y las importaciones suntuarias ocupaban
un gran porcentaje de nuestro comercio mientras el mercado azucarero se estancaba
y, con él, la posibilidad de adquirir las preciosas divisas. Nuestra balanza
de pagos se hacía cada año más deficitaria consumiendo las
reservas atesoradas durante la segunda guerra mundial.
Con excepción de los años 1950 y 1957, en que los precios azucareros
sufrieron saltos temporales por las situaciones bélicas creadas en Corea
y en el Cercano Oriente, la relación de intercambio mostró una merma
constante en la década posterior a 1948. (Triste destino el nuestro; sólo
la guerra daba bienestar relativo al pueblo de Cuba.)
El monto físico de las exportaciones se estancaba y la tendencia en la
relación de intercambio tendía a depauperarse; necesariamente el
nivel de vida cubano debía reducirse, en términos reales, si no
se tomaban medidas internas compensatorias. Y éstas se «tomaron». Consistieron,
principalmente, en la elevación de los presupuestos de obras públicas
y la creación de organismos crediticios estatales, fomentadores de la inversión
industrial privada.
Nunca han sido utilizadas tan abiertamente las herramientas estabilizadoras recomendadas
por los economistas keynesianos, para encubrir el desfalco de los fondos públicos
y el enriquecimiento ilícito de políticos y capitalistas a ellos
aliados. La deuda nacional se elevó considerablemente. Se construyeron
carreteras y autopistas lujosas, túneles, enormes hoteles alrededor de
La Habana y las grandes ciudades, sin que todas estas obras tuviesen una real
utilidad económica o representaran el destino más apropiado para
un país subdesarrollado.
Se montaron un grupo de industrias que por sus características se podían
dividir en dos sectores: uno de fábricas de relativa alta tecnología,
propiedad de empresas norteamericanas que utilizaron los pocos recursos crediticios
del país, pobre y de muy inferior desarrollo económico, para incrementar
sus activos exteriores; otro, un número de fábricas con equipos
obsoletos, con tecnología antieconómica que, desde el inicio de
su operación, requerían el subsidio y la protección estatal.
Este grupo fue el que sirvió de medio para el enriquecimiento de allegados
al poder, por la vía de enormes comisiones en la adquisición de
los equipos.
En 1958 la población cubana ascendía a 6,5 millones de personas
con un ingreso per cápita de unos $350 (calculado el ingreso nacional según
la metodología capitalista); la fuerza de trabajo ascendía a una
tercera parte del total de habitantes y una cuarta parte de la misma se encontraba
prácticamente desempleada.
Simultáneamente con un gran derroche de tierras fértiles y la subutilización
de la fuerza de trabajo rural, las importaciones de alimentos y fibras textiles
de origen agrícola, ascendían como promedio al 28% del total de
importaciones. Cuba poseía un coeficiente de 0,75 cabezas de ganado bovino
por habitante, índice que la situaba únicamente por debajo de los
grandes países ganaderos. El tipo de explotación extensiva sólo
permitía obtener rendimiento poco eficientes de esta enorme riqueza pecuaria
y obligaba a importaciones de ciertos productos derivados de la ganadería.
El coeficiente importado del ingreso nacional ascendió de 32% en 1948 a
35% diez años después. Las exportaciones representaban el 90% del
total de ingresos de divisas del país. A su vez, la repatriación
de utilidades declaradas de capital extranjero absorbía el 9% de las entradas
de divisas en la balanza comercial.
Debido a la depauperación constante de la relación de intercambio
y la salida de utilidades del país, la economía cubana tuvo un déficit
total en su balanza de pago, en los nueve años del período 1950-58,
de 600 millones de pesos, lo cual redujo su reserva de divisas disponibles a unos
70 millones. Esta reserva representaba el 10% de las importaciones anuales promedio
de los últimos 3 años.
Y la Revolución llegó al poder. Los dos problemas económicos
principales a que se enfrenta la Revolución cubana en sus primeros meses,
son el desempleo y la escasez de divisas. El primero entrañaba el aspecto
político más agudo pero el segundo era muy peligroso dada la dependencia
enorme de Cuba con respecto al comercio exterior.
Se puede decir que éstos son los primeros puntos que enmarcaron la política
económica del Gobierno revolucionario y de los cuales es conveniente hacer
un somero análisis para encontrar los aciertos y errores en las actividades
emprendidas en aquellos meses.
La Reforma Agraria implicaba un cambio institucional de tal profundidad que, inmediatamente
que la misma se realizara, se estaría en disposición de eliminar
los frenos que hasta ese momento habían impedido utilizar los recursos
humanos y naturales, año tras año ociosos.
Debido al predominio que en la organización de la producción agrícola
mantenía el latifundio y a las enormes plantaciones cañeras organizadas
en forma capitalista, fue relativamente fácil convertir este tipo de unidad
en granjas estatales y cooperativas que abarcaban enormes extensiones de área.
Por esta vía, Cuba evitaba el lento proceso por el que han pasado otras
revoluciones agrarias: repartir las tierras en un número fantástico
de minifundios y después comenzar la agrupación de los mismos con
el objetivo de aplicar técnicas más modernas, que sólo son
factibles a ciertas escalas de producción.
¿En qué consistió la orientación económica en el sector
agrícola con posterioridad al cambio de propiedad de las grandes unidades
de producción? Como parte natural de este proceso, el desempleo rural desapareció
y los esfuerzos principales se encaminaron al autoabastecimiento en la mayor parte
de los productos alimenticios y materias primas de origen vegetal y pecuario.
Con una sola palabra podíamos definir hacia dónde iba el desarrollo
agropecuario: diversificación. O sea, que la Revolución en su política
agrícola representaba la antítesis de lo que había existido
durante los años de dependencia del imperialismo y la explotación
de la clase propietaria de las tierras. Diversificación-versus-monocultivo;
pleno empleo-versus-brazos ociosos: tales son las transformaciones que mejor pueden
representar los cambios producidos en aquellos años en la zona rural.
Es conocido que, inmediatamente después de estas transformaciones, surgieron
serios problemas en la agricultura cubana que solamente en los últimos
meses han comenzado a resolverse. ¿Cómo se puede explicar la escasez relativa
de algunos productos agropecuarios y, principalmente, la caída en la producción
cañera, si la Revolución comenzó precisamente por incorporar
al proceso agrícola todos los recursos ociosos que en él se encontraban
y que significaban grandes potencialidades de desarrollo? Creemos que dos errores
principales cometimos.
El primero de ellos consistió en la interpretación que le dimos
al término diversificación. En lugar de llevar el proceso
en términos relativos, se llevó en grado absoluto. Las áreas
cañeras fueron reducidas para dar paso a nuevos cultivos lo cual significó
un descenso general de la productividad agrícola; durante toda la historia
económica de Cuba la caña se había encargado de demostrar
que en ninguna otra cosecha los recursos rendían niveles de eficiencia
tan altos como cuando en ella se aplicaban. Que esto sucediera sin que muchos
nos percatásemos de las implicaciones económicas, se explica por
la idea fetichista que ligaba la caña a nuestra dependencia con el imperialismo
y al nivel de la miseria alcanzado en nuestros campos, sin analizar a los verdaderos
culpables: las relaciones de producción, el intercambio desigual.
Desgraciadamente, las medidas que se toman en la agricultura, en cualquier dirección,
tardan en número de meses y a veces hasta años en mostrar sus efectos
plenamente. En el caso de la caña esta característica tiene total
vigencia y así es como las reducciones de áreas cañeras ejecutadas
desde mediados de 1960 hasta finales del año 1961, contando bueno es reconocerlo,
con dos años de sequías fuertes, se reflejan en las disminuciones
sufridas en las zafras de 1962 y 1963. El camino en dirección contraria
tiene idénticas características en función del tiempo. La
diversificación, de comenzarse en menor grado, hubiera podido hacerse por
la vía de utilizar las reservas de productividad existentes en los recursos
que se venían asignando a los diferentes cultivos tradicionales. Esto hubiera
permitido utilizar los recursos ociosos parcialmente, en un número pequeño
de nuevas líneas. Simultáneamente, se hubiera podido ir tomando
las medidas para introducir técnicas más modernas y complejas, que
requieren un mayor período de asimilación. Al comenzar estas nuevas
técnicas a rendir sus frutos en los cultivos ya tradicionales, principalmente
los de exportación, hubiera sido factible entonces trasladar recursos de
aquí a las áreas de diversificación sin que aquellas producciones
se viesen afectadas. El segundo error que, a nuestro juicio, cometimos, fue el
de dispersar nuestros recursos en un número grande de líneas agrícolas
y pecuarias que también justificamos con el término diversificación.
Esta dispersión no sólo se llevó a efecto en términos
nacionales, sino dentro de cada una de las unidades agropecuarias productivas.
Ya hemos señalado que del monocultivo se fue a un número grande
de líneas de desarrollo agrícola, lo cual implicaba una transformación
brutal en un número de meses relativamente pequeño. Solamente una
organización productiva muy sólida podría resistir este grado
de cambio. En la agricultura, y máxime en la de un país subdesarrollado,
la estructura mantiene una inflexibilidad muy elevada y la organización
descansa sobre bases extremadamente débiles y subjetivas. Por consiguiente,
el cambio institucional y la diversificación simultánea provocaron
una mayor debilidad en la organización productiva agrícola.
Después que han transcurrido los años, las condiciones han cambiado
y la presión de la lucha de clases se ha atenuado, es relativamente fácil
realizar estas conclusiones críticas referentes al análisis que
se hizo en aquellos meses y años. Hasta qué punto la culpa fue nuestra
y no imposición natural de las circunstancias, deberá decirlo la
historia. De todas maneras, la realidad se ha encargado de mostrar los errores
y señalarnos el camino más acertado. Este es el que, en el momento
actual, sigue la Revolución cubana en el sector agrícola. La caña
tiene primera prioridad en cuanto a la asignación de los recursos y los
factores que ayudan al uso más eficiente de los mismos. El resto de las
producciones agrícolas y el desarrollo de ellas, que implican la diversificación,
no se han abandonado, pero sí se han buscado las proporciones adecuadas
para impedir una dispersión de recursos que dificulte optimizar el rendimiento
de los mismos.
En el sector industrial, la política que se siguió también
perseguía los dos objetivos señalados: resolver los problemas de
desempleo y la escasez de divisas. La misma Reforma Agraria, las medidas revolucionarias
redistribuidoras del ingreso y el aumento del empleo que se observó en
los otros sectores y en la propia industria, incrementaron considerablemente el
mercado nacional, el cual se vio fortalecido al tomar el Gobierno el monopolio
sobre el comercio exterior e inaugurar una política proteccionista contra
las importaciones de bienes que, sin desventajas para el consumidor nacional,
pudiesen ser elaboradas en Cuba. La industria cubana se hallaba utilizando su
capacidad en un porcentaje bastante bajo, debido a la competencia que sufría
de las mercancías provenientes de Estados Unidos, muchas de las cuales
entraban prácticamente sin pagar derechos arancelarios, y también
a lo limitado de la demanda nacional, causada por la polarización de buena
parte de los ingresos en las clases parasitarias.
El incremento explosivo de la demanda permitió elevar este grado de utilización
de la capacidad inmediatamente después del triunfo de la Revolución,
tomando una mayor participación los artículos nacionales dentro
del consumo total. Este desarrollo de la industria, sin embargo, agravó
los problemas de la balanza de pagos, ya que la misma, debido a su poca integración
nacional, poseía un componente importado extraordinariamente alto que tomaba
la forma de combustible, materias primas, piezas de repuesto y equipos para reposición.
Los problemas en la balanza de pagos y el desempleo urbano, nos hizo según
una política que implicaba el desarrollo industrial en función de
eliminar estas taras. También aquí se han tenido logros y errores.
Desde los primeros años de la Revolución se aseguró la base
de energía eléctrica del país, adquiriendo capacidades en
los países socialistas que cubrirán las necesidades hasta 1970.
Se crearon nuevas capacidades y se reequiparon muchos de los pequeños y
medianos talleres existentes en la rama de la mecánica, lo cual ha sido
uno de los factores que ha permitido mantener nuestras fábricas funcionando
cuando el bloqueo norteamericano sobre las piezas de repuesto ha mostrado sus
más crudos efectos. Algunas fábricas textiles, instalaciones extractivas
y químicas y el amplio auge de la búsqueda de nuevos recursos mineros,
significan éxitos en el uso eficiente de los recursos naturales y materias
primas de origen nacional.
En el párrafo anterior hemos señalado ciertos logros de los primeros
años en el desarrollo industrial, es justo reconocer los errores cometidos.
Fundamentalmente, éstos se derivan de una concepción poco precisa
en las características tecnológicas y económicas que deberían
poseer muchas de las nuevas capacidades que se han y vienen instalando en los
últimos años. Influenciados por el desempleo existente y por la
presión que ejercían los problemas en el comercio exterior, se adquirieron
un número grande de plantas tendientes a sustituir importaciones y cuya
tecnología permitiese dar empleo a una cantidad aceptable de obreros urbanos.
En muchas de estas plantas, posteriormente, se detectó que su eficiencia
técnica en términos internacionales resultaba insuficiente y que
su efecto neto de sustitución de importaciones era bastante limitado, ya
que las materias primas para operarlas no se producían nacionalmente.
También en el sector industrial hemos rectificado este tipo de error; las
nuevas capacidades que se estudian para el desarrollo perspectivo de la nación
se evalúan en función de las máximas ventajas que permite
el comercio exterior y en base a la tecnología más moderna que en
los momentos actuales se pueda obtener en el mercado, dadas nuestras condiciones
peculiares.
Hasta ahora el desarrollo industrial alcanzado se puede calificar de satisfactorio,
si se tienen en cuenta los problemas que causa el bloqueo norteamericano y el
cambio radical en nuestras fuentes abastecedoras externas ocurridas en sólo
tres años. El año pasado la producción azucarera se redujo
de 4,8 a 3,8 millones de toneladas métricas, pero en cambio este descenso
fue compensado, en términos generales para el sector, por un crecimiento
del 6% en la industria no azucarera. Para este año 1964, dada una solidez
mayor en nuestra organización productiva interna y nuestra mayor experiencia
en las relaciones comerciales con los nuevos mercados abastecedores, el crecimiento
industrial debe ser más elevado que el señalado.
Las transformaciones que hasta ahora se han producido en la economía cubana
han provocado grandes cambios en la estructura de nuestro comercio exterior. En
cuanto a exportaciones se refiere, estos cambios se limitan principalmente al
destino de las mismas, ya que el peso del azúcar continúa siendo
tan determinante como lo era anteriormente. En cambio, la estructura por grupos
económicos de productos se altera totalmente en las importaciones al transcurrir
estos cinco años. Los bienes de consumo, principalmente los duraderos,
han descendido sustancialmente en beneficio de los bienes de inversión,
mientras se nota un pequeño descenso en los bienes intermedios. La política
de sustitución de importaciones va dando, aunque lentamente, resultados
palpables.
Es indiscutible, que a partir de ahora, cuando la Revolución ha obtenido
una solidez integral en su política económica, los bienes de consumo
duradero deberán ir incrementándose para satisfacer en forma creciente
las necesidades de la vida moderna. Los planes que se elaboran para el futuro
prevén la elevación en términos absolutos y relativos de
estos artículos, aunque toman en consideración los cambios sociales
ocurridos. Se hacen innecesarias, por ejemplo, futuras importaciones de Cadillacs
y otros carros lujosos, por los cuales en años atrás debió
entregarse una buena parte del trabajo de los obreros cubanos que se materializaba
en el azúcar.
Este es solamente un aspecto de los problemas que actualmente se estudian para
el desarrollo futuro de Cuba. Qué líneas seguiremos en los años
próximos dependerá en buena medida de la flexibilidad que el comercio
exterior posea para Cuba, permitiéndole maximizar las ventajas comparativas
que ésta ofrece. Por ahora, podemos señalar las tres vías
principales con que se contará para el desarrollo económico cubano
hasta 1970, por lo menos. El azúcar seguirá siendo nuestra divisa
principal y su desarrollo futuro implicará aumentar la capacidad de producción
actual en un 50%. Se producirá, paralelamente a esto, un desarrollo cualitativo
en el sector azucarero, representado por una elevación sustancial de los
rendimientos agrícolas por unidad de superficie y una elevación
de la tecnificación y grado de instrumentación del sector industrial
del mismo, acción esta última que tiende a recuperar el terreno
perdido en eficiencia en los últimos 10 ó 15 años, en que
la ausencia de estímulos, dada la paralización del crecimiento de
nuestro mercado, llevó a un estancamiento tecnológico. Con las nuevas
posibilidades abiertas en los países del campo socialista, el panorama
cambia radicalmente.
Una de las columnas principales donde descansa el desarrollo azucarero, al igual
que todo el desarrollo del país, es el convenio recién suscrito
entre la URSS y Cuba, con el cual se garantizan ventas de enormes cantidades de
azúcar para el futuro a precios que superan con mucho los promedios existentes
en los mercados norteamericanos y mundiales en los últimos 20 años.
Aparte de todas sus favorables implicaciones económicas, el convenio firmado
con la URSS posee relevante importancia política, ya que muestra el tipo
de relaciones que se producen entre un país subdesarrollado y otro desarrollado
cuando ambos pertenecen al campo socialista, como contraposición a la tendencia
permanente a reducir la relación de intercambio en perjuicio de las naciones
pobres que ocurre en el comercio entre los llamados países exportadores
de productos primarios y los países capitalistas industrializados.
La segunda línea de desarrollo industrial con que cuenta Cuba es el níquel.
Las riquezas naturales que representan las lateritas de la zona nororiental de
Cuba, significan una gran potencialidad para desarrollar allí el corazón
de la futura industria metalúrgica. Para esto se comenzará ampliando
la actual capacidad de elaboración de níquel, lo que situará
a Cuba como el segundo o tercer productor mundial de este metal estratégico.
Como tercera y última línea de desarrollo, que por ahora podemos
señalar, está la ganadería. La masa ganadera con que cuenta
Cuba en relación con su población y las enormes potencialidades
que aún hoy se hallan ocultas permiten decir que, en el transcurso de poco
más de un decenio, la producción ganadera cubana tendrá una
importancia únicamente igualada por la de la industria azucarera. Después
de satisfacer sus necesidades a niveles muy elevados. Cuba podrá contar
con excedentes de carne y derivados lácteos para la exportación.
Como se ve, el papel del comercio exterior en la economía cubana seguirá
siendo estratégico, pero el desarrollo futuro del mismo sufrirá
un cambio cualitativo en su concepción. Ninguna de las tres líneas
principales de desarrollo significa esfuerzo en sustituir importaciones, con excepción
de la función de la ganadería en los primeros años. Transcurridos
éstos, las líneas de desarrollo se reflejan totalmente en las exportaciones
y, aunque no se abandone la política de sustitución de importaciones,
será balanceada con la anterior. Queda para el decenio que comienza en
1970 un proceso más acelerado de sustitución de importaciones que
únicamente puede ser logrado en base a la industrialización de grandes
magnitudes. Para esto se crearán las condiciones en los próximos
años, utilizando en todo lo posible las ventajas que permite el comercio
exterior en una economía infradesarrollada.
Cabe preguntarse si la indiscutible importancia política que Cuba ha alcanzado
en el mundo, en el momento actual, tiene alguna contrapartida económica;
más concretamente, si esa importancia debe hacer pensar en relaciones económicas
más serias que se materialicen en el comercio con otros países del
mundo, y en este caso, cuáles serían las vías para llevar
a efecto este intercambio, bastante disminuido a raíz del bloqueo norteamericano.
Dejando las razones de tipo utilitario que pudieran mover nuestro análisis
hacia la apología del Comercio Internacional, ya que es evidente que a
Cuba le interesa el intercambio activo, regular y sostenido con todos los países
del mundo, trataremos de colocarnos en nuestra exacta significación. Cuba
no constituye una obsesión para los gobernantes norteamericanos, solamente
por efecto de sus aberradas mentalidades coloniales. Hay algo más que eso;
nuestro país representa, en primer lugar, la imagen clara del fracaso de
la política norteamericana de agresión en las propias puertas del
Continente, constituye además, la imagen de los futuros países socialistas
de la América Latina, al propio tiempo que síntoma inequívoco
de la reducción inexorable del campo de acción de su capital financiero.
El imperialismo norteamericano es más frágil de lo que se cree:
es un gigante de pies de barro. Aunque su gran potencialidad actual no se vea
seriamente afectada por las formas más violentas de luchas de clases intestinas
que lleven a la ruptura, prevista por Marx, del sistema capitalista, dicha potencialidad
reside fundamentalmente en el poder monopólico extraterritorial que ejerce
a través del intercambio desigual y la sujeción política
de extensos territorios sobre los que descarga el peso fundamental de las contradicciones.
A medida que los países dependientes de América y de otras regiones
del mundo se independicen de las trabas de las cadenas monopólicas y establezcan
nuevos sistemas más justos y relaciones más justas con todos los
países del mundo, las pasadas contribuciones que aportan nuestros territorios
al modo de vida de las potencias imperialistas recaerán sobre ellas mismas
y, de todos, Estados Unidos es el que tendrá que sufrir con mayor gravedad
este fenómeno en el momento en que se produzca. Pero no solamente será
esta la consecuencia del proceso histórico que afrontaremos próximamente.
El capital financiero desplazado deberá buscar nuevos horizontes que sustituyan
los perdidos y en esta pugna, el más herido, el más poderoso y el
más agresivo, el de los Estados Unidos, descargará el peso de su
fuerza sobre las demás en una concurrencia despiadada que acaso adopte
formas inesperadas y más concretas de violencia sobre los «aliados» de
hoy.
La existencia de Cuba representa esperanzas de un futuro mejor para los pueblos
de América y la imagen de un porvenir peligroso para la aparentemente inconmovible
estructura monopolista de los Estados Unidos. El tratar de ahogar a Cuba es la
aspiración de congelar el presente, pero si a pesar de todos los tipos
de agresiones que se realizan, el Estado cubano se mantiene incólume, su
economía se asienta y su comercio exterior se desarrolla, el fracaso de
esta política será total y el vuelco hacia fórmulas de coexistencia
más acelerado.
De las nuevas relaciones de interés mutuo que se establecerán, será
natural beneficiario (y, al mismo tiempo, apoyo de cada país que se libere)
el bloque de los países socialistas. Pero los grandes países capitalistas,
entre los que se encuentra Inglaterra, con serios problemas económicos
y restricciones fuertes de sus mercados, tienen la oportunidad de ir a la cabeza
en este intercambio, como ya lo ha intentado, en cierta manera, Francia.
Cuba, sin ser un mercado despreciable, quizás no tenga la importancia que
amerite el aventurarse a rupturas abruptas con los Estados Unidos, pero América
Latina es un gigantesco mercado potencial de doscientos millones de hombres y,
por más que se quiera cerrar los ojos a la realidad, este continente convulso
seguirá adelante en su lucha de liberación y establecerá,
uno a uno, o en grupos, o todos juntos un bloque de países independientes
de los sistemas imperialistas y afín al socialismo.
¿Valdrá la pena usar a Cuba de planta piloto para experimentar relaciones
que serán de gran beneficio en el futuro inmediato y entraña peligros
palpables para el porvenir del sistema capitalista?
La alternativa está bastante claramente expresada y, en nuestro concepto,
implica resoluciones serias: se es aliado de los Estados Unidos hasta el final
en una política de opresión y de agresiones de los pueblos, para
caer víctima de los mismos problemas internos y externos, llegado el momento,
o se rompe esa alianza, que empieza a agrietarse en relación con Cuba,
para ayudar, mediante el comercio internacional, al rápido desarrollo de
los países que se liberan y dar mayores esperanzas a los pueblos que luchan
por esa liberación, creando, al mismo tiempo, las condiciones para que
se acelere la desaparición del capitalismo.
Consideramos que éste es el gran dilema para países como Inglaterra
en el momento actual. Cuba es parte de él, por su significado como catalizador
de las ideas revolucionarias de un continente y pionero de las mismas.
La resolución final a adoptar no nos corresponde, simplemente anotamos
las trayectorias de la disyuntiva.
Nuestra
Industria, Revista Económica,
año 2, diciembre de 1964
Tomado de: Escritos y discursos, tomo 8 , Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana 1977
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