Cuba, su economía, su comercio exterior,
su significado en el mundo actual
Diciembre de 1964

Muy difícil es, para un político revolucionario, escribir en una revista de este tipo, defendiendo los puntos de vista que han normado su conducta y analizando fríamente las causas de la situación actual del mundo, que influyen sobre la nuestra propia, sin caer en afirmaciones chocantes, dadas las diametrales diferencias de opinión que nos separan. Trataré de hacerlo. En todo caso, pido perdón anticipado por no saber decir lo que digo; nunca por pensarlo.
La paz de París de 1898 y la enmienda Platt de 1901 son los signos bajo los que nace la nueva república. En la primera, dos potencias saldan sus cuentas de guerra y España se retira de Cuba dando lugar a la intervención norteamericana; los cubanos observan desde la isla asolada por años de cruenta lucha sin participar en las negociaciones. La segunda, establece el derecho de los Estados Unidos a intervenir en Cuba cada vez que sus intereses lo demanden.
En mayo de 1902 la opresión político-militar se retira formalmente pero el poder monopólico queda. Cuba es colonia económica de los norteamericanos y ésta será su principal característica durante medio siglo.
Es un país arrasado, los imperialistas encuentran un fenómeno interesante: la industria azucarera en plena expansión capitalista.
A pesar de que la caña se conoce en Cuba desde el siglo XVI, habiendo sido introducida pocos años después del descubrimiento de América, el sistema esclavista de explotación mantuvo su cultivo a niveles poco mayores que los de subsistencia. Es a partir de las innovaciones tecnológicas que hacen del ingenio una fábrica, de la introducción del ferrocarril y de la abolición de la esclavitud, que la producción azucarera crece a ritmos elevados, ritmos que se vuelven vertiginosos bajo los auspicios yanquis.
Las ventajas naturales para este cultivo están a la vista de todos pero, sumado a todas estas ventajas y con carácter predominante, está el hecho de que Cuba fue desarrollada como la factoría azucarera de los Estados Unidos.
Los bancos y capitalistas norteamericanos controlaron bien pronto la comercialización del producto y, además, una buena parte de la producción industrial y de la tierra. De esta manera, el dominio monopólico se establecía sobre todos los aspectos de la producción azucarera que, a su vez, por las características de monoproductora que rápidamente alcanzara Cuba, se convertía en factor predominante de su comercio exterior.
Este es un segundo carácter definitorio de la época; Cuba es el país productor y exportador de azúcar por excelencia y, si no se desarrolló más aún en este sentido, fue porque las contradicciones capitalistas ponían su límite a la expansión continua de la producción azucarera cubana por más que ésta dependiera, en medida fundamental, de capitales norteamericanos.
El Gobierno norteamericano utilizó el régimen de cuotas, no solamente como una protección a la industria azucarera, impuesta por los propios productores internos, sino además como un sistema que permitiera la introducción irrestricta de las manufacturas norteamericanas en nuestro país. Los tratados preferenciales de principios de siglo dieron a los productos norteamericanos una ventaja en el arancel del 20% sobre la nación más favorecida, cualquier otra con la cual Cuba concertara convenios. En las condiciones de competencia descritas y considerando la cercanía geográfica que daba ventajas en el transporte, se hacía casi imposible para cualquier extranjero competir con productos norteamericanos manufacturados.
El sistema de cuotas significó un estancamiento de la producción azucarera; en los últimos años la plenitud de la capacidad productora cubana era utilizada en raras ocasiones. Este sistema contemplaba el trato preferencial del azúcar cubano, lo que hacía que no hubiera cultivo que pudiera competir con la caña en cuanto a efectividad económica. Por ello, las dos fundamentales ocupaciones de nuestro agro fueron, ésta que estamos describiendo, y la cría extensiva de ganado de baja calidad en potreros de pastos naturales que servían también de área de reserva a los cañeros.
El desempleo se instala como mal endémico de la Isla y, bajo su influjo, los campos son abandonados y cambia la composición demográfica, buscando los campesinos el amparo de las ciudades. Pero la industria no se desarrolla tampoco. Sólo lo hacen algunas empresas de servicios y todas bajo el patrocinio yanqui (transporte, comunicaciones, energía eléctrica).
La falta de industrias y la gran efectividad económica del azúcar condicionaron el desarrollo de un comercio exterior muy grande con todas las características coloniales: productos primarios hacia la metrópoli, productos manufacturados hacia la colonia. El imperio español había hecho lo mismo pero con menos habilidad.
Los otros productos exportables eran de las mismas características que el azúcar aunque su proporción no pasaba del 20% en el total: tabaco, principalmente en rama, café, sólo ocasionalmente dada la pequeña producción; cobre y manganeso sin elaborar, níquel semielaborado, algo más tarde.
Queda configurado el cuadro de la economía cubana. País monoproductor (de azúcar), con un mercado de exportación e importación determinante (Estados Unidos) y una gran dependencia del comercio exterior para toda su vida económica.
La burguesía importadora se desarrollaba al influjo de este estado de cosas y constituía una de las más grandes barreras opuestas a la industrialización del país. Solo en años posteriores esta misma burguesía se aliaba a los intereses manufactureros norteamericanos, creando industrias que utilizaban equipo, materias primas y tecnología norteamericanas y fuerza de trabajo autóctona, barata. Las ganancias volvían a la patria de los monopolios; en un caso a las compañías madres, en otro a los bancos norteamericanos, donde los capitalistas criollos tenían más seguras sus ganancias.
Este desarrollo distorsionado mantenía, junto a un gran desempleo y, por ende, una gran pobreza, grandes capas parasitarias y fomentaba la división de la clase proletaria mediante el auge de la aristocracia obrera constituida por los trabajadores de las empresas imperialistas cuyos salarios eran muy superiores a los del obrero que vendía su fuerza de trabajo a los pequeños capitalistas nacionales e infinitamente mayores que los ingresos de los semiocupados o desocupados totales.
El «modo de vida americano» se introducía en nuestra sociedad, indefensa ante la penetración de los monopolios, y las importaciones suntuarias ocupaban un gran porcentaje de nuestro comercio mientras el mercado azucarero se estancaba y, con él, la posibilidad de adquirir las preciosas divisas. Nuestra balanza de pagos se hacía cada año más deficitaria consumiendo las reservas atesoradas durante la segunda guerra mundial.
Con excepción de los años 1950 y 1957, en que los precios azucareros sufrieron saltos temporales por las situaciones bélicas creadas en Corea y en el Cercano Oriente, la relación de intercambio mostró una merma constante en la década posterior a 1948. (Triste destino el nuestro; sólo la guerra daba bienestar relativo al pueblo de Cuba.)
El monto físico de las exportaciones se estancaba y la tendencia en la relación de intercambio tendía a depauperarse; necesariamente el nivel de vida cubano debía reducirse, en términos reales, si no se tomaban medidas internas compensatorias. Y éstas se «tomaron». Consistieron, principalmente, en la elevación de los presupuestos de obras públicas y la creación de organismos crediticios estatales, fomentadores de la inversión industrial privada.
Nunca han sido utilizadas tan abiertamente las herramientas estabilizadoras recomendadas por los economistas keynesianos, para encubrir el desfalco de los fondos públicos y el enriquecimiento ilícito de políticos y capitalistas a ellos aliados. La deuda nacional se elevó considerablemente. Se construyeron carreteras y autopistas lujosas, túneles, enormes hoteles alrededor de La Habana y las grandes ciudades, sin que todas estas obras tuviesen una real utilidad económica o representaran el destino más apropiado para un país subdesarrollado.
Se montaron un grupo de industrias que por sus características se podían dividir en dos sectores: uno de fábricas de relativa alta tecnología, propiedad de empresas norteamericanas que utilizaron los pocos recursos crediticios del país, pobre y de muy inferior desarrollo económico, para incrementar sus activos exteriores; otro, un número de fábricas con equipos obsoletos, con tecnología antieconómica que, desde el inicio de su operación, requerían el subsidio y la protección estatal. Este grupo fue el que sirvió de medio para el enriquecimiento de allegados al poder, por la vía de enormes comisiones en la adquisición de los equipos.
En 1958 la población cubana ascendía a 6,5 millones de personas con un ingreso per cápita de unos $350 (calculado el ingreso nacional según la metodología capitalista); la fuerza de trabajo ascendía a una tercera parte del total de habitantes y una cuarta parte de la misma se encontraba prácticamente desempleada.
Simultáneamente con un gran derroche de tierras fértiles y la subutilización de la fuerza de trabajo rural, las importaciones de alimentos y fibras textiles de origen agrícola, ascendían como promedio al 28% del total de importaciones. Cuba poseía un coeficiente de 0,75 cabezas de ganado bovino por habitante, índice que la situaba únicamente por debajo de los grandes países ganaderos. El tipo de explotación extensiva sólo permitía obtener rendimiento poco eficientes de esta enorme riqueza pecuaria y obligaba a importaciones de ciertos productos derivados de la ganadería.
El coeficiente importado del ingreso nacional ascendió de 32% en 1948 a 35% diez años después. Las exportaciones representaban el 90% del total de ingresos de divisas del país. A su vez, la repatriación de utilidades declaradas de capital extranjero absorbía el 9% de las entradas de divisas en la balanza comercial.
Debido a la depauperación constante de la relación de intercambio y la salida de utilidades del país, la economía cubana tuvo un déficit total en su balanza de pago, en los nueve años del período 1950-58, de 600 millones de pesos, lo cual redujo su reserva de divisas disponibles a unos 70 millones. Esta reserva representaba el 10% de las importaciones anuales promedio de los últimos 3 años.
Y la Revolución llegó al poder. Los dos problemas económicos principales a que se enfrenta la Revolución cubana en sus primeros meses, son el desempleo y la escasez de divisas. El primero entrañaba el aspecto político más agudo pero el segundo era muy peligroso dada la dependencia enorme de Cuba con respecto al comercio exterior.
Se puede decir que éstos son los primeros puntos que enmarcaron la política económica del Gobierno revolucionario y de los cuales es conveniente hacer un somero análisis para encontrar los aciertos y errores en las actividades emprendidas en aquellos meses.
La Reforma Agraria implicaba un cambio institucional de tal profundidad que, inmediatamente que la misma se realizara, se estaría en disposición de eliminar los frenos que hasta ese momento habían impedido utilizar los recursos humanos y naturales, año tras año ociosos.
Debido al predominio que en la organización de la producción agrícola mantenía el latifundio y a las enormes plantaciones cañeras organizadas en forma capitalista, fue relativamente fácil convertir este tipo de unidad en granjas estatales y cooperativas que abarcaban enormes extensiones de área. Por esta vía, Cuba evitaba el lento proceso por el que han pasado otras revoluciones agrarias: repartir las tierras en un número fantástico de minifundios y después comenzar la agrupación de los mismos con el objetivo de aplicar técnicas más modernas, que sólo son factibles a ciertas escalas de producción.
¿En qué consistió la orientación económica en el sector agrícola con posterioridad al cambio de propiedad de las grandes unidades de producción? Como parte natural de este proceso, el desempleo rural desapareció y los esfuerzos principales se encaminaron al autoabastecimiento en la mayor parte de los productos alimenticios y materias primas de origen vegetal y pecuario. Con una sola palabra podíamos definir hacia dónde iba el desarrollo agropecuario: diversificación. O sea, que la Revolución en su política agrícola representaba la antítesis de lo que había existido durante los años de dependencia del imperialismo y la explotación de la clase propietaria de las tierras. Diversificación-versus-monocultivo; pleno empleo-versus-brazos ociosos: tales son las transformaciones que mejor pueden representar los cambios producidos en aquellos años en la zona rural.
Es conocido que, inmediatamente después de estas transformaciones, surgieron serios problemas en la agricultura cubana que solamente en los últimos meses han comenzado a resolverse. ¿Cómo se puede explicar la escasez relativa de algunos productos agropecuarios y, principalmente, la caída en la producción cañera, si la Revolución comenzó precisamente por incorporar al proceso agrícola todos los recursos ociosos que en él se encontraban y que significaban grandes potencialidades de desarrollo? Creemos que dos errores principales cometimos.
El primero de ellos consistió en la interpretación que le dimos al término diversificación. En lugar de llevar el proceso en términos relativos, se llevó en grado absoluto. Las áreas cañeras fueron reducidas para dar paso a nuevos cultivos lo cual significó un descenso general de la productividad agrícola; durante toda la historia económica de Cuba la caña se había encargado de demostrar que en ninguna otra cosecha los recursos rendían niveles de eficiencia tan altos como cuando en ella se aplicaban. Que esto sucediera sin que muchos nos percatásemos de las implicaciones económicas, se explica por la idea fetichista que ligaba la caña a nuestra dependencia con el imperialismo y al nivel de la miseria alcanzado en nuestros campos, sin analizar a los verdaderos culpables: las relaciones de producción, el intercambio desigual.
Desgraciadamente, las medidas que se toman en la agricultura, en cualquier dirección, tardan en número de meses y a veces hasta años en mostrar sus efectos plenamente. En el caso de la caña esta característica tiene total vigencia y así es como las reducciones de áreas cañeras ejecutadas desde mediados de 1960 hasta finales del año 1961, contando bueno es reconocerlo, con dos años de sequías fuertes, se reflejan en las disminuciones sufridas en las zafras de 1962 y 1963. El camino en dirección contraria tiene idénticas características en función del tiempo. La diversificación, de comenzarse en menor grado, hubiera podido hacerse por la vía de utilizar las reservas de productividad existentes en los recursos que se venían asignando a los diferentes cultivos tradicionales. Esto hubiera permitido utilizar los recursos ociosos parcialmente, en un número pequeño de nuevas líneas. Simultáneamente, se hubiera podido ir tomando las medidas para introducir técnicas más modernas y complejas, que requieren un mayor período de asimilación. Al comenzar estas nuevas técnicas a rendir sus frutos en los cultivos ya tradicionales, principalmente los de exportación, hubiera sido factible entonces trasladar recursos de aquí a las áreas de diversificación sin que aquellas producciones se viesen afectadas. El segundo error que, a nuestro juicio, cometimos, fue el de dispersar nuestros recursos en un número grande de líneas agrícolas y pecuarias que también justificamos con el término diversificación. Esta dispersión no sólo se llevó a efecto en términos nacionales, sino dentro de cada una de las unidades agropecuarias productivas.
Ya hemos señalado que del monocultivo se fue a un número grande de líneas de desarrollo agrícola, lo cual implicaba una transformación brutal en un número de meses relativamente pequeño. Solamente una organización productiva muy sólida podría resistir este grado de cambio. En la agricultura, y máxime en la de un país subdesarrollado, la estructura mantiene una inflexibilidad muy elevada y la organización descansa sobre bases extremadamente débiles y subjetivas. Por consiguiente, el cambio institucional y la diversificación simultánea provocaron una mayor debilidad en la organización productiva agrícola.
Después que han transcurrido los años, las condiciones han cambiado y la presión de la lucha de clases se ha atenuado, es relativamente fácil realizar estas conclusiones críticas referentes al análisis que se hizo en aquellos meses y años. Hasta qué punto la culpa fue nuestra y no imposición natural de las circunstancias, deberá decirlo la historia. De todas maneras, la realidad se ha encargado de mostrar los errores y señalarnos el camino más acertado. Este es el que, en el momento actual, sigue la Revolución cubana en el sector agrícola. La caña tiene primera prioridad en cuanto a la asignación de los recursos y los factores que ayudan al uso más eficiente de los mismos. El resto de las producciones agrícolas y el desarrollo de ellas, que implican la diversificación, no se han abandonado, pero sí se han buscado las proporciones adecuadas para impedir una dispersión de recursos que dificulte optimizar el rendimiento de los mismos.
En el sector industrial, la política que se siguió también perseguía los dos objetivos señalados: resolver los problemas de desempleo y la escasez de divisas. La misma Reforma Agraria, las medidas revolucionarias redistribuidoras del ingreso y el aumento del empleo que se observó en los otros sectores y en la propia industria, incrementaron considerablemente el mercado nacional, el cual se vio fortalecido al tomar el Gobierno el monopolio sobre el comercio exterior e inaugurar una política proteccionista contra las importaciones de bienes que, sin desventajas para el consumidor nacional, pudiesen ser elaboradas en Cuba. La industria cubana se hallaba utilizando su capacidad en un porcentaje bastante bajo, debido a la competencia que sufría de las mercancías provenientes de Estados Unidos, muchas de las cuales entraban prácticamente sin pagar derechos arancelarios, y también a lo limitado de la demanda nacional, causada por la polarización de buena parte de los ingresos en las clases parasitarias.
El incremento explosivo de la demanda permitió elevar este grado de utilización de la capacidad inmediatamente después del triunfo de la Revolución, tomando una mayor participación los artículos nacionales dentro del consumo total. Este desarrollo de la industria, sin embargo, agravó los problemas de la balanza de pagos, ya que la misma, debido a su poca integración nacional, poseía un componente importado extraordinariamente alto que tomaba la forma de combustible, materias primas, piezas de repuesto y equipos para reposición.
Los problemas en la balanza de pagos y el desempleo urbano, nos hizo según una política que implicaba el desarrollo industrial en función de eliminar estas taras. También aquí se han tenido logros y errores. Desde los primeros años de la Revolución se aseguró la base de energía eléctrica del país, adquiriendo capacidades en los países socialistas que cubrirán las necesidades hasta 1970. Se crearon nuevas capacidades y se reequiparon muchos de los pequeños y medianos talleres existentes en la rama de la mecánica, lo cual ha sido uno de los factores que ha permitido mantener nuestras fábricas funcionando cuando el bloqueo norteamericano sobre las piezas de repuesto ha mostrado sus más crudos efectos. Algunas fábricas textiles, instalaciones extractivas y químicas y el amplio auge de la búsqueda de nuevos recursos mineros, significan éxitos en el uso eficiente de los recursos naturales y materias primas de origen nacional.
En el párrafo anterior hemos señalado ciertos logros de los primeros años en el desarrollo industrial, es justo reconocer los errores cometidos. Fundamentalmente, éstos se derivan de una concepción poco precisa en las características tecnológicas y económicas que deberían poseer muchas de las nuevas capacidades que se han y vienen instalando en los últimos años. Influenciados por el desempleo existente y por la presión que ejercían los problemas en el comercio exterior, se adquirieron un número grande de plantas tendientes a sustituir importaciones y cuya tecnología permitiese dar empleo a una cantidad aceptable de obreros urbanos. En muchas de estas plantas, posteriormente, se detectó que su eficiencia técnica en términos internacionales resultaba insuficiente y que su efecto neto de sustitución de importaciones era bastante limitado, ya que las materias primas para operarlas no se producían nacionalmente.
También en el sector industrial hemos rectificado este tipo de error; las nuevas capacidades que se estudian para el desarrollo perspectivo de la nación se evalúan en función de las máximas ventajas que permite el comercio exterior y en base a la tecnología más moderna que en los momentos actuales se pueda obtener en el mercado, dadas nuestras condiciones peculiares.
Hasta ahora el desarrollo industrial alcanzado se puede calificar de satisfactorio, si se tienen en cuenta los problemas que causa el bloqueo norteamericano y el cambio radical en nuestras fuentes abastecedoras externas ocurridas en sólo tres años. El año pasado la producción azucarera se redujo de 4,8 a 3,8 millones de toneladas métricas, pero en cambio este descenso fue compensado, en términos generales para el sector, por un crecimiento del 6% en la industria no azucarera. Para este año 1964, dada una solidez mayor en nuestra organización productiva interna y nuestra mayor experiencia en las relaciones comerciales con los nuevos mercados abastecedores, el crecimiento industrial debe ser más elevado que el señalado.
Las transformaciones que hasta ahora se han producido en la economía cubana han provocado grandes cambios en la estructura de nuestro comercio exterior. En cuanto a exportaciones se refiere, estos cambios se limitan principalmente al destino de las mismas, ya que el peso del azúcar continúa siendo tan determinante como lo era anteriormente. En cambio, la estructura por grupos económicos de productos se altera totalmente en las importaciones al transcurrir estos cinco años. Los bienes de consumo, principalmente los duraderos, han descendido sustancialmente en beneficio de los bienes de inversión, mientras se nota un pequeño descenso en los bienes intermedios. La política de sustitución de importaciones va dando, aunque lentamente, resultados palpables.
Es indiscutible, que a partir de ahora, cuando la Revolución ha obtenido una solidez integral en su política económica, los bienes de consumo duradero deberán ir incrementándose para satisfacer en forma creciente las necesidades de la vida moderna. Los planes que se elaboran para el futuro prevén la elevación en términos absolutos y relativos de estos artículos, aunque toman en consideración los cambios sociales ocurridos. Se hacen innecesarias, por ejemplo, futuras importaciones de Cadillacs y otros carros lujosos, por los cuales en años atrás debió entregarse una buena parte del trabajo de los obreros cubanos que se materializaba en el azúcar.
Este es solamente un aspecto de los problemas que actualmente se estudian para el desarrollo futuro de Cuba. Qué líneas seguiremos en los años próximos dependerá en buena medida de la flexibilidad que el comercio exterior posea para Cuba, permitiéndole maximizar las ventajas comparativas que ésta ofrece. Por ahora, podemos señalar las tres vías principales con que se contará para el desarrollo económico cubano hasta 1970, por lo menos. El azúcar seguirá siendo nuestra divisa principal y su desarrollo futuro implicará aumentar la capacidad de producción actual en un 50%. Se producirá, paralelamente a esto, un desarrollo cualitativo en el sector azucarero, representado por una elevación sustancial de los rendimientos agrícolas por unidad de superficie y una elevación de la tecnificación y grado de instrumentación del sector industrial del mismo, acción esta última que tiende a recuperar el terreno perdido en eficiencia en los últimos 10 ó 15 años, en que la ausencia de estímulos, dada la paralización del crecimiento de nuestro mercado, llevó a un estancamiento tecnológico. Con las nuevas posibilidades abiertas en los países del campo socialista, el panorama cambia radicalmente.
Una de las columnas principales donde descansa el desarrollo azucarero, al igual que todo el desarrollo del país, es el convenio recién suscrito entre la URSS y Cuba, con el cual se garantizan ventas de enormes cantidades de azúcar para el futuro a precios que superan con mucho los promedios existentes en los mercados norteamericanos y mundiales en los últimos 20 años. Aparte de todas sus favorables implicaciones económicas, el convenio firmado con la URSS posee relevante importancia política, ya que muestra el tipo de relaciones que se producen entre un país subdesarrollado y otro desarrollado cuando ambos pertenecen al campo socialista, como contraposición a la tendencia permanente a reducir la relación de intercambio en perjuicio de las naciones pobres que ocurre en el comercio entre los llamados países exportadores de productos primarios y los países capitalistas industrializados.
La segunda línea de desarrollo industrial con que cuenta Cuba es el níquel. Las riquezas naturales que representan las lateritas de la zona nororiental de Cuba, significan una gran potencialidad para desarrollar allí el corazón de la futura industria metalúrgica. Para esto se comenzará ampliando la actual capacidad de elaboración de níquel, lo que situará a Cuba como el segundo o tercer productor mundial de este metal estratégico.
Como tercera y última línea de desarrollo, que por ahora podemos señalar, está la ganadería. La masa ganadera con que cuenta Cuba en relación con su población y las enormes potencialidades que aún hoy se hallan ocultas permiten decir que, en el transcurso de poco más de un decenio, la producción ganadera cubana tendrá una importancia únicamente igualada por la de la industria azucarera. Después de satisfacer sus necesidades a niveles muy elevados. Cuba podrá contar con excedentes de carne y derivados lácteos para la exportación.
Como se ve, el papel del comercio exterior en la economía cubana seguirá siendo estratégico, pero el desarrollo futuro del mismo sufrirá un cambio cualitativo en su concepción. Ninguna de las tres líneas principales de desarrollo significa esfuerzo en sustituir importaciones, con excepción de la función de la ganadería en los primeros años. Transcurridos éstos, las líneas de desarrollo se reflejan totalmente en las exportaciones y, aunque no se abandone la política de sustitución de importaciones, será balanceada con la anterior. Queda para el decenio que comienza en 1970 un proceso más acelerado de sustitución de importaciones que únicamente puede ser logrado en base a la industrialización de grandes magnitudes. Para esto se crearán las condiciones en los próximos años, utilizando en todo lo posible las ventajas que permite el comercio exterior en una economía infradesarrollada.
Cabe preguntarse si la indiscutible importancia política que Cuba ha alcanzado en el mundo, en el momento actual, tiene alguna contrapartida económica; más concretamente, si esa importancia debe hacer pensar en relaciones económicas más serias que se materialicen en el comercio con otros países del mundo, y en este caso, cuáles serían las vías para llevar a efecto este intercambio, bastante disminuido a raíz del bloqueo norteamericano.
Dejando las razones de tipo utilitario que pudieran mover nuestro análisis hacia la apología del Comercio Internacional, ya que es evidente que a Cuba le interesa el intercambio activo, regular y sostenido con todos los países del mundo, trataremos de colocarnos en nuestra exacta significación. Cuba no constituye una obsesión para los gobernantes norteamericanos, solamente por efecto de sus aberradas mentalidades coloniales. Hay algo más que eso; nuestro país representa, en primer lugar, la imagen clara del fracaso de la política norteamericana de agresión en las propias puertas del Continente, constituye además, la imagen de los futuros países socialistas de la América Latina, al propio tiempo que síntoma inequívoco de la reducción inexorable del campo de acción de su capital financiero.
El imperialismo norteamericano es más frágil de lo que se cree: es un gigante de pies de barro. Aunque su gran potencialidad actual no se vea seriamente afectada por las formas más violentas de luchas de clases intestinas que lleven a la ruptura, prevista por Marx, del sistema capitalista, dicha potencialidad reside fundamentalmente en el poder monopólico extraterritorial que ejerce a través del intercambio desigual y la sujeción política de extensos territorios sobre los que descarga el peso fundamental de las contradicciones.
A medida que los países dependientes de América y de otras regiones del mundo se independicen de las trabas de las cadenas monopólicas y establezcan nuevos sistemas más justos y relaciones más justas con todos los países del mundo, las pasadas contribuciones que aportan nuestros territorios al modo de vida de las potencias imperialistas recaerán sobre ellas mismas y, de todos, Estados Unidos es el que tendrá que sufrir con mayor gravedad este fenómeno en el momento en que se produzca. Pero no solamente será esta la consecuencia del proceso histórico que afrontaremos próximamente. El capital financiero desplazado deberá buscar nuevos horizontes que sustituyan los perdidos y en esta pugna, el más herido, el más poderoso y el más agresivo, el de los Estados Unidos, descargará el peso de su fuerza sobre las demás en una concurrencia despiadada que acaso adopte formas inesperadas y más concretas de violencia sobre los «aliados» de hoy.
La existencia de Cuba representa esperanzas de un futuro mejor para los pueblos de América y la imagen de un porvenir peligroso para la aparentemente inconmovible estructura monopolista de los Estados Unidos. El tratar de ahogar a Cuba es la aspiración de congelar el presente, pero si a pesar de todos los tipos de agresiones que se realizan, el Estado cubano se mantiene incólume, su economía se asienta y su comercio exterior se desarrolla, el fracaso de esta política será total y el vuelco hacia fórmulas de coexistencia más acelerado.
De las nuevas relaciones de interés mutuo que se establecerán, será natural beneficiario (y, al mismo tiempo, apoyo de cada país que se libere) el bloque de los países socialistas. Pero los grandes países capitalistas, entre los que se encuentra Inglaterra, con serios problemas económicos y restricciones fuertes de sus mercados, tienen la oportunidad de ir a la cabeza en este intercambio, como ya lo ha intentado, en cierta manera, Francia.
Cuba, sin ser un mercado despreciable, quizás no tenga la importancia que amerite el aventurarse a rupturas abruptas con los Estados Unidos, pero América Latina es un gigantesco mercado potencial de doscientos millones de hombres y, por más que se quiera cerrar los ojos a la realidad, este continente convulso seguirá adelante en su lucha de liberación y establecerá, uno a uno, o en grupos, o todos juntos un bloque de países independientes de los sistemas imperialistas y afín al socialismo.
¿Valdrá la pena usar a Cuba de planta piloto para experimentar relaciones que serán de gran beneficio en el futuro inmediato y entraña peligros palpables para el porvenir del sistema capitalista?
La alternativa está bastante claramente expresada y, en nuestro concepto, implica resoluciones serias: se es aliado de los Estados Unidos hasta el final en una política de opresión y de agresiones de los pueblos, para caer víctima de los mismos problemas internos y externos, llegado el momento, o se rompe esa alianza, que empieza a agrietarse en relación con Cuba, para ayudar, mediante el comercio internacional, al rápido desarrollo de los países que se liberan y dar mayores esperanzas a los pueblos que luchan por esa liberación, creando, al mismo tiempo, las condiciones para que se acelere la desaparición del capitalismo.
Consideramos que éste es el gran dilema para países como Inglaterra en el momento actual. Cuba es parte de él, por su significado como catalizador de las ideas revolucionarias de un continente y pionero de las mismas.
La resolución final a adoptar no nos corresponde, simplemente anotamos las trayectorias de la disyuntiva.
Nuestra Industria, Revista Económica, año 2, diciembre de 1964
Tomado de: Escritos y discursos, tomo 8 , Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1977

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