Discurso en homenaje
al Comandante Camilo Cienfuegos
28 de octubre de 1964
Compañeros todos:
Los actos de recordación de los héroes caídos van constituyendo
con el tiempo cierta especie de tarea disciplinaria, y más o menos -quiérase
o no- se convierten en un acto mecánico. Por eso, muchas veces personalmente
he tratado de hurtarle el cuerpo a la rememoración de compañeros
que significan cosas muy importantes en nuestra vida, amigos forjados en la lucha,
compañeros de los primeros momentos, de aquellos momentos en que apenas
un poco más que los dedos de la mano alcanzaban para numerarse. El recordarlos
año tras año en discursos va creando esa mecánica de que
les hablaba; mecánica que, para los que han conocido íntimamente
a Camilo, por ejemplo, como yo, choca.
Hoy acepté venir aquí, por el hecho de tratarse de recordar a Camilo
en este salón, en este edificio, donde su hermano sigue la obra que empezara
primero, por circunstancias especiales, sólo Camilo.
Yo quería decirles pocas palabras y tratar de expresarles lo que creo que
significa, Camilo. Es muy difícil, casi imposible diría.
Yo, conocí a Osmani, a través de Camilo, un día de derrota,
uno de los tantos días de derrota que tuvimos que afrontar. Nos habían
sorprendido; en la huida yo perdí mi mochila, alcancé a salvar la
frazada nada más, y nos reunimos un grupo disperso. Fidel había
salido con otro grupo. Eramos unos 10 ó 12. Y había más o
menos una ley no escrita de la guerrilla que aquel que perdía sus bienes
personales, lo que todo guerrillero debía llevar sobre sus hombros, pues
debía arreglárselas. Entre las cosas que había perdido estaba
algo muy preciado para un guerrillero: las dos o tres latas de conserva que cada
uno tenía en ese momento.
Al llegar la noche, con toda naturalidad cada uno se aprestaba a comer la pequeñísima
ración que tenía, y Camilo -viendo que yo no tenía nada que
comer, ya que, la frazada no era un buen alimento- compartió conmigo la
única lata de leche que tenía; y desde aquel momento yo creo que
nació o se profundizó nuestra amistad.
Tomando sorbos de leche y disimuladamente cuidando cada uno de que el reparto
fuera parejo, íbamos hablando de toda una serie de cosas. En general versaba
la conversación sobre comida, porque, las conversaciones de las gentes
versan sobre los problemas más importantes que le aquejan, y para nosotros
la comida era una obsesión en aquellos días. Así, me contó
del arroz... no, de la harina, creo que la harina con cangrejo, que era una especialidad
de la mamá de Camilo, y me invitó a comerla después del triunfo.
Y así conocí a Osmani, también, aquella noche de fraternidad
guerrillera, mientras compartíamos la lata de leche.
Hasta ese momento, no éramos particularmente amigos; el carácter
era muy diferente. Desde el primer momento salimos juntos. Desde el Granma,
desde la derrota de Alegría de Pío estábamos juntos, sin
embargo, éramos dos caracteres muy diferentes. Y fue meses después
que llegamos a intimar, extraordinariamente.
Chocábamos por cuestiones de disciplina, por problemas de concepción
de una serie de actitudes dentro de la guerrilla. Camilo en aquella época
estaba equivocado. Era un guerrillero muy indisciplinado, muy temperamental; pero
se dio cuenta rápidamente y rectificó aquello. Aun cuando después,
hiciera una serie de hazañas que han dejado su nombre en la leyenda, me
cabe el orgullo de haberlo descubierto, como guerrillero. Y empezó a tejer
esa urdimbre de su leyenda de hoy, en la columna que me había asignado
Fidel, mandando el Pelotón de Vanguardia.
Después, fue comandante; escribió en el llano de Oriente una historia
muy rica en actos de heroísmo, de audacia, de inteligencia combatiente
e hizo la invasión, en los últimos meses de la guerra revolucionaria.
Lo que a nosotros -los que recordamos a Camilo como una cosa, como un ser vivo-
siempre nos atrajo más, fue, lo que también a todo el pueblo de
Cuba atrajo, su manera de ser, su carácter, su alegría, su franqueza,
su disposición de todos los momentos a ofrecer su vida, a pasar los peligros
más grandes con una naturalidad total, con una sencillez completa, sin
el más mínimo alarde de valor, de sabiduría, siempre siendo
el compañero de todos, a pesar de que ya al terminar la guerra, era, indiscutiblemente,
el más brillante de todos los guerrilleros.
A los pocos meses del triunfo, cuando todavía estábamos en la efervescencia
de la destrucción del viejo orden y apenas comenzaba a discutirse sobre
la necesidad de la organización, Camilo murió.
Pero a mí no me cabe duda de que así como rectificó aquellos
primeros errores de los días nacientes de la guerrilla y se convirtió
en el mejor de todos nosotros, así también se hubiera adaptado a
las exigencias de esta nueva época, y hubiera sido una columna firme en
la organización del Ejército, o en la organización de cualquier
organismo, cualquier parte del Estado que le fuera confiada.
Sin embargo, toda esta parte, no ha podido ser ni presenciada, ni ejecutada, ni
colaborar en su ejecución, por Camilo. Nos cabe sólo pensar, en
lo que podría haber hecho, pensar en la ausencia que dejó, en aquellos
momentos en que todavía la conjunción de las fuerzas revolucionarias
no se había deslizado plenamente, y el papel que jugaba cuando, con su
autoridad indiscutida en toda una serie de discusiones, de malquerencias que existían
entre los revolucionarios, surgía Camilo para imponer siempre el llamado
a la cordura, el llamado a hacer prevalecer los principios y el espíritu
revolucionario sobre cualquier querella del momento.
Toda esa etapa de Camilo tampoco se conoce, porque las historias de las revoluciones
tienen una gran parte subterránea, no sale a la luz pública. Las
revoluciones no son movimientos absolutamente puros; están realizados por
hombres, y se gestan en el medio de luchas intestinas, de ambiciones, de desconocimientos
mutuos. Y todo eso, cuando se va superando, se convierte en una etapa de la historia
que, bien o mal, con razón o sin ella, se va silenciando y desaparece.
Nuestra historia también está llena de esas desavenencias, está
llena de esas luchas que a veces fueron muy violentas; está llena de desconocimiento
de nosotros mismos; y, producto de ese desconocimiento: desconfianzas, formaciones
de grupos, luchas entre grupos y, al mismo tiempo, la reacción trabajando
dentro de ella. Allí es donde hay también un gran trabajo de Camilo
que se desconoce. Y fue evidentemente un factor de unidad.
Hoy se puede hablar de todo aquello porque es el pasado, porque se ha constituido
el Partido, e incluso el Partido después, sujeto a una serie de errores,
ha sido depurado, ha sido reestructurado y reorientado, y la unidad nueva, sobre
la base del único enemigo, el enemigo común que es el imperialismo,
se ha hecho en Cuba y ya se puede hablar de aquella etapa, una de las tantas etapas
difíciles de la Revolución donde muchos hombres desconocidos, o
poco conocidos jugaron un papel importantísimo.
Hoy estamos ligados totalmente al mundo socialista, mundo cada vez más
potente, más pujante, enfrentados en una trinchera que es de primera línea
pero que tiene muchas trincheras y mucha fuerza atrás y a los lados contra
el imperialismo. Hoy hay todo un bloque de países no alineados que se reúnen
para condenar el imperialismo y apoyar a Cuba. Y la tarea es distinta, mucho más
fácil. Ahora el enemigo se visualiza y todo el pueblo lo visualiza. En
aquellos momentos era necesaria la presencia de los hombres que no tuvieran la
más mínima ambición personal, la más mínima
desconfianza, que fueran hombres enteramente puros y dedicados a la tarea revolucionaria
exclusivamente, para poder realizar lo que casi podría llamarse el milagro
de la unidad. Y a esa clase de hombres pertenecía Camilo. ¡Y los hay pocos!
Todos nosotros, la mayoría, por lo menos, tenemos muchos pecadillos que
contar de aquellas épocas, muchas suspicacias, desconfianzas a veces hasta
malas artes empleadas con un fin que considerábamos muy justo, pero con
métodos que a veces -muchas veces- eran incorrectos. Y nunca se puede decir
que Camilo haya recurrido a ellos.
Claro que se puede pensar que Camilo es el muerto, y que de los muertos se puede
hablar en forma distinta. Y es natural que si Camilo estuviera vivo y presente
entre nosotros, un sentimiento hasta de pudor natural nos impedirían decir
cosas como estas, pero son absolutamente justas.
Esa es la significación que tiene Camilo para nosotros. Difícil
de expresar, difícil de mostrar ante ustedes, porque definir en lo que
vale un compañero, en lo que vale internamente para cada uno de los que
tuvo alguna responsabilidad en la lucha revolucionaria y en el período
de construcción, es algo muy difícil. Pero quería, simplemente,
anotar ante ustedes, aunque fuera esa significación interna, privada, que
tiene para mí, para muchos de nosotros, Camilo.
Y la seguridad, expresarles la seguridad de que aquel ¿«voy bien»? de Fidel, cuando
le preguntara a Camilo, en la Ciudad Militar a los primeros días o el primer
día de su llegada a La Habana, no significa la casualidad de una pregunta
hecha, a un hombre que de casualidad estuviera a su lado, era la pregunta hecha
a un hombre que merecía la total confianza de Fidel, en el cual sentía,
como quizás en ninguno de nosotros, una confianza y una fe absoluta.
Y por eso, aquella pregunta es todo un símbolo, un símbolo de lo
que significara Camilo. Seguirán pasando los años, tendremos muchas
luchas por delante, nuestra importancia en el mundo acrecentada día a día,
hará que se escriba una historia desde perspectivas diferentes. Y aquellos
dos años de lucha en la Sierra, y aquel primer año de gestación
revolucionaria serán apenas unas pequeñas líneas en la historia
de nuestra Revolución y de la revolución mundial.
Pero por pequeñas que sean esas líneas, por escueto que sea el comentario
y la poca importancia que se le reconozca en el futuro, aquella guerra de escaramuzas
de un grupo de hombres que tuvo como virtud fundamental la de tener fe, en esas
pequeñas líneas, necesariamente, debe estar inscrito el nombre de
Camilo. Porque aun cuando su actuación comparada ya retrospectivamente,
es fugaz, y con el correr de los años será más fugaz en tiempo;
su acción, su influencia, sobre los hombres que tuvieron la fortuna de
participar en toda aquella serie de sucesos, fue enorme.
Y aun, cuando siempre lo digamos mecánicamente, y aun cuando parezca una
de las tantas frases con que se adornan la vida de los héroes caídos,
por lo menos, créanme, cuando lo digo con toda la más grande sinceridad,
que para mí, Camilo no ha muerto. Y que su influencia, la de su acción,
la de su comportamiento de revolucionario, sirve todavía y servirá
siempre, para corregir los errores, la cantidad de errores que día a día
cometemos, la cantidad de injusticias y de debilidades revolucionarias que día
a día cometemos.
Y en la medida en que la acción de aquel grupo tenga también repercusión
sobre la historia de Cuba -como de hecho la tiene-, en la medida de la importancia
que la historia futura asigne -como de seguro asignará- a nuestro dirigente
máximo, a Fidel Castro, allí también, participando de esa
medida, participando también de su acción sobre Fidel, como compañero,
como revolucionario al cual se le tenía la más absoluta de la fe
y al cual se recurría en los momentos de peligro, también figurará
Camilo.
Y ésa, es su gloria eterna. La que yo he tratado de expresar y la que creo
que sobrevivirá mucho más, que incluso, el recuerdo vivido de los
años de guerra.
Eso es todo compañeros.
Comisión para perpetuar
la memoria del Comandante Ernesto Guevara
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