Discurso en la asamblea general
de trabajadores
de la Textilería Ariguanabo
24 de marzo de 1963
Compañeros:
Habíamos decidido, con los compañeros organizadores de esta provincia,
de todo nuestro Partido, concurrir a esta asamblea, dada la importancia que tiene
en la producción del país la textilera de Ariguanabo, que en el
momento actual es la unidad que tiene más trabajadores en todo el país.
Es decir, es el centro industrial más grande con que cuenta nuestro país.
Además, es determinante en una de las industrias más importantes,
para contribuir al bienestar de nuestro pueblo, para asegurar los vestidos, una
de las cosas fundamentales que la Revolución debe dar al pueblo, cualesquiera
que sean las condiciones, cualesquiera que sean las dificultades a que nos veamos
sometidos.
Y hemos venido también para analizar este nuevo proceso, por el que se
han cambiado una serie de conceptos en la organización del Partido y se
vuelve a las masas.
Como ustedes lo han apreciado, más aún, como ustedes lo han sancionado
los miembros del Partido Unido de la Revolución Socialista que salen de
este centro de trabajo, son hombres que cuentan con el apoyo unánime de
los compañeros de trabajo. Los núcleos se forman en este momento,
las organizaciones del Partido, cuentan desde ahora con todo el respaldo de los
compañeros, cuentan con todo el prestigio necesario, y abandonan el trabajo
casi subterráneo, casi conspirativo que durante un buen tiempo fue el que
dio la tónica al trabajo de nuestro Partido dirigente.
De esa penumbra en que se vivía, de esos núcleos clandestinos, elegidos
en una forma mecánica, considerando sin análisis suficiente las
cualidades de los compañeros, se pasa a una nueva forma estructural, en
la cual son las masas las que deciden en el primer escalón quienes deber
ser los obreros ejemplares propuestos como miembros del Partido.
De allí la enorme diferencia. De allí también la enorme fuerza
que debe cobrar el Partido dirigente, sí consecuente con toda una línea
de cambios en la estructura, en la organización, en el esquema general
de concepción del Partido, se pone éste firmemente a la cabeza del
Estado proletario, y guía con sus actos, con su ejemplo, con sus sacrificio,
con la profundidad de su pensamiento y la audacia de sus actos, cada uno de los
momentos de nuestra Revolución. Sin embargo, no todo está perfecto
todavía ni mucho menos. Muchas cosas hay que arreglar.
Sin ir más lejos: hacíamos ahora una pequeña estadística:
197 compañeros han sido reconocidos con todas las cualidades necesarias
para integrar el Partido Unido de la Revolución Socialista en este centro
de trabajo, donde hay más de tres mil obreros. ¿Cuál es la cifra
exacta? Bueno, cuatro mil, lo mismo da para los efectos estadísticos. De
allí se han elegido 197 compañeros, pero de esos 197 compañeros,
solamente hay cinco mujeres. Y, sin embargo, la proporción de mujeres que
trabajan aquí, en Ariguanabo, es mucho mayor que ese 2,5 que arroja nuestra
estadística. Esto indica que hay un fallo en la incorporación de
la mujer, en igualdad de derechos, en igualdad de condiciones, al trabajo activo
de la construcción del socialismo. Y sería bueno que todos nos pusiéramos
a analizar en cada lugar el porqué.
Dos causas son las que lucen, aparentemente, más claras y determinantes
en esto. Una de ellas es que, efectivamente la mujer todavía no se ha desatado
de toda una serie de lazos que la unen a una tradición del pasado que está
muerto. Y, esa manera, no se incorpora a la vida activa de un trabajador revolucionario.
Otra puede ser, que la masa de trabajadores, el llamado sexo fuerte, considera
que todavía las mujeres no tienen el suficiente desarrollo, y hacen valer
la mayoría que tienen; en lugares como éstos se notan más
los hombres, se hace más claro su trabajo, y de allí se olvida un
poco, se trata subjetivamente el papel de la mujer.
Hace unos meses -pocos meses- nosotros tuvimos que cambiar una funcionaria en
el Ministerio de Industrias, una funcionaria capaz. ¿Por qué? Porque tenía
un trabajo que la obligaba a salir por las provincias, muchas veces con inspectores
o con el jefe, con el Director General. Y esta compañera, que estaba casada
-creo que con un miembro del Ejército Rebelde-, por voluntad de su marido,
no podía salir sola; entonces, tenía que supeditar todos sus viajes
a que el marido dejara su trabajo, y la acompañara a cualquier lugar donde
tuviera que ir, de una provincia.
Esta es una manifestación cerril de discriminación de la mujer.
¿Es que acaso la mujer tiene que acompañar al marido cada vez que tiene
que salir por el interior de las provincias, o por cualquier lugar para vigilarlo,
no vaya a caer en tentaciones, o algo por el estilo?
¿Qué indica esto? Pues, sencillamente, que el pasado sigue pesando en nosotros;
que la liberación de la mujer no está completa. Y una de las tareas
de nuestro Partido debe ser lograr su libertad total, su libertad interna, porque
no se trata de una obligación física que se imponga a las mujeres
para retrotraerse en determinadas acciones; es también el peso de una tradición
anterior.
Y en esta nueva etapa que vivimos, en la etapa de construcción del socialismo,
donde se barren todas las discriminaciones y sólo queda como única
y determinante la dictadura, la dictadura de la clase obrera, como clase organizada
sobre las demás clases que han sido derrotadas; y la preparación
en un largo camino que estará lleno de muchas luchas, de muchos sinsabores
todavía, de la sociedad perfecta que será la sociedad sin clases,
la sociedad donde desaparezcan todas las diferencias, en este momento no se puede
admitir otro tipo de dictadura que no sea la dictadura del proletariado como clase.
Y el proletariado no tiene sexo; es el conjunto de todos los hombre y mujeres
que, en todos los puestos de trabajo del país, luchan consecuentemente
para obtener un fin común.
Este es un ejemplo de todo lo que hay que hacer. Pero, naturalmente, solamente
un ejemplo y no se agotan con eso. Muchas cosas quedan por hacer; más aún,
sin llevarnos a las tradiciones del pasado anterior al triunfo de la Revolución
quedan una serie de tradiciones del pasado posterior, es decir, del pasado que
pertenece a nuestra historia prerrevolucionaria.
Las tradiciones de que miembros del Partido, de los sindicatos, de diversas organizaciones
de masas, dirijan, orienten, dictaminen pero muchas veces no trabajen. Y eso es
algo completamente negativo.
Quien aspire a ser dirigente tiene que poder enfrentarse, o mejor dicho, exponerse
al veredicto de las masas, y tener confianza de que ha sido elegido dirigente
o se propone como dirigente porque es el mejor entre lo buenos, por su trabajo,
su espíritu de sacrificio, su constante actitud de vanguardia en todas
las luchas que el proletariado debe realizar a diario para la construcción
del socialismo.
Eso todavía pesa en nosotros. Todavía nuestras organizaciones no
están totalmente exentas de ese pecado que se incorporó a nuestras
tradiciones tan jóvenes dentro de la Revolución, y que empezaron
a hacer daño. Y también desterrar totalmente todo lo que significa
el pensar que se elegido miembro de alguna organización de masas o del
partido dirigente de la Revolución -dirigente en alguna de las distintas
facetas que toma- le permite a estos compañeros tener la más mínima
oportunidad de lograr algo más que el resto del pueblo.
Es decir, esa política de premiar al bueno con bienes materiales, de premiar
a quien demostró tener mayor conciencia y mayor espíritu de sacrificio
con bienes materiales.
Y éstas son dos cosas que constantemente van chocando y van integrándose
dialécticamente en el proceso de construcción del socialismo: por
un lado los estímulos materiales necesarios, porque salimos de una sociedad
que no pensaba nada más que en estímulos materiales y construimos
una sociedad nueva sobre la base de aquella vieja sociedad, con toda una serie
de traslados en la conciencia de la gente de aquella vieja sociedad, y porque
no tenemos lo suficiente todavía para dar a cada cual según su necesidad.
Por eso el interés material estará presente durante un tiempo en
el proceso de construcción del socialismo.
Pero, precisamente, la acción del Partido de vanguardia es la de levantar
al máximo la bandera opuesta, la del interés moral, la del estímulo
moral, la de los hombres que luchan y se sacrifican y no esperan otra cosa que
el reconocimiento de sus compañeros, no esperan otra cosa que la sanción
que ustedes hoy han dado a los compañeros eligiéndolos para formar
parte del Partido Unido de la Revolución.
El estímulo moral, la creación de una nueva conciencia socialista,
es el punto en que debemos apoyarnos y hacia donde debemos ir, y hacer énfasis
en él.
El estímulo material es el rezago del pasado, es aquello con lo que hay
que contar, pero a lo que hay que ir quitándole preponderancia en la conciencia
de la gente a medida que avance el proceso. Uno está en decidido proceso
de ascenso; el otro debe estar en decidido proceso de extinción. El estímulo
material no participará en la sociedad nueva que se crea, se extinguirá
en el camino y hay que preparar las condiciones para que ese tipo de movilización
que hoy es efectiva vaya perdiendo cada vez más su importancia y la vaya
ocupando el estímulo moral, el sentido del deber, la nueva conciencia revolucionaria.
Compañeros, ahora se han dado los primeros pasos, ya existe oficialmente
-digamos- el Partido Unido de la Revolución en este centro de trabajo;
está compuesto en este primer momento, al menos, por 197 compañeros.
¿Cuáles son las cualidades que se han buscado en ellos? Ustedes las saben,
porque ustedes mismos los han elegido. Ustedes conoce del espíritu de sacrificio,
de la camaradería, del amor a la patria, del espíritu de ser vanguardia
en cada momento de lucha, el espíritu de conductor mediante el ejemplo,
de conductor modesto, de conductor sin estridencias, que debe tener un miembro
del Partido. Pero, además, el miembro de Partido nuevo tiene que ser un
hombre que sienta íntimamente en todo su ser las nuevas verdades, y que
las sienta con naturalidad, que aquello que sea sacrificio para el común
de la gente sea para él simplemente la acción cotidiana, lo que
hay que hacer y lo que es natural hacer.
Es decir, que se cambie totalmente la actitud frente a determinadas obligaciones
del hombre en su vida cotidiana y a determinadas obligaciones de un revolucionario
en un proceso de desarrollo como el nuestro, frente a un cerco imperialista.
Hace pocos días, en una de las tantas reuniones que tenemos, desgraciadamente,
y que todavía no hemos podido desterrar, uno de los compañeros contó
el último chiste -el último chiste, por lo menos, que llegó
a mis oídos- que está referido a la constitución del Partido.
Y se trataba de un hombre que iba a entrar al Partido y al cual le decían
los miembros del seccional, en fin, los organizadores, le explicaban los deberes
de un comunista. Le explicaban la necesidad de estar al frente en el trabajo de
horas extra, de conducir con el ejemplo, de utilizar todas las horas del día
en mejorar su preparación cultural, de ir los domingos al trabajo voluntario,
de trabajar voluntariamente todos los días, olvidarse de todo lo que fuera
la vanidad y concretarse todo el tiempo a trabajar, a participar en todos los
organismos de masas que existan en este momento y, por último, le decían:
«y, además, usted como miembro del Partido debe estar listo en todo momento
a dar su vida a la Revolución. ¿Usted estará listo?» Y entonces
el hombre contestaba: «Bueno, si voy a llevar esa vida que usted dice, ¿para qué
la quiero? Encantado la doy.»
¿Por qué? Es el viejo concepto el que está expresado en ese chiste,
no se si contrarrevolucionario o revolucionario, pero sí de un profundo
contenido contrarrevolucionario. ¿Por qué? Porque precisamente un trabajador
de vanguardia, un miembro del Partido dirigente de la Revolución, siente
todos estos trabajos que se llaman sacrificio con un interés nuevo, como
una parte de su deber, pero no de su deber impuesto, sino de su deber interno
y lo hace con interés.
Y las cosas más banales y más aburridas se transforman, por imperio
del interés, del esfuerzo interior del individuo, de la profundización
de su conciencia, en cosas importantes y sustanciales, en algo que no puede dejar
de hacer sin sentirse mal; en lo que se llama sacrificio. Y se convierte entonces
no hacer el sacrificio en el verdadero sacrificio para un revolucionario. Es decir,
que las categorías y los conceptos ya van variando.
El revolucionario cabal, el miembro del Partido dirigente de la Revolución
deberá trabajar todas las horas, todos los minutos de su vida, en estos
años de lucha tan dura como nos esperan, con un interés siempre
renovado y siempre creciente y siempre fresco. Esta es una cualidad fundamental.
Eso significa sentir la Revolución. Eso significa que el hombre es un revolucionario
por dentro, que siente como revolucionario. Y entonces el concepto de sacrificio
adquiere nuevas modalidades.
El militante del Partido Unido de la Revolución es un marxista; debe conocer
el marxismo y debe aplicar consecuentemente, en su análisis, el materialismo
dialéctico para poder interpretar el mundo cabalmente.
Pero el mundo es grande, es amplio, tiene muchas estructuras diferentes, ha pasado
por muchas civilizaciones diferentes, y en ese momento, incluso, todavía
en algunos puntos de este mundo hay estratos de la sociedad o pueblos que viven
en la más primitiva de las sociedades que se conocen: en la sociedad del
comunismo primitivo. Y también existe el esclavismo, desgraciadamente,
y existe mucho en América, por ejemplo, el feudalismo, y existe el capitalismo
y su última etapa: el imperialismo. Además existen los pueblos que
están entrando a construir el socialismo y aquellos -como la Unión
Soviética- que empiezan a construir el comunismo.
Pero aun cuando los pueblos estén en la misma definición social,
sean capitalista o estén en proceso de construcción del socialismo
o cualquier otro, han arribado a esa etapa histórica por caminos diferentes
y en condiciones peculiares para cada pueblo.
Por eso el marxismo es solamente una guía par la acción. Se han
descubierto las grandes verdades fundamentales, y a partir de ellas, utilizando
el materialismo dialéctico como arma, se va interpretando la realidad en
cada lugar del mundo. Por eso ninguna construcción será igual; todas
tendrán características peculiares, propias a su formación.
Y las características de nuestra Revolución también son propias.
No pueden desligarse de las grandes verdades, no pueden ignorar las verdades absolutas
descubiertas por el marxismo, no inventadas, no establecidas como dogmas, sino
descubiertas en al análisis del desarrollo de la sociedad. Pero habrá
condiciones propias, y los miembros del Partido Unido de la Revolución
deberán ser creadores, deberán manejar la teoría y crear
la práctica de acuerdo con la teoría y con las condiciones propias
de este país en que nos toca vivir y luchar.
Es decir, que la tarea de la construcción del socialismo en Cuba, debe
encararse huyendo del mecanismo como de la peste. El mecanismo no conduce sino
a formas estereotipadas, no conduce sino a núcleos clandestinos, al favoritismo,
y toda una serie de males dentro de la organización revolucionaria. Hay
que obrar dialécticamente, apoyarse en las masas, estar siempre en contacto
con las masas, dirigirlas mediante su ejemplo, utilizar la ideología marxista,
utilizar el materialismo dialéctico y ser creadores en todo momento.
Frente a esto, ¿cómo podríamos definir las tareas más importantes
de un miembro del Partido Unido de la Revolución? Hay dos fundamentales,
dos que vuelven a repetirse constantemente y que son la base en que está
apoyado todo el desarrollo de la sociedad: la producción, el desarrollo
de los bienes para el pueblo; y la profundización de la conciencia.
De más está explicarles a ustedes por qué es tan importante
la producción. Porque la producción debe ser algo que siempre esté
presente en las inquietudes grandes de un miembro del Partido.
El socialismo no es una sociedad de beneficencia, no es un régimen utópico,
basado en la bondad del hombre como hombre. El socialismo es un régimen
al que se llega históricamente, y que tiene como base la socialización
de los bienes fundamentales de producción y la distribución equitativa
de todas las riquezas de la sociedad, dentro de un marco en el cual haya producción
de tipo social. Es decir, la producción que creó el capitalismo:
las grandes fábricas, las grandes haciendas capitalistas, las grandes fincas
capitalistas, los lugares donde el trabajo, el trabajo del hombre se hacía
en comunidad, en sociedad; pero en aquella época el aprovechamiento del
fruto de su trabajo se hacía individualmente por los capitalistas, por
la clase explotadora, por la poseedora jurídica de los bienes de producción.
Han cambiado ahora las cosas. Pero el fundamento sigue siendo el mismo: una clase
social, una estructura social que llega y se apoya necesariamente en la anterior.
Y el proceso de construcción del socialismo, es el proceso de desarrollo
de toda nuestra producción.
¿Y por qué la conciencia? Bien, la conciencia es todavía más
importante, si cabe. Y es tan importante por las características nuevas
que arroja los procesos de desarrollo de las sociedades en este siglo.
Cuando Marx hizo el análisis de las sociedades se conocía y había
sociedad primitiva, y una sociedad feudal, y antes, una sociedad esclavista, y
se conocía la sociedad capitalista. Lo que hizo Marx fue analizar el por
qué de cada una; demostrar que estaba todo relacionado con la producción,
que la conciencia del hombre está generada por el medio en que vivía,
y ese medio estaba dado por las relaciones de producción. Pero al profundizar
en el análisis, Marx hizo algo más importante todavía: demostró
que, históricamente, el capitalismo debía desaparecer y dar paso
a una nueva sociedad: la sociedad socialista.
Pero pasando el tiempo, Lenin profundizó más el análisis
y llegó a la conclusión de que, el paso de una sociedad a otra,
no era un paso mecánico, que las condiciones podían acelerarse al
máximo, mediante algunos catalizadores, pudiéramos llamar -no es
una frase de Lenin, sino mía, pero es la idea, la idea central. Es decir,
que si había una vanguardia del proletariado que fuera capaz de tomar las
reivindicaciones fundamentales del proletariado, y, tener, además la idea
clara de a dónde se debía ir, y tratar de tomar el poder, para ir
a establecer la nueva sociedad, se podía avanzar y quemar etapas, y que,
además, la sociedad socialista se podía desarrollar en un solo país
aislado, aun en las condiciones del más terrible cerco imperialista, como
fue el que debió afrontar la Unión Soviética durante los
primeros años de la creación del estado soviético, y allí
entonces, comienza el por qué es tan importante la conciencia.
Porque nosotros hemos averiguado que el proceso de desarrollo histórico
de las sociedades, en determinadas condiciones, pueden abreviarse, y que el Partido
de vanguardia es una de las armas fundamentales para abreviarlas. Y consecuentemente
con la lección que diera la Unión Soviética hace ya 45 años,
en Cuba, hicimos lo mismo. Pudimos abreviar mediante el movimiento de vanguardia,
quemar etapas y establece el carácter socialista de nuestra Revolución,
dos años después de haber triunfado la Revolución, e incluso,
sancionar el carácter socialista de la Revolución, cuando de hecho,
en la práctica, ya tenía carácter socialista, porque habíamos
tomado los medios de producción, íbamos a la toma total de esos
medios; íbamos a la eliminación de la explotación del hombre
por el hombre, e íbamos a la planificación de todos los procesos
productivos para poder distribuir correctamente y equitativamente, entre todos.
Pero esos proceso de aceleración van dejando mucha gente en el camino.
La sociedad vieja pesa, los conceptos de la sociedad vieja pesan, constantemente,
en la conciencia de los hombres. Y allí es donde el factor de profundización
de la conciencia socialista adquiere tanta importancia.
No se llega al socialismo en las condiciones actuales de nuestro país,
y en muchos otros que lo han hecho por la explosión de las condiciones
sociales anteriores. Es decir, por un cambio mecánico, porque había
tantas condiciones objetivas que ya el tránsito al socialismo era, simplemente,
una cuestión de forma.
Es decir, que ya en la conciencia de todo el mundo había apuntado la necesidad
de una sociedad nueva.
Aquí no, aquí fue la vanguardia la que fue desarrollando, la que
fue llevando al pueblo, fue la tarea primerísima de Fidel, dirigiendo a
nuestro pueblo, dándole en cada momento la indicación de lo que
era más importante hacer, dando las lecciones de dignidad, de espíritu
de sacrificio, de bravura, que hemos tenido que dar al mundo entero, en estos
cuatro años de Revolución. Y así la gente a veces por motivo
emocionales fue ingresando en el proceso de construcción del socialismo,
pero siempre quedan rezagados, y nuestra función no es la de liquidar a
los rezagados, no es la de aplastarlos y obligarlos a que acaten a una vanguardia
armada, sino la de educarlos, la de llevarlos adelante, la de hacer que nos sigan
por nuestro ejemplo, la compulsión moral que llamara Fidel una vez. Es
decir, que cada hombre se sienta compelido a hacer aquello que no tiene ganas
de hacer, que no siente la necesidad de hacer, por el ejemplo de sus mejores compañeros,
que lo están haciendo con entusiasmo, con fervor, con alegría día
a día.
El ejemplo, el buen ejemplo, como el mal ejemplo, es muy contagioso, y nosotros
tenemos que contagiar con buenos ejemplos, trabajar sobre la conciencia de la
gente, golpearle la conciencia a la gente, demostrar de lo que somos capaces;
demostrar de lo que es capaz una Revolución cuando está en el poder,
cuando está segura de su objetivo final, cuando tiene fe en la justicia
de sus fines y la línea que ha seguido, y cuando está dispuesta,
como estuvo dispuesto nuestro pueblo entero antes de ceder un paso en lo que era
nuestro legítimo derecho.
Todo esto tenemos que amalgamarlo, explicarlo y hacerlo carne, en cada uno de
los que no lo han entendido, aun en aquellos que todavía no lo sienten
como una cosa interna. Ir poco a poco convirtiéndolos a ellos también
en una necesidad.
Será largo, será muy duro, pero ahí es donde nosotros tenemos
que golpear. Estamos nosotros casi tan cercados como lo estaba la Unión
Soviética en aquellos años terribles y maravillosos a la vez de
la historia de la humanidad. Pero existe la Unión Soviética, existe
el campo de los países socialistas, un bloque inmenso de gente que va agrandando
cada vez nuevas fuerzas y nuevos pueblos a la idea del socialismo.
Nosotros estamos en América aislados; se preparan por la OEA en un lugar,
los Estados Unidos se preparan por otro, preparan provocaciones en Guatemala,
preparan provocaciones en cualquier país de América; aviones sospechosamente
caen en territorio cuyo gobierno es enemigo nuestro, y aparecen cartas y aparecen
informes. Y todo es la misma cara de la gran conspiración del imperialismo
contra el pueblo cubano.
¿Por qué? Porque aún cuando nosotros tenemos defectos -y lo sabemos-,
aún cuando nuestro camino de cuatro años tiene grandes victorias
y relativos fracasos, el número, el peso de las victorias es tan grande
y tan aleccionador para América, que el imperialismo nos tiene miedo, nos
tiene más miedo a nosotros quizás que a otros pueblos fuertes de
la tierra.
La base del imperialismo está en América; el imperialismo norteamericano,
que es el más fuerte, está en América. América habla
español, América nos entiende a nosotros, América nos admira
y ve en nosotros la imagen de lo que puede ser el futuro para todos sus pueblos,
y se prepara para esa victoria.
Si hay guerrillas en América -y lo sabemos nosotros y lo sabe el Pentágono-,
no son creaciones nuestras ni mucho menos; no podemos hacerlo, no hay fuerzas,
pero sí las vemos con alegría. Nos entusiasmamos con los triunfos
de los venezolanos, con la profundización de la revolución venezolana;
nos entusiasmamos cuando sabemos que en Guatemala, en Colombia, en el Perú,
hay brotes revolucionarios; cuando el andamiaje del poder imperial empieza a sufrir
resquebrajaduras, todavía pequeñas pero sistemáticas, en
cada uno de esos puntos, nos alegramos.
Y esto, compañeros, tiene algo muy palpable para ver en América.
Ese algo que les habla en español, en su propia lengua y que explica en
forma clara qué es lo que hay que hacer para alcanzar la felicidad, se
llama la Revolución cubana. Por eso nos temen de verdad.
No es estridencia nuestra, nos es un orgullo falso ni una pretensión falsa
de un pequeño país: es un análisis objetivo de los hechos.
Todos nosotros somos responsables de que nos teman y nos odien los imperialistas.
¡Y ese debe ser nuestro gran orgullo: el miedo y el odio que nos tienen!; el que
sienta el señor Kennedy que es un forúnculo terrible que no lo deja
dormir esta Revolución cubana, o el que tienen todos los títeres
de América la imagen de su futuro en la imagen de lo que les pasó
a los que estaban aquí. Que comprendan el alcance y la profundidad de la
justicia popular cuando alcanza el poder libre de trabas.
Esa es nuestra obra definitiva y gran responsabilidad ante América entera
y ante el mundo también.
Hemos dado una lección de dignidad que los norteamericanos no pensaron
nunca pudiera ocurrir a fines del año pasado. Y cada vez la seguimos dando
con nuestros actos.
Eso es lo que vale en términos que superan nuestro ámbito pequeño
y eso también es nuestro orgullo. Ese es nuestro orgullo más grande:
el que a un cubano en cualquier lugar del mundo se le respete, se le admire, se
le quiera y a veces se le tema y se le odie por lo que representa la Revolución,
por la profundidad que ha alcanzado, por sus logros en cuatro años.
Es decir, compañeros, que tenemos que aprestarnos a multiplicar los logros
y a disminuir los errores, a profundizar la conciencia de las masas y aumentar
la producción, a dar más con nuestras fuerzas, acostumbrarnos a
que en la producción también podemos caminar solos, como hemos caminado
en muchos momentos difíciles. Y que la ayuda de los países amigos
-una ayuda generosa y fraternal que se nos ha dado muchas veces- debe ser el elemento
para consolidarnos y para asegurar más la Revolución, pero no la
base, no la base de nuestras fuerzas en otro país por más amigo
y desinteresado que sea, porque no puede existir una fuerza verdadera que no emane
de la propia conciencia de su fuerza. Cuando un pueblo alcanza la conciencia de
su fuerza, la decisión de luchar, la decisión de ir hacia adelante,
entonces sí es fuerte y entonces sí puede plantarse frente a cualquier
enemigo.
Lo hemos hecho, y en términos generales podemos estar muy orgullosos de
lo que hemos hecho todos. Pero también debemos analizar crudamente y objetivamente,
así como ustedes analizaron a sus compañeros y les hicieron la crítica
a aquel que merecía la crítica, así debemos analizar nosotros
nuestro trabajo, cruda y objetivamente, y criticarlo cada vez que sea pobre, cada
vez que no resuelva los problemas fundamentales, cada vez que caiga en el conformismo,
en el mecanismo, cada vez que deje de ser creador y vital.
Todo eso es lo que se pretende de ustedes los miembros del Partido Unido de la
Revolución, y se pretende además todo eso de todos ustedes, los
que han elegido al Partido, los que lo han sancionado y no pertenecen todavía
a ese Partido.
Nosotros pretendemos que todo nuestro pueblo marche a un solo ritmo, con un solo
paso; que su destacamento de vanguardia tenga que luchar y caminar muy rápido
con muchas dificultades para superar al destacamento más fuerte, al destacamento
entero del pueblo. Esa es la tarea.
Los compañeros del Partido tienen ahora la obligación de ser la
vanguardia. Recuerden lo que les dijo Fidel: «... allí estarán los
mejores, los Camilos, los hombre de confianza, los hombres de sacrificio y de
espíritu fuerte...» Pero también nuestro pueblo entero tiene que
hacerse como aquellos guerrilleros que empezaron desorganizados, que le tenían
miedo a los aviones y a los tanques y a los soldados enemigos, y que acabaron
avanzando por todos los territorios de Cuba y destruyendo un ejército que
era mucho más poderoso, que tenía todos los medios de destrucción
en sus manos, pero que no tenía moral.
Y en aquel momento final cuando se logró la victoria, se logró porque
ya la vanguardia no representaba la exclusividad del valor; la vanguardia en todo
caso podía ser más valor, un poco más de valor, pero era
el Ejército Rebelde entero el que representaba el valor del pueblo.
Y cada vez que se acrecentaba su fuerza, su valor y su decisión de luchar,
el enemigo cedía, el enemigo iba abandonando posiciones, iba perdiendo
fe, se iba desintegrando hasta que se disolvió.
Esa es nuestra tarea; es muy difícil y muy sencilla, todo depende de cómo
la encaremos, todo depende de cómo nos situemos frente a la realidad revolucionaria
y de lo que seamos capaces de hacer, desprovistos al máximo de las taras
de la sociedad que ha muerto.
Comisión para perpetuar
la memoria del Comandante Ernesto Guevara
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