Contra el burocratismo
Abril 1961
Nuestra Revolución fue, en esencia, el producto de un movimiento guerrillero
que inició la lucha armada contra la tiranía y la cristalizó
en la toma del poder. Los primeros pasos como Estado Revolucionario, así
como toda la primitiva época de nuestra gestión en el gobierno,
estaban fuertemente teñidos de los elementos fundamentales de la táctica
guerrillera como forma de administración estatal. El «guerrillerismo»
repetía la experiencia de la lucha armada de las sierras y campos de
Cuba en las distintas organizaciones administrativas y de masas, y se traducía
en que solamente las grandes consignas revolucionarias eran seguidas (y muchas
veces interpretadas en distintas maneras) por los organismos de la administración
y de la sociedad en general. La forma de resolver los problemas concretos estaba
sujeta al libre arbitrio de cada uno de los dirigentes.
Por ocupar todo el complejo aparato de la sociedad, los campos de acción
de las «guerrillas administrativas» chocaban entre sí, produciéndose
continuos roces, órdenes y contraórdenes, distintas interpretaciones
de las leyes, que llegaban, en algunos casos, a la réplica contra las
mismas por parte de organismos que establecían sus propios dictados en
forma de decretos, haciendo caso omiso del aparato central de dirección.
Después de un año de dolorosas experiencias llegamos a la conclusión
de que era imprescindible modificar totalmente nuestro estilo de trabajo y volver
a organizar el aparato estatal de un modo racional, utilizando las técnicas
de la planificación conocidas en los hermanos países socialistas.
Como contra medida, se empezaron a organizar los fuertes aparatos burocráticos
que caracterizan esta primera época de construcción de nuestro
Estado socialista, pero el bandazo fue demasiado grande y toda una serie de
organismos, entre los que se incluye el Ministerio de Industrias, iniciaron
una política de centralización operativa, frenando exageradamente
la iniciativa de los administradores. Este concepto centralizador se explica
por la escasez de cuadros medios y el espíritu anárquico anterior,
lo que obligaba a un celo enorme en las exigencias de cumplimiento de las directivas.
Paralelamente, la falta de aparatos de control adecuados hacía difícil
la correcta localización a tiempo de las fallas administrativas, lo que
amparaba el uso de la «libreta». De esta manera, los cuadros más conscientes
y los más tímidos frenaban sus impulsos para atemperarlos a la
marcha del lento engranaje de la administración, mientras otros campeaban
todavía por sus respetos, sin sentirse obligados a acatar autoridad alguna,
obligando a nuevas medidas de control que paralizaran su actividad. Así
comienza a padecer nuestra Revolución el mal llamado burocratismo.
El burocratismo, evidentemente, no nace con la sociedad socialista ni es un
componente obligado de ella. La burocracia estatal existía en la época
de los regímenes burgueses con su cortejo de prebendas y de lacayismo,
ya que a la sombra del presupuesto medraba un gran número de aprovechados
que constituían la «corte» del político de turno. En una sociedad
capitalista, donde todo el aparato del Estado está puesto al servicio
de la burguesía, su importancia como órgano dirigente es muy pequeña
y lo fundamental resulta hacerlo lo suficientemente permeable como para permitir
el tránsito de los aprovechados y lo suficientemente hermético
como para apresar en sus mallas al pueblo. Dado el peso de los «pecados originales»
yacentes en los antiguos aparatos administrativos y las situaciones creadas
con posterioridad al triunfo de la Revolución, el mal del burocratismo
comenzó a desarrollarse con fuerza. Si fuéramos a buscar sus raíces
en el momento actual, agregaríamos a causas viejas nuevas motivaciones,
encontrando tres razones fundamentales.
Una de ellas es la falta de motor interno. Con esto queremos decir, la falta
de interés del individuo por rendir un servicio al Estado y por superar
una situación dada. Se basa en una falta de conciencia revolucionaria
o, en todo caso, en el conformismo frente a lo que anda mal.
Se puede establecer una relación directa y obvia entre la falta de motor
interno y la falta de interés por resolver los problemas. En este caso,
ya sea que esta falla del motor ideológico se produzca por una carencia
absoluta de convicción o por cierta dosis de desesperación frente
a problemas repetidos que no se pueden resolver, el individuo, o grupo de individuos,
se refugian en el burocratismo, llenan papeles, salvan su responsabilidad y
establecen la defensa escrita para seguir vegetando o para defenderse de la
irresponsabilidad de otros.
Otra causa es la falta de organización. Al pretender destruir el «guerrillerismo»
sin tener la suficiente experiencia administrativa, se producen disloques, cuellos
de botellas, que frenan innecesariamente el flujo de las informaciones de las
bases y de las instrucciones u órdenes emanadas de los aparatos centrales.
A veces éstas, o aquéllas, toman rumbos extraviados y, otras,
se traducen en indicaciones mal vertidas, disparatadas, que contribuyen más
a la distorsión.
La falta de organización tiene como característica fundamental
la falla en los métodos para encarar una situación dada. Ejemplos
podemos ver en los Ministerios, cuando se quiere resolver problemas a otros
niveles que el adecuado o cuando éstos se tratan por vías falsas
y se pierden en el laberinto de los papeles. El burocratismo es la cadena del
tipo de funcionario que quiere resolver de cualquier manera sus problemas, chocando
una y otra vez contra el orden establecido, sin dar con la solución.
Es frecuente observar cómo la única salida encontrada por un buen
número de funcionarios es el solicitar más personal para realizar
una tarea cuya fácil solución sólo exige un poco de lógica,
creando nuevas causas para el papeleo innecesario.
No debemos nunca olvidar, para hacer una sana autocrítica, que la dirección
económica de la Revolución es la responsable de la mayoría
de los males burocráticos: Los aparatos estatales no se desarrollaron
mediante un plan único y con sus relaciones bien estudiadas, dejando
amplio margen a la especulación sobre los métodos administrativos.
El aparato central de la economía, la Junta Central de Planificación,
no cumplió su tarea de conducción y no la podía cumplir,
pues no tenía la autoridad suficiente sobre los organismos, estaba incapacitada
para dar órdenes precisas en base a un sistema único y con el
adecuado control y le faltaba el imprescindible auxilio de un plan perspectivo.
La centralización excesiva sin una organización perfecta frenó
la acción espontánea sin el sustituto de la orden correcta y a
tiempo. Un cúmulo de decisiones menores limitó la visión
de los grandes problemas y la solución de todos ellos se estancó,
sin orden ni concierto. Las decisiones de última hora, a la carrera y
sin análisis, fueron la característica de nuestro trabajo.
La tercera causa, muy importante, es la falta de conocimientos técnicos
suficientemente desarrollados como para poder tomar decisiones justas y en poco
tiempo. Al no poder hacerlo, deben reunirse muchas experiencias de pequeño
valor y tratar de extraer de allí una conclusión. Las discusiones
suelen volverse interminables, sin que ninguno de los expositores tenga la autoridad
suficiente como para imponer su criterio. Después de una, dos, unas cuantas
reuniones, el problema sigue vigente hasta que se resuelva por sí solo
o hay que tomar una resolución cualquiera, por mala que sea.
La falta casi total de conocimientos, suplida como dijimos antes por una larga
serie de reuniones, configura el «reunionismo», que se traduce fundamentalmente
en falta de perspectiva para resolver los problemas. En estos casos, el burocratismo,
es decir, el freno de los papeles y de las indecisiones al desarrollo de la
sociedad, es el destino de los organismos afectados.
Estas tres causas fundamentales influyen, una a una o en distintas conjunciones,
en menor o mayor proporción, en toda la vida institucional del país,
y ha llegado el momento de romper con sus malignas influencias. Hay que tomar
medidas concretas para agilizar los aparatos estatales, de tal manera que se
establezca un rígido control central que permita tener en las manos de
la dirección las claves de la economía y libere al máximo
la iniciativa, desarrollando sobre bases lógicas las relaciones de las
fuerzas productivas.
Si conocemos las causas y los efectos del burocratismo, podemos analizar exactamente
las posibilidades de corregir su mal. De todas las causas fundamentales, podemos
considerar a la organización como nuestro problema central y encararla
con todo el rigor necesario. Para ello debemos modificar nuestro estilo de trabajo;
jerarquizar los problemas adjudicando a cada organismo y cada nivel de decisión
su tarea; establecer las relaciones concretas entre cada uno de ellos y los
demás, desde el centro de decisión económica hasta la última
unidad administrativa y las relaciones entre sus distintos componentes, horizontalmente,
hasta formar el conjunto de las relaciones de la economía. Esa es la
tarea más asequible a nuestras fuerzas actualmente, y nos permitirá,
como ventaja adicional, encaminar hacia otros frentes a una gran cantidad de
empleados innecesarios, que no trabajan, realizan funciones mínimas o
duplican las de otros sin resultado alguno.
Simultáneamente, debemos desarrollar con empeño un trabajo político
para liquidar las faltas de motivaciones internas, es decir, la falta de claridad
política, que se traduce en una falta de ejecutividad. Los caminos son:
la educación continuada mediante la explicación concreta de las
tareas, mediante la inculcación del interés a los empleados administrativos
por su trabajo concreto, mediante el ejemplo de los trabajadores de vanguardia,
por una parte, y las medidas drásticas de eliminar al parásito,
ya sea el que esconde en su actitud una enemistad profunda hacia la sociedad
socialista o al que está irremediablemente reñido con el trabajo.
Por último, debemos corregir la inferioridad que significa la falta
de conocimientos. Hemos iniciado la gigantesca tarea de transformar la sociedad
de una punta a la otra en medio de la agresión imperialista, de un bloqueo
cada vez más fuerte, de un cambio completo en nuestra tecnología,
de agudas escaseces de materias primas y artículos alimenticios y de
una fuga en masa de los pocos técnicos calificados que tenemos. En esas
condiciones debemos plantearnos un trabajo muy serio y muy perseverante con
las masas, para suplir los vacíos que dejan los traidores y las necesidades
de fuerza de trabajo calificada que se producen por el ritmo veloz impuesto
a nuestro desarrollo. De allí que la capacitación ocupe un lugar
preferente en todos los planes del Gobierno Revolucionario.
La capacitación de los trabajadores activos se inicia en los centros
de trabajo al primer nivel educacional: la eliminación de algunos restos
de analfabetismo que quedan en los lugares más apartados, los cursos
de seguimiento, después, los de superación obrera para aquellos
que hayan alcanzado tercer grado, los cursos de Mínimo Técnico
para los obreros de más alto nivel, los de extensión para hacer
subingenieros a los obreros calificados, los cursos universitarios para todo
tipo de profesional y, también, los administrativos. La intención
del Gobierno Revolucionario es convertir nuestro país en una gran escuela,
donde el estudio y el éxito de los estudios sean uno de los factores
fundamentales para el mejoramiento de la condición del individuo, tanto
económicamente como en su ubicación moral dentro de la sociedad,
de acuerdo con sus calidades.
Si nosotros logramos desentrañar, bajo la maraña de los papeles,
las intrincadas relaciones entre los organismos y entre secciones de organismos,
la duplicación de funciones y los frecuentes «baches» en que caen nuestras
instituciones, encontramos las raíces del problema y elaboramos normas
de organización, primero elementales, más completas luego, damos
la batalla frontal a los disciplentes, a los confusos y a los vagos, reeducamos
y educamos a esta masa, la incorporamos a la Revolución y eliminamos
lo desechable y, al mismo tiempo, continuamos sin desmayar, cualesquiera que
sean los inconvenientes confrontados, una gran tarea de educación a todos
los niveles, estaremos en condiciones de liquidar en poco tiempo el burocratismo.
La experiencia de la última movilización es la que nos ha motivado
a tener discusiones en el Ministerio de Industrias para analizar el fenómeno
de que, en medio de ella, cuando todo el país ponía en tensión
sus fuerzas para resistir el embate enemigo, la producción industrial
no caía, el ausentismo desaparecía, los problemas se resolvían
con una insospechada velocidad. Analizando esto, llegamos a la conclusión
de que convergieron varios factores que destruyeron las causas fundamentales
del burocratismo; había un gran impulso patriótico y nacional
de resistir al imperialismo que abarcó a la inmensa mayoría del
pueblo de Cuba, y cada trabajador, a su nivel, se convirtió en un soldado
de la economía dispuesto a resolver cualquier problema.
El motor ideológico se lograba de esta manera por el estímulo
de la agresión extranjera. Las normas organizativas se reducían
a señalar estrictamente lo que no se podía hacer y el problema
fundamental que debiera resolverse; mantener determinadas producciones con mayor
énfasis aún, y desligar a las empresas, fábricas y organismos
de todo el resto de las funciones aleatorias, pero necesarias en un proceso
social normal.
La responsabilidad especial que tenía cada individuo lo obligaba a tomar
decisiones rápidas; estábamos frente a una situación de
emergencia nacional, y había que tomarlas fueran acertadas o equivocadas;
había que tomarlas, y rápido; así se hizo en muchos casos.
No hemos efectuado el balance de la movilización todavía, y,
evidentemente, ese balance, en términos financieros no puede ser positivo,
pero sí lo fue en términos de movilización ideológica,
en la producción de la conciencia de las masas. ¿Cuál es la enseñanza?
Que debemos hacer carne en nuestros trabajadores, obreros, campesinos o empleados
que el peligro de la agresión imperialista sigue pendiente sobre nuestras
cabezas, que no hay tal situación de paz y que nuestro deber es seguir
fortaleciendo la Revolución día a día, porque, además,
ésa es nuestra garantía máxima de que no haya invasión.
Cuanto más le cueste al imperialismo tomar esta isla, cuanto más
fuertes sean sus defensas y cuanto más alta sea la conciencia de sus
hijos, más lo pensarán; pero al mismo tiempo, el desarrollo económico
del país nos acerca a situaciones de más desahogo, de mayor bienestar.
Que el gran ejemplo movilizador de la agresión imperialista se convierte
en permanente, es la tarea ideológica.
Debemos analizar las responsabilidades de cada funcionario, establecerlas lo
más rígidamente posible dentro de causas, de las que no debe salirse
bajo pena de severísimas sanciones y, sobre esta base, dar las más
amplias facultades posibles. Al mismo tiempo, estudiar todo lo que es fundamental
y lo que es accesorio en el trabajo de las distintas unidades de los organismos
estatales y limitar lo accesorio para poner énfasis sobre lo fundamental,
permitiendo así más rápida acción. Y exigir acción
a nuestros funcionarios, establecer límites de tiempo para cumplir las
instrucciones emanadas de los organismos centrales, controlar correctamente
y obligar a tomar decisiones en tiempo prudencial.
Si nosotros logramos hacer todo ese trabajo, el burocratismo desaparecerá.
De hecho no es una tarea de un organismo, ni siquiera de todos los organismos
económicos del país, es la tarea de la nación entera, es
decir, de los organismos dirigentes, fundamentalmente del Partido Unido de la
Revolución y de las agrupaciones de masas. Todos debemos trabajar para
cumplir esta consigna apremiante del momento: Guerra al burocratismo. Agilización
del aparato estatal. Producción sin trabas y responsabilidad por la producción.
Revista Cuba socialista, abril de 1961
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