Discurso en el Encuentro Nacional Azucarero
Santa Clara, 28 de marzo de 1961

Compañeros todos:
Al saludaros hoy estamos saludando al pueblo entero de Cuba, porque Cuba ha vivido durante toda su existencia de República independiente bajo el signo del azúcar, y porque ustedes, trabajadores del azúcar, representan lo más puro, lo más odiado y combatido de un pueblo que ha sabido conquistar su independencia con las armas en la mano, ya sea en la primera lucha colonial o en ésta contra los poderes imperiales.
Esta Asamblea de trabajadores y administradores de la producción azucarera nos muestra los mismos rostros, todos tostados por el sol, todos curtidos por el trabajo, y nos muestra las mismas manos callosas de empuñar cualquiera de las armas de la producción.
Por eso es que nosotros elegimos el sector azucarero para empezar las emulaciones que deben realizarse en todos los sectores industriales.
Hay una serie de estudios que se están haciendo. Seis mil compañeros se prepararán para poder establecer las normas que dan las bases seguras para establecer la emulación en todas las industrias. Pero en estos momentos de tensión que vive la República, hicimos que salieran rápidamente al frente, como siempre lo han hecho, los compañeros del azúcar.
Y esta emulación tiene mucha importancia en estos momentos, porque ustedes saben que nos acercamos a una etapa de tensión muy grande en el momento en que acaba la zafra de los precios altos, la zafra de los cuatro centavos que va a los países socialistas (aplausos), y que comienza nuestra zafra pobre, nuestra zafra de «entre casa», nuestra zafra de sacrificio.
Tenemos ahora que dedicarnos a ajustar el cinturón, a interpretar cabalmente el problema de la Revolución y a estudiar las formas de poder cumplir con las metas que se ha trazado el Gobierno Revolucionario de procesar todas las cañas que han en la República y convertirlas en azúcar.
Esta es una primera parte y un enorme esfuerzo destinado a rescatar las mejores tierras del país para otros cultivos diferentes, porque nosotros, y es lo que debemos recalcar en cada momento, estamos en guerra, una guerra fría, como la llaman; una guerra donde no hay línea de frente, donde no hay bombardeos continuos, pero donde los dos adversarios, este diminuto campeón del Caribe y la inmensa hiena imperialista, están frente a frente, y saben que uno de los dos va a morir en la pelea. (Aplausos y gritos de: «Venceremos», «Venceremos».)
Los norteamericanos saben, lo saben bien compañeros, que la victoria de la Revolución cubana no será una derrota simple del imperio, no será un eslabón más de la larga cadena de derrotas que han venido arrastrando en los últimos años en su política de fuerza y de opresión a los pueblos; la victoria de la Revolución cubana será la demostración palpable ante América de que se pueden erguir los pueblos, y que pueden levantar su independencia en las mismas garras del monstruo; significará el principio del fin de la dominación colonial en América, que es como decir el principio del fin definitivo del imperialismo norteamericano. (Aplausos.)
Por eso no se resignan, por eso es que la lucha es a muerte, por eso es que no podemos dar un solo paso para atrás, porque el primer paso que retrocedamos significa para nosotros también una larga cadena, a donde van a desembocar todos los gobernantes traidores y todos los pueblos que, en un momento dado, no son capaces de resistir el impulso del imperio.
Por eso nosotros debemos ir hacia adelante, golpeando incansablemente al imperialismo; tenemos que recoger del mundo entero las lecciones que nos da, tenemos que convertir el asesinato de Lumumba en un ejemplo. (Aplausos.)
El asesinato de Patricio Lumumba es el ejemplo de lo que hace el imperio cuando la lucha contra él se lleva sostenida y firmemente. Al imperialismo hay que darle en el hocico una vez, y otra vez, y otra vez más, y en una sucesión infinita de golpes y contragolpes; es la única forma en que el pueblo puede adquirir su real independencia.
Nunca un paso atrás, nunca un momento de debilidad, y cada vez que las circunstancias presentes nos hagan pensar en que podría ser mejor la situación si no estuviéramos luchando contra el imperio, que cada uno de nosotros piense en el pasado, que cada uno de nosotros piense en la larga cadena de torturas y de muerte que arrastró el pueblo cubano para poder realizar su independencia; que todos piensen en los despidos, en los desalojos campesinos, en el asesinato de los obreros, en las huelgas destruidas por la policía, en todas aquellas manifestaciones de la opresión de una clase que ha desaparecido totalmente de Cuba. Que lo recordemos todos en cada momento, y que al recordarlo hagamos más fuerte nuestra decisión de vencer y de ir hacia adelante.
Y, además, que entendamos bien cómo se vence; porque se vence, sí, preparando las condiciones del pueblo, aumentando la conciencia revolucionaria, estableciendo la unidad, poniendo los fusiles por delante de cualquier intento de agresión. Así se vence.
Pero, además, en una guerra larga, torva y a muerte como ésta, se vence poniendo todos los días el hombro en el trabajo, mejorando la forma de trabajo, produciendo más, supliendo la carencia a que nos obliga el enemigo, con nuevos intentos del pueblo.
En esa forma es como se logra la verdadera victoria, la definitiva, y que no está a la puerta de la esquina, que no es la de mañana ni la de pasado, es la victoria de años y larga lucha que tendrá que afrontar el pueblo.
Eso es lo que hay que precisar exactamente; eso es lo que tiene que entrar en la conciencia de todo el mundo: fortalecer definitivamente la conciencia y el espíritu de los fuertes y debilitar totalmente las rodillas flojas de los débiles, para que abandonen ahora la pelea, porque cada vez será más dura. Será dura en todo sentido; no han acabado las invasiones, no han acabado las incursiones de aviones piratas sobre nuestro territorio, no ha acabado el bloqueo, sino que, al contrario, empieza ahora; las privaciones del pueblo tendrán que venir de aquí en adelante, y la forma mejor de prevenirlas es el trabajo de cada uno de nosotros.
Por eso es que se inició esta emulación revolucionaria con la parte más ardiente, más clara, más revolucionaria de todo el pueblo cubano, que es el sector azucarero. (Aplausos.)
Nosotros nos estamos preparando en preparativos que no se ven, que son lentos, que maduran a mucha distancia, para no depender solamente del azúcar, y para que no nos vuelva a ocurrir lo que ha pasado, ahora cuando los norteamericanos nos quitaron de una vez toda la cuota. Nos estamos preparando, y hay cientos de fábricas que van a venir para dar nuevos trabajos y crear nuevas producciones (aplausos), pero siempre, y durante muchos años en el futuro, el azúcar será el centro de nuestra economía.
Antes decían: «Sin azúcar no hay país.» Es una forma pesimista de expresar la dependencia que tenía Cuba frente a los poderes imperialistas. Aquello, naturalmente, no es cierto, y menos cierto es cuando hay toda una parte del mundo, cada vez más grande y más fuerte, que está dispuesta a defender a Cuba hasta las últimas consecuencias de sus actos. (Aplausos.)
Pero, hay que recordarlo una y otra vez, e insistir sobre ello, nunca la victoria del pueblo cubano puede venir solamente por la ayuda externa, por amplia y generosa que sea, por grande y fuerte que sea la solidaridad de todos los pueblos del mundo, porque así de amplia y de grande era la solidaridad de todos los pueblos del mundo con Patricio Lumumba y con el pueblo del Congo, pero cuando las condiciones internas fallaron, cuando no pudieron darse cuenta los gobernantes de la forma en que hay que golpear, inmisericordemente, al imperialismo, cuando dieron un paso atrás, perdieron la lucha, y la perdieron por varios años, ¡quién sabe por cuántos!, pero ha sido un gran retroceso de los pueblos.
Eso es lo que nosotros tenemos que saber bien, que la victoria de Cuba no está en los cohetes soviéticos, ni en la solidaridad del mundo socialista, ni en la solidaridad de todo el mundo, la victoria de Cuba está en la unión, en el trabajo y en el espíritu de sacrificio de su pueblo. (Aplausos y gritos: «¡Unidad!, Unidad!»)
Mucho debemos nosotros, Gobierno Revolucionario, a la masa de obreros del azúcar. Desde el primer momento en que los campesinos de Oriente, unidos como por un cordón umbilical a la zafra azucarera, nos dieron su apoyo y formaron el núcleo de aquel primer ejército campesino.
Mucho después, en los momentos en que la Revolución crecía, iba extendiéndose por otras provincias; mucho en la época revolucionaria y mucho cuando la Reforma Agraria empieza a cristalizar, y se forman las cooperativas cañeras; mucho hoy, al sector industrial, cuando con un gran esfuerzo se está llevando adelante la zafra no solamente en el campo, sino también en las fábricas de azúcar.
Hemos tratado de premiar con lo poco que puede ofrecer este Gobierno de cosas materiales, y con lo mucho que puede ofrecer de estímulos morales a nuestro pueblo.
Hoy es una emulación donde todo lo que se ha dado son unos gallardetes, y ustedes han visto las polémicas encendidas de los compañeros de cada una de las provincias, justificando la actitud o el resultado de cada una de las seis provincias que litigaron aquí.
Así también hemos tratado de dar pequeños estímulos, insignificantes para el esfuerzo del pueblo, pero es lo que el Gobierno puede y debe dar en este momento, porque cada estímulo material, cada poco de dinero que se distrae del producto común para premiar a una persona individual, es una fuente de trabajo que se está dejando de crear, es un hombre que no puede trabajar, y nuestra misión fundamental en esta primera etapa es abolir definitiva y totalmente el desempleo de Cuba. (Aplausos.)
Entre esos pequeños estímulos materiales, y creemos que grandes estímulos morales, está en el Ministerio de Industrias un premio que se da a los cien mejores trabajadores de cien fábricas distintas cada mes. Este mes de marzo serán ciento sesenta los premios, y será premiado un obrero de cada central de la República. Estos obreros podrán así visitar las obras del Gobierno Revolucionario y visitar un poco al país, que muchos no conocen, que solamente han visto en fotografías o en películas porque las condiciones en que han vivido les impide viajar.
También en el sector de las cooperativas cañeras se establecerán nuevas emulaciones para premiar a los mejores obreros, y ustedes han escuchado al compañero Conrado Bécquer cómo les explicaba que los mejores cortadores de caña irán a competir en un final nacional a La Habana, para sacar allí a la mejor pareja cortadora de caña de Cuba.
Y es interesante ver cómo nuestro pueblo ha convertido a uno de los trabajos más odiados, más fuertes y peor pagados del país en un objeto de orgullo y de emulación, cómo van en este momento los mejores obreros, los hijos de la masa campesina, a discutir su habilidad en el machete y su fuerza y habilidad para cortar y recoger más caña en ocho horas.
Nosotros hemos convertido a esta antigua colonia de los Estados Unidos en un inmenso enjambre donde todo el mundo trata de trabajar y producir más, y lo hemos hecho para mejorar nuestro estándar de vida para poder cada día llevar algo más a nuestros hijos, pero también porque sentimos cada uno de nosotros que aquí en Cuba se está dando la batalla más importante, de más trascendencia aún que la simple batalla del pueblo cubano contra el imperialismo norteamericano, aquí se está dando la batalla de los pueblos de América y la batalla de los pueblos oprimidos del mundo por su derecho a vivir, por su derecho a desarrollarse, por su derecho a darse la forma de Gobierno que mejor le plazca a cada pueblo. (Aplausos.) Cada vez que nosotros logramos un triunfo, ese triunfo repercute en América; cada vez en América saben más que quien ataca a Cuba está atacando también las mismas luchas por la libertad de ese pueblo, y que quien defiende a Cuba está defendiendo a todos los pueblos de América.
Cuando Eisenhower dio su recorrido hace unos meses, preparando las condiciones para la Declaración de San José, los pueblos de todos los países que visitó salieron a la calle a tirar cuanto cosa tenían contra el gobernante norteamericano. (Aplausos.) En el Uruguay, por ejemplo, la soberbia imperial del Presidente norteamericano se vio aguada por una bomba de gases lacrimógenos que le tiraron a los estudiantes, pero que también recibió él, porque la lucha del pueblo es violenta, y en todos lados se manifiesta, espontánea y organizada, defendiendo a Cuba.
Y esa defensa, o ese cariño y esa solidaridad que hemos recogido en toda América, en los pueblos de Africa y de Asia, y en todo el bloque socialista, es algo que nos obliga a nosotros a ser más responsables y a comprender la trascendencia de nuestra Revolución, y a tener más firme –¡más firme que nunca!– la convicción de que solamente puede acabarse el Gobierno Revolucionario, el Gobierno de los obreros y campesinos, cuando el último obrero y campesino de esta tierra haya sido muerto en la última trinchera que levantemos. (Aplausos.)
El enemigo lo sabe, el enemigo sabe el espíritu que hay aquí, sabe que si él viene directamente a atacarnos miles y miles y millones de hombres y mujeres y niños lo esperarán en cada casa, en cada bocacalle, en cada campo, en cada trinchera improvisada, y que sería una hecatombe entrar aquí. Y sabe, además, que hay grandes amigos, con armas poderosas, que nos defienden. (Aplausos.)
Pero el enemigo tiene experiencia, tiene una larga experiencia, porque la misma divisa que hoy lleva como centro de sus actos y vida entera, es la misma que el Imperio Romano había levantado, y la memoria de los imperios va de generación en generación transmitiéndose.
Por eso ellos saben que cuando los pueblos no pueden ser destruidos en una lucha frontal, hay otros medios que se pueden intentar: que se puede intentar la división; que se puede empezar a sembrar el descontento; y que se puede empezar a sembrar el miedo. ¿Cómo lo siembran?
La división ustedes la conocen bien, porque ya ha sido superada: la división entre el negro y el blanco, entre el comunista y el anticomunista; entre el católico, el protestante y el ateo; o la división entre la ciudad y el campo; entre el trabajador manual, que suda su camisa, y el trabajador intelectual.
Todos esos tipos de divisiones nosotros los hemos conocido, los hemos sufrido durante mucho tiempo, y en su gran mayoría está superados. Pero hay nuevas formas. Este es un pueblo, permítaseme decirlo, que ha vivido en las condiciones de colonia, naturalmente, mucho mejor que otros pueblos. Había una serie de bienes aquí a los que se estaba acostumbrado, y esos bienes costaban dólares; eran dólares, naturalmente, que ellos nos daban por el azúcar, y que después nosotros entregábamos, y además más dólares que teníamos que buscar en otros lados del mundo para entregarlos a nuestros amos también. Pero aquí había una serie de pequeñas comodidades, de cosas accesorias de la vida, que se veían más en la ciudad, como dijo Fidel el sábado pasado.
Todas esas cosas, poco a poco van a ir escaseando; alguna que otra, no se puede decir que escaseen, que todas desaparezcan de golpe, pero van escaseando, una vez unas, otra vez otras.
¿Por qué? Por una razón muy sencilla: nuestro país era un país de industria subsidiaria. Ustedes tenían aquí una industria más o menos pequeña, subsidiaria de una filial norteamericana. Esa industria pequeña cuando necesitaba materia prima se la pedía a la casa matriz norteamericana por teléfono, y en el ferry venía, y llegaba a La Habana; había dos o tres días de demora, los stocks eran pequeños: la materia prima era de un tipo especial, y las grandes fábricas norteamericanas, que siempre tienen más capacidad para producir de lo que realmente producen, en cuanto se les hace un pedido pueden servirlo.
Nosotros tuvimos que cambiar de la noche a la mañana todo nuestro comercio exterior. De un 75% de comercio exterior con los Estados Unidos, todo el volumen de nuestro comercio, se transformó prácticamente en cero, y hemos tenido que volcar todo nuestro pedido de materias primas hacia el otro lado del mundo: hacia la Unión Soviética y los países socialistas. (Aplausos.)
Pero, ¿qué sucede ahí? Sucede que un viaje de la Unión Soviética de aquí es un mes, y un viaje desde China a aquí son dos meses, y que hay que traer entonces la materia prima, no para tres, cuatro o cinco días, como antes, sino para dos, tres, cuatro o más meses; y que aquí, entre otras cosas, no teníamos almacenes, porque no los necesitábamos. Directamente venía la materia prima, llegaba aquí, se elaboraba, se consumía; y la materia prima producida por nosotros llegaba a los puertos e inmediatamente se iba.
Ustedes, obreros del azúcar, conocen bien el problema de los almacenes hoy en día. ésa es una parte de todos los males que nos legó el imperio. Pero además de eso, los países socialistas tienen una tecnología diferente, y nosotros tenemos que cambiar todo nuestro sistema de producción para adaptarlo a los de los países que nos pueden servir las materias primas y los repuestos.
Y, además de todo eso, aquellos son países planificados, donde toda la producción nacional se prevé con dos o más años de anticipación, y nosotros tendríamos que haber tenido un gran aparato que pudiera prever todo lo que se necesitara un año antes, incluso antes de saber la ruptura definitiva con los americanos, para poder hacer todos los pedidos, y eso fue imposible.
Y, además de todo eso, a pesar de todo el esfuerzo que hicimos, no nos fue posible crear el aparato lo suficientemente flexible como para poder canalizar todo el comercio exterior sin que hubiera algunas trabas. Por todo ello ha habido algunas escaceses, y en los próximos meses va a haber algunas otras; es bueno decirlo honestamente, y explicar el porqué también; y explicar que el imperio, a pesar de su impotencia, a pesar de que no nos puede destruir, y de que se está destruyendo a sí mismo tratando de destruir a Cuba y a los pueblos que luchan por su independencia; no es un enemigo despreciable: es un enemigo fuerte que tiene muchos medios de destrucción, y que controla toda una serie de países satélites, que en un momento dado no nos dan una serie de artículos importantes.
Hace un tiempo, por ejemplo, fuimos a una casa francesa a comprar un artículo muy barato, y muy pequeña cantidad, pero imprescindible para el petróleo. La casa francesa no la vendió, la canadiense no la vendió tampoco, ni la belga tampoco la vendió. ¿Por qué? Porque la mano del imperialismo está presente en todos esos países, y porque esas casas comerciales tienen relaciones muy estrechas con la central imperialista de Washington.
En tal forma, nuestro petróleo tuvo una serie de deficiencias. Durante un tiempo ustedes recordarán los carros cómo andaban, un poquito mal y había explosiones fallidas. Y todo eso, fue producto de esa acción del imperio; de esa se van a producir muchas, cientos y quizás miles. La tarea del pueblo es buscar, en cada centro de trabajo, la forma de eliminar todas esas pequeñeces, todas esas fallas que puedan entorpecer la marcha de la Revolución. Inventar todos los días algo nuevo; poder suplir alguna carencia con alguna aplicación de algo nuestro, e ir buscando la técnica adecuada para nosotros poder exigir o pedir a los países amigos que nos sirvan lo que es imprescindible para nuestra vida.
Por eso nosotros podemos decir que aun cuando los meses que vengan van a ser meses de dura lucha y meses en los que van a notar algunas escaceses, nosotros podemos garantizar que el pueblo no pasará hambre, que el pueblo estará vestido, y que el pueblo estará calzado. (Aplausos.)
No le podemos garantizar a todo el pueblo que vaya a tener de todo, pero sí también le podemos garantizar que todo lo que haya se va a repartir entre todos los que somos. (Aplausos.) Es decir, en las nuevas etapas de lucha revolucionaria, no habrá quienes reciban más que otros, no habrá funcionarios privilegiados, ni latifundistas, ni dueños de empresas, ni ninguna clase de todas las castas y clases que nos dominaban anteriormente, que puedan, simplemente con el expediente de pagar más, poder comprar ese artículo y obligar a la masa del pueblo a carecer de él.
Es decir, aun cuando haya escaseces, los precios de los productos fundamentales para la vida del pueblo no aumentarán en lo más mínimo. Los precios serán fijos y castigaremos muy rudamente –y todo el mundo sabe que sabemos castigar rudamente– (aplausos) a todos los especuladores, a todos los que alteren los precios, a todos los que traten de comerciar con el sacrificio del pueblo, que saben lo que ha quedado definitivamente eliminado en Cuba ya.
La próxima cuota de mercancías, la próxima cuota de alimentos y de bienes de consumo de cualquier tipo, y la próxima cuota de sacrificios que tenga que soportar el pueblo cubano, será repartida igualmente entre todos, menos los niños, que siempre son privilegiados en este país. (Aplausos.)
Esa es la realidad, compañeros; esa es la realidad sin adornos y sin miedos y sin vergüenza. Es la realidad de una lucha feroz y a muerte contra el imperialismo, contra el más fuerte y feroz imperialismo que haya existido nunca en el mundo, que trata impunemente de destruir a esta pequeña República, que está desafiantemente situada a sólo 90 millas de su territorio.
Por eso tenemos que hablar claramente y decir la verdad. La verdad nunca es mala, y, además, nuestra verdad de hoy no es una verdad derrotista, es una verdad que explica el por qué va a haber algunas faltas en nuestro abastecimiento, pero que indica siempre que la victoria será nuestra y que de nosotros depende que esa victoria sea más amplia, más contundente y más rápida, o sea más lenta.
De nosotros depende que la producción aumente, de nosotros depende que nuestras milicias se organicen más y mejor, y de nosotros depende, además, que los pueblos de América y del mundo tomen clara conciencia de que hay soluciones que solamente se pueden lograr, en determinados momentos históricos, con el sacrificio del pueblo, con el ardor más grande del pueblo, con la furia del pueblo convertida en armas y con la destrucción de todo lo que se oponga a la victoria del pueblo por las armas, y destruyendo todo lo que se opone al pueblo hasta los cimientos, totalmente. (Aplausos.)
Es nuestra lección, y tenemos que mantenerla viva. Por eso llamamos hoy a la vanguardia del pueblo, que es la clase obrera, y más aún a la vanguardia de la vanguardia del pueblo, que es la clase de obreros y campesinos azucareros, para que tomen su lugar en esta batalla. (Aplausos.) Pero les decimos, compañeros, que no estamos solos; que esa vanguardia de vanguardia no es solamente la punta de vanguardia del pueblo de Cuba, es la punta de vanguardia de todos los pueblos oprimidos del mundo, que se levantan en Africa, en Asia y en este Continente, para destruir la opresión. (Aplausos.)
Marchemos juntos nosotros los liberados, y todas las puntas de vanguardia de todos los movimientos obreros de América, codo con codo, con los mineros de Chile, con los obreros de los frigoríficos de Argentina, con los obreros del café de Brasil, con los macheteros paraguayos, con los mineros bolivianos, con los mineros y algodoneros peruanos, con los trabajadores agrícolas de Ecuador, con los indómitos llaneros de Colombia, con los petroleros venezolanos, con los obreros del Canal de Panamá, con los obreros de la United Fruit en Costa Rica, con los algodoneros de Nicaragua, con los obreros de la United Fruit en Honduras y en Guatemala, con los ferrocarrileros de México, con los más puro de la clase obrera norteamericana, para formar un conjunto que destruya definitivamente al imperialismo, para establecer definitivamente la Sierra Maestra en toda la cordillera de los Andes. (Aplausos.)
Compañeros, los términos de la gran lucha están definidos: producción, fusil, estudio. Lo mismo que los Jóvenes Rebeldes, debe ser la consigna de todo el pueblo de Cuba producir más y mejor, estudiar más y mejor, para conocer mejor las verdades revolucionarias y la técnica de la producción. ¡Y siempre el fusil listo al alcance de la mano, sabiendo que hasta la última bala irá a alojarse en el cuerpo de los invasores! ¡Así será la victoria! (Ovación.)
Comisión para perpetuar la memoria del comandante Ernesto Guevara
 
 

Página Principal | Volver| Imprimir esta página