Discurso en la inauguración
de la planta de sulfometales
«Patricio Lumumba»
29 de octubre de 1961
Compañeros:
En el día de hoy se inaugura una nueva fábrica cubana, una fábrica
donde se conjugan el pasado oprobioso de sumisión colonial, de explotación
del pueblo, y el presente de liberación socialista y de la marcha hacia
adelante por los caminos de la Revolución. (Aplausos.)
Esta fábrica –como explicara el compañero Fernández–, fue
concebida por los colonialistas criollos, para establecer un nuevo centro de explotación
del pueblo y medrar a costa de los dineros del mismo. Sin embargo, el gran cambio
revolucionario que se inició el primero de enero de 1959, permitió
usar todos los recursos, todos los conocimientos y la técnica que aquí
se pusieron, para ponerla al servicio del pueblo.
Esta puede decirse en verdad que es una obra de la Revolución, aun cuando
fuera comenzada en época de la dictadura batistiana. Y es una obra de la
Revolución, porque aquí nuestro pueblo puso su empeño en
seguirla adelante, sacó de donde no podía las divisas para acabarla,
continuó largas negociaciones con las compañías extranjeras
que habían contratado su ejecución, y hoy, después de múltiples
esfuerzos y sin sabores, de alternativas, de esperanza y desesperanza, empieza
a andar.
Por eso, es obra nuestra; pero por eso, también es una demostración
de cómo los regímenes sociales diferentes pueden comerciar y coexistir.
La República francesa, que no tiene nuestro sistema social, que no mantiene
en la política exterior ni interior las mismas aspiraciones e ideales que
nosotros, con la cual muchas veces, y en casi todas las oportunidades, hemos estado
en discrepancia cuando se han cotejado nuestros criterios, puede, sin embargo,
entregarnos esta gran empresa industrial producto de su técnica avanzada,
de su gran tecnología, y del trabajo de los hijos del suelo francés.
Es una demostración de cómo, por encima de cualquier discrepancia,
los pueblos pueden entenderse. Y, al que no quiera creer, podemos mostrarle esta
fábrica, como otras realizadas con compañías francesas y
de otros países capitalistas, cuyos gobiernos están hoy en franca
discordancia con el nuestro.
Pero esta obra es, además, una obra de esperanza y de fe; nace en un pequeño
poblado sin ninguna base industrial y, por lo tanto, sin ninguna base técnica.
Todo hay que crearlo para crear la fábrica. Al lado de ella se construyen
las nuevas casas-habitación para los obreros y los técnicos; hay
que establecer sistemas sanitarios adecuados, y dar un servicio médico
adecuado; hay que construir carreteras, tender líneas telefónicas,
y crear nuevas posibilidades de creación de energía eléctrica,
para que toda la zona pueda trabajar. Y, además, de todo eso, se hace en
un lugar al que hay que acoplarle un puerto adecuado, hacer nuevos trabajos, para
que los productos puedan salir, o las materias primas necesarias puedan entrar.
Y como si todo esto fuera poco, se hace, además, de cara al yanqui, en
uno de los tantos lugares de la costa que mira al «Norte revuelto y brutal que
nos desprecia», esperando a pie firme el ataque que preparan desde todo su territorio
y desde muchos de los territorios vecinos.
Por eso, es una obra de fe y de esperanza; está hecha casi clavo a clavo,
varilla a varilla, saco de cemento a saco de cemento, de las ansias del pueblo
por liberarse, y está puesta en ella la fe y el trabajo creador del pueblo.
Por eso, es una nueva fortaleza de la Revolución, es un nuevo núcleo
alrededor del cual la clase trabajadora debe nuclearse y cuya estructura debe
defender contra toda clase de amenazas y de peligros, ya sean las amenazas externas
que vengan del aire o del mar, ya sean de bombas o disparos de cañones,
o de la división interna, o del ausentismo, o de todos los enemigos que
amenazan desde adentro nuestra joven Revolución.
Porque nuestra Revolución no tiene solamente enemigos externos; no es solamente,
ni mucho menos, el imperialismo quien nos acosa y nos amenaza. También
la Revolución tiene enemigos internos, tiene enemigos de clase; tiene los
antiguos explotadores, hoy desposeídos, que luchan por recuperar sus prebendas.
Los Romagosa de aquí, los latifundistas de más allá, todos
los explotadores que vivían succionando la sangre del pueblo de Cuba y
enriqueciéndose a costa de su sudor, son nuestros enemigos; pero también
son nuestros enemigos la baja conciencia política del pueblo, que algunas
veces es incapaz de ver los peligros y se deja estar, cómodamente, mientras
la tormenta se prepara en el horizonte.
Hoy todos sabemos que a pocas millas al norte se preparan para atacarnos; sabemos
que en los países antillanos, dominados por oscuras satrapías, también
se preparan para atacarnos. Sabemos que nos acechan, y estamos listos para repelerlos
con todas nuestras armas. (Aplausos.) Pero aquí también nos
acechan y nos atacan. Cada vez que uno de ustedes, futuro trabajador de Sulfometales,
piense que tiene un dolorcito, que ese día debe quedarse en su casa, que
no importa su trabajo, que un día más no importa, que ahora gana
bastante; cada vez que uno se ponga a fumar un cigarro, olvidando dentro de los
turnos de trabajo sus obligaciones; cada vez que se pongan a discutir en unanimidad,
en vez de atender el trabajo; cada vez que dejen de pensar en lo nuevo que hay
que hacer, en cómo hay que perfeccionar esta industria; cada vez que se
dejen poseer por la división, por la intriga, por la calumnia de la canalla,
ustedes están siendo derrotados por el enemigo, y nuestra Patria entera
pierde una batalla contra el enemigo.
Por eso hay que luchar contra él en todos los frentes y con todas nuestras
armas. Porque tenemos armas de los países amigos, y las armas de nuestro
valor y nuestra fe revolucionaria, para luchar contra la invasión extranjera;
pero tenemos también armas de nuestro entusiasmo y de nuestra fe revolucionaria,
armas de nuestra conciencia, de la nueva conciencia que adquirimos día
a día para luchar contra los enemigos internos. Y debemos siempre estar
con las armas listas, intransigentemente, luchando contra todo lo malo, contra
todo lo podrido, contra todo lo perezoso, contra todo lo que se arrastra, contra
todo lo que significa el pasado.
Nosotros somos el presente que estamos construyendo el porvenir para nuestros
hijos, y siempre debemos ver hacia adelante, hacia el porvenir, y destruir hasta
el más mínimo resto de pasado. (Aplausos.)
Esta planta, las habitaciones que están anexas a la planta, son el presente
que se está convirtiendo en futuro; los viejos bohíos, todo lo que
representa otra época, es el pasado. Hay que luchar contra eso, hay que
liquidar los bohíos, y suplantar cada bohío por una casa nueva.
Pero para eso hay que crear la riqueza necesaria, porque una casa nueva no nace
del aire, nace del trabajo de los hombres que la construyen, del trabajo de los
hombres que construyen los materiales con que se hace esa casa, del trabajo de
otros hombres que construyen las máquinas con que se hacen aquellos materiales
y, en fin, del trabajo de todos unidos produciendo más cada vez.
Y para derrotar el pasado hay que trabajar conscientemente, dar de sí todo
lo posible y otro poco más; nunca pensar que se está, como antes,
frente a un patrón, que se está frente a la explotación,
que hay que medir las fuerzas, porque midiendo las fuerzas se logra sacar más
dando menos.
Nosotros, revolucionarios, debemos dar en cada momento de nuestra vida todo lo
que sea posible en beneficio del trabajo fecundo, en beneficio de la Revolución
que avanza, en beneficio del pueblo, que es todo uno, que está al lado
nuestro, que está luchando con nosotros hacia el porvenir.
Eso es lo que representa hoy esta planta. Tiene, además, todo un recuerdo
y toda una enseñanza en su nombre. Fue bautizada por el Ministerio y por
los obreros que aquí trabajan, con el nombre del mártir congoleño
Patricio Lumumba. (Aplausos.)
A los estudiantes de Africa que hoy nos honran con su presencia en nuestras tierras,
estudiando y aprendiendo nuevas carreras, podemos mostrarles cómo Cuba,
abierta ante el mundo, es lo suficientemente grande como para recoger en su seno
todos los nombres sagrados, todos los mártires que caen y, desgraciadamente,
seguirán cayendo todavía en la larga lucha de la Humanidad por lograr
su libertad plena. Por eso, Patricio Lumumba es un símbolo... (aplausos),
es el símbolo que nos une a todos los pueblos irredentos del mundo pero
es, además, una enseñanza. Lumumba fue asesinado por las tropas
imperialistas, pero fue víctima de los propios errores. No supo ver a tiempo
que no se podía creer a los imperialistas, que no se podía ceder
un solo paso en el camino de la liberación, que no se podía detener
nunca el pueblo cuando iniciaba la lucha contra los imperios; creyó en
la palabra, creyó en la ONU, creyó en Hammarskjold, el Secretario
General, que no era nada más que un servil gusano imperialista, creyó
en todas las mentiras, y pensó que solamente con el arma desnuda de la
verdad, sin ayudarla con el arma física, con todo un pueblo armado, podía
luchar contra todo lo que pertenecía al pasado, contra aquellos enemigos
que son los mismos enemigos nuestros. Y en el primer fallo, la primera vez que
se detuvo en el camino revolucionario, allí Lumumba fue detenido y salvajemente
asesinado.
Lo asesinaron porque sabían que era irreductible, lo asesinaron porque
era una auténtica expresión de su pueblo, lo asesinaron porque era
un héroe popular. Pero lo asesinaron, también, porque no supo ver
a tiempo que nunca se puede detener un pueblo en el camino de su liberación.
Aprendamos de su destino trágico, de su inmolación en el Africa,
esa gran enseñanza de Patricio Lumumba; avancemos todos los días,
golpeemos al imperialismo en todos los frentes, golpeemos a la reacción
una vez y otra vez; fortalezcamos la Revolución hasta el máximo.
(Aplausos.)
Allí queda, amigos trabajadores, para ustedes como una enseña, el
nombre de Patricio Lumumba. (Aplausos.)
Nosotros pensamos que los trabajadores de esta región de Cuba sabrán
honrar al mártir, convirtiendo esta fábrica en una fábrica
modelo, en una fábrica vanguardia en la producción del país.
Además, compañeros, ayer se ha cumplido uno de los aniversarios
para nosotros más dolorosos: el segundo aniversario de la desaparición
de nuestro inolvidable compañero Camilo Cienfuegos. (Grandes aplausos.)
Todo el pueblo, en toda Cuba, se acercó al mar que guarda el misterio de
su desaparición para entregar una flor en su recuerdo. Nosotros, como los
cubanos todos, también lo hicimos en la tarde de ayer.
Pero hoy queremos honrar la memoria y el ejemplo de Camilo Cienfuegos con la concreción
de lo que él soñó, con la demostración de que lo que
él soñó se está convirtiendo en realidad. Con esta
fábrica, que comienza a producir para el pueblo, que comienza a afianzarnos
más en el camino de nuestro desarrollo y de nuestra victoria.
Por eso en el día de hoy, dos años y un día después
de la desaparición del compañero Cienfuegos, en nombre de nuestro
Ministerio, en nombre de los trabajadores, ofrecemos este testimonio a su memoria,
de que el pueblo de Cuba ha sabido recoger su ejemplo y ha sabido marchar de cara
al porvenir, construyendo con paso firme y con mano firme su nueva Revolución,
fortaleciéndola cada vez más, sin temor a las presiones, sin temor
a las batallas que tengan que venir, sabiendo que todos los días se dará
un nuevo paso hacia el frente.
Y ese es nuestro homenaje más sentido, nuestro homenaje más efectivo,
hacia el hombre que en cada momento de su vida pensaba siempre en el porvenir
de Cuba; que seguramente en la hora de su muerte solamente se lamentó de
todo lo que hubiera podido hacer y la muerte le tronchara.
ˇPara nuestro inolvidable Camilo Cienfuegos, va esta expresión de la nueva
Cuba! (Ovación.)
Comisión
para perpetuar la memoria del comandante Ernesto Guevara
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