Discurso en el acto conmemorativo
de la muerte de Antonio Guiteras
3 de mayo de 1961
Queridos compañeros:
Antes de empezar estas palabras de recuerdo, quisiera pedir disculpas por haberme
retrasado al acto, que estaba anunciado para las ocho y media, porque en esta
época de Revolución Socialista tenemos que dar ejemplo de puntualidad,
que es ejemplo de organización y que garantiza el efectivo uso de todas
las fuerzas del trabajo, para poder cumplir mejor nuestra misión.
Sin embargo, tuvimos que cumplir el grato deber de saludar al Ministro de Cultura
del Viet-Nam que, cuando supo que venía a este acto a conversar con ustedes,
me pidió que les trasmitiera su saludo y el del Presidente Ho-Chi-Min,
de Viet-Nam a ustedes y a todo el pueblo de Cuba. (Aplausos.)
Tenemos hoy la tarea, siempre triste, de recordar a los muertos; a los muertos
que cayeron de frente, buscando un mundo que no vieron nunca cristalizar. Pero
en épocas como la actual, el recuerdo de aquellos muertos gloriosos tiene
cierto aire de alegría, cierto aire de poder decirles a aquellos grandes
sacrificados de otras épocas que el pueblo cubano supo cumplir con su memoria
y que hoy les ofrece el regalo de esta nueva Cuba, es decir, la materialización
de sus sueños, la materialización de esos sueños que lo llevaron,
un día 8 de mayo, a morir asesinado por las mismas balas que tantos y tantos
hombres asesinaron durante una buena parte de nuestra historia contemporánea.
Su acción fue múltiple, como su vida fue multifacética. Ya
el compañero que me precedió explicaba cómo en el año
1933 fue la expresión de la pujanza de las masas enardecidas que trataban
de realizar la verdadera Revolución que fue ahogada en el engaño
y la mediatización, y que resurgiese pujante, muchos años después,
para revivir definitivamente el Primero de Enero de 1959.
Guiteras centró su lucha antimperialista en aquella época contra
las expresiones más claras, más odiadas, de la explotación;
y por eso desarrolló su lucha contra el pulpo eléctrico.
Todo el mundo sabe lo que representan la «Bond and Share» y todo el grupo de compañías
monopolistas que se ocupan de la generación de la electricidad, no sólo
en este país, sino en toda América; todos ustedes conocen perfectamente
la importancia que la electricidad ha tomado en la vida moderna de las naciones,
hasta el punto de que aún gobiernos que distan mucho de tener la pujanza
revolucionaria del nuestro se ven obligados a nacionalizar las compañías
eléctricas, para impedir el control total de la nación, el control
del ritmo de su industrialización, a través de la electricidad.
Y ese fue el centro de la lucha de Guiteras en aquella época. Por eso,
apenas nacionalizada la compañía eléctrica, surgió
como una iniciativa que casi no tiene nombre propio, como una iniciativa del pueblo
en general, la idea de ponerle su nombre a esta empresa eléctrica.
Hace dos años, cuando el compañero Fidel Castro llegara de un viaje
a los Estados Unidos y después a la Conferencia llamada «de los 21», en
Buenos Aires, un 8 de mayo, exactamente, en la Plaza Cívica, recordó
a Antonio Guiteras. Y, dialogando con su memoria, dijo que por primera vez se
podía en Cuba honrar la memoria de Guiteras, y que por primera vez un Gobierno
honesto tenía verdadero regocijo en honrar su nombre y en exponer ante
los hijos de su pueblo la grandeza de ese nombre heroico.
Dos años después, se puede afirmar con mucha más seguridad
que esta es la época que Guiteras soñara vivir, el mundo que soñara
Guiteras para los cubanos, y que si fuera dable analizar una vida después
de muerto, no se arrepentiría de su lucha y de sus sacrificios porque,
al final, después de veintiséis años, están casi completos
todos sus sueños. No definitivamente completos, naturalmente; no definitivamente
completos, porque, todavía no hemos logrado desterrar todas las lacras
que nos dejara el pasado, todavía hay hombres descalzos y enfermos, todavía,
y quizás ahora más que nunca, el fantasma de la guerra se cierne
sobre Cuba, y la gran águila imperial –que ya perdió mucho de la
soberbia de antaño, pero que todavía conserva sus malas intenciones
intactas– constantemente trata de agredirnos y de sojuzgarnos.
Porque somos también lo que quería Guiteras, somos el ejemplo que
él soñó para la América entera, somos ese faro que
alumbra a todos los pueblos en el camino del desarrollo de las revoluciones libertadoras,
y está mostrando el camino que se puede abrir, a fuerza de pujanza, a fuerza
de trabajo, de fe en el futuro, y a fuerza de una conducción acertada de
las masas populares, hacia un camino, hacia donde se sabe conducir ese pueblo.
Otra vez, más, podríamos afirmar que Guiteras de nuevo se siente
honrado y feliz, o que se sentiría honrado y feliz si pudiera analizar
este momento. No, solamente la compañía eléctrica está
nacionalizada; prácticamente todas las inversiones extranjeras, y seguramente
todas las inversiones imperialistas están nacionalizadas en este país.
Además, el proceso de socialización avanza; avanza la toma por parte
del pueblo de todos los medios de producción, y la afirmación cada
vez más positiva del pueblo como conductor de esta nación; es decir,
el pueblo en el poder político, otra de las grandes aspiraciones de los
revolucionarios de todos los pueblos.
Sin embargo, aunque podemos decirlo con certeza, sin faltar en nada a la verdad,
que las grandes aspiraciones de Guiteras se han cumplido ya, falta un rato para
poder afirmar que se han cumplido todas las aspiraciones de él y de todos
los hombres que, como él, murieron pensando en Cuba, y en el futuro de
Cuba, y en el futuro del nuevo mundo.
Nos falta la creación de esta gran cosa que vemos con formas todavía
no exactamente definidas ante nosotros, la creación del Socialismo, día
a día, paso a paso, con el trabajo cotidiano, que es el más duro,
que es el constante, que no exige sacrificios violentos de un minuto, que no pide
en un minuto la vida a los compañeros que deban defender la Revolución,
sino que pide durante largas horas diarias; a cada uno de nosotros que se esfuerce
más para aumentar la producción, para aumentar nuestra conciencia
revolucionaria, para poder divulgar las ideas revolucionarias entre nuestros compañeros
más atrasados, para poder sacar aún fuerzas de flaqueza y poner
otro poco más de empeño para que aumente más la producción,
y para que la divulgación de nuestras ideas sea mejor, y, en fin, para
perfeccionar nuestra creación todos los días, y defenderla en un
momento especial con nuestro pecho y nuestra sangre, y en todos los momentos de
nuestra vida con nuestra acción, nuestra fe y nuestro trabajo.
Y, naturalmente, no todo el mundo ha llegado a la misma comprensión de
este problema, y es lógico que sea así. Nuestra evolución
ha sido de las más aceleradas que conoce el mundo, y todos nosotros hemos
sido testigos presenciales de esta evolución. Nunca hubo aquí engaños,
nunca se tuvo una carta escondida en ninguna manga, todo el mundo sabía
que se estaba luchando por el bienestar del pueblo y, poco a poco, fuimos dándonos
cuenta todos cómo el bienestar del pueblo estaba directamente relacionado
con la confiscación y la destrucción de los poderosos.
Al principio de nuestra Revolución, de nuestro triunfo, mejor dicho, apresamos
a los criminales de guerra, los juzgamos con tribunales populares, y si de algo
se nos acusó en aquel momento fue de haber sido clementes con algunos de
los criminales de guerra.
Nosotros pensamos que habíamos ejercido en lo fundamental la justicia revolucionaria,
y tratamos de salvar para nuestra causa, que es la causa del pueblo, la mayor
cantidad de gente. Cesamos en los fusilamientos y en la justicia revolucionaria,
y pasamos la justicia a manos del aparato judicial, aparato que no había
sido tocado en ninguna forma, apenas habían cambiado unos nombres, más
que nada por el capricho de quien entonces era Presidente y, además, había
sido miembro de ese Poder Judicial, y hoy está asilado en una Embajada,
el ex-presidente Urrutia.
Debimos, sin embargo, después de eso, volver a crear los tribunales populares
y aumentar nuestro rigor contra los que nos atacaban. Y todo el pueblo vio que
era una cosa lógica y todo el pueblo estuvo de acuerdo; porque todos veíamos
como cada vez que la mano pesada del pueblo se levantaba y se hacía más
liviana, las fuerzas de la reacción aumentaban en la misma proporción,
y empezaban entonces las luchas en todo el territorio nacional.
Ya se empezaban a ver los gérmenes de algo que después fue claramente
definido por Fidel, pero que en aquel momento nos parecía simplemente la
lucha de algo bueno contra algo malo. Y era efectivamente la lucha de los buenos
contra los malos, pero era también la lucha de clases que empezaba a surgir
con caracteres nítidos en Cuba; era la lucha de los explotadores que habían
perdido el poder, contra los explotados que habían tomado el poder y liquidaban
aquella clase. (Aplausos.)
Todos ustedes recuerdan –porque es nuevo en nuestra memoria– la campaña
para la Reforma Agraria. Los hacendados daban diez mil novillas, el Diario
de la Marina apoyaba calurosamente aquella Reforma, Carbó y todos los
demás de los periódicos de aquella época, entusiasmadísimos
con la Reforma Agraria. Iba a ser una Reforma Agraria «consciente», una reforma
Agraria «justa», «racional», que iba a dar el marabú a los campesinos e
iba a pagar a los antiguos propietarios del marabú como si esas tierras
fueran excelentes tierras de primera calidad.
Resultó que no fue así; y resultó que la Reforma Agraria
no sólo afectó a los latifundistas criollos, sino que afectó
inmisericordemente a los grandes latifundios norteamericanos. Y desde ese día
se definieron claramente los campos: de este lado el pueblo, del otro lado el
imperialismo y todos sus servidores y aliados internos: los importadores, los
latifundistas, los grandes industriales, los banqueros, todos formaron un frente
que ya era común.
Hubo una época en que aquí estaba en La Habana un hombre bastante
conocido y que hubiera sido fácil apresar: era el ministro, el ex-ministro
de Obras Públicas, Manuel Ray. Sin embargo, Ray vivió efectivamente
cierto tiempo en La Habana, no mucho porque no es tan valiente tampoco, nosotros
lo conocemos bien porque él fue de la Resistencia Cívica en la época
de Batista y cobraba muy bien todos sus trabajos, sin embargo ayudaba en alguna
forma: cuando creía que la Revolución iba a ser simplemente un cambio
de nombres.
Entonces él vivió un tiempo en La Habana post-revolucionaria, y
después de haber sido destituido, y después de haber pasado a su
clandestinidad como agente de un determinado grupo; y no se le podía localizar.
¿Por qué? Porque de nuevo estaba presente la lucha de clase. él
funcionaba en el cerco –como le llamó una vez Fidel que teníamos
nosotros– o digamos, la Sierra Maestra contra nosotros que era el Cubanacán
y toda la serie de barrios de los antiguos poseedores de todas las riquezas de
Cuba, y funcionaban con espíritu de clase. No se podía penetrar
allí, porque la nuestra es una Revolución popular, todo nuestro
aparato de defensa, nuestros ministros, todos salen de otras capas sociales; no
se conocían, no había vínculos, y cuando la lucha es a muerte
entre clases antagónicas de un lado o de otro es difícil encontrar
traidores y del lado de ellos es más difícil porque tienen una «clara»
conciencia política. ¡Qué van a traicionar si ellos buscan tenerlo
todo y el Gobierno busca quitarles todo lo que les sobra!
Naturalmente que en esa forma pudo mantenerse algunos meses este hombre, y ya
nos demostró eso claramente cómo se iba abriendo cada vez más
esa brecha entre la inmensa muchedumbre de todo el pueblo de Cuba y ese pequeño
grupo de antiguos privilegiados. Naturalmente, después con el andar del
tiempo, han venido leyes como la Reforma Urbana que ha solucionado ese problema
radicalmente, porque, además, cada uno de estos señores de los conspiradores
fáciles tenía diez, quince, veinte casas. Ustedes lo vieron en el
grupo ese que vino: cada señor de esos que vino tenía diez casas,
tenía veintisiete mil caballerías de tierra, dos bancos, cinco minas,
setenta industrias, diez centrales, tenía el poder económico en
la mano, eran los dueños de los medios de producción, que en el
sistema capitalista se convierte en el medio de explotación del pueblo.
Eso vinieron a buscar ellos y todo el pueblo de Cuba lo sabe. Ese grupo vino a
buscar su prebendas en forma de los medios de producción, y el otro grupo
vino a buscar sus prebendas para volver a ponerse al servicio de aquellos que
detentaban los medios de producción y crear el nuevo aparato represivo
contra el pueblo. Esos eran todos los «casquitos» y los militares antiguos que
vinieron.
Es clara también la composición de clases de este ejército
mercenario. Casi todo el mundo habrá visto por televisión cuando
el compañero Fidel preguntó quién había cortado caña,
e incluso si hubiera sido apresado el grupo de Ministros del Gobierno todos podían
haber levantado la mano (aplausos)... Lo digo en el caso absolutamente
hipotético de que hubiéramos sido apresados, porque nosotros pensamos
siempre luchar hasta la última gota de sangre y luchar hasta la muerte.
(Aplausos.)
Pero de ellos levantó un solo joven la mano, que era un individuo que se
veía un pobre que por alguno de los tantos problemas que hubo en Cuba,
de aquellos cambios tan grandes fue a parar a los Estados Unidos, y, quizás,
a lo mejor impulsado por el hambre, o por la idea de ser comandante del nuevo
ejército, o de tener alguna canonjía, o más que comandante,
porque comandante lo hemos limitado a nosotros, pero ellos podían aumentarlo
hasta general de cinco estrellas, ¿no? Pero alguna cosa de esas lo impulsó
a venir.
Todos los demás, en un arranque de sinceridad, no levantaron la mano. No
saben lo que es un campo de caña, no sabían lo que es el hambre,
no saben lo que es un campesino desesperado porque ha sido arrojado a la guardarraya,
con hijos a los que no puede dar casi de comer, con hijos que se mueren de cualquier
enfermedad de la cual la ciencia moderna puede salvarlos con unos centavos apenas,
y que no tiene a quién recurrir; no saben lo que es un obrero sin trabajo,
en la misma situación de desesperanza, en algún barrio como el de
«Las Yaguas», y esos barrios terribles que se hacen alrededor de las ciudades.
Ellos conocen al hombre a través de un círculo social, siempre esterilizado,
a veces con buenas intenciones, cargado de soberbia, de desprecio por nosotros
los seres del pueblo, y a través de ciertos libros. Habían incluso
profesores de filosofía, había escritores, algunos de pluma fácil,
otros aspirantes a escritores serios, y había mucho hijo de ganadero, de
industrial, de banquero: mucho hombre que tenía mucha conciencia de clase
y mucha conciencia de qué venía a buscar.
Por eso es que ya se han clarificado tanto los dos extremos polares de esta Revolución,
pero se clarificaron tanto y avanzaron tan rápido las condiciones en Cuba,
que no solamente quedó bien claro cuáles eran los dos extremos:
en un lado el pueblo, inmenso, poderoso; en otro, el pequeño grupo de explotadores,
sino que, además, se fue muy claro cómo el pueblo avanzaba sobre
las posiciones de los explotadores y los iba liquidando gradualmente, hasta convertirlos
hoy, como fuerza, apenas en una caricatura.
Hoy la reacción no tiene ninguna fuerza, apenas la que nace de cierto desconocimiento
de lo que es una revolución social, y lo que crea, lo que conlleva cierto
temor de algunas clases de lo que se llama en economía política,
en términos sociales: pequeña burguesía; y algún resto
de aquella capa de explotadores que todavía permanece en Cuba, tal vez
para luchar desesperadamente por recuperar su anterior estado; tal vez para seguir
viviendo en su Patria, porque también hay quien tiene sus intereses. Todo
lo demás ha desaparecido.
Entonces, queda la tarea única del pueblo de Cuba; seguir avanzando, anular
esas contradicciones, ir creando las nuevas condiciones sociales para convertir
a todo el mundo en un hombre que se gana su pan con su trabajo, ya vamos a dejar
eso de su sudor, con su trabajo, tratar de que el trabajo sea lo más suave
posible, lo más humano, lo más interesante posible, con la superación
técnica para que la máquina esté al servicio del hombre,
con la cultura, con el deporte convertido en educador de las masas, y hacer del
mundo el paraíso terrenal real con que todos soñamos. Naturalmente
que para que todo el mundo sea ese paraíso, es necesario liquidar en todas
partes del mundo la capa de los explotadores, que son los agresores. (Aplausos.)
Y ellos lo saben muy bien. Ellos saben que cada país que se libera no es
ni siquiera una batalla aislada perdida: es una batalla perdida dentro de una
guerra a muerte, donde constantemente el campo de acción del imperialismo
se va haciendo más pequeño cada vez. Por eso son tan agresivos;
por eso cada vez que pierden un peón que movían a su antojo, y se
convierte en libre un pueblo, lanzan sobre él todo su aparato represivo.
Por eso, hace poco tiempo, incluso una democracia más nueva que la nuestra,
la del Congo, fue brutalmente pisoteada y fue asesinado Patricio Lumumba: precisamente,
porque ellos saben que ninguna manifestación de libertad del pueblo, y
de consecución por parte del pueblo de sus grandes aspiraciones de control
de los medios de producción, que es el control de la riqueza, que es en
definitiva el control del aparato estatal y de su autodeterminación como
pueblo, puede ser buena para los poderes imperiales.
El imperialismo, entonces, trata enseguida de anularlo. Pero, naturalmente, el
mundo sigue caminando, y su evolución es clara hacia sistemas sociales
más justos.
No solamente todos los pueblos comprenden cada día con más claridad
la necesidad que hay de sacarse de encima el poder imperial, tan oprobioso, y
además: el poder de sus servidores interiores, sino que, además,
el pueblo ve cada día con más certeza la posibilidad clara de hacerlo;
ve, palpablemente, que hay medios de hacerlo; y ve otra cosa nueva en América
y en todos los países oprimidos del mundo, de la cual Cuba es un vivo ejemplo.
Es decir: que cuando un país alcanza su Estado soberano, y un pueblo entero
se yergue para demostrarle al imperialismo que es capaz de mantener su soberanía,
aun a costa de los mayores sacrificios, se levanta de su lado no sólo la
solidaridad efectiva de todos los pueblos del mundo, sino la solidaridad, incluso,
militar, de los más justos y más fuertes poderes del mundo. (Aplausos.)
Y eso es muy importante, compañeros, no ya para nosotros; nosotros pasamos
nuestra prueba. Nosotros aquí nos atrincheramos, dispuestos a hacer de
nuestra indefensión nuestra única coraza, junto con nuestro coraje
y nuestra fe, para oponernos a la agresión imperialista. Y, sin embargo,
en ese momento, en el momento en que más lo necesitábamos, aunque
no la pedimos, nos dieron la ayuda justa, la que necesitábamos, y la que
en ese momento paró la mano del imperialismo. Eso fue el año pasado.
Después se dieron muchas pruebas de que esa posición del mundo socialista
no era una posición de mero alarde, y además se dio cada vez más
clara muestra de que la correlación de fuerzas se inclina, rápida
y consistentemente, del lado de todos los pueblos amantes de la paz y de la libertad.
Nos es para nosotros importante saber eso. Estamos muy agradecidos, tenemos más
confianza, tenemos más certeza de triunfo, más entusiasmo; podemos
dedicarnos con más calma a hacer nuestro trabajo: no tenemos pesando como
un lastre tan grande en nuestra subconsciencia, el temor de que todo lo que hoy
hacemos mañana sea destruido, y sea destruido inútilmente porque
no quede ni nosotros ni un sistema social como el nuestro para rehacer las ruinas.
Ahora nosotros sabemos que es imposible, que si mañana destruyen lo que
construimos hoy, que si mañana nosotros desaparecemos en la vorágine
de una nueva guerra, queda el sistema social que nosotros hemos contribuido a
implantar, para volver a levantar todas las construcciones, y para crear mejor
ese estado social. (Aplausos.)
Pero además de nosotros hay muchos pueblos en la tierra, y hay más
pueblos en la tierra que están en el triste, lastimoso estado en que estábamos
nosotros antes del 59, que aquellos que como nosotros hemos alcanzado este estado
orgulloso de nación completamente soberana. Y aquí en América
hay gran cantidad de esos pueblos. Todos los días alguna forma de lucha
contra el gobierno de algunos de los países de América se desata.
Y veíamos siempre lo mismo, eran luchas contenidas, luchas tímidas,
cautelosas; luchas para dar un pequeño pasito y asegurar que ese paso fuera
una conquista que no se pudiera arrebatar al día siguiente, porque había
conciencia de la debilidad.
Sin embargo, la Revolución cubana sirvió no sólo de ejemplo,
sino también de catalizador de todas las fuerzas progresistas de América,
y bajo el nombre de Cuba, por primera vez en muchos años, fuerzas que políticamente
querían lo mismo, aunque variaban en sus tácticas, y por eso se
habían convertido en grandes enemigos, gracias a la cizaña imperialista,
se juntaron para hacer grandes manifestaciones y para llevar a cabo grandes luchas
en toda América, defendiendo nuestra Revolución.
Nosotros hemos servido no sólo de ejemplo, sino de catalizadores.
Pero vemos también cómo las luchas son cada día más
enconadas, más violentas y más audaces, en América, porque
ya las masas saben que se puede, saben que, efectivamente, a través de
su lucha sostenida, llena de sacrificios, que demanda heroicidades enormes, que
demanda incluso años, pero que a través de todo eso se puede llegar
a la victoria. Y cada vez la masas se sueltan más a exigir lo que les pertenece.
Pero todavía hay más que eso: Nosotros éramos, hasta hace
poco, el ejemplo de lo que podía hacer un pueblo contra los servidores
imperiales internos, contra los lacayos del imperialismo tipo Batista, o tipo
Trujillo, aquellos que asesinaban, que engrillaban al pueblo en beneficio de él,
pero fundamentalmente en beneficio del imperialismo. Para ellos conseguir una
peseta, daban un peso al imperialismo, ¡o más! Los pueblos vieron después
de la acción de Cuba, que se podía luchar contra esos servidores
internos. Y fue esto que produjo el auge cada vez mayor de la lucha de masas.
Pero después los pueblos empezaron a preguntarse de nuevo, o a tener otra
interrogante que ha surgido después de Guatemala: Bien, pero si un gobierno
democrático alcanza el Poder, ¿se puede sostener contra la acción
agresiva del imperialismo? Y aquí en Cuba el imperialismo trabajó
mucho sobre ese aspecto de la cuestión. Venían, incluso, nuestros
amigos a decirnos que qué lástima, que tan bonita revolución
como la cubana se iba a perder en un mar de sangre, porque los Estados Unidos
no iban a dejar que a noventa millas de sus costas surgiera este ejemplo para
América. Y los periódicos norteamericanos dejaban correr raudales
su tinta para explicar cómo el precio de la coexistencia pacífica,
que demanda el Primer Ministro de la Unión Soviética y todos los
pueblos socialistas, debía ser pagado por la Unión Soviética,
y que el precio de esa coexistencia, es decir, el precio de la paz, era Cuba.
Maniobraron, regaron de infundios toda América, y regaron, además,
en Cuba mismo, en todas las mentes susceptibles de ser impresionadas por la propaganda
imperialista, la idea de que Cuba iba a ser moneda de cambio en una transacción
entre las dos grandes fuerzas que se oponen en el mundo.
Nosotros sabíamos muy que eso no podía ser, pero no todos lo sabían
igual, y en América lo ignoraban bastante. Cuando se desata esta última
intentona imperialista, ustedes conocen la cantidad de mentiras que se regaron.
Yo me había dado un tiro, que había fracasado como comunista, estaba
todo destruido; Fidel creo que estaba asilado o lo habían herido en un
combate aéreo; Raúl estaba perdido por otro lado; en fin, ya las
tropas avanzaban y habían tomado el «puerto» de Bayamo, habían cruzado
Cuba, en fin... Que esto era un desastre.
Compañeros que trabajan con nosotros, precisamente un compañero
mexicano que trabaja aquí, que había estado en México en
esos días, nos contaba cómo él se había sentido solo
en esos días, en México; todos los amigos se habían retirado
de su lado, y recordaba qué diferencia aquella –porque él es un
viejo amigo de la Revolución cubana– qué diferencia aquella del
día primero de enero del 59, cuando fueron a obsequiarle botellas de licor,
y le llevaron mariachis para tocar música, celebrando la victoria. Y cómo
hoy no había nadie a su lado.
Todo el mundo creía, aun nuestros grandes amigos, nuestros defensores de
buena fe, nuestro defensores hasta la muerte, que Cuba estaba en una situación
muy delicada y al borde de la derrota. En todos los pueblos de América
pasó igual; las protestas fueron enormes, las masas populares salieron
a la calle, pero muchos pensaron que se había acabado un bonito sueño
de América, y que se estaba en el principio de otra triste etapa donde
el imperialismo iba a hacer valer de nuevo toda su pujanza, su arrogancia de vencedor,
todo ese poder que pudo desatar sobre los pueblos, después de la destrucción
de Guatemala.
En apenas 72 horas el pueblo desertó de nuevo a la esperanza, y el imperialismo
ha perdido una de sus batallas de más graves consecuencias en el mundo
entero. Nos animamos a decir que en el mundo entero, no solamente en América.
Y no por exagerar lo que fue la batalla, porque sinceramente les digo que luchar
de verdad, a pesar de que ellos se enojen, eran mil y pico de gusanos (risas),
no eran otra cosa, y la prueba está en que una tropa invasora la tomamos
completa, completa, pero no falta nada. Lo único que está un poquito
desequilibrada porque hay muchos «marineros» y muchos «cocineros» y muchos «sanitarios»
y, además, nadie tiró un tiro; pero la tropa completa está
aquí. (Aplausos.) Por eso hay que decir exactamente cómo
son las cosas. Nuestro pueblo demostró su decisión de luchar, pero
no contra esa invasión, de luchar contra una invasión de verdad.
Todo el mundo se movilizó; incluso hubo muchas muertes en Girón,
muchas más de las necesarias, porque la gente iba allí por «la libre»,
como decimos nosotros a luchar en cualquier forma en su afán de hacer algo,
sin cuidarse de la aviación que todavía funcionaba el primer día
–la aviación enemiga–, y por eso hemos perdido mucho compañeros,
innecesariamente.
Pero aquello, en realidad, como victoria militar no debemos mentir diciendo que
es una gran cosa. Realmente, yo creo que estuvo muy bien concebida y dirigida
la operación, desde nuestro lado, directamente por Fidel (aplausos),
pero cuando luchan dos ejércitos con dos morales tan diferentes, no es
lucha: es simplemente una caza deportiva.
En esas condiciones, pues, no podemos decir que sea sino una victoria global de
nuestro pueblo, pero no es una gloria especial de nuestro ejército, de
nuestras milicias, el haber derrotado a los gusanos. Es la gloria de nuestro ejército
y de nuestras milicias haber estado dispuestos a luchar en la forma en que estuvo
dispuesto a luchar, y que se haya levantado el pueblo entero de Cuba para defender
la Revolución, no la acción en sí. Por eso, a la acción
en sí no hay que darle importancia, salvo por dos cosas: una cosa que nos
atañe mucho a nosotros, para demostrar cómo la máquina calculadora,
la máquina electrónica que saca tan bien cuentas, no sirve para
medir el espíritu humano.
Ellos hicieron unos cálculos matemáticos, como si en frente de ellos
estuviera el Ejército alemán, y ellos vinieran a tomar una cabeza
de playa en Normandía: «tantos alemanes, tienen tales armas, nosotros echamos
tanta gente, tomamos las cabezas ésta y ésta de playa; ponemos aquí
las minas, organizamos esto así, así, y ya tenemos entonces todo
listo.» Perfectamente organizado, con la efectividad que tienen, efectivamente,
en esas cosas.
Pero les faltó medir la correlación moral de fuerzas. Primero, midieron
mal nuestra capacidad de reacción; incluso no sólo nuestra capacidad
de reacción frente a la agresión, nuestra capacidad de reaccionar
ante un peligro y de movilizar nuestras fuerzas y enviarlas a lugar del combate,
la midieron mal. Pero además, la capacidad de luchar de cada uno de los
grupos.
Ellos calcularon que mil hombres eran suficientes para resistir, pero necesitaban
mil hombre que lucharan ahí hasta la muerte; y entonces, para nosotros,
hubiéramos entrado igual, pero con un costo altísimo de vidas, porque
la operación, desde un punto de vista militar, estaba bien concebida.
Nada más, que no se le puede pedir a un hombre que tenía mil caballerías
de tierra su papá, y que viene aquí simplemente a hacer acto de
presencia para que le devuelvan las mil caballerías, que se vaya a hacer
matar, frente a un guajiro que no tenía nada y que tiene unas ganas bárbaras
de matarlo, porque le van a quitar sus caballerías. (Aplausos.)
Esa parte es la que no saben medir las máquinas electrónicas. Es
su capacidad de equivocarse tan grande, tan fantástica.
Y eso, hasta ahora, nos ha servido de mucho. Siempre se han equivocado con nosotros,
y siempre han llegado tarde. Y nunca han tomado una medida que no sirviera para
otra cosa que para fortalecer la fe del pueblo en su Gobierno, para hacer más
militante la Revolución, y, en definitiva, para fortalecernos más.
Ahora, es peligrosa esa propensión a equivocarse, es peligrosa, porque
si ellos se equivocan del todo corremos el riesgo de que se suiciden a costa nuestra.
Por eso es que tenemos que convertir en un baluarte esta Isla, llenarla de trincheras,
de cañones, de decisión de lucha, y que se vea por todos lados,
pero bien vista, para que no se equivoquen, porque la equivocación, sí
(aplausos), la equivocación sería grave.
Claro, sería la liberación del mundo entero, pero a nosotros nos
sería muy dolorosa y tenemos el deber, por nosotros, y por el mundo entero
de luchar por la paz (aplausos), de impedir que el imperialismo vaya a
suicidarse en esta Isla.
Ahora bien, hay otra consecuencia de la invasión norteamericana. Esa misma
tristeza de todos nuestros amigos de América, que vieron liquidada la Revolución
y muertas sus esperanzas, revivió con más fuerza que nunca cuando
se vio la facilidad conque se aplastaba la invasión mercenaria, porque
todos sabían que eran los Estados Unidos los que habían organizado,
los que habían preparado a los mercenarios, ellos mismos lo habían
dicho, los que habían tirado a los mercenarios en las playas, los que habían
bombardeado nuestras ciudades dos días antes; todo el mundo lo sabía.
Cuando se produjo la invasión, y cuando vinieron las noticias, todo el
mundo vio en ello el desastre provocado por el imperialismo. Pero cuando dos días
después, o tres, ya definitivamente se vio la victoria del pueblo, todo
el mundo en América ha visto con toda claridad que ha sido una gran derrota
del imperialismo y aún una derrota militar. El imperialismo fue derrotado
en todos los frentes en esta acción.
Y han visto, además, cómo la solidaridad del mundo entero y la solidaridad
militante de los países socialistas, no es cuestión solamente de
manifestaciones de simpatía ni de tirar piedras frente a una embajada,
sino cosas muchísimo más serias. Ya antes sabían los pueblos
que se podía hacer una Revolución y tomar el poder contra los servidores
del imperialismo.
Además, desde hace mucho tiene el pueblo conciencia de que hay que sacar
de alguna manera a los explotadores del poder. Pero ahora ha adquirido una nueva
conciencia, y es que si el pueblo logra expulsar a los explotadores del poder,
tiene garantizada su supervivencia como nación soberana. (Aplausos.)
Y eso sí es muy importante, compañeros; es muy importante, porque
no todos los pueblos, no todos los partidos y no todos los dirigentes tienen la
decisión que, podemos decir sin falsa modestia, tuvimos nosotros.
Hay muchos que tienen desconfianza de sus fuerzas, que temen al imperialismo;
incluso, primero sabían, como sabemos todos, que había que destruir
a los siervos del imperio, pero no sabían cómo hacerlo. Después
supieron que las masas se imponen de tal forma que si no es por medios pacíficos,
por medios violentos pueden llegar al poder. Y concretamente en América
supieron que había una forma, que no es ni con mucho la única, pero
una forma que había demostrado su efectividad, que es la guerra de guerrillas.
Ya tuvieron entonces el camino abierto.
Después de eso, frente al próximo interrogante, es decir, si podían
mantenerse como naciones libres, está también la acción de
la Unión Soviética y de todos los países socialistas, demostrando
que sí. (Aplausos.)
Es decir, nosotros podemos mostrar nuestro ejemplo, con todo orgullo, con toda
nuestra modestia revolucionaria, sabiendo las limitaciones, pero sin falsa modestia,
sabiendo que es una contribución para el mundo; y le podemos entonces decir
a América: «Aquí está nuestra Revolución», demostramos
nosotros que aquella conciencia de la necesidad del cambio que había en
las gentes debe tener una expresión clara en la lucha de masas, hasta tal
punto que todo el mundo comprenda la certeza de la posibilidad del cambio y se
produzca el cambio de gobierno en aquellos países que están oprimiendo
hasta lo indecible al pueblo. Y además le podemos decir que, después
de eso, debe existir la clara conciencia de que en las condiciones actuales del
mundo, con la actual correlación de fuerzas, cualquier pueblo que quiera
ser libre lo será.
Para aquellos desconfiados, que sean realmente desconfiados o que escondan su
inacción detrás de la desconfianza, aquellos que se preguntan si
no será salir de un imperialismo y caer en otro imperialismo, nosotros
podemos decirles que estamos sinceramente en nuestra posición de país
libre, que nosotros respetamos y admiramos, y mientras más conocemos ¡más
respetamos y admiramos, a la Unión Soviética y a los otros países
socialistas! (Grandes aplausos.) Podemos decirlo así, y podemos
darles las seguridades de que a pesar de ser uno de los focos latentes de guerra
mundial, incluso que, a pesar de depender de nuestras acciones la paz entera de
la humanidad, el destino de millones y de millones de seres humanos, nunca un
gobernante de los países socialistas ha intentado siquiera darnos un consejo
de lo que tenemos que hacer, ¡nunca han hecho la menor tentativa de eso! y mucho
antes de esta situación actual, cuando dieron los primeros cien millones
de créditos, ni siquiera pidieron lo mínimo que puede pedir un país,
en esas condiciones, que es el reconocimiento diplomático; tratándose,
en aquel caso, de la Unión Soviética, poderosísimo país
de la tierra, con doscientos millones de habitantes, y de Cuba, una pequeña
Isla, apenas salida al concierto de las naciones libres, con seis millones de
habitantes.
Ni aún en ese momento pidieron lo que pide cualquiera, que cómo
se va a prestar cien millones de dólares a una nación que no reconoce
a otra dentro del concierto de las naciones civilizadas, como era el caso nuestro
en la época pretérita en que votábamos constantemente a favor
de los Estados Unidos.
Es decir, que hoy no hay pretextos para que el pueblo tome el camino de sus reivindicaciones
en cada país y los exija con toda su fuerza, con toda su vehemencia, con
toda la certeza de estar luchando por una causa justa, y con toda la fe de que
el resultado final de esa lucha es la toma del poder y los cambios necesarios
para que el pueblo disfrute de los beneficios de una nueva vida.
Por todo esto, a pesar de lo que nos falta, pero por lo que ya somos, podemos
una vez más decirle a Guiteras que hemos cumplido con él. Podemos
mostrarle lo que está hecho; podemos asegurar a su memoria que no nos pararemos
aquí, que todos los días trabajaremos para mejorar nuestra Revolución;
y podemos invitarlo, no a que duerma el sueño de los justos, que es entrar
en el olvido, sino a que viva, y vibre, y sufra con nosotros, y sienta, cada vez
que nuestro país sea agredido, el mismo furor que sentimos nosotros, y
goce con nuestros triunfos, y nos acompañe, junto con Carlos Aponte, el
demócrata venezolano, el gran luchador antimperialista (aplausos),
que nos acompañen en esta lucha que ya no tiene fronteras, en esta lucha
de la parte buena del mundo contra la parte mala, en la lucha de los explotados
que se han redimido y de los explotados que quieren redimirse, contra los explotadores,
los agresores y los asesinos del pueblo. Porque, ahora lo sabemos todos, lo sabe
él y lo sabemos aquí todos los presentes y todo el pueblo de Cuba,
que el resultado final de nuestra lucha, cualquiera que sea nuestro destino individual,
¡será la victoria y la felicidad del pueblo, por siempre! (Ovación.)
Comisión
para perpetuar la memoria del comandante Ernesto Guevara
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