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Jorge Luis Cerletti

El PERONISMO Y LA ETAPA ACTUAL (II)

Jorge Luis Cerletti
para La Fogata

1) Delimitación de campo e interrogantes.

"La acción revolucionaria no rechaza a nadie: llama a todos. No es mezquina, "como la de los burócratas; no es sectaria e insensata, como la de los seudo "revolucionarios. No teme a la capacidad de los grupos intelectuales sino que "los llama, porque necesita de todos los esfuerzos. Porque no se cierra a nadie "que venga con buena voluntad." ("La lucha por la liberación nacional", John William Cooke)

J.W.C. falleció el 19 de setiembre de 1968 y otro era el país de entonces en el que impulsaba la lucha armada para tomar el poder e instaurar una revolución de carácter socialista en lucha contra el orden represor que proscribía al peronismo. Convencido de la viabilidad de esa línea de acción, apostaba a la potencialidad del movimiento peronista que incluía a la clase trabajadora como fuerza social protagónica.

No es nuestro propósito discutir el pensamiento de este reconocido referente histórico ni tomarlo como bandera de un pasado irreproducible. Las citas que introducimos resultan disparadoras de reflexiones afines al debate contemporáneo porque aún tienen vigencia a pesar de las grandes distancias que nos separan del momento y del contexto en que fueron enunciadas. Distancia que nos involucra como actores en esta problemática etapa que vivimos en la que cayeron muchas de las certezas que inspiraban nuestra praxis en aquellos tiempos y que hoy parecen tan lejanos.

La que parafraseamos en el encabezamiento exhibe una gran amplitud de miras y una delimitación de campo junto a un fuerte interrogante que remite a la política actual. Tácitamente, marca la actitud nociva del sectarismo inherente a nuestra historia y que seguimos padeciendo. Producto de esta rémora, sumar energías en el campo popular representa un verdadero obstáculo. En tanto que relativo a dicho campo, constituye una referencia oportuna atentos al sustantivo crecimiento "político" de quienes han vaciado al peronismo de sus mejores tradiciones. De ahí se desprende una imposibilidad de fondo: construir una corriente popular liberadora asociados con quienes, antes o ahora, participaron de tal vaciamiento. Esto excede la vasta nómina de "conversos" y sitúa el problema en las prácticas habituales de un oportunismo que ignora cualquier principio y cuya ética se funda en la obtención de beneficios materiales y de figuración. Surge entonces el interrogante que atraviesa a los dos aspectos señalados y que exige definiciones políticas que orienten los caminos a seguir.

Luego, ¿cuál es el significado actual de una acción revolucionaria? Esto deriva de inmediato a preguntarse por los alcances que tiene hoy el concepto de revolución.

Hasta comienzos de los setenta para el peronismo revolucionario y la izquierda en general, la revolución suponía la ruptura del régimen capitalista y la gestación de un nuevo orden social, el socialismo. Época en que la violencia reaccionaria había engendrado la violencia del campo popular a través de la lucha armada directa o de las distintas expresiones que privilegiaban las políticas de masas, fuera bajo la advocación del peronismo o de la ortodoxia marxista.

En este período y después de los sucesos acaecidos en el país, se ha impuesto la "democracia" donde las elecciones sustituyeron a la violencia abierta mientras que la "política espectáculo" ocupa el podio de la mayoría de sus diversas expresiones. El trasfondo de esta situación es la hegemonía de los sectores de poder económico que lograron instalar su legitimidad operando entre bambalinas cuando no emergieron nítidamente toda vez que sus personeros asumieron directamente el control del Estado.

Para enfocar esta decisiva cuestión, vale recordar lo que afirmaba J.W.C. en los sesenta: "…salvo que las clases dominantes se suiciden (y no recordamos ningún caso), hay que echarlas de su posición hegemónica, y sólo es posible mediante la fuerza." (op.cit.)

En el presente, esta cita adquiere un especial relieve. Digamos que la misma contiene dos planos interrelacionados que inducen a la reflexión. El primero, relativo al poder hegemónico; el segundo, a la fuerza necesaria para enfrentarlo.

Es preciso tener claridad acerca de la hegemonía ejercida por los sectores que responden al capital concentrado que es el núcleo de poder de las clases dominantes. Dentro del orden económico resulta indiscutible y nos parece superfluo abundar en datos y antecedentes. Pero la dificultad emerge cuando abordamos los campos políticos e ideológicos. Aquí crece la importancia de los conflictos sociales y de las luchas intersectoriales aunque no se disocien de lo económico, determinante en el orden capitalista, pues generan situaciones que de acuerdo a la política asumida pueden llegar a comprometer la mencionada hegemonía. Es el terreno en donde los enfrentamientos crean fisuras que siempre cicatrizan cuando no son aprovechadas por tendencias opuestas al sistema de dominación. Lo cual implica, lógicamente, la existencia de éstas o cuanto menos la de sus gérmenes que necesitan desarrollarse.

En este plano las categorías de fuerza y de revolución deben repensarse. Y aquí el significado actual del término revolución es clave porque en función de los alcances que se le dé será la búsqueda de opciones políticas y la ponderación de las fuerzas en juego. Rechazar el status quo unido a la propuesta de un cambio de orden social, hoy es vista como una "utopía" inalcanzable producto de la imaginación de quienes viven atados al pasado. No fue así durante casi todo el siglo XX hasta la década del setenta ya que no existían mayores dudas acerca de su significado por más variables que fueran los movimientos que la asumían como principio rector. En general y como es el caso de Cooke, el objetivo de las luchas revolucionarias era la instauración del socialismo asociado a las características nacionales que singularizaban a cada revolución.

¿Qué ocurrió para que en tan breve lapso perdieran vigencia esos ideales? En el transcurso del mismo se produjo el derrumbe del campo socialista acompañado de una fuerte pérdida de sentido de los principios básicos que alentaba el socialismo. Y en el ámbito local, se consumó la fagocitación del peronismo que, estructuralmente, pasó a ser uno más de los sostenes del orden existente, fenómeno liderado por el menemismo en los noventa.

No obstante, tanto en uno como en otro caso, subyace parte de su legado como brazas no extinguidas de las ideas y de las grandes luchas que en su momento llevaron adelante. Y éste es el punto que nos preocupa ahora y que tiene que ver con lo que venimos exponiendo.

La desestructuración del campo revolucionario y la emergencia de una prevaleciente subjetividad social inspirada y construida a la medida del poder dominante, han deteriorado sensiblemente al campo popular.

Revertir esa situación traumática provoca dos reacciones distintas que a veces se entremezclan. Persistir en lo actuado o buscar nuevos horizontes. Como ejemplo de la primera basta con remitirse a la mayoría de los grupos de "izquierda" cuya cerrazón dogmática y sectaria, además de aislarlos, les resulta muy útil a los mismos que creen combatir. La otra, en la que participamos, aún subsiste la confusión de ideas frente a los inéditos desafíos del presente junto a la debilidad de las construcciones políticas afines.

Pensamos que plantear la revolución en los mismos términos que antaño es una demostración de ceguera política y de renuncia a todo pensamiento crítico. Pero su contrapartida, las posturas "realistas" que pretenden mejorar el sistema, hacerlo más equitativo y justo, quedan atrapados en su legalidad interna para terminar (si no empiezan) siendo funcionales a su perpetuación. Y ésta "encrucijada" que en buena medida hoy "pinza" el pensamiento político, puede tomarse como una invitación a correrse de lugar para producir otra mirada sobre la problemática actual.

En ese sentido, una cuestión clave se refiere a si es viable cambiar el orden existente conviviendo con los sectores hegemónicos dueños del capital concentrado, cualquiera sea su origen. Negar su viabilidad replantea el tema de la revolución, pero su invocación nada dice de los caminos a seguir, ni de su contenido propositivo, ni de los sujetos sociales que la impulsen, ni del papel de las clases, ni de la conformación de nuevas subjetividades, ni de la metodología de construcción de las organizaciones políticas, ni del rol del Estado y de las vanguardias, por citar puntos relevantes para un proyecto revolucionario. En la etapa anterior el imaginario socialista tenía respuesta para todas y cada una de estas cuestiones y el peronismo revolucionario, "infiltrado" por el marxismo, también. Mas la implosión del campo socialista y la derrota de los movimientos de liberación nacional trastocaron esas certezas. Ahora la negación señalada al principio del párrafo resulta tan sólo una referencia divisoria de aguas que abre variados interrogantes. Y tal referencia, por ambigua que sea, origina profundas consecuencias políticas y es eje de múltiples controversias actuales.

2) Algunos conceptos de referencia.

Como parte de éstas y para explicitar nuestra visión en torno a la situación actual, previamente expondremos la connotación que le damos a algunos conceptos políticos fundamentales que intervienen en el posterior desarrollo.

1) Gobierno. Distinguimos dos planos interrelacionados, el político y el de la gestión. El primero referido a su concepción, a los intereses sectoriales que representa y a cómo se sitúa frente a la contradicción entre el poder hegemónico y el campo popular. El segundo, respecto de las prácticas que realiza en función del relativo control que ejerza sobre el aparato del Estado y que inciden sobre el conjunto de la sociedad. Esto remite a un término hoy muy en boga: "gobernabilidad", vale decir, los márgenes de maniobra con que cuenta para desarrollar su gestión. Gobernabilidad que subordina la política a la gestión si aquélla responde a la legalidad del sistema.

2) Estado. Institución macro, de base territorial, que funciona como organizador social y dispositivo de poder que permite ejercerlo sobre toda la sociedad Conforma una estructura sistémica que posibilita el funcionamiento de las relaciones de explotación y de dominación del orden existente. Es un organismo claramente diferenciable del Gobierno no obstante su relativa imbricación (los gobiernos pasan y el Estado queda). Cada formación estatal tiene su historia propia como resultado de las luchas políticas sectoriales que lo fueron configurando y que se reflejan en sus diferentes gobiernos. Los cambios producidos se dieron siempre sobre el esqueleto de su condición sistémica. Y hasta ahora, esta condición resultó un factor sustantivo en el deterioro de las múltiples experiencias de raigambre popular y emancipadora.

3) Sistema. Indica las leyes de funcionamiento de un orden social cuya dinámica expresa las tendencias del mismo. El desarrollo del capitalismo contemporáneo muestra en su epicentro a los grandes Conglomerados de capital que, directa o indirectamente, subordinan al Estado a sus intereses. Lo cual no excluye los enfrentamientos internos ni los momentos en que los sectores subalternos logran acotar su influencia. Momentos en que éstos logran hacerse del control del Estado produciendo efectos contrarrestantes pero sin romper la legalidad propia del sistema capitalista.

3) Clases y fuerzas. Acerca de las primeras, la definición marxista de que las clases sociales responden al lugar que ocupan en la producción, resulta insuficiente por el doble motivo de la restricción economicista del concepto y porque de acuerdo al nuevo modelo de acumulación capitalista y a la revolución tecnológica han cambiado las modalidades del período anterior (toyotismo, polivalencia, computarización de la producción y de la administración, operatoria financiera en tiempo real, gigantesca internacionalización del capital, etc.). Por el mismo motivo, la clase obrera industrial perdió cohesión social (cambios en la organización del trabajo) y peso político. Convergente con este fenómeno, las fuerzas sociales presentan una complejidad mucho mayor que las del período "fordista". Esto se manifiesta en el crecimiento de los sectores medios de amplio espectro, en la emergencia masiva de los "excluidos" y de los asalariados en negro y en el notorio ascenso de las luchas de género y del ambientalismo. Otro actor importante en Latinoamérica lo constituyen los pueblos originarios pero en Argentina, por sus características históricas, tienen escasa incidencia.

4) Democracia representativa. Implica una fuerte contradicción. Por un lado, significa un reparo a la violencia reaccionaria cuyas dictaduras militares hicieron estragos en nuestro país y en los que integraban el llamado tercer mundo. Pero por otro, supone la hegemonía de los inspiradores y beneficiarios de aquella violencia en los tiempos en que no podían legitimar su dominación. Hoy cooptaron a gran parte de los que ayer figuraban en las filas enemigas, lograron instalar la política espectáculo y transformar las elecciones en instrumentos de las ambiciones de la "corporación" política que usa la representación en provecho propio y que es afín al status quo. Sin embargo, las resistencias populares abrieron espacios políticos no previstos por los dueños del sistema, particularmente en países como Bolivia, Venezuela y Ecuador. Pero el suelo en que se fundan es harto cenagoso. Sobran las experiencias al respecto.

3) Alcances de la situación actual.

Enfocando ahora la situación actual en nuestro país, se presentan un cúmulo de contradicciones irresueltas asociadas a lo que señalamos en los puntos anteriores. Existe una polarización entre el Gobierno y las fuerzas de oposición. El primero, a través de su discurso y de varias medidas positivas, ha rozado los intereses del bloque de poder dominante y encabeza a buena parte de los sectores populares. La oposición política es un conglomerado mezquino y paupérrimo que gracias a su oportunismo cuenta con un soporte sustantivo, los personeros del capital concentrado. Y como éstos aún no hallan una expresión política idónea que los satisfaga, ponen huevos en todas las canastas mientras eligen su "mal menor". Se puede decir que luego de la derrota en el conflicto del "campo" la principal fortaleza del Gobierno radicó en las miserias del arco opositor. Y para no incurrir en una crónica de medidas acertadas y de renuncios por acción u omisión, apuntaremos la situación actual desde la reciente ley de medios aprobada por la Cámara de Diputados y ahora sujeta a los avatares del Senado.

Más allá de sus componentes técnicos, está claro que implica un recorte sustantivo al poder mediático vigente que tanto ha perjudicado al Gobierno y lo que es peor, a la sociedad, constituyéndose en el principal gestor de la extendida subjetividad que supieron fabricar a su medida y sistemáticamente.

Ahora bien, dando por sentado las indiscutibles ventajas de esta ley y la importancia del contragolpe practicado por el Gobierno, si es que se aprueba definitivamente, para nosotros la cuestión pasa por la creación de una política con proyectos y perspectivas propias que aproveche las situaciones coyunturales sin quedar prisioneros de ellas.

En esos términos, la gestión gubernamental, con sus más y sus menos, es una frágil barrera contra los sectores del capital concentrado pues lo que plantea y hace no modifica la posición dominante de aquéllos. El relativo fortalecimiento del Estado funciona como un provisorio dique defensivo frente a la recuperación política del bloque de poder. Mas, si uno aprecia la política del Gobierno, emergen sus limitaciones en consonancia con su propuesta de "capitalismo serio". Y no se trata de endilgarle las carencias que nos corresponden sino de evaluar sus proyecciones para lo que recurrimos a una metáfora de Mao: "Con una temperatura adecuada, un huevo se convierte en un pollito, pero no existe temperatura que pueda convertir una piedra en un pollito, ya que las bases de las dos son distintas"("A propósito de la contradicción")

La mención nos es útil para deslindar los campos y plantear ejes de construcción. En este momento despreciar el espacio generado por el kirchnerismo nos evoca aquello de "de cuanto peor, mejor", toda vez que no se avizoran alternativas reales en aptitud de profundizar los enfrentamientos y de conferirle una orientación revolucionaria. Exigirle al Gobierno algo semejante es tan ingenuo como absurdo (recordar el carácter de la piedra). Aquí la cuestión refluye sobre nosotros, quienes nos vemos como los "pollitos" de este incierto escenario. Luego, la "temperatura, o sea los ejes de construcción política, alimentan el debate que aún no podemos encarrilar.

Lejos de las clásicas bajadas de línea, intentamos orientar la discusión sobre algunos puntos que consideramos importantes para establecer parámetros de la misma.

Deslindando los campos, nos situamos entre los que sostienen como horizonte político la causa de la emancipación. Vale decir, anticapitalista como condición necesaria y cuyo contenido positivo promueve: inclusión y equidad social, acción colectiva real promotora de una subjetividad solidaria, democracia participativa cuya praxis vaya perfilando las fundamentos de otro tipo de sociedad, recuperación de los desvirtuados principios del socialismo en su momento asumidos por el peronismo revolucionario e independencia del Estado. Prima facie, estos enunciados enmarcan, en general, las proyecciones que para nosotros otorgan sentido a la designación de campo popular, válidas tanto para lo micro como para lo macro. Obviamente, muy lejos estamos de su consecución, pero si no se define cuál es la orientación política que se impulsa, mal se puede pensar en proyectos y en deslindar campos. Es suficiente con apoyar al gobierno e ir detrás del "progresista" de turno.

Consideramos que la pertinencia de lo anterior, más allá de su enunciación general, radica en problematizar el concepto de lo "popular" despojándolo de valoraciones numéricas y adscripciones de ocasión. Porque los oprimidos y explotados que son legión, no dejarán de serlo en función de su masividad tantas veces manipulada, sino cuando de su seno surjan auténticas políticas de emancipación. Caso contrario, resulta una apelación que termina nutriendo sólo a quienes hablan "en nombre del pueblo".

En base a lo esbozado, surge el tema de los tiempos y de los ejes de construcción política. Y hoy se ha reinstalado en nuestro país la discusión sobre la vigencia del peronismo y tácitamente o de manera expresa, de su vertiente socialista. Si por ésta entendemos que comprende a aquéllos que propugnan un proceso emancipatorio, se estrecha notablemente el marco referido al peronismo. Pues bien, tomándolo en sentido amplio y en función de lo que venimos desarrollando, opinamos lo siguiente:

** El peronismo de acuerdo a su realidad actual y como desemboque del proceso de descomposición que ha sufrido, representa una vía muerta para todo lo que tenga que ver con un avance real en sentido popular.

** Distinta es la lucha de quienes están dispuestos a sostener sus tres banderas, de cara a la sociedad, para potenciar y trascender su legado histórico que aún genera sentimientos afines en vastos sectores.

** Tal disposición sin una política que incluya una nueva metodología de construcción claramente participativa y que contenga un fuerte contenido ético, conducirá a la repetición de una invocación vacía como la que practican los traficantes de turno.

** Atento a ello, resulta sin destino una construcción colectiva apoyada en el protagonismo de "notables" con trayectorias permeadas por intereses personales y de grupo ajenos a una auténtica voluntad emancipatoria.

** Las construcciones "por arriba" pueden obtener logros momentáneos pero las trenzas tradicionales maniatarán cualquier intento de signo realmente popular.

** El kirchnerismo abrió un espacio político aprovechable a condición de no quedar pegado a él. Lo cual demanda una construcción política independiente y plural.

4) Proyecciones conjeturales.

El tono de época lo da la vigencia de esta democracia representativa que parece el techo de las aspiraciones generales. Exaltada como un fin en sí mismo por amplios sectores del "progresismo" y también por sus enemigos de antaño, oculta su verdadero rostro tras el manto de su presunta perfectibilidad que nunca compromete ni cuestiona al sistema de dominación.

En cuanto a la "vocación democrática" de la gran burguesía, no hace falta ser muy sagaz para juzgarla y el caso de Honduras expone crudamente su alcance que, por otra parte, ya se manifestó de modo transparente en Venezuela y Bolivia. En proporción al grado de hegemonía que ejercen los grupos dominantes decae su "vocación" y crecen sus presiones y extorsiones hasta llegar a los golpes de Estado, encubiertos o expresos. Ningún país del "tercer mundo" está exento de tamaña acechanza por más resguardos que presente esta "democracia" edificada en función de la hegemonía planetaria del gran capital quien sólo tolera a los "díscolos" si es que hacen el aprendizaje de "la obediencia debida" y según la nota que obtengan así serán las consecuencias.

Las luchas y resistencias populares contra el sometimiento no deben quedar sujetas a las reglas del juego de quienes las crean y utilizan para frenar aquéllas en tanto emplean el poder mediático y el cinismo para manejar a la opinión pública. Como parte de ese juego, la representación funciona como un verdadero instrumento de dominación que contiene distintos sesgos y no pocas contradicciones. Y aquí emerge la problemática de los tiempos y la ponderación de las cambiantes situaciones de cada realidad concreta.

Requisito insoslayable es definir la orientación política que inspira las diversas formas de construcción. Aclaremos que proponer una revolución que destrone al poder dominante en las actuales circunstancias puede resultar tan nocivo como clausurar su significado y perspectivas circunscribiéndose a los resquicios que presenta el sistema, una forma de eternizar la política del "mal menor". Luego, admitir las debilidad de las fuerzas que propician la emancipación nada tiene que ver con renegar de la praxis que debe impulsar y apuntalar su desarrollo. Asumida esta orientación, se presentan los problemas y dificultades inherentes a este período que según se lo interprete, abren distintos cursos de acción.

Debemos reconocer que en nuestro campo todavía no se cuenta con respuestas satisfactorias y convocantes lo que alimenta las polémicas actuales. Dentro de ellas existen nudos que es necesario desatar para no quedar atrapados en discusiones bizantinas que obstaculizan la búsqueda de factores comunes incompatibles con la imposición de mandatos autoconferidos. Trataremos de plantear a continuación algunas cuestiones que ilustran lo que queremos decir.

Apoyar las medidas positivas del gobierno no significa transformarlas en un eje de construcción política quedando a merced de una praxis ajena. Algo hemos dicho al respecto, pero ahora queremos remarcar una cuestión que trasciende los juicios sobre el gobierno. Nos referimos al problema de la representación que soporta el andamiaje de la democracia realmente existente.

Los sucesos del 2001/2002 parecieran un fenómeno que quedó en el olvido de la amplia mayoría de la sociedad. Y cuando los "formadores de opinión" lo exhuman es para resaltar la "anarquía" de ese momento contraponiéndola a la recuperación del "orden" institucional vigente. Esto encierra algo de verdad pues de semejante conmoción no surgieron alternativas políticas que pudieran cambiar el escenario habitual, para alivio del establishment y de los políticos resucitados. Pero lo que en verdad silencian es que esa crisis cuestionó la representatividad de todo el sistema político. La imprevista emergencia de Kirchner y de su gobierno, con actitudes y varias realizaciones de corte popular generadas a través de su liderazgo cupular, contribuyó a diluir la problemática de la representación que se asoció, intencionadamente o no, al espanto que produjo la crisis económico-social. A la vez, quedaron invisibilizadas las modalidades clásicas de las vanguardias, tema ocluido y que tiene importantes proyecciones.

Por cierto que un cambio en la naturaleza de la representación implica una transformación revolucionaria que comprende a las raíces mismas del poder y por tanto, a todo proyecto que tienda a la emancipación. Llevada a la esfera macro, la gestación de una democracia participativa si es auténtica, modificaría sustancialmente la cuestión de las delegación de poder y de las relaciones de dominio que carcomieron y deterioraron los grandes objetivos de las revoluciones frustradas. Empero, aquélla es inimaginable sin que medie un proceso político cultural que la funde y éste resultaría irrealizable sin el concurso de las vanguardias que promueven un cambio de orden social. Y para que dicho proceso comience a ser viable, éstas deben practicarlo en sus propios ámbitos como condición necesaria para no reproducir lo mismo que hasta ahora agotó su rol revolucionario e incidir en las experiencias micro que vayan creando una subjetividad colectiva en consonancia. Tarea por demás ardua debido a la cultura política que tenemos introyectada tan afín a los liderazgos paternalistas que integran la historia conocida. Pero la historia no es un fenómeno inexorable sino que se construye en el día a día de la praxis humana.

Ésta es una cuestión central para que las luchas que se libran en el corto plazo tengan proyecciones a futuro puesto que de ninguna manera impide tomar posiciones ante cada coyuntura concreta. Al contrario, constituye una exigencia condicionante para el nuevo rol de las vanguardias si es que pretenden estar a la altura de las circunstancias. Lo cual también supone resignificar las ideas acerca de la militancia pues de poco sirve levantar los ideales setentistas aún vigentes si no se revierten las prácticas que contribuyeron a nuestra derrota.

No ignoramos la importancia actual de los liderazgos pero si estos no satisfacen la condición señalada, creemos que concluirán en otros personalismos jerárquicos que contradecirán las mejores intenciones y también desvirtuarán los discursos que postulan la participación e irrupción de "los de abajo".

Y a propósito de ello, la resistencia popular en Latinoamérica puso los cimientos del espacio político que se ha generado. Espacio que abarca desde retoques de distinta magnitud al sistema de dominación hasta llegar a comprometerlo como en Bolivia donde los lazos entre los movimientos sociales y políticos con el gobierno, a pesar de sus contradicciones, exhiben una solidez y empuje mucho mayor que en el resto de nuestras naciones.

Al margen del gobierno colombiano, agente y base de operaciones del Imperio, y del peruano fiel a los intereses del mismo, los demás gobiernos componen un abanico que, no obstante sus variables agujeros, en su conjunto conforman una despareja fuerza que pretende y a veces consigue contrabalancear, siquiera en parte, el peso decisivo de los EE.UU. en la región. Curiosamente, en Brasil, Chile y Uruguay, los que en la etapa anterior representaban lo más radicalizado de la izquierda hoy se convirtieron en administradores del Estado cuyo "realismo" es usufructuado por lo más conspicuo de sus respectivas burguesías, lo cual no supone que cuenten con sus simpatías. De nuestro caso ya hemos hablado y ahora nos interesa hacer una reflexión en torno a Brasil.

Es el país que por su peso específico tracciona al bloque y que, con inclusión del carisma de Lula, se ha constituido de hecho en una subpotencia regional en la que los intereses nacionales de su gran burguesía, con epicentro en San Pablo, en general y en esta etapa, son coincidentes con el resto. Luego, su política internacional es favorable al conjunto salvo cuando la agresividad allende fronteras de sus grandes empresas, públicas o privadas, obligan al gobierno a hacer malabarismos para morigerar las contradicciones. El fuerte desarrollo económico de Brasil, su extenso y rico territorio y su numerosa población, son las bases en que se asienta su papel de interlocutor de los poderosos del mundo lo que ya ha logrado en buena medida como integrante del BRIC. Lo cual interroga por el significado de lo "nacional y popular" y comporta un llamado de atención para no sobredimensionar el proceso sudamericano que exige evaluarlo considerando las diferencias y perspectivas del conglomerado que lo componen.

Por tanto "lo nacional", también extensivo a otras latitudes, presenta una contradicción con "lo popular" cuya resolución dependerá del desarrollo de las políticas que encarnen su efectiva emancipación para así confirirle un nuevo carácter a la integración latinoamericana. Porque sin ese fundamento, lo positivo de la tendencia integradora actual que promueven los gobiernos del subcontinente y que resulta un escudo protector para sus integrantes, en especial para sus exponentes más radicalizados, devendrá "el canto del cisne" no bien sean desplazados o, peor aún, asimilados a las exigencias del proceso de acumulación capitalista del orden mundial que los subsume.

Hoy fortalecer al Estado es un mecanismo de defensa contra el poder de las grandes corporaciones pero contiene el huevo de la serpiente. Pensemos, por ejemplo, en la procedencia de nuestro ministro de economía, del presidente del Banco Central y del anterior primer ministro, por citar figuras prominentes del elenco gubernamental, presentes o pasadas. La complejidad de la situación actual donde se mixturan reivindicaciones justas con actores que asiduamente cambian de bando, porta múltiples interrogantes. Si nos confundimos, sólo contribuiremos a la formación de nuevos amos tras la bandera del desarrollo nacional. Porque en definitiva, si éste significa el enriquecimiento de las burguesías asociadas a los negocios internacionales en usufructo de los mercados internos de los países "emergentes", son ellas las que realmente se van a beneficiar. Mientras que el fortalecimiento del Estado se constituirá en codiciada presa para un esperable próximo asalto. Impedir que esto ocurra y que la apertura actual se profundice dependerá de la fortaleza de los movimientos populares y de su capacidad para ir construyendo nuevas alternativas.--------

Jorge Luis Cerletti
(28 de setiembre de 2009)

Fuente: lafogata.org