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Raul Cerdeiras

 

Paradojas de nuestro tiempo.

Jorge Luis Cerletti
La Fogata

I) Ruptura y revolución, una asociación conflictiva.

Ruptura, en política, denota un quiebre de un orden social constatable a posteriori luego de un variable período donde cambian el modo de vida y las relaciones sociales existentes. Esta categoría que designa transformaciones profundas se emparenta con la de revolución aunque difieren en sus tiempos y modalidades.

Revolución comprende las luchas entre los que buscan transformar el orden existente y quienes lo sostienen. La característica principal de la confrontación consiste en el empleo manifiesto de la fuerza para dirimir si se logra o se impide el cambio de las instituciones políticas que responden a los sectores dominantes.

La historia de la oposición al capitalismo exhibe dos grandes sectores de "izquierda", el reformista y el revolucionario con las múltiples divisiones que sufrieron ambos. Sus divergencias y enfrentamientos signaron toda una época y se dieron en función de cómo concibieron y desarrollaron su cuestionamiento al capitalismo.

Hoy se puede constatar que, por distintas razones, ni unos ni otros lograron cristalizar una ruptura. Los primeros, de acuerdo a su mirada evolucionista, ni se lo plantearon en esos términos. En su devenir, en vez de oponerse a lo que originariamente criticaban, se adaptaron al capitalismo y se convirtieron en representantes del mismo y en figuras de recambio. Mientras que los segundos gestaron grandes revoluciones generando quiebres transitorios del orden capitalista que volvió a reconstituirse revirtiendo esos notables acontecimientos. Luego, tampoco pudo sostenerse lo que auguraba una ruptura que debía consolidarse durante el tránsito del capitalismo al comunismo (en dos fases). Y ese giro histórico repercutió en las ideas en torno a la transformación del sistema capitalista que incluyó a la relación entre ruptura y revolución. Antes poníamos el acento sobre las causas de las derrotas en los errores propios y en la acción contrarrevolucionaria. Pero no obstante las lúcidas críticas al aburguesamiento de la "burocracia soviética" (síntoma de algo que la trascendía), no avizorábamos la extensión y profundidad del derrumbe motivado por la carcoma interior. Lo cual vino a demostrar que la transformación de un orden social es mucho más compleja de lo que se pensaba. Ergo, el triunfo revolucionario no significó el fin del capitalismo, representó sólo un momento de un proceso de ruptura trunco. Así el afianzamiento del sistema capitalista trascendió el resultado del combate abierto e instaló una nueva problemática.

El discurso hegemónico, (de) "formador" de opinión, responsabiliza a los revolucionarios de la violencia. Pero esa crítica descalificadora y fuera de contexto sólo estigmatiza la rebelión de los oprimidos mientras oculta la propia y la del sistema que patrocinan, causa real de los conflictos. Sin embargo, atravesando la cortina de humo de tal crítica, surge el sustantivo problema irresuelto de la transición. La irrupción de la Revolución Rusa marcó un antes y un después pero este después concluyó en otro "antes". Vale decir, el proceso de transición desdijo el acontecimiento y éste quedó como una marca que a pesar de su importancia no pasó de un amago de ruptura.

Las contradicciones emergentes de las abortadas rupturas que presenta la historia de las revoluciones anticapitalistas crearon un cono de sombra del que aún no se ha salido. Entonces, es importante rever los principales conceptos del pensamiento político revolucionario que inspiraron los triunfos que jalonaron el siglo pasado y que luego resultaron cuestionados por los hechos. Enunciemos los más emblemáticos:

** La vía principal para producir una ruptura era la toma del poder del Estado inaugurando una etapa de transición en la que se deberían gestar relaciones sociales de carácter socialista en lugar de las imperantes en el capitalismo.

** La fuerza motora del proceso lo constituía la clase obrera cuya máxima expresión era el proletariado industrial, "el sujeto histórico".

** El partido de vanguardia, organización de los representantes concientes de dicha clase, debía conducir el enfrentamiento como condición para la victoria.

** El control del Estado y la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción permitiría que la planificación socialista centralizada sustituyera a las "leyes del mercado" regidas por la burguesía. Así se terminaría con su explotación y a la vez se la superaría en eficiencia económica.

** El Estado y su burocracia se extinguirían en función de la desaparición de las clases y a favor del desarrollo científico y tecnológico.

** La lucha revolucionaria impondría el internacionalismo proletario sustituyendo la cultura individualista burguesa y las relaciones desiguales del mercado mundial y terminaría con la dominación imperialista en el planeta.

La militancia en los 60 y los 70 asumió y actuó mayoritariamente esos principios, ya sea desde el peronismo revolucionario, adoptándolos y adaptándolos, o literalmente la izquierda marxista leninista. Eran épocas donde discutíamos si la "contradicción principal" era "imperialismo-nación" o "burguesía-proletariado". La primera, la sostenían principalmente los sectores peronistas y la segunda, los marxistas ortodoxos.

Cabe preguntarse, ¿qué resistió la prueba del tiempo y en qué términos plantear la lucha política en la actualidad?

Pertenecemos a la generación que vivió los sucesos políticos de las décadas mencionadas. Eso tiene ventajas y desventajas. El haber participado en aquellas luchas nos sustrae, en cierta medida, de opiniones y juicios de valor ajenos. Aunque también carga con el lastre de preconceptos y sentimientos que suelen llevar a muchos a la resignación, al cambio de bando o a la reiteración de una praxis semejante a la que produjo la implosión del socialismo y la derrota del peronismo revolucionario. Situarse entonces ante aquella pregunta intentando aportar a lo nuevo que puja por nacer es un verdadero desafío. El cual presenta varias situaciones paradojales al cotejar los conceptos señalados con los hechos producidos.

II) Situaciones paradojales.

1) La toma del poder del Estado era valorada como el acontecimiento revolucionario que abría cauce al proceso de transición al socialismo. Su realización demandaba poder como para vencer la oposición del enemigo y el Estado constituía su aparato de dominación fundamental. Consumada la revolución con la conducción del partido, la "fase socialista" no sobrepasó la instancia del capitalismo de Estado, preludio de su posterior regresión. Paradoja 1: la toma del poder del Estado, condición necesaria para transformar el orden social, no produjo el efecto esperado debido al mismo poder de Estado que impulsara el proceso de cambio.

2) La clase obrera y en particular el proletariado industrial, fueron erigidos en la fuerza principal del proceso de cambio. No obstante, en ninguna de las grandes revoluciones (la rusa, la china, la vietnamita, la cubana) conformaron el sector mayoritario de la población como sí lo era el campesinado. Dificultad zanjada en base a la contradicción trabajo-capital que, transferida al campo político, derivaba en el concepto de antagonismo que justificaba la hegemonía de la clase obrera. En tanto que el problema de su representación fue resuelto apoyándose en la idea filosófica hegeliana del en sí y el para sí. Un recurso para explicar el deslizamiento que atribuía al partido la conciencia de clase y que justificaba la conducción de la misma. Así se operó un transvasamiento real de poder de la clase social a la élite política que comandó el proceso revolucionario. Paradoja 2: sin la dirección política del partido la revolución resultaba inalcanzable, pero tal dirección devino en el para sí de sí misma, vale decir, la que desanduvo el camino que inicialmente abriera.

3) La planificación centralizada socialista, en contraposición a las leyes del mercado, garantizaría la racionalidad y la justicia social en el empleo de los recursos económicos de la población. La burguesía, despojada de los medios de producción, quedaría sujeta al plan económico estatal que desplazaría al intercambio mercantil capitalista. Pero el intercambio mercantil subsistió y la distancia entre los planificadores y los productores directos, con sus desniveles jerárquicos, alimentaron el poder de la burocracia estatal respecto de los obreros que no dejaron de serlo lo que provocó una diferenciación político-social. Al cabo del tiempo, ni se verificó la racionalidad superadora del plan ni se extinguieron las clases sociales y el Estado. Paradoja 3: una gestión estatal centralizada y fuerte que sea genuina expresión de los explotados y oprimidos de la sociedad, incluye una contradicción todavía insoluble. Sin planificación racional de los recursos no se pueden sustituir las "leyes del mercado", pero la gestión "racional" deja de serlo al enajenarse de quienes dice representar y convertirse en otra forma de privilegio, historia que aún sigue repitiéndose.

4) Los movimientos de liberación nacional de inspiración socialista formaron parte indisociable de los fenómenos políticos que conmovieron al siglo XX. Junto al campo socialista fueron los principales opositores al capitalismo y protagonistas claves de las luchas antiimperialistas en el mundo. Mas, la cultura mercantil que subsistió dentro de ese campo ampliado alentó las diferencias y privilegios al interior de las naciones y entre los países que lo componían. Desde el Estado, los últimos intentos frustrados de revertir política e ideológicamente tal fenómeno se dieron en los sesenta con la Revolución Cultural China y la disputa que sostuvo el Che en pro del incentivo socialista, coherente con su formulación del "hombre nuevo". Es que la institucionalidad de los Estados-Nación tiene una matriz capitalista que sabotea las relaciones igualitarias y justas. Luego, los procesos vividos trasladan esa problemática al resurgimiento actual de políticas nacionales en Sudamérica. Paradoja 4: sin políticas nacionales soberanas el sometimiento a las potencias hegemónicas está asegurado. Pero cifrar su desarrollo independiente sin desligarse de los lazos que atan a la "globalización" (el imperio del gran capital internacional), semeja una contradicción en sus propios términos.

De acuerdo a nuestra interpretación, hasta ahora se mantienen en esencia tales paradojas que exigen una praxis colectiva renovadora para encaminarse a resolverlas e ir gestando políticas que vayan perfilando un nuevo horizonte emancipatorio.

III) Expectativas y limitaciones actuales.

La cuarta paradoja involucra a las luchas políticas actuales en Latinoamérica. Para evaluar sus proyecciones tenemos que incluir las demás situaciones paradojales aunque los tiempos difieran de los que demandan las urgencias, aspecto que produce considerables tensiones. Es como si la inmediatez "no dejara ver el bosque".

Para encuadrar esa cuestión, reseñamos nuestros puntos de vista: a) estimamos positiva la apertura que generan varios gobiernos sudamericanos referida a la supremacía "neoliberal" de los noventa; b) esos gobiernos emergentes de grandes movilizaciones populares, a pesar de sus diferencias, realizan una política económica que en lo fundamental es de carácter neo desarrollista; c) el que las políticas estatales se adecuen al orden existente no obsta a que, en determinadas circunstancias y dentro de los márgenes del sistema, surjan variantes que asuman parte de las demandas populares frente a las injusticias y contradicciones de dicho sistema; d) las políticas de emancipación deben construirse con independencia de las políticas estatales y una de las difíciles pruebas que deberán superar es convivir con ellas sin ser cooptadas; f) el Estado perdurará durante un período indefinido mientras no se creen alternativas anticapitalistas que logren un avance sustantivo en la socialización del poder.

Con ese enfoque reflexionaremos sintéticamente en torno a la situación actual.

El triunfo de las dictaduras reaccionarias en Sudamérica, la implosión del campo socialista y la hegemonía mundial del capitalismo súper concentrado, pareció vaciar definitivamente la soberanía de los países periféricos del continente, aun en sus más pobres manifestaciones. Sin embargo, al finalizar el S.XX y desde la asunción de Chávez en Venezuela, se dio un proceso de recuperación nacional que, en lo que va de este siglo, se amplió a otros países (en el nuestro a partir del gobierno de Kirchner). Lo cual exhibe un panorama heterogéneo donde se combinan distintas situaciones y propuestas, historias e intereses disímiles y a la vez necesidades comunes como, por ejemplo, las que surgen de la intromisión imperial de los EE.UU.

La imprevista revalorización del Estado como dispositivo al servicio de los intereses populares, ha enfrentado a varios gobiernos con los sectores dominantes que alcanza distinto grado según los casos. Asimismo, su evaluación ha creado contradicciones y no poca confusión. Se está a favor o en contra de esos gobiernos y de acuerdo a ello se apela a un repertorio panegirista o descalificador. Sin embargo, esa antinomia sustituye una ausencia clave, el de las alternativas emancipatorias. Y aunque en la sociedad surgen brotes de nuevas políticas, éstos distan de constituirse en alternativas. Entonces, ocupan ese lugar los gobiernos populares que se dan hoy en Sudamérica. Circunscritos a la disputa por el control de la gestión de Estado replican, bajo otras circunstancias, ensayos que no prosperaron. En cuanto al Socialismo del Siglo XXI resulta prematuro juzgarlo, pero aparece como una versión remozada de capitalismo de Estado.

Frente a esta problemática, las distintas interpretaciones suscitan polémicas en el campo popular acerca de la política a seguir. Y a propósito de los debates y de las expectativas que en general despiertan los gobiernos que dan señales de rebeldía, tomaremos a la Argentina como referente principal, por lo que nos toca y porque nuestras particularidades no desdicen lo común que expresa el realineamiento de un conjunto de naciones sudamericanas.

El gobierno de nuestro país está condicionado por las limitaciones propias, la fuerza del establishment y los márgenes permisibles de la política "realmente existente". No obstante, su gestión ha alimentado las esperanzas de vastos sectores populares como producto de sus medidas más audaces y a favor del ciclo económico que ha propiciado.

El gobierno plantea su política como un "modelo" de carácter estructural capitalista y dentro de este orden integra un amplio abanico de países de menor capacidad productiva y poder económico que a su vez contiene profundos desniveles. En ese grupo Brasil aparece como la excepción por su envergadura de sub potencia cuya política internacional, al favorecer a la región, tracciona al conjunto aunque internamente realice una política económica neoliberal mitigada por un fuerte asistencialismo.

El "modelo" kirchnerista, en el plano económico, propone que la gestión de Estado debe privilegiar el desarrollo del capital industrial nacional incorporando las nuevas tecnologías y a la par creando las propias para no depender de las foráneas. Asimismo, el ahorro interno debe canalizarse con esa orientación mientras que el crédito de la banca y de los organismos internacionales deben ser controlados para que la deuda externa no asfixie el proceso. En tal sentido, la renta agropecuaria tiene que contribuir a la financiación de la industria local y a la dotación de los ingresos fiscales. Más allá de la distancia que nos separa de fines de los 40 hasta los 60, donde influyeron la CEPAL y las prédicas del dúo Frondizi-Frigerio (rectificadas después por su brusco viraje), rebrotaron similares premisas en otro contexto histórico y con diferentes protagonistas.

Según la concepción desarrollista, su política genera un círculo virtuoso que comprende la baja de la desocupación, el crecimiento del PBI y de su componente industrial superando la primarización de la economía. Asimismo, el manejo de las regulaciones estatales permite orientar la distribución del excedente para mejorar las condiciones de vida de la población y disminuir la pobreza. La notoria recuperación que se dio respecto de 2002/2003, en lo fundamental mérito de las gestiones de los Kirchner, disimula los límites estructurales y resalta los logros al compararlos con el piso de partida: la devastación de las conquistas sociales y la pauperización más formidables de nuestra historia. En cuanto al futuro económico a mediano plazo, cuenta la poderosa y regresiva influencia de los sectores empresariales más concentrados junto a los previsibles efectos de las crisis cíclicas del capital. Mientras que en el decisivo terreno de la construcción política, las perspectivas no son demasiado alentadoras si se aprecia lo que significan el PJ, los gobernadores y buena parte del arco sindical como "partícipes" necesarios de esta resurrección "nacional y popular".

Las actuales propuestas neodesarrollistas, adaptadas por los gobiernos a sus respectivas realidades, contaron con un contexto internacional favorable: mejora sustantiva de los términos de intercambio; consolidación de China como potencia emergente y gran consumidora de producción primaria; circunstancial relajamiento de las presiones de los países dominantes (principales afectados por la crisis mundial) junto al aflojamiento relativo de los clásicos aprietes político-financieros de los organismos internacionales. Eso unido a las políticas activas de los gobiernos, propiciaron la reactivación de los respectivos mercados internos. Se gestaron entonces intereses convergentes que se tradujeron en la creación de la UNASUR, el más ambicioso emprendimiento político regional que incluye importantes contradicciones, como ser, la presencia de los gobiernos pro yanquis de Perú, Colombia y Chile.

Ahora bien, el Estado como eje de una política que haga crecer a la nación sin quedar subordinado a los designios de las potencias hegemónicas, las transnacionales y los grupos de poder "locales", trasciende la vida de un gobierno y cae dentro de las

situaciones paradojales descriptas anteriormente. En sintonía con nuestro enfoque extractamos un par de citas que figuran en el reportaje a Alberto Acosta (*) publicado en Página 12 el 10/01/11, pues constituyen una síntesis ilustrativa:

"En América latina , en los países donde hay gobiernos progresistas, y en seguida saltan a la vista Venezuela, Bolivia y Ecuador , y luego otros, no se está caminando hacia una

transformación estructural de los patrones de acumulación existentes históricamente en nuestra región. No hay un cambio sustantivo."…… "…se ha mejorado la inversión social pero no se está cambiando el patrón de acumulación y concentración de la riqueza,…" (subray.nuestro)

Aunque Acosta acentúa la critica sobre "la reconversión del viejo extractivismo a un neo extractivismo" -predominante en Ecuador-, alcanza también a países como el

…… ººº ……

(*) "Alberto Acosta (Quito,1948), asesor de organizaciones indígenas, sindicales y sociales, fue cofundador del partido del presidente Rafael Correa, la Alianza PAIS, y ministro de Energía y Minas entre enero y junio de 2007. Presidió la Asamblea Nacional Constituyente a la que renunció en Junio de 2008 por diferencias con el gobierno."

nuestro y a las corrientes neo desarrollistas, llámense como se llamen. Lejos se está de una transformación estructural que cambie la hegemonía del gran capital por más que se le recorten algunos privilegios con medidas favorables a los sectores populares.

Lo que se ensaya resulta historia conocida que resurge inesperadamente y en circunstancias donde su mayor novedad consiste en emerger luego de la formidable ola "neoliberal" de los 80/90 con sus triunfos políticos y su fantástico proceso de concentración de capital.

Los promotores de tal proceso (internos y externos) representan el núcleo principal de poder económico en nuestros países. Y muchos miembros de las fuerzas políticas que hoy aparecen poniéndole límites, estuvieron involucrados en la declinación nacional que contó con el concurso de los principales partidos cuyas gestiones desembocaron en las graves crisis que asolaron la región. Éstas fogonearon grandes movilizaciones de masas (*) con nuevos protagonismos que prefiguraron el ascenso de los actuales gobiernos populares permeables a sus demandas. No obstante, entre unos y otros existe una variable distancia que a veces alcanza distintos grados de enfrentamiento. Eso tiene que ver con la profundidad que exigen los cambios porque una cosa es controlar algunos resortes del Estado que posibiliten gestiones más afines a los intereses populares y otra, cualitativamente distinta, gestar una transformación estructural que altere las bases del poder dominante. Y para ir abriendo camino en esta dirección es necesario desarrollar nuevas políticas de emancipación que no reincidan en lo mismo que ocasionó el eclipse anterior. Con ese propósito es preciso pensar de otro modo corriéndonos de la absolutización de lo inmediato para orientar la praxis que lo incluya pero que a su vez lo trascienda.

IV) Pensar de otro modo.

La vieja y conservadora sentencia de "adecuarse a los tiempos que corren" condensa bastante fielmente el conformismo político de muchos ex revolucionarios. Es una forma de naturalizar las relaciones sociales capitalistas dejándolas fuera de discusión. Luego, cuestionarlas se toma como sinónimo de utopía en el sentido de sueño idílico, de "estar fuera de la realidad". Y no es que ignoremos las grandes y reales dificultades existentes, simplemente nos oponemos a la generalizada subjetividad que el capitalismo ha logrado instalar. Un claro síntoma de ello es que se haya interiorizado en buena parte de los que

arriesgaron sus vidas en la lucha contra el sistema y que hoy se convirtieron en sus

agentes "progresistas". Palabra que, por otra parte, encierra una indefinición tan grande como el sentido que se le pretende dar, algo semejante a lo que ocurre con "lo popular". Pero para no apartarnos del tema, baste con señalar que "progreso" es una categoría que ha encubierto depredaciones de todo tipo y "popular" que proviene de pueblo, tiene tantos apropiadores como los que se dicen representarlo. Vale decir, que tanto uno como otro vocablo exigen precisiones para saber de qué se habla. Y a propósito de precisiones, para nosotros la emancipación significa un nuevo orden social post capitalista cuyo antecedente inmediato y a superar es el socialismo.

En este terreno las dificultades abundan porque todavía no se ha terminado de digerir el colapso del socialismo y los nuevos cursos políticos son ensayos promisorios pero con proyectos aún muy ambiguos. Una aproximación a esa carencia nos sitúa frente a una negación del capitalismo que reclama una positividad post socialista que todavía no sobrepasa el nivel de generalidad. Esa tensión irresuelta se manifiesta entre quienes ……. ººº……..

(*) El Caracazo en Venezuela, las rebeliones del Alto en Bolivia, las de Argentina en el 2001/02 y las impulsadas por la CONAI en Ecuador, por citar las más importantes.

concebimos la emancipación como irrenunciable y que debe gestarse en la acción política cotidiana. Síntoma de las limitaciones actuales es la tendencia a circunscribirse

a la crítica anti-sistema y a desenfocar las deficiencias propias lo cual, insensiblemente, deriva en soliloquios que terminan siendo meramente contestatarios.

Pensar de otro modo supone desprenderse de los lastres que portaban nuestras ideas y conductas sin abjurar de los ideales de justicia, igualdad y libertad, tan vigentes antes como ahora.

El que las revoluciones no produjeran realmente la ruptura del orden social capitalista tiene consecuencias teórico-prácticas muy importantes. La constatación fáctica del hiato entre ruptura y revolución fuerza a repensar: 1) los niveles de inercia cultural políticas de las sociedades y sus tiempos de maduración; 2) los alcances de un proceso revolucionario con relación a cómo se encara y se resuelve internamente la cuestión del poder; 3) la vigencia del capitalismo con sus cambiantes formas de producción y de dominación.

De acuerdo a los criterios que expusimos al principio, la ruptura difiere de la revolución en sus tiempos respecto de los cambios del modo de vida de una sociedad. Mientras la revolución es el estallido de una situación revolucionaria incubada a través de las crisis, para que devenga una verdadera ruptura debe darse, en el proceso posterior, la consolidación de las nuevas relaciones de la sociedad en sus distintos niveles.

Atentos a la historia, en general se puede apreciar que durante un prolongado período, variable según los casos, lucharon y convivieron los defensores de lo viejo con los que pujaban por un nuevo orden. Esto también exhibe los distintos ritmos de lo socio cultural respecto de lo económico y de lo político. Sólo que ahora vivimos una vertiginosa aceleración histórica que se produce a partir del último tercio del siglo XIX y que hoy alcanza una vorágine de cambios de notoria repercusión político ideológica. Dicha vorágine tiende a atraparnos en su enmarañada red donde el formidable avance tecnológico se confunde con la política y viceversa, y en la que el desarrollo de los medios de comunicación y de la televisión constituyen poderosos instrumentos para modelar la opinión pública.

En estos menesteres el capitalismo ha exhibido su fortaleza como generador de deseos y por su capacidad de cooptación. El consumismo expresa la subjetividad que supo construir potenciando los logros tecnológicos que muestran, contradictoriamente, la enorme cantera de la creatividad humana frente a la privatización ejercida por el capital que enajena su carácter social. En consonancia, determina y selecciona la orientación científica en función de su rentabilidad.

La dominación y expansión de este orden social injusto que se impuso a la mayor promesa de liberación ensayada hasta el presente, nos incita a pensar de otro modo sin que esto implique arriar las banderas. Todo lo contrario, es preciso reasumirlas desde otro lugar que fertilice la experiencias emancipatorias en busca de plasmarlas en sociedades que, considerando las posibilidades materiales, ya estarían al alcance del mundo actual. Pero esto que podría estar tan cerca, aparece como una utopía irrealizable a consecuencia de la gran hegemonía capitalista que padecemos y porque después de aquel colapso, las alternativas que despuntan recién comienzan a escribir otra historia.

Somos concientes de que lo habitual es atribuirle al "otro" los déficits propios y que lo más difícil es ejercitar un pensamiento autocrítico. En razón de ello señalaremos ahora lo que para nosotros constituyen interrogantes y falencias de lo que está surgiendo. Con ese propósito retomamos sucintamente las situaciones paradojales que expusimos en el punto II).

Las revoluciones anticapitalistas triunfantes se basaron en el control del Estado y en la concentración del poder estructurado de modo jerárquico bajo la influencia decisiva de los liderazgos. Después, el vaciamiento de los movimientos revolucionarios puso en crisis la concepción en que se fundaron. De allí que la socialización del poder surgiera como una vía no transitada en busca de superar semejante derrumbe. Supone una renovación a nivel de las ideas pero aún con escasa incidencia en las luchas políticas existentes. Y a pesar de valiosos aportes, todavía no se ha producido una revolución teórica a la altura de las necesidades de las nuevas políticas de emancipación.

En nuestro país el movimiento asambleario de 2001/2002 expresó aquella idea pero se fue desdibujando paulatinamente. Su auge inicial provino de la profunda crisis de nuestro sistema político en el que la representatividad de los partidos fue cuestionada por la mayoría de la población, situación que luego remontó la política tradicional.

En esa recuperación sobre todo gravitó la cultura hegemónica internalizada en la sociedad aunque también se dieron debilidades propias del movimiento asambleario, desde manifestaciones de inoperancia hasta el contrabando de los clásicos aparatitos de "izquierda" que quisieron medrar a sus expensas. A pesar de esto, produjo un ensayo político importante y una siembra de nuevas experiencias orientadas al protagonismo real de los participantes de un colectivo. Mas, un cambio de semejante magnitud precisa tiempo de maduración para que se vaya consolidando y expandiendo en la sociedad. La perspectiva que abrió es un genuino aporte para una nueva política que debe gestar tal socialización comenzando por los grupos que la impulsan.

Endilgarle al kirchnerismo la "culpa" de la rehabilitación de la política tradicional es algo así como criticar a un pintor porque pinta. Es evidente que actúa de acuerdo a las reglas del juego propias del orden establecido. No obstante, la relegitimación que produjo tiene que ver con sus virtudes y con sus respuestas a las demandas populares. El papel determinante de las políticas estatales perdurará cualesquiera sean sus gestores hasta que las corrientes emancipatorias no construyamos alternativas que superen a la vieja política. Para ello, un requisito básico es articular las exigencias de lo inmediato con las construcciones de largo aliento. Las necesidades irresueltas, comenzando por las más elementales, figuran entre las mayores injusticias de nuestras sociedades. Las mismas continúan siendo uno de los principales motores de las luchas reivindicativas que deben incluir las políticas de emancipación.

Aquí viene a cuento la crítica a la opción por "el mal menor". Es justa en tanto expone la pasividad de quienes depositan en el otro lo que no se intenta generar por sí mismo. Pero esa postura de mínima es equivalente a la que se presenta como su antítesis, la de aquéllos que no rescatan nada de las contradicciones presentes y en su maximalismo suelen acudir… a las experiencias ajenas. Por cierto, se trata de experiencias que alimentan la causa de la emancipación y a las que valoramos todos quienes estamos en el mismo campo pese a que, frecuentemente, tropecemos con nuestra típica tradición cariocinética. Convengamos que mientras la naturaleza del sistema está clara, no ocurre lo mismo con las modalidades ni los proyectos estratégicos para combatirlo.

Transitamos un período en el que entraron en crisis las certezas y el determinismo mecanicista, entre ellos, el presupuesto de que el socialismo garantizaba la emancipación. Esa garantía imaginaria se sostenía en el curso inexorable de la historia finalismo que, por supuesto, tampoco ampara la supervivencia del capitalismo. La acción política transformadora no está predeterminada sino que es resultado de apuestas políticas que también incluyen una cuota de azar.

Asumimos que toda apertura que se precie de tal debe estimular el intercambio de ideas lo que no significa abdicar de las propias convicciones sino que representa un modo de construir un pensamiento colectivo despojado del individualismo imperante. Para lo cual debemos esforzarnos por superar los resabios del sectarismo de otras épocas, tan ligado a las disputas internas de poder.

La institucionalidad del Estado constituido en base a la legalidad capitalista está férreamente anclado en la sociedad y también en aspectos existenciales de nosotros mismos. Y como dijimos, oponerse al poder hegemónico exige pensar y actuar de otro modo y una de sus derivaciones resulta la propuesta de una construcción política independiente o a distancia del Estado. Ésta no nació de un repollo ni resulta el invento de un iluminado vanguardista. Deviene de una decantación de pensamientos y experiencias múltiples que, ante la debacle revolucionaria del siglo XX, intentan abrir nuevos caminos en busca de resituar la praxis emancipatoria.

Esta orientación no estatuye cómo enfrentar cada situación concreta, ni cómo gestar las transformaciones de fondo en medio de sociedades atravesadas por la hegemonía capitalista, ni tampoco a qué recursos apelar para romper el aislamiento de las posturas antisistema. Éstos y otros interrogantes a responder generan diferentes opciones que deben transitar por un terreno minado. Un obvio factor común es el rechazo a la dominación y la explotación, pero la problemática clave a resolver apunta a la creación, a las exigencias de lo positivo. Encarar la socialización del poder fundada en una creciente participación donde circule el poder y se genere rotación de funciones, promueve una política positiva encaminada a la construcción de organizaciones de nuevo tipo. Implica una apuesta fuerte que plantea un giro innovador pues transgrede la praxis histórica acerca del ejercicio del poder ligado a la representación, las vanguardias y los liderazgos, lo que supone una tarea de largo aliento y a contracorriente de las ideas y hábitos incorporados.

Toda iniciativa que se aparte de la institucionalidad existente tropieza con la precariedad que provoca la omnipresencia del Estado, con su modelo jerárquico que prolifera en los distintos ámbitos de la sociedad e íntimamente asociado al enraizamiento de las relaciones capitalistas. Luego, la existencia del Estado con los atributos que lo caracterizan y la gran hegemonía del capital, son los mayores condicionantes para las políticas de emancipación. Sólo que aquel gran dispositivo ligado a la dominación, como producto histórico de las relaciones humanas, no tiene por qué perpetuarse ni tampoco al capitalismo a quien hoy sirve. Pero romper ese condicionamiento sin crear nuevas formas de institucionalidad es quedar girando en vacío pues la emancipación, a nivel de realizaciones, necesita gestar esas nuevas formas. Es que la administración de la cosa pública está atravesada por relaciones de poder que demostraron su inercia y gravitación política contrariando los presupuestos de los revolucionarios socialistas. Éstos consideraron a la gestión de un modo técnico "aséptico", o sea, desvinculado de lo político que se resolvería con el cambio de conducción. De donde se desprende que lo determinante es la problemática del poder y no la gestión en sí misma, cosa que confunden quienes la ven como lo opuesto a las políticas de emancipación.

Nos hallamos frente a un desafío inédito pues la respuesta clásica del movimiento revolucionario de cualquier signo ha sido concentrar poder para derrotar a sus enemigos y asumir el control del Estado. Y hoy, la lucha política que libran los gobiernos populares más radicalizados de Sudamérica, transcurre por los mismos carriles lo que vuelve a mostrar una situación paradojal. Los gobiernos que satisfacen las necesidades de la gente, para lograrlo, deben acumular poder, pero eso mismo que posibilita tal curso genera también las condiciones de su retroceso. Porque si sobrevive el capitalismo sobrevive la causa del sometimiento y de la injusticia social. Su naturaleza trasciende a un capitalismo bueno u otro malo y va más allá de que, según los momentos y los contextos, se suavicen o recrudezcan la explotación y las formas de opresión. Es que las leyes que rigen el proceso de acumulación capitalista bloquean la creación de una sociedad más justa, culturalmente sana e igualitaria donde la vida humana y la preservación del planeta no estén supeditadas a la ganancia.

Es fácil imaginar cuan lejos estamos de una sociedad semejante aunque ayer hayamos creído que protagonizábamos las vísperas de su concreción. Sin embargo, no renunciar a los principios que sostienen esa legítima esperanza y no doblegarse ante los poderes hegemónicos es la primer condición para dar pasos en ese sentido.

Interpretar el momento actual y prever sus posibles proyecciones es parte de esa azarosa marcha sin garantías. No debemos negar los sucesos positivos que se viven hoy porque no se correspondan con nuestro deseo de lo que todavía no hemos podido construir. Pero atenerse a efectos transitorios sin valorar las fuerzas en juego y sus proyecciones es dejarse atrapar por el peso de lo inmediato. Porque, al margen del idealismo abstracto, ¿no es imprescindible articular las luchas cotidianas con las perspectivas a que remiten?. Nos parece tan miope desconocer situaciones favorables en nombre de lo que hay que "inventar" como hacerse eco de aquéllas sin evaluar y debatir el carácter del proyecto que las impulsa. Por ejemplo, cabe preguntarles a quienes hablan de "profundizar el modelo nacional y popular": ¿significa hacerlo respondiendo a las reglas del capital?, ¿hasta qué punto se puede mejorar la redistribución del ingreso sin oponerse realmente al poder económico del establishment?, ¿quiénes serán los protagonistas principales?, ¿el mismo rejunte actual?, la promisoria emergencia de la juventud ¿será diluida por los aparatos al servicio de los mezquinos intereses de los políticos tradicionales?

Sabemos que el camino al infierno o al cielo si se prefiere, está sembrado de múltiples cómo. Pero lo que nos parece necesario e importante es que se instale un debate franco y sin tapujos acerca de los alcances del "modelo" y que la movida político ideológica que produjo el kirchnerismo no se convierta en otra luz de un fósforo. He allí el sentido de las preguntas anteriores que traslucen nuestro ya explicitado punto de vista. Ciertamente, éste no expresa "la verdad" que incluyen las consabidas bajadas de línea, sino que supone uno de tantos intentos por ver más claro en la lucha por construir una sociedad mejor para todos.

Vivimos un período que dista mucho de la etapa en que enarbolábamos las banderas "liberación o dependencia", "socialismo nacional" o socialismo a secas, con su alto contenido simbólico. Esto marca el cambio de época y de relaciones de fuerza respecto del poder dominante. Y si bien aquel proceso exhibió los límites de las viejas ideas, por la misma razón plantea la necesidad de generar nuevas alternativas que asimilen las lecciones de la historia.

Pensamos que la participación efectiva, cualquiera sea el lugar de actuación, es un requisito de toda política que pretenda abrir nuevos rumbos. Desde lo micro se deben transformar las relaciones de poder que atraviesan a las propias corrientes que asumen la emancipación. Este primer paso, tan necesario como realizable, todavía es una tarea pendiente. Mas, las grandes dificultades surgen de su inserción en la sociedad modelada por la cultura hegemónica y aquí la lucha por los cambios indudablemente será prolongada y azarosa.

A lo largo de este breve recorrido nos acompañó la perturbadora sombra de lo paradojal. No es por casualidad ni por predilección intelectual, responde a las características de este difícil y apasionante período que invita a la creación. Período donde la concentración de poder en los movimientos emancipatorios no resistió la prueba del tiempo referido a sus fines libertarios y, en cambio, fue absolutamente imprescindible para cualquier forma de opresión. Y hoy, la paradoja subsiste en pugna con las fuerzas creadoras.--------

Jorge Luis Cerletti
Marzo 22 de 2011

Fuente: lafogata.org