28 de julio del 2002
El Che Guevara y la filosofía de la praxis
Néstor Kohan
Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo
[capítulo de De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marximo argentino
y latinoamericano. Buenos Aires, editorial Biblos, 2000. Prólogo Michael
Löwy]
Aniquilar e incorporar. En esos dos movimientos se articulan y condensan
las estrategias que los poderosos han desarrollado frente al Che. Una vez capturado,
lo asesinaron, despedazaron su cadáver y como a tantos otros compañeros,
lo "desaparecieron". Luego, se dedicaron pacientemente a incorporarlo.
Como a todos los revolucionarios -muchos de ellos y ellas anónimos, que
no tuvieron la suerte de ser conocidos como el Che pero que sin duda alcanzaron
su misma estatura moral- se los ha tratado de manipular, de trivializar. Se
los ha querido convertir en objeto de consumo y revival. Que nunca lo
logren sólo depende de nosotros, de nuestra lucha, de la capacidad que
tengamos para que sigan acompañándonos no desde las vidrieras
ni las librerías del shopping sino desde la calle, el colegio, la fábrica,
la universidad, las movilizaciones.
El estudio del Che necesariamente nos remite a una lucha por su herencia, a
un combate. En esa pelea, la apropiación burguesa del Che reposa sobre
tres tipos de operaciones ideológicas:
En primer lugar, se lo intenta desvincular de la revolución cubana, de
su dirección revolucionaria - que él contribuyó a crear
y de donde emergió como cuadro y dirigente- y del innegable impulso que
aquella dio a la revolución continental. En segundo lugar, se pretende
presentarlo como un empirista y un pragmático, absolutamente desprovisto
de cualquier nexo con la teoría social y filosófica marxista.
Y en tercer lugar, se lo convierte en un mito y una imagen desligado de su proyecto
y al cual se reverencia "independientemente de sus ideas" o "a pesar de ellas".
Esta última operación es quizás la más fácilmente
identificable. En las revistas, diarios, TV y cine - privilegiados espacios
de construcción hegemónica- Guevara se ha convertido en el poster
de un rockero pelilargo y con boina, un héroe romántico, un aventurero
mitológico y utópico, un Robin Hood, un Don Quijote, un Cristo
laico o un simpático idealista. Inalcanzable, siempre bello y bien lejos
de la tierra, por lo tanto inservible e inoperante en la cotidianeidad. Y además,
siempre derrotado. El cine -para dar sólo un ejemplo- invariablemente
privilegia las derrotas de los revolucionarios. ¿Por qué se hacen tantas
películas sobre la derrota española ante Franco y ninguna sobre
la victoria de Viet Nam, o de Cuba? Desmoralizar y desmovilizar al enemigo -el
pueblo, la juventud- es la gran consigna de guerra. El Che no fue inmune a esa
estrategia. Bolivia y la Higuera predominan sobre Santa Clara y La Habana. Admirarlo,
sí, pero no seguir su ejemplo.
Recuperar al Che para el campo popular y revolucionario implica entonces comenzar
-apenas comenzar, en esa precaria etapa estamos- a desmontar esa sistemática
e inescrupulosa apropiación. Pero también obliga a polemizar con
la neutralización y el congelamiento que le han impuesto más de
una corriente de izquierda. Ya sea los que lo reivindican folklóricamente
como figura inofensiva y tranquilizadora para aplacar conciencias a través
de toda una serie de fantasías compensatorias o los que lo cuestionan
por su supuesto "foquismo ultraizquierdista" (pequeño burgués
desesperado, populista sin confianza en el proletariado puro, en el partido
de vanguardia, etc, etc).
Tratando de ubicarnos en esa doble disputa, y subrayando la continuidad metodológica
entre la ruptura teórico política que produjo Marx y las que a
su turno incentivaron Lenin, Mariátegui y el Che -sin olvidarnos de otros
pensadores y dirigentes antiburocráticos, aunque no los analicemos en
este libro- intentaremos señalar ciertos núcleos conceptuales
de su pensamiento teórico. Apenas fragmentos de un estudio sistemático
que sigue aun pendiente para las nuevas generaciones.
Humanismo y Antihumanismo teórico
En su polémica y provocativa obra Para leer El Capital,
Louis Althusser se oponía a las interpretaciones izquierdistas del marxismo
que, para criticar y oponerse al mecanicismo y al fatalismo, habían apelado
a la voluntad revolucionaria y habían enfatizado el humanismo, el historicismo
y una concepción igualitarista de la praxis. Adoptaba entonces una perspectiva
filosófica autodefinida como "antihumanista teórica" y "antihistoricista".
Dejó huella e hizo historia.
El sentido último que Althusser trataba de encontrar en ese izquierdismo
-particularmente en el de Gramsci- era que "remitía a una protesta contra
el fariseísmo libresco de la II Internacional y un llamado directo a
la 'práctica', a la acción política, a la 'transformación'
del mundo sin lo cual el marxismo no sería más que el alimento
de ratas de bibliotecas o de funcionarios políticos pasivos".
A pesar de ese justificado reconocimiento, el humanismo y el historicismo praxiológico
reposaban y giraban para Althusser sobre una misma problemática ideológica
"no científica", voluntarista e idealista. Ambos se habían apartado
del materialismo, en el particular significado que él otorgaba al término
"materialismo"
-no directamente asimilable al del DIAMAT que hemos analizado-: (a) tesis epistemológica
de la diferencia y preexistencia del objeto real por fuera tanto del proceso
cognoscitivo como de su producto, el objeto de conocimiento construído
("Materialismo Dialéctico"), y (b) teoría de la economía
política y de la historia no centrada en los sujetos ni en los hombres
sino en los procesos, relaciones y estructuras de los cuales los hombres son
meros soportes o portadores ("Materialismo Histórico").
Al hacer la enumeración de las corrientes y autores izquierdistas que
habrían "recaído" en el humanismo y el historicismo, sugestivamente
Althusser incluía a: () Rosa Luxemburgo y Franz Mehring; (b) Bogdanov
y el 'Prolekult' (Cultura Proletaria), (c) Georg Lukács y Karl Korsch;
(d) "la oposición obrera" (es decir León Trotsky y su corriente),
(e) Antonio Gramsci; y finalmente (e) "los pueblos del Tercer Mundo" que realizan
"combates políticos verdaderamente revolucionarios para conquistar y
defender su independencia política y comprometerse en la vía socialista".
Si bien Althusser no nombraba explícitamente a aquellos teóricos
y dirigentes revolucionarios que en "el Tercer Mundo" se sentían atraídos
por el humanismo y el historicismo, no es difícil imaginar a quien estaba
refieriéndose -si tomamos en cuenta que su libro se publicó en
1967-. Creemos que en esa alusión Althusser estaba pensando en la dirección
política de la Revolución Cubana y especialmente en Ernesto Che
Guevara.
Uno de sus alumnos y discípulos directos, Régis Debray, se había
trasladado a La Habana, participó al menos formalmente en la Escuela
de Filosofía y tuvo un contacto por así decirlo "directo" con
el Che. Althusser sabía muy bien de qué estaba hablando.
Recordemos que en Europa, desde una perspectiva filosófica crítica
y antidogmática, Lukács, Korsch y Gramsci -pero no sólo
ellos- habían enfrentado en los años '20 y '30 las visiones canonizadas
del marxismo enfatizando su componente humanista y priorizando su historicismo.
En esos años el DIAMAT se había erigido en "oficial" pero su reinado
aparentemente monolítico convivía en realidad con otras vertientes
heterodoxas y no esquemáticas. En ese impulso teórico, la categoría
dialéctica de praxis había indudablemente ocupado un lugar central,
tanto en Historia y conciencia de clase como en los Cuadernos
de la cárcel (aunque este reconocimiento indubitable no implique
de ningún modo construir un nuevo "panteón", ahora heterodoxo,
para reemplazar al ortodoxo del stalinismo).
También en América Latina, hemos visto que el DIAMAT sólo
se pudo imponer sobre el marxismo creativo de Mariátegui y sobre el espíritu
de ofensiva de Mella a fines de los años '20 y que su hegemonía
duró hasta inicios de los '60 cuando al calor de la revolución
cubana comienza la batalla por extender, difundir y socializar otras vertientes
marxistas. En la cresta de ese renacimiento político cultural, la Escuela
de Filosofía de La Habana y la revista Pensamiento Crítico
cuestionaban explícitamente al DIAMAT, publicaban a Lukács y Korsch
en castellano e intentaban fundamentar en la revista y en sus planes de estudio
una lectura historicista del marxismo. Mientras, Adolfo Sánchez Vázquez
publicaba en México su célebre Filosofía de la praxis.
Era exactamente el mismo año, 1967, en que Althusser arremetía
en París contra el "humanismo historicista de la praxis" y Marta Harnecker
-su discípula latinoamericana- comenzaba a seguirlo puntualmente en nuestros
países con sus célebres manuales, que guiaron el aprendizaje de
miles de militantes latinoamericanos simpatizantes de la revolución cubana.
Entonces, no es muy difícil coincidir con el diagnóstico de aquella
caracterización althusseriana aunque desde una perspectiva diametralmente
opuesta (sin por ello construir -insistimos- un nuevo "panteón" invertido).
Efectivamente, el pensamiento teórico del Che Guevara se inscribe en
esas corrientes historicistas y humanistas de la filosofía de la praxis,
cuya larga tradición crítica y antidogmática tiene en Gramsci
y en Mariátegui sus principales exponentes.
La formación filosófica
Guevara toma contacto con los textos clásicos de Marx, Engels y Lenin
varios años antes de la proclamación socialista de la Revolución
que hace Fidel Castro a inicios de los '60. Su formación filosófica,
política y económica anterior a la Revolución Cubana incluye
por lo menos la lectura de El Manifiesto y El Capital de
Marx; el Anti-Dühring de Engels; El Estado y la revolución
y El imperialismo, fase superior del capitalismo de Lenin. Con
los dos primeros tuvo contacto entre los 16 y los 17 años, cuando comienza
a redactar un diccionario filosófico. Las notas para ese diccionario
las escribe en diferentes épocas y las culmina en México. Los
otros tres los analizó en sus años de estudios universitarios.
En trabajos y en su correspondencia familiar desde 1954 en adelante -la época
de sus grandes viajes por América Latina-, aparecen regularmente categorías
marxistas y frecuentes alusiones irónicas a sus apasionadas lecturas
de los clásicos de esta corriente. Por ejemplo, en un trabajo sugestivamente
titulado "La clase obrera de los EEUU...¿amiga o enemiga?", de abril/1954, el
joven Guevara analiza a partir de la categoría de imperialismo los métodos
de la burguesía norteamericana para compensar la plusvalía extraída
a su proletariado.
También le dice a su padre, en abril de 1956: "Dentro de poco tiempo
pasaré a ser una notabilidad en la ciencia médica, si no como
científico o profesor por lo menos como divulgador de la doctrina de
San Carlos [Léase Carlos Marx] desde los altos escaños univesitarios.
Porque me he dado cuenta que la fisiología no es mi fuerte, pero lo otro
sí" y le comenta a su amiga Tita Infante, en octubre del mismo año:
"Por supuesto, todos los trabajos científicos se fueron al cuerno y ahora
soy sólo un asiduo lector de Carlitos [léase Carlos Marx] y Federiquito
[léase Federico Engels] y otros itos". Este tipo de referencia a sus
lecturas marxistas se repite invariablemente en la correspondencia de esos años.
Les comenta también: "Por otro lado te diré que tengo una cantidad
de chiquilines de sexto año encandilados con mis aventuras e interesados
en aprender algo sobre las doctrinas de San Carlos" o "Estoy fuerte, optimista,
subo frecuentemente a los volcanes, voy frecuentemente a visitar ruinas, leo
frecuentemente a San Carlos y sus discípulos", y además "El tiempo
libre lo dedico al estudio en forma informal de San Carlos. La nueva etapa de
mi vida exige también el cambio de ordenación; ahora San Carlos
es primordial, es el eje, y será por los años que el esferoide
me admita en su capa más externa", etc,etc.
Un gran aliciente para su inicial acercamiento al marxismo teórico se
da en Guatemala en 1954, en la biblioteca de la que sería su mujer Hilda
Gadea. Y posteriormente, exiliado de Guatemala tras el golpe contrarrevolucionario
contra Arbenz, recibe de manos de su amigo Arnaldo Orfila Reynal -por esa época
director de FCE Fondo de Cultura Económica y luego de Siglo XXI- los
tres tomos de El Capital, en la traducción de Wenceslao
Roces. Su padre también señala la importancia que tuvo en su inicial
interés por el marxismo la amistad -nacida en 1954 en Guatemala y continuada
luego de la toma del poder en Cuba en los años sesenta- con el profesor
norteamericano Harold White, quien en 1928 había impartido clases de
marxismo en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Utah y había
escrito una obra sobre el mismo tema publicada en los EEUU.
Además, en uno de sus viajes continentales se aloja sugestivamente en
la casa del comunista peruano Hugo Pesce, uno de los dos delegados mariateguianos
a la conferencia comunista de Buenos Aires de 1929. Le dice entonces en una
carta (mayo/1952) a su amiga Tita Infante: "Afortunadamente encontramos en Lima,
junto con un maestro de la lepra un espíritu comprensivo como es el Dr.
Hugo Pesce, que ha solucionado la mayoría de nuestros problemas más
apremiantes ($$,&&,etc). De paso le diré que las ideas de este
señor se parecen mucho a las suyas [Tita era militante comunista en Buenos
Aires] pero no es tan romántico como usted".Es sumamente probable que
en ese momento haya tomado contacto directo con la obra de José Carlos
Mariátegui, padre intelectual de Pesce.
Por éste último Guevara continuó sintiendo una gran estima
aun después de triunfar la revolución en Cuba. Así, le
dedica su libro Guerra de guerrillas en 1962 con la siguiente
dedicatoria: "Al Doctor Hugo Pesce, que provocara, sin saberlo quizás,
un gran cambio en mi actitud frente a la vida y la sociedad, con el entusiasmo
aventurero de siempre, pero encaminado a fines más armónicos con
las necesidades de América. Fraternalmente Che Guevara". En ese "gran
cambio" que le provocó el encuentro juvenil -médico y político-
con Pesce, ¿habrá tenido quizás algo que ver Mariátegui?
Creemos que el antimperialismo visceral del Che -que no separa socialismo de
liberación nacional- mantiene una filiación directa con aquellas
proposiciones herejes que Mariátegui había enviado a Buenos Aires
de 1929.
En vísperas de la salida en el Granma (el barco de la expedición
de Fidel Castro a Cuba) Guevara se escondió en casa del guatemalteco
Alfonso Bauer. Según el posterior testimonio -de 1977- de este doctor,
los dueños de casa encontraron tras su partida varios libros suyos abiertos
en su cama. Entre ellos El Capital y El estado y la revolución.
Su interés por la lectura de los principales textos marxistas, como es
obvio, no respondió únicamente a una curiosidad meramente libresca.
En sus viajes juveniles por el continente había sido testigo de la ebullición
revolucionaria de los mineros de Bolivia -abortada por el nacionalismo que luego
colaboraría conla dictadura de Barrientos y Ovando- y de la intervención
yanqui en Guatemala en 1954. La impronta de esa preocupación política,
tan presente en sus cartas anteriores a su incorporación al Movimiento
26 de julio en México, fue indudablemente el telón de fondo de
sus lecturas filosóficas y económicas.
De manera que cuando la dirección cubana emprende el rumbo de construir
el socialismo en la isla, ya Guevara contaba con todo un capital simbólico
acumulado en la lectura de algunas de las principales obras marxianas y también
de Engels y de Lenin. Su preocupación por la teoría revolucionaria
realmente corría pareja con su voluntad de lucha y su heroísmo
personal. Una lección que los nuevos revolucionarios no deberían
olvidar, sobre todo cuando hoy se defiende confusamente la audacia y la valentía
del Che pero se desprecia la formación teórica. El Che no fue
un condottiero ni un mercenario, de esos con que el cine hollywoodense
nos inunda hasta el hastío. Fue un cambatiente revolucionario, un cuadro
revolucionario, un comunista en el cabal sentido de la palabra.
No fue entonces un simple "empirismo" o "pragmatismo" desideologizado por adaptarse
a los nuevos rumbos que tomaban los acontecimientos en la Cuba de Fidel Castro
los que lo llevaron al marxismo, como tergiversada y malintencionadamente sostienen
muchas biografías.
Esta cultura que había bebido tempranamente en los clásicos del
marxismo se enriquecerá cuando el revolucionario deje momentáneamente
paso al constructor; es decir, cuando Guevara deja de ser guerrillero y pasa
a desempeñar responsabilidades como Jefe del Departamento de Industrialización
del INRA, Presidente del Banco Nacional de Cuba y luego como Ministro de Industrias.
Las lecturas individuales previas son teóricamente enriquecidas por la
enorme experiencia colectiva de los años de lucha y por la inédita
situación de un país donde todo, absolutamente todo, está
por crearse.
Esos años febriles son los del trabajo voluntario y el debate económico,
matizados por la investigación sistemática. Cuenta Miguel Figueras
-director por ese entonces de Planificación Perspectiva del Ministerio
de industrias, a cargo del Che- que Guevara había armado dos grupos de
estudios por semana. Los lunes a la noche se reunía a estudiar Matemáticas
y uso de las estadísticas y los miércoles en el mismo horario,
leía y estudiaba colectivamente El Capital. En esa época
llega también a Cuba el profesor de economía política marxista
Anastasio Mansilla. Lo que más impacta -e incomoda, vaya si incomoda-
en él es que reune a un tiempo el estudio y la elaboración sistemática
de la teoría marxista y la práctica política en su más
alto escalón.
Es en estos años cuando descubre los Manuscritos de 1844
de Marx y posiblemente vuelve a leer la obra de Aníbal Ponce: Humanismo
burgués y humanismo proletario, publicada en La Habana en 1962.
En ella el pensador argentino - reconstruyendo el itinerario del humanismo desde
Erasmo y William Shakespeare hasta Romain Rolland, pasando por Ernest Renan-
defendía históricamente el concepto de "hombre nuevo, completo,
integral y total", como categoría central en el marxismo.
Si Mariátegui fue sin duda el antecesor ideológico y político
del Che en su impulso antimperialista y en su impugnación de los dogmas
"materialistas" y "deterministas" que sólo avalaban y justificaban el
reformismo, Ponce es su antecesor en la problemática del humanismo. Es
indudable que Humanismo burgués, humanismo proletario,
es una de las fuentes directas del rescate que el Che hace del "hombre nuevo",
del "hombre completo", del "hombre total". También es sumamente llamativo
el paralelo entre la crítica de Guevara al burocratismo -por su culto
a la rutina gris- y la prédica vitalista y juvenilista de El hombre
mediocre de José Ingenieros, otra de las fuentes de "la hermandad
de Ariel" tan presente en el ideario latinoamericanista de la Reforma.
No debemos olvidar que la influencia de Ingenieros no sólo impregnó
la formación ideológica del joven Guevara en la Argentina.
Su eco también fue enorme en el ideario antimperialista de las distintas
generaciones que antecedieron y confluyeron en la revolución cubana de
1959. Ya desde la década del '20 cuando Ingenieros se encuentra personalmente
en La Habana -a su regreso de México en 1925- con Julio Antonio Mella,
Rubén Martínez Villena y Gustavo Aldereguía, tres de las
principales cabezas revolucionarias de la Cuba de aquellos años. Más
tarde, al morir Ingenieros, Martínez Villena -jefe del comunismo cubano
tras el asesinato de Mella en México- escribe "Con motivo de la muerte
de José Ingenieros" cuestionando la impugnación que de él
había hecho entonces Jorge Mañach. Incluso el futuro canciller
de la revolución cubana Raúl Roa, miembro de la Liga Antimperialista
y la Universidad Popular José Martí a fines de los '20, del Ala
Izquierda Estudiantil durante los '30 y uno de los principales impulsores del
antimperialismo cubano en años posteriores -al punto que su obra constituye
una de las primeras lecturas marxistas del joven Fidel Castro en tiempos de
estudiante-, señalaba a Ingenieros junto con Mariátegui como uno
de sus principales maestros.
Y si de herencia cultural latinoamericana se trata, no debemos olvidar que de
jovencito, en la provincia de Córdoba durante 1943-45 el joven Ernesto
Guevara -amigo de Gustavo Roca- frecuentaba asiduamente y se llevaba libros
de la biblioteca personal de Deodoro Roca, el redactor del Manifiesto Liminar
de la Reforma del '18 poco tiempo antes fallecido (en 1942).
El pensamiento disruptivo de Guevara se inserta entonces de lleno en el cruce
de esta doble tradición. Por un lado la latinoamericanista y humanista
de Ingenieros, Mariátegui, Mella, D.Roca y Ponce, por el otro la vertiente
historicista y humanista del marxismo occidental europeo. Ambas inclasificables
dentro del rígido y cerrado perímetro de la sistematización
"materialista dialéctica".
De la mano de los Manuscritos de 1844 y sin proponérselo,
el Che se instala abruptamente entonces en la discusión mundial sobre
la filosofía del marxismo y sobre la "cuestión de la alienación",
incentivada por las revelaciones del XX Congreso del PCUS y las acaloradas polémicas
sobre los Manuscritos. No casualmente Jean Paul Sartre, uno de
los principales protagonistas de ese debate que definió al marxismo como
"el horizonte insuperable de nuestro tiempo", caracterizó también
al Che como "el hombre más completo de nuestra época".
Guevara nunca escindió la filosofía y la economía de la
política. En medio de esa encendida voluntad de pensar, estudiar y crear
en el plano teórico, el Che seguía atentamente la marcha de la
revolución latinoamericana. Recibía periódicamente y sin
descanso a numerosos revolucionarios, incluídos los argentinos, con quienes
discutía las distintas estrategias de lucha.
La crítica al DIAMAT y al determinismo
Al explicitar su concepción del marxismo, Guevara retomaba las Tesis
sobre Feuerbach (núcleo conceptual en el que se apoyan todos
los filósofos de la praxis - desde Lukács y Gramsci hasta Sánchez
Vázquez-), cuando sostenía que la pasividad de las masas, analizada
desde un punto de vista filosófico, tiene su origen en "la propaganda
directa [realizada por] los encargados de explicar la ineluctabilidad de un
régimen de clase, ya sea de origen divino o por imposición de
la naturaleza como ente mecánico".
Es evidente que, como en la primera Tesis del Marx de 1845, Guevara está
criticando tanto al viejo espiritualismo cuyas explicaciones se asientan en
lo divino; como al materialismo ontológico metafísico que enfatiza
la prioridad de la materia entendida como naturaleza sujeta a leyes necesarias
e independientes de la praxis humana. Ambas tradiciones culminan legitimando
la pasividad y la especulación. Ahora bien, si Guevara dirige su ataque
tanto al viejo materialismo como al idealismo,... ¿no contradice el DIAMAT que
tantas simpatías expresa por el viejo materialismo -ilustrado y burgués-
del siglo XVIII? Efectivamente, filosóficamente hablando Guevara no es
un ingenuo. Su distanciamiento crítico del DIAMAT lo expresa en reiteradas
ocasiones, por ejemplo cuando se queja amargamente del "escolasticismo que ha
frenado el desarrollo de la filosofía marxista".
Guevara no explicita todos sus presupuestos filosóficos ni abandona el
lenguaje y la terminología usualmente empleada en la literatura marxista
de la época. No obstante, su nuevo encuadre teórico filosófico
resignifica muchos de los términos que durante tanto tiempo habían
sido bastardeados por la filosofía oficial del DIAMAT. Frente a esta
última interpretación del marxismo -ideología legitimadora
que garantizaba la tranquilidad y llamaba a esperar que "se produjera" la revolución
cuando las condiciones estuviesen "maduras" (como una fruta natural) por el
mandato ineluctable de 'las leyes objetivas' que inevitablemente todo lo determinaban
en la historia- Guevara opone su concepción filosófica de la praxis
que le permite superar la vieja dicotomía entre 'materialismo e idealismo'.
Al mismo tiempo que le permite recuperar la dimensión dialéctica
que tan opacada se hallaba en el determinismo social. Desde esta perspectiva
filosófica Guevara revaloriza junto a los aportes de Marx, aquellos otros
donde Lenin otorgaba en política al factor subjetivo un lugar privilegiado.
No sería exagerado encontrar un paralelo analógico entre la ruptura
teórica iniciada por la revolución cubana y la ofensiva política
continental que ésta provocó, con las críticas de Lenin,
Trotsky y Rosa Luxemburgo al determinismo quietista de la II Internacional,
fundamentalmente el de Kautsky y el de Plejanov (no así con Labriola,
inasimilable a los dos últimos).
Por ejemplo, frente al interrogante: "¿Cómo se puede producir en un país
colonizado por el imperialismo, sin ningún desarrollo de sus industrias
básicas, en una situación de monoproductor, dependiente de un
solo mercado, el tránsito al socialismo?", Guevara cuestionaba abiertamente
en "La planificación socialista, su significado" la respuesta determinista
y materialista, según la cual se podía: "como los teóricos
de la II Internacional, manifestar que Cuba ha roto todas las leyes de la dialéctica,
del materialismo histórico, del marxismo y que, por tanto, no es un país
socialista o debe volver a su situación anterior".
Según el Che, la revolución cubana rompía efectivamente
con "las leyes de la dialéctica", tal como eran entendidas por el fatalismo
del materialismo escolástico. Y también rompía definitivamente
con el "el materialismo histórico", tal como era recitado en los manuales
de la vulgata, de la época de consolidación y expansión
de esa teoría.
Señalar por eso el paralelo con la ruptura teórica producida por
Lenin y los bolcheviques no es arbitrario. Ambos deben remar contra la corriente
supuestamente "ortodoxa" de sus tiempos. Recordemos que como el Che Guevara
hizo con la cubana, el joven Gramsci había caracterizado en Italia la
revolución bolchevique de Lenin en 1917 como una "revolución contra
El Capital", es decir, contra El Capital tal como
lo entendían a través del tamiz determinista y materialista "ortodoxo"
los dirigentes de la II Internacional.
En la misma línea de pensamiento, José Carlos Mariátegui
había sostenido en el Perú que la nueva concepción activista
de Lenin podía entenderse si se remplazaba la fórmula cartesiana
"pienso, luego existo" por la de "combato, luego existo". Y agregaba que "El
marxismo, donde se ha mostrado revolucionario -vale decir, donde ha sido marxismo-
no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido". En todos estos
casos, se trataba de restablecer el marxismo en su dimensión más
radical, vital, de ofensiva y dionisíaca.
Emparentándose con esa tradición activista, la "Segunda declaración
de La Habana" (febrero de 1962) reclamaba: "El deber de todo revolucionario
es hacer la Revolución. Se sabe que en América y en el mundo la
revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse a la
puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo. El papel
de Job no cuadra con el de un revolucionario".
De ahí que en su Diario del Che en Bolivia, Guevara anotara
como balance del 26 de julio, fecha que conmemora el asalto de Fidel Castro
al Cuartel Moncada: "Significado del 26 de julio: rebelión contra las
oligarquías y contra los dogmas revolucionarios".
Desde el materialismo determinista, asociado a una filosofía de la historia
universal que prescribía el paso necesario e ineluctable de todos los
países del mundo por rígidas etapas cuya sucesión predeterminada
seguía el canon de un modelo lógico apriori, extraído de
la formación social inglesa -el correlato empírico utilizado por
Marx en El Capital por ser el país más adelantado
de su tiempo-, la revolución cubana resultaba una herejía en toda
la línea.
Confundiendo metodológicamente lógica e historia en el método
de exposición de El Capital, priorizando la primera por
sobre la segunda, la obra principal de Carlos Marx se había convertido
en una receta, cuya cristalización impedía admitir que se "quemaran
etapas" en el decurso histórico político. Lo que se consideraba
teóricamente como "modelo clásico" dictaminaba desde lo alto que
Cuba no podía marchar al socialismo, pues "la historia no se puede forzar".
El férreo determinismo ineluctable de las leyes de la sociedad, centrado
en el imparable desarrollo de las fuerzas productivas, también se había
convertido en América Latina -como el de Kautsky y el de Plejanov- en
un "dogma revolucionario".
La revolución cubana, cuya máxima expresión teórica
se encuentra en los escritos del Che, constituyó precisamente una rebelión
contra esos "dogmas", contra esas "leyes de la dialéctica" y contra esa
interpretación del "materialismo histórico". Ese es probablemente
el sentido de la reflexión madura que Guevara anota nerviosamente en
la selva de Bolivia, aquel 26 de julio de 1967.
Fueron precisamente esos dogmas materialistas y deterministas los que sirvieron
para legitimar la cultura política de la espera quietista y defensiva,
antes de tomar el poder, y los que permitieron oponerse a construir el socialimo
anticapitalista no mercantil, después de tomar el poder. Precaución
y mesura fueron los lemas de ese marxismo momificado.
Subrepticiamente ese fatalismo continúa presente en quienes lo siguen
acusando por su supuesto "foquismo", su "voluntarismo ultraizquierdista", su
"aventurerismo pequeño burgués" y otros núcleos ideológicos
semejantes. Aun hoy no se le perdona su herejía irreverente frente a
la receta cientificista de la "materialidad objetiva". Todavía lo quieren
domesticar, los sigue incomodando.
La polémica que Guevara abre frente al determinismo, desde la filosofía
de la praxis, presupone -de ambos bandos- una diferencia fundamental acerca
de las concepciones del desarrollo social y del carácter de la revolución.
No olvidemos que en su concepción teórico política, sus
conceptos filosóficos, su análisis sociológico, sus métodos
de lucha y sus planteos económicos forman un conjunto orgánico
que pretende -creemos que lo logra- ser coherente. No deja de tener tensiones
pero dentro de un todo coherente.
Cuando el Che y la revolución cubana ponen en duda la concepción
etapista que separa en dos las tareas de liberación nacional y las socialistas,
están polemizando no sólo con una postura política sino
también con una concepción filosófica. Esta última
está presente tanto en las discusiones sobre el carácter de la
revolución latinoamericana como en los debates sobre la transición,
la ley del valor y la gestión económica poscapitalista.
En torno al primero de estos dos problemas, el etapismo prescribía la
necesidad de pasar por una etapa previa a la revolución socialista, la
revolución democrático-burguesa que en América Latina asumía
la forma agraria-antimperialista. Si la revolución pendiente es democrático
burguesa, la clase que la encabezaría sería la "burguesía
nacional". Fue esa la perspectiva asumida por Victorio Codovilla en 1929 en
la Primera Conferencia Latinoamericana. Mariátegui, frente al etapismo,
sostenía en una editorial de Amauta: "La revolución latino-americana,
será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución
mundial. Será simple y puramente la revolución socialista. A esta
palabra agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis:
'antimperialista', 'agrarista', 'nacionalista-revolucionaria'. El socialismo
los supone, los antecede, los abarca a todos".
En los sesenta, el Che retoma esa tradición olvidada de Mariátegui
(y también de Mella) cuando sostiene que: "Por otra parte las burguesías
autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo
-si alguna vez la tuvieron- y sólo forman su furgón de cola. No
hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura
de revolución". Idéntica postura estaba ya planteada en la Segunda
declaración de La Habana, donde la dirección política
de la revolución cubana negaba toda posibilidad de lucha a la burguesía
nacional, y será en agosto de 1967 puntualmente retomada por la OLAS
(Organización latinoamericana de Solidaridad), conferencia donde participaron
revolucionarios de todo el continente, incluída una numerosa delegación
argentina.
La disputa de orden político era evidentemente un correlato de la discusión
teórica con el fatalismo materialista del DIAMAT, desde el cual se rechazaba
como una "locura" no sólo el planteo de hacer una revolución socialista
de liberación nacional (en un proceso único, sin separar ambas
tareas) sino también el intento de crear un socialismo anticapitalista
no mercantil en un país subdesarrolllado. Las fuerzas productivas y su
lógica implacable no lo permitían..., tal como argumentó
Bettelheim en la polémica sobre el valor y la transición.
En esa célebre polémica, Bettelheim le reprochaba al Che no respetar
teóricamente la correlación predeterminada de fuerzas productivas
y relaciones de producción. Debe existir una correspondencia total entre
las primeras y las segundas, según un orden histórico fatal e
inmodificable. El Che le responde que si no se separan mecánicamente
la política de la economía, y si se parte de que en la transición
poscapitalista los hombres pueden dirigir conscientemente los procesos económicos
a través de la planificación socialista interviniendo activa y
organizadamente en el decurso histórico "objetivo" -luchando contra el
fetichismo de hechos y procesos entendidos como "naturales"-, es posible que
en determinadas situaciones las relaciones de producción estén
más avanzadas que las fuerzas productivas, aunque eso "viole" el determinismo
de las leyes de la sociedad. La correspondencia entre fuerzas y relaciones no
es mecánica ni lineal, digan lo que digan los manuales. Un país
subdesarrollado como Cuba, con fuerzas productivas atrasadas, igual puede "forzar"
la marcha y adelantar las relaciones de producción socialistas para incentivar
el desarrollo de las fuerzas productivas.
Pero su postura no era "idealista o voluntarista". Comentando en 1967 un discurso
de Fidel Castro del 28/IX/1966, donde éste último retomaba el
énfasis de los estímulos morales y cuestionaba a los partidarios
del cálculo económico, Ernest Mandel -uno de los economistas que
intervino en aquel debate- sostuvo que: "A nuestro entender, esta posición
del Che Guevara y de Fidel Castro está de acuerdo con la tradición
y la teoría marxista. Los que plantean el postulado absoluto del desarrollo
previo de las fuerzas productivas, antes de que pueda expandirse la conciencia
socialista, pecan todos de una pensamiento mecanicista al igual que aquellos
que creen poder suscitar, por medios puramente subjetivos (la educación,
la propaganda, la agitación) idéntica conciencia de manera inmediata".
En la crítica al determinismo de las fuerzas productivas el Che sostenía
que se puede y se debe forzar la marcha dentro de lo que objetivamente es posible,
lo que no significa -con otro lenguaje- sino que en la sociedad y la historia
hay unidad diferenciada de sujeto-objeto. El sujeto es activo e interviene con
su praxis política planificada y consciente en el seno de la objetividad
social, pero no crea esa objetividad. Guevara lo tiene muy en claro. Asume que
existe una legalidad objetiva, punto que no discute, lo que cuestiona es que
su decurso esté rígidamente predeterminado sin intervención
subjetiva, sin que la política revolucionaria pueda incidir en el proceso
económico, como implícitamente sostenía Bettelheim -no
casualmente siguiendo a Stalin-. Para el Che, la legalidad objetiva no es independiente
del accionar subjetivo y a su vez la planificación tampoco puede desconocer
la situación objetiva de la economía y las relaciones sociales.
Ni la revolución es un producto automático del choque mecánico
entre fuerzas productivas y relaciones de producción ni el socialismo
es el final feliz de una evolución lineal y ascendente.
Un socialismo no colonizado
Aquella filosofía universal de la historia fatal e implacable, sustentada
en una ideología productivista, materialista y determinista -base ideológica
del etapismo-, estaba construída desde una lectura muy particular de
los escritos de Marx. La hemos estudiado.
Desde ese mismo paradigma, la vulgata acrítica y dogmática festejó
y justificó los trabajos y artículos de Marx sobre Bolívar
y sobre la colonización de la India (supuestamente reprobable en el orden
moral pero absolutamente justificable en el orden del imparable progreso histórico)
y de Engels sobre los "pueblos sin historia" y sobre la conquista yanqui de
México. La historia humana era concebida en realidad como una teodicea,
donde el Dios era El Progreso.
Ese Progreso ineluctable de las fuerzas productivas, lineal y ascendente, sólo
se podía condenar éticamente pero constituía una férrea
necesidad objetiva y material, aunque costara matanzas de millones y otros sojuzgamientos
varios.
La historia de la humanidad se visualizaba y relataba desde la eficacia y el
triunfo, no desde los oprimidos. Era una "historia desde arriba", a pesar de
las proclamas y consignas. Supuestamente tenían Razón quienes
de hecho habían ganado las batallas históricas. Si vencieron,
sólo era posible su victoria e imposible "objetivamente" su derrota,
sentenciaba con una legitimante verdad de perogrullo esta filosofía.
Los derrotados y oprimidos, cuando no tenían "un programa objetivo" de
desarrollo de las fuerzas productivas caían fuera de la racionalidad
histórica.
Esa visión unilateral sobre el marxismo desconoció los trabajos
maduros de Marx donde aquel reexamina esas primeras apreciaciones cambiando
notablemente su mirada y su anterior paradigma. Sugestivamente, esos trabajos
no aparecen en los manuales de marxismo -ni en los que conoció el Che
ni tampoco en los posteriores- y no figuran en los cursos de formación
política para los jóvenes militantes.
Habíamos observado que no es probable que el Che conociera detalladamente
todos esos trabajos del último Marx, pues algunos de ellos ni siquiera
estaban editados en español en la década de los sesenta. Por eso
mismo resulta sumamente valiosa su lectura crítica hacia las recaídas
europeístas de Marx o Engels. Sobre todo, recordemos, cuando sostuvo
que: "A Marx como pensador, como investigador de las doctrinas sociales y del
sistema capitalista que le tocó vivir, puede, evidentemente, objetársele
ciertas incorrecciones. Nosotros, los latinoamericanos podemos, por ejemplo,
no estar de acuerdo con su interpretación de Bolívar, o con el
análisis que hicieran Engels y él de los mexicanos, dando por
sentadas incluso ciertas teorías de las razas o de las nacionalidades
inadmisibles hoy". No olvidemos tampoco, como ya acotamos, que junto a esta
observación el Che defiende la cientificidad de los descubrimientos de
Marx otorgándoles idéntico status histórico que a los de
Newton o Einstein.
En su horizonte, el socialismo marxista no es sólo teoría universal
sino también asunción específica de la problemática
mundial desde una perspectiva no colonizada: la de una revolución anticapitalista
del tercer mundo occidental. Consecuentemente internacionalista con la revolución
mundial -su corta y afiebrada vida resulta la mejor demostración de ello-,
el Che no se confundía. No era habitante de Hamburgo o París,
sino de América Latina. Su patria era América. Allí se
asentaba su proyecto comunista.
Mirar entonces y hacer la historia desde abajo, desde los derrotados y oprimidos,
desde los que nunca tuvieron voz -aunque quizás tampoco hayan tenido
un "programa objetivo"-. Mirar y hacer la historia desde nuestra América.
Esa mirada latinoamericana desde la cual se acerca al marxismo y lo asume como
su concepción del mundo lo lleva a concluir, por ejemplo, en una conferencia
a los miembros del departamento de seguridad del Estado cubano, con la siguiente
recomendación (tan vigente para nosotros, revolucionarios argentinos):
"Como moraleja, digamos de esta charla, queda el que ustedes deben estudiar
más a Latinoamérica; yo he notado en general que hoy por hoy conocemos
en Cuba más de cualquier lugar del mundo quizás que de Latinoamérica,
y eso es falso. Estudiando a Latinoamérica aprendemos también
un poquito a conocernos, a acercarnos más, y conocemos mejor nuestras
relaciones y nuestra historia".
El latinoamericanismo del Che no son entonces una muestra de folklore o liturgia
populista. Ni tampoco una búsqueda turística del exotismo "típico"
tan bastardeado en los tours del imperio. Tienen su raíz en una mirada
crítica del marxismo -prolongada, incluso, hasta los mismos textos de
Marx y Engels-, cuestionadora de la metafísica materialista del DIAMAT,
etapista y productivista, y se expresan consecuentemente en su pensamiento económico
y en su práctica política. En la reflexión pero también
en la acción.
Fijémonos sino en el terreno que eligió estratégicamente
para desarrollar su lucha guerrillera: la Sierra Maestra, las colonias africanas
del Congo y Bolivia. Y también en varias de sus intervenciones teóricas.
Por ejemplo, en su Discurso de Argel: "La lucha antimperialista no tiene fronteras",
donde denuncia públicamente -como miembro del estado cubano- el intercambio
desigual que las potencias del Este imponían a sus socios menores del
Tercer Mundo (denuncia retomada abiertamente por Fidel Castro en su discurso
del 23/VIII/1968). También en el último llamado "Mensaje a la
Tricontinental", el Che expresa claramente su estrategia mundial centrada en
los pueblos de América, Africa y Asia entendidos ahora no como la barbarie
que aun no ha llegado al estadio de la civilización moderna centroeuropea
sino como "el campo fundamental de la explotación del imperialismo".
Un descentramiento epistemológico que para nosotros no debería
pasar desapercibido.
De ahí su llamado a "crear en América Latina el segundo o tercer
Vietnam del mundo". En este último escrito, luego de cuestionar a la
URSS y a China "por la guerra de denuestos y zancadillas comenzada hace ya buen
tiempo por los representantes de las dos más grandes potencias del campo
socialista", se preguntaba el Che: "¿Está o no aislado el Vietnam, haciendo
equilibrios peligrosos entre las dos potencias en pugna?.
No olvidemos que la vulgata sustentada en el paradigma unilateral de El
Manifiesto ubicaba siempre en el proletariado europeo -"la civilización"-
el eje y el centro de la revolución mundial, desconociendo lo que desde
Lenin hasta hoy se produjo en el resto del mundo -"la barbarie"-. Desde ese
paradigma, por otra parte superado ya por el propio Marx, resulta imcomprensible
su consigna estratégica "Crear dos, tres, muchos Vietnam". Esta última
no es una mera invocación propagandista sino una lógica consecuencia
de su lectura crítica y descolonizada del marxismo desde el Tercer Mundo
y desde América Latina.
Esa misma actitud irreverente frente a la caricatura dogmática lo lleva
también a criticar regiones teóricas más alejadas de la
práctica política pero no menos fundamentales para el hombre nuevo,
como la estética. Allí Guevara pone en discusión la doctrina
artística oficial del "realismo socialista" por constituir un "dogmatismo
exagerado" y por reducir el presente socialista a un pasado muerto del siglo
XIX impidiendo cualquier investigación artística. Recordemos que
también Mariátegui había abierto la puerta permitiendo
y alentando una contaminación y entrecruzamiento productivo entre el
pensamiento de Marx y las vanguardias artísticas de la década
del '20. ¿Una mera casualidad?
La mirada crítica, tanto al DIAMAT como al realismo
socialista se extiende entonces a toda la vulgata litúrgica de los manuales
que han ocupado en su opinión el lugar de la "Biblia" como texto sagrado
e incuestionable. Guevara ironiza sobre esta dogmatización del pensamiento
teórico diciendo que "por desgracia La Biblia no es El Capital
sino el Manual".
Las "deformaciones" del socialismo -vislumbradas en sus escritos y discursos
décadas antes de la caída del Muro de Berlín- se producen
según su diagnóstico "porque existe una crisis de teoría
y la crisis teórica se produce por haber olvidado la existencia de Marx".
Esa crisis de teoría que él encontró dramáticamente
consolidada en el marxismo "oficial" de su tiempo presuponía también
el haber perdido el rumbo y no poder utilizar las herramientas que nos legó
Marx para un análisis desde nuestras propias realidades y necesidades.
El esquema logicista y apriorista universal no lo permitían. Estaba prohibido
de antemano. Toda creación era sospechosa, sólo quedaba copiar
y repetir, deducir y aplicar. He ahí uno de los índices claves
de la "crisis de teoría" que denuncia el Che.
Moral comunista y hombre nuevo
Rompiendo definitivamente con la visión materialista vulgar tan presente
en pretendidos custodios de "la ortodoxia", que interpreta el marxismo como
una ideología modernizadora unilateralmente asentada en las fuerzas productivas
y la producción material, Guevara considera que "Marx se preocupaba tanto
de los factores económicos como de su repercusiónen en el espíritu.
LLamaba a esto 'hecho de conciencia'. Si el comunismo se desinteresa de los
hechos de conciencia, podrá ser un método de distribución,
pero no será jamás una moral revolucionaria".
En ningún momento el Che aceptaba la habitual visión dicotómica
que confundía la célebre metáfora edilicia ("estructura-superestructura")
del prólogo de 1859 a la Contribución a la crítica
de la economía pólítica con una explicación
acabada de la totalidad social, recluyendo la conciencia y la moral al mero
reflejo de la estructura productiva. Esa visión dicotómica e ingenuamente
"productivista" conducía en el período de la transición
socialista - cuando se discutían las vías estratégicas
para llegar al comunismo- a consecuencias trágicas para los revolucionarios
anticapitalistas. El evidente desprecio con que los regímenes burocráticos
del Este trataron los problemas de la moral revolucionaria y los de la hegemonía
le dan retrospectivamente la razón a Guevara.
Fue precisamente Antonio Gramsci quien más se preocupó por el
evidente retraso en el desarrollo de las llamadas "superestructuras" durante
la transición socialista. Esta preocupación común entre
Guevara y Gramsci -aun reconociendo el vocabulario menos rico y más simple
que el argentino empleaba en comparación con el del italiano- se puede
encontrar en el énfasis que el primero puso en el desarrollo del comunismo
como una nueva moral y una nueva manera, no sólo de distribuir la riqueza
social, sino también de vivir, y en el tratamiento gramsciano de la revolución
socialista como una gran reforma intelectual y moral que 'eleve a las almas
simples' y construya -junto a las transformaciones económicas y políticas-
una nueva hegemonía y una nueva cultura. Un proyecto todavía por
realizar.
En tiempos como los nuestros, cuando la guerra entre los poderosos y los revolucionarios
ha tomado como terreno de disputa a la cultura, la perspicacia de aquellas iniciales
advertencias de Gramsci y del Che se han vuelto más actuales que nunca.
Sin atender en primer lugar a los problemas de la ideología, los valores
y la cultura jamás habrá socialismo. El régimen capitalista
lo sabe y ejerce mediante sus complejos de industria cultural un bombardeo sistemático
sobre las conciencias, que no por grosero se torna menos efectivo. Hay que convencer
a todos y en todo momento que el socialismo es a lo sumo una bella idea pero
absolutamente impracticable. El único modo posible de vivir es el de
Hollywood, el Mc Donalds y Beberly Hills. Más allá está
"el enemigo", aquellos "chicos malos" contra los cuales hace treinta años
peleaba el Pato Donald en las historietas de Disney.
Para Guevara, los problemas de la cultura, estrechamente ligados con los de
la conciencia, no son un mero reflejo pasivo y secundario de la producción
material ni un apéndice subsidiario de la "locomotora económica"
de las fuerzas productivas. Por el contrario, los problemas de la nueva cultura,
de los nuevos valores, de una nueva hegemonía y en definitiva, de una
nueva subjetividad histórica -que eso y no otra cosa es su "hombre nuevo"-
son esenciales para la construcción de una sociedad cualitativamente
distinta a la mercantil capitalista.
El Che, que probablemente ni se haya imaginado la fragilidad y rapidez con que
desapareció el mundo y las potencias del Este, no se había equivocado
al señalar los peligros. No ahora que están a la vista sino en
los momentos de "auge económico" y triunfalismo político. Había
que ver lejos y él lo hizo. No por genialidad sino porque había
utilizado las herramientas metodológicas del marxismo de manera creadora,
sin los moldes de la cristalización mental.
Su apasionado rescate del Marx humanista que prioriza el tratamiento de los
"hechos de conciencia" junto a la consideración de los procesos productivos
está basado en la lectura de los Manuscritos de 1844. Si
bien es cierto que la corriente historicista de la praxis rechazaba todo humanismo
especulativo de corte existencialista, tomista o neokantiano, al mismo tiempo
rescataba junto a la construcción científica de El Capital,
el análisis humanista del Marx juvenil.
Refiriéndose a los Manuscritos, sostiene Guevara que "incluso
en su lenguaje el peso de las ideas filosóficas que contribuyeron a su
formación se notaba mucho, y sus ideas sobre la economía eran
más imprecisas. No obstante Marx estaba en la plenitud de su vida, ya
había abrazado la causa de los humildes y la explicaba filosóficamente,
aunque sin el rigor científico de El Capital". Es decir
que en su óptica la problemática filosófica del joven Marx
carece del instrumental científico que aportará la investigación
de El Capital, pero delinea ya la dirección en la que se
moverá su pensamiento maduro. Agregaba entonces que en los Manuscritos
Marx "pensaba más como filósofo y, por tanto, se refería
más concretamente al hombre como individuo humano y a los problemas de
su liberación como ser social".
Si esta es la visión global de Guevara sobre el joven Marx, no cambiará
su óptica cuando se refiera a la madurez y a su elaboracióin científica:
"En El Capital Marx se presenta como el economista científico
que analiza minuciosamente el carácter transitorio de las épocas
sociales y su identificación con las relaciones de producción".
Una vez caracterizado el corpus teórico de la madurez como "científico"
Guevara insiste en diferenciarse de las lecturas neopositivistas del marxismo
afirmando que "el peso de este monumento de la inteligencia humana es tal que
nos ha hecho olvidar frecuentemente el carácter humanista (en
el mejor sentido de la palabra) de sus inquietudes. La mecánica de las
relaciones de producción y su consecuencia; la lucha de clases oculta
en cierta medida el hecho objetivo de que son los hombres los que se mueven
en el ambiente histórico". Aquí está conjugado y resumido
el eje que explica la acusación elíptica que Louis Althusser le
dirige en Para leer El Capital. Sí, Althusser sabía
de que se trataba.
¿Portadores y soportes o sujetos de la historia?
Guevara inferirá entonces que "el hombre es el actor conciente de
la historia. Sin esta conciencia, que engloba la de su ser social, no puede
haber comunismo". Y aquí debemos recalcar dos núcleos conceptuales
regularmente presentes en los escritos guevaristas: (a) El énfasis depositado
en la conciencia y (b) La postulación de que son los hombres quienes
hacen la historia.
Con respecto a la conciencia, Guevara insistirá permanentemente en su
importancia estratégica. De ahí su preocupación central
por los incentivos morales y por el trabajo voluntario, que son los que apuntan
a su desarrollo, y su rechazo a utilizar "las armas melladas del capitalismo"
como las palancas del interés material -sobre todo individual-, el consumismo
y la competencia, en el período específicamente histórico
del tránsito del capitalismo al socialismo; pues a la larga terminarán
por corroer desde dentro el sistema socialista (como ya le estaba sucediendo
en su opinión a Yugoslavia y Polonia en los '60) y como posteriormente
pudimos advertir con el bochornoso derrumbe de los años '90. Mirar estratégicamente
hacia lo lejos, pero no sólo en el poster como nos quiere hacer creer
el sistema.
Con respecto a la segunda hipótesis, según la cual "los hombres
son los que hacen la historia", está obviamente enfrentada a las tesis
de Althusser quien critica a Gramsci por sostener exactamente el mismo planteo.
Para Althusser, la teoría social no puede reposar en el concepto teórico
de "los hombres" o del sujeto, pues eso equivaldría a idealismo. Las
versiones menos refinadas de los antiguos manuales soviéticos y de recurrentes
análisis economicistas y catastrofistas se asientan en la misma matriz
teórica: la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones
de producción operaría independientemente de la voluntad y conciencia
de los hombres quienes sólo serían un resultado de una mecánica
"objetiva", el verdadero "motor de la historia", análogo a la astucia
de la razón hegeliana. En el reconocimiento de esa "objetividad" -al
margen de la praxis y de la lucha de clases- residiría justamente el
materialismo y la cientificidad de esta teoría.
Polemizando una vez más con esa visión tradicional y "oficial"
del marxismo, Guevara le dará máxima importancia a la conciencia
y a la política, tanto en sus teorizaciones sobre la construcción
de una fuerza revolucionaria en el período de lucha previo a la revolución,
como en sus teorías económicas y de gestión para el período
posrevolucionario. El capitalismo nunca se derrumbará, hay que derrocarlo.
Una vez derrocado, hay que seguir ininterrumpidamente luchando contra su herencia.
Herencia que no está afuera sino dentro de todos nosotros.
La teoría del valor, el mercado y el plan
La contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción
no es mecánica. La objetividad de su correspondencia nunca opera automáticamente
sino que depende de la lucha de clases y de las relaciones de fuerzas. Las fuerzas
productivas no necesariamente tienen que arrastrar como una locotomotora a los
vagones de las relaciones de producción. En el período de transición
al socialismo, los revolucionarios pueden, desde la política y el poder,
dirigir la economía planificadamente acelerando o desacelerando e interviniendo
activamente en el devenir, sin ocupar el papel de espectadores pasivos ante
un proceso natural. No es de revolucionarios el sentarse a esperar que pase
el cadáver del imperialismo por la puerta de casa ni que a continuación
caiga "naturalmente" el socialismo en nuestras manos como una fruta madura.
Sin praxis la objetividad es ciega. Esa intervención en la transición
se realizaría, según el Che, a través del plan cuya teorización
está en estrecha conexión con su marxismo praxiológico
y activista.
Su lectura precisa y minuciosa de los escritos marxianos le permitirá
construir un sistema teórico "científico y no apologético"
destinado a explicar los procesos históricos de transición, en
el plano de la gestión económica. De esta manera su concepción
general acerca de la historia, la sociedad y el hombre, cobran cuerpo en la
problemática precisa de la economía política.
El Che no se conforma únicamente con el tratamiento de las grandes cuestiones
filosóficas, sin 'ensuciarse' con el descenso a los problemas prácticos
de la transición. Fue un pensador pero también un estratega y
un táctico.
Retomando una vieja tradición de los clásicos del marxismo, Guevara
reubica los principales problemas de la filosofía (la libertad, el determinismo,
la conciencia, la alienación, el trabajo, el tiempo libre, inclusive
hasta el arte y la estética) en una estrecha relación con la política,
la economía y la historia. Su argumentación en la célebre
polémica de los años 1963-1964 se apoya en esa articulación.
Surgida aparentemente por problemas de economía práctica (el papel
de los costos de producción) la polémica puso en el tapete cuestiones
más generales como los de la política económica (en la
que está inserta la economía práctica), sustentadas a su
vez en teorías de economía política (la fundamental en
discusión fue la ley del valor y su papel en la transición al
socialismo) que se inscriben en problemáticas más abarcativas
como las del materialismo histórico (focalizada en la relación
de fuerzas productivas y relaciones sociales de producción en una revolución
del Tercer Mundo subdesarrollado).
El Che expuso su propia concepción acerca del mejor sistema de dirección
económica en la transición socialista en forma polémica.
Reconociendo en primer lugar que Marx no había previsto un período
de transición en un país subdesarrollado, y en segundo lugar que
no existía hasta ese momento una teoría marxista sistemática
de la transición (los aportes realizados por Marx, Engels y Lenin no
alcanzaban), Guevara propuso el Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF)
centrado en la planificación racional y regulación a priori de
la producción y distribución social, el antiburocratismo, la separación
entre el partido y la administración económica y la negación
de la autonomía financiera de las empresas y del predominio del estímulo
mercantil material.
Cuestionando al comandante Alberto Mora (quien sostenía que "el valor
es la relación entre los limitados recursos disponibles y las crecientes
necesidades del hombre") y al profesor Charles Bettelheim, el Che defendió
una concepción historicista del valor, pues para él esta categoría
no remite a las necesidades humanas (el capitalista no produce para satisfacer
necesidades sino para valorizar el capital produciendo plusvalor) ni a las fuerzas
productivas o a la naturaleza, sino al trabajo abstracto inserto en relaciones
sociales de producción históricamente específicas del Modo
de producción Capitalista, y por lo tanto, no válido para la transición
al socialismo. Valor, trabajo abstracto y fetiche -recordemos- eran una trilogía
absolutamente inseparable.
Para él, "Marx identifica la idea de valor con la de trabajo abstracto"
y si en la transición rigiera esta ley, "tendríamos que empezar
a estudiar minuciosamente los puntos flojos para tratar de tomar medidas prácticas,
a posteriori nuevamente, y corregir la situación por tanteos sucesivos".
El valor, entonces, implica regulación, control y equilibrio a posteriori
y por tanteos, mientras que el plan implica regulación, control y equilibrio
apriori, es decir, dirigidos consciente y racionalmente. Los términos
"a priori" y "a posteriori" remiten en la teoría marxista del valor -y
así los lee correctamente el Che- a la secuencia respectivamente anterior
o posterior a la producción y el intercambio según la cual se
distribuye el trabajo social global de una sociedad. Si la distribución
es posterior, no se puede controlar -la economía marcha entonces en forma
automática, como si tuviera vida propia, "de manera fetichista", dice
Marx en El Capital- y se desperdicia trabajo social. De manera
que, según Guevara, esa regulación a posteriori y por tanteos
que es el mercado, conduce de nuevo al capitalismo. De ahí que postulara
la relación entre mercado y plan como contradictoria y antagónica.
El plan es concebido por él como la acción de la voluntad del
hombre que concientemente elabora, realiza y controla la producción,
la distribución del trabajo en las distintas ramas y la relación
entre acumulación y consumo con vistas al más eficaz resultado
de reproducción social de las relaciones socialistas. Toda su artillería
teórica la enfoca contra el llamado "socialismo de mercado" basado en
la autogestión financiera y el estímulo material individual con
las consecuentes pérdidas de conciencia social. Paradójicamente,
a pesar del evidente fracazo en ese sentido de la URSS, hoy este "socialismo
con mercado" es levantado como bandera de renovación antidogmática
del marxismo por importantes sectores de la intelectualidad progresista. Marxismo
contractualista en lo político y socialismo con mercado en lo económico,
una curiosa y maloliente amalgama con los postulados clásicos de Adam
Smith y John Locke. Un verdadero desarme revolucionario.
Falsamente se identifica planificación con stalinismo, de donde se deduce
que el mercado -y el valor que lo rige- se tornan categorías ahistóricas,
eternas e insuperables. Un proyecto más bien que endeble, al menos desde
la epistemología crítica y desde los valores revolucionarios.
Este tipo de "socialismo" ya se aplicaba experimentalmente en aquella época
en Polonia, Yugoslavia y en las reformas económicas en la URSS. Las críticas
que el Che Guevara desarrolla públicamente -más de dos décadas
antes de la estrepitosa caída del Muro de Berlín- a este tipo
de "socialismo" y a las consecuencias a las que conducía (claramente
identificables hoy en día para nosotros, habitantes de los años
'90) son quizá una de las piezas claves que nos permite aprehender el
pensamiento de este revolucionario argentino como una auténtica alternativa
teórico-política al sistema euro oriental y al de sus remozados
discípulos contemporáneos.
Como los partidarios del mercado se apoyaban en el Lenin de la NEP (Nueva Política
Económica), Guevara sostuvo: "El Lenin de los años 20 es tan sólo
una pequeña parte de Lenin, porque Lenin vivió mucho tiempo y
estudió mucho. Una vez me atreví a decir que había tres
Lenin, ahora hay quien dice que no serían tres sino dos. Es un hecho
que entre el Lenin de El Estado y la Revolución y de
El imperialismo, etapa superior del capitalismo y el Lenin de la
NEP hay un abismo". En su opinión, Lenin era un político y por
lo tanto debía hacer concesiones. La NEP era una de ellas, aunque los
partidarios del "cálculo económico" la tomaran como una salida
estratégica, como un modelo ideal, abstrayéndola de la situación
histórica en la que se produjo.
El "Sistema presupuestario de financiamiento" expuesto por Guevara se oponía
al sistema de la "autogestión financiera de las empresas" o "cálculo
económico", tal como se practicaba en la época en Yugoslavia,
Polonia y parcialmente en la URSS. Este último sistema era defendido
teóricamente por Charles Bettelheim y postulaba, retomando la tradición
de Stalin, la vigencia del mercado, del dinero y de la ley del valor, aún
el el período de construcción del socialismo.
Los planteos económicos del Che estaban en consonancia con su humanismo
teórico pues la ley del valor implicaba en su óptica el sometimiento
y la dirección de "un frío ordenamiento y un cordón umbilical
invisible" que unía el mercado al hombre enajenado. Este último,
subjetividad disciplinada y heterónoma, ve regida su vida por las leyes
de capitalismo que son ciegas para el común de la gente y que constituyen
una verdadera "jaula invisible", donde efectivamente los hombres dejan de ser
sujetos activos para transformarse en simples efectos de procesos que se han
vuelto autónomos y que no controlan. Padre de la criatura, el hombre
termina convirtiéndose en su hijo. Frankestein escapa al control y asume
el timón. El mercado y el valor no aceptan compartir el mando, a la larga
terminan dirigiendo sólo ellos.
Esta jaula invisible de las leyes mercantiles presupone altas cuotas de irracionalidad,
fetichismo y alienación. Por eso la importancia que él le otorga
a la lucha por ir eliminándolas para poder someter el proceso de producción
e intercambio al control racional y conciente de los seres humanos, quienes
realizando el trabajo por resolución interna y no por "necesidad de venderse
como mercancías" crean la posibilidad de liberarse de la enajenación.
La gran apuesta del socialismo debe ser desalienante y liberadora.
Cuatro años más tarde, en 1968 -con el Che ya muerto-, polemizando
con Paul Sweezy en la Monthly Review, Charles Bettelheim volvía
a insistir en las mismas tesis que le opuso al Che en el debate económico,
desarrollando esta vez explícitamente las elípticas alusiones
que hacía Althusser en Para leer El Capital. Decía
entonces Bettelheim -fervorosamente partidario desde los círculos althusserianos
de la revolución cultural china- que "los discursos de Fidel y los escritos
del Che" expresaban "una fracción radicalizada de la pequeño burguesía",
que eran "utópicos y peligrosos", que la lucha por la desaparición
de las relaciones mercantiles y del dinero en el socialismo era "un mito" y
que toda la operación teórica de oponer la planificación
al mercado conducía inexorablemente a "efectos de oscurecimiento ideológico".
Aun después de su muerte, la "ortodoxia" no podía terminar de
digerir el humanismo historicista del Che. Seguía siendo una herejía
"utópica", peligrosa, inclasificable y radicalmente subversiva.