28 de julio del 2002
Manuscritos económico filosóficos de 1844 [fragmento]
Karl Marx
(Texto de gran influencia en el pensamiento filosófico del Che Guevara,
fundamentalmente en "El socialismo y el hombre en Cuba" donde el Che desarrolla
su concepción del humanismo y su crítica a la enajenación
mercantil. [Nota introductoria de la Cátedra Che Guevara])
El trabajo enajenado
(XXII) Hemos partido de los presupuestos de la Economía Política.
Hemos aceptado su terminología y sus leyes. Damos por supuestas la propiedad
privada, la separación del trabajo, capital y tierra, y la de salario,
beneficio del capital y renta de la tierra; admitamos la división del
trabajo, la competencia, el concepto de valor de cambio, etc. Con la misma Economía
Política, con sus mismas palabras, hemos demostrado que el trabajador
queda rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías;
que la miseria del obrero está en razón inversa de la potencia
y magnitud de su producción; que el resultado necesario de la competencia
es la acumulación del capital en pocas manos, es decir, la más
terrible reconstitución de los monopolios; que, por último; desaparece
la diferencia entre capitalistas y terratenientes, entre campesino y obrero
fabril, y la sociedad toda ha de quedar dividida en las dos clases de propietarios
y obreros desposeídos.
La Economía Política parte del hecho de la propiedad privada,
pero no lo explica. Capta el proceso material de la propiedad privada, que esta
recorre en la realidad, con fórmulas abstractas y generales a las que
luego presta valor de ley. No comprende estas leyes, es decir,
no prueba cómo proceden de la esencia de la propiedad privada. La Economía
Política no nos proporciona ninguna explicación sobre el fundamento
de la división de trabajo y capital, de capital y tierra. Cuando determina,
por ejemplo, la relación entre beneficio del capital y salario, acepta
como fundamento último el interés del capitalista, en otras palabras,
parte de aquello que debería explicar. Otro tanto ocurre con la competencia,
explicada siempre por circunstancias externas. En qué medida estas circunstancias
externas y aparentemente casuales son sólo expresión de un desarrollo
necesario, es algo sobre lo que la Economía Política nada nos
dice. Hemos visto cómo para ella hasta el intercambio mismo aparece como
un hecho ocasional. Las únicas ruedas que la Economía Política
pone en movimiento son la codicia y la guerra entre los codiciosos, la
competencia.
Justamente porque la Economía Política no comprende la coherencia
del movimiento pudo, por ejemplo, oponer la teoría de la competencia
a la del monopolio, la de la libre empresa a la de la corporación, la
de la división de la tierra a la del gran latifundio, pues competencia,
libertad de empresa y división de la tierra fueron comprendidas y estudiadas
sólo como consecuencias casuales, deliberadas e impuestas por la fuerza
del monopolio, la corporación y la propiedad feudal, y no como sus resultados
necesarios, inevitables y naturales.
Nuestra tarea es ahora, por tanto, la de comprender la conexión esencial
entre la propiedad privada, la codicia, la separación de trabajo, capital
y tierra, la de intercambio y competencia, valor y desvalorización del
hombre; monopolio y competencia; tenemos que comprender la conexión de
toda esta enajenación con el sistema monetario.
No nos coloquemos, como el economista cuando quiere explicar algo, en una imaginaria
situación primitiva. Tal situación primitiva no explica nada,
simplemente traslada la cuestión a uña lejanía nebulosa
y grisácea. Supone como hecho, como acontecimiento lo que debería
deducir, esto es, la relación necesaria entre dos cosas, Por ejemplo,
entre división del trabajo e intercambio. Así es también
como la teología explica el origen del mal por el pecado original dando
por supuesto como hecho, como historia, aquello que debe explicar.
Nosotros partimos de un hecho económico, actual.
El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más
crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte
en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías
produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa
de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo
produce mercancías; se produce también a sí mismo y al
obrero como mercancía, y justamente en la proporción en
que produce mercancías en general.
Este hecho, por lo demás, no expresa sino esto: el objeto que el trabajo
produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño,
como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es
el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el producto
es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es
su objetivación. Esta realización del trabajo aparece en el estadio
de la Economía Política como desrealización del
trabajador, la objetivación como pérdida del objeto
y servidumbre a él, la apropiación como extrañamiento,
como enajenación.
Hasta tal punto aparece la realización del trabajo como desrealización
del trabajador, que éste es desrealizado hasta llegar a la muerte por
inanición. La objetivación aparece hasta tal punto como perdida
del objeto que el trabajador se ve privado de los objetos más necesarios
no sólo para la vida, sino incluso para el trabajo. Es más, el
trabajo mismo se convierte en un objeto del que el trabajador sólo puede
apoderarse con el mayor esfuerzo y las más extraordinarias interrupciones.
La apropiación del objeto aparece en tal medida como extrañamiento,
que cuantos más objetos produce el trabajador, tantos menos alcanza a
poseer y tanto mas sujeto queda a la dominación de su producto, es decir,
del capital.
Todas estas consecuencias están determinadas por el hecho de que el trabajador
se relaciona con el producto de su trabajo como un objeto extraño.
Partiendo de este supuesto, es evidente que cuánto mas se vuelca el trabajador
en su trabajo, tanto más poderoso es el mundo extraño, objetivo
que crea frente a sí y tanto mas pobres son él mismo y su mundo
interior, tanto menos dueño de si mismo es. Lo mismo sucede en la religión.
Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto memos guarda en si mismo. El
trabajador pone su vida en el objeto pero a partir de entonces ya no le pertenece
a él, sino al objeto. Cuanto mayor es la actividad, tanto más
carece de objetos el trabajador. Lo que es el producto de su trabajo, no lo
es él. Cuanto mayor es, pues, este producto, tanto más insignificante
es el trabajador. La enajenación del trabajador en su producto
significa no solamente que su trabajo se convierte en un objeto, en una existencia
exterior, sino que existe fuera de él, independiente, extraño,
que se convierte en un poder independiente frente a é; que la vida que
ha prestado al objeto se le enfrenta como cosa extraña y hostil.
(XXIII) Consideraremos ahora mas de cerca la objetivación, la
producción del trabajador, y en ella el extrañamiento,
la pérdida del objeto, de su producto.
El trabajador no puede crear nada sin la naturaleza, sin el mundo
exterior sensible. Esta es la materia en que su trabajo se realiza, en la
que obra, en la que y con la que produce.
Pero así como la naturaleza ofrece al trabajo medios de vida,
en el sentido de que el trabajo no puede vivir sin objetos sobre los que ejercerse,
así, de otro lado, ofrece también víveres en sentido
estricto, es decir, medios para la subsistencia del trabajador mismo.
En consecuencia, cuanto más se apropia el trabajador el mundo
exterior, la naturaleza sensible, por medio de su trabajo, tanto más
se priva de víveres en este doble sentido; en primer lugar, porque el
mundo exterior sensible cesa de ser, en creciente medida, un objeto perteneciente
a su trabajo, un medio de vida de su trabajo; en segundo término,
porque este mismo mundo deja de representar, cada vez más pronunciadamente,
víveres en sentido inmediato, medios para la subsistencia física
del trabajador.
El trabajador se convierte en siervo de su objeto en un doble sentido: primeramente
porque recibe un objeto de trabajo, es decir, porque recibe trabajo;
en segundo lugar porque recibe medios de subsistencia. Es decir, en primer
termino porque puede existir como trabajador, en segundo término
porque puede existir como sujeto físico. El colmo de esta servidumbre
es que ya sólo en cuanto trabajador puede mantenerse como sujeto
físico y que sólo como sujeto físico es ya trabajador.
(La enajenación del trabajador en su objeto se expresa, según
las leyes económicas, de la siguiente forma: cuanto más produce
el trabajador, tanto menos ha de consumir; cuanto más valores crea, tanto
más sin valor, tanto más indigno es él; cuanto más
elaborado su producto, tanto más deforme el trabajador; cuanto más
civilizado su objeto, tanto más bárbaro el trabajador; cuanto
mis rico espiritualmente se hace el trabajo, tanto más desespiritualizado
y ligado a la naturaleza queda el trabajador.)
La Economía Política oculta la enajenación esencial
del trabajo porque no considera la relación inmediata entre el trabajador
(el trabajo) y la producción.
Ciertamente el trabajo produce maravillas para los ricos, pero produce privaciones
para el trabajador. Produce palacios, pero para el trabajador chozas. Produce
belleza, pero deformidades para el trabajador. Sustituye el trabajo por máquinas,
pero arroja una parte de los trabajadores a un trabajo bárbaro, y convierte
en máquinas a la otra parte. Produce espíritu, pero origina estupidez
y cretinismo para el trabajador.
La relación inmediata del trabajo y su producto es la relación
del trabajador y el objeto de su producción. La relación del
acaudalado con el objeto de la producción y con la producción
misma es sólo una consecuencia de esta primera relación
y la confirma. Consideraremos más tarde este otro aspecto.
Cuando preguntamos, por tanto, cuál es la relación esencial del
trabajo, preguntamos por la relación entre el trabajador y la
producción.
Hasta ahora hemos considerado el extrañamiento, la enajenación
del trabajador, sólo en un aspecto, concretamente en su relación
con el producto de su trabajo. Pero el extrañamiento no se muestra
sólo en el resultado, sino en el acto de la producción,
dentro de la actividad productiva misma. ¿Cómo podría el
trabajador enfrentarse con el producto de su actividad como con algo extraño
si en el acto mismo de la producción no se hiciese ya ajeno a sí
mismo? El producto no es más que el resumen de la actividad, de la producción.
Por tanto, si el producto del trabajo es la enajenación, la producción
misma ha de ser la enajenación activa, la enajenación de la actividad;
la actividad de la enajenación. En el extrañamiento del producto
del trabajo no hace más que resumirse el extrañamiento, la enajenación
en la actividad del trabajo mismo.
¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo?
Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no
pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que
se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía
física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu.
Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo,
y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja
y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario,
sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de
una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera
del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el
hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de
cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo externo,
el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de
ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la
exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no
le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a si mismo,
sino a otro. Así como en la religión la actividad propia de la
fantasía humana, de la mente y del corazón humanos, actúa
sobre el individuo independientemente de él, es decir, como una actividad
extraña, divina o diabólica, así también la actividad
del trabajador no es su propia actividad. Pertenece a otro, es la pérdida
de sí mismo.
De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en
sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar, y todo lo más
en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en
sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano
y lo humano en lo animal.
Comer, beber y engendrar, etc., son realmente también auténticas
funciones humanas. Pero en la abstracción que las separa del ámbito
restante de la actividad humana y las convierte en un único y último
son animales.
Hemos considerado el acto de la enajenación de la actividad humana práctica,
del trabajo, en dos aspectos: 1) la relación del trabajador con el producto
del trabajo como con un objeto ajeno y que lo domina. Esta relación
es, al mismo tiempo, la relación con el mundo exterior sensible, con
los objetos naturales, como con un mundo extraño para él y que
se le enfrenta con hostilidad; 2) la relación del trabajo con el acto
de la producción dentro del trabajo. Esta relación
es la relación del trabajador con su propia actividad, como con una actividad
extraña, que no le pertenece, la acción como pasión, la
fuerza como impotencia, la generación como castración, la propia
energía física y espiritual del trabajador, su vida personal (pues
qué es la vida sino actividad) como una actividad que no le pertenece,
independiente de él, dirigida contra él. La enajenación
respecto de si mismo como, en el primer caso, la enajenación respecto
de la cosa.
(XXIV) Aún hemos de extraer de las dos anteriores una tercera determinación
del trabajo enajenado.
El hombre es un ser genérico no sólo porque en la teoría
y en la practica toma como objeto suyo el género, tanto el suyo propio
como el de las demás cosas, sino también, y esto no es más
que otra expresión para lo mismo, porque se relaciona consigo mismo como
el género actual, viviente, porque se relaciona consigo mismo como un
ser universal y por eso libre.
La vida genérica, tanto en el hombre como en el animal, consiste físicamente,
en primer lugar, en que el hombre (como el animal) vive de la naturaleza inorgánica,
y cuanto más universal es el hombre que el animal, tanto más universal
es el ámbito de la naturaleza inorgánica de la que vive. Así
como las plantas, los animales, las piedras, el aire, la luz, etc., constituyen
teóricamente una parte de la conciencia humana, en parte como objetos
de la ciencia natural, en parte como objetos del arte (su naturaleza inorgánica
espiritual, los medios de subsistencia espiritual que él ha de preparar
para el goce y asimilación), así también constituyen prácticamente
una parte de la vida y de la actividad humano. Físicamente el hombre
vive sólo de estos productos naturales, aparezcan en forma de alimentación,
calefacción, vestido, vivienda, etc. La universalidad del hombre aparece
en la práctica justamente en la universalidad que hace de la naturaleza
toda su cuerpo inorgánico, tanto por ser (l) un medio de subsistencia
inmediato, romo por ser (2) la materia, el objeto y el instrumento de su actividad
vital. La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre; la naturaleza,
en cuanto ella misma, no es cuerpo humano. Que el hombre vive de la naturaleza
quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el cual ha de mantenerse en
proceso continuo para no morir. Que la vida física y espiritual del hombre
esta ligada con la naturaleza no tiene otro sentido que el de que la naturaleza
está ligada consigo misma, pues el hombre es una parte de la naturaleza.
Como quiera que el trabajo enajenado (1) convierte a la naturaleza en algo ajeno
al hombre, (2) lo hace ajeno de sí mismo, de su propia función
activa, de su actividad vital, también hace del género
algo ajeno al hombre; hace que para él la vida genérica
se convierta en medio de la vida individual. En primer lugar hace extrañas
entre sí la vida genérica y la vida individual, en segundo termino
convierte a la primera, en abstracta, en fin de la última, igualmente
en su forma extrañada y abstracta.
Pues, en primer termino, el trabajo, la actividad vital, la vida productiva
misma, aparece ante el hombre sólo como un medio para la satisfacción
de una necesidad, de la necesidad de mantener la existencia física. La
vida productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida que crea
vida. En la forma de la actividad vital reside el carácter dado de una
especie, su carácter genérico, y la actividad libre, consciente,
es el carácter genérico del hombre. La vida misma aparece sólo
como medio de vida.
El animal es inmediatamente uno con su actividad vital. No se distingue de ella.
Es ella. El hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad
y de su conciencia. Tiene actividad vital consciente. No es una determinación
con la que el hombre se funda inmediatamente. La actividad vital consciente
distingue inmediatamente al hombre de la actividad vital animal. Justamente,
y sólo por ello, es él un ser genérico. O, dicho de otra
forma, sólo es ser consciente, es decir, sólo es su propia vida
objeto para él, porque es un ser genérico. Sólo por ello
es su actividad libre. El trabajo enajenado invierte la relación, de
manera que el hombre, precisamente por ser un ser consciente hace de su actividad
vital, de su esencia, un simple medio para su existencia.
La producción práctica de un mundo objetivo, la elaboración
de la naturaleza inorgánica, es la afirmación del hombre como
un ser genérico consciente, es decir, la afirmación de un ser
que se relaciona con el género como con su propia esencia o que se relaciona
consigo mismo como ser genérico. Es cierto que también el animal
produce. Se construye un nido, viviendas, como las abejas, los castores, las
hormigas, etc. Pero produce únicamente lo que necesita inmediatamente
para sí o para su prole; produce unilateralmente, mientras que el hombre
produce universalmente; produce únicamente por mandato de la necesidad
física inmediata, mientras que el hombre produce incluso libre de la
necesidad física y sólo produce realmente liberado de ella; el
animal se produce sólo a sí mismo, mientras que el hombre reproduce
la naturaleza entera; el producto del animal pertenece inmediatamente a su cuerpo
físico, mientras que el hombre se enfrenta libremente a su producto.
El animal forma únicamente según la necesidad y la medida de la
especie a la que pertenece, mientras que el hombre sabe producir según
la medida de cualquier especie y sabe siempre imponer al objeto la medida que
le es inherente; por ello el hombre crea también según las leyes
de la belleza.
Por eso precisamente es sólo en la elaboración del mundo objetivo
en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta
producción es su vida genérica activa. Mediante ella aparece la
naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la
objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste
se desdobla no sólo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa
y realmente, y se contempla a si mismo en un mundo creado Por él. Por
esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción,
le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica
y transforma su ventaja respecto del animal en desventaja, pues se ve privado
de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza. Del mismo modo, al degradar
la actividad propia, la actividad libre, a la condición de medio, hace
el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre en medio para su
existencia física.
Mediante la enajenación, la conciencia del hombre que el hombre tiene
de su género se transforma, pues, de tal manera que la vida genérica
se convierte para él en simple medio.
El trabajo enajenado, por tanto:
3) Hace del ser genérico del hombre, tanto de la naturaleza como
de sus facultades espirituales genéricas, un ser ajeno para él,
un medio de existencia individual. Hace extraños al hombre su propio
cuerpo, la naturaleza fuera de él, su esencia espiritual, su esencia
humana.
4) Una consecuencia inmediata del hecho de estar enajenado el hombre del producto
de su trabajo, de su actividad vital, de su ser genérico, es la enajenación
del hombre respecto del hombre. Si el hombre se enfrenta consigo mismo,
se enfrenta también al otro. Lo que es válido respecto
de la relación del hombre con su trabajo, con el producto de su trabajo
y consigo mismo, vale también para la relación del hombre con
el otro y con trabajo y el producto del trabajo del otro.
En general, la afirmación de que el hombre está enajenado de su
ser genérico quiere decir que un hombre esta enajenado del otro, como
cada uno de ellos está enajenado de la esencia humana.
La enajenación del hombre y, en general, toda relación del hombre
consigo mismo, sólo encuentra realización y expresión verdaderas
en la relación en que el hombre está con el otro.
En la relación del trabajo enajenado, cada hombre considera, pues, a
los demás según la medida y la relación en la que él
se encuentra consigo mismo en cuanto trabajador.
(XXV) Hemos partido de un hecho económico, el extrañamiento entre
el trabajador y su producción. Hemos expuesto el concepto de este hecho:
el trabajo enajenado, extrañado. Hemos analizado este concepto,
es decir, hemos analizado simplemente un hecho económico.
Veamos ahora cómo ha de exponerse y representarse en la realidad el concepto
del trabajo enajenado, extrañado.
Si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta como un poder extraño,
entonces ¿a quién pertenece?
Si mi propia actividad no me pertenece; si es una actividad ajena, forzada,
¿a quién pertenece entonces?
A un ser otro que yo.
¿Quién es ese ser?
¿Los dioses? Cierto que en los primeros tiempos la producción principal,
por ejemplo, la construcción de templos, etc., en Egipto, India, Méjico,
aparece al servicio de los dioses, como también a los dioses pertenece
el producto Pero los dioses por si solos no fueron nunca los dueños del
trabajo. Aún menos de la naturaleza. Qué contradictorio
sería que cuando más subyuga el hombre a la naturaleza mediante
su trabajo, cuando más superfluos vienen a resultar los milagros de los
dioses en razón de los milagros de la industria, tuviese que renunciar
el hombre, por amor de estos poderes, a la alegría de la producción
y al goce del producto.
El ser extraño al que pertenecen a trabajo y el producto del trabajo,
a cuyo servicio está aquél y para cuyo placer sirve éste,
solamente puede ser el hombre mismo.
Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador, si es frente él
un poder extraño, esto sólo es posible porque pertenece a otro
hombre que no es el trabajador. Si su actividad es para él dolor,
ha de ser goce y alegría vital de otro. Ni los dioses, ni la naturaleza,
sino sólo el hombre mismo, puede ser este poder extraño sobre
los hombres.
Recuérdese la afirmación antes hecha de que la relación
del hombre consigo mismo únicamente es para él objetiva y real
a través de su relación con los otros hombres. Si él, pues,
se relaciona con el producto de su trabajo, con su trabajo objetivado, como
con un objeto poderoso, independiente de él, hostil, extraño,
se esta relacionando con él de forma que otro hombre independiente de
él, poderoso, hostil, extraño a él, es el dueño
de este objeto; Si él se relaciona con su actividad como con una actividad
no libre, se está relacionando con ella como con la actividad al servicio
de otro, bajo las órdenes, la compulsión y el yugo de otro.
Toda enajenación del hombre respecto de sí mismo y de la naturaleza
aparece en la relación que él presume entre él, la naturaleza
y los otros hombres distintos de él, Por eso la autoenajenación
religiosa aparece necesariamente en la relación del laico con el sacerdote,
o también, puesto que aquí se trata del mundo intelectual, con
un mediador, etc. En el mundo práctico, real, el extrañamiento
de si sólo puede manifestarse mediante la relación práctica,
real, con los otros hombres. El medio mismo por el que el extrañamiento
se opera es un medio práctico. En consecuencia mediante el trabajo enajenado
no sólo produce el hombre su relación con el objeto y con el acto
de la propia producción como con poderes que le son extraños y
hostiles, sino también la relación en la que los otros hombres
se encuentran con su producto y la relación en la que él está
con estos otros hombres. De la misma manera que hace de su propia producción
su desrealización, su castigo; de su propio producto su pérdida,
un producto que no le pertenece, y así también crea el dominio
de quien no produce sobre la producción y el producto. Al enajenarse
de su propia actividad posesiona al extraño de la actividad que no le
es propia.
Hasta ahora hemos considerado la relación sólo desde el lado del
trabajador; la consideraremos más tarde también desde el lado
del no trabajador.
Así, pues, mediante el trabajo enajenado crea el trabajador la
relación de este trabajo con un hombre que está fuera del trabajo
y le es extraño. La relación del trabajador con el trabajo engendra
la relación de éste con el del capitalista o como quiera llamarse
al patrono del trabajo. La propiedad privada es, pues, el producto, el
resultado, la consecuencia necesaria del trabajo enajenado, de la relación
externa del trabajador con la naturaleza y consigo mismo.
Partiendo de la Economía Política hemos llegado, ciertamente,
al concepto del trabajo enajenado (de la vida enajenada) como resultado
del movimiento de la propiedad privada. Pero el análisis de este
concepto muestra que aunque la propiedad privada aparece como fundamento, como
causa del trabajo enajenado, es más bien una consecuencia del mismo,
del mismo modo que los dioses no son originariamente la causa, sino el
efecto de la confusión del entendimiento humano. Esta relación
se transforma después en una interacción recíproca.
Sólo en el último punto culminante de su desarrollo descubre la
propiedad privada de nuevo su secreto, es decir, en primer lugar que es el producto
del trabajo enajenado, y en segundo término que es el medio por
el cual el trabajo se enajena, la realización de esta enajenación.
Este desarrollo ilumina al mismo tiempo diversas colisiones no resueltas hasta
ahora.
1) La Economía Política parte del trabajo como del alma verdadera
de la producción y, sin embargo, no le da nada al trabajo y todo a la
propiedad privada. Partiendo de esta contradicción ha fallado Proudhon
en favor del trabajo y contra la Propiedad privaba. Nosotros, sin embargo, comprendemos,
que esta aparente contradicción es la contradicción del trabajo
enajenado consigo mismo y que la Economía Política simplemente
ha expresado las leyes de este trabajo enajenado.
Comprendemos también por esto que salario y propiedad privada
son idénticos, pues el salario que paga el producto, el objeto del trabajo,
el trabajo mismo, es sólo una consecuencia necesaria de la enajenación
del trabajo; en el salario el trabajo no aparece como un fin en si, sino como
un servidor del salario. Detallaremos esto más tarde. Limitándonos
a extraer ahora algunas consecuencias (XXVI).
Un alza forzada de los salarios, prescindiendo de todas las demás
dificultades (prescindiendo de que, por tratarse de una anomalía, sólo
mediante la fuerza podría ser mantenida), no sería, por tanto,
más que una mejor remuneración de los esclavos, y no conquistaría,
ni para el trabajador, ni para el trabajo su vocación y su dignidad humanas.
Incluso la igualdad de salarios, como pide Proudhon no hace más
que transformar la relación del trabajador actual con su trabajo en la
relación de todos los hombres con el trabajo. La sociedad es comprendida
entonces como capitalista abstracto.
El salario es una consecuencia inmediata del trabajo enajenado y el trabajo
enajenado es la causa inmediata de la propiedad privada. Al desaparecer un termino
debe también, por esto, desaparecer el otro.
2) De la relación del trabajo enajenado con la propiedad privada se sigue,
además, que la emancipación de la sociedad de la propiedad privada,
etc., de la servidumbre, se expresa en la forma política de la emancipación
de los trabajadores, no como si se tratase sólo de la emancipación
de éstos, sino porque su emancipación entraña la emancipación
humana general; y esto es así porque toda la servidumbre humana está
encerrada en la relación de trabajador con la producción, y todas
las relaciones serviles son sólo modificaciones y consecuencias de esta
relación.
Así como mediante el análisis hemos encontrado el concepto
de propiedad privada partiendo del concepto de trabajo enajenado,
extrañado, así también podrán desarrollarse
con ayuda de estos dos factores todas las categorías económicas
y encontraremos en cada una de estas categorías, por ejemplo, el tráfico,
la competencia, el capital, el dinero, solamente una expresión determinada,
desarrollada, de aquellos primeros fundamentos.
Antes de considerar esta estructuración, sin embargo, tratemos de resolver
dos cuestiones.
1) Determinar la esencia general de la propiedad privada, evidenciada
como resultado del trabajo enajenado, en su relación con la propiedad
verdaderamente humana y social.
2) Hemos aceptado el extrañamiento del trabajo, su enajenación,
como un hecho y hemos realizado este hecho. Ahora nos preguntamos ¿cómo
llega el hombre a enajenar, a extrañar su trabajo? ¿Cómo
se fundamenta este extrañamiento en la esencia de la evolución
humana? Tenemos ya mucho ganado para la solución de este problema al
haber transformado la cuestión del origen de la propiedad privada
en la cuestión de la relación del trabajo enajenado con
el proceso evolutivo de la humanidad. Pues cuando se habla de propiedad privada
se cree tener que habérselas con una cosa fuera del hombre. Cuando se
habla de trabajo nos las tenemos que haber inmediatamente con el hombre mismo.
Esta nueva formulación de la pregunta es ya incluso su solución.
ad. 1) Esencia general de la propiedad privada y su relación con la
propiedad verdaderamente humana.
El trabajo enajenado se nos ha resuelto en dos componentes que se condicionan
recíprocamente o que son sólo dos expresiones distintas de una
misma relación. La apropiación aparece como extrañamiento,
como enajenación y la enajenación como apropiación,
el extrañamiento como la verdadera naturalización.
Hemos considerado un aspecto, el trabajo enajenado en relación
al trabajador mismo, es decir, la relación del trabajo enajenado
consigo mismo. Como producto, como resultado necesario de esta relación
hemos encontrado la relación de propiedad del no—trabajador con
el trabajador y con el trabajo. La propiedad privada como
expresión resumida, material, del trabajo enajenado abarca ambas relaciones,
la relación del trabajador con el trabajo, con el producto
de su trabajo y con el no trabajador, y la relación del no trabajador
con el trabajador y con el producto de su trabajo.
Si hemos visto, pues, que respecto del trabajador, que mediante el trabajo se
apropia de la naturaleza, la apropiación aparece como enajenación,
la actividad propia como actividad para otro y de otro, la vitalidad como holocausto
de la vida, la producción del objeto como pérdida del objeto en
favor de un poder extraño, consideremos ahora la relación
de este hombre extraño al trabajo y al trabajador con el trabajador,
el trabajo y su objeto.
Por de pronto hay que observar que todo lo que en el trabajador aparece como
actividad de la enajenación, aparece en el no trabajador como
estado de la enajenación, del extrañamiento.
En segundo término, que el comportamiento práctico, real,
del trabajador en la producción y respecto del producto (en cuanto estado
de ánimo) aparece en el no trabajador a él enfrentado como comportamiento
teórico.
(XXVII) Tercero. El no trabajador hace contra el trabajador todo lo que
este hace contra si mismo, pero no hace contra sí lo que hace contra
el trabajador.