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Sección especial: Bolivia

LA DEMOCRACIA CAMBIA DE COLOR

De abril a Evo
Víctor Orduna /PULSO DIGITAL

La mayor reforma política en democracia la acaba de rubricar Evo Morales. Su irreverente triunfo electoral ha partido a la política en dos: los que defienden lo poco que queda del sueño liberal del 85 y los que quieren su total y definitiva demolición. Pero a Morales, más que tener la segunda fuerza parlamentaria, lo que le importa es ser la encarnación india del movimiento popular.


A mediados de 2000, después de obtener unos resultados inferiores a lo esperado en las municipales del 99, Evo pensó en dejar la jefatura del MAS en manos de un relevo con mejores opciones de cara a las nacionales del 2002. Incluso poco antes de ser proclamado como candidato a la presidencia, en frebrero, el cocalero tenía serias dudas sobre su perfil presidenciable y miedo, mucho miedo a lo que se venía.
Las urnas han acabado con el miedo. El Evo post-electoral sabe que tiene la segunda bancada más poderosa del Parlamento y, sobre todo, que es el patriarca indiscutido de las movilizaciones sociales. Aquella intentona fracasada —a mediados de 2001— de conformar una Coordinadora de Movilizaciones Única Nacional (Comunal) ha sido reflotada por un día de sufragios alocados. El triunfo electoral de un dirigente cocalero al que se lo dio por muerto más de siete veces es el epílogo de lo que ha venido sucediendo en el país desde abril de 2000.
Más que el "ganador" indiscutido de las elecciones, Evo cree ser, ahora, la encarnación del movimiento popular. Está más preocupado en seguir construyendo su plataforma de beligerantes que en optar a la silla presidencial. Para el aymara tropicalizado el 30-J ha sido un día de confirmación: el camino de la coca era el correcto y en lo personal, el de la humilde solidaridad.
¿Para llegar a dónde? A una sigla —el MAS— que más que un partido representa a un principio desordenado de Asamblea Constituyente en el que concurren todo tipo de organizaciones: indígenas, campesinos, sandwiches, prestatarios, transportistas, cooperativistas...
Lo que la COB nunca pudo hacer lo ha hecho Evo Morales y sus seguidores: convocar la voz de los nuevos marginados, esos que ya no se ajustan al esquema proletario, ni a las oxidadas trompetas cobistas.
Del germen indigenista —cuyo origen era la demanda de soberanía, tierra y territorio— la intuición del cocalero lo ha transformado en el portavoz de los discordes del amorfo movimieto social. La gran virtud de Evo ha sido sumar. Ahora tiene bajo su batuta a los cocaleros del Chapare y de los Yungas, a las federaciones campesinas, a los colonizadores, a parte de los Indígenas del Oriente, a las Bartolinas, a gente del Movimiento Sin Tierra, a Centrales Obreras Departamentales, a Federaciones de Fabriles, a la Coordinadora del Agua, a los ayllus del norte de Potosí y a un sin número de sectores gremiales que van desde jubilados sin jubilación hasta padres de familia.

Bancada sindical

Pero además de tenerlos bajo su batuta les ha dotado de la magia de la inmunidad. Evo, con su decisión de enfrentar el "reto democrático" ha dotado al movimiento social de la inmunidad de los curules. Si el fuero del cocalero fue la pesadilla del gobierno de Banzer, el fuero de Evo+30 lo será del próximo gobierno.
Porque la bancada del MAS, es una bancada sindical, cuyo origen no es el dedazo sino la decisión de organizaciones que se han ido aglutinando a esta marcha permanente del cocalero solitario. Y una bancada aplastantemente rural (de los diputados uninominales sólo uno corresponde a una circunscripción urbana).
Entre los senadores y diputados —con una mayoritaria presencia de rostros cobrizos— hay kataristas (Esteban Silvestre, primer senador por La Paz fue diputado suplente de Víctor Hugo Cárdenas), émulos del Mallku (los tres diputados uninominales de los ayllus del norte de Potosí), catedráticos de la izquierda universitaria (Carlos Sandy y Alicia Muñoz —senadores— de la UTO de Oruro y René Marcelo Aramayo —senador— de la universidad Cochabambina), qaqachacas (Rosendo Copa, diputado por Oruro), incansables anticapitalizadores (Manuel Morales, diputado por La Paz) y todo un muestreo social de lo que ha sido, en democracia, la mayor transferencia humana del país profundo al alfombrado lustre del Parlamento. Evo ha licenciado a los que lo expulsaron del hemiciclo y, además, ha ocupado su lugar.
La democracia después de Evo no será la misma. Con Rocha o sin Rocha, con "operativo Morales "o sin él, el resultado de las elecciones es, como dijo un rabioso Jaime Paz, el "desbaratamiento" del sistema político. La muerte de ADN y Condepa y el enanismo de UCS tienen que ver con el irrupción de un partido que quiso ser el brazo político de los cocaleros y acabó por convertirse en una especie de partido de los marginados con motor indígena.
Después de Evo, el Parlamento será de cuatro (MNR, NFR, MIR y MAS) y tendrá instalada, a diferencia de los anteriores cuatro parlamentos de la democracia boliviana, una amplificación antineoliberal con derecho a voz y voto. Una voz —la de una nueva izquierda todavía difusa— cuyo objetivo declarado será deshacer todo lo que ese mismo Parlamento ha hecho durante 18 años: construir un andamiaje que garantice las condiciones mínimas de subsistencia del libre mercado y sus acreedores.
La agenda antineoliberal está servida: acabar con la capitalización, con la ley INRA, con la 1008 y con el 21060 son las primeras labores de demolición que se propone la bancada del MAS en un Parlamento "tomado".
La elogiada "gobernabilidad" está ahora contra las cuerdas. El insolente triunfo de Evo en el occidente del país (cuatro de los nueve departamentos: La Paz, Oruro, Potosí y Cochabamba) es la respuesta a la incógnita de un abril incendiario que los políticos quisieron contener con unas reformas a la Constitución que, hoy por hoy, resultan ya irrelevantes.

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