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La Fogata, Marzo 2001 - Marzo 2020, 19 años..

"NUESTROS SUEÑOS, NO CABEN EN SUS URNAS"

 La tormenta se torna más violenta

Reflexiones desde la crisis pandémica

Colectivo La Fogata, Junio 2020

Estamos en el ojo de la tormenta; la tormenta de la que nos vienen hablando hace años los zapatistas.

En medio de esta tempestad pandémica, de "aislamientos sociales obligatorios", se nos atorbellinan las ideas y por momentos nos sentimos desconcertados; se nos dificulta pensar como resistir/aprovechar esta nueva crisis para seguir luchando por emanciparnos del capitalismo, seguir intentando crear un otro mundo.

Este escrito intenta aclararnos las ideas, los sentires, y esbozar algunas líneas de pensamiento para enfrentar la pandemia y el recrudecimiento de la crisis que le seguirá. Para ello nos han ayudado a pensar muchos de los buenos artículos que están circulando, que hemos leído, y los cuales iremos referenciando.

Algunos apuntes, algunas ideas

Lo primero que nos parece importante señalar, es la relación que existe entre la aparición del coronavirus como pandemia y el aumento de la violencia del capital, no solo contra los seres humanos, sino contra la naturaleza en general; tierra plantas y animales.

El incremento de la violencia capitalista, es propio de su dinámica actual y está relacionado con las dificultades que encuentra para su auto-reproducción.

La destrucción de la naturaleza y los ecosistemas, el cambio climático, todos estos ataques a la biodiversidad propician la aparición de pandemias como la que estamos viviendo hoy con el COVID-19.

Hay una relación directa entre la pandemia y esta intensificación de la explotación de la naturaleza, como las deforestaciones y la industrialización del agro, el avance de las urbes sobre el campo y sobre los hábitats de los animales, el envenenamiento del agua y su consumo industrial que va secando el planeta, y muchas etcéteras más.

 La pandemia es entonces una expresión de la crisis, una nueva manifestación de la crisis del capital que encuentra límites a su expansión, límites a su constante necesidad de generar la plusvalía suficiente para su auto reproducción.

La "salida" que el capitalismo está ensayando en los últimos tiempos frente a este estancamiento, es una expansión cada vez mayor de la deuda (el crédito) como forma de aplazar la crisis y sus cracks como los del 2008 y los de la actualidad (que recién comienzan)

....en los últimos cuarenta años, la reproducción capitalista está basada en la expansión constante de la deuda al nivel mundial. La acumulación aparente del capital tiene como base no solamente la producción de plusvalía sino, cada vez más, la anticipación de una plusvalía futura. Cada vez más, la reproducción del capital (y con eso la reproducción social en una sociedad capitalista) está basada en la apuesta de que el capital logrará cumplir mañana la explotación que no ha logrado cumplir hoy.

John Holloway - Curso La Tormenta (2020) - Coronacrisis I. (1)

La crisis económica que ya venía de antes, y que estalla ahora con el coronavirus, vuelve a poner en el escenario las discusiones "intercapitalistas" sobre cómo resolver estos picos de crisis.

De un lado están los que quieren una violenta reestructuración del capital, la cual necesariamente implica una masiva destrucción de capitales y de puestos de trabajo; Los impulsores de esta opción son los llamados neoliberales.

Y del otro lado, los que promueven una salida basada en una nueva expansión de la deuda con intervención estatal, que contenga en alguna medida el impacto social que esta "solución" de la crisis producirá.

Esta última es la alternativa de los llamados "progresistas", que además parece incorporar cada vez más adeptos entre sus filas como lo evidencian las editoriales recientes del "Financial Times" o las declaraciones de Bill Gates.

A la primera postura corresponden los intentos desesperados por impedir que la maquinaria de producción capitalista se detenga o disminuya su ritmo (aunque esto conlleve una mayor pérdida de vidas humanas por el coronavirus); Y a la segunda, los planes estatales de regulación y administración de la pandemia para "resguardar" la fuerza de trabajo hasta que la curva de propagación del virus disminuya. (2)

Pero más allá de cuál de estas dos opciones se termine imponiendo, o inclusive si resulta una mezcla de ambas, lo que nos queda claro es que luego de la pandemia tendremos (y ya las empezamos a ver), dos consecuencias:

1.      Un fuerte aumento del control social y represión por parte de los Estados que aprovecharán además para intentar frenar las revueltas que se venían dando en los últimos tiempos, así como las que puedan generarse en el futuro inmediato.

2.      Un brutal empeoramiento de las condiciones de vida de millones de personas en todo el mundo.

¿Tenemos entonces que pensar que en la "post­pandemia" el capitalismo se reconfigurará con un Estado aún más fuerte y por ende con un mayor control sobre el trabajo asalariado y sobre las revueltas y desbordes, que por ejemplo venían generándose en la segunda mitad del 2019?

Por supuesto no tenemos una respuesta absoluta frente a esta pregunta, pero sí decimos que aunque en este momento los Estados aparezcan más sólidos debido a la concentración de poder por la administración centralizada de la pandemia, ello no necesariamente implica que puedan contener los estallidos sociales.

¡Ya basta!... de normalidad

El confinamiento impuesto en casi todas partes del mundo está impactando fuertemente sobre las personas: Empeoran las condiciones de vida para muchos, recrudece la violencia policial contra las poblaciones más pobres y contra pueblos originarios con el pretexto de control de la circulación. Aumenta también la violencia contra las mujeres por parte de los hombres con los que conviven en medio de la cuarentena. Así podríamos seguir nombrando situaciones represivas.

Y seguramente el problema más obvio (pero no por ello menos importante) del confinamiento, es la pérdida o disminución de los espacios de encuentros personales donde prima el afecto y las demostraciones de cariño entre amigxs, familiares o compañerxs de militancia que obviamente no pueden ser reemplazados por medios tecnológicos e impersonales. Estos vínculos personales son necesarios para sobrevivir dentro de la violencia cotidiana de este sistema, pero también, y esto es más importante aún, para seguir intentando relacionarnos socialmente en pos de rechazar y transformar esta forma mercantil de vida que llevamos.

Por otra parte es cierto que nuestras subjetividades están organizadas por la cotidianidad rutinaria del trabajar-producir-consumir. Esa es nuestra normalidad previa al confinamiento de la pandemia, esa es nuestra noción de normalidad y hasta de felicidad. Una forma de vida que se auto-consume, que tiene poco de vida o de libertad. ¿O acaso no nos sentimos más vivos cuando nos resistimos y luchamos contra esa normalidad?

Si lo pensamos a la luz del actual trastocamiento en las rutinas laborales generado por las cuarentenas y la desaceleración productiva, nos podríamos dar cuenta que en realidad ya estábamos, ya vivíamos en una especie de confinamiento pero no lo reconocíamos como tal, lo habíamos "normalizado".

Estábamos conquistados por la subjetividad capitalista. Nuestra subjetividad ya estaba previamente deformada por el sentido común de la mercantilización social. Ya estábamos fetichizados.

Entonces, pensar en lo que está ocurriendo, entender esta crisis y sus causas, debe servirnos para abrir grietas en esa normalidad.

Rompamos la normalidad que nos tiene prisioneros, porque la normalidad es la que nos oprime. O como dice Evade Chile: “No volveremos a la normalidad, porque la normalidad era el problema" (3)

¡Basta de normalidad!, esa que implica vender nuestra fuerza de trabajo y producir para mover la rueda del capital, basta de ser un engranaje de la máquina que nos esclaviza; el Monólogo del virus de lundimatin nos dice: "he venido a parar la máquina cuyo freno de emergencia no encontraban" (4)

Desatormentémonos

Tal vez, en medio del relajamiento de la continuidad productiva que estamos viviendo, se generen situaciones que permitan cuestionar por un momento las cosas que se consideran normales o naturales en el capitalismo.

¿Se podrá aprovechar esa situación "caótica" para darnos cuenta que podríamos autoorganizarnos para vivir en comunidad, pero sin Estado ni patrón, ni patriarcado, ni trabajo asalariado, ni instituciones escolares, ni iglesias, ni sindicatos, ni familia?

Esta especulación que deliberadamente formulamos de forma radical, claramente puede ser considerada como un sueño ridículo. Pero aunque es muy probable que lo sea, el planteamiento apunta a que no podemos descartar que en medio de la tormenta mucha gente pueda deshacerse aunque sea momentánea y parcialmente del fetichismo que nos hace ver como normal esa forma de vida.

Tal vez en ese resquicio nos podamos meter para aprovechar la crisis e impulsar otras relaciones sociales, otra forma de vida, otro mundo donde quepan otros mundos, al decir de los zapatistas. Sigue siendo una especulación, pero vale la pena pensar como defendernos y al mismo tiempo intentar frenar esta marcha hacia el precipicio en la que estamos.

Muchos se preguntan si las diferentes luchas, estallidos, revueltas de los últimos tiempos se apagaron. Ante esa pregunta nosotros decimos que las cuarentenas no podrán evitar que vuelvan luchas como las que se desarrollaban en Chile, Ecuador, Hong Kong, por solo nombrar los algunas. Pensamos también y con más razón, que las rebeliones de kurdos y zapatistas seguirán adelante en su construcción de otros mundos.

Por otra parte, la agudización de la crisis está provocando desestabilizaciones y reacciones en muchas partes del mundo. En el núcleo del capitalismo, Estados Unidos está sufriendo una crisis histórica que profundiza las desigualdades y el racismo. Así hemos visto recientemente como un nuevo asesinato de un afroamericano encendió nuevamente la mecha de las protestas, que esta vez generó masivas movilizaciones en todo ese país, hecho que repercutió además en muchos países de Europa. (5)

En otros lugares, ante la urgencia por la supervivencia inmediata, comienza a haber ejemplos de creación o re creación de organizaciones comunitarias con el fin de generar sus propios medios de subsistencia o para distribuir alimentos, inclusive en situación de cuarentena. Ver Stavros Stavrides, "La vida como un bien común" (6)

Busquemos resquebrajar la normalidad. Es posible que ya estuviéramos avanzando en algunas rupturas aunque más no sea incipientemente, pero como decíamos, quizás ahora se abran oportunidades cuando los efectos de esta crisis se profundicen.

Probablemente debamos crear nuevas estrategias para adaptar nuestro activismo a las urgencias que va a demandar el escenario post-pandémico, pero en cualquier caso, no debemos dejar de reconocer-nos las resistencias que veníamos realizando y/o presenciando en muchos lugares del mundo.

En los últimos tiempos, venían apareciendo nuevas formas de lucha que en algunos aspectos se iban despegando de las expectativas hacia el Estado benefactor capitalista. Como siempre decimos cuando mencionamos estos desbordes, las nuevas subjetividades que surgen bajo estas rebeldías no son "puras" ni del todo claras, pero tienen importantes diferencias con el pensamiento "progresista" que siempre quiere mejorar la normalidad capitalista y cuyo norte era y es el Estado.

Es importante entonces revalorar nuestra fuerza que casi siempre es invisible, inclusive para nosotros mismos. Es una fuerza de la cual no tenemos un cabal conocimiento; No registramos el potencial de nuestro poder-hacer.

Necesitamos mirar con otros ojos. No con la mirada de "mejorar las cosas" sino con la de "rompamos con este mundo y creemos otro"

No podemos seguir viviendo bajo este sistema de muerte en vida. No sigamos muriendo de a poco.

Para crear otra sociedad, no nos queda otra que ir creando otras relaciones humanas, otras subjetividades.

Nuestra propuesta entonces, sigue siendo la creación y el fortalecimiento de redes que poco a poco conecten diferentes expresiones de resistencias y luchas, a través de intercambios de experiencias.

Busquemos formas de crear o re-crear estas redes aprovechando las grietas en la normalidad que probablemente se abran durante el desarrollo de esta crisis. Rompamos la normalidad. Construyamos comunidad.

Notas

(1)                              John Holloway - Curso La Tormenta (2020) - Coronacrisis I. http://comunizar.com.ar/iohn-hollowav- curso-la-tormenta-2020-coronacrisis-i/

(2)                              Ver John Holloway - Curso La Tormenta (2020) - Coronacrisis I. http://comunizar.com.ar/iohn- hollowav-curso-la-tormenta-2020-coronacrisis-i/

(3)                              Evade Chile, "Coronavirus: Reporte de Chile": http://comunizar.com.ar/coronavirus-reporte-chile/

(4)                              lundimatin, "Monólogo del virus": http://comunizar.com.ar/monologo-del-virus/

(5)                              Ver Entrevista al sociólogo William I. Robinson, "Se avecinan revueltas sociales en EEUU" https://rebelion.ora/se-avecinan-revueltas-sociales-en-estados-unidos/

YAgostino Petrillo, "USA: La delgada línea roja"https://contraheaemoniaweb.com.ar/2020/06/05/usa- la-delaada-linea-roia/
(6) Stavros Stavrides, La vida como un bien común
httD://comunizar.com.ar/la-vida-bien-comun/
 


AUTO-DEVASTACIONES CONTROLADAS

 (Virus, Capitalismo y optimización del Fascismo Democrático)

por Pedro García Olivo
La Fogata

1. SOBRE LA REINVENCIÓN PERVERSA DEL CAPITALISMO

(En defensa de la desobediencia civil y de la organización antagonista comunitaria)

Bajo la amonestación agria que le suministró la Biosfera, el Capitalismo se «reinventó» e introdujo en su lógica de reproducción la auto-devastación calculada. Como «crecer sin límite» llevaba a los países y a las empresas capitalistas exactamente al «fin de todo», empezó a valorar la utilidad de una auto-demolición programada. En nuestros días, se ha servido de un virus…

Rasgos de esta reinvención necrófila y necrófaga, estrictamente morbosa, de la sociedad mercantil:

1) Si ya sabíamos que toda medicina es «política» por definición, como tanto recalcó Iván Illich; si muchos de nosotros ya habíamos sufrido esta político-sanidad, en los ámbitos de la psiquiatría por ejemplo; ahora la identificación se sublima. Aparecerán los «rastreadores», una especie de detectives contratados para descubrir los «contactos» de cualquier enfermo; se procurará establecer «geo-localizadores», para seguir la pista integral de la población con la excusa de salvaguardar su salud; en el horizonte, acaso lejano, pero que no cabe descartar, está la pretensión de insertar en el organismo de cada ser humano un «micro-chip» que permita el registro inmediato de todo su desenvolvimiento físico, sanitario y político.

2) «Higiene social». Un porcentaje grande de los no-productivos será eliminado. Aquellas personas «poco útiles», y que hasta suponen un gasto social considerable, están expuestas a morir, bajo esta pandemia o bajo las siguientes. Una guillotina pende, desde ahora y para siempre, sobre las cabezas de los ancianos, de los emigrantes pobres, de la ciudadanía precarizada o vulnerable, de los sin-techo…

3) Renovación de los modelos de empresa y de negocio. Muchas empresas se van a hundir, originando paro y problemas financieros, muchos negocios se van a ir a pique; pero emergerán otros estilos de emprendimiento, otras fórmulas para la producción, otras estructuras de contratación y de comercio. Muchas de estas nuevas empresas y de estos nuevos negocios se acogerán a la etiqueta «tele», pues se basarán en el aprovechamiento crematístico de los dispositivos digitales, cibernéticos, virtuales.

4) La Escuela se irá preparando para olvidarse de sus paredes físicas, de su tipología clásica de encierro de los jóvenes en un edificio, para admitir nuevos muros virtuales, con un secuestro horario de los alumnos delante de la pantalla de un ordenador. La posición autoritaria del Profesor no se verá afectada, antes al contrario; la Pedagogía seguirá rigiendo todo el proceso, para la “adaptación social” de los menores, vale decir, para su poda y su doma. El Aula, ese arbitrariedad tan infanticida, será en lo sucesivo cada vez más «virtual». Solo eso.

5) Eugenesia ciudadanista. Por fin se obtiene el Hombre Nuevo, ese elaborado psicológico que aceptó y aceptará ya en lo sucesivo el «confinamiento», que toleró la reglamentación exhaustiva de su cotidianidad, que depositó una confianza verdaderamente homicida en sus gobernantes y en sus médicos, en sus polito-epidemiólogos y en su polito-virólogos. El hombre nuevo es un robot, algo más y algo menos que un esclavo.

Desde el día 23 de marzo, vengo escribiendo en defensa de la desobediencia civil y de la auto-organización comunitaria.

Si el «civismo» pretende robotizarnos, no hay nada más humano que el «incivismo», consciente o instintivo que eso importa poco.

2. CUANDO DESAPAREZCA EL VIRUS, QUEDARÁ ALGO PEOR QUE TODA ENFERMEDAD: EL CIUDADANO-ROBOT

Uno controla a todos, muchos controlan a uno, uno se controla a sí mismo

(Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia)

Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la Presidencia del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y obedecemos.

Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía del balcón» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a los transgresores.

Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y sale cada cual, sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, como un policía de sí mismo.

Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.

Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobus vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).

Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.

Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?

Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?

Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?

Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir al supermercado, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado, el negocio). Y a las autoridades políticas, encarceladoras, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.

Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes mi chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.

Optimización del demofascismo.

Cuando desapareza el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el ciudadano-robot.

Más que mirar a la llamada «mayoría social», tan nauseabunda, reparo en las plantas humildes: a pesar de todo, el romero, la aliaga y el tomillo están en flor…

3. PAREDÓN DE FUSILAMIENTO O PUPITRE ESCOLAR: LA DOBLE FAZ DE LA GESTIÓN POLÍTICA DEL CORONAVIRUS

¡Carguen armas! ¡Apunten! ¡Disparen!

Penetró el virus en los confines del capitalismo occidental. Y caen los indígenas de la Amazonía, de la Guajira, de muchas comunidades de los pueblos originarios. Portavoces de esas ONGs que viven de jugar a «ayudarles» lo denuncian con una tranquilidad espantosa: «Van a desaparecer muchas etnias; morirán, sin remedio, miles, cientos de miles de indígenas». No es posible evitar esta culminación del etnocidio: los que sobrevivieron a las balas y a las Escuelas del neo-imperialismo, los que no sucumbieron a los altericidas programas «interculturales» para la «integración», se verán ahora asaltados por la enfermedad y morirán en masa.

Eran, a menudo, un estorbo, por las riquezas naturales, por las materias primas estratégicas, por la tan aprovechable bio-diversidad, por las oportunidades para los negocios eco-turísticos, etcétera, descubiertas en sus territorios. Y, donde perseveraban en sus usos y costumbres tradicionales, hostiles al liberalismo y a la globalización, esgrimiendo su «democracia comunitaria», su educación informal ancestral, su derecho consuetudinario oral, su comunalismo económico, su localismo trascendente, su cosmovisión holística y las formas abigarradas de la ayuda mutua y del don recíproco que saturaban su cotidianidad, eran sentidos, además, por la cultura hegemónica, como un «mal ejemplo», como una molesta «resistencia», como una «diferencia» enojosa.

Caen también los nómadas de casi todo el mundo, afectados por la restricción de esa movilidad de la cual dependía su estilo de vida y su cultura toda. Según algunas estadísticas, el 70 por ciento de los gitanos españoles, descendientes de nómadas irredimibles, se ganan la vida como «feriantes», en el comercio irregular, en el mercado ambulante, como «recoberos» o vendedores a domicilio. Se mantenían así titilantemente fieles a su condición, manifestando su aversión al salario, a la venta de su fuerza de trabajo, y su amor por la autonomía, por los caminos y por la intemperie. Bajo el confinamiento, perdieron sus fuentes de ingresos, quedando particularmente expuestos a todos los cuchillos, sanitarios y económicos, de esta crisis.

Caen los emigrantes, muchos en la Península y otros procurando regresar a África en precarias barcazas. Arriesgaron sus vidas para alcanzar Europa y ahora las vuelven a arriesgar para huir de Europa. El Mediterráneo, esa «tumba de los otros», se volverá a tragar a demasiados…

Y están cayendo los mayores, en Residencias de Ancianos que empezaron a funcionar como «crematorios», con una eficiencia que recuerda a Auschwitz. Estan cayendo los presos, los indigentes, los sin-techo, los marginales…

Para este sector de la población, que no servía o servía muy poco al capitalismo occidental, que más bien le suponía un gasto o un perjuicio, la gestión política del coronavirus se tradujo en paredones de fusilamiento: ¡Carguen armas! ¡Apunten! ¡Disparen!

Para los demás, para los productivos, y como apunté en una nota anterior, se refuerza la Pedagogía: «Por nuestro propio bien, y al margen de nuestra opinión o nuestro deseo, al igual que se nos conminó a encerrarnos, ahora se nos invita a salir siguiendo pautas, normas, criterios, reglamentaciones». Nos sentaron en el pupitre de los escolares y la autoridad política, asesorada por la casta científica, bajo los dogmas de la llamada «ideología del experto», empezó a intervenir más que nunca en nuestra sensibilidad y en nuestro pensamiento, corrigiendo nuestros caracteres hasta extremos nunca imaginados: que hayamos aceptado el encierro y que, según todos los sondeos, estemos dispuestos a aceptar nuevos confinamientos, dispositivos de geo-localización y los más diversos sistemas de control médico-político es una prueba del crédito que hemos otorgado a estos Super-Educadores y de lo «bien» que están realizando su trabajo adoctrinador y subjetivizador. ¡Fantásticos ingenieros de la personalidad!

4. «GUERRA MUNDIAL DEL ESTADO CONTRA LA SOCIEDAD»

(Ya no quiero hablar más de ti, «dispositivo vírico-administrativo para la reedición tanatológica del Capitalismo»)

Me deformaron, primero en la Escuela y luego en la Universidad, hasta convertirme en historiador y en filósofo. En este proceso de aplastamiento de todo lo que yo hubiera podido ser y hacer, tuvieron mucha culpa los libros, pues creo de verdad que la lectura va en detrimento de la vida. Me parece, por mi experiencia, que los que leen bastante viven un poco menos y cuantos escriben mucho ya apenas viven.

Ya construido, como historiador del mundo contemporáneo, filósofo y escritor tan narcisista como compulsivo, ya conformado, a pesar de todos mis intentos de des-hacerme y re-hacerme, de extraviarme y reinventarme, me asaltó este travestismo integral del Capitalismo, que no me esperaba, que sembraba cadáveres lo mismo que vendía cervezas, que encerraba a la gente al igual que se libraba de ancianos estorbosos, de pobres molestos, de personas poco o nada productivas.

Fiel a mi condición de analista, que reconozco turbia, fea, despreciable, y entre lágrima y lágrima, todavía redacté fragmentos que hoy he reunido en un pequeño ensayo. Lo titulé «Guerra mundial del Estado contra la Sociedad». Su subtítulo es este: «El Coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción del Capitalismo». Lo suelto donde puedo, en las redes, y me olvido ya de un tema que me ha estado sumiendo en un dolor casi irrebasable. Queda para cualquier uso, como todo lo que hago.

Quiero pensar en otras cosas; y quiero dejar de sufrir, como me ha estado pasando cada vez que me ponía a redactar.

5. LA VIDA SE DA MEJOR EN AUSENCIA DE LA HUMANIDAD

Delante de la puerta de mi cabaña,

a veces hay flores,

nieves antes y después.

Nunca hay órdenes.

Brotan almendros cada año.

Quise «ayudar» a algunos a crecer,

con una poda tan mínima como mi esperanza,

y se secaron.

Los que no toqué

viven frondosos.

Miseria de los expertos,

calamidad de los botánicos.

Como en la película de Tarkowski,

en la que un padre acaso loco y un niño mudo

plantan un árbol frente al mar,

y lo riegan todos los días,

yo quise tener un huerto en la colina.

Inenarrable, el esfuerzo que le consagré,

subiendo agua desde la fuente del valle

hasta la cima,

que era también la cima de mi vida.

En el film, que se llama «El sacrificio»,

el árbol florece un poco;

y yo conseguí una cosecha raquítica

de ajos pequeños,

disminuídos como mi ilusión.

Incapaz de consumirlos, por respeto,

adornan y adornarán mi refugio.

En el mundo montaraz sobran los agricultores.

En la ausencia de la voluntad humana,

la vida se da mejor.


Anarquismo y feminismo, la ideología de cuatro mujeres latinoamericanas de principios del Siglo XX

Por Norma Valle Ferrer*

La Fogata

Resumen

En este ensayo se analiza la ideología que inspiró el activismo de cuatro lideresas obreras latinoamericanas, de Puerto Rico, México, Argentina y Uruguay.

I. Introducción

Cuando inicié mi investigación hace casi 30 años sobre la vida y la obra de la puertorriqueña Luisa Capetillo, los estudios de género eran una disciplina incipiente en nuestro mundo latinoamericano. Es más, sólo se iniciaban también en Europa y los Estados Unidos. Por la carencia de estudios profundos sobre la mujer y el feminismo se me hacía difícil ubicar a Luisa Capetillo en la esfera de sus contemporáneas, con la excepción, tal vez, de la ruso estadounidense Emma Goldman, quien al igual que Capetillo fue anarquista y feminista.

 Sin embargo, con el transcurrir de los años y el desarrollo de la disciplina a nivel académico y periodístico de los estudios de género, así como mi vinculación como corresponsal para Puerto Rico de la publicación feminista mujer/fempress, he advenido en conocimiento de la vida y obra de varias mujeres latinoamericanas que como Luisa Capetillo fueron en sus países adelantadas a su época, profesaron el anarquismo y se hicieron abanderadas del feminismo para adelantar la causa de las mujeres y de los obreros. Estas mujeres son Juana Belén Gutiérrez de México, Juana Rouco Buela de Argentina y María Collazo de Uruguay.

En este breve ensayo monográfico presentaré y analizaré las tangencias ideológicas de estas cuatro latinoamericanas, ignoradas por la historia oficial y hoy rescatadas del olvido por las mujeres investigadoras que a orgullo nos consideramos sus descendientes.

Lo primero que tenemos que decir de estas cuatro mujeres es que fueron militantes de varias causas afines y que convergían en una sola: la emancipación de las mujeres y de los obreros. Fueron periodistas, educadoras, lideresas obreras y luchadoras en los frentes políticos que propulsaban la igualdad entre las diferentes clases sociales de sus respectivos países. Las ideologías que corrían al interior de sus vidas eran el anarquismo y el feminismo en una relación dialéctica que enriquecía la una a la otra. Es difícil explicar si primero fueron feministas y después anarquistas o viceversa, lo cierto es que ambas ideologías se hacían una sola en sus planteamientos políticos y en su práctica cotidiana.

II. ¿Quiénes fueron estas mujeres de avanzada?

 Luisa Capetillo (1879-1922), hija de un español y de una francesa, nació en Arecibo, Puerto Rico. Desde muy niña aprendió a leer y escribir, y con sus padres conoció la literatura romántica y revolucionaria de su época. En sus escritos describe el momento en el 1905 cuando hace su debut sindical durante una huelga agrícola de su pueblo natal.

Al unirse a la Federación de Libre de los Trabajadores de Puerto Rico, de la que posteriormente se convierte en líder, adviene en conocimiento de los teóricos anarquistas cuyas ideas de reivindicación social inundaban las mentes y los discursos de sus compañeros de lucha. Como lectora en las fábricas de tabaco de la isla de Puerto Rico leyó para sus compañeros y compañeras los libros fundacionales del anarquismo de Miguel de Bakunin, Pedro Kropotkin, Carlos Malato, Enrico Malatesta y León Tolstoy. Así lo explica en los cuatro libros que escribió, publicó y dejó como legado para la posteridad.

Era de un profundo anticlericalismo, pero a la misma vez abrazaba la fe espiritista, ya que el espiritismo concedía igualdad plena y justiciera al alma de las mujeres, sin intermediarios como en el catolicismo. Recorrió los pueblos y los campos de Puerto Rico agitando con la Cruzada del Ideal, mientras escribía para periódicos de Puerto Rico y del extranjero. Abogaba por el internacionalismo proletario, por lo que viajó a Cuba, República

Dominicana, México y Estados Unidos, dónde vivió en Ibor City, Tampa y en la ciudad de Nueva York. Tenemos conocimiento de que publicó artículos en todos estos países y se carteaba con hombres y mujeres de la América Latina con quienes compartía los ideales anarquista y feminista obreros. Por ejemplo, en la Argentina se publicó una antología titulada Voces de Liberación en la cual se incluyó un artículo de Capetillo, así como otros de Emma Goldman y Rosa Luxemburgo. En la política partidista en Puerto Rico militó en el Partido Socialista Obrero de entronque anarquista, mientras que en Cuba militó con el movimiento anarquista y fue expulsada de ese país por firmar el Manifiesto de Cruces. Trabajó como periodista, organizadora sindical, lectora en las fábricas de tabaco, conferenciante y dueña de una hospedería y restaurante vegetariano en Nueva York. Capetillo predicaba el vegetarianismo y los ejercicios como forma de mantener una vida sana y productiva. Nunca se casó legalmente pero tuvo dos hijos y una hija, a quienes amó profundamente.

Luisa Capetillo se conoce como la primera mujer que utilizó pantalones en público en Puerto Rico y en Cuba. Ella vistió pantalones, de hombre o estilo harén, o falda pantalón, según fuera el caso, pues creía que el pantalón se adaptaba mejor a la vida diaria de las mujeres. Como toda buena anarquista entendía que su ideología no era sólo para predicarla sino para vivirla. Al igual que ella Juana Belén Gutiérrez, a quien conoceremos más adelante, vistió un traje sastre de corte masculino y botines, que se convertiría prácticamente en su ropa característica.

Juana Belén Gutiérrez (1875-1942) nació en San Juan del Río, Durango, México, hija de un labriego de Jalisco y una mujer descendiente de los indígenas caxcanes de Zacatecas. Juana asistió a la escuela por un corto período, pero al morir su padre trabajó como empleada doméstica hasta que se casó a los 17 años con un minero y se trasladaron a Coahuila, dónde él trabajaría en la mina La Esmeralda. Allí, Juana se ganaba la vida cosiendo uniformes para los mineros por lo que pronto tuvo un dinerito que invirtió en un hato de cabras. De ahí en adelante la historia de Juana Belén se entreteje con la historia revolucionaria de México. El hato de cabras lo vendió para comprar una imprenta a la que llamó “Filomena”, que le sirvió para la publicación de su periódico Vésper, que tuvo varias épocas y lugares de publicación. Desde las páginas de su publicación, Juana Belén dio a conocer sus ideales anarquistas en favor de los obreros, del anticlericalismo y posteriormente de diferentes lideres políticos como fueron los hermanos Flores Magón, Maderos y Zapata. En la larga lucha de Juana Belén por la igualdad de los obreros y los indígenas, le nace la conciencia feminista, cónsona con sus ideas anarquistas.

La investigadora mexicana Ana Lau Jaiven, de la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco, en su ensayo biográfico “Juana Belén Gutiérrez de Mendoza: Me doblo pero no me quiebro” explica que en un número de su periódico Vésper, Juana dio a conocer una declaración de principios que “nos permite conocer la visión que entonces tenía de sí y la independencia de carácter que sostendría a lo largo de su vida. Afirmaba estar en posesión de su libertad, en pleno uso de sus derechos y de su soberanía, sin yugos ni cadenas, sin preocupaciones ni prejuicio, desconociendo temores y abominando cobardías”.

Cita a Gutiérrez diciendo que: “para nosotros no hay tiranía posible y con ser así nos basta para ser inmensamente libres”. En ese momento Juana Belén aceptaba luchar por el candidato Maderos para que el pueblo rompiese sus cadenas aunque, cautelosa, afirmaba que “la caída de un tirano no es la caída de la tiranía”. En toda su vida le requisaron seis talleres de prensa y cada vez que se los requisaban acudía a los suscriptores, a sus compañeros revolucionarios que le daban dinero para la prensa y como podía, volvía a vender el periódico.

Dice Lau que Juana Belén “organizó, congruente con su ideal anarquista del matrimonio y su ferviente antipatía a la religión, el enlace, en unión libre, de su “hijo adoptivo” Santiago Orozco con su hija legítima Laura Mendoza. Pidió al intelectual zapatista y antiguo compañero de luchas, Antonio Díaz Soto y Gama que presidiera la ceremonia, en estos términos...”se trata de dos rebeldes en cuya frente puse todos los ideales, de cuya conciencia arranqué todos los prejuicios, a cuyo espíritu dí las alas de todas libertades, y no serán ellos los que para unirse se sometan a las imposiciones bárbaras, inmorales y absurdas de la religión y de la ley; en consecuencia, la unión de dos seres como ellos, es algo como un desafío a la sociedad que se escandaliza y lanza su anatema sobre los que se rebelan”... Añade Lau explica que el incipiente feminismo de cuña anarquista que se manifestaba en el documento matrimonial se gestó en la mente de Juana, y luego, los principios se plasmarían en el proyecto sobre el matrimonio que dio a conocer el zapatismo y en el cual aparecen puntos como los mencionados.

En el 1917, Juana Belén, con el apoyo de los gobernadores de Michoacán y de Sonora, Pascual Ortiz Rubio y Adolfo de la Huerta, obtuvo fondos y tierra para organizar una Colonia Agrícola Experimental comunitaria. La forma en la que Juana Belén describe los propósitos de esta colonia agrícola es muy parecida a la que concibe Luisa Capetillo en Puerto Rico y para la cual pide ayuda a los líderes obreros Santiago Iglesias Pantín (PR) y Samuel Gompers (EEUU). A pesar de que Juana Belén consigue que le fuera concedido un terreno en Acatlipa dentro de la hacienda de Temixco, en Morelos, la Colonia Agrícola no prosperó por falta de apoyo, como tampoco prosperó la idea de Capetillo, tildada de demasiado idealista por sus compañeros del obrerismo.

Juana Belén se desempeñó posteriormente en varios empleos relacionados con la docencia: fue maestra misionera; directora de la escuela de Artes y Oficios del Departamento de Mujeres en Puebla; inspectora de Escuelas Rurales, comisionada en San Juan del Río y administradora del Sanatorio del Estado en Zacatecas. Cuando Juana Belén adiciona la docencia al periodismo influye en ella la campaña que su antiguo compañero de luchas José Vasconcelos lanzó por una educación para todos. La creación de la Secretaría de Educación Pública en 1921 permitió a Vasconcelos poner en práctica un programa de alfabetización para los sectores más desprotegidos y proponer una educación nacionalista que integrara las herencias indígena e hispana en un sólo concepto que sirviese como símbolo de identidad. Recordemos que Juana Belén tenía ascendencia indígena por lo que se identificaba profundamente con los postulados de Vasconcelos.

En su vida personal, al igual que Capetillo, Juana Belén vivió las máximas del anarquismo, se casó una primera vez, pero luego convivió con otros compañeros de luchas en uniones libres; vistió con un sencillo traje sastre, inusual para la época y fue una agitadora revolucionaria. A sus hijas e hijos los educó con una conciencia de la emancipación que trascendió su vida.

María Collazo, feminista uruguaya anarquista, es biografiada por la escritora de la misma nacionalidad Graciela Sapriza, quien la identifica de la siguiente manera:

“En 1907, María Collazo participó en la organización de una ‘huelga de inquilinos’, que agrupó al 80% del total de inquilinos de Buenos Aires. El número de huelguistas fue calculado en alrededor de 100,000 personas. Este conflicto, anclado en una dimensión de lo cotidiano -la vivienda- movilizó a las mujeres, convirtiéndolas en las grandes protagonistas de los acontecimientos. La prensa en general brindó una amplia información. La revista Caras y Caretas ilustró con fotografías los diferentes episodios que se sucedieron entre los meses de septiembre a noviembre del año 1907. En el número 2 de noviembre, aparecen fotografiadas Juana Buela y María Collazo, haciendo uso de la palabra durante un "meeting". La misma revista informó sobre la aplicación de la Ley de Residencia (1902), por la que fueron expulsados de la Argentina algunos dirigentes anarquistas, entre ellos María Collazo, Virginia Bolten (por ser uruguayas) y Juana Buela (española).

“En julio de 1915 aparece en Montevideo una nueva publicación, La Batalla, periódico "de ideas y de críticas" -como dice su encabezamiento-, cuya directora es uruguaya y es mujer. Se llama María Collazo. Esta mujer, anarquista, de comienzos de siglo, madre de cinco hijos, nace en el seno de una familia de inmigrantes españoles católicos. Es la quinta de nueve hermanos y su primera educación la recibe en un colegio de monjas. El primer contacto con el anarquismo lo tiene a través de uno de sus hermanos. Esta militancia le significó la ruptura familiar. En el país y desde muy temprano se observaban corrientes libertarias que plantearon como tema central la emancipación de la mujer a través del trabajo asalariado, pero no sólo a través de él. Estas corrientes se atrevieron a cuestionar todo el orden social y trazaron su utopía incluyendo entre sus propuestas la reformulación de las relaciones personales, la vida afectiva y la cotidianidad.”

Sus hijas la describen como una verdadera militante que a un mismo tiempo cocinaba y cuidaba de los hijos, mientras escribía artículos y asistía a “meetings” políticos y participaba de todo tipo de actividades políticas.

 Juana Rouco Buela (1889-1969), nació en España pero emigró de niña con su familia a Buenos Aires. Inmigrante y analfabeta, al llegar a la Argentina trabajó en una fábrica, como tantas otras niñas de su época. A través de su hermano se pone en contacto con los grupos anarquistas agrupados en la Federación Obrera Regional de la Argentina (FORA). A los doce años aprendió a leer y escribir, "por querer saber y conocer". El 1ro. de mayo de 1904 recibió su "primer bautismo de fuego". La manifestación fue reprimida por la policía y cayó muerto un obrero.

Se convirtió en activista obrera, anarquista y feminista. Al igual que muchas pioneras del feminismo utilizó el periodismo como instrumento de lucha, por lo que colaboró furiosamente con revista y periódicos.

En el 1907 participó junto a María Collazo en la huelga de inquilinos de Buenos Aires, por lo que fue deportada a España. Regresó posteriormente a Uruguay y de ahí se trasladó a la Argentina, que consideraba su país. Se casó en 1921, a los 32 años de edad, y se radicó en Necoechea donde fundó el Centro de Estudios Sociales Femeninos, lugar de encuentro para mujeres obreras. Además, fundó el periódico Nuestra Tribuna (1922-1924), periódico anarquista internacional escrito por mujeres y para mujeres. El consejo editor estaba formado por cuatro mujeres. Se tiraban 4,000 ejemplares. Juana Rouco Buela tuvo varios hijos e hijas, mientras continuaba su vida de periodista y activista. Trabajó con periódicos grandes comerciales y con los estrictamente políticos y feministas. Continuó su lucha como periodista, oradora y escritora hasta su fallecimiento a los 80 años en Buenos Aires.

III. La ideología anarquista y feminista que hermanaba a estas cuatro mujeres

Muchas mujeres pobres, obreras e hijas de inmigrantes españoles y de otros países europeos encontraron en la ideología anarquista una razón de vida. Considero que son varias las razones para que estas mujeres líderes con una cierta conciencia feminista intuitiva abrazaran el anarquismo como su guía ideológica.

Primero, el anarquismo les concedía a las mujeres un carnet de igualdad. Algunos teóricos, como Magdalena Vernet, instaban a los hombres y mujeres a no casarse legalmente puesto que el “contrato legal del matrimonio” esclavizaba a la mujer. León Tolstoy teorizaba principalmente sobre el alma y la espiritualidad de los seres humanos como igualitarios ante el Dios de los cristianos. Mientras que Bakunin, Kropotkin y Malatesta teorizaron sobre la organización obrera de las masas, entre quienes, por supuesto, estaban los hombres y las mujeres, en igualdad ante la organización. Así lo entendían Capetillo, Rouco Buela y Collazo.

Segundo, varios de los primeros anarquistas también podrían considerarse ideológicamente románticos y por lo tanto creían en honrar la naturaleza, lo natural, lo puro, de ahí el culto al vegetarianismo de Luisa, y al indigenismo de Juana Belén.

Tercero, como creían en el ser humano en su estado natural predicaban el amor libre, no libertinaje sexual, sino la unión de dos seres por amor “verdadero”, por el amor romántico. Y las cuatro, Luisa, Juana Belén, María y Juana, siempre apoyaron el amor libre, la emancipación de las mujeres y el culto a la maternidad.

Con este último elemento podría considerárseles a las cuatro feministas maternalistas, pues pensaban que una mujer completa era la que era madre, y que además, la madre es la que educa para la libertad. Como feministas, entonces, Capetillo, Gutiérrez, Rouco Buela y Collazo, también apoyaban firmemente el derecho de las mujeres a la educación amplia y completa. También creían que las profesiones y oficios no deberían tener barreras por razón de sexo.

Es importante señalar que como anarquistas estas cuatro valientes mujeres latinoamericanas creían en el internacionalismo proletario, en la solidaridad entre países y en la unión de los obreros en federaciones transnacionales y transregionales. Capetillo, por ejemplo, perteneció a la Federación de Torcedores de Tabaco y como miembra de esta organización militaba en Puerto Rico, Cuba, República Dominicana, México, Nueva York o Ibor City, pues ella era una obrera del mundo.

Al mismo tiempo Juana Rouco Buela y María Collazo pertenecían a la Federación Obrera Regional de Argentina (FORA) y como tal tenían lazos estrechos con diferentes países, donde también se plasmaban los ideales obreros y anarcosindicalistas. Ellas vivieron la efervescencia del activismo sindical y la agitación obrera que en muchas ocasiones culminaron en huelgas. Reconocieron a los mártires de la causa de la emancipación obrera y feminista. Ellas contribuyeron a mover la rueda de nuestra civilización.

Creo que durante aquellos primeros años del Siglo XX, los obreros y las obreras organizados en federaciones anarquistas tenían una mayor alianza entre si, y era tal la solidaridad latinoamericana que muchos historiadores contemporáneos quedarían sorprendidos al conocerla.

La historia de las mujeres ha sido invisibilizada, lo mismo ha ocurrido con la historia de la organización obrera. El estudio profundo del pensamiento y el movimiento anarquista también ha sido ignorado. Por lo tanto estas cuatro heroicas mujeres han sido triplemente minusvaloradas: por sus ideas feministas, sindicalistas y anarquistas. Todavía no se ha estudiado en profundidad la interrelación de estas tres disciplinas teóricas y su continuada influencia en el movimiento feminista y del movimiento de mujeres latinoamericanas hasta nuestros días en el Siglo XXI.

Pienso que los historiadores, oficiales y no oficiales, del movimiento obrero han pasado por alto el impacto de la ideología de los obreros y obreras del socialismo libertario o anarquismo en favor del socialismo marxista leninista. En el movimiento y en las ideas anarquistas, porque enfatizan menos las estructuras y reglamentos que en el marxismo, las mujeres tuvieron una cabida más amplia, se les consideraba iguales. A las mujeres se les invitaba a pensar, filosofar y a definir la familia, la educación, la cultura, el amor, la vinculación con el mundo espiritual. Es por eso que creo que el feminismo latinoamericano estaba tan profundamente imbuído de las ideas anarquistas.

La influencia del anarquismo puede percibirse en las feministas anarquistas pero también en las que no se identificaban abiertamente con este ideal, pues el anarquismo estaba ya al interior del feminismo. Estas ideas han trascendido hasta nuestra época, la segunda del feminismo. Es por esto que creo que debemos trazar la ruta de las ideas anarco sindicalistas y su influencia en el feminismo latinoamericano; creo que hacerlo sería de enorme importancia para las mujeres de nuestros días.

Cuando todas las piezas del rompecabezas de nuestras ideas y nuestras vidas estén puestas en su lugar, estas cuatro mujeres --que hoy nos parecen tan adelantadas--tendrán su espacio real en la época que les correspondió vivir.

REFERENCIAS

Horowitz, Irving L. (1975) Los anarquistas. Tomos I y II. Madrid, España: Alianza Editorial.

Lau Jaiven, Ana. (2002) “Juana Belén Gutiérrez de Mendoza: Me doblo pero no me quiebro”. Xochimilco, México, ensayo en copia computarizada.

mujer/fempress. (1992) Santiago de Chile. Número especial dedicado a las Pioneras del Feminismo Latinoamericano.

Sapriza, Graciela. (1988) Memorias de Rebeldía: Siete Historias de Vida. Montevideo, Uruguay: GRECMU.

Valle Ferrer, Norma . (1990 1ra. ed, 1998, 2da. ed.) Luisa Capetillo: historia de una mujer proscrita. San Juan de Puerto Rico: Editorial Cultural.

Vernet, Madeleine. (1919-1920) “Sur la amour libre”, en La Mére Educatrice, Paris, France, Troisiéme Année, pp. 83-87.

* Publicado en: Norma Valle Ferrer, “Anarquismo y feminismo: la ideología de cuatro mujeres latinoamericanas de principios del Siglo XX”, Revista Cultura, Instituto de Cultura Puertorrique_a, San Juan de Puerto Rico, junio 2004, pp. 91-99.

 


La "serofobia" que ya está aquí

por Alana Portero
(aka «La Gata de Cheshire»)
La Fogata

Alana Portero escribe sobre la «serofobia», ese dejar morir que proponen Boris Johnson, Jair Bolsonaro y Donald Trump y ciertas analogías que existen entre VIH y Coronavirus: «Las delirantes ideas que están apareciendo en torno a exigir historiales serológicos limpios para acceder a puestos de trabajo o a mayor movilidad, han puesto encima de la mesa y al alcance de todo el mundo el aberrante concepto de la serofobia»

Dejadme que os describa una fotografía de finales de otoño de 1999: estoy en una sala de espera a punto de recoger mi primera serología. Tengo miedo. Pese a que vivir con VIH ya se considera una condición crónica, ha pasado demasiado poco tiempo desde que estábamos viendo morir a generaciones enteras de personas LGTB. Las personas LGTB que crecimos a la sombra de aquella masacre lo hicimos con cierta convicción de condenadas. La dejación de gobiernos enteros y la propaganda homófoba y serófoba se habían encargado de dejarnos algunas impresiones retinales espantosas, señalamientos públicos y mucha desesperanza. Mi construcción sexual durante aquellos años estaba siendo abrupta, en penumbra, culpable, ansiosa y forzando límites. Víctima de una narrativa impuesta, llevaba años viviendo una disociación entre la persona que era durante el día y la persona que salía de noche casi a hurtadillas. No tenía a nadie con quien hablarlo. Nadie con quien confrontar los malos vientos que me recorrían. Era dos o tres personas a la vez.

ACT UP Barcelona, 9.000.000.000: en Catalunya, una butaca del Liceo vale lo mismo que... 16 ciudadanos seropositivos. Cortesía de Centre de Documentación Sida Studi, Barcelona.

«Me siento a su lado, le cojo la mano y se me abraza como un niño pequeño. Dos personas más se unen a ese abrazo, no nos conocemos, pero estamos vadeando el mismo precipicio»

En aquella sala de espera solo hay chicos, o eso parece, yo misma era uno de ellos. Jóvenes, casi todos acompañados, asustados. Los recuerdo guapísimos, como ángeles helados de frío que acaban de perder su divinidad. No tardan en llamarme y no tardan en darme el resultado: negativo. Cuando salgo del despacho me encuentro a un muchacho muy joven desmoronado en el asiento, acaba de salir de otra consulta, positivo, está desconsolado, pese a que le han explicado qué debe hacer y las buenas expectativas que tiene, le puede el pánico, nadie de aquellos años podría culparle. Me siento a su lado, le cojo la mano y se me abraza como un niño pequeño. Dos personas más se unen a ese abrazo, no nos conocemos, pero estamos vadeando el mismo precipicio, no es tanto el VIH, es la soledad que lo acompaña, la narrativa social, la marca inefable. 

Han pasado más de veinte años desde aquella mañana. Parte de esa barbarie narrativa se ha disuelto a fuerza de paciencia, concienciación y campañas. Ha dejado por el camino mucho sufrimiento. Pese a que aún sobrevive un lenguaje más que cuestionable sobre el VIH y algunas creencias no acaban de estar desmontadas, la ciudadanía media no sale corriendo ante la sola mención del virus, ni ante quien pueda haber sido transmitido. No existe la normalidad completa, pero sí espacios de seguridad cada vez más amplios y estables. No hace tanto que las cosas eran muy diferentes, no hace tanto que mi madre, angustiada, me estaba diciendo cada sábado por la noche justo antes de salir: «tú, ten cuidado por ahí que hay mucho SIDA». Con el convencimiento absoluto de que tarde o temprano me sería transmitido el virus y se completaría el destino aciago –el castigo– propio de mi condición.

Manifestación de ACT UP en 1989.

POLÍTICAS CRIMINALES

Insisto en las narrativas porque son las que nos han traído hasta aquí y porque su origen forma parte de un plan perfectamente ideado para dar de lado y dejar morir a elementos indeseables de la sociedad. En cuanto Ronald Reagan llega a la presidencia de los Estados Unidos, pone en marcha la aplicación de ciertos protocolos sanitarios recogidos en el documento Technology on the social and ethical aspects of transexual surgery, un plan de desatención a la comunidad trans ideado por Janice Raymond, uno de los nombres más importantes de la segunda ola feminista. Con este pacto entre republicanos y feministas transexcluyentes se utiliza la negativa a tratar a pacientes trans que no pasen por terapia de conversión para extender la desatención a gran parte del colectivo LGTB pobre, a las trabajadoras sexuales y a las personas adictas. Lo que llega después es una masacre de proporciones aún imposibles de calcular. Este modelo se exportó a gran parte de las democracias del autodenominado «primer mundo», era una oportunidad para rescatar la idea de las prácticas condenatorias y deshacerse de personas que no tenían cabida en las sociedades desclasadas que estaban por venir. Simplemente tuvieron que mirar para otro lado y dejar que las historias sobre las supuestas oscuridades de las vidas LGTB se transmitiesen sin réplica posible. Los partidos conservadores y la derecha de inspiración evangélica se emplearon a fondo en esta cruzada. La mayoría de aquellas influyentes personalidades que perpetraron un genocidio siguen vivas y disfrutando de vejeces apacibles. Sus hijos, sus nietos, sus herederos políticos ocupan las que fueran sus posiciones y ninguna consecuencia ha rozado a tan eminentes estirpes criminales.

Cartel sobre la política de exterminio en relación al VIH de la administración Bush. New York Public Library.

LOS DELIRIOS DE ANA ROSA

«Las delirantes ideas que están apareciendo en torno a exigir historiales serológicos limpios para acceder a puestos de trabajo o a mayor movilidad, han puesto encima de la mesa y al alcance de todo el mundo el aberrante concepto de la serofobia»

Cuando Ana Rosa Quintana establece analogías entre VIH y coronavirus, y otorga a la convivencia con el primero una antigüedad de 10 años, no está más que dibujando a la perfección los contornos del mismo clasismo asesino que aún tiene las manos manchadas con la sangre de los y las marcadas por el sarcoma. Esa historia no va con ella, no va con los suyos. Para ellos son 40 millones de nudas vidas, de desgraciados y desgraciadas a los que su mundo no echará de menos. 40 millones que se buscaron lo que les ocurrió. 40 millones de nadies que están mejor muertos.  

Las delirantes ideas que están apareciendo en torno a exigir historiales serológicos limpios para acceder a puestos de trabajo o a mayor movilidad, han puesto encima de la mesa y al alcance de todo el mundo el aberrante concepto de la serofobia, un odio que nuestro colectivo lleva soportando más de cuarenta años, especialmente, claro, las personas que conviven cada día con la transmisión. Como intentó explicar en medio de un ataque de estupor Fernando Simón, la sola idea de otorgar privilegios a unas personas sobre otras dependiendo de qué virus portan en su sangre es un acto de maldad. Nada más. Es un tipo de supremacismo que entronca con la eugenesia y no debe aparecer en foro de debate alguno.

El ministerio tiene las manos manchadas de sangre. Acción contra el sida. 1 de diciembre de 1994 / Autor: Andrés Senra. Cortesía Centro de Documentación Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Exposición ¿Archivo Queer? Centro Cultural Conde Duque.

ESE DEJAR MORIR

Hasta ahí las analogías posibles entre VIH y coronavirus. Todo aquel que diga haber aprendido alguna lección sobre el primero gracias al segundo, está frivolizando con algo que ni entiende, ni ha querido entender jamás.

Los aspavientos de la clase dominante se deben a la enorme capacidad de transmisión que tiene el coronavirus. Esta vez, aunque su clase les sigue protegiendo (tienen dónde pasar cuarentenas sin miedo a la claustrofobia), no es un factor tan determinante para mantenerse del todo a salvo. Nada aprenden de tal situación. Salen a la calle exigiendo que sus asistentas, chóferes y jardineros vuelvan pronto a ocuparse de sus necesidades, así desayunen coronavirus en el metro al desplazarse para trabajar. Todas estas manifestaciones por el bien de la economía y la libertad son una forma escandalosa de poner –otra vez– a la clase trabajadora de parapeto, la reactivación desde abajo, ofreciendo en sacrificio a la masa precaria con la seguridad de que siempre habrá un repuesto para los caídos. 

Ese dejar morir que proponen Boris Johnson, Jair Bolsonaro y Donald Trump incluye las apelaciones a la inmunidad de grupo que vienen desde sectores políticos y empresariales, en ese grupo al que se refieren nunca están ellos, somos tú y yo, con las cuentas del banco a cero y las facturas a deber. Sus mulas de carga, los peones sobre los que se asientan sus fortunas, las audiencias de sus programas.

Antes de salir a la calle cacerola en mano porque nuestra presentadora de confianza, nuestro político de cabecera o nuestro deportista adorado nos animan a ello, convendría detenerse a observar en qué nos parecemos a ellos y ellas, en qué punto sus vidas se parecen a las nuestras, quiénes van a afrontar los riesgos y quiénes tienen espacio y seguridades materiales para esperar con cierta tranquilidad a que escampe.

Las lágrimas de Díaz Ayuso en misa, Joan Roig en chándal, la bisnieta de Queipo de Llano y sus vecinos cantando el Bella Ciao, todos esos gestos de indignación, todas esas apelaciones a la libertad, provienen de las mismas personas que, hace treinta años, usaban la palabra «sidoso», del mismo modo que, envueltos en la rojigualda, antes de ayer gritaban contra «rojos», «maricones», «putas» y «perros judíos» en Núñez de Balboa. No hay aprendizaje que valga para quien está acostumbrado a vivir sobre las osamentas de otros. Esta vez, como todas, sus deudas vamos a amortizarlas con nuestros cuerpos.


DESENMASCARANDO EL RACISMO EN BOLIVIA

COMO RACISMO CULTURAL (PARTE I)

Por: Vilma Torrico 

La Fogata

Este artículo lo escribo detrás de la ira que despertó en mí el asesinato racista de George Floyd en los Estados Unidos. Floyd fue un hombre negro al que un policía blanco le aplastó el cuello con todo el peso de su rodilla hasta la muerte. A veces en la academia se cree que escribir desde la ira es escribir con sesgos, es decir, desde un estado emocional que distorsiona nuestra interpretación de los hechos y nos aleja de la realidad. La ira, sin embargo, puede acercarnos a la objetividad al motivarnos a criticar presunciones falsas que no han sido cuestionadas. La ira es una reacción apropiada ante las actitudes racistas que no dejan de amenazar la vida de las personas racialmente subordinadas. La ira sirve como fuego en una zona helada ante ojos que no comprenden el sufrimiento de los cuerpos racializados (Lorde, 1981). En este artículo desafiaré la errónea creencia de que en Bolivia el racismo está muy lejos de asemejarse al que existe en los Estados Unidos. Lo haré desde la perspectiva de una mujer morena jailona, es decir, como una mujer de piel café cuyo privilegio de clase le permitió estudiar en un colegio privado en la ciudad de La Paz. Mi argumento central es que en Bolivia existe un racismo con una fuerte tensión entre raza y cultura, lo cual veces es denominado como “racismo cultural”. El racismo cultural tiene dos componentes: un racismo viejo que cree que las razas biológicas existen, y la noción de jerarquías culturales, percibiéndose la cultura que emana de la “raza india” como inferior.

Antes de explicar cómo el racismo cultural se manifiesta en Bolivia, debo clarificar los orígenes de la teoría del racismo biológico que surgió en Europa hace varios siglos. La noción de raza fue una creación, o mejor dicho una fantasía científica que arguyó poder distinguir la naturaleza de las personas según su genética, la cual se reflejaba principalmente en el color de piel, tipo de cabello e inteligencia de distintos grupos sociales. Como detalladamente explica Eze (1997), durante la exploración europea de África subsahariana en el siglo XV (periodo que coincide con la colonización de América) exploradores europeos reportaron que se encontraron con gente negra con narices planas y pelo lanudo, es decir estéticamente fea. Narraban que las mujeres tenían caderas y pechos desproporcionalmente anchos y además un apetito sexual salvaje. Pero también decían que esta gente no sabía lo que era la civilización. Reportaban que levantaban rituales “demoníacos” para glorificar a varios dioses y que desconocían el significado de la moral. No pasó mucho tiempo para que estas crónicas llegaran a las manos de las mentes más brillantes de Europa como Kant, Hegel y Locke, quienes justificaron la adoctrinación y salvación espiritual de la “raza negra” (the negroe race), los “pieles rojas” en América del Norte y la “raza india” en América del Sur. A diferencia de la raza blanca, se creía que todas las otras razas eran imbéciles por naturaleza, por lo que la raza blanca (o caucásica) haría lo moralmente correcto al sacarlas de su salvajismo mediante la adoctrinación religiosa. Es este el contexto en el que el racismo biológico cobró vida, siendo dos sus premisas fundamentales: primero, que las razas existen, y segundo que existe una jerarquía natural entre ellas. Pero además la ciencia del racismo sirvió para legitimar el proyecto político de la colonización del Tercer Mundo. En Brasil, Colombia y el Caribe comenzó el tráfico transatlántico de esclavos y esclavas negras. En lo que hoy es Bolivia, los hombres indios funcionaban como mano de obra racial para explotar plata en Potosí. Las mujeres indias debían entregar tributos en forma de impuestos además de ser frecuentemente violadas. En Argentina hubo directamente un genocidio que se conoce como La Conquista del Desierto. ¿Cómo se relaciona esto con la Bolivia en la que vivimos hoy? 

La realidad es que el mito de las razas biológicas sigue viviendo en la mente de muchísimas personas bolivianas de todas las edades, pese a que un equipo científico de las Naciones Unidas declaró hace ya setenta años que las razas no existen (UNESCO, 1950). Por ejemplo, recuerdo cuando mi abuelo, un racista frustrado que para su desgracia su piel atestiguaba tanto ascendencia india como española, me explicaba cuando era niña que tener vello corporal era una muestra de superioridad racial. Y que si me fijaba bien los indios e indias no tienen vello. Me decía que la raza india es terca, caprichosa y egoísta por naturaleza. Me decía que es una raza janiwa que no conoce los códigos morales. Evidentemente el prejuicio racista también pervive en la próxima generación. Como anécdota, durante la cuarentena retomé contacto con un exprofesor quien a propósito tiene un doctorado. Entre charla y charla me dejó perpleja cuando me confesó que la raza blanca-europea es más inteligente por naturaleza. Le objeté aquello con el contraejemplo de Fausto Reinaga, autor de La Revolución India, cuyos libros tienen una calidad envidiable, pese a toda la discriminación racial que tuvo que enfrentar, por ejemplo, al tener que hacer hasta lo imposible para conseguir un terno para defender su tesis de licenciatura en la Universidad Mayor de San Andrés, porque en los setentas era imposible que un aimara pueda defenderla luciendo su vestidura tradicional. Pero, según mi exprofesor, Reinaga es solamente una excepción, pues la raza blanca ha demostrado a lo largo de la historia, a través de sus avances tecnológicos y científicos, su superioridad intelectual. Le respondí que es una pena que piense así, porque según esa lógica yo, que tengo piel color madera, seguramente no podré alcanzar el nivel intelectual de alguien que tiene ascendencia blanca solamente. Mi exprofesor me contestó que yo era blanca en un tono altamente paternalista, como si intentara salvarme de una crisis existencial en la que yo estaría atrapada.  

No es la primera vez que algunos compatriotas bolivianos me dicen que soy blanca cuando empezamos a hablar de racismo, a veces con bastante sinceridad, a veces creyendo que con decirme aquello me quitarán la autoridad moral para denunciarlo. Otras personas no dudan en decirme que soy morena, claro está. Pero a pesar de que la mayoría de mis compatriotas y algunos segmentos de la sociedad me hayan racializado como blanca y/o “mestiza”, no impidió que una compañera me haya llamado “negra” cuando éramos niñas, cuando en aquél entonces mi piel era más café aún. Ni que hace un par de años una mujer blanca en estado de ebriedad me haya dicho en una discoteca cruceña que no querían indias en su mesa. ¿Entonces cómo se explica que para unos sea blanca o mestiza, pero no deje de ser india para otras?

Desde mi punto de vista, una respuesta adecuada surge desde la lente del racismo cultural. Como mencioné en el primer párrafo, el racismo cultural tiene dos componentes inseparables: el racismo biológico y la noción de jerarquías culturales. Permítanme ilustrarlo con casos de mi propia experiencia. Cuando tenía unos quince años una compañera insultó a mi amiga por su apellido, gritándole: “Cállate, Choque”. Mediante este insulto racista, mi compañera reveló su odio hacia la raza india (su indioginia), recordándole a mi amiga que su apellido era testimonio de la indianidad que habita en su cuerpo. La indianidad acá se entiende como una esencia racial que inferioriza a quienes la poseen. Este insulto, además, tiene un valor simbólico: el de recordarle su posición de subordinación en la jerarquía social. Este hecho de racismo ejemplifica un racismo biológico. 

Por otro lado, hay expresiones racistas más complejas que a una la dejan desconcertada, pero que cobran sentido cuando se introduce la noción de jerarquías culturales. Cientos de veces, quizás miles, escuché cómo mis compañeros y compañeras se rebotaban la palabra “cholo” y “tara”, por todo y por nada. Incluso podías ver a mis compañeras blancas diciéndole “no seas chola” a otra mujer blanca. Veías a alguien con la piel morena diciéndole “qué cholo que eres” a un hombre blanco, aunque con menos frecuencia, claro, y con mayor inseguridad en el tono de voz. Hay quienes creen que decir “qué cholo o qué tara” no es racista, sino mero desprecio a la cultura chola, y por lo tanto discriminación cultural o étnica, pero no racista. Pero sí lo es, solo que se necesita insertar el segundo componente del racismo cultural, es decir, la noción de jerarquías entre culturas. Según la vieja teoría biológica de las razas, la cultura es una mera emanación de la raza biológica (Mills, 1998). De ahí que se creía que las razas no-blancas tenían limitaciones genéticas para producir patrones culturales modernos, y por lo tanto adoptar comportamientos civilizados. Es de esta manera que la jerarquía entre razas biológicas ha estado inextricablemente ligada a jerarquías culturales. Por ello, el racismo boliviano siempre ha incluido fuertes tensiones entre raza y cultura.  La cultura que emana de los indios es percibida como inferior: su idioma, su forma de vestir, sus formas de vida, sus gustos culinarios, su arte y sus valores estéticos. Para el racismo cultural no importan las enormes diferencias que puedan existir entre las culturas aimara, quechua o guaraní, pues lo indio es homogéneo; lo cholo y lo tara es único e igualmente inferior. Por ello cuando una persona tiene mal gusto, huele mal o no sabe vestirse apropiadamente, se le percibe como chola, palabra que en este contexto funciona como sinónimo de india. La cultura india se asocia a lo ordinario y a los instintos más “salvajes” del ser humano. De esta manera se entiende por qué entre mis compañeros se decían “saca tu indio” para motivarse unos a los otros antes de irse a golpear después de clases. Además, esta explicación de inferioridad racial-cultural resulta adecuada para desenmascarar el racismo de cuando mis conocidos se desfloraban y pedían disculpas diciendo: “perdón, se me salió el indio”. O cuando entre conversaciones se escuchaba el susurro “no tengas boca de chola, oye” o “pareces imilla”, cuando alguien seguía pautas de comportamiento asociadas a la rebeldía india. Por lo tanto, no se puede concluir que la generación millenial boliviana es menos racista que las anteriores generaciones, por lo que coincido con Piérola (2020).

Como sostuve antes, el racismo biológico y la noción de jerarquías culturales están íntimamente ligados, no pudiendo el primero existir sin el segundo. Por ello, el racismo cultural siempre apela al aspecto físico, al color del cuerpo, a su tipo de cabello y a otros fenotipos. Aquí lo que se conoce como “colorismo” juega un papel imprescindible. El colorismo se refiere a las distintas tonalidades de piel que sugieren a qué grado uno tiene ancestros indios o europeos ante el juez del racismo. Por ejemplo, en el colegio tenía un compañero cuya piel es de tonalidad café-oscura. Era y es un tipo con mucho dinero, hablante nativo del castellano. Detrás de sus espaldas se rumoreaba que era un cholo con plata. Pero si se le quitara lo cholo y se le mantendría la plata, obviamente mi compañero se hubiera convertido en un jailón completo ante los ojos de la supremacía blanca (ver también Machaca, 2019). Y yo, que tuve la mala suerte de crecer en un entorno racista hasta los dientes, también escuche el término “blanquiñoso”, es decir, una persona que se “cree mucho”, pero cuyos rasgos físicos delatan la presencia de genes indios en el cuerpo. Obviamente, la ausencia de estos rasgos proyectaría a esta persona como alguien simplemente arrogante. Este tipo de prejuicio racial es individual, pero es configurado bajo concepciones colectivas raciales. 

Por último, el acento y el idioma son otro eje central del racismo cultural. Si alguien habla el castellano con un acento aimara o quechua, esto es tomado como evidencia de ascendencia india, pese a que alguien pueda tener la piel relativamente clara, incluso blanca. El racismo en Bolivia es tan perversamente matizado que en estos casos se puede llegar a oír  “es medio cholo” o “es medio chota”. Entonces, la forma de hablar y el acento se toman como pruebas de ascendencia racial. Hace unos meses miles de personas se divirtieron con la frase “por qué cuerren”, en vez de la pronunciación adecuada en castellano “por qué corren”. A partir de aquello surgió un debate sobre si esto era o no racista, pero un debate llevado a cabo sobre la base de la ignorancia epistemológica de cómo se configura el racismo en Bolivia. Se solía objetar “la gente también se hace la burla de los jailones cuando pronuncian “quién se wrinde” en vez de “quién de rinde”, por lo tanto, esta burla no es racista. En consecuencia, decir que los y las alteñas son salvajes tampoco es racista. Este argumento, sin embargo, es cuestionable porque ignora las relaciones de poder que han existido entre el grupo racial que históricamente ha ocupado la cima de la jerarquía social y el que ha sido subordinado. Prueba de estas estructuras de poder raciales persisten es el hecho de que en Bolivia las personas que se autoidentifican como blancas o mestizas (pero en ningún sentido indígenas o indios) están sobrerrepresentadas entre las clases medias y altas (Molina, 2019), contando además con una mejor educación (Loayza, 2018). 

Concluyo que a través este marco conceptual es perfectamente entendible por qué hay quienes me racializan como blanca en Bolivia. Pues mi acento no es relativo al aimara ni al quechua. Mi apellido no denota ascendencia india directa; ergo, no lo soy. Para otras personas (me incluyo en este grupo) soy morena, es decir, una mujer de piel café. Pero debido al colorismo, la tonalidad de mi piel tampoco constituye evidencia suficiente para que se deduzca que en mi cuerpo hay una preponderancia genética india, o ascendencia india inmediata. Sin embargo, que en Bolivia no sea racializada como india, no impide que enfrente discriminación racista de forma esporádica, como me sucedió en aquella discoteca cruceña. Esto se debe a que las razas son una construcción social, y por ello objeto de tantas contradicciones. Mi conclusión es que el racismo que prepondera en Bolivia es una mezcla entre el viejo racismo biológico y la discriminación de la cultura india, siendo el resultado un profundo y sistemático racismo cultural, donde el apellido, el colorismo y el acento/idioma importan. Raza y cultura se interrelacionan mutuamente, y son inseparables. En la segunda parte de este artículo expandiré la noción del mestizaje, la intersecciones entre raza y género y responderé a críticas.

v.b.torrico@gmail.com

REFERENCIAS

 Eze, E. C. (1997). Race and the Enlightenment: A Reader. Wiley.

Loayza, R. (2018). Los rostros, los lastres y la razón del racismo habitual. Tensiones raciales en la interacción pública rutinaria en La Paz. In Las caras y taras del racismo. https://www.researchgate.net/publication/328676122_Los_rostros_los_lastres_y_la_razon_del_racismo_habitual_Tensiones_raciales_en_la_

interaccion_publica_rutinaria_en_La_Paz

Lorde, A. (1981). “The Uses of Anger: Women Responding to Racism.” https://www.blackpast.org/african-american-history/speeches-african-american-history/1981-audre-lorde-uses-anger-women-responding-racism/

Machaca, W. (2019). “Generación Evo”: ¿Renovación q’ara en el gobierno indígena? https://jichha.blogspot.com/2019/08/generacion-evo-renovacion-qara-en-el.html?fbclid=IwAR0o-qgZ0UXbgEYah_p6A_Sfv-QoQqTKxbkRkamTleUMp9R67VKe4vtl6SM

Mills, C. W. (1998). Blackness Visible: Essays on Philosophy and Race. Cornell University Press; JSTOR. https://www.jstor.org/stable/10.7591/j.ctt1tm7j79

Molina, F. (2019). Modos del privilegio: Alta burguesía y alta gerencia en la Bolivia contemporánea. https://www.cis.gob.bo/publicacion/modos-del-privilegio-alta-burguesia-alta-gerencia-la-bolivia-contemporanea/

Piérola, C. (2020). Racismo jaila-millenial hecho en Bolivia. https://cronistaslatinoamericanos.com/racismo-jaila-millennial-hecho-en-bolivia/

UNESCO. (1950). The Race Question. http://www.honestthinking.org/en/unesco/UNESCO.1950.Statement_on_Race.htm
 


 El victimismo fascista

x Proyecto Una

La Fogata

Patriarcado pop. Sobre la construcción del hombre blanco heterosexual como sujeto/víctima

Fragmento del libro Leia, Rihanna & Trump: De cómo el feminismo ha transformado la cultura pop y de cómo el machismo reacciona con terror. (Editorial Descontrol, 2019)

En septiembre de 2016, durante una campaña de recaudación de fondos para causas solidarias con el colectivo LGTB+ en Nueva York, Hillary Clinton emitió un discurso en el que consideraba que la mitad de los posibles apoyos que tenía Donald Trump podían ser tirados a un basket of deplorables (cesta de desgraciados), al ser todos ellos unos racistas, sexistas y xenófobos insalvables. En pocas semanas, camisetas, carteles, memes y hashtags con la expresión inundaban los medios y las manifestaciones, con un gran número de personas que se identificaban a sí mismas, orgullosamente, como los deplorables. Un año más tarde, cuando la candidata demócrata publicó sus memorias sobre lo acontecido en la campaña presidencial, reconoció públicamente que aquello fue uno de los motivos que provocó que perdiera las elecciones.

Más allá de la condescendencia que supuran las palabras de Clinton, reconocer que aquello fue lo que dio la victoria a los conservadores es, en realidad, reconocer su superioridad estratégica y aceptar que su moralidad es aceptable. ¿Por qué? Porque, más allá de que insultar a su rival fuera o no un error, lo cierto es que los conservadores hubieran actuado del mismo modo, porque la victimización era parte intrínseca de su estrategia. Y así lo ha sido siempre cuando se trata del fascismo. 

Cuando nació en el periodo de entreguerras, los grandes líderes de esta representación política buscaban su apoyo precisamente en los grandes perdedores de su época: obreros cuyas vidas se pauperizaban por los enormes costes que suponían las reparaciones de la Gran Guerra y el Crack del 29. Mussolini se presentaba a sí mismo como aquel que haría justicia por las exigencias coloniales frustradas para Italia al no haber sido atendidas tras los acuerdos internacionales que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial. Hitler hablaba de un modo que sus palabras, haciendo un paralelismo, venían a decir principalmente “make Germany great again”. Se dirigían al descontento popular de unos países en los que los problemas socioeconómicos y la creciente organización de la resistencia comunista estaban poniendo en entredicho la infalibilidad del progreso y la ciencia, abanderados por el capitalismo y el imperialismo. Las grandes empresas se vieron obligadas a apoyar a los partidos fascistas ante la amenaza roja que ponía en peligro su estatus. Ya sabemos qué fue lo que pasó. 

El fascismo y la emocionalidad triunfan porque no exige intelectualidad ni crítica, están al alcance de cualquiera al apelar a la nostalgia

El fascismo juega con su máximo atractivo, la emocionalidad, para promover agendas que, en realidad, poco tienen que ver con la mejora de la vida de gran parte de la gente a la que se dirigen. Pero triunfan porque no exigen intelectualidad ni crítica, están al alcance de cualquiera al apelar a la nostalgia y a un vago sentimiento de injusticia que cualquiera que haya vivido en una sociedad de clases alguna vez ha sentido. En su momento, identificaron a la clase trabajadora como depositaria de ese mensaje, se apropiaron de símbolos, entidades y parafernalia obrera (el rojo y el negro por parte de la falange, los sindicatos verticales, etc.). Además, le dieron un nuevo significado a su enemigo, de los líderes capitalistas que se apropiaban de la plusvalía o las viejas estructuras de poder que se encargaban de que sus vidas estuvieran condenadas a la miseria, a los judíos o la conspiración masónica. El fascismo de hoy en día, en una sociedad que se niega a sí misma como “de clases”, no puede buscar en “los obreros” la esencia de su discurso. Si no se puede aceptar la desigualdad económica por nacimiento y se hace gala de que vivimos en un mundo libre, es necesario que los nuevos conservadores busquen nuevas maneras de dirigirse a sus simpatizantes si quieren ganar adeptos.

En este caso, se trata de un mundo libre en el que el esfuerzo y la competencia son los encargados de tu triunfo y el ser pobre se limita a una opción elegida por los vagos. Y lo encuentran en la identidad del hombre blanco heterosexual, la cual, desde un punto de vista está, efectivamente, bajo ataque. Sin embargo, no del mismo modo en el que lo está la clase obrera, ni mucho menos por las mismas fuerzas. Cuando el feminismo habla de una metafórica “destrucción del hombre”, lo hace en términos de liberación de los clichés de comportamiento a los que se les somete. En ningún caso se habla de un ataque personal a quienes entran dentro de esta categoría. El ataque al que se somete a ese hombre no es personal, sino sistémico, ya que en realidad se trata del patriarcado y de sus consecuencias: cultura de violación, masculinidad tóxica, homofobia, etc.

Pero, no obstante, quienes no han tenido tiempo, interés o posibilidad de entender el análisis sobre las desigualdades de género y las cadenas que la educación patriarcal nos impone, sienten las críticas hacia esa identidad como críticas a sí mismos. Se sienten atacados cuando un análisis feminista de la cultura, la economía o las conductas señalan la masculinidad como origen de gran parte de las desigualdades y las violencias que se perpetúan. Nunca antes en la historia se popularizó tanto una crítica integral como la que hace el feminismo, por lo que esta novedad, como casi todo lo nuevo, provoca recelos en quienes no comprenden sus motivos. Se producen metonimias, se confunde el continente con el contenido, y cuando las feministas señalan que Han Solo actúa como un macho tóxico, los hombres que se identifican con una masculinidad aparentemente deseable como la suya, consideran que lo que las feministas quieren no es interpretar los orígenes y significados de nuestra socialización, si no destruir nuestros ídolos de la infancia y hacer desaparecer todo aquello en lo que los hombres se reflejan.

Para los conservadores, azuzar este falso sentimiento de verse amenazados resulta tremendamente útil. Principalmente, porque quienes sí que están bajo la amenaza que supone una política feminista son precisamente los líderes de esos partidos y, en general, todo aquel que ostente un poder basado en la desigualdad de cualquier tipo. Pero además, jugar al “que viene el monstruo del hembrismo a por ti” da jugosísimos resultados electorales. 

Hacer pasar al feminismo como una contrapartida del “machismo”, considerado abiertamente como algo malo, en general, en la cabeza de casi todos los ciudadanos occidentales, sirve para construir esta identidad de hombre bajo amenaza y sospecha, que a la postre sirve para construir programas políticos encabezados con la derogación de la Ley Contra la Violencia de Género –por discriminar al hombre frente a la ley, mientras se esconden los intereses reales de esos partidos, los cuales suelen distar bastante de cualquier beneficio real para muchos de sus votantes. Lo que buscan es enfatizar las injusticias y las diferencias económicas y simbólicas y mantener las mismas estructuras de poder. 

Victimizarse puede llegar a ser una forma poderosa de construir una comunidad. Quejarse constantemente de la desgracia puede ser en sí mismo una identidad

Sin embargo, victimizarse puede llegar a ser una forma poderosa de construir una comunidad. Quejarse constantemente de la desgracia de uno mismo puede ser en sí mismo una identidad. Y no es que los hombres blancos heterosexuales, en su mayoría, no tengan motivos para hacerlo. Es más bien que las causas y causantes de esas quejas son reinterpretadas por el fascismo para dirigirlas a sus potenciales enemigos políticos. Para cultivar esa identidad de hombre como víctima se han venido usando “cifras objetivas” como la menor esperanza de vida en hombres que en mujeres, la superior tasa de suicidios, mendicidad y muertes laborales, o la violencia sufrida (aunque el hecho de que esa violencia sea ejercida en el 95% de los casos por otros hombres no se recalque nunca). Lo irónico es que la mayoría de estas quejas, que sí están fundamentadas con datos y son, en la mayoría de los casos, reales, no buscan el origen de las mismas.

Y es que, a poco que se analice, podemos darnos cuenta que derivan de forma muy evidente en comportamientos típicos de la masculinidad tóxica: “Los hombres son más violentos”, “los hombres son más aptos para los trabajos duros”, “los hombres no lloran ni piden ayuda”, etc. Construir un mundo de supremacía sobre el cuerpo de las mujeres, jerarquizado y dirigido al conflicto violento. Construirlo como forma de acceder al poder, para después victimizarse por sus traumáticos daños colaterales en la vida del género dominante, es un poco como meter palos en las ruedas de tu propia bicicleta. Si los neomachistas entendieran que el feminismo hace mucho que ha analizado estas cuestiones y se preocupa por ellas, podrían encontrar la llave para escapar de su jaula. Se aferran a un sentimiento de desamparo frente a las instituciones, que podría ser compartido por prácticamente cualquiera que no tenga más que su cuerpo y su mente para ganarse la vida. Pero quienes quieren disfrutar de los privilegios del patriarcado no están interesados en promover cambios de mentalidad que puedan poner en peligro su posición.

Por ello, utilizan medias verdades y falacias de todo tipo, aferrándose a la “desigualdad del hombre y la mujer ante la ley” (como si ella no hubiera existido para beneficio del hombre durante toda la historia). Hablan de custodias exclusivas para la mujer, de las ubicuas denuncias falsas, de la menor concesión de bajas por paternidad o de que existen más convictos hombres que mujeres. Todo esto se promueve para cultivar ese sentimiento de injusticia, ignorando historia, contexto y socialización, deformando el foco de análisis en situaciones específicas a gusto del consumidor de esa identidad. No importa que no se pueda demostrar ni la veracidad ni el origen de estas cantinelas, importa que apelen al resentimiento de aquellos que vivían en una sociedad en la que se les prometía todo desde pequeños y ahora ven que Santa Claus no existe. Resulta mucho más seductor focalizarlo en las mujeres, aquellas que histórica y económicamente tienen menos capacidad de crear discurso. Las atacan como causantes últimas de la frustración a la que se ven sometidos estos hombres.

Funciona porque no se enfrenta con los verdaderos causantes de la desigualdad, que tienen más armas para defenderse, y porque no precisa de ningún análisis sesudo, sino únicamente exige la repetición de monsergas más o menos consabidas, disfrazadas previamente bajo una pintura de “incorrección política” o de “lo que nadie quiere oír o se atreve a decir”. Apelar a los hombres como “perdedores” , “segundones” o “fracasados” se hace inculpando a la “ideología de género que tiene comprados a medios y políticos” y a que “el feminismo está de moda y da dinero”. Este es el motivo por el cual las mujeres se adhieren a organizaciones de este tipo para recibir cuantiosos beneficios a costa de exprimir el trabajo de los hombres. Es un discurso mascado y escupido para agitar a los contrariados con el sistema que carecen de tiempo o ganas para pararse a analizarlo.

El nuevo fascismo acusa a la izquierda de ‘coleccionar opresiones’, abanderando su superioridad moral. Pero su estrategia de victimizar a los hombres no dista mucho de ella

Por ello, los fascistas pueden permitirse caer en mentiras, desacreditaciones y contradicciones. ¿Os suena la paradoja de El emigrante de Schrödinger? Aquel que viene en invasión para aprovecharse de un sistema de prestaciones que le permite hacer el vago (y que los ciudadanos no gozan de él porque lleva desmoronándose con recortes desde hace décadas), pero que a la vez te roba el trabajo (aunque muy rara vez emigrantes y habitantes del país de acogida compartan trabajo). El nuevo fascismo acusa a la izquierda de “coleccionar opresiones” y hacer gala de ellas, abanderando su superioridad moral.

Pero en realidad, su estrategia de victimizar a los hombres no dista mucho de ella. Jugando en sus mismos términos, los conservadores consiguen así desactivar el análisis de la izquierda en términos simbólicos y, a ojos de la mayoría, ponerse a su mismo nivel. Por ello, utilizar la moral para justificar la lucha contra la desigualdad puede llegar a ser contraproducente. En un mundo en el que el 99% de la población está sometida a los intereses del 1%, enfrentar a las mayorías, haciendo que carezcan de un análisis de clase, género y raza que implique a todas en la necesidad de cambiar y mejorar el mundo, es apostar a caballo ganador. Nuevamente, la alianza entre patriarcado y capitalismo, la excusa de que somos gente libre compitiendo en el libre mercado.

Por ello, no podemos renunciar a explicar todo sistema de opresión, sea simbólico y económico, porque centrarnos en que hay gente que lo pasa mal por culpa de otros está siendo ahora mismo aprovechado por aquellos que sí que tienen conciencia de clase, aterrorizados de que sus privilegios se hayan puesto en entredicho gracias a los avances sociales que ha causado el feminismo.

CTXT

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