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La Fogata, Marzo 2001 - Marzo 2011, 10 años....

y vamos por mas....

"NUESTROS SUEÑOS, NO CABEN EN SUS URNAS"

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La última batalla de Agustín Tosco   

Por Vicente Zito Lema
La Fogata  

Para unos era de la estirpe de Icaro, o de Prometeo. A otros les parecía la versión laica de Juan el Bautista y, al igual que éste, halló la muerte bajo el reinado de una oscura bailarina. Esto aconteció el 4 de noviembre de 1975, hacen ya veinticinco años cuando, estando en la clandestinidad, fue víctima de una dolencia que en circunstancias normales hubiera sido fácil de tratar. Entonces la persecución, las calumnias, los intentos de asesinato cedieron paso a algo peor: el olvido.

 

Hoy, cuando la tierra de promisión parece más lejana que nunca y el pueblo argentino busca a los tumbos su perdido camino en el desierto, resultan necesarias las voces de aquellos que, como Agustín Tosco, nunca callaron. El Gringo, como lo llamaban sus compañeros, había nacido en el sur de Córdoba, Coronel Moldes, el 22 de mayo de 1930.  

 

El mismo y con palabra clara contará su historia inicial: "Mis padres eran campesinos y yo trabajé junto a ellos desde chico una parcela de tierra. Después de cursar el colegio primario me trasladé a la ciudad e ingresé como interno en una escuela de artes y oficios. Allí se discutía mucho y el diálogo permanente me incitaba a profundizar la lectura. Siempre me gustó leer... En mi propia casa con piso de tierra y sin luz eléctrica me había construido una pequeña biblioteca precaria pero accesible. Corría la liebre.  

 

Tan sólo al cumplir la mayoría de edad conseguí incorporarme a Luz y Fuerza como ayudante electricista. Por aquella época ya había adquirido conciencia de los conflictos sociales y había decidido también tomar partido de mi clase. A los 19 años había sido elegido subdelegado y a los 20 ascendí a delegado".

 

De ahí en más no habrá peligros, horarios ni claudicaciones. Vestido siempre con su mameluco azul de trabajo escribirá las mejores páginas de la lucha sindical en la Argentina, haciendo de la honestidad un culto, de la ética una guía para la acción y de la humildad su modo natural de vida.

 

Símbolo del Cordobazo una de las mayores gestas populares del siglo, prisionero de las dictaduras, ejemplo aun en el cansancio, en la desorientación o en la peor desventura, colocando al servicio de los demás un enorme coraje personal y esa férrea voluntad con que se transforma la realidad. Veía el socialismo como un camino para la construcción del hombre nuevo y la nueva sociedad. Como pocos luchó para que así fuera.

 

Tuvo la pasión de los convencidos, la fraternidad de los justos y alcanzó, sin dejar de ser nunca un trabajador, el más alto grado de conciencia crítica que en su tiempo se pudo lograr. Mirándonos en él, nadie se animará a pensar que la clase obrera argentina come vidrio.

 

La conversación había entrado en lo personal y dio pie a la última pregunta, pertinente para aquellos tiempos donde los destinos trágicos se habían convertido en una cotidianeidad: ¿cómo quisiera morir y cómo no quisiera?

 

Contestó casi sin respirar, pareció que las palabras las tenía siempre en la punta de la lengua: "El marxismo dice que la muerte es necesaria. Yo no me planteo cómo tendré que morir, creo que mi fin será consecuente con mi lucha, no sé en qué circunstancia. Lo importante es morir con los ideales de uno. Ahora, no me gustaría morir habiendo traicionado a mi clase".

 

Nos despedimos en el viejo bar de la calle Córdoba sin decir más, bastaba el apretón de manos. Me dejó una vez más la impresión de que nunca moriría. Y mientras caminaba hacia mi casa, yo por entonces vivía en el Bajo, recordé lo que me había contado un compañero. De todas las historias sobre Tosco era la más hermosa y acaso la que lo retrataba de cuerpo entero, justificando con creces esa sensación de respeto que sentía por él, y que nunca había sentido, así tan profunda, por nadie.

 

El compañero había contado: "Yo estaba preso en Trelew, cuando los fusilamientos del 22 de agosto... fue algo terrible, de no creer... habían matado a los dieciséis a sangre fría... en la cárcel empezamos a golpear las puertas, estrellábamos los jarros contra las rejas, gritábamos, puteábamos... Al fin me encontré tirado sobre la cama, sin saber qué hacer... Cada vez era más profundo el silencio en los calabozos... Nos fue ganando la tristeza más grande del mundo y, de pronto, de a poquito, alguien por la ventana comenzó: Compañeros... compañeros... compañeros... los quiero escuchar... compañeros no se caigan, porque si ustedes se caen ellos están muertos, pero está en ustedes que los hagan vivir... Y esa tonadita cordobesa fue la del Gringo Tosco, que estuvo más de veinte minutos arengándonos y diciéndonos que salgamos y ahí salimos todos de nuestro encierro y yo creo que fue por primera vez que se empezó a mencionar cada uno de los nombres de los caídos y todo el grupo gritaba bien fuerte ¡Presente! ... El Gringo me enseñó algo muy grande, que la voz de los sin voz surge naturalmente... El, que no quiso fugarse, aunque se lo ofrecieron, porque sentía que un dirigente obrero tiene que vivir en la luz, se hizo cargo del dolor de todos y nos marcó el camino."

 

Tras el esperanzado y corto paso por la Casa Rosada de Héctor Cámpora -rápidos y embriagadores serían esos meses; "un alazán en las pampas", habría dicho Marechal y ocurrido el fallecimiento del general Perón -para muchos el duelo por el padre; para otros, la sonrisa casi en rictus de un antiguo odio reverdecido, y todos bajo un cielo color de cuervo, con tormentas y presagios, se suceden gobiernos que bajo el manto protector de la herencia peronista cumplen a fondo su misión, ya sin contradicciones: frenar el ascenso popular, entretenerlo y desviarlo, llevándolo a una encrucijada sin salida.

 

La confusión, el desaliento y hasta el miedo cundirán en sectores que hasta ayer mismo habían soñado tocar el cielo con las manos.

 

Algunos por cansancio, otros acosados y de espaldas contra la pared comienzan a imaginar el exilio.

 

Susana, ¿Tosco pensó en irse del país al menos por un tiempo?

 

La compañera de Tosco me mira, luego baja los ojos hacia el mate y habla, serena, sin rencores, pero la voz denota que la herida aún quema.

 

Pudo haberlo hecho, prefirió sin embargo esperar aquí... y aquí lo alcanzaron la enfermedad y la muerte dice y vacía muy rápido el mate.

 

Será un tiempo difícil, también confuso. Unos resisten y hasta redoblan la apuesta del combate; otros muchos comienzan a practicar el silencio. Los rumores de un golpe militar se escucharán cada vez más fuertes. Si bien se vivía bajo un régimen cerrado y represivo, con la Triple A paseando la muerte a su antojo, la proximidad de las elecciones permitía abrigar alguna esperanza.

 

Agustín Tosco decide librar la que sería su última batalla: frenar el asalto al gobierno por los sectores más reaccionarios de las Fuerzas Armadas, día a día más hegemónicos y abiertamente agresivos.

 

En condiciones de extremo peligro se traslada a Buenos Aires. Allí se entrevista en secreto con dirigentes de distintas procedencias, Raúl Alfonsín y Oscar Alende entre otros. Su intención es formar un frente patriótico y democrático, lo suficientemente amplio como para incluir a las organizaciones armadas, con el fin de aislar a los sectores golpistas. Es entonces que siente los primeros síntomas de su enfermedad: terribles dolores de cabeza que no calman las fuerte dosis de aspirinas ni las ampollas bebibles de analgésicos, a los que se agregan las pérdidas del equilibrio y por último los desvanecimientos.

 

El frente no se puede concretar: las diferencias son insalvables. El campo popular tendrá que sufrir la embestida de sus verdugos debilitado por sus gruesas divisiones. Acaso por primera vez abatido, Tosco regresa a Córdoba. Como una metáfora del país, su organismo se deteriora rápidamente.

 

"Lo hicimos ver por médicos amigos. Pero hacía falta internarlo y hacerle estudios. No podíamos por su clandestinidad. No conseguíamos dónde. Cuando al final encontramos un lugar, ya era tarde; las cosas habían pasado a un punto sin retorno. El Gringo fue una víctima más de la represión." Me lo dirá Arnaldo Murúa, uno de sus abogados defensores, mientras caminamos por las calles de Córdoba y recordamos caminatas y charlas similares junto a los canales de Amsterdam, cuando el exilio.

 

Más enfermo y aún más debilitado, Agustín Tosco que ahora oculta su apariencia tras un bigote, un peluquín y un "blanqueo" de esos dientes que lo delatan por sus caries es llevado de escondite en escondite.

 

La Triple A lo ha condenado a muerte y el propio jefe de policía de Córdoba lo tilda públicamente de "criminal terrorista". Come mal, pan y queso suele ser el menú diario y, a pesar de los esfuerzos, no hay manera de cuidarlo mejor.  

 

Sin embargo su leyenda va en alza (algunos dicen que vive en un tanque de agua, otros cuentan de sus amores con una monja que lo protege en un convento y hasta hay quien cuenta que lo vio tomando café en un bar frente al cuartel de policía); lo cierto es que el deterioro crece y crece. Le cuesta hablar. Sufre mucho. Siguen las angustiosas mudanzas de madrugada (sus compañeros más de una vez lo ayudan a guardar en una sábana o en diarios sus pocas ropas, sus papeles y su inseparable máquina de escribir).

 

Tosco manuscribe sus últimas cartas con dificultad. Una de ellas está dirigida a sus padres, fechada supuestamente en La Plata, con letra vacilante dice: "Desde hace tiempo no les escribo por la situación de clandestinidad que padezco. Pero la mala suerte me embromó bastante y desde hace un mes y medio estoy internado en un hospital de La Plata. La pasé muy mal, estuvieron a punto de operarme de la cabeza; pero paulatinamente pude ir recuperándome. Hoy, como ven, les puedo escribir a mano. Pienso que para fin de mes estaré bien y podré reintegrarme a mis actividades.

 

Son muchísimas las cosas para hacer y todo el que pueda debe aportar. Como es el Día de la Madre, le envió un obsequio a Mamá. (...) Pese a todas las dificultades seguiremos adelante. Esperamos que la suerte nos ayude. Cariños y besos a Lucy y Papá. Será hasta la próxima. (...). Ya en grave estado sus compañeros deciden trasladarlo secretamente a Buenos Aires. Han conseguido un lugar y lo internan con un nombre falso. Al fin es tratado por un equipo médico.

 

... La última vez que lo vi fue tres días antes de su muerte. No estuve en los últimos momentos porque mi presencia no era necesaria y había que moverse con mucha discreción dado lo peligroso del momento. En un principio pensamos que podía tratarse de un tumor, pero consultamos con neurocirujanos, se hicieron estudios y se descartó esa posibilidad. Se trataba de una encefalitis.

 

¿Cuáles fueron los síntomas?

 

Malestar general, fuertes dolores de cabeza y fiebre.

 

¿Mantenía el conocimiento?

 

Sí. Se trataba de una enfermedad que ataca al cerebro, como podría atacar otro órgano.

 

¿Tenía origen virósico?

 

No. Era una infección simple, por gérmenes; incluso hicimos un antibiograma para determinar el tipo de antibióticos necesarios. Yo participé en el diagnóstico en el aspecto neurológico, que es mi especialidad. El resto lo hicieron otros médicos que eran muy capaces y tenían mucha experiencia en infecciones.

 

¿Estaba desahuciado?

 

No. Se trataba de una enfermedad subaguda que en condiciones normales sería previsiblemente manejable. El problema es que él estaba muy deteriorado físicamente. Yo lo había conocido antes y pude ver la diferencia. Estaba muy demacrado y había perdido mucho peso.

 

¿Era por la enfermedad?

 

La enfermedad había hecho lo suyo. El estuvo internado con nosotros algunas

 

semanas. Calculo que cuando llegó estaba enfermo desde hacía aproximadamente un mes. Pero fundamentalmente pienso que era la situación que estaba atravesando la culpable de ese deterioro.

 

¿Piensa que fue mal atendido en Córdoba?

 

No. Pienso que la persecución de que era objeto y las privaciones que sufrió lo habían deteriorado mucho. El era un hombre muy fuerte, que llevaba una vida muy sana. Incluso con el tratamiento empezó a repuntar, mejoró notablemente. La última vez que lo vi ya caminaba y hablaba con fluidez. Ante esa evolución se consideró que había superado la zona de peligro. Se decidió suspender los antibióticos y allí fue que tuvo una recaída de la que ya no pudo salir.

 

¿Cuál fue el origen de la infección?

 

No se pudo determinar, al menos yo no recuerdo... pasaron algunos años. No sé si los que manejaron la parte clínica llegaron a saberlo.

 

¿Hay algún registro?

 

No. Por razones obvias no se levantó historia clínica.

 

El médico Juan Ascoaga nos despide con la misma seriedad con que nos recibió. Descubro o acaso imagino que sus ojos en el fondo brillan.

 

Agustín Tosco muere en Buenos Aires el 4 de noviembre de 1975. Corriendo otra vez toda clase de riesgos, un grupo de compañeros que se habían juramentado a defenderlo aun a costa de sus vidas, deciden trasladar su cuerpo para que pueda ser enterrado en su provincia natal.

 

En un viejo bar de Villa María uno de aquellos compañeros me da detalles de la historia: -Lo llevábamos en una ambulancia, sentado en el lugar del acompañante. Algunos podrán decir que fue una locura o que no tiene sentido político, puede ser, para nosotros era otra cosa, se trataba de una cuestión de honor.

 

Oficialmente Tosco muere en Córdoba, el 5 de noviembre de 1975.  

 

La noticia de su deceso circula de boca en boca con la velocidad de las malas nuevas. Los medios de comunicación guardan silencio o retacean la información todo lo posible. Sin embargo, el hecho es conocido, se declara un paro y numerosos trabajadores abandonan sus tareas para unirse a las exequias. Vuelvo a encontrarme con Susana Funes.

 

¿Tosco tuvo una última voluntad?

 

Sí, varias veces me había dicho: "Susana, si me pasa algo quiero que me velen en el sindicato".

 

¿Fue así?  

 

No, no pudo ser. El sindicato estaba en manos de los fascistas y no podíamos arriesgarnos a perder su cuerpo.

 

(Han pasado muchos años desde el día de la muerte. En la voz de la mujer ese día fue ayer.)  

 

Agustín Tosco es velado en la Asociación Redes Cordobesas. Se organiza una colecta popular para enfrentar los gastos del sepelio.

 

Durante la noche del 6 de noviembre, un desfile incesante de trabajadores se aproxima para darle su adiós. También se hacen presentes dirigentes políticos, como el ex presidente Arturo Illia, gente de los barrios, estudiantes, militantes sindicales y de las organizaciones guerrilleras.

 

Nadie quiere esquivar el cuerpo en la despedida al dirigente obrero perseguido. Nadie acepta quedarse con un dolor sin respuesta a solas.

 

El mal estado del tiempo no arredró a la gente que creció en su número, que se mantuvo firme. Antes tuvieron que vencer el estupor: sí, el Gringo había muerto.

 

Una docena de oradores se suceden ante sus restos. Pálidos, consternados, fumando a más no poder.

 

Cuando alrededor de los cinco de la tarde mengua por instantes la lluvia, sus compañeros deciden iniciar la marcha hacia el cementerio de San Jerónimo.

 

Unas seis mil personas participan en los primeros tramos del cortejo fúnebre que avanza por las calles Roma y Sarmiento; se suman a la columna varios centenares más. Son muchos los que observan desde las veredas, son también muchos los que bajan la cabeza. Desde los balcones de los edificios caen flores. Al llegar al puente Sarmiento la multitud supera las diez mil personas. Hay banderas argentinas y también algunas rojas. Flamean juntas, sobre el silencio.

 

En tanto, el dispositivo represivo se hace cada vez más evidente. Allí están los inconfundibles matones armados sobre los techos del Automóvil Club Argentino. Tampoco faltan los patrulleros, la policía montada, las cuadrillas con perros, ni los autos verdes con policías de civil que ostentan sus itakas. Se ven hasta helicópteros sobrevolando el cortejo en clara actitud de intimidar.

 

Pero la marcha continúa y se sigue sumando gente. Siguen cayendo claveles rojos y de pronto la lluvia. La columna ya ocupa todo el ancho de la avenida y tiene varias cuadras de largo. Son más de veinte mil los que están presentes, a pesar de las amenazas y la lluvia, cada vez más intensa, de primavera.

 

Se escuchan consignas: "Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia Sindical" es acaso la cantada con más rabia.

 

La policía y los matones del gobierno aumentan su provocación. Los testigos recuerdan risas, burlas, gestos obscenos y las armas que ahora no sólo se llevan sino también se ostentan con ruido, con movimientos gruesos.

 

El cortejo dobla por la calle Zanni para cubrir las últimas cuadras que conducen al cementerio. En la plaza que está a su frente, aguardan otros tres mil militantes.

 

Quienes estuvieron presentes cuentan que, pese a la multitud, en el lugar el silencio era abrumador. "Las palabras ya no valían nada", dice ahora, con voz entrecortada un viejo luchador sindical. La idea es trasladar el féretro hacia el panteón de la Unión Eléctrica. Frente a sus restos los oradores se aprestan a concluir el acto. Después de la dignidad del silencio, la dignidad de la palabra para despedir a un hombre digno. Habla en primer término una maestra, después un estudiante, con la misma claridad, con igual emoción. Más de uno llora sin darse cuenta, tal vez crea que es la lluvia que no cesa. Finalmente es el turno del secretario de la Unión Obrera Gráfica de Córdoba. En ese momento la policía y los matones inician el ataque. Golpes, culatazos, ráfagas de ametralladoras. Es el desbande. Muchos corren. Otros buscan seguridad tirándose cuerpo a tierra. Se ven mujeres con criaturas refugiándose detrás de las bóvedas. Hay heridos. Hay impotencia en la gente desarmada. Se impide trabajar a periodistas y fotógrafos. Se practican decenas de detenciones. En medio del desconcierto, una pareja busca con desesperación al hijo que se soltó de su mano. Es cuando un obrero de Luz y Fuerza, desafiante, grita: "Todos somos Tosco". "El Gringo vive." Habrá un silencio. Y luego, como un eco, como una tromba marina, el grito de todos: "El Gringo vive". Hay momentos que marcan la realidad, la convierten en símbolo y en historia. Este será uno de ellos.

 

¿Por qué durante tantos años en la lápida no se puso una placa con su nombre y apellido?

 

Pienso que fue una medida tomada por sus amigos para proteger sus restos, más de uno se la tenía jurada y esos tipos son capaces de cualquier barbaridad responde el cuidador del panteón que guarda los restos de Agustín Tosco.  

 

Es bueno recordar que cuando nos íbamos, habríamos dado unos cincuenta pasos, aquel hombre moreno y bajo, de pelo bravío, se acercó corriendo y agitado dijo: "Tengo un trabajo de mierda, de estar todo el día con la muerte mi vida se volvió una mierda... Pero yo tuve mi mejor momento y no lo olvido".

 

Prende un cigarrillo, y dice, y se desahoga. "Había una huelga general, los muchachos del cementerio también fuimos. Nos dispersaron a palos, la policía nos daba duro, de pronto me vi cerca de Tosco, era un gigante, me puse detrás y sin que él lo supiera le cuidé la espalda. Era un tipo hermoso, el Gringo.  

 

En esa media hora de palos y palos me olvidé de la muerte y yo, que soy un cagón, no tuve miedo. Esta historia es lo mejor que tengo. ¿Qué cosa, no?".

 

Se volvió corriendo a su trabajo, pero de pronto se paró y casi a los gritos dijo: "Me llamo Justo, y a mi hijo le puse Agustín...".

 

No era el mejor lugar, pero lo vi reír.

 

Y después en un solo movimiento que fue lento en el inicio y decidido al final levantó su puño cerrado hacia el cielo.   


Y pensar que todo iba tan bien

Ricardo Candia Cares
Punto Final/La Fogata

Uno de los efectos que ha traído consigo el seductor movimiento de los estudiantes, es el malestar que ha creado en un sistema de convivencia que hasta hace muy poco permitía la solución de las controversias en un ambiente grato y cálido. Durante veinte años, la Concertación pudo gobernar con la derecha en la oposición sin que la sangre llegara al río. Era evidente que, tratándose de personas que comparten en lo que importa los mismos principios y mantienen intereses en negocios comunes, las diferencias irreconciliables quedaran relegadas al color de las corbatas, en el caso de los varones, o al largo de las faldas, en el caso de las mujeres.
Los últimos cuatro presidentes fueron aplaudidos con verdadero cariño por los empresarios, los militares, el BID, el FMI y por los presidentes de Estados Unidos. Si se revisa, entre lo que hacía y decía la Concertación en el gobierno no hay grandes diferencias con lo que se hace y se dice ahora, en lo que respecta a poder, sus implicancias y aplicaciones. Ni siquiera en la mano dura de la represión. De haber habido movilizaciones como las que se han visto desde hace cinco meses, en los tiempos en que el actual diputado Felipe Harboe era el subsecretario del Interior la cosa no habría sido muy distinta. Recordemos que bajo su férrea mano los carabineros mataron a tres mapuches y no pocas veces negaron el derecho de la gente a pasar por la Alameda. Hasta era posible descubrir agentes infiltrados en las escasas manifestaciones de los trabajadores.
Con orgullo, los sostenedores del sistema contaban a quienes quisieran escuchar que el éxito de la experiencia chilena se debía al civilizado acuerdo entre los actores que compartían el poder, lo que permitía una convivencia a salvo de los vaivenes propios de las democracias inmaduras. Una vez logrado ese nivel de comprensión mutua, daba lo mismo que circularan en los pasillos del poder mafiosos reos de estafas, cómplices y encubridores de muchos de los crímenes de la dictadura, cuando no autores de saqueos, operaciones encubiertas y malversaciones varias.
Lo que realmente importaba era que nunca había habido dos decenios más fructíferos.
Por esas razones era esperable que el movimiento estudiantil terminara en plazos aceptables y mediante los mecanismos que el sistema ha venido probando como efectivos. Así fue en el año 2006, cuando oposición y gobierno de entonces se concertaron para desmovilizar a los estudiantes y en una operación magistral y terminaran unos y otros levantando sus brazos en señal de felicidad. Por cierto, sin los estudiantes.
De ahí que para la derecha resulte incomprensible que en la Concertación desoigan lo que dicta la experiencia y, aunque sea para ganar votos, se pongan del lado de las movilizaciones y protestas. Más bien eran esperables conductas que apuntaran al amansamiento de las pasiones, considerando lo mucho que unos y otros se beneficiaron con el statu quo.
Senadores y diputados convivían de la manera más civilizada y coincidían en las leyes que eran necesarias para fortalecer el sistema. Nada de lo hecho en los últimos años fue hecho sin la participación activa y entusiasta de la Concertación y la derecha, y en esa fraternidad ganaban todos. Como lo demuestra la inédita migración de muchos “compañeros” al mundo de las grandes empresas, y los balances de éstas.
Nada hacía presagiar que la cosa sería distinta. Consecuentes con el juego democrático, después de veinte años de comprensible agotamiento, le correspondía a la derecha volver a La Moneda, esta vez mediante el original método de las elecciones. Daba la impresión que ahora se devolverían los favores recibidos en la gestión del último quinto de siglo y que nada tensaría el bucólico paisaje en el que convivían unos y otros. Pero no, algunos políticos de la Concertación, olvidándose del debido fair play, se han puesto de lado de los estudiantes, aunque no más sea por las apariencias y las elecciones que tarde o temprano medirán el impacto de lo que ha sucedido en los últimos cinco meses.
Esto explica la reacción de la derecha contra el senador Girardi por no haber llamado a las Fuerzas Especiales para desalojar las acolchadas oficinas del Senado. En el gobierno no pueden entender la irresponsabilidad del senador al haber logrado sacar a los revoltosos mediante un acuerdo que no requirió de la represión. Y en gran parte de la Concertación tampoco aceptan ese mal ejemplo.
La derecha tiene buena memoria y el órgano del odio intacto, y tarde o temprano le va a pasar la cuenta a la Concertación, o a lo que quede de ella, por esa falta a la lealtad debida entre bueyes sin cuernos. A menos, claro está, que haya genuinos actos de contrición que logren la indulgencia de quienes se han visto, con toda razón, tratados de una manera que no es propia entre socios con tal largo historial de trabajo mancomunado.

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 745, 28 de octubre, 2011

 


La dificultad para manejar nuestros desacuerdos  

por Raúl Zibechi  
La Jornada/La Fogata     

Cuando millones de personas en todo el mundo empiezan a ocupar los espacios públicos, calles y plazas, edificios abandonados por el mercado y edificios de instituciones estatales, aparecen nuevos debates que afectan, de modo casi inevitable, a las fuerzas que luchan por un mundo nuevo. En meses recientes se han hecho visibles serias contradicciones que afectan a los movimientos tanto del centro como de la periferia, a los que actúan tanto en países gobernados por fuerzas conservadoras como de izquierda.  

Por momentos, el carácter de esas contradicciones parece revivir viejos debates entre socialdemócratas y comunistas, entre estalinistas y trotskistas, o entre los partidarios de la vía armada y la electoral. Algo de eso sucede, pero afloran además divergencias que los movimientos antisistémicos no han resuelto y que amenazan con neutralizar las luchas en curso. No sólo se trata de divisiones más o menos serias y profundas, sino que esas divisiones a menudo revelan la existencia de objetivos opuestos en un contexto en el cual nadie tiene una estrategia para hacer realidad la célebre consigna Otro mundo es posible.  

Dos ejemplos, sucedidos en días recientes en lugares distantes entre sí, ponen de manifiesto esta situación. En Grecia, donde una parte considerable de la población está de hecho en la calle todos los días, han sido tomados decenas de edificios del Estado, desde los servicios de salud y educación hasta ministerios y otras dependencias del Poder Ejecutivo. El 20 de octubre, jornada de huelga general, una gran manifestación pretendió acercarse al parlamento con la intención de tomarlo, o sea de ingresar a la fuerza en un recinto sagrado de la democracia electoral. Más allá de la viabilidad de esa intención, y de que pueda considerarse correcta o no, miles de personas deseaban hacerlo.  

Se encontraron con una doble barrera formada por policías y militantes del Partido Comunista (KKE), que se movilizó para defender el parlamento y controlar la manifestación. Hubo duros enfrentamientos entre manifestantes comunistas y quienes querían tomar el recinto parlamentario. Los comunistas, protegidos por la policía, acusaron a los radicales de fascistoides. El saldo fue de decenas de heridos, hubo un muerto por los gases lacrimógenos, y una fuerte desmoralización que puede llegar a frenar el proceso de luchas.  

En los hechos, los comunistas griegos actuaron como defensores del sistema. No es la primera vez que esto sucede ni será la última. En el fondo, ni los comunistas ni los anarquistas ni los autónomos, ninguno tenemos una estrategia para derrocar el sistema. Sin embargo, existen tácticas eficientes para dividir a las fuerzas antisistémicas. Es posible que la policía haya infiltrado provocadores, como dice el KKE, para radicalizar las protestas. Pero nada debería autorizar a nadie que se proclame de izquierda a actuar como policía contra la movilización social.  

En Bolivia, a raíz de la marcha indígena contra la construcción de una carretera que pretende atravesar el TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure), el vicepresidente Álvaro García Linera acusó al movimiento de estar haciendo el juego a la USAID y al imperialismo yanqui. Es evidente, y no requiere mayor explicación, que Washington desea que existan protestas contra cualquier gobierno con el que mantenga diferencias. Es muy probable que la embajada de Estados Unidos aliente los movimientos que se oponen a proyectos del gobierno de Evo Morales. Sin embargo, decir que los indígenas son peones de la desestabilización imperial suena abusivo.  

En abril de 1917, Lenin realizó un audaz viaje desde Suiza hasta San Petersburgo, atravesando el frente de guerra ruso-alemán, protegido por el estado mayor del ejército teutón, ya que los aliados se negaron a concederle visado. Lenin cruzó Alemania en un tren blindado y llegó a destino con el compromiso de negociar una paz. Pierre Broué escribió: Con esta concesión, el estado mayor alemán cree introducir en Rusia un nuevo elemento de desorganización que terminará por facilitar su victoria militar (El Partido Bolchevique, Ayuso, Madrid, 1973, p. 117).  

No faltaron voces que denunciaron a Lenin por ese acuerdo con los militares alemanes. ¿Trabajó Lenin para los alemanes? No. La llegada del revolucionario ruso a su país fue decisiva para impulsar la revolución, pero esa deriva la conocimos después y resultaba imposible anticipar cómo serían las cosas, ya que Lenin era una pequeña minoría en su partido.  

El problema de fondo no es a quién benefician o perjudican ciertas acciones puntuales. ¿Acaso luchar contra la política de la Unión Europea no debilita al euro frente al dólar? ¿Los indignados le estarán haciendo el juego al imperialismo, que se frota las manos con las crisis griega, islandesa y española? La pregunta es absurda, tanto en el norte como en el sur. Lo decisivo, lo que realmente tiene importancia, es si estas acciones impulsan o debilitan los movimientos antisistémicos; si buscan, incluso en el error, ir más allá de lo existente.  

Desde este punto de vista, la toma del parlamento en Atenas podría haber sido un grave error. Pero un error en el camino de fortalecer la lucha antisistémica. Trabajar junto a la policía contra los manifestantes es preparar la derrota por desmoralización. No son dos errores equiparables. Del mismo modo, las afirmaciones de García Linera, y su trabajo por dividir a los movimientos, está segando la hierba bajo los pies del gobierno de Evo Morales, porque debilita su principal sostén.  

En otras épocas, nos enfrentamos con dureza corrientes que teníamos estrategias diferentes y opuestas para cambiar el mundo. Fuimos derrotados. Hoy nadie puede asegurar que tiene en sus manos el trazado de un camino para llegar a buen puerto. Por eso, sería necesaria mucha más humildad para debatir nuestras diferencias. Para no infligirnos más daños que los que ya nos provoca ese uno por ciento que pretende aplastarnos.  


El significado del asesinato de Alfonso Cano

por José Antonio Gutiérrez D.
La Fogata

Después de más de 30 años de lucha guerrillera, el máximo jefe de las FARC-EP ha sido asesinado. Murió combatiendo, como un guerrillero raso más, mientras que quienes lo mandaron a asesinar, la élite dorada, jamás subieron al monte ni han puesto a uno sólo de sus hijos al frente de la batalla. Este era un desenlace que se veía venir, ya que desde el 2008 Cano se enfrentaba a una presión militar impresionante: 6.000 tropas de élite contrainsurgentes a su caza, cerco militar en el sur del Tolima y Cauca, bombardeos indiscriminados en toda esa región. Y finalmente lo “cazaron”, no en Tolima como esperaban, sino en Cauca. El procedimiento fue típico: inteligencia militar (con apoyo decisivo de la CIA), bombardeos, desembarcos desde helicópteros y orden de asesinar, no de capturar.

Este procedimiento, en flagrante violación del derecho internacional humanitario, está en plena concordancia con el componente de la guerra sucia del Estado colombiano llamada “Plan Burbuja”, según la cual hay que golpear a los mandos guerrilleros para provocar un proceso doble: por una parte, estimular las deserciones, por otra, producir un fenómeno de “bandolerización” por la pérdida de los mandos político-militares y desestructuración de la cadena de mando (lo último implica que lo que realmente preocupa a la oligarquía no son la violencia ni la seguridad de los ciudadanos, sino conservar el poder a toda costa).

La muerte de Cano es un golpe militar indudable a la insurgencia, que por primera vez sufre la baja de su líder máximo. No solamente es un golpe por el enorme aprecio que le tenían los insurgentes, sino por el genio político-militar que demostró en su período al mando. En el 2008 los medios, con su normal ignorancia de los temas del conflicto, especulaban sobre el supuesto conflicto en las FARC-EP entre el ala “militar” supuestamente liderada por el Mono Jojoy, y el ala “política”, supuestamente liderada por Cano, al que se le mostraba como un ideólogo dogmático sin experiencia militar significativa. Sin embargo, la realidad demostró lo espurio de los supuestos en los que se sustentaron estas tesis. Cano demostró una visión militar superior a lo esperado por los "opinólogos", logrando una reorientación estratégica de las FARC-EP que las llevaron a recuperar mucho del terreno perdido desde la implementación del Plan Colombia, adoptando una postura de ofensiva estratégica en vastas zonas del país que se aprecia en los contundentes golpes dados por la guerrilla en el período 2009-2011. También en lo organizativo, Cano supo descentralizar la organización para, por una parte, facilitar el trabajo político de masas y por otra, para absorber mejor los golpes del Plan Burbuja sin que se resintiera el conjunto de la organización.

Las FARC-EP, con estructuras más descentralizadas y flexibles, asimilarán con toda probabilidad este nuevo golpe y recompondrán las estructuras de mando para llenar este vacío. Es muy probable que el mecanismo de sucesión de mando previamente establecido (Cano estaba bien consciente de que su asesinato era inminente) ya esté andando y que el sucesor sea Iván Márquez.

Pero lo que está claro es que la resistencia de las FARC-EP a este embate no depende solamente de lo militar sino, fundamentalmente de lo político, y tambien en esto Cano supo abanderar una orientación política que lo demostró como algo distinto a ese personaje obscuro y ortodoxo descrito por los medios. Logró controlar los enfrentamientos entre estructuras farianas con estructuras del ELN en diversos puntos del país. No solamente eso: también logró un pacto estratégico con esa organización, lo cual ha fortalecido a ambos sectores insurgentes. También supo entender el contexto actual de movilización popular, defendiendo un proceso de negociación política del conflicto que permitiera articular las demandas de los diversos sectores populares subordinados. De una u otra manera, buscó formas de que las propuestas de la insurgencia volvieran a instalarse en la mesa como parte del debate político, más allá de temas como el acuerdo humanitario o el proceso de paz, actualizándolas con nuevas lecturas políticas y nuevos análisis de la realidad nacional e internacional. En este sentido, Cano demostró un liderazgo político-militar que permitió un salto estratégico de la organización guerrillera.

¿Morirá todo este trabajo hecho en el último tiempo con Cano? Aún cuando el asesinato de Cano repercutirá en las filas insurgentes, difícilmente ocurrirá tal cosa. El último informe de la Corporación Nuevo Arco Iris (“La Nueva Realidad de las FARC”), publicado en agosto, da cuenta de ello, cuando afirma que aún cuando la muerte de Cano sea inminente, ello difícilmente significaría el fin de la insurgencia o aún un escenario de desplome acelerado. Esta afirmación se sustenta en los hechos por varias razones: primero que nada, porque Cano no tomaba decisiones solo sino como parte de un cuerpo colectivo, el Secretariado Mayor. Se equivoca el establishment colombiano cuando cree que las FARC-EP son una organización sustentada en liderazgos carismáticos. El asesinato del Mono Jojoy (una figura de un carisma mucho mayor que el de Cano entre los guerrilleros) en 2010 así lo demostró –no hubo deserciones en masa y el Bloque Oriental mantiene la presión militar. Lo mismo pudo decirse del fundador de las FARC-EP, Manuel Marulanda, cuya muerte también se especuló que produciría un desmoronamiento de la organización –cuando ocurrió en realidad todo lo contrario, un restructuramiento de la organización y un fortalecimiento organizativo-. Pero tampoco será ese el escenario porque las orientaciones políticas que han enfrentado el intento de “aislamiento político” de la insurgencia, así como las estructuras que han permitido el reacomodo estratégico de las FARC-EP al nuevo escenario de guerra, dominado por el poderío aéreo del Estado y el perfeccionamiento de la inteligencia militar, ya están instaladas y andando. Y han demostrado ser efectivas [1].

Digamos que con la muerte de Cano la insurgencia pierde un valioso dirigente, pero no pierde la razón de ser ni su norte como organización. La orientación de Cano ha sido parte de una orientación colectiva que demuestra el dinamismo de la insurgencia de cara a una ofensiva militar sin precedentes por parte del Estado, así como el carácter orgánico de la guerrilla colombiana. Si bien Cano es el máximo dirigente asesinado, varios otros líderes han sido abatidos en el último tiempo gracias al Plan Burbuja y el efecto esperado por parte del Estado (desplome, desmoralización, bandolerización y deserciones masivas) no ha ocurrido. Y no ocurrirá porque las fuerzas que alimentan al conflicto siguen ahí, y la insurgencia conserva fuertes raíces en la Colombia rural pese a la campaña de exterminio y desplazamiento masivo del Estado colombiano, que llaman “consolidación territorial”. Y porque la insurgencia en Colombia es una insurgencia de carácter orgánico, no basada en caudillos carismáticos. Los movimientos insurgentes de carácter orgánico como las FARC-EP han sabido sobrevivir y aún fortalecerse después de la muerte de sus dirigentes, como ocurrió con el PKK tras el arresto de Abdullah Ocalan, con el FSLN tras el asesinato de Carlos Fonseca, o con las guerrillas africanas PAIGC o Frelimo, tras el asesinato de sus respectivos dirigentes Eduardo Mondlane y Amílcar Cabral. Y su martirio en ocasiones logra fortalecer la moral y redoblar la resolución de lucha de los rebeldes, con lo cual podría haber un efecto boomerang.

Santos, sobre el cadáver del adversario abatido profiere vivas a Colombia, sin poner en duda su concepción de país donde el poder se reafirma con ofrendas de sangre. Dice que el “crimen” no paga (confundiendo rebelión con crimen), mientras el país se asfixia en la corrupción promovida por familias cuyas fortunas se han amasado mediante el asesinato, el desplazamiento, el robo de tierras y la entrega de los recursos naturales mediante pactos fraudulentos. Los medios reproducen partes triunfalistas en los que, ahora sí, nos vuelven a decir, estamos en el fin del fin; no en el fin inmediato, sino en la recta final, etc. Mientras hasta hace unas semanas se quejaban de una guerrilla envalentonada y un ejército desmoralizado, hoy afirman que la guerrilla está desmoralizada y que este golpe desmiente la tesis “maliciosa” de la desmoralización castrense. En realidad esta victoria, por las razones más arriba expuestas, es pírrica, y difícilmente alterará el curso del conflicto según se ha delineado en el curso del presente año o mejorará sustantivamente la moral de la tropa cuya baja se encuentra, como hemos afirmado en otra ocasión, en la naturaleza misma de esta guerra sucia tan degrada. Antes bien, este nuevo triunfalismo (mucho menos pronunciado que el triunfalismo tras la muerte de Raúl Reyes) podría jugar en contra de esa moral cuando el fin del fin no llegue.

Pero no sería correcto afirmar que nada cambiará en el nuevo escenario post-Cano; es indudable que este golpe tendrá efectos. El periodista Alfredo Molano advirtió de que esta victoria militar puede convertirse en una derrota política. Tal cosa no parece descabellada porque quedan claras las intenciones de “paz y diálogo” de Santos, quien ha posado como el presidente de los “derechos humanos”, abierto a la “negociación”. Será mucho más difícil sostener tal cosa para socialdemócratas como Medófilo Medina, Pacho Galán, León Valencia u otros que se han mareado con la “voluntad de paz” del gobierno, después de esta acción, pues ¿cómo hablar de paz mientras se asesina al interlocutor? Pongamos el caso irlandés como ejemplo: el Estado británico estuvo dispuesto a dialogar con la insurgencia (el IRA) y por ello, aunque tenían localizados plenamente a los líderes políticos del movimiento, no los asesinaron para permitir ese espacio de negociación. Tal cosa no ocurre en Colombia, precisamente porque la voluntad de paz o de diálogo no existe. Lo que se busca es el exterminio de los posibles negociadores para lograr la desmovilización. Es decir, la paz de los cementerios, o pacificación sin ninguna transformación política en el país. El resultado de esta política lo conocemos bien en Guatemala o El Salvador. Y eso no es lo que la mayoría del pueblo quiere para Colombia.

El gobierno cierra las puertas al diálogo, ¿cómo reaccionará la insurgencia? Es difícil predecirlo, pero sea lo que sea, es posible ver un período de agudización e intensificación del conflicto por delante pues no parece una opción cruzarse de brazos o seguir reiterando llamados al diálogo y la paz que caen en oídos sordos. Si el gobierno demuestra su voluntad de profundizar la vía militar, entonces es ella la que se profundizará, y sabemos lo que esa vía tiene para ofrecer a Colombia en el marco de la guerra sucia.

El gobierno no entiende el carácter orgánico de la insurgencia, pero sí entiende el carácter social más que militar del conflicto. Por eso es que en estos momentos en que repunta la lucha popular, con los estudiantes, obreros petroleros, trabajadores del transporte, campesinos movilizados, el gobierno se apresta a profundizar la guerra sucia, buscando ampliar el fuero militar, estigmatizando y criminalizando la protesta social, reforzando el aparato paramilitar. Saben ellos que el escenario donde se define el combate no es en el campo de batalla sino que en los campos y calles de Colombia, donde las masas vuelven a desafiar al sistema y a articular su proyecto emancipador. Aunque con los resultados de las últimas elecciones locales, con más de un 50% de abstención, se fortalece de manera superestructural la “Unidad Nacional” y el "santismo" barre toda oposición institucional, esa institucionalidad está cada vez más aislada, es cada vez más vulnerable ante un pueblo al que no se le ha dejado más opción que luchar. Santos aprueba los TLC que hambrearán a las muchedumbres y las someterán a una situación aún más desesperada que la actual. Sus “locomotoras del desarrollo” arrollan y destruyen a su paso las comunidades que quedan. El gobierno de Santos responde a las protestas del pueblo de manera militar, con una represión inusitada, pues no sabe responder de otra manera. Y con ello cierra todas las puertas a una solución al conflicto social que no sea la vía revolucionaria (que no guerrerista-militarista).

Que no se engañe Santos con sus pírricas victorias militares: su mundo anacrónico de dogmatismo neoliberal, entreguismo pro-imperialista, exacerbado conservadurismo, es un mundo en retroceso. Los tiempos actuales son tiempos de lucha, de revoluciones, donde las masas vuelven a adquirir protagonismo. Santos radicaliza el conflicto social y armado, que no es solamente bombardeos contra la insurgencia, sino una estrategia militar contra el conjunto del pueblo –ese es el significado del asesinato de Cano-. Pero en la medida en que se radicaliza el conflicto, las masas colombianas pueden dar a la oligarquía una buena sorpresa, precisamente en el momento en que se creen invencibles y precisamente por donde no lo esperan.

NOTA:

[1] Un balance del conflicto y la apuesta por la guerra sucia de Santos, la he hecho en un artículo previo “Santos: Luz Verde para la Guerra Sucia en Colombia” http://anarkismo.net/article/20768


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