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ALCA

27 de noviembre del 2003

Reunión del ALCA en Miami
El volcán latinoamericano

Angel Guerra Cabrera
La Jornada

La tónica conciliadora de la reunión del ALCA en Miami no debe desalentar a quienes luchan por impedir la anexión de América Latina a Estados Unidos mediante ese instrumento. Pese al servilismo de tantos gobiernos hacia Washington, este se vio forzado a posponer parte de las pretensiones coloniales que acaricia desde la Cumbre de las Américas, celebrada también en esa ciudad en 1994. Para una mejor evaluación de la reunión de Miami es conveniente echar un sucinto vistazo a su contexto histórico y político.

El proceso de las Cumbres de las Américas nació como parte de un nuevo proyecto para reforzar la subordinación de los Estados latinoamericanos al coloso del norte. De allí la deliberada exclusión de Cuba. Pero ya desde antes había iniciado un ciclo internacional de luchas sociales que ha llevado al imperialismo estaduniense a perder en la actualidad gran parte de la enorme ascendencia política e ideológica que había ganado tras el derrumbe soviético. En esa brega América Latina ha sido un protagonista principal, acaso por ser la zona del mundo donde las políticas neoliberales se han aplicado más ortodoxamente. En 1989 estalló el caracazo, rebelión antineoliberal reagrupada posteriormente en torno al proyecto nacionalista de Hugo Chávez, que terminó desalojando a los partidos políticos tradicionales y se ha trasformado en uno de los movimientos populares más vigorosos del continente. Luego siguió el rotundo ˇYa basta! zapatista de 1994, una de las chispas que detonó el movimiento internacional contra la globalización imperialista. Así se hizo sentir en las calles de Seattle, donde rodó por tierra el mito de un pensamiento y un modelo únicos e irreemplazables al fracasar la llamada Ronda Clinton de la Organización Mundial de Comercio. Esta no ha podido recuperarse del golpe sufrido entonces, como se demostró en su reciente cita de Cancún.

A partir de Seattle el movimiento antiglobalización creció, se extendió geográficamente, ganó en organización y experiencia y -contra lo que algunos vaticinaron- pudo recuperarse frente al clima liberticida imperante tras los atentados terroristas del 11 de septiembre. A ello han contribuido varios factores. Entre ellos el alto costo social de las políticas neoliberales -que ha provocado su repudio por los sectores populares- y la gran corriente antibelicista estimulada por la "guerra contra el terrorismo", patraña con que la pandilla de enajenados encabezada por Bush pretende encubrir sus sueños de dominar a la humanidad por la fuerza. Todo ello ha acelerado el descrédito de Estados Unidos y sus aliados ante la opinión pública. Acentuado al trascender el uso maniático de la mentira por Bush y sus falderos Blair y Aznar para justificar la agresión contra Irak y ahondado en virtud de la creciente resistencia patriótica contra la ocupación del país árabe.

No existe hoy nación latinoamericana donde no se hayan producido movimientos de masas contra las políticas de liberalización económica decretadas desde Washington, los cuales van en ascenso. Así, la reunión de Miami se celebró bajo el sino de la extraordinaria sublevación civil de los bolivianos contra estas políticas y la defenestración de Sánchez de Losada, personaje emblemático del neoliberalismo en la región. Los movimientos de masas han hecho llegar al gobierno en unos pocos países latinoamericanos a líderes que han proclamado su intención de revertir o atenuar las consecuencias del neoliberalismo. De estos gobiernos cabe esperar ejecutorias dispares, que no siempre cumplan con las expectativas populares o simplemente resulten un fiasco, como ocurrió con Gutiérrez en Ecuador.

Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría antes que surgiera este fenómeno, Estados Unidos no pudo imponer omnímodamente su voluntad en Miami. Allí enfrentó la resistencia de Brasil y Argentina y las duras objeciones venezolanas. De suerte que debió conformarse con un ALCA light y se vio forzado a desplazarse hacia la táctica de acuerdos bilaterales o regionales con los Estados más serviles. Esto le permite avanzar por otro camino en su objetivo recolonizador, mientras -según sus cálculos- neutraliza o derroca los gobiernos díscolos.

Lo que no está en los cálculos de Washington es la potencialidad volcánica de la indignación y rebeldía popular que se generaliza en América Latina. Muchos caracazos se otean en el horizonte.

aguerra12@prodigy.net.mx