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Argentina, la lucha continua....

Alberto Fernández-CFK. Causas y factores de una fórmula presidencial

Por Luis Brunetto/El Furgón –

“Lo que hay que entender es que Alberto Fernández es un hombre con vínculos con el poder mediático, con los empresarios, con el mundo de las finanzas, con el exterior a través de su consultora”, decía el sábado 18 por la tarde Gustavo “Gato” Sylvestre, en C5N. “Es una fórmula de poder”, coronó el razonamiento. No se trataba de una crítica, sino de un enfervorizado respaldo.

La afirmación de Sylvestre resulta, cuando menos, discutible: ¿se trata efectivamente, de una fórmula potente, una fórmula de poder? ¿O del resultado de una decisión condicionada, impuesta por factores que no se podrían dejar de lado? Y si es así: ¿cuáles son esos condicionamientos que Cristina ha decidido tener en cuenta? ¿Qué intereses representa entonces la novedosa fórmula Fernández-Fernández?

En 2015, Cristina bendijo la dupla Daniel Scioli-Carlos Zannini. Aquel binomio apuntaba a legitimar a los grupos económicos que había construido el kirchnerismo, y que constituían la coronación de su proyecto político, integrándolos al núcleo en el que se toman las decisiones y se planifica el futuro de la Argentina burguesa. Era una fórmula “de reconciliación”, que pretendía negociar su inclusión en el “círculo rojo”.

Alberto Fernández y Néstor Kirchner. Fuente: @alferdez

La derrota electoral dinamitó la posibilidad de ese escenario, y abrió por el contrario el camino al plan revanchista de Magnetto-Clarín. La persecución política y judicial se puso a la orden del día y los empresarios y los grupos “nacionales y populares” (Electroingeniería, Lázaro Báez, Cristóbal López, Szpolski-Garfunkel, etc.) fueron un blanco principal, incluso más que los dirigentes políticos. Se trataba de destruir el “embrión” de burguesía nacionalista que esos grupos representaban.

Aunque no respondiera a las pretensiones ideológicas de la militancia, aquella fórmula puede ser considerada una fórmula propia: Scioli no había defeccionado del kirchnerismo, se había mantenido fiel, por la razón o la espada, pero fiel. Y Zannini era Cristina. Cómo fórmula “de reconciliación”, además, representaba algún grado de independencia respecto a la fracción Techint-Clarín. La hegemonía de la ex presidenta al interior del peronismo era indiscutible. Su participación en el armado de las listas alcanzaba a todos los rincones del país.

Alberto Fernández en “Animales sueltos”

Pudo darse el lujo de impedir las PASO con Florencio Randazzo, el candidato preferido de la militancia. A excepción de Juan Schiaretti, ningún gobernador cuestionaba su liderazgo. Y dirigentes como Miguel Pichetto, Diego Bossio o Juan Manuel Urtubey le rendían pleitesía. Es más, el salteño fungía como un futuro “heredero” para el post 2019. El armado de Sergio Massa no tenía peso alguno fuera de la provincia de Buenos Aires. Cristina no había pasado personalmente por ninguna derrota electoral porque el triunfo en las elecciones de medio término con Massa -en 2013- representó un golpe, pero pudo ser relativamente amortiguado.

De todo esto, hoy por hoy, queda muy poco, o no queda nada. Mal que pese, la derrota del 2015 y, sobre todo, la del 2017 en Buenos Aires con el ignoto e impresentable oligarca porteño Esteban Bullrich, pusieron en cuestión la infalibilidad electoral de la ex presidente, y marcaron el final de su hegemonía sobre el peronismo. Los armados paralelos de Unidad Ciudadana primero, y Alternativa Federal después, fueron el resultado de esa reducción del poder propio. Cómo fuerza organizada, el kirchnerismo actual tiene un peso enorme en el Gran Buenos Aires, donde bate todos los récords de popularidad, aunque mediado parcialmente por los intendentes. Pero en el resto del país, su suerte depende de la voluntad de los gobernadores, a los que ya no puede imponerles nada.

Ese poder de los mandatarios provinciales, mucho más marcado que en 2015, es el primero de los factores que Cristina debió tener en cuenta a la hora de tomar esta decisión. Representantes del peronismo conservador, sostenes fundamentales del ajuste del gobierno macrista, los gobernadores peronistas no veían con buenos ojos su candidatura, en la medida en que contribuía a agitar las dudas en el establishment nacional e internacional, y en el FMI. Su candidatura vicepresidencial, es lo que espera Cristina, ayudará a disolver esas dudas y a ganar el consenso de los gobernadores.

No hay que olvidar que, frente al poder económico y financiero, la Liga de Gobernadores pejotista funciona como principal garante de la gobernabilidad. Por eso, la fórmula Fernández-Fernández no puede ser excluida del contexto de una serie de gestos hacia la gran burguesía, entre los cuáles se cuentan numerosas señales hacia la interna del PJ. Entre esos gestos conviene destacar la cesión de la hegemonía peronista al sojero Omar Perotti en Santa Fe y, sobre todo, el levantamiento de la lista de Pablo Carro en Córdoba, para apoyar al macrista Schiaretti. Menos conocido, pero no menos importante, el viaje de Axel Kicillof a Washington, para disertar en el Wilson Center, ante la crème de la crème de las finanzas internacionales.

El éxito de la maniobra, además, contribuiría a disolver el espacio intermedio de Alternativa Federal. La pretensión habría sido incorporar a Sergio Massa, con quien habría discusiones avanzadas para una candidatura a la gobernación boanerense, pero el tigrense, si bien se mostró dispuesto “a dialogar con Alberto”, parece en principio haber defraudado las expectativas de su ex jefe de campaña. Reafirmó en principio su candidatura presidencial y su pertenencia al espacio de los caudillos provinciales.

A. Fernández entrevistado en FM Milenium

Este arreglo, sin embargo, cumpliría con los deseos nada menos que de Daniel Vila y José Luis Manzano, los propietarios del grupo que controla América TV, quienes se dejaron ver. El primero en la presentación del libro de Cristina; el segundo en la disertación de Axel en Estados Unidos. Tales presencias habrían fungido como gestos de garantía del acuerdo Massa-Alberto Fernández- Cristina, hacia el establishment internacional. Los vínculos de Manzano con los más altos representantes del capital financiero internacional son, es sabido, de los más aceitados entre los burgueses locales.

Algunos cuentan que fue el propio Vila quien, en una imprudente, o no, conversación telefónica, hizo trascender el viernes por la noche la novedad que explotaría en la mañana del sábado 18. Si no se trató de una imprudencia, dicen, habría sido un gesto de exhibición del “padrinazgo”.

CFK toma juramento a A. Fernández

Cambiemos: De La Cámpora al Grupo Callao

Esta serie de gestos constituyen una línea de acción, un operativo destinado a ofrecer garantías respecto al abandono de las antiguas pretensiones transformadoras del kirchnerismo, y la candidatura de Alberto Fernández, en este marco, es la expresión cabal del cambio. El Grupo Callao, una especie de think tank informal que se ha agrupado alrededor del candidato a presidente, tiene por ejemplo como economista estrella a Guillermo Nielsen, sin dudas el más ortodoxo de los economistas peronistas, de excelente diálogo con los ultraliberales Javier Milei y Diego Giacomini. En el nuevo esquema, las plebeyas multitudes camporistas parecen ceder su lugar a los intelectuales conservadores que se reúnen en las mesas del bar de Callao y Lavalle.

Tal cambio es el que pretenden que celebre la militancia kirchnerista. En lo que parece un remedo de la propaganda duranbarbista, que hizo del cambio un envase electoral, la fórmula Fernández-Fernández es presentada como una prueba de la capacidad de Cristina de cambiar. En un marco discursivo en que la transformación per se aparece como una categoría virtuosa, tenemos ahora una Cristina moderada, tolerante y dialoguista. La elección de Alberto Fernández vendría a ser, en este andamiaje argumentativo, justamente, la más acabada prueba de esa voluntad de cambio: El ex agente de Clarín, según lo calificara ella misma en el libro-entrevista de Sandra Russo, ahora es su hombre de confianza, con quien conversa y planifica sus intervenciones y su estrategia política.

Alberto Fernández habla sobre la justicia federal

Pero más allá de las supuestas virtudes intrínsecas del hecho de cambiar, conviene preguntarse por el contenido del cambio. Y la respuesta no entusiasma demasiado: Cristina, en este acto de unción de Alberto Fernández, termina de desandar el camino que abrió con el conflicto agrario, y que representó el momento de mayor progresividad del kirchnerismo. A partir del 2008, los intereses que representaba Alberto Fernández empezaron a verse afectados, golpeados por el intento de desarrollar la economía interviniendo sobre la renta agraria. En esas condiciones, el ex jefe de Gabinete abandonó el kirchnerismo.

Ese fue el momento, paradójicamente, en que el kirchnerismo se convirtió en una fuerza de masas y pudo convocar épicamente a multitudes. Justamente el espacio abandonado por Alberto Fernández, que reemplazó al postduhaldismo del 2003- 08, es el que ha quedado en el recuerdo y en el corazón de amplias franjas populares. Por entonces, el renunciado Fernández era anatemizado, no sin fundamentos, como agente de Clarín y lobbysta de Repsol, por Cristina y por los medios oficialistas, desde 678 hasta el debutante Tiempo Argentino.

Su candidatura, por lo tanto, no parece ser un punto de apoyo para los sostenedores de la épica rebelde que pretenden representar los militantes kirchneristas. Por el contrario, esta decisión de Cristina agiganta la distancia real entre las intenciones de los dirigentes, y la “potencialidad transformadora” que le atribuyen al kirchnerismo sus militantes.

CFK en la sede del PJ

Posiblemente, en el rechazo a reconocer esa grieta creciente pueda encontrarse una clave explicativa de la cerrazón de muchos a cualquier cuestionamiento, incluso a simples insinuaciones de disconformidad. Puede incluso, ser una de las razones de la persistencia casi patética del argumento que atribuye al voto en blanco del Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), la responsabilidad de la derrota del 2015, cuando la explicación, a todas luces, se encuentra en el distanciamiento con la clase trabajadora, sobre la que se pretendía hacer recaer, el peso de un relanzamiento de la economía, en lugar de chocar contra la gran burguesía, agraria, financiera e industrial.

Esa distancia entre las intenciones de los dirigentes y los deseos de la militancia explica gestos como la desautorización de Cristina a los militantes que cantaban en La Rural el tradicional “vamos a volver”, o a los que chiflaron a Clarín en el momento en que se refirió a los grandes medios. Lo que les está diciendo es que los tiempos épicos han terminado, y que se abre una nueva y conservadora etapa. El propio Máximo, en el acto de Ferro del mismo 18, y en la línea del IV Pacto Social, llamó al diálogo, incluso, “a los grandes medios”…

Por eso, más allá de las pompas iniciales que ilusionan a los admiradores de la “jugada genial”, es legítimo preguntarse si el efecto final no será una recomposición de la conservadora unidad pejotista, sobre la base de un desdibujamiento de la propia Cristina. Por supuesto que la ex presidenta mantiene como recurso potencial su enorme popularidad, su capacidad de convocatoria y movilización, pero ¿encaja en el cuadro actual, que apunta a mostrar una Cristina moderada, reflexiva y dialoguista, el uso de tales recursos políticos?

¿No redundará, por el contrario, en un proceso de descarte del recurso callejero, en el abandono de ese tipo de tácticas, en el marco de una “desplebeyización” del kirchnerismo, sobre todo teniendo en cuenta que la militancia kirchnerista no es, en general, propensa a la autonomía? Y, por último: ¿no encubrirá este acto un deseo personal de retirarse sin contradecir el clamor de su multitudinaria franja de seguidores?

Sean las que sean las razones subjetivas, la razón de fondo de la unción de Alberto Fernández como candidato, no es otra que la de ofrecer una candidatura a la medida de lo que exigen el gran capital y el FMI. El cambio que se exhibe como virtud representa, más bien, la coronación de un proceso de agotamiento del carácter transformador del kirchnerismo. La proclamación como candidato a Presidente de un hombre del establishment, que representa acabadamente a las fracciones más modernas y concentradas de la burguesía, es el último escalón descendente de esta versión del nacionalismo burgués del siglo XXI, y una prueba más de la impotencia histórica del proyecto burgués nacional.

Cristina tiene los votos, la convocatoria, la popularidad, el liderazgo y, sin embargo… Por eso, me permito discrepar con Sylvestre: La fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández no es una fórmula de poder, sino una fórmula de la impotencia, del sometimiento ante el establishment nacional y extranjero, de capitulación final de esa versión del nacionalismo burgués que representa el kirchnerismo. Si la fórmula Scioli-Zannini era una fórmula de “reconciliación” con Techint-Clarín, Fernández- Fernández es directamente una fórmula de capitulación frente a Techint, Clarín y al FMI.

Paradójicamente, la discrepancia con Sylvestre se apoya en un dato compartido: Alberto Fernández es “un hombre con vínculos en el poder mediático, con los empresarios, con el mundo de las finanzas, con el exterior a través de su consultora”. O sea, un hombre del establishment.

PD: Acaba de pasar Javier Milei por el programa de Mauro Viale. Describió a Alberto Fernández como “un hombre capaz, sensato y pragmático…”

Fuente: lafogata.org