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Latinoamérica

Del açai al Açailândia
Riqueza natural contra riqueza material, derecho a la vida contra derecho a la ganancia

Por Maxime Motard

Una fruta que está de moda en Brasil desde hace una década es el açai. Es usado entre otras cosas para hacer helados divinos. A pesar de todas las codicias que suscita podemos preguntarnos si estos frutos tienen realmente porvenir en razón de la deforestación del amazona. En la ciudad de Açailândia por ejemplo, ubicado en lo que se llama « el arco de la deforestación » (en el estado de Marano) el abundante bosque primario ya no es más que un recuerdo. El árbol de esta fruta y los demás se encuentran cambiados por empresas siderúrgicas. Ya no hay frutos pero hay empresas. No se puede tener todo.

Decir empresas siderúrgicas significa decir mina de hierro. A algunas horas de acá se encuentra la mina de extracción de hierro más grande del mundo. Las reservas son estimadas a 7 billones de toneladas. El proyecto minero de Carajás fue iniciado por la dictadura militar en 1982. Un tren de 4 kilómetros y de 330 vagones hace el enlace entre Carajás y San Luis. Presta servicios a las empresas del lugar y deja al puerto comercial 100 toneladas de hierro que están destinadas a la exportación : para Europa, Asia, Estados-Unidos. Açailândia dispone de 5 empresas y una zona industrial de 1000 personas, Piquá de Baixo, dispone de dos. Un punto vincula las empresas siderúrgicas y el tren enorme y defectuoso encargado de transportar la materia prima : Vale. Toda esta cadena industrial le pertenece. La deforestación del amazonas no es el único precio a pagar para que una empresa mafiosa de este estilo siga haciendo ganancia. El daño se extiende sobre 1000 kilómetros de ferrocarril que toca en primer lugar centenas de comunidades que bordea. Los habitantes son sumidos en un estruendo 24 horas por 24. El daño es sonoro y sanitario. Un polvo negro llevado por el viento ensucia de manera rutinaria las casas y de manera discreta los pulmones. No hay vertedero. Los desechos se amontonan. El polvo de acero se deja tomar por la brisa para contaminar cada hoja, cada río, cada pulmón. El agua rechazada por los edificios se transcurre hasta lejos y deja sobre los terrenos de la población huellas de amonio. Se arraciman bajo las plantas y queman a quién se divierte colocando su pie encima. Las alergias, las picazones, las neumonías, los problemas de piel, de los ojos, cefalea, problemas de respiración, etc., son el acontecer diario de los habitantes que no pueden vivir el lugar como antes, disfrutando del río, sembrando su jardín...ahora, la población padece los estragos de la industrialización de tal manera que un plan de mudanza - de 7 kilómetros – está en curso para aquellos de Piquá de Baixo. En estas ciudades y en estos pueblos, la vida está intoxicada. La cuestión de la mudanza como por ejemplo de aquellos de Piquá de Baixo es ineludible. Vale no va a pagar un centavo (las viviendas serán construidas con dinero público) para que sea posible.

En cambio, la empresa no se impide, cuando puede, de financiar los partidos políticos.

Un estudio realizado por la Federación Internacional de los Derechos Humanos explica que 65% de los habitantes de Piquá sufren de fiebres constantes y que 70% tienen siempre dolor de garganta.

Para culminar, los árboles siguen desapareciendo ya que la multinacional usa el carbón, y hoy, de más en más, deforesta y planta eucalipto que está también sometido a sus intereses energéticos.

El eucalipto está usado como combustible para los hornos de las empresas siderúrgicas.

Lo que es sencillamente llamado una «externalidad negativa» por los economistas es en realidad una expresión suave y eufemizada para revelar lo que está al centro del extractivismo y de la industrialización salvaje: la destrucción ambiental y el envenenamiento universal.

Fuente: lafogata.org