Latinoamérica
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¿Crisis u oportunidad?
El No a la tentación hegemonista
por Maristella Svampa
No hay dudas de que el gobierno de Evo Morales significó una redistribución del
poder social, en un país donde históricamente las mayorías indígenas han sido
objeto de racismo y de exclusión. También es cierto que la tarea política no fue
fácil, pues en los primeros años debió confrontar con las oligarquías
regionales. Sin embargo, esta situación de "empate catastrófico" finalizó hacia
2009, y comenzó así una nueva etapa, que marcaría la creciente hegemonía del MAS
y la importancia cada vez mayor del liderazgo de Evo Morales. Política de bonos,
distribución de tierras, crecimiento y estabilidad económica, nacionalización de
empresas estratégicas, fueron las insignias de un gobierno que al inicio también
esgrimía como bandera el "capital ético", la defensa de la Pachamama y el "Buen
Vivir".
A diez años, estamos lejos de eso. Numerosos giros y conflictos, algunos de
ellos emblemáticos, como el del TIPNIS, reconfiguraron el tablero político,
develando la política real del gobierno, más allá de los discursos
eco-comunitarios o de las intervenciones de Evo Morales en las cumbres sobre
cambio climático. Aquello que de manera pomposa el vicepresidente Álvaro García
Linera llamara "el gobierno de los movimientos sociales", perdió el aura. Lo
cierto es que en los últimos años el oficialismo fue avanzando en el reemplazo
de las organizaciones indígenas díscolas (marginando a los rebeldes y creando
estructuras de poder reconocidas por el Estado); en el estrangulamiento del
periodismo crítico, quitándole la pauta oficial, y generando un proceso de
autocensura; en fin, en la amenaza de expulsión a las ONG, ecologistas y de
izquierda, que cuestionan el avance del extractivismo y la consolidación de un
patrón primario exportador.
Como en otros gobiernos progresistas, la creciente concentración de poder, los
escándalos de corrupción y la tendencia al disciplinamiento de los movimientos
sociales, fue poniendo de manifiesto la orientación hacia un esquema de
dominación populista más tradicional, caracterizado por la tentación hegemonista.
En este contexto, con una oposición política débil y fragmentada (más allá de
que gobierne varios departamentos o de que el oficialismo haya perdido en el
último referéndum autonómico), se lanzó la propuesta de "repostulación" del
binomio gobernante.
Suena casi impúdico, pero si hubiese triunfado el Sí en el referéndum, Evo
Morales y García Linera habrían podido permanecer 20 años consecutivos en el
gobierno. Una década atrás, estos mismos dirigentes se habrían levantado
indignadísimos contra cualquiera que buscara perpetuarse en el poder y, sin
embargo, hoy pueden sostener sin sonrojarse que sólo la permanencia del actual
binomio gobernante puede garantizar la continuidad de los cambios realizados, en
el marco de un gobierno popular, e impedir el temido retorno de la derecha.
El tema de las "re-reelecciones" no es nuevo en la coyuntura latinoamericana y
siempre es motivo de polarizaciones sociales. En Argentina, en 2013 Cristina
Fernández de Kirchner tanteó la posibilidad y se encontró con que la sociedad
puso un límite a sus aspiraciones, primero en la calle y luego en las urnas.
Desde Ecuador, Rafael Correa también tuvo que renunciar a la re-reelección,
luego de un 2015 atravesado por conflictos. Los únicos que lograron que se
aprobara la reelección indefinida fueron el venezolano Hugo Chávez, en 2009, en
su segundo intento; y el sandinista Daniel Ortega, en la Nicaragua actual. Todos
estos gobiernos –más allá de sus diferencias- han apostado a una lectura
mesiánica de la historia, al considerar que el cambio histórico se debe a las
orientaciones del líder o la lideresa, y no al cambio de correlación de fuerzas
sociales.
En esa línea, el No al referéndum en Bolivia nos deja tres lecciones que debemos
leer en clave latinoamericana, en el marco del fin de ciclo del progresismo. El
primero, ligado al giro a la derecha del cual tanto se habla, cuyo caso pionero
es la Argentina. En mi opinión, bien vale la pena apartarnos de las lecturas
conspirativas, y tomar nota de que la posibilidad del ascenso de las derechas
por la vía electoral está vinculada, en gran parte, a los errores y desmesuras
de los gobiernos progresistas, que han acentuado las dimensiones menos
pluralistas que encierra el dilema populista, visibles en la concentración del
poder en el presidente y en la manifiesta intolerancia hacia las disidencias.
En segundo lugar, hay factores económicos. La consolidación de una matriz
extractivista muestra serias limitaciones, frente a la fuerte caída de los
precios internacionales de las commodities.
Esto echa por tierra la tesis de las "ventajas comparativas" que alentó el
crecimiento económico de la región entre 2003 y 2013, al tiempo que nos inserta
en una crisis económica cada vez mayor, que ilustra la incapacidad de los
gobiernos latinoamericanos por transformar la matriz productiva, y la
consolidación de un patrón primario-exportador dependiente. En este marco, se
evidencian también la volatilidad de los logros, a través del aumento de la
pobreza, la insatisfacción de los sectores medios y la ampliación de las brechas
de la desigualdad.
Tercero y último, referido a las izquierdas y su visión de la política. En mi
opinión, menudo favor le haríamos a nuestras izquierdas latinoamericanas, si
dejáramos temas como el de la defensa de las libertades o del pluralismo en
manos de la derecha. Estos temas no tienen copyright ideológico. Como dice el
constitucionalista Roberto Gargarella, es casi imposible pensar que la
ampliación y promoción de la participación popular y la concentración del poder
puedan ir juntas. Y la reelección va en la línea de la concentración del poder.
Asimismo, son los sectores más vulnerables y las izquierdas las víctimas
recurrentes del cierre de espacios políticos y de los procesos de violación de
derechos humanos.
En suma, porque Bolivia es el país que más expectativas políticas despertó en la
región, es que hoy se convierte en un caso testigo que pone a prueba la
inteligencia crítica de las izquierdas latinoamericanas frente a la tentación
hegemonista. Y en este sentido, el No, antes que una crisis, puede abrir una
oportunidad, una expectativa, la de rebobinar, retroceder y mirar en perspectiva
el camino recorrido, para repensar las izquierdas y el gobierno, por fuera de
los personalismos, reconectándola con la energía colectiva de aquellos
movimientos sociales populares que en Bolivia supieron abrir nuevos horizontes
de cambio.
Publicado originalmente en Pagina Siete: