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Argentina, la lucha continua....

Costuras colectivas de un juicio histórico: el caso del taller textil de Luis Viale.

Por Lucía Vera Groisman y María Ayelén Arcos
La Fogata

El 30 de marzo de 2006, el inmueble ubicado en Luis Viale 1269/71 se prendió fuego producto del recalentamiento del sistema eléctrico provocando la muerte de cinco menores de 18 años y de una mujer embarazada. Adentro vivían y trabajaban unas 64 personas, la mayoría de nacionalidad boliviana, quienes producían para las marcas de dos argentinos: Daniel Fischberg y Jaime Geiler. Este incendio fue un punto de inflexión en la problemática de los talleres textiles, por un lado, porque visibilizó hacia la sociedad una problemática, por el otro, porque dio nacimiento a una nueva generación entre los propios costureros, nucleados en el colectivo Simbiosis Cultural, que comenzaron a desentrañar la complejidad de estas cadenas productivas. Y es a partir de la descripción de sus cuestionamientos que podemos acercarnos re-pensar la problemática, lejos de las miradas estigmatizantes o intencionadas de las generaciones anteriores.

Diez años después, la llegada del juicio oral –producto de la lucha colectiva que logró salvar la causa de la prescripción en dos oportunidades- abrió también un nuevo escenario: además de dictar prisión para los talleristas –capataces que tenían a cargo la producción, en la sentencia se ordenó investigar a los dueños de las marcas. Condenar a quienes ocupan el lugar más alto en la cadena productiva significaría alcanzar un fallo inédito y ejemplificador en la justicia Argentina, permitiría llegar a quienes tienen las mayores responsabilidades y las mayores ganancias de estos talleres textiles.

El taller: actores involucrados, condiciones de trabajo y siniestro.

Por María Ayelén Arcos

Fue un jueves a las 16.45hs. El zumbido de las máquinas con la radio a todo volumen fue interrumpido con los gritos de la cocinera que bajaba del primer piso en llamas. En el momento del incendio Harry y Luis de 3 años, los hermanos Elías de 10 y Rodrigo de 4, y Juana de 25, dormían la siesta en el primer piso. En el entretecho descansaba Wilfredo de 15 años. Las pericias comprueban que intentaron escapar por el contrafrente del primer piso donde sólo había dos ventanales enrejados. Todos ellos fallecieron en el incendio.

Los cuñados Daniel Fischberg y Jaime Geiler integraban una sociedad propietaria de una fábrica en la calle Galicia. Allí cortaban los pantalones de su marca "JD" (luego Wol), que en 2003 había sido transferida a sus hijos Damián y Javier, respectivamente. Los Fischberg y Geiler tenían además, la propiedad del inmueble de Luis Viale 1269/71, a doscientos metros de la fábrica de Galicia. Con la necesidad de "colocar" las tareas de costura de los cortes de jean, le propusieron a uno de sus trabajadores, Juan Alberto Correa, la posibilidad de alquilarle el taller de Luis Viale a su hijo Juan Manuel, tomando su salario como garantía. Para la inicial compra de 20 máquinas, Juan Manuel se endeudó con los mismos Fischberg y Geiler, quienes "generosamente" descontarían el dinero prestado de los pagos por los "servicios" de costura en Luis Viale 1271.

Juan Manuel Correa, emprendió este proyecto con su compadre Luis Sillerico Condori, de nacionalidad boliviana. En noviembre de 2005, Luis trasladó a las familias que para entonces trabajaban en su taller en la calle Agustín García, junto con máquinas nuevas (adquiridas con préstamos de agencias de la colectividad boliviana) a Luis Viale, donde continuó incorporando paisanos y familiares para trabajar. Al momento del incendio vivían en el taller 64 personas, entre adultos y niños (incluyendo a Sillerico, su mujer y sus seis hijos). Al menos seis trabajadores no sabían leer ni escribir, dos no hablaban español y tres no sabían contar. Casi ninguno de ellos tenía experiencias previas en empleos formales, sólo cinco contaban con DNI y ninguno conocía los derechos que tenían únicamente por estar parados sobre suelo argentino.

"Como se cobraba por prenda, cada uno trabajaba cuanto quería, nadie nos obligaba"

Se pagaba entre $0,70 y $1,20 por pantalones que luego eran vendidos a $120. Así, prosperaba aquella ilusión de "cuantas más prendas más dinero". Preguntados por la cantidad de horas que se trabajaba, los sobrevivientes de Luis Viale decían no estar obligados a cumplir jornadas de entre 12 y 14 horas diarias.

Cada viernes se abonaban "vales" de $50 a los solteros y de $100 a las parejas. Del mismo modo que los Fischberg y Geiler descontaban los préstamos para la compra de maquinaria de los pagos a Correa y Sillerico, éstos últimos descontarían aquellos adelantos semanales del salario total por producción. En los cinco meses trabajados ningún costurero recibió ese "ajuste" salarial.

El taller estaba habilitado desde el año 2000 para el funcionamiento de tan solo cinco máquinas. Sin embargo, se conectaron otras 31 más a una improvisada instalación eléctrica en la planta baja. Hacia el fondo del taller estaban los dos baños. Sólo uno contaba con un "chorro de agua fría" para que las más de doce familias se higienizaran, debiendo hacer cola hasta las dos de la mañana, mientras se calentaba agua caliente en la cocina para bañar a los niños.

Ninguno de los ocho matafuegos en Viale estaba en el primer piso, donde se habían instalado catorce habitaciones separadas con placas de aglomerado y cortinas de jean, junto con una "cocina de emergencia" a garrafa. El cableado colgante suministraba electricidad a diez televisores, dos heladeras y ventiladores. Otras cuatro habitaciones se ubicaban en el entrepiso de machimbre que funcionaba, además, como depósito.

Según el informe de bomberos el incendio se produjo por el recalentamiento de los cables del primer piso, que desprendieron su cobertura aislante encendida sobre elementos inflamables. El fuego consumió rápidamente las habitaciones, acrecentando la desesperación de los costureros que esperaron por más de 40 minutos en la calle a la primera dotación de bomberos.

Las tapas de los periódicos, recientemente saturadas por las noticias sobre la destitución de Ibarra a raíz del escándalo de Cromañón, difundían ahora la tragedia de un nuevo incendio que volvía sobre los organismos de inspección de la ciudad de Buenos Aires. Nuevamente intervino el juez Baños -que había participado en la causa Cromañón- aunque en esta oportunidad desligó de responsabilidades a funcionarios, fuerzas policiales y a los principales empresarios.

Numerosos vericuetos judiciales signaron la carrera de obstáculos que significó la posibilidad de un juicio oral y público luego de un reclamo de 10 años de justicia.

Las tímidas cifras improvisadas por diversas cámaras patronales señalan que al menos el 70% de la producción de indumentaria se realiza de manera "informal". La llamativa actitud judicial por rehusarse a investigar a las más de cien marcas de ropa denunciadas por la tercerización en talleres precarios (cuya responsabilidad se establece expresamente en el artículo cuarto de la Ley de Trabajo a Domicilio por Cuenta Ajena, y ha sido probada con frondosa evidencia), explica en buena medida que la tragedia de Luis Viale preserve una penosa actualidad.

Así, el 27 de abril de 2015, mientras se difundían las primeras cifras de boca de urna en las elecciones de jefe de gobierno de la Ciudad, un nuevo taller ubicado a pocas cuadras de Luis Viale se incendiaba dejando como víctimas, nuevamente, a dos niños bolivianos.

Un camino costurado con movilización social.

Por Lucia Vera Groisman

El 30 de marzo pasado se cumplieron 10 años desde el incendio. Una década atrás, a raíz del siniestro, la colectividad boliviana inauguraba una nueva causa de movilización social cobrando una visibilidad inédita: el trabajo en los talleres de costura. Las dos organizaciones que direccionaron la protesta -alimentando a los medios de comunicación con interpretaciones culturales y morales según el caso-, coexistieron en tensión y funcionaron como direcciones opuestas, una a cargo de bolivianos y otra de argentinos.

Tanto COCOBO (Coordinadora de la Colectividad Boliviana)- luego fragmentada en ACIFEBOL (Asociación Civil Federativa Boliviana)- como La Alameda, sostuvieron miradas sobre la problemática que a menudo redundaban en la "guetificación" del trabajador migrante. Por un lado se argüía que el trabajo en el taller obedecía "pautas culturales ancestrales", mientras que por el otro, quienes formaban parte del eslabón más precario de la cadena de explotación eran victimizados como esclavos.

En un principio, la colectividad boliviana actuó de manera unificada en demanda de justicia por las víctimas. Luego intervino en la arena pública de manera fragmentada de acuerdo a intereses, identificaciones y destinatarios diferenciados, evidenciando divisiones en la colectividad. Las consignas de la movilización que impulsaban a las organizaciones reunidas en COCOBO fueron virando hacia la defensa de los puestos de trabajo y la suspensión de allanamientos-, que impulsaba La Alameda en acompañamiento a los centenares de clausuras efectuadas por el gobierno local tras el incendio.

El recambio

Con los años, se consolidó una tercera posición que expresaba un recambio generacional de la dirigencia política boliviana en torno a la movilización social por el trabajo de costura, agrupada en los jóvenes migrantes y descendientes del Colectivo Simbiosis Cultural (SC).

A diferencia de los dirigentes predecesores, los jóvenes que participan en esta disputa política sostienen con más ímpetu su activismo cuando se trata de problemas que acontecen en el lugar de residencia.

Esta nueva generación busca revertir su posición en el país donde viven, aspecto en el que innovan respecto de las generaciones adultas, que en gran medida lidian permanentemente acerca de retornar a su país de origen o quedarse en el de recepción. Estos jóvenes que participan en la pelea por la representación política en torno al trabajo migrante, aun sintiendo una fuerte pertenencia hacia Bolivia, se han criado y educado acá y mantienen la expectativa de permanecer en Argentina, lo cual se corresponde con el impulso y sostenimiento a lo largo de los años de revertir una posición subordinada y situación cotidiana en Argentina.


(Foto: Luis Szeferblum)

Entre continuidades e innovaciones respecto de la generación anterior, se introdujeron reelaboraciones sobre el repertorio de acciones colectivas, alianzas, identificaciones como sujetos colectivos y valoraciones acerca del funcionamiento del trabajo en el taller de costura.

En el proceso de su formación, el Colectivo SC junto a otros paisanos, interpretaron la posición de COCOBO que promovía la unidad de la comunidad boliviana incluyendo a trabajadores –costureros- y dueños de los talleres- talleristas- como una defensa de los intereses de éstos últimos y, desde este lugar, cuestionaron la existencia de una "colectividad boliviana", como algo homogéneo, evidenciando relaciones de clase al interior de la llamada "colectividad".

Tampoco coinciden con sus antecesores en caracterizar el trabajo en el taller como "un problema de bolivianos" que debiera entenderse en el marco de prácticas culturales tradicionales valoradas del esfuerzo, el trabajo y la reciprocidad.

Mientras COCOBO denunciaba al gobierno local y a la Alameda como promotores de una "política agresiva y anti boliviana" que había contribuido a justificar su guetificación a causa de los allanamientos realizados durante el año 2006 que dejaban sin trabajo y vivienda a los que trabajaban en el taller, Simbiosis Cultural buscó des- etnizar las relaciones laborales.

Desde su análisis, la nueva generación identifica que el taller es un eslabón de la industria textil ligada a cadenas de producción y circulación de ropa, en las que participan no sólo los trabajadores migrantes, sino un conjunto amplio de actores como las grandes marcas (y en esto coinciden con las denuncias que hace la Alameda), los estados nacionales -y algunas instituciones de gobierno-.

La joven generación disputa la formación de un gueto articulando con organizaciones argentinas acciones de protesta y formación, innovando respecto de estas alianzas. Asimismo, hoy trazan continuidades con la consigna de COCOBO de NO allanar talleres porque vulnerabiliza aun más a los migrantes, dejándolos en la calle.

 

(Foto: Luis Szeferblum)

En las calles

Desde que ocurrió el incendio, cada año los integrantes de Simbiosis Cultural realizaron un acto en la puerta de Viale. "No olvidamos" fue durante esta década el lema. Las consignas desplegadas a través de cantos, banderas, carteles, esténcil de la última marcha convocada por el décimos aniversario y por la campaña por el Juicio oral y público iniciado el 18 de abril, fue una muestra más de las modalidades renovadas de expresión política y del tenso vínculo intergeneracional que define identificaciones en permanente cambio.

El recorrido trazado en la última manifestación -entre la fábrica matriz de Galicia 1241 y Luis Viale-, evidencia la compleja reelaboración de la problemática de los talleres por parte de estas organizaciones de jóvenes bolivianos, escrachando la intervención y la responsabilidad de actores como los dueños de las fábricas y marcas.

(Foto: Luis Szeferblum)

Pero, más allá de denunciar las marcas, los integrantes de Simbiosis se distancian de sus antecesores de la Alameda resistiendo a las adscripciones que se le atribuyen desde las cuales los costureros son caracterizados como "clandestinos", "ilegales", "esclavos" , que deben ser "rescatados" o "salvados". De este modo, desde la perspectiva de la nueva generación, los estarían "victimizando, estigmatizando e infantilizando", contribuyendo a la naturalización de la vida que propone este tipo de talleres, más que fortalecer la capacidad de cambio de sus condiciones de vida.

Más allá de la denuncia, cosiendo un futuro junto a otros

Reconociéndose como jóvenes trabajadores costureros bolivianos, los Simbiosis Cultural han impulsado la creación de un galpón con 5 cooperativas más de costura en Ciudadela (pronto a inaugurar), dando continuidad a sus predecesores de la Alameda en la idea de autogestionar su producción.

Además, tras el incendio del taller de la calle Páez, junto con costureros, vecinos, educadores y miembros de organizaciones políticas y sindicales promovieron la creación de la Asamblea Textil de Flores y conformaron un observatorio de investigación sobre la industria textil. Esta modalidad formativa de intercambio con organizaciones e intelectuales bolivianos y argentinos también resulta una práctica novedosa respecto de sus predecesores.

Una década marcó un proceso de aprendizaje intergeneracional y el sostenimiento de una lucha que aglutinó apoyos políticos fundamentales, que se condensaron en la posibilidad de acceder a un juicio oral y público para algunas de las víctimas del incendio, juicio. En éste no sólo se debatió el carácter doloso o culposo del hecho, sino, además -con la ampliación requerida por el fiscal- la incorporación de la "reducción a la servidumbre" y el pedido de extender investigación a los dueños del taller.

Este aprendizaje, sin embargo, se construye en una continua discusión contra los vigentes estereotipos acerca de las formas "tradicionales" de trabajo de los bolivianos. El fallo de Oyarbide en 2008 había coronado con un toque "antropológico" el éxito de este argumento, cuando declaró falta de mérito sobre los propietarios de la firma SOHO, caracterizando a las formas de trabajo en cinco talleres allanados como parte de las "pautas culturales ancestrales" remontables al ayllu incaico de los trabajadores. A lo largo del proceso judicial por el caso de Luis Viale este argumento reaparece en manos de la defensora oficial de Sillerico. En este caso se aludió al "contexto mental primitivo" de su defendido, a su "falta de amplitud mental", a "eximentes culturales" y "delitos culturalmente motivados" (llegando incluso al extremo de sostener que los bolivianos no están acostumbrados a bañarse cotidianamente y a referirse al estereotipo acerca de su laboriosidad y pasividad).

(Foto: Luis Szeferblum)

Las organizaciones sociales, los familiares de las víctimas, el querellante y sus abogados, nucleadas en torno a la Campaña del Juicio por Luis Viale, enmarcaron este camino judicial hacia un fallo que culminó recientemente con la condena de 13 años para ambos imputados por "reducción a la servidumbre" y "estrago culposo" y el decomiso del inmueble y la maquinaria. Al mismo tiempo abrió la posibilidad de continuar en la investigación hacia la participación necesaria de los organismos de inspección y fuerzas policiales, así como de los principales responsables: las familias Fischberg y Geiler. Habrá entonces que estar despiertos para lo que sigue, gracias a todos estos actores fuertemente involucrados en revertir las condiciones de trabajo en los talleres de costura, el caso sigue abierto y con logros certeros.

Fuente: lafogata.org