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Argentina, la lucha continua....

Argentina catastr�fica, el "modelo" y la hegemon�a

Fernando Rosso

La Fogata

Los dram�ticos d�as que vivi� la Argentina fueron un"homenaje" al catastrofismo. Siempre que se lo entienda de maneradiferente a un fatalismo metaf�sico que anuncia finales permanentes, determinados con la fuerza de una necesidad inmutable o la tragicidad de un destino. Hablamos de las condiciones de probabilidad generadas por la precariedad argentina que convierten a fen�menos contingentes y accidentales en cat�strofes, y a las cat�strofes en cr�menes sociales. La precariedad de una naci�n convertida en "Rep�blica Croma��n" no es natural, como s� lo fue el temporal.

"Crimen social" es una justa "imputaci�n sociol�gica" (una definici�n pintoresca que escuchamos estos d�as). Es la identificaci�n acusatoria de las responsabilidades, no por las lluvias, sino por la administraci�n social de sus consecuencias.

El capitalismo argentino est� en permanente zona de riesgo y de cat�strofe. Y el crecimiento econ�mico -desigual y combinado-, de la d�cada kirchnerista no hizo m�s que agudizar las tensiones estructurales, pese a haber acolchonado los enfrentamientos entre las clases durante los a�os de esplendor de su proyecto reformista. Recuperaci�n econ�mica e industrial, desplazamientos migratorios hacia las aglomeraciones urbanas, movilizaci�n de millones personas diariamente, aumento del consumo y del d�ficit energ�tico para sostener los ritmos de producci�n; todo esto hecho sobre las mismas bases estructurales de la condici�n urbana, del transporte o de la (des) inversi�n en recursos estrat�gicos. Un desarrollo superficial que no lleg� ni al modelo "pseudo-industrializador" del que Milc�ades Pe�a "acusaba" al peronismo, por ser falsamente nacionalista.

Desde esta �ptica no es un desarrollo, sino meramente un crecimiento econ�mico medido en los t�rminos del PBI. El "fin de ciclo" o el agotamiento del "modelo" pueden graficarse como la suma de los "cuellos de botella" de los l�mites estructurales de la naci�n semi-colonial. Los cuellos de botella de la industria, de la producci�n energ�tica, del transporte, de otros servicios y ahora de las ciudades mismas donde por un lado hay "sobre-acumulaci�n" demogr�fica y por el otro, especulaci�n inmobiliaria de los que buscan valorizar su capital obtenido por las ganancias de la primarizada econom�a (como la burgues�a sojera de la "pampa gringa" de C�rdoba que "invierte" en departamentos y edificios).

Y no es meramente un problema de errores de gesti�n o planificaci�n urbana, es la condici�n misma del "modelo" la que determina las imposibilidades de una planificaci�n racional de las potencialidades productivas del pa�s. Cuando esas contradicciones org�nicas se agudizan a�o tras a�o, sientan las bases para las "tragedias" como las de Once o el reciente temporal, o mejor dicho las inscriben como muy probables en la din�mica explosiva de su r�gimen de acumulaci�n. Y Once o el temporal est�n entre los m�s vistosos de los cr�menes sociales, pero no son los �nicos. El genocidio silencioso de obreros de la construcci�n o la persistente y paulatina destrucci�n de los cuerpos en las f�bricas ("los rotos"), producto de que la capacidad instalada toc� su techo y por lo tanto la �nica condici�n de productividad es la fuerza de trabajo; son otros ejemplos del mismo fen�meno.

Ante el desastre natural, la relaci�n social que llamamos Capital y su r�gimen, el capitalismo, metaboliza las consecuencias de acuerdo a las leyes de su orden social. Unos pocos "blindados" contra las "inclemencias del tiempo" (o del transporte, o de la econom�a) y la mayor�a a la intemperie frente a "incontroladas" fuerzas de la naturaleza. Una clase social que privatiza las conquistas de la humanidad por sobre la naturaleza, para el usufructo ego�sta de unos pocos privilegiados. La confirmaci�n de la irracionalidad o la sinraz�n del Capital y la simple conclusi�n de que el socialismo "tan s�lo" quiere llevar la raz�n a la organizaci�n econ�mica de la sociedad, para terminar contra esta anarqu�a destructiva de la condici�n humana.

Si este es el diagn�stico correcto, las pr�ximas cat�strofes, ya sean "naturalmente" socializadas a la manera del Capital, o directamente sociales (inflaci�n, desocupaci�n, "Onces"); son s�lo una cuesti�n de tiempo.

Y las cat�strofes golpean las conciencias y muestran crudamente qui�n es qui�n. Reconfiguran las alianzas sociales y cambian las percepciones subjetivas. Es decir, ponen blanco sobre negro las determinaciones de clase (como tambi�n lo hacen otras cat�strofes como las crisis o las guerras). La Plata se asemej� en estos d�as a un territorio b�lico, y la realidad misma dio una dura lecci�n de "clasismo", mostrando el salvajismo del que es capaz el Capital y sus administradores pol�ticos "derechistas" o "nacionales y populares".

El dram�tico acontecimiento rompi� la unidad nacional de la bendita coyuntura anterior, cuando las esperanzas de una costumbre de ascenso evolutivo generaron la ilusi�n de nuevas mejoras de la mano de un "Papa argentino". La nueva unidad nacional es la unidad de la naci�n burguesa frente al miedo a una respuesta violenta de las v�ctimas a las que el agua las priv� de todo. M�s que una nueva unidad, introdujo por lo menos en la nueva coyuntura, fuertes elementos de divisi�n o de escisi�n. La demagogia populista adopt� la forma de un espect�culo pat�tico, del que no estuvieron exentos ninguno de los responsables pol�ticos del desastre, imposibilitados por su naturaleza (de clase) de dar una respuesta a las urgentes demandas populares.

Pero quiz� el fen�meno m�s destacado es la otra unidad, la que se dio entre las clases subalternas aportando con un ejemplo pr�ctico, a la necesaria discusi�n te�rica sobre la "hegemon�a". En un sentido, efectivamente, esta vez el Capital centraliz� por la negativa y empuj� a la unidad a sus enemigos estrat�gicos. La solidaridad obrera con la tragedia popular y la alianza forjada en el peligro, delimit� y clarific� las l�neas de divisi�n clasista. El obrero o el trabajador que tiene un empleo estable, sindicalizado, m�s o menos bien remunerado y que en tiempos "normales "es permeable a las ilusiones del ascenso y la conciliaci�n de clases; ante acontecimientos dram�ticamente extraordinarios se identific� m�s con quienes estaban sufriendo el desastre, que con los que permanec�an inmunes en sus countries o barrios privados. Le pod�a haber tocado a �l mismo (y a muchos les toc�) y si no fue as� esta vez, su futuro, viendo la actitud de las clases dominantes, est� m�s cerca de esa condena que del para�so prometido por el relato de la conciliaci�n de clases.

Se articul� hist�ricamente el pasado, como afirma Benjam�n, no para "conocer lo como verdaderamente fue", sino para "adue�arse de un recuerdo tal como �ste relampaguea en un instante de peligro". O, dicho m�s simplemente por un obrero revolucionario: "A pesar de tama�o ataque, el principio de la Solidaridad de Clase se mantiene en la memoria hist�rica de nuestra clase, como un archivo en un disco r�gido, que cuando lo necesitamos aparece con toda su magnitud (...)". De ah� la respuesta masivamente positiva en muchas f�bricas y establecimientos a la campa�a de solidaridad.

Vale m�s por el simbolismo estrat�gico que por las soluciones que pueda aportar de inmediato. La cat�strofe deja planteada la necesidad de la "hegemon�a" obrera como una lecci�n de los hechos de estos d�as. Una lecci�n que es imprescindible sacar para fortalecer la perspectiva de acabaron la fuente de todos estos cr�menes: este r�gimen social que merece ser arrojado al basurero de la historia. Adem�s, la tragedia hizo que la realidad "explique nuestro dogma" (Lenin) y las demandas de un programa de transici�n recobraron fuerza vital como �nica posibilidad de salida (expropiaci�n, auto organizaci�n, demandas "democr�tico radicales", etc.).

Los muertos de este crimen se suman a nuestro pasado avasallado y este nuevo agravio quedar� en la memoria popular. Fue tambi�n Benjam�n el que afirm� quela socialdemocracia "Se complac�a en atribuirle a la clase obrera el papel de redentora de generaciones futuras. Con ello le cercenaba el nervio de su mejor energ�a. En esa escuela la clase desaprendi� tanto el odio como la disposici�n al sacrificio. Pues ambas se nutren de la imagen de los antepasados avasallados, no del ideal de los nietos liberados". El reformismo kirchnerista se preocup� tambi�n por hacer "desaprender" a la clase obrera el nervio de su mejor energ�a; sin embargo "inconscientemente" fue generando las condiciones para acontecimientos como los de estos d�as donde se recuper� tanto el odio y la disposici�n al sacrificio, dos motores prometedores para los combates futuros. 

Fuente: lafogata.org

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