Argentina, la
lucha continua....
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Autopista, al sur
Claudia Rafael
APE
"D�le, do�a. D�le... Una moneda, dos, diez. Las que sean. Vamos, do�a. Le limpio el vidrio en s�lo un segundito… mire". Un acto de mimo fue improvisado en apenas un instante. Sin agua. Sin trapos. Sin balde. Apenas un diminuto secador emergi� de un bolsillo y se fue apoyando, sin humedades, sobre el limpiaparabrisas. Un paso danzante y una reverencia teatral. "�Vio? Apenas unos segunditos…". Joven pero viejo. Desdentado y muerto de fr�o. Con una sonrisa seductora que alguna vez podr�a haber enamorado a alguien si no mediara tanta vida hachada entre medio. Si su cuerpo no hubiera sido ro�do por ej�rcitos de paco y alcohol arrullados por la muerte.
Con su gestualidad de exageraciones da la bienvenida a la gran capital. Ah� donde la autopista 9 de Julio Sur choca abruptamente con la majestuosa procacidad so�ada por Cacciatore. Ah� donde el sol de Tinelli y Suar promete regalar otra vida tan distinta de �sta de cemento y barro.
Las noches suelen ser c�mplices de la indignidad del poder. Tres o cuatro camionetas municipales, una decena de hombres que se reparten velozmente por el lugar, un par de horas apenas, la vida entera hecha casita caracol… sin techo, sin abrigo, sin siquiera un hatito de sue�os desperdigados porque todo se escurre, todo se va. Ya no es all� la ropita de beb�s colgada del alambrado abajo del Canal 13. Ya nunca m�s el hombre sentado entre cajones improvisando un mate lavado. Ahora s�lo hay unos mont�culos de tierra que sirvieron para el desalojo.
Tinelli sigue atisbando y r�e mientras Lanata denuncia hambres desde el show medi�tico que siempre, siempre, debe continuar. Un par de BMW sirven de testigos vanos desde el estacionamiento del canal y la obscenidad se traviste de filosof�a barata mientras el escepticismo o el fanatismo se dibujan de creencia.
Hace fr�o. Demasiado fr�o. Del otro lado de los mont�culos de tierra, m�s all� del asfalto gris y p�treo, una nueva familia se asent�. Son las seis de atardeceres apenas y la oscuridad empieza a bajar del puente. Las frazadas ra�das le cubren la humanidad. No hay ya formas femeninas por debajo. Es el fr�o extremo que la dibuja bulto. Camina con el enorme cart�n y tras �l se esconde e improvisa en cuclillas su intimidad que no es. Su ni�a de dos o tres a�os apenas escudri�a por detr�s mientras ella, madre como puede, intenta vanamente alejarla.
La silueta de luz otea desde el edificio del ministerio. Vig�a de la 9 de Julio, hecha escultura se aleja. Hunde en el olvido sus palabras y su grito acusador. "Donde hay una necesidad, hay un derecho". Por debajo hay demasiadas necesidades. Infinitos derechos que no son. "Ellos no ven jam�s, por ejemplo, qu� ocurre all� cuando llega la noche. All� donde cuando hay cama no suele haber colchones, o viceversa (…) �C�mo se ve que nunca han visto de cerca a la pobreza! El mundo tiene riqueza disponible como para que todos los hombres sean ricos. Cuando se haga justicia no habr� ning�n pobre..."
La ni�a que escudri�a detr�s del cart�n no sabe de evas ni revoluciones. Ve pasar desde su nidito bajo el puente de Cacciatore a los moyanos de verde que golpean bombos y redoblantes contra el impuesto a las ganancias. Y escucha retumbar cacerolas que claman por d�lares desde su cetro en Puerto Madero. No hay inocentes. No hay mundo que la contenga. No podr�a haberlo. No sabe de sue�os. Le truncaron de ternura las ma�anas. Su horizonte m�s lejano est� del otro lado de la autopista si es que alguna vez vuelven a irse los mont�culos de tierra.
Urge una huelga de aplausos. De escalinatas. De palacios. Hace falta un alarido de mariposas. Un murmullo de canciones. Un despliegue de colibr�es. Hace falta una huelga de opresiones. Un desplante de crueldades. Un par de ojos que la miren. A ella. Y que suenen por ella todas las ollas y los tambores del mundo.