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Argentina, la lucha continua....

Tucumán: Enseñaba a leer a los obreros del surco, en Leales,

y fue torturado en la Escuelita de Famaillá

PRIMERA FUENTE

Juan Domingo Quiroga sintió desde pequeño la rebeldía de una clase oprimida. Militó en el sindicalismo de base y sufrió las consecuencias de una etapa sangrienta.

Hubo un tiempo en que el pueblo obrero de los ingenios supo que un enemigo poderoso había ganado la batalla y que se venían años de miseria. Fue cuando derrocaron a Perón, en 1955. Y en los años subsiguientes, a medida que los dueños de la riqueza volvían a pisotear los derechos de las mayorías, Perón se convertía en el símbolo de la resistencia. Era palabra prohibida. Juan Domingo Quiroga tenía menos de cuatro años y todavía no sabía leer, pero percibía el enojo de sus mayores y aprendió los signos en que se expresaba la frustración del pueblo. Un día en que los obreros de Leales llevaban adelante una protesta, el niño sorprendió a todos con su iniciativa: sin pedir permiso a nadie cruzó la calle y escribió "viva Perón" en una tapia frente a su casa, con el azul de lavar la ropa.

"Yo ya había visto la frase escrita en letras de molde y aprendí a escribirla. Mi viejo, cuando vio eso, lo borró inmediatamente. Le dio miedo", cuenta Juan. Era el 17 de octubre de 1956, en pleno paro de la CGT, con los aviones de la Fuerza Aérea sobrevolando el ingenio para amedrentar a los obreros. Su padre apenas sabía leer y escribir, pero tenía escondidos varios ejemplares de "Mundo peronista" y nunca dejaba de hablar de Perón y su política en favor de la clase trabajadora.

"Mi padre murió en 1968, en la pobreza total, a causa de sus problemas con el juego. Era la forma que tenía de evadir la realidad -recordó con amargura-. Yo me fui a trabajar en un aserradero en Lules, que se autodenominaba escuela-fábrica pero en realidad nos explotaban al mil por mil. Unos cien menores trabajábamos ahí. Al año siguiente, como nos debían meses de sueldo, les hicimos un paro y les incendiamos una parva de madera. Eso despertó en mí una rebeldía contra la clase explotadora. Después, en el ingenio, militaba en el sindicato. Iba con otros compañeros al surco y les enseñábamos a leer a los obreros. Los sábados y domingos íbamos a comer con ellos un asado, a ver riñas de gallos, e hicimos una escuelita popular. Así fuimos sumando delegados al gremio. Luego me integré a la Juventud Peronista".

En una foto histórica del Archivo de La Gaceta, Juan Quiroga aparece cuando tenía 14 años, casi al final de una hilera de estudiantes que marchan detenidos con las manos en la nuca. Es el más pequeño de todos. Fue en 1972, en la Quinta Agronómica, cuando conmemoraron con una manifestación el tercer aniversario del Tucumanazo.

Distintas clases de muerte

Juan fue obrero del ingenio Leales desde los 15 años, con el oficio de carpintero. Aunque anhelaba estudiar para cura en el Seminario, su familia carecía de los medios económicos necesarios. "Me gustaba. Pensaba que desde allí iba a ser útil a la sociedad", confiesa.

En 1975, con la puesta en marcha del Operativo Independencia, los grupos de tareas allanaron la casa de los Quiroga y -al no encontrar a Juan Domingo- se llevaron detenido a su hermano para obligar al militante a entregarse. Cuando Juan acudió a FOTIA y a la Legislatura en busca de ayuda, le dijeron "no podemos hacer nada", "en qué andarán ustedes..." Allí se dio cuenta de que lo abandonaban a su suerte y tuvo que buscar otro refugio. De día andaba vestido como un colegial y de noche dormía en el centro asistencial de FOTIA. Poco después lo encontraron en Banda del Río Salí y se lo llevaron a la Regional Este, donde comenzó la tortura. Luego pasó a la Jefatura y a otro lugar desconocido, donde se redobló el castigo, esta vez con los ojos vendados. Escuchaba quejidos y clamores. Pasaron los días, y una tarde escuchó el parlante de una camioneta que difundía una función de cine. Se dio cuenta de que estaba en Famaillá.

"Me la daban con todo. Varias veces pensé que allí iba a terminar mi vida, por la manera en que me golpeaban. Tengo en las piernas un montón de cicatrices", afirma el activista. En esos días, se publicaron en el diario La Gaceta la denuncia de su desaparición y el pedido de aparición con vida que formuló el sindicato. Varios compañeros de FOTIA, enviados por Atilio Santillán, se la jugaron y llegaron a hablar con el general Acdel Vilas. Lo liberaron a las dos semanas de su detención. Después estuvo internado a causa de sus lesiones. Cuando mejoró, a pedido de su madre, se fue a Buenos Aires. Allí vivió durante diez años casi en el anonimato. La mayor parte del tiempo trabajó en una droguería. "A veces trabajaba hasta 20 horas con tal de no salir a la calle -rememora-. Después, cuando me entero de la desaparición de este amigo, hermano, compañero, Pedro Benicio Silva (dirigente de Leales desaparecido en 1976, a los 22 años), me sentí como un muerto en vida. Preguntaba por alguien y me decían que lo mataron o q

ue estaba desaparecido. Y vivir en una mole de cemento donde nadie me conocía, disfrazado, sin poder hacer lo que yo quería, incomunicado con mi familia... era muy doloroso".

La política deshonesta le colmó la paciencia

A pesar de las luchas obreras que atravesaron la historia de Leales, la población sigue sometida al clientelismo que auspician los políticos de turno. Esa, al menos, es la visión de Quiroga. A consecuencia de las torturas que sufrió, en 1994 estuvo más de un año sin poder caminar. Un cargo público que desempeñó le acarreó un infarto y una severa crisis nerviosa. "Allí me estalló el bocho y fui a parar al Obarrio -explica-. El detonante fue que yo estaba al frente de una comuna y sufría muchas presiones para que robe para el gobernador de turno. Tuve apretadas de distintos legisladores, de gente que mandaba a buscar plata y nunca les largué un peso. Yo me preguntaba: arriesgué la vida por una convicción ideológica, por una sociedad más justa... No lo hemos logrado ¿para que esté en el poder una banda de delincuentes otra vez? Me fui dando manija y las presiones estallaron".

Hoy, a los 59 años, Juan sufre padecimientos físicos que provienen de la tortura. A veces casi no puede caminar. Cuando habla de su historia no puede evitar que aflore una intensa emoción en su mirada. Cree que no le quedan muchos años de vida, pero todavía tiene una batalla por delante: poder encontrarse con la hija que nunca conoció. Nació de una relación que mantuvo desde la adolescencia con una chica de su pueblo. "Los abuelos la mandaron a Buenos Aires para separarnos. No me querían porque decían que era subversivo. Ella murió poco después de dar a luz a nuestra hija -relata-. Y esta hija lleva un apellido que no es el de sus padres; ya averigüé el nombre completo, dónde se crió, y estoy haciendo contacto con un tío de su madre, pero va a ser muy difícil. No pretendo otra cosa que conocerla. Y mis otros hijos también quieren conocerla".

Tucumán y la resistencia peronista

De Ernesto Salas: "Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (1959-1960)"

En 1956 la situación del peronismo en la provincia de Tucumán era similar a la del movimiento en todo el país. El gobierno de la Revolución Libertadora, decidido a borrar hasta el recuerdo de su paso por la política nacional, ordenó que todos los sindicatos fueran intervenidos y el partido proscripto. La Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (F.O.T.I.A.), el sindicato más importante de la provincia, fue descabezada. El interventor, coronel Antonio Spagenberg, procedió a nombrar en cada uno de los ingenios a delegados que no hubieran adherido al peronismo.

En abril de 1956, el interventor de Tucumán denunció la existencia de un plan insurrecional peronista en la provincia. El Ejército fue movilizado y se instalaron puestos de control en San Miguel de Tucumán, mientras se realizaban allanamientos y se detenía decenas de personas en la ciudad capital, en Monteros, Tafí Viejo y Concepción. El gobierno implicó en el levantamiento a militares retirados en combinación con dirigentes sindicales: Respondía además a las orientaciones que en forma reiterada hizo a sus partidarios el presidente depuesto en el sentido de que en un momento oportuno y cuando las circunstancias así lo exigieran todas las fuerzas del Partido Peronista debían pasar de la acción política pacífica a la acción subversiva... El número oficial de detenidos fue de 140. El edificio de la FOTIA fue allanado y muchos dirigentes fueron presos. El 4 de mayo, los obreros de los ingenios Aguilares y Santa Lucía, en solidaridad con los compañeros detenidos (en particular, el ex secretario general del sindicato del ingenio, Rodolfo Zelarayan), fueron al paro. La intervención provincial ordenó el envió de la Guardia de Infantería a ambos establecimientos. La Cámara Azucarera sostuvo que: ...considera oportuno recordar a los trabajadores de la provincia lo que oportunamente expresara el Ministerio de Trabajo y Previsión de que todo paro o acto de cualquier índole que interrumpa o altere el ritmo normal de producción será juzgado y reprimido como grave sabotaje a la Revolución Libertadora. Los obreros de los ingenios volvieron al trabajo cuando fueron liberados sus compañeros,. El 8 de mayo comenzó un paro de brazos caídos en el ingenio Concepción: 900 obreros abandonaron el trabajo en protesta por la detención de Bernardo Villalba y otros dirigentes gremiales. Villalba había sido delegado del ingenio y dirigente de la Federación. Aunque el paro fue declarado ilegal, al día siguiente sólo ingresaron 180 trabajadores que en el transcurso del día abandonaron las tareas.

La situación de los detenidos empeoró en el mes de junio con la intentona del general J.J. Valle. Benito Romano, ex delegado del ingenio Esperanza, al quién el ejército suponía ligado al golpe, se fugó a Bolivia. Su hermano Antonio fue detenido y llevado al subsuelo de la casa de gobierno. Allí se encontró con otros dirigentes peronistas. Lo golpearon duramente y lo liberaron luego de dos días y dos noches. Mientras le pegaban le preguntaban por Benito y su vinculación con el general Valle.

Fuente: lafogata.org