Argentina, la
lucha continua....
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Las Madres y su laberinto: El dolor de ya no ser
Elisa Rando
Era 1977. Y fue en Barcelona. En Argentina tiempo de represi�n, muerte y exilio. En un diario local, una foto a cuatro columnas cruzaba la p�gina central de internacionales. Un grupo de mujeres crispadas, cubiertas sus cabezas con un pa�uelo blanco, rodeaban e increpaban a un oficial de polic�a. Era en Buenos Aires. Y era en Plaza de Mayo. Detr�s de ellas reconocimos la casa de gobierno. Las palmeras. Los canteros. El cielo. Nosotros, simples exiliados. Ellas, desde ese d�a, fueron las Madres de la Plaza. La foto emblem�tica se difundi� en Barcelona y en el mundo entero.
Esa noche la Casa Argentina se llen� de compa�eros y amigos. Todos quer�an verlas. Buscaban la suya. Nadie reconoci� a su madre, pero las sent�amos a todas como propia. Pod�an ser la de cualquiera de nosotros. M�s j�venes. M�s viejas. M�s pobres. M�s valientes. M�s tristes. M�s serenas. Eran como si fueran nuestras y muchos lo dese�bamos de verdad.
Hubo orgullo. Hubo dolor y alegr�a lejana. All� medimos la diferencia entre estar y sentirse cerca. All� empezamos a admitir que el regreso, alg�n d�a ser�a posible. Estaban peleando como nunca hab�an estado y la crispaci�n demostraba que dec�an la verdad. No sab�an. Gritaban. No simulaban. El dolor no se simula. Quer�an encontrarlos…, pero sus hijos ya eran los desaparecidos.
La tarea nuestra, a pesar de la solidaridad inmensa del pueblo espa�ol, era pesada. Sin recursos. Tramitando residencias. Buscando trabajo. Buscando donde vivir. Buscando por la calle rostros de amigos para darles un abrazo y recibir informaci�n. El exilio te salva la vida pero te perfora la cabeza. Todo lo del exilio es una historia personal o de grupo. No se termina nunca. Trabajada, es una historia de amor. La de ellas, una historia colectiva de desesperaci�n, entrega y muerte. Presente siempre el secuestro, la tortura, la ausencia, el grito, el hueco.
Un d�a aterrizaron en Barcelona y pudimos verlas, abrazarlas. Escuchar sus informes, saber c�mo se fueron organizando, creciendo, defendiendo. Creando vida. Casi inventando la vida. Supimos en primera persona de la represi�n que sufr�an. De las amenazas. De sus propias desaparecidas. De las detenciones. De la muerte de sus maridos que no soportaron tanto. De los cambios en sus categor�as sociales. Del reproche y del amor. Tambi�n del abandono. De familias desintegradas. De traiciones. De ausencias. De inmensas solidaridades. De planes: volantes, entrevistas, iglesias, canchas de f�tbol. Peri�dicos a mime�grafo, ilusiones casi adolescentes. Pero firmes. No admit�an ni charlas en pasillos cuarteleros, ni secretos consejeros con sotanas. Nada que supusiera connivencia o bajada de l�nea.
Por no aparecer pegadas al poder, decidieron no votar. No sab�an de concili�bulos partidarios. Buscaban todos los hijos. Y fueron una topadora.
As� las Madres recorrieron el mundo y para nosotros…, eran el mundo mismo.
En distintos lugares de Espa�a se constituyeron grupo de apoyo, no a los exiliados, sino a las Madres. Fueron y las llevamos, por todas partes. Boletines, declaraciones, radio, televisi�n, todos se ofrec�an para que denunciaran los cr�menes de la dictadura. Y ellas, como pudieron, rodaron el mundo denunciando el secuestro y la muerte rapi�era.
Derrocharon valent�a y coherencia. Cuando en las Malvinas se incendiaba la dictadura, el fin estaba pr�ximo. Ellas segu�an exigiendo "aparici�n con vida", donde la vida ya hab�a sido devorada.
Despu�s…, despu�s es otra historia. En un pa�s acostumbrado a la muerte, las elecciones son una fantochada. Hubo elecciones. Tambi�n Nunca M�s. Tuvimos La Tablada, f�sforo blanco y mutilaciones. Y como hab�a poco, la Obediencia Debida premi� el crimen y regal� la impunidad al asesino.
El exilio estaba regresado. Y sentirse exiliado en su pa�s fue la experiencia que debimos aprender casi todos. Las Madres estaban. Estaban en su lugar. Y nosotros, casi nos refugiamos en ellas. El regreso fue un exilo m�s hondo, m�s profundo, m�s inexplicable. Era tu cielo y era tu suelo, pero no lo conoc�amos. De ese no se regresa. Los amores no se encuentran. Los que hab�a se murieron. Los que llevamos se perdieron. Era casi el absurdo de estar vivos. Y culpa… la culpa de recorrer las calles que nuestros compa�eros no volver�an a transitar jam�s. Estaban muertos. Pero estaban ellas. Hab�an pasado de todo. Eran refugio. Eran amparo. Eran fuerza. Las disfrutamos. Las abrazamos. Nos abrazaron. Quiz� el calor m�s buscado, no enga�aban. No nos enga��bamos. No las usufructuamos.
Cada uno fue buscando su lugar, machucando la bronca. Reemplazando la frustraci�n con nuevas militancias. Pero acompa�ando. Cerca de ellas. No es que las Madres fueran nuestra ideolog�a, nuestra raz�n de ser. No es eso. La ideolog�a la ten�amos y eso nos mantuvo y nos impulsa en todos los momentos. Ten�amos ideolog�a y por las ideolog�as luchamos y lucharemos, pero ellas fueron ejemplo y fuerza. Nos ayudaron a retomar la marcha. Imposible derrumbarse si las vimos aguantar tanto. Si ellas estaban vivas, c�mo pod�amos derrumbarnos nosotros.
As�, pusimos el hombro cuando ellas ya hab�an puesto los hijos.
Personalmente busqu� mi lugar donde siempre tuve un hueco, entre el papel y la tinta. Entre originales donde los militantes volcaban emociones y derrotas. Fue en el peri�dico donde me reencontr� conmigo. Mi antiguo quehacer. Mar�a del Rosario Cerrutti, madre de desaparecido, era la directora. Le�a, escrib�a, orientaba. Hac�a caf�. Herman Schiller su secretario de Redacci�n. Hac�a de todo. Y todos haciendo lo que viniera. Oficio o vicio, durante quince a�os tuve la inmensa oportunidad de colaborar en la edici�n del peri�dico de las Madres. Conocer, frecuentar, queridos compa�eros con quienes fuimos sobrellevando los problemas de editar. Rosario un d�a dej� su lugar. Nunca supimos porque, pero suponer es peor que saber. Supon�amos. Herman otro d�a deja el suyo. Supon�amos. Los problemas que trae no informar por proteger, hace a la condici�n humana, pero una condici�n equivocada. En ese momento me equivoqu�. No pregunt�. Todo iba cambiando.
Un d�a. Siempre hay un d�a, prefer� trabajar desde mi casa y en mi m�quina. Llevar el trabajo terminado y mis dudas de edici�n cada ma�ana.
… …
Varias de esas ma�anas, en la entrada, en el sal�n, me cruzaba con una sombra extra�a. Sin saludo y sin mirada. Prefer�amos no mirarnos. Prefiero tambi�n, ahora, no mezclar su nombre con mis sentimientos. Era un ser extra�o. Ajeno. Un t�mpano inescrutable que sin mirar, ve�a. Durante dos a�os la sombra y yo nos cruzamos sin mirarnos. Un d�a me dejaron de mandar originales. En el peri�dico hab�a otra l�nea y otras manos. Otra gente. Otra presentaci�n. Hab�a cambiado –ahora s�- la ideolog�a.
… …
El Peri�dico me brind� quince a�os de compromiso militante. Nunca me explicaron nada. Mis ojos se liberaron de la sombra. Pero la sombra opac� todo. Casi apag� la luz.
Cuando sal�, la �ltima vez, me cruc� con Hebe que entraba. No supe si decirle adi�s. S�lo recuerdo que la mir� y le dije: Hebe, si un d�a necesitas un compa�ero que sea abogado, avisame.
Jam�s cre� que lo iba a necesitar.
La Historia de las Madres no merece esto. Los Hijos tampoco.